XI. Asalto
Desde ese incómodo momento en el castillo, había procurado evitar todo lo posible a Jan hasta que no fuera estrictamente necesario, no habiéndome salido del todo bien la jugada; mi madre parecía encantada, tanto con los preparativos de la inminente boda como por la idea de que Jan estuviera interesado en mí.
Había decidido encerrarme en mi habitación la mayor parte de mi tiempo, evitando a Oren y renunciando a mis escapadas a La Frontera; Oren, pese a mi intención inicial de esquivarlo, parecía estar en todas partes. Lo que también incluía a mi hermana Kebia, quien siempre parecía estar rondando en cualquier zona en la que estuviera Oren.
Me sentía molesta por ello, porque mi hermana mayor parecía estar dispuesta a quitarme también el único amigo que parecía haber conseguido; Kebia lo tenía todo, pero no parecía serle suficiente.
Los preparativos de la boda estaban revolucionando todo el castillo y la aldea que había cerca; mi madre estaba frenética, encargándose de todos los preparativos, puesto que la madre de Nile había fallecido años atrás y la futura novia no estaba preparada para llevar a cabo esas tareas.
La prometida de Daren había decidido instalarse en el castillo, junto a su padre, ya que dentro de poco iba a quedarse allí de manera definitiva; pasaba horas y horas junto a mis hermanas mayores, Zavia y Trinity, incluso a veces Herta, para aprender sus funciones dentro del castillo para cuando se convirtiera en la futura señora. Kebia parecía enfadada con toda la atención que había suscitado Nile en nuestra familia y se encargaba de hacer que la pobre chica se sintiera mal.
Tuve que apartarme del camino de unas doncellas que seguían apresuradamente por el pasillo mientras mi madre las seguía muy de cerca.
-¡Lyllea! –exclamó, consternada-. ¿Se puede saber dónde tienes la cabeza, criatura? ¿Qué haces vagando por el castillo como alma en pena?
Bajé la mirada automáticamente.
-Lo siento, madre –me disculpé-. Simplemente estaba paseando…
Mi madre arrugó la nariz, como siempre hacía cuando había algo que no le gustaba en absoluto.
-¿Por qué no vas a hacerle compañía a Nile? –me propuso pero, en el fondo, aquello era una orden implícita-. Está nerviosa por la boda y apenas habla con nadie, incluso ha dejado de asistir a las citas concertadas con tus hermanas.
No me extrañó que hubiera decidido encerrarse en cualquier habitación o se escabullera en la menor ocasión; a pesar de la apariencia feliz y alegre que había mostrado en la fiesta donde se anunció su compromiso y próxima boda, la realidad parecía ser muy diferente.
Lo que no lograba entender era por qué mi madre me estaba pidiendo que buscara a la prometida de Daren para que le hiciera compañía, me parecía una absoluta pérdida de tiempo.
Quise negarme, alegando cualquier excusa que se me pasara por la cabeza, pero los ojos de mi madre brillaron ante mi posible negativa, advirtiéndome de las consecuencias de hacerlo. Sus finos labios se fruncieron en una rígida línea.
-Nile está en el saloncito que da a los jardines –me informó de manera más que intencionada.
Asentí sin pronunciar ni una sola palabra y me despedí con una breve reverencia de mi madre, esquivando en el camino a un par de despistadas doncellas que parloteaban animadamente sobre el futuro acontecimiento; sabía a qué sala se refería mi madre y me dirigí allí apresuradamente, temiendo que mi madre tuviera su mirada clavada en mi espalda, comprobando que cumplía con lo que me había pedido.
No me molesté en llamar a la puerta, sino que entré y observé la figura solitaria de Nile en las banquetas que habían colocado cerca de las ventanas. Me aclaré la garganta al ver que no me hacía ni caso. Sus ojos oscuros se clavaron en mí con desinterés y, tras comprobar que solamente era yo, volvió a centrarse en las vistas de los jardines.
Me acerqué tímidamente hacia su lado.
