VI. Compromiso

Hice todo lo que estuvo en mi mano para vestirme con la mayor lentitud posible. Mi madre había mandado a varias doncellas para que me ayudaran a vestirme como si, de repente, volviera a tener diez años y no supiera siquiera dónde iba cada prenda. No podía evitar soltar un bufido de resignación cada vez que las doncellas me hacían girar o quedarme en una posición ridícula para poder terminar de vestirme. Por no hablar del vestido, que me estaba provocando instintos asesinos cada vez que veía su tela por el rabillo del ojo. No porque fuera feo, sino porque aquel vestido era casi idéntico a uno que llevó Odina en las fiestas que se daban en el castillo. Pero, desde que ella no estaba, las fiestas se habían ido reduciendo hasta que no se celebró ninguna. Aquella iba a ser la primera durante mucho tiempo, quizá por eso mis padres habían querido que me pareciera lo más posible a Odina, algo que detestaba profundamente. ¿Cuántas veces iban a intentar que me pareciera a Odina? No era ningún secreto que guardaba un gran parecido físico con mi hermana mayor, pero las diferencias eran menos apreciables a simple vista. Odina siempre había sido valiente y temeraria, una hija modelo, mientras que yo no podía ser lo más opuesto: prefería la tranquilidad y la paz antes que enfrentarme a cualquier cosa; por no hablar del tema de mi transformación, que aún no había tenido lugar. Siempre que se presentaba la oportunidad, nuestros padres nos deleitaban a mis hermanos y a mí con la más que machacada historia de cómo Odina fue capaz de transformarse a una edad demasiado temprana. Ninguno de mis hermanos lo consiguió, ni siquiera Daren o Herta, que parecían ser los más poderosos entre todos nosotros.

Alguien llamó a la puerta. Las doncellas se retiraron de donde estaba yo y entonces la abrieron. Era Herta, que ya se había arreglado, y había ido a comprobar que todo seguía en orden, además de comprobar que seguía allí. Asomó su cabeza y después entró en la habitación, con una sonrisa satisfecha.

-Veo que ya han terminado de vestirte –observó con una sonrisa taimada-. Y bueno, estás preciosa, Lyllea.

Asentí ante su cumplido, pero no dije nada en absoluto. Herta entró con su habitual aire de superioridad, obligando al servicio a retirarse completamente. Cuando la última sirvienta hubo salido de la habitación, Herta cerró la puerta de golpe y yo no pude evitar mirarla con un brillo de curiosidad. Mi hermana parecía un poco ansiosa.

-¿T-te ocurre algo, Herta? -pregunté.

-No… -su respuesta sonó lejana, melancólica-. Supongo que verte así… es como si viera a Odina de nuevo… Realmente tu parecido es increíble, Lyllea.

Torcí el gesto al escucharla, comprendí entonces las verdaderas intenciones de mi hermana al acudir a verme a mi propia habitación. Siempre había odiado aquella extraña manía que tenía todo el mundo en compararme con Odina. Además, esas veces se habían duplicado conforme iba creciendo, ya que mi parecido se atenuaba más y más hasta haberse convertido en algo diario. Era cierto que la palabra Odina o cualquier cosa relacionada con ella estaba prohibida, pero sabía escuchar y buscar pistas en los murmullos de la gente a mi alrededor y las miradas. Incluso tenía la sospecha de que mi familia hacía lo imposible por hacer de mí a alguien lo más parecido a mi fallecida hermana. Es como si desearan tener una segunda Odina en la familia.

-¿Eso es todo? –pregunté con resquemor-. ¿Has venido a decirme lo mucho que me parezco a Odina o vienes por algo más?

-Me estás malinterpretando –intentó justificarse atropelladamente-. He venido para avisarte de que todo el mundo ya ha llegado, o casi todos. Pero supongo que se me ha ido un poco la situación al hacer ese comentario. Perdona -añadió, saliendo de la sala.

