VIII. Honestidad
Me separé unos centímetros cuando Admes se sentó a mi lado. No creía en las casualidades y menos cuando tuvieran que ver en ellas algo los vampiros; fruncí el ceño cuando Admes alzó la cabeza hacia el cielo, tal y como había hecho yo antes. Era atractivo, por supuesto, pero también parecía peligroso… como una serpiente venenosa que tuviera unos bonitos colores, pero un potente veneno en los colmillos. No pude retener una risita cuando comprendí que era el mismo caso en los vampiros: poseían un potente veneno en sus colmillos que podía ser mortal para nosotros, los licántropos, e infeccioso para los humanos.
A mi lado, Admes tampoco pudo contener una sonrisa. Torcí el gesto al comprender que había vuelto a leerme la mente…
Era realmente molesto no poder siquiera ocultar tus propios pensamientos, al menos con él.
Cogí aire y lo expulsé lentamente, alzando la mirada al cielo de nuevo, dispuesta a ignorar la presencia del vampiro a una distancia mínima de mí. Lo que me habían explicado desde niña era que, si me encontraba ante la presencia de un vampiro, mis instintos me instarían a que acabara con su vida, pero yo no estaba sintiendo esos síntomas de querer arrancarle la cabeza. Lo que no quitaba lo molesta que me encontraba con él por esa irritante manía que tenía de saber todo lo que estaba pensando en todo momento.
-Me resulta de lo más interesante la comparativa que has hecho unos momentos antes –me interrumpió de golpe Admes, provocando que lo mirara perpleja-. Sobre los vampiros… y las serpientes.
-No era mi intención el divertirte –refunfuñé, desviando de nuevo la mirada.
-Hoy alguien parece más irascible que de costumbre –canturreó a mi lado el vampiro.
-¿Qué sabrás tú de mí? –le pregunté, frunciendo el ceño-. Bah, no quiero saberlo; ni siquiera sé por qué estoy hablando contigo tan amigablemente…
Vi por el rabillo del ojo que se encogía de hombros. Lo que, además, me irritaba del vampiro era esa calma que mostraba, como si no fuera consciente de nuestras enormes diferencias; yo era una licántropo, su enemigo natural, y no parecía tener problema alguno en tratarme de manera… normal. Incluso amigable.
Aquello era exasperante.
-Si lo prefieres podemos lanzarnos a una lucha encarnizada –me sugirió, pero su tono me desveló que estaba hablándome en broma-. Aunque yo prefiero una apacible charla entre dos seres completamente racionales que son capaces de dejar a un lado las “supuestas” –entrecomilló incluso la palabra con los dedos- redecillas que existen entre nuestros pueblos desde el inicio de los tiempos –esto último lo dijo con un tono cargado de sarcasmo.
Enarqué una ceja.
-¿Acaso no crees en ello? –le pregunté con mordacidad-. ¿Tan seguro estás que nuestros pueblos pueden convivir… en paz?
Admes entrecerró los ojos.
-¿No es lo que te estoy demostrando en estos precisos momentos? –respondió a mi pregunta con otra, dejándome completamente sin una posible réplica.
Sopesé seriamente lo que había insinuado. ¿Sería posible aquello? Por el momento, ninguno de los dos había intentado saltarle al cuello al otro y estábamos manteniendo una conversación civilizada. ¿Demostraría esto que sería posible una salida que no llevara aparejada sangre y guerras? De ser así, todos saldríamos ganando…
Demasiado.
Sin embargo, no iba a dar mi brazo a torcer de forma tan rápida.
-¿Y si estás haciendo un esfuerzo enorme para no matarme ahora porque quieres… no sé, sacar algún provecho de mí? –inquirí, mirándolo de manera acusatoria.
Admes se echó a reír a mandíbula batiente.
-¿Y cómo podría aprovecharme de ti? –se burló, con un brillo divertido en sus ojos-. Apenas eres una niña…
Di una patada a la piedra, logrando desprender un par de piedrecitas que cayeron rodando hacia el claro.