-Hace un buen día para estar aquí encerrada –comenté, mirando intencionadamente hacia los jardines.
Nile frunció los labios, imitando el gesto que había hecho mi madre antes.
-Estoy bien aquí, gracias –respondió.
Me crucé de brazos, molesta. ¿Qué demonios quería aquella malcriada? Estaba intentando ser amable con ella.
-No has acudido a tus últimas citas con mis hermanas –observé en voz baja.
-No estaba de humor –masculló y, por un segundo, comenzó a caerme bien.
Debía ser realmente duro cambiar tu hogar de manera tan repentina, además de separarse de lo que le quedaba de familia; cuando Nile aceptara a mi hermano como marido, se convertiría automáticamente en una hija más de nuestra familia, renunciando a la suya.
Tragué saliva al ponerme en su lugar. Quería a mi familia, aunque no se hubieran comportado de la manera correcta en algunas ocasiones, y no podía ni imaginarme cómo sería separarme de todos ellos para siempre, quedándome relegada a una familia que no conocía en absoluto.
Se me escapó un suspiro.
-Entiendo que no quieras vernos a ninguno de nosotros –le confesé en voz baja.
Nile me miró con curiosidad. Había conseguido llamar su atención y ya no fingía que no sabía que estaba allí, con ella.
-¿Qué?
Me encogí de hombros.
-Separarte de tu familia… -se me quebró la voz, pero logré sobreponerme-. No has tenido mucho tiempo de mentalizarte para este gran cambio y, con la boda tan cerca, es normal que no quieras ver a nadie.
Sus ojos oscuros se abrieron de par en par, humedeciéndose.
-¿Por qué estás diciéndome todas estas cosas? –me preguntó, con la voz ronca-. ¿Qué buscas en realidad?
Volví a encogerme de hombros.
-Yo no tardaré en seguir tu mismo camino –respondí, hablando por primera vez con alguien sobre mis sospechas respecto a Jan-. Mis padres ya tienen un candidato y el cortejo ya ha empezado…
Nile se giró por completo en su sitio hasta que nuestras rodillas chocaron. Las lágrimas que estaban a punto de saltársele habían desaparecido, siendo sustituidas por un brillo que no auguraba nada bueno; con un rápido movimiento, atrapó mis muñecas e inclinó su rostro hacia el mío.
-Entonces, querida hermana, huyamos –me propuso con frenesí casi enfermizo.
Intenté retroceder, liberarme de su contacto; me había puesto el vello de punta el tono obsesivo que había usado, además del apelativo con el que me había llamado. Aún no éramos hermanas, pero esa palabra en su boca no podía sonarme… bien.
-¿Huir? –repetí, con un hilo de voz.
No entendía qué se le podía estar pasando por la mente en aquellos momentos. Era cierto que yo había conseguido escaparme del castillo en un par de ocasiones sin que nadie me hubiera pillado, pero siempre había regresado; lo que Nile me estaba pidiendo era una completa locura.
La prometida de mi hermano asintió con energía.
-Podríamos ir hasta la Ciudad Fronteriza –insistió de manera vehemente-. Podríamos empezar de nuevo. Tú y yo…
La cabeza comenzó a darme vueltas.
-No podemos –negué-. Nos atraparían…
Los ojos de Nile se iluminaron y aquello comenzó a írseme de las manos. ¿Cómo podía guardar siquiera la esperanza de que pudiéramos poner un pie fuera del castillo con tanta gente pululando por allí?
-¿Y Daren? –opté por intentar distraerla con el tema de mi hermano-. ¿Estás dispuesta a abandonarlo? ¿Tan mala opción te parece?
El rostro de Nile cambió y se convirtió en una mueca, como si hubiera chupado un limón.
-Él no me quiere lo suficiente –respondió-. Y yo deseo que la persona que me elija me ame por quien soy, no por quien es mi padre. No es ningún secreto que este maldito matrimonio fue idea de mi padre y de sus ansias de obtener más poder.