No tuve tiempo de reaccionar para detenerla o, al menos, para disculparme por mis bruscas maneras. Herta cerró la puerta de un golpe y yo me quedé paralizada en mi sitio, con aquel vestido tan ajustado e incómodo. No sabía exactamente qué había molestado tanto a mi hermana. Quizá había sido la reacción que había tenido tras escuchar el inocente comentario de Herta…

Abajo, en el salón, todo el mundo miraba la exquisita decoración que habían preparado para semejante celebración. Al ser una sala tan grande, todos los invitados podían caber sin problema alguno. De vez en cuando, se veían a las doncellas ir de un lado hacia otro, llevando las bandejas con enormes copas de cristal rellenas de un líquido ámbar. Mientras tanto, Kebia se distraía charlando animadamente con Oren, que no parecía estar mucho por la labor.

-¿Y dices que vives con tu hermano? -le preguntó por enésima vez la chica, intentando llamar su atención.

-Sí, eso dije.

Kebia sonrió de nuevo.

-Podrías ser un poco más divertido y contarme más sobre ti -le dijo, bostezando-. Últimamente soy yo la que tiene que sacar tema de conversación.

Oren se llevó una mano a la cabeza y adoptó un gesto culpable.

-Perdona, no estoy muy acostumbrado a estos aires -se disculpó-. Siempre he vivido sin grandes lujos y en la más completa servidumbre…

-Es muy triste, lo sé -lo cortó Kebia, con los ojos resplandecientes-. Pero, ¿y si, de repente, cambiara tu vida dando un giro inesperado? ¿No crees que sería interesante?

-No sé a qué te refieres exactamente pero, ten por seguro, que no me gustaría nada un cambio de planes inesperado -le respondió Oren-. Además, no está bien que una chica como tú se fije en gente como yo. Según tu familia, sería una mala influencia para ti.

-A mí no me importa lo más mínimo lo que mi familia me diga, desde hace mucho tiempo voy a mi aire. Sigo mis propias reglas -dijo Kebia, acercándose más a él.

-¿Ah, sí? ¿Y qué sucedería si te metes en líos? ¿Papá y Daren tienen que venir a salvarte o qué? -preguntó Oren, acercándose también.

-Muy perspicaz, lobito, pero me temo que estás equivocado. Daren sigue su propio camino y yo tengo que salvar mi trasero sola, sin ayuda de nadie.

-¡Qué mujer! -exclamó Oren, sonriendo-. Es una pena que ningún chico haya decidido pedirte la mano, debes ser realmente temible.

-No me conoces aún lo suficiente -respondió Kebia.

Avancé entre la multitud y le di más brío a mis pasos cuando logré escuchar la conversación tan animada que parecían estar teniendo mi hermana y Oren; logré colarme entre ellos y carraspeé, lanzándole una mirada de aviso a mi hermana mayor. Kebia me sonrió, mientras se apartaba completamente del chico. El muchacho, por el contrario, se cruzó de brazos mientras lo miraba con un gesto perspicaz.

-¡Has tardado mucho en bajar! -me regañó Kebia, en tono de broma-. ¡Tu amigo estaba completamente aburrido y no quería darme conversación!

Esbocé una tímida sonrisa.

-Me he entretenido un poco con Herta –me disculpé.

Al parecer, mi hermana se quedó perpleja al escuchar que había mantenido una breve, pero intensa, conversación con nuestra hermana mayor.

-¿Herta? –repitió en voz baja-. Pero si ella ha bajado hace un rato, la he visto hablando con un par de sus estúpidas amigas.

-Ella ha bajado antes –coincidí, dándole la razón-. Pero hemos estado hablando sobre… un tema.

-¡Aaaah! -exclamó Kebia, como si entendiera de qué iba el tema-. Entiendo, entiendo. ¿Herta ha intentado convencerte de que te vayas con sus amiguitas a luciros por la ciudad?