-No quiero seguir escuchando más bobadas –le espeté, arrastrándome hacia el borde para deslizarme hacia abajo.
Cuando mis pies se descolgaron por la piedra y estaba lista para saltar y largarme de allí, Admes me retuvo por el brazo, poniéndome el vello de punta; su piel era dura, demasiado dura, y estaba helada. Casi me castañearon los dientes ante ese simple contacto.
-Creo que no he hecho un comentario adecuado –dijo y parecía estar hablando en serio-. Lo lamento mucho, eso ha estado fuera de lugar.
¡Por supuesto que había estado fuera de lugar! No aspiraba a que Admes se enamorara de mí, ni mucho menos, pero su comentario me había dolido: al igual que el resto que me rodeaba, me veía como una niña. Como alguien insignificante que era inmadura y caprichosa.
Alguien a quien no se le tenía en cuenta.
Alguien a quien podían manejar a su antojo, tomando decisiones sin tan siquiera consultarlo con esa persona.
Lo fulminé con la mirada.
-No tienes por qué disculparte –mascullé con frialdad-. Es lo que piensas en el fondo. Lo encontraría un poco hipócrita por tu parte.
Los labios de Admes formaron una dura línea.
-No… yo no pienso eso –repuso.
No supe si creerle; los vampiros eran criaturas demasiado inteligentes que sabían bastante bien cómo camelar a sus víctimas antes de asestarles el golpe final. Como la clase de criaturas que eran, conocían a la perfección la manera de sacar partido a todos los dones que tenían. Empezando por cómo adoptar un tono arrepentido y cargado de disculpas que realmente no sentían.
Admes puso los ojos en blanco. Maldito lector de mentes de pacotilla…
-Créeme, si pudiera eliminaría este irritante don –me aseguró, sonando demasiado sincero-. Es bastante molesto estar escuchando sin interrupciones los pensamientos de toda la gente que me rodea.
Me crucé de brazos notando cómo empezaba a molestarme la presencia del vampiro allí. Precisamente había elegido aquel lugar porque iba a conseguir estar tranquila, lejos de toda la tensión que había dentro del castillo de mi padre; pero, al parecer, no iba a tener esa suerte.
-¿Qué haces aquí? –opté por cambiar de tema y centrarme en qué motivos tendría un vampiro para rondar por aquí… a no ser que estuviera de caza.
Las cejas del vampiro se alzaron por la sorpresa, haciendo uso de nuevo de su don para poder leerme la mente; en esta ocasión, sin embargo, no hice mención alguna de lo irritante que resultaba que supiera más de lo que yo expresaba en voz alta.
-No estoy de caza –se apresuró a aclararme-. Me gusta estar aquí.
Ahora fui yo quien le imitó enarcando ambas cejas.
-¿En serio? –pregunté, incapaz de podérmelo creer-. Los vampiros sois…
-Por lo general, somos mucho más desapegados de nuestras familias que vosotros –me explicó pacientemente-. No nos gusta mucho la compañía y solemos pasar mucho tiempo solos.
-Pues nadie diría que a ti te gusta la soledad –le solté con mordacidad.
Admes sonrió con ironía.
-He dicho por lo general –apuntó-. A mí no me importa estar rodeado de gente… aunque me resulta cargante al pasar mucho tiempo entre grandes grupos de personas. Casi como a todos los que son como yo –concluyó, desviando la mirada.
Me volví a recostar sobre la roca y rodeé mis piernas con las manos, inspirando hondo. Después de todo, a mí tampoco me apetecía quedarme allí sola, completamente desprotegida ante cualquier otro vampiro menos amistoso que Admes que decidiera pasar por allí. Al menos, no podía negar que la compañía de Admes, en el fondo, resultaba hasta cierto punto reconfortante.