»Antes me has comentado lo mucho que debía echar en falta a mi familia; pues bien: ¿cómo voy a añorar a un hombre que no ha tenido reparo en vender a su propia hija al mejor postor por un trozo de tierra y un saco lleno de monedas?
La conversación que mantuve con Nile, y en especial lo último que me dijo, estuvo presente hasta el mismo día de la ceremonia. Mi madre se había empecinado con la idea de que todas mis hermanas y yo precediéramos a los novios, cosa que divirtió profundamente a Jukka, y aquella misma mañana, antes de que empezara la celebración, nos habíamos visto en la obligación de repetir lo que debíamos hacer hasta que mi madre quedó conforme.
Y allí me encontraba, metida en la bañera mientras mis doncellas se encargaban de frotar cada centímetro de mi piel con una loción que les había proporcionado mi madre; el fuerte olor a rosas había conseguido contaminar todo el aire de la habitación y estaba logrando que me asfixiara. Tenía ganas de gritarles que se fueran por donde habían venido, pero me encogí más aún en la bañera mientras mascullaba interiormente por todo aquello. Jan se había convertido en mi acompañante oficialmente, ya que mi padre se había encargado de anunciarlo en el banquete de despedida que le habíamos celebrado a mi hermano antes de que se convirtiera en un hombre casado; habíamos pasado tiempo juntos, siempre en los jardines, y sin hablar mucho más que de las cosas que nos gustaban. Él se mostraba atento de cada una de mis palabras, siempre mirándome fijamente, y me dejaba hablar todo el tiempo; sabía que debía sentirme halagada por ello, pero nunca había sido una chica de muchas palabras y todas aquellas conversaciones en las que mayoritariamente hablaba yo se habían convertido en un tormento porque, en ocasiones, me quedaba sin nada que decir.
-Señorita –me interrumpió tímidamente la voz de una de mis doncellas-. Señorita, puede salir.
Fuera me esperaban dos chicas con una mullida toalla esperándome cerca de la chimenea para que no tuviera frío; obedecí en silencio y, cuando aquella prenda me rodeó por completo, no pude evitar soltar un suspiro de pura satisfacción. Otra de las doncellas se acercó a mi cama para coger mi vestido (una sencilla túnica blanca, al igual que las de mis hermanas, con un cinturón de cuero que se ajustaba debajo de mi pecho) y acercármelo. Lo observé con una mueca mientras las doncellas me lo pasaban por encima de la cabeza y lo bajaban con cuidado; después, la chica que me lo había traído desde la cama me ajustó el cinturón y todas se apartaron para que pudiera contemplarme en el espejo.
Tengo que reconocer que el vestido es de lo más favorecedor, no como los que mi propia madre me obligó a llevar en las sucesivas salidas que había hecho con Jan; giré un poco para verme desde otros ángulos y sonreí, satisfecha. Una de mis doncellas abrió la puerta y me topé con la mirada ceñuda, y ya habitual, de Oren, que llevaba un uniforme nuevo… y que le sentaba demasiado bien.
-Veo que la princesa ya está más que lista –comentó Oren que, desde hacía unas semanas, tenía un humor de perros… o de un lobo con una astilla bien clavada en el culo-. Su acompañante está ya abajo esperándola.
Torcí el gesto ante su tono molesto y salí de la habitación obedientemente. Últimamente me había mostrado de lo más dócil con mi familia, incluso llegando a olvidarme por completo de mis huidas nocturnas y de las palabras de Admes, y había puesto distancia entre Nile y yo. Sus últimas palabras aún seguían repitiéndose en mis oídos, con el tono decepcionado y dolido que usó, y no pude evitar sentirme aún más apenada por ella… además de preguntarme si mis padres harían lo mismo conmigo.