La miré con cautela, debatiéndome interiormente si debía contarle lo que había pasado o no. Aquello no era lo que me había pedido, ni siquiera le había dado tiempo a decirme o pedirme lo que pensaba. Mi hermana no había tenido tiempo de hacerlo porque mis gritos la habían ahuyentado. Ahora que lo pensaba mejor, mi actitud había estado fuera de lugar. Además, que me compararan con Odina era toda una alabanza, no era nada de lo que pudiera avergonzarme. Mientras tanto, Oren y Kebia habían comenzado de nuevo la conversación que antes les había interrumpido.

-¿Y no tienes a nadie que te espere en casa, chico? -le preguntó Kebia, con una sonrisa de triunfo.

Oren clavó su mirada en la copa que tenía en la mano, con aire pensativo. No pude evitar observarle con atención: parecía haberse dado un baño a conciencia, ya que aún tenía las puntas del pelo húmedas, y el traje que le habían cedido le quedaba como un guante. En aquellos momentos Oren parecía un noble, incluso podría llegar a hacerse pasar por uno.

Era capaz de ver cómo mi hermana lo miraba de soslayo y cómo trataba de flirtear con él. En cierto modo, su comportamiento me enfadó: me sentí como si tuviera de nuevo cinco años y Kebia se hubiera encaprichado de mi juguete preferido; mi hermana era tan tenaz que no cesaba hasta conseguirlo. ¿Acaso no me iba a permitir disfrutar de mi recién amigo?

-Vamos, estoy esperando que contestes mi pregunta -lo interrumpió Kebia, farfullando.

Oren alzó la mirada de nuevo y la clavó en Kebia. A mí ni siquiera se dignó a mirarme, es como si no estuviera allí.

-Mi hermano seguramente estará deseando que llegue a casa para preguntarme lo bien que me lo he pasado -le respondió, con cierta sorna.

Creo que fui la única que comprendió lo que verdaderamente quería decir con esa frase. Kebia se limitó a mirarlo con un brillo calculador en la mirada, pero yo no pude evitar dirigirle una mirada cargada de tristeza, compadeciéndome de él. Sabía que, en cuanto pusiera un pie en su casa, su hermano le daría otra de sus frecuentes palizas. Me pregunté cuánto tiempo más podría seguir soportando aquel trato vejatorio por parte de su propio hermano, pero no lo dije en voz alta.

-Entiendo -comentó Kebia-. Supongo que sois una familia muy unida… Tanto tu hermano como tus padres…

Oren se puso rígido y le dirigió una feroz mirada a mi hermana, que fingió no haberlo visto. Noté que el color se me escapaba de las mejillas, pero no pude culpar a mi hermana de haber cometido ese error: Kebia no sabía nada sobre la familia de Oren y era normal que preguntara sobre sus padres. Decidí que había llegado el momento de intervenir y de tratar de relajar los ánimos, que parecían haberse caldeado con la mención de la familia de Oren.

-¡Kebia! ¿Qué tal si vas a por algo más de bebida? –le pedí, tratando de sonar encantadora y persuasiva.

La mirada que me dirigió mi hermana fue de lo más lasciva; la observé mientras se despedía con un gesto de mano y desaparecía entre la multitud. La conocía lo suficiente como para saber que había malinterpretado mis palabras, creyendo que quería estar un rato a solas con Oren, que permanecía en silencio.

-Bueno… -me sentí un poco estúpida-. ¿Qué te está pareciendo esto?

El muchacho pareció salir de aquella ensoñación en la que se había sumido cuando Kebia le había nombrado a sus padres y me miró directamente, le dediqué una sonrisa de disculpa, tratando de expresarle lo mucho que sentía la metedura de pata por parte de mi hermana. Oren terminó por sonreír también.

-Es mucho mejor que lo que pensaba -respondió.

Entre la multitud se abrió un pasillo que desembocaba en donde estábamos. Kebia regresaba acompañada de Daren y un par de personas que Oren no conocía pero que yo sí.

