V. Decepción

Le miré con horror, consciente de lo que se nos avecinaba. A pesar de tener a un grupo bastante nutrido de hombres lobos cabreados y buscándome, no parecía en absoluto disgustado con la idea de tener que enfrentarse a todos ellos. Ante mi sorpresa, Oren me dedicó una amplia sonrisa.

-Vamos, vamos –intentó animarme, sin conseguirlo-. Seguro que no es para tanto, todo saldrá bien.

Lejos de animarme, mi cuerpo comenzó a temblar con mucha más fuerza y tuve que abrazarme a mí misma para intentar detenerlos; Oren no los conocía tan bien como yo…

-No los conoces, no los conoces… -gemí, ocultando la cabeza entre las manos-. Ellos no conocen lo que es la piedad, ¡seguramente se imaginen algo que no es y te maten!

Oren se echó a reír.

-No serían capaces de deshacerse de uno de los suyos –destacó el licántropo-. La gente como tu hermano sabe valorar a cada uno de los hombres lobo que viven en sus terrenos. No quieren perder a nadie, todos somos importantes ante una guerra contra los Sin Alma. Probablemente me lleven ante tu padre para que me juzgue… Yo le echo un par de días en las mazmorras… -añadió, con tono pensativo y burlón.

No pude reprimir las ganas de soltarle un manotazo que le dio en el brazo. Sabía que sus intenciones no tenían ningún tipo de maldad, pero no podía evitar pensar en que mi hermano pudiera hacerle daño. Oren era lo más parecido a un amigo que había tenido en toda mi vida, por denominarle de algún modo. Era mi primer amigo. Y no iba a permitir que nadie me lo arrebatara.

El sonido de las pisadas de los lobos seguía acercándose, sin descanso. Tarde o temprano iban a llegar a la Línea Divisoria y, entonces, todo se habría acabado. Quise desaparecer, fundirme con la tierra o, por un momento, fantaseé con la idea de entregarme sin oponer la más mínima resistencia. Cerré los ojos con fuerza. Los apreté más cuando mi desarrollado oído captó el sutil sonido que hacían las almohadillas de las patas de los licántropos que ya estaban casi encima de nosotros. Después, todo se quedó en silencio. El bufido de Oren me indicó que era un buen momento para abrir los ojos: estábamos rodeados. Toda la manada se había colocado en forma de medio círculo para evitar cualquier riesgo de fuga por parte de alguno de nosotros dos. Frente a mí había un lobo que me miraba fijamente y que conocía demasiado bien.

Después, un muchacho con la mirada severa me observaba con un gesto de enfado evidente. Dio un par de pasos, pero mantuvo las distancias, mirando de hito en hito a Oren, que seguía a mi lado, sosteniéndole la mirada a otro lobo que no le perdía de vista.

-Te hemos estado buscando un largo rato, Lyllea -empezó Daren, con tono irritado-. ¿Sabes lo preocupado que están todos? ¿Eres capaz de imaginarte el dolor que le has provocado a papá? ¿Eres consciente?

El poder que emanaba su tono de voz hizo que bajara la cabeza, avergonzada. La siguiente orden que dio me dejó la boca seca.

-Cogedle.

Dos lobos se acercaron peligrosamente a él, intentando cercarlo. Oren les enseñó los dientes, como señal de resistencia. Sinceramente creí que se transformaría allí mismo, plantándoles cara. Pero, por el contrario, el muchacho no opuso resistencia. Los lobos que le habían cercado se habían convertido de nuevo en hombres y lo sujetaban firmemente por los brazos, evitando una posible huida por su parte.

-¡No! –chillé-. ¡Soltadlo de inmediato! ¡Él no tiene nada que ver, este chico me ha ayudado cuando me he perdido!

Daren me miró con un gesto de curiosidad.

-¿Qué quieres decir? –preguntó, estupefacto-. ¿Él no te ha hecho nada?

Negué con la cabeza, desesperada.

-¡Cuando me escapé de casa me encontré con este chico! –las palabras empezaron a trabárseme debido a la rapidez con la que intentaba explicarme-. ¡Él se ofreció a ayudarme, ajeno a toda mi historia y a mi procedencia!

Mi hermano se giró hacia Oren con un gesto desafiante.

-¿Es eso cierto, chico?