Seguí a Oren por el pasillo en silencio mientras observaba por los ventanales a todos los invitados reunidos en los jardines antes de que diera comienzo la ceremonia en sí; su espalda estaba demasiado rígida y evitaba deliberadamente mirarme. Sabía por boca de mi hermana Kebia que ambos se habían reunido en un par de ocasiones y, cuando me lo contó con una enorme sonrisa, tuve que contener las ganas de abofetearla.
Quizá los remordimientos y el hecho de que no me lo hubiera comentado estaban pasándole factura a Oren y, en el fondo, me alegré. Dios, me alegré de que estuviera sufriendo, aunque solamente fuera un poquito, por la razón que estuviera haciéndole sentir tan mal.
Sin embargo, no pude seguir regodeándome de aquello, puesto que la imponente capa que llevaba Jan me distrajo por completo; mi acompañante iba pomposamente vestido como si fuera él quien se casaba en el día de hoy, en vez de mi hermano. Oren carraspeó de manera elocuente, atrayendo la atención de Jan.
Cuando me sonrió, me recorrió un escalofrío. Parecía demasiado alegre para una boda y sus ojos brillaban.
-Ah, Lyllea –suspiró.
-Jan… -fue lo único que pude decir.
-Será mejor que vayan saliendo hacia los jardines –nos interrumpió Oren-. La ceremonia no tardará en empezar y creo que la princesa tiene un papel que cumplir en ella –añadió, mirándome fijamente.
Jan se encogió de hombros y me tendió el antebrazo para que enroscara el mío. Una vez lo hice, salimos al jardín y nos dirigimos hacia el rincón donde nos esperaban mis hermanas, que no paraban de soltar risitas mientras observaban cada detalle que las rodeaba. Trinity, sin embargo y fiel a sus costumbres, se mantenía con el mismo gesto serio de siempre.
No parecía tener intención de hacer una excepción siquiera en un día tan señalado como lo era hoy.
-¡Lyllea! –chilló Kebia, que era la que parecía estar más histérica de todas-. ¡Por fin llegas!
Trinity le dirigió una mirada desaprobadora que Kebia no vio en absoluto y frunció los labios, nada de acuerdo con la reacción de mi hermana. Herta y Zavia me sonrieron con calidez mientras Jan las saludaba a todas con una inclinación de cabeza.
No era la primera vez que coincidían con Jan y tampoco era ningún secreto lo que opinaban sobre nuestra “relación” que, en realidad, se limitaban a un par de salidas por los jardines y a sentarse a mi lado en las cenas a las que mis padres habían decidido invitarlo. Todo el mundo en mi familia daban por supuesto que había algo entre nosotros, aunque se estuvieran equivocando completamente.
-Jan –lo saludó Trinity-. ¿Qué opinas de todo esto?
Con «todo esto» se refería al despliegue que habían hecho nuestros padres para celebrar tan señalado acontecimiento; habían habilitado una parte del jardín que estaba cerca de los rosales de mi madre para hacer la ceremonia en sí. Todo el mundo estaba reunido en pequeños grupos y hablaban entre ellos, señalando en cualquier dirección; divisé a mis padres entre un nutrido grupo de personas y mi padre, en aquellos momentos, se reía a mandíbula batiente de algo.
Parecían felices.
Pero yo no podía evitar acordarme de Odina y lo mucho que le gustaba que todos saliéramos a los jardines a jugar y a burlar a nuestra niñera; en días como éste no podía evitar que el vacío que había supuesto su pérdida se abriera otra vez, haciéndome imaginar cómo hubiera sido la situación estando ella viva.
Sin embargo mis padres seguían empeñados en convertirme en su sustituta. Mi más que evidente parecido les servía como un bálsamo para ese dolor que les suponía la pérdida de su hija y les hacía fantasear con la idea de que Odina nunca se había ido.
Jan tiró de mí con suavidad para que nos acercáramos al grupo donde se encontraban nuestros padres y yo me despedí de mis hermanos con un gesto de mano que les arrancó a todos, incluido Jukka, una sonrisa bastante perversa. Seguí a Jan mientras esquivábamos personas hasta alcanzar a mis padres, que me miraron con evidente deleite. Parecían unos niños pequeños frente a un enorme dulce.