Kebia había decidido por su cuenta presentarles al resto de la familia a Oren, sin contar con mi opinión al respecto. Junto a ella iban Daren, con su habitual gesto serio, Herta y Trinity. Detrás de ellos los seguían Zavia y Jukka, que parecía bastante nervioso.

Se me escapó un resoplido de disgusto al comprender las intenciones de mi hermana al haberlos traído a todos. Kebia y su comitiva se plantaron frente a nosotros con una sincera sonrisa, exceptuando a Daren, que le dirigió una fría mirada al chico.

-¿A que es mono? -preguntó Kebia a mis hermanas, con una sonrisa-. Lyllea tiene muchísima suerte de haberlo encontrado.

Zavia, Herta y Trinity se miraron un instante, antes de soltar una carcajada. Me sonrojé sin poder evitarlo. Zavia comenzó a rodearlo, estudiándolo fijamente y moviendo los ojos en mi dirección.

-Mmm, sin duda alguna es bastante mono… -coincidió con Kebia-. Pero creo que le falta algo… Dime, muchacho, ¿cómo has dicho que te llamas? -le preguntó directamente a él.

-Mi nombre es Oren -respondió secamente el chico.

-¿Oren? -repitió Trinity, pensativa-. ¿No eres tú el hermano de Kellan, de la patrulla de Bishook? Sí, creo que sí -se respondió a sí misma-. Eres muy parecido a él.

-Veo que tenéis a mi hermano en alta estima si conseguís recordarlo -comentó Oren-. Me agrada mucho que os sea de ayuda.

-¡Kellan! -repitió Daren, cayendo en la cuenta-. ¡Era el hijo del herrero! No sabía que tenía un hermano pequeño, nunca ha hablado de ti.

Aquel comentario esperaba que lo hiriera y que hiciera que Oren saltara a la defensiva, como tendría que haber sucedido, pero Oren simplemente esbozó una media sonrisa, como si no tuviera la mínima importancia. La relación que mantenía con su hermano no podía denominarse como “amistosa”. Kellan ordenaba y Oren tenía que obedecer, sin rechistar. En el caso de que Oren mostrara un poco de rebeldía, las consecuencias eran visibles a cualquier espectador que se fijara atentamente en los brazos del muchacho. Ninguno de ellos se sentía el mínimo cariño, eran como dos extraños que tenían que vivir juntos y subsistir.

Pero eso era algo que ellos no sabían, pero yo sí.

-No le gusta mucho hablar de ello, es tan reservado -ironizó el chico, respondiendo a la provocación de Daren-. Estoy seguro que es un gran rastreador, ¿a que sí?

-Eso es cierto -concedió mi hermano-. Es un lobo prometedor y un gran rastreador, como tú bien has dicho. Sin embargo, estamos faltos de más gente que se nos una…

Trinity esbozó una sonrisa pícara. Sabía a dónde quería llegar con aquella conversación con Oren, aunque no tuve oportunidad de decir nada.

Al parecer, en esa conversación estaba totalmente excluida.

-¿Intentando convencerlo de que se una a tus tropas, hermano? -le preguntó Trinity, sonriente.

-Cualquier hombre es bienvenido a nuestras tropas, Trinity. Y si este muchacho quiere unirse, no tengo inconveniente alguno en aceptarlo en nuestra patrulla. Cuanta más ayuda, mejor. No debemos permitir que los vampiros nos coman terreno o nos sigan robando esclavos para alimentarse -repuso Daren, bastante serio.

Me mantuve en silencio, observándolos a todos fijamente y sin saber muy bien qué decir. En aquel improvisado corrillo, yo era la única que no había conseguido convertirse en lobo y eso era uno de los temas tratados en la conversación que se estaba manteniendo. Me sentí muy pequeña, sin importancia, al lado de todos ellos.

Zavia me dirigió una rápida mirada, preocupada. Me había encogido un poco, apenada por no haber sido capaz aún de llevar a cabo mi propia transformación. Entre tanto, el resto hablaba sobre la desaparición de esclavos entre sus tierras y la posibilidad de ir a ciudad Umbría para comprar algunos humanos más.