Sin embargo, no podía seguir pasando por alto la razón que me había llevado a ir hasta allí. Recordaba el gesto de aquella chica, la prometida de Daren, y no podía evitar imaginarme en su lugar; mi hermano había sido el primero… ¿le seguiríamos el resto? ¿Nos convertiría nuestro padre en sus monedas de cambio para conseguir más poder? Era cierto que su reinado no estaba pasando por su mejor momento, y que los problemas a los que tenía que hacer frente se le habían duplicado, pero jamás hubiera llegado a pensar que hubiera sido capaz de hacer eso.
Espié a Admes, esperando que hiciera otro de sus ya habituales comentarios a mis pensamientos, pero no se produjo; el vampiro siguió en silencio, con la vista clavada al frente.
Esperando a que yo empezara a hablar.
-¿Te ha comido la lengua el lobo? –me burlé, tratando de ocultar como bien pude el nerviosismo que me embargaba al pensar en el tema.
Admes se pasó una mano por el pelo.
-No me parece justo lo que ha hecho tu padre –dijo al fin.
-No lo es –respondí, completamente de acuerdo con él-. Pero, ¿qué otra cosa podemos hacer que acatar sus deseos? Mis hermanos aún tienen cierta autonomía, pero nosotras… nosotras no contamos con ese favor. Somos mujeres y, por tanto, estamos relegadas a un segundo lugar, como vulgares objetos –no pude evitar que mis palabras salieran con un tono amargo.
En nuestro mundo, ser hombre y ser, además, el primogénito te convertía en una persona respetada y con muchos derechos; aunque, en general, también podía aplicarse a cualquier varón. Las mujeres, por el contrario, estábamos ligada a la voluntad de nuestro padre o, en su defecto, de nuestro marido; no podíamos tomar decisiones importantes, ni siquiera nos dejaban formar parte de las instituciones más antiguas.
No éramos nada.
-Los vampiros valoramos a las mujeres –me contó entonces Admes, desviando la mirada de nuevo-. Tenemos bastante claro que podéis ser mejor que los hombres y os damos la oportunidad de demostrar lo que valéis.
Me pareció impresionante que la sociedad vampírica tuviera en tan alta estima a las mujeres, permitiéndoles acceder a altos puestos dentro de su sociedad; nuestros mayores siempre habían hablado de ellos como criaturas primitivas y cerradas. Al parecer, las únicas criaturas primitivas y cerradas éramos nosotros.
-Qué suerte… -murmuré con mordacidad, aunque en el fondo los envidiaba profundamente.
Admes volvió a enarcar una ceja, sabedor de lo que realmente pensaba. Apreté la mandíbula con fuerza, trabajando en poner la mente en blanco… pero resultaba demasiado complicado.
-¿Por eso estás huyendo? –preguntó entonces el vampiro.
-Yo no estoy huyendo –me apresuré a responderle.
Admes me miró fijamente y supe que no se lo había creído.
Nos quedamos en silencio unos instantes, tiempo suficiente para que pudiera calmarme ante la repentina pregunta que me había hecho Admes. ¿Acaso esa era la impresión que daba? ¿O también estaría recordando nuestro primer encuentro?
-Ambas cosas –respondió a mis preguntas no formuladas. Sin embargo, en aquella ocasión no me molestó tanto: no hubiera sido capaz de hacerlas en voz alta-. Pero no te recomiendo que huyas de tu hogar –lo miré con sospecha-. Es un momento bastante tenso entre nuestras especies y apenas hay lugares seguros donde refugiarte…
Alcé la barbilla con actitud desafiante.
-La Frontera sería un lugar estupendo donde poder comenzar de nuevo –rebatí, no muy segura de mi respuesta.
Si sabías cómo ocultar tu condición sobrenatural, las cosas podían irte bastante bien en La Frontera, aquella ciudad que habían fundado los pocos humanos que habían logrado refugiarse y salvarse del yugo de los vampiros o licántropos; pero, si alguien te descubría, tu cabeza podía decorar alguna de sus murallas para advertir a otros como tú de lo que podía pasarles. Había escuchado muchas historias sobre la magia que practicaban los humanos, capaz de ser mortal para vampiros y hombres lobo.