-La ceremonia no tardará en empezar –nos confió mi madre, soltando una risita-. Están terminando de preparar a la novia.
La mención de Nile hizo que sufriera un escalofrío. Era consciente de las ganas que tenía de escapar pero ¿no debería estar agradecida de que su padre la hubiera entregado a una familia como la nuestra? Mi madre estaba encantada con su presencia en el castillo y la trataba como si fuera una hija más; mis hermanas intentaban incluirla en todo lo que hacíamos juntas, aunque en la mayoría de las ocasiones Nile había rechazado nuestras invitaciones, y Daren también parecía tratarla bien. Procuraba que no le faltara de nada y se mostraba pendiente y solícito de cualquier cosa que pudiera sucederle.
Estaba enfadada con Nile por su humor infantil y caprichoso pero, en el fondo, estaba haciendo un gran esfuerzo por comprenderla.
-Espero que el novio no crea que ha huido –bromeó Jan y todos los del grupo se echaron a reír.
No había visto a mi hermano en todo el día, pero no tardaría en hacerlo. El sonido de los cuernos en las almenas del castillo nos informaron que el novio estaba a punto de hacer su entrada y, cuando los cuernos sonaran otra vez, serían para cuando lo hiciera la novia. Mi padre nos pidió que ocupáramos nuestras respectivas posiciones y Jan y yo tuvimos que separarnos.
Acudí junto a mis hermanas y procuré ignorar deliberadamente las miraditas cómplices que compartían entre ellas. Kebia, lejos de dejarme tranquila y al margen de todo aquello, me soltó un codazo en las costillas.
-¿No te acompaña ese gallardo caballero que ha decidido convertirse en tu sombra? –me preguntó con un timbre de maldad.
Fruncí la nariz ante su tono y me separé unos centímetros de mi hermana mayor.
-Evidentemente no podía acompañarme a hacer todo esto –respondí con frialdad.
Trinity, evidentemente augurando una disputa entre nosotras dos si no intervenía a tiempo, decidió interponerse entre ambas antes de que la cosa llegara a más.
-Atentas, chicas –nos avisó justo cuando los cuernos anunciaban la salida de la novia.
No había tenido la oportunidad de ver a mi hermano desfilar hacia el altar que habían montado allí, pero cuando apareció Nile todo el mundo se quedó callado y fue como si el tiempo se detuviera. Mi madre había dejado claras las instrucciones sobre cómo quería que fuera su vestido de novia: al igual que nuestros respectivos vestidos, era una túnica larga que se anudaba en un hombro, dejando el otro al descubierto; un broche que reconocí vagamente por ser una reliquia familiar iba prendido en el hombro. El cabello lo llevaba recogido en un moño que dejaba suelto algunos de sus rizados mechones.
Sin embargo, lo que más me llamó la atención de ella fue su rostro: una máscara de superioridad había cubierto sus delicadas facciones y observaba a todos los presentes como si éstos se hubieran convertido en unos molestos insectos.
-Vamos –murmuró Trinity, dándonos la señal.
Echamos a andar delante de la novia tal y como nos habían enseñado mientras los invitados giraban sus cabezas para observar la comitiva y a la novia pasar; mis padres resplandecieron de orgullo de vernos y mi hermano… bueno, mi hermano mantuvo su habitual rostro controlado al milímetro.
La ceremonia trascurrió sin ningún tipo de incidente, como había sospechado debido a la rara conversación que habíamos mantenido en el saloncito, y Nile repitió las palabras con exactitud, con la barbilla erguida y sin que le temblara la voz.
Todos estallaron en aplausos ante el fin de la ceremonia y la sonrisa tensa con la que nos saludó Daren, rodeando la cintura de Nile.
La celebración después de la ceremonia también se llevó a cabo en los jardines; todo el personal del castillo comenzaron a sacar cosas de su interior mientras los invitados abordaban a los recién casados para poder darles la enhorabuena.