Umbría era un pequeño trozo de Tierra que había sido conquistada por los humanos que habían conseguido escapar de las garras de los licántropos y vampiros y se dedicaban al comercio. Era un territorio neutral, por lo que allí las peleas entre vampiros y hombres lobo estaba completamente prohibida. Además, se rumoreaba que allí se estaba congregando un gran grupo de humanos que estaban dispuestos a masacrar a las dos razas para vengarse de ellos. Aún no estaba nada claro, pero se temía que se estuvieran preparando y buscando materiales a los que los vampiros y hombres lobo fueran débiles. Herta opinaba en ese momento que quizá no era una buena idea, ya que los tratos de hombres lobo con gentes de Umbría estaban siendo muy caros y no podían permitirse el lujo de gastar mucho.

-Además, si la guerra llega a producirse en breve, no tendríamos medios para proveernos de lo que necesitamos para equipar a nuestros humanos -alegó, muy orgullosa de su argumento.

-Sin embargo… ¿Qué podemos hacer? Necesitamos más esclavos para que puedan hacer lo que les designamos… -inquirió Jukka.

-La idea de la revolución se está corriendo como la espuma, Jukka, no querrán vendernos esclavos. Tendremos que buscar otros métodos para darles una buena lección.

-Podríamos asustarlos, ¿no? -propuso Kebia, con un tono oscuro-. Nosotros somos lobos, podríamos convertirnos en lobos y amenazarlos durante un tiempo, dando a entender que no nos vamos a amedrentar por una panda de asquerosos humanos…

Daren la hizo callar con un movimiento de mano. Como hermano mayor y futuro heredero de aquel imperio y de la misión de seguir intentando extinguir a sus enemigos naturales, los vampiros, estaba en su mano y era su deber el tomar las decisiones en aquellos casos, ya que su padre no estaba en situación para llevar a su pueblo hacia la gloria. Kebia lo miró con los ojos entornados, bastante molesta por aquella interrupción por su parte. Yo, por el contrario, me mantuve en mi habitual silencio, como una espectadora muda de todo aquello.

-No permitiremos que los vampiros sigan haciendo de las suyas. Conseguiremos más esclavos, más gente… y acabaremos con ellos –añadió con un tono sombrío lleno de un anhelo de venganza estremecedor.

-No podemos seguir infectando a la gente, Daren –intervino Trinity-. Entrenarlos nos costaría muchísimo tiempo y sabes que los que son más novatos son muy inestables, un peligro.

-Quizá eso nos venga bien… Al ser más inestables, tienen más fuerza y podrían sernos de ayuda en el caso de que los vampiros nos planten batalla –dijo Daren.

Me removí un poco, incómoda. Una de las doncellas pasó por mi lado y pude alcanzar a duras penas una de las copas que me había ofrecido la doncella y comencé a darle pequeños sorbos, mientras Oren me miraba con un gesto de curiosidad, como si esperara que yo dijera algo. Pero no dije nada. Mientras tanto, mis hermanos mayores habían comenzado a discutir.

-Un ataque por sorpresa sería lo que necesitamos –murmuraba Jukka.

-Está claro: debemos usar a los infectados como ataque sorpresa. Sus bajas no nos causarán mucho, nosotros somos los que necesitamos ese pequeño espacio para poder acabar con ellos finalmente –asintió Daren.

Zavia había torcido el gesto y se había cruzado de brazos. Ella era una de las estratagemas más reconocidas allí y, por tanto, todo lo que era referido a batallas y estrategias corría a su cargo. Sin embargo, aquel vacío que estaban haciéndole estaba poniéndola realmente furiosa.

-Creo que el deber de decidir o no decidir qué estrategia seguir es mío –intervino, puntualizando.