Oren asintió varias veces.

-Ella estaba perdida, no tuve más remedio que ayudarla. En mi casa, ayudar a las señoritas es una de las prioridades más importantes para ser un caballero -le respondió con un tono burlón.

Los ojos de Daren relampaguearon de ira, estaba claro que no iba a consentir que ningún niñato como aquél le faltara el respeto de esa forma o, peor, que se burlara de él delante de toda su gente. Se adelantó hasta quedar cara a cara con el chico.

-¿Y no te han enseñado en tu casa a mostrar tus respetos ante la gente superior a ti? -le dijo, conteniendo su ira.

Oren sonrió con una mueca burlona.

-Me temo que no, señor -le respondió-. Lo que me han enseñado es a no tratar con sanguijuelas.

Vi a cámara lenta cómo mi hermano levantaba la mano para propinarle una fuerte bofetada a Oren, el chasquido de la piel al impactar contra la de Oren me provocó dentera. Oren giró la cabeza de nuevo hacia Daren, con la mejilla colorada debido al golpe.

-¡Muestra un poco de respeto hacia tus superiores, muchacho! -le espetó Daren.

Acudí al lado de mi hermano rápidamente con actitud suplicante.

-¡Déjalo, Daren! –casi le imploré-. ¡Él me ayudó! ¿Acaso él, mi salvador, no merece una recompensa por traerme a salvo?

Daren me dedicó una mirada dubitativa, mi hermano era un gran conocedor de nuestras leyes y un seguidor acérrimo de su cumplimiento. Giró su cabeza hacia Oren y le dirigió una mirada enfurecida. Hubo unos minutos de silencio.

-Está bien –aceptó al final y con un poco de desgana-. Por esta vez le perdonaré la vida, pero espero que esto te sirva de escarmiento para la próxima vez. Espero no cruzarme contigo, o de lo contrario, te arrepentirás.

Oren se deshizo de los dos hombres que lo sujetaban y se sacudió.

-Creo que, en este momento, debería dar las gracias pero, conforme me habéis tratado, no creo que os las merezcáis -comentó.

Daren esbozó una sonrisa viperina.

-Entonces, demostradnos que sois de fiar –le propuso, manteniendo la sonrisa en sus labios-. Llevad de vuelta a la princesa Lyllea al castillo. Allí, mi padre te compensará como debe. Nosotros debemos quedarnos, hay un aroma extraño en el aire.

El resto de lobos se apartaron de nuestro camino, dejando un camino para que pudiéramos pasar por ahí. Oren echó a andar hacia el bosque, mientras yo le seguía de cerca. A nuestras espaldas, alguien debió hacer un comentario gracioso porque todos estallaron en carcajadas, siendo la de Daren la más alta. Cuando nos alejaron lo suficiente de donde estaban los lobos, Oren soltó un respingo y se llevó una mano a la mejilla dolorida, que se le había hinchado un poco.

-Ha sido culpa mía –murmuré, bajando la mirada-. No he debido meterte en este asunto…

-Tú no tienes la culpa de que tu hermano sea un imbécil mimado. La culpa la tiene tu familia, por haberlo tenido todo ese tiempo entre algodones -le restó importancia él.

-Entonces, ¿realmente me vas a llevar a casa? –pregunté con timidez.

-Si quiero que tu hermano se trague sus palabras, sí, tendré que hacerlo -contestó Oren-. Así que, déjame un poco de espacio para que me transforme.

Obedecí automáticamente, apartándome de su camino y pegando mi espalda al tronco que tenía más cerca. Oren echó la cabeza hacia atrás y soltó un rugido. Su cuerpo comenzó a sufrir las convulsiones habituales y, poco a poco, fue saliéndole pelo y, por tanto, convirtiéndose en un lobo. Cuando la transformación hubo terminado, el lobo me miró fijamente.

Vamos, Lyllea, dijo el lobo, no tenemos todo el día, ¿verdad?

Tardé unos segundos en ponerme en marcha, sorprendida por la forma en la que Oren parecía comunicarse conmigo, por lo que el lobo soltó algo parecido a un respingo de impaciencia.

¿Qué te ronda por la cabeza ahora?, preguntó, Si no nos vamos rápido, no podrás llegar a tiempo a tu casa.