Reprimí un escalofrío.
-Te lo advertí –me recordó el vampiro con suavidad-. En estos momentos no hay ningún lugar seguro donde empezar una nueva vida…
Lo observé en silencio y creí ver en sus ojos un resplandor de… ¿comprensión? Admes no parecía tener una vida tan difícil como la mía y no tenía ese rictus amargo como el que yo tenía. Entonces, ¿por qué el vampiro parecía estar tan apagado como yo?
La comisura derecha de su labio ascendió ligeramente, mostrando una media sonrisa cargada de pesar.
-Supongo que sabrás que los vampiros no podemos reproducirnos entre nosotros –empezó, con aquel tono de profesor que se dirigía a su alumno-. Tiempo atrás, según algunos documentos que se han conservado, sí que era posible… Los descendientes de Lilith sí que eran capaces de reproducirse entre ellos; esta circunstancia cambió cuando se vieron mermados, tanto que tuvieron que encontrar otra forma de persistir…
»Mi padre nos encontró a mis hermanos y a mí en las calles de nuestra ciudad. Todos éramos huérfanos que tratábamos de sobrevivir entre una comunidad que, precisamente, trataban de capturarnos para beber de nuestra sangre; intenté huir cuando vinieron por mí, apenas tenía recuerdo de mis padres, pues murieron demasiado temprano, cuando apenas contaba con seis años, pero sí sabía que, de caer en sus garras, pronto estaría muerto –esbozó una media sonrisa divertida, atrapado en sus recuerdos-. Los once años que llevaba en la calle no sirvieron de mucho contra la guardia personal –algo se encendió en mi mente, algo que no terminaba de comprender; quizá Admes fuera hijo de algún noble vampiro obcecado con la idea de sentir la paternidad en sus propias carnes-; me llevaron al castillo y me dejaron en una lujosa habitación.
»Tras varios días encerrado y con la única compañía que la de las criadas humanas que se encargaban de mis necesidades, unos vampiros vinieron por mí para llevarme ante el que iba a ser mi futuro padre; recuerdo haberme echado a temblar ante la inminencia de mi futura muerte –de nuevo sonrió con tristeza-. Por supuesto que traté de huir, haciéndole caso a mi instinto, aunque fue una pérdida de tiempo; el vampiro me miró durante unos segundos y me habló sobre la vida que me esperaba si decidía unirme a él. Tuve mis dudas durante los primeros minutos de su elaborado discurso pero, en el fondo, supe que no podría negarme; me estaba dando la oportunidad de elegirlo por mí mismo pero, de no hacerlo, aquel hombre tomaría aquella decisión por mí.
»Te ahorraré los detalles sobre el proceso, pero me convertí en uno de ellos –era más que obvio, con esa piel pálida y esas ojeras…-. Conocí al resto de mis hermanos una vez hubo finalizado mi período de encarcelamiento y acondicionamiento a mi nueva naturaleza; en aquel salón fue donde comprendí la insistencia de mi padre para que me uniera a ellos: todos esos nuevos vampiros que se habían convertido en mis hermanos poseían cualidades extravagantes, como yo.
»Tiempo después comenzaron las dudas… ¿Qué hubiera llegado a pasar si no hubiéramos resultado ser las personas que nuestro padre había esperado que fuéramos? ¿Habríamos sido igual de cuidados y tratados, como príncipes? Hoy en día aún tenemos nuestras serias dudas al respecto sobre esa cuestión en concreto.
La cabeza me daba vueltas cuando Admes terminó de hablar. Me recordaba dolorosamente a la dura vida que tenía Oren, aunque el inicio que había tenido Admes desde niño era sobrecogedor; no podía imaginarme las atrocidades a las que había tenido que hacerle frente siendo tan joven pero, de estar en su lugar, habría aceptado sin duda cualquier trato con tal de salir de aquel pozo en el que se encontraba Admes siendo niño. Sin embargo, su última reflexión me había provocado un escalofrío: ¿qué clase de persona sería capaz de matar a sus propias creaciones que apenas eran unos niños? Me parecía inhumano…
-Él nos buscaba –dijo entonces el vampiro-. No somos los únicos que poseemos esas cualidades dentro de la comunidad de vampiros pero, por algún motivo que se nos escapa, nuestro padre nos escogió a nosotros.