Daren se giró hacia ella con un gesto de incredulidad, pero sin atreverse a contrariarla. Era cierto que Zavia era la encargada de decidir qué estrategias debían seguirse y se encargaba de las mismas en revisarlas y prepararlas. Nuestro padre estaba muy orgulloso de sus avances, pero él no. En toda la Ciudad se rumoreaba que, de seguir así, Zavia podría sustituir a Daren, lo cuál sería la primera vez y toda una sorpresa, ya que ninguna mujer había sido la líder de todos los licántropos. Y eso sacaba de sus casillas a Daren, porque ese puesto le pertenecía a él por nacimiento.

-Solamente hablábamos generalizando, Zavia –se explicó-. Tú serás la encargada de todo lo referido a la estrategia, hermana. No debes preocuparte por ello.

Yo miré a Oren, que parecía haberse sumido en un reflexivo silencio. Parecía estar observándonos a todos, estudiándonos a cada uno; seguramente ya habría adivinado las tiranteces que se respiraban dentro de mi familia por acceder al poder.

-Muchacho, te veo muy callado –dijo una voz que nos sobresaltó a ambos.

Oren se giró y vio que era Trinity quien había hablado. Mi hermana mayor lo miraba con un gesto un tanto preocupado, quizá porque no era plato de buen gusto ver discutir a nuestros dos hermanos delante de invitados que pudieran contarlo y hacer correr la noticia. Oren esbozó una sonrisa de disculpa.

-Debo haberme quedado un tanto adormilado –repuso-. No he podido dormir mucho en esta última noche –añadió, mirándome de reojo.

Me enrojecí levemente y de manera inconsciente mientras desviaba la mirada y fingía interesarne por la conversación que habían empezado Kebia y Herta sobre el invierno y la poca resistencia que tenían los humanos ante el frío. Oren se echó a reír en voz baja mientras Trinity y Daren seguían discutiendo moderadamente sobre el próximo Festival de la Caza. Sin embargo, era palpable la tensión existente entre Zavia y Daren por la discusión de antes.

-Usar de nuevo a los humanos como diversión no me parece que sea lo más adecuado –comentaba Trinity, torciendo el gesto-. Podríamos innovarnos un poco, hermano.

Parecía que el interés que los había cautivado sobre Oren había desaparecido por completo tras la pelea, por lo que el chico se acercó discretamente hasta donde yo estaba, mientras cogía una copa de plata bastante gastada que le ofrecía un asustado humano con ropas bastante andrajosas.

-Menuda fiesta, ¿eh? –me preguntó, sonriente-. Es una suerte que esté vivo lo suficiente como para poder disfrutar de ella –añadió, con malicia.

Lo fulminé con la mirada, mientras mis cabellos platinos se removían.

-Eres un bobo –le espeté-. Lo que quieres es burlarte de mí, ¿a que sí? Pues, lo lamento, no vas a conseguirlo.

Aquello hizo que a Oren le entrara tal ataque de risa que casi todo el mundo, en especial mis hermanos, se giraran hacia nosotros con una mirada curiosa y, algunos, un tanto molesta. Yo, completamente colorada por semejante espectáculo, cogí a Oren por una de las mangas y lo arrastré tras de mí hasta uno de los jardincitos que había dentro de la fortaleza. Me cercioré que no hubiera ningún curioso que pudiera vernos u oírnos y me encaré a Oren, que se apoyaba en una de las paredes de piedra para evitar caerse de la risa.

-¡Eres un maleducado! –le chillé, roja de ira-. ¡Siempre estás haciendo lo imposible por montar algún espectáculo! Si tanto te gusta… ¡hazte bufón de la Corte!

El chico, haciendo un esfuerzo terrible por mantenerse en pie y tratar de contener el ataque de risa, me miró fijamente.

-Prefiero ser antes un bufón que no uno de vuestros perritos falderos –dijo, muy serio.