-¡Mi casa! –estallé con resquemor-. ¡Estoy harta de mi casa, de mi familia! Siempre están diciendo que no debo salir de allí, ¡sólo puedo salir junto alguna de mis hermanas! Y la última vez me perdí…

¿Te perdiste?, se carcajeó el lobo, ¿Quién demonios se perdería en su propio pueblo? No, mejor dicho: ¿quién es la torpe que se pierde en su propio reino?

Solté una risotada amarga.

-Debo ser la única –respondí con un tono venenoso-. Es tan, tan triste. Nunca conseguiré salir de allí, me quedaré encerrada en la fortaleza para siempre.

No, siempre te queda la última opción: la huida, me dijo el lobo, mientras corrían, Aunque, claro… Conociéndote, tu mala suerte es todo un problema en el plan. Si ya has intentado huir y te persigue casi una manada entera de lobos… No quiero ni imaginarme lo que sucedería la próxima vez.

-No va a haber una próxima vez –le aseguré, consciente de lo que iba a ser de mí cuando me topara con Daren-. Mi hermano ya se encargará de que no vuelva a salir del castillo durante mucho tiempo.

¿Por qué no le cuentas a tu padre lo que realmente piensas y le pides que te deje un poco de… libertad? Puedes llevar alguna doncella para que te vigile…, me propuso el lobo.

-Mi padre nunca me dejaría al cargo de ninguna humana. Para él, los humanos simplemente son mano de obra, criados, esclavos… Gente que no tiene derechos. Según él, no son como nosotros, ellos son inferiores.

Eso es cierto, Lyllea. En el pasado, los humanos hicieron sufrir mucho a nuestra especie. Nos tenían como a sus sirvientes. Ahora, la balanza se ha inclinado a nuestro favor y el dolor que nos hicieron se les ha sido devuelto.

-Hablas como mi familia –le acusé, asqueada-. No entendéis que si cooperamos bien con los humanos, podremos salir adelante. Si seguimos en esta situación, habrá un momento en que los humanos se sublevarán y no podremos hacer nada. La situación cambiará de nuevo y seremos exterminados.

Ambos nos dimos cuenta que, mientras conversábamos, habíamos estado acercándonos al castillo. Delante se elevaba un enorme castillo que tanto odio había ido cogiéndole con el paso del tiempo. El lobo comenzó a frenar, mientras se acercaba a una puerta que daba a un enorme jardín. Cuando paró completamente, me bajé de un salto y esperé a que se transformara de nuevo. Oren no tardó en llegar a mi lado, observando, no sin cierto miedo, aquel enorme castillo. Soltó un silbido de elogio.

-No te podrás quejar de vivir bien, ¿verdad? –inquirió mientras me seguía de cerca.

Torcí el gesto, pero él no pudo verlo porque yo iba delante.

-No, no me puedo quejar de mi forma de vivir, pero me gustaría que fuera más… normal.

-¿Una vida como la mía? -preguntó Oren, perspicaz-. Aunque, mi forma de vida lleva incluido golpes.

Bajé la mirada, aún me resultaba muy duro hablar de aquellos temas tan espinosos con Oren, que no parecía darle importancia que realmente tenía.

-Cielos, estaba de broma –se apresuró a añadir-. Sé que es duro estar encerrada todo el día aquí, por lo que tendré que pedirle muy amablemente a tu padre que te deje salir de aquí. Ya que tú no eres capaz… Yo mismo me ofreceré a supervisarte, si es necesario.

Me pasé una mano de manera inconsciente por mis cabellos platinos. No estaba muy segura de que la idea de Oren pudiera salir bien, mi padre era muy estricto y no iba a permitir que su hija pequeña anduviese por ahí con cualquiera. Abrí la puerta e invité a que Oren pasara. Cuando ya estuvimos en su interior, se oyó un chillido y unos brazos me apresaron con demasiada fuerza, haciendo que me quedara sin aire.

-¡Dios mío! ¡Dios mío! -oí chillar.

No tuve ningún problema en reconocer a la interlocutora de aquel grito. Era mi hermana Kebia, que debía haberse fijado en mi llegada y me había esperado pacientemente. Cuando conseguí zafarme de su prisión, le dediqué una mirada cargada de curiosidad.