Yo, por mi parte, decidí retirarme a un discreto rincón donde podía ver lo que sucedía en la ceremonia sin que nadie se percatara de mi presencia allí. Era posible que, en el fondo, estuviera evitando deliberadamente a Jan o a cualquier miembro de mi familia.
Hacía tiempo que no veía a mis padres, pero quizá fuera por el hecho de que la cantidad de invitados parecía haberse duplicado desde que había finalizado la ceremonia en sí; algo me aferró del brazo y se me escapó un respingo.
Me giré con el corazón acelerado hacia la persona que me había cogido y me topé con el rostro preocupado de Oren. ¿Qué demonios estaba haciendo allí?
-¿Podemos hablar un momento? –me pidió.
Sus ojos me miraban con preocupación. Una preocupación que no entendía en absoluto; ¿y si había ocurrido algo…? Por un segundo se me paró el corazón.
-Claro… -me aclaré la garganta-. Por supuesto.
Lo seguí hacia el interior del laberinto que formaba el rosal, con el corazón en un puño; Oren no paraba de estudiar su alrededor, casi como si temiera que algo o alguien nos cayera por sorpresa.
El vestido tampoco me ayudaba mucho a seguirle el ritmo, por lo que tuve que tirar de su muñeca para que se detuviera. Nos habíamos adentrado lo suficiente en la rosaleda como para que pudiéramos hablar sin que nadie nos interrumpiera y no había necesidad de seguir avanzando.
Cogí aire.
-¿Qué es eso tan importante que tenías que decirme? –le pregunté.
Oren se pasó las manos por el pelo mientras se paseaba delante de mí. Si al principio me había parecido preocupado, todo aquello se había duplicado ahora que estábamos allí a solas.
-Hoy, en el castillo, mientras hacía mi ronda… no he podido evitar escuchar una conversación –se le atropellaban las palabras y balbuceaba-. Ellos decían… parecían tener intención de… -me miró fijamente, incapaz de poder articular una palabra más.
Me incliné hacia él y lo observé con los ojos entornados.
-¿Qué escuchaste? –inquirí, notando cómo se me iba formando un nudo en la garganta… y el estómago.
-Después de la ceremonia, Lyllea –masculló Oren-. Después de la ceremonia harán el anuncio.
El corazón volvió a parárseme dentro del pecho. Las piezas estaban comenzando a encajarse poco a poco y el resultado no me estaba gustando en absoluto; ahora que Oren me había dado pistas sobre lo que me esperaba, podía entender algunos detalles que no se me habían pasado por alto y que no había logrado saber hasta ahora.
Oren tuvo que aferrarme por los antebrazos porque las piernas me fallaron y estuve a punto de darme de bruces contra el suelo.
Quise darme de bofetadas por haber sido tan estúpida… e ingenua.
-Es demasiado deprisa –murmuré, completamente perdida-. Ni siquiera he logrado transformarme aún… ¿Y qué sucederá si resulta que soy infértil? Ellos me quieren por la descendencia que puedo darles…
De repente me había echado a llorar y Oren me había apretado contra su duro pecho para proporcionarme algo de consuelo. Ahora entendía a Nile y su locura transitoria sobre escapar de allí; por unos momentos me sentí arrepentida de no haber aceptado su oferta. ¿Qué hubiera sucedido de habernos fugado de manera exitosa y haber alcanzado cualquier sitio lejos de aquí?
Seguramente no sería vendida del mismo modo que Nile.
Me sentía traicionada por mi propia familia. Por mis padres, que no habían dudado ni un segundo en imitar al padre de Nile.
-Aún tenemos tiempo –dijo entonces Oren-. Podemos detenerlo.
Alcé la mirada para observarlo.
-¿Cómo? –en aquellos momentos, estaba dispuesta a hacer lo imposible por evitar tener que anunciar el compromiso con Jan.
Los ojos de Oren relucieron como en su día lo hicieron los de Nile.