Me incliné más hacia él, furiosa, mientras comenzaba a temblar. Oren me siguió mirando, pero con un brillo de curiosidad. Estaba fuera de mí y era incapaz de articular palabras coherentes, mientras las trataba intercalaba con gruñidos y una voz que sonaba muy áspera y ronca, como un aullido de lobo.

-¡Eres… eres…! –intentaba decir, fallando estrepitosamente.

Oren se cruzó de brazos y siguió mirando en mi dirección como si fuera una atracción ambulante. Mi enfado siguió corriendo por mis venas como si fuera fuego. Quería abandonarme a esa corriente cálida que me recorría y dejar de pensar; quería actuar de manera inconsciente y dejar atrás ese molesto dolor que había aparecido en todas mis articulaciones. Abrí la boca para decir algo, pero Oren alzó las manos en son de paz.

-Ya sé que soy un idiota, un imbécil si así lo prefieres –dijo, intentando sonar arrepentido-. Lo siento mucho, creo que me he pasado un poco de la raya. Pero, tienes que comprender que es la primera fiesta a la que asisto, estaba nervioso.

Lentamente, fui retrocediendo. Los temblores que sacudían mi cuerpo fueron remitiendo poco a poco y mi respiración volvió a ser pausada y tranquila, como siempre; miré a Oren sin saber muy bien qué me había sucedido apenas unos instantes antes.

-Al menos hemos comprobado que no estás hueca –comentó Oren con cautela.

Parpadeé varias veces, mirándole con aspecto de no haber entendido nada.

-Quiero decir, que antes has estado a punto de transformarte –especificó él-. Eso es una buena señal, sólo tienes que dejarte llevar hasta el final. El resto viene sobre la marcha.

-¿Has estado haciendo todo esto para probarme? –pregunté-. ¿Para ver si era capaz de transformarme o no?

Oren abrió la boca para responderme, pero una sombra apareció sobre nosotros y yo me aparté mecánicamente de él, creando una buena distancia entre nosotros, y no sin antes fulminar una última vez con la mirada a Oren. Kebia se echó a reír.

-Lamento aguaros la fiesta, pero me han enviado a buscaros –comentó, como si se sintiera culpable de haber interrumpido aquel momento tan «idílico»-. Al parecer papá quiere hablar con tu amiguito. Daren debe haberle dicho algo…

-¡Qué! –exclamé.

-Ah, calma, calma –repuso mi hermana, sonriente-. Creo que es algo bueno, créeme. Daren no es tan idiota de meter la pata para fastidiarle la fiesta a papá; aquí hay demasiados licántropos influyentes.

-Yo creía que esta comunidad era la más importante –interrumpió Oren, que se había mantenido en silencio todo aquel tiempo.

Kebia se giró hacia él con una sonrisa pícara.

-Se nota que no has salido más allá de los territorios de la Ciudad, ¿verdad? –preguntó ella y, sin esperar a que él respondiera, continuó:-. A parte de esta Ciudad hay varios pueblos, por así denominarlos, que nos ayudan a mantenernos a flote. Sobrevivimos gracias a ellos y cada pueblo…

-Sí, sí. Debe estar custodiado por alguien, ¿no? –la cortó Oren, impaciente-. Resumiendo: aquí están todos los perritos falderos de tu padre.

Me incliné amenazadoramente sobre Oren con intención de propinarle un buen golpe, y no solo por su comentario sobre mi padre, pero Kebia me frenó a tiempo y me dedicó otra de sus sonrisas, esta vez irónica. Admiraba a mi hermana mayor por aquella vitalidad, pero también por ser capaz de mantener la calma y no propinarle un buen mamporro en el morro de Oren.

-Sí, es una forma de verlo –respondió Kebia, guardando las formas-. Y ahora, si no os importa, hay que entrar.

Sin añadir nada más empezó a empujarnos hacia el interior de la casona, sin miramientos. Esbocé una sonrisa bastante comprometida ante el gesto de incredulidad de Oren.