-¡Sabía que Daren te encontraría! –chillaba Kebia mientras daba vueltas por la habitación-. ¡Aunque Jukka también iba con él…!

-¿Jukka? –me extrañó que mi hermano hubiera decidido participar en mi búsqueda. Jukka era muy reservado y siempre estaba metido en la biblioteca, en su habitación o en una de las terrazas, junto a mis otras dos hermanas: Herta y Zavia. Aquella revelación por parte de Kebia se me antojó extraña.

Kebia había pasado a ignorarme por completo, ya que tenía su mirada clavada en Oren. El muchacho, por el contrario, se había cruzado de brazos y la observaba con curiosidad.

-¿Quién es tu nuevo amiguito, Lyllea? -preguntó, quisquillosa-. Daren no nos ha informado de que nadie te acompañaba.

-Él es… Ury –le presenté a toda prisa, recordando cómo quería que lo llamasen-. ¿Y cómo es que sabíais que venía hacia aquí?

-Hace poco ha venido un lobo con un mensaje de Daren –me explicó ella, aún con la vista clavada en el chico-. En él nos decía que ya te habían encontrado y que te dirigías hacia aquí. Posiblemente se le olvidó este detalle.

-O más bien no quería que nadie supiese que sus estúpidos lobos han tardado más de lo que él esperaba en encontrarla, con tan mala suerte de encontrarme a mí también -intervino Oren con cierta sorna.

-Eso tenlo por seguro -coincidió sorprendentemente Kebia-. Daren odia a todo aquél que lo supera. Y tú, has conseguido mi respeto. Aunque será mejor que pasemos dentro, mandaré que os preparen algo de comida.

Oren se encogió de hombros y marchó tras Kebia, mientras yo me quedaba retrasada pensando en el motivo por el cual Kebia estaba siendo tan amable con Oren. Normalmente, no se mostraba tan amable y atenta con gente desconocida, aunque fueran hombres lobo. Me encogió de hombros y seguí a los dos.

Kebia entró trotando en las cocinas. No estaba muy habituada con aquella parte del castillo porque me tenían estrictamente prohibido bajar allí. Todo estaba lleno de utensilios de barro y algunos de un material grisáceo y reluciente. Las paredes, estaban cubiertas de estantes que en su interior estaban repletos de especias en sus respectivos botecitos. Y luego había hornos, una gran cantidad de hornos. Hechos de algo que no conseguí descubrir, estaban pegados a la pared. Lo que más me extrañó es que estuviera todo desierto. Kebia debió adivinar lo que pensaba, porque esbozó una sonrisa divertida.

-Todos están fuera –me explicó con paciencia-. Papá les ha ordenado que salgan a comprar comida para celebrar un gran manjar, parece ser que celebramos algo. ¿No lo sabías? -preguntó, con cara incrédula.

Negué con la cabeza.

-Papá no está al corriente de tu “huida” -me confió en un tono bajo y misterioso-. Daren se enteró que había montado un baile porque hoy nos va a desvelar algo importante. Por eso todo el mundo está fuera, poniendo todo a punto. Si quieres, puedes traer a tu amigo -añadió, guiñándome un ojo picaronamente.

-¿Qué será lo que papá quiere decirnos? –me pregunté en voz alta.

-No lo sé, pero parece que todo el reino va a estar presente. Debe ser algo importantísimo, de lo contrario, habría sido una fiesta más íntima, sólo nobles, ya me entiendes.

Oren nos seguía de cerca, con aspecto curioso, observando cada rincón de la sala. Kebia y yo íbamos en cabeza, hablando de nuestras cosas. Salimos a un gran pasillo que me resultó muchísimo más familiar que la anterior sala. Kebia seguía en sus cosas, por lo que no prestó atención alguna a la muchacha que había aparecido. Sin embargo, yo sí que supe que estaba allí por el olor que desprendía, la miré con curiosidad. Llevaba el uniforme que todos los criados debían tener.

-¿Y ahora qué sucede? -preguntó Kebia, de mala gana.

La muchacha hizo una reverencia.

-Su madre os ha mandado llamar a sus habitaciones -le dijo-. Espero no ser indiscreta pero, ¿es uno de los invitados? -preguntó, mirando directamente a Oren.

Nos giramos a la vez, recordando la presencia de Oren en el