Tuve un mal presentimiento.
-Huyendo –respondió aunque, en el fondo, ya lo suponía.
Era como si estuviera viviendo de nuevo la conversación que había mantenido con la ya esposa de mi hermano.
-Es… es muy peligroso –tartamudeé-. ¿Qué sucederá si nos pillan? ¿Qué te sucederá a ti? –especifiqué, recordando el encontronazo que habían tenido él y mi hermano Daren cuando se habían conocido.
-Nada. No me sucederá nada –contestó, con demasiada efusividad-. Sé cómo funciona la seguridad del castillo, podremos salir de aquí sin que nadie nos descubra… Pero tenemos que aguardar al momento propicio.
-¿Y cuándo será? –pregunté, sabiendo que aquello solamente podría darle esperanzas a una idea descabellada. Como la de Nile.
-Esta misma noche.
Regresamos de nuevo al bullicio y recé para que nadie se hubiera dado cuenta de mi ausencia. Le había prometido a Oren que me reuniría con él en el mismo punto de la rosaleda a medianoche y temblaba por una mezcla entre emoción y nervios por las cosas que podían salir mal.
En esos precisos momentos mi padre estaba dando su más que habitual discurso de circunstancias, hablando del futuro que nos esperaba junto a Daren y su nueva esposa, por no mencionar la cuantiosa descendencia que le iban a proporcionar al linaje en un futuro no muy lejano.
Me puse en tensión cuando los ojos de mi padre me localizaron entre la multitud y alzó su copa hacia mí, provocando que todo el mundo se girara para poder verme mejor; me sentí expuesta y vulnerable.
-Hoy, además de ser un día importante por la unión entre mi primogénito y la joven que se ha convertido en su esposa, quiero anunciaros a todos vosotros de una nueva unión entre el hijo de un buen amigo mío y mi pequeña… ¡Lyllea! –gritó con orgullo.
Todo el mundo empezó a aplaudir con mucha fuerza mientras varios invitados se acercaban a Jan para felicitarle por nuestro nuevo compromiso. Mis hermanas no tardaron en llegar a mi lado para ocultarme de la multitud en un caluroso abrazo que agradecí en silencio.
-Oh, Lyllea, ¿no pensabas decirnos nada? –dijo Zavia.
-Estoy tan orgullosa de ti –continuó Herta, sonriente.
-¡Espero que nos dejes la comitiva, como ha hecho Daren! –apostilló Kebia.
Lo cierto es que lo único que quería hacer en esos momentos era regresar a mi habitación. Haciendo caso omiso a mis deseos de huir, aguanté con estoicismo la avalancha de felicitaciones y me mostré entusiasmada con la idea de mi nuevo compromiso cuando mi madre se acercó hacia mí.
-Lyllea, hay algo que debemos hacer antes de que la fiesta acabe –dijo y la bilis comenzó a subirme por la garganta lentamente.
Parpadeé para apartar las lágrimas.
-¿Sí, madre?
Mi madre suspiró.
-Jan y su familia tenían pensado abandonar el castillo esta noche para volver a sus dominios –empezó, con cuidado y atenta a mi reacción-. Tu padre y yo estamos de acuerdo en que vayas con ellos. Para ir habituándote a tu nuevo hogar antes de tu boda.
-Sí, madre –me obligué a responder.
Mi madre asintió, satisfecha con mi respuesta y me envió a mi habitación para que pudiera comenzar a preparar mi equipaje; di media vuelta y me alejé de la multitud y el bullicio para internarme en la soledad que me esperaban tras las paredes de piedra del castillo.
Subí hacia mi habitación sin cruzarme con nadie y me encargué de cerrar la puerta para que nadie pudiera interrumpirme; abrí mis armarios y comencé a sacar todas mis pertenencias de ellos. Quizá había una oportunidad y pudiera escapar de allí antes de que la familia de Jan se marchara.