Dentro del salón, todo el mundo se mantenía expectante y a la espera de saber qué estaba sucediendo. Muchos hablaban entre susurros y con los ojos brillantes, también como causa de la bebida. Kebia daba pequeños saltitos mientras aguardaba pacientemente al resto de nuestros hermanos.

Me mantuve cerca de mi hermana, mientras el resto de nuestros hermanos hablaban alegremente con el resto de invitados. Kebia parecía estar pensando en otra cosa, ya que se la veía callada y un tanto cabizbaja, no como antes. Lo noté y la rocé levemente con la mano, atrayendo su atención.

-¿Qué te pasa? –le pregunté, preocupada.

Ella pareció despertar de sus propias ensoñaciones y me miró con un extraño brillo.

-No es nada –respondió Kebia, con rapidez y mostrando la mejor de sus sonrisas-. Y, por favor, disfruta de la fiesta, Lyllea.

Le dediqué una media sonrisa y volví junto a Oren, que parecía estar un poco enfurruñado, quizá por la discusión que había mantenido con Kebia hacía apenas unos instantes. Oren sonrió ampliamente al verme llegar.

-Pensaba que ibas a regresar a tu torreón para encerrarte hasta mañana –comentó él, con un tono de burla.

Le di un suave manotazo en el brazo, apretando los labios para no reírme también. Justo cuando iba a responderle, entró en la sala, siempre rodeado de su guardia personal, mi padre. La multitud de pieles que lo cubrían, además de las ostentosas piezas de ropa que portaban demostraban que allí él era el que mandaba sin que nadie pudiera hacerle sombra. Eso sin contar con el líder de los vampiros.

Oren se inclinó hacia mí.

-Vaya porte –le comentó, al oído-. Ahora entiendo por qué tu hermano es tan estirado…

Me tapé la boca a toda prisa, intentando ahogar una risita que se me había escapado. A pesar de que Oren no parecía estar muy cómodo en aquel ambiente, procuraba disimularlo para que no me sintiera mal.

Cuando mi padre alzó los brazos, provocando que todo el mundo se callara, me puso rígida, como si fuera una respuesta automática a aquel gesto. Mi hermano mayor, Daren, estaba a su lado, igual de erguido que nuestro padre y escrutando con la mirada cualquier detalle que hubiera cerca de él. Incluso pude distinguir un brillo de orgullo.

-Queridos hermanos –empezó el hombre, con un tono bastante afable-, me alegro de que hayáis podido reunirnos en esta celebración que, a mi parecer, debe ser toda una fiesta… más que ésta –se apartó un poco y cogió a Daren por el hombro-. Éste es mi hijo, mi sucesor, y quiero anunciaros que, para que el importante linaje de nuestra familia continúe, ha decidido comprometerse con la hija de un gran amigo mío.

Hubo un gran estallido de aplausos y felicitaciones por parte de los invitados mientras me encogía al ver a una chica de mi edad que avanzaba con timidez hasta colocarse al lado de Daren, que le dio la mano, mientras el padre de ella le estrechaba la mano a mi padre.

Observé cómo Oren no le quitaba la vista de encima a la prometida de Daren, que sonreía tímidamente mientras Daren lo hacía de una forma más amplia, que parecía no saber qué hacer. Era demasiado joven y yo dudaba de que la chica hubiera tenido elección; sabía cómo iban los temas de matrimonios en aquellas altas esferas de su sociedad.

-Oye, ¿estás bien? –se interesó Oren, preocupado mí.

Negué varias veces con la cabeza, bastante afectada por algo que Oren no era capaz de entender. Sin embargo, me cogió con cuidado del brazo y me guió de nuevo hasta los jardines, donde pude recobrar un poco el color y recuperarme del susto.

Oren se inclinó hacia mí, escrutándome con la mirada.

-Estoy… bien –respondí, mientras me pasaba la mano por la frente.

-¿Qué te ha pasado? –inquirió él-. Cuando estábamos ahí dentro parecía que hubieras visto un fantasma…

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