Me abracé a mí misma, contemplando la fila de árboles que conformaban el bosque que debía atravesar si quería regresar a casa de nuevo. La historia de Admes me había dejado fría, haciéndome valorar lo afortunada que era por tener una familia que, aunque no actuaba de una manera que encontraba correcta, jamás me había visto en la misma situación que Admes.
Sin embargo, debía mostrarme desconfiada ante él. No conocía a muchas personas que me hubieran hecho un resumen tan exhaustivo sobre su pasado nada más conocernos; era demasiado sospechoso.
-¿Por qué debería creerte? –pregunté con demasiada osadía.
El vampiro me miró con comprensión.
-Supongo que pedirte que me creas es demasiado precipitado –reconoció-. Y ahora mismo estás pensando que me lo he inventado todo, pero creo que me merezco el beneficio de la duda.
-Eres un vampiro –hice notar-. Contigo no es posible darte el beneficio de la duda… podría resultarme mortal.
-Hasta el momento creo que conservas intacto todo tu cuerpo –contraatacó Admes, divertido-. Eso podría sumarme un par de puntos, ¿no?
Entrecerré los ojos, conteniendo las ganas de reírme. Jamás me hubiera imaginado que un vampiro pudiera bromear… o mostrarse tan abierto y amigable con alguien como yo. Alcé la mirada al cielo de nuevo, lo poco que permitía mostrar el cielo encapotado era una luna que parecía haberse movido rápidamente en el trascurso de aquella extraña conversación que habíamos mantenido.
-Deberías volver a casa –dijo entonces Admes, poniéndose tenso de repente-. Ahora.
No esperó siquiera a que me pusiera en pie o respondiera; me cogió por el brazo y tiró de mí, poniéndome automáticamente de pie y provocando que lo fulminara con la mirada. No entendía a qué venía toda aquella prisa y por qué demonios me estaba tratando de aquella manera tan brusca.
Cuando Admes empezó a tirar de mí hacia el borde de la roca, llegó el momento de tratar de librarme de él.
-¡Oye! –protesté cuando ambos caímos al suelo.
Mi protesta no pareció importunarle o siquiera importarle, ya que comenzó a tirar de mí con más insistencia que antes, tratando de guiarme hacia el bosque. Me atreví a girar un poco la cabeza hacia la roca, pero Admes gruñó por lo bajo.
-Lárgate de aquí –me espetó, con la mandíbula apretada-. ¡Largo!
Me enfureció aquel tono que había usado conmigo y la forma en la que me estaba tratando sin motivo alguno; me revolví de su férreo agarre y conseguí soltarme. El fuego que había sentido en el patio del castillo volvió a recorrerme por las venas y le solté un fuerte empujón en el pecho al vampiro, que se mostró alarmado. Sus ojos me estudiaron con atención y volvió a empujarme hacia el bosque, esta vez con más insistencia.
Decidí que resistirme iba a resultar inútil, así que eché andar hacia la primera línea de árboles; al alcanzar mi objetivo, me giré hacia Admes, que me observaba desde una distancia importante y dije en voz suficientemente alta:
-Eres un grosero. Espero no cruzarme contigo en mi vida, maldito chupasangre.
Desde donde estaba pude escuchar la risa amarga que soltó Admes al escucharme.
-Nos volveremos a ver, no dudes de ello.
Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo al escuchar ese tono seguro. Retrocedí con más apremio, introduciéndome en el bosque y tratando de encontrar mi propio aroma en los troncos de los árboles para poder regresar a casa.
Mientras me movía entre los troncos no pude evitar repetirme las últimas palabras que me había dedicado el vampiro. ¿A qué se habría referido con ello?
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