Conseguí empaquetar todo lo que consideré que iba a necesitar en una manta de manera que logré un petate improvisado pero lo suficientemente resistente para poder aguantar el viaje que me esperaba.
Vinieron por mí al atardecer. Al parecer, Jan estaba deseoso por enseñarme su opulenta mansión y su familia había decidido adelantar el viaje; mi madre ordenó que me acompañaran cinco doncellas del castillo, que se encargaron de cargar con mi equipaje ante mi airada mirada; Jan me esperaba al otro lado de la puerta, con una sonrisa de oreja a oreja, pero sin rastro de Oren por allí.
Contuve el llanto mientras seguía el séquito de personas que pertenecían al servicio de la familia de Jan y traté de mostrarme lo más resuelta posible; mis ojos se dirigieron hacia la rosaleda, donde Oren debía estar esperándome sin saber que nuestros planes se habían visto trucados.
-Te va a encantar –murmuró Jan junto a mi oído.
No respondí y acepté su ayuda para subir a la carroza en la que viajaría. Dentro me esperaban su madre y un par de doncellas, que me dirigieron una evaluadora mirada; la madre de Jan me indicó con un gesto de mano mi asiento y yo obedecí en silencio. El corazón me dolía y tenía los ojos húmedos.
Cuando el carro dio una sacudida al ponerse en marcha creí que iba a rompérseme en mil pedazos. Mis padres no me habían dado la oportunidad siquiera de despedirme como era debido de mis hermanos y su ausencia estaba convirtiéndose en una gran losa en mi pecho.
Corrí una de las cortinas para poder observar el paisaje y para tratar de despejarme. Creí escuchar a lo lejos el aullido de un lobo y parpadeé para retener las lágrimas; en el asiento de enfrente, la madre de Jan me estudiaba atentamente, sin pestañear siquiera.
Un escalofrío me recorrió la espina dorsal antes de que se empezaran a escuchar los relinchos de los caballos y los gritos de los hombres de Jan; unas sombras se movieron por delante de la ventana y se me escapó un chillido de horror.
Vampiros.
Había vampiros rodeándonos y atacándonos. La madre de Jan gritó para que mantuviéramos la calma, pero las doncellas parecían estar más nerviosas por convertirse en comida de aquellas criaturas y no parecían atender a razones.
La puerta salió despedida de los goznes y una sombra amenazadora apareció allí delante, tapándonos la única vía de escape posible; la madre de Jan se lanzó contra el desconocido, pero el otro se movió demasiado rápido, hundiéndole algo que reconocí vagamente por el brillo que desprendió en el pecho.
Plata.
Retrocedí todo lo que pude en mi asiento mientras un par de vampiros se hacían cargo de las doncellas, que pataleaban y chillaban por tratar de liberarse. Seguí oyéndolos hasta que un par de escalofriantes chasquidos los enmudecieron para siempre.
El vampiro que quedaba se inclinó hacia el interior y yo empecé a darle patadas, tratando de retrasarlo. Llevaba medio rostro cubierto y me era imposible verlo con claridad; sus manos me cogieron por la cintura y me arrastró hacia fuera del carruaje donde pude ver la masacre que habían montado.
El vampiro me colgó en su hombro y me llevó hacia su montura.
Por mucho que chillé, pataleé y traté de debatirme no sirvió de nada.
Había escuchado rumores sobre vampiros que se encargaban de asaltar comitivas de hombres lobo, masacrando a casi todos sus ocupantes excepto a cualquier sujeto que pudiera serles de utilidad: normalmente desaparecían mujeres, aunque bien era cierto que el número de varones parecían haberse incrementado en estos últimos tiempos.
Cerré los ojos mientras rezaba.
Tendría suerte si no terminaba en cualquier burdel para vampiros, siendo la puta de cualquiera de ellos y su comida si se aburrían de mí.
Y, por primera vez en mi vida, deseé estar muerta; deseé que no les sirviera en absoluto y me ejecutaran.
Preferiría estar mil veces muerta antes que llegar al destino que me aguardaba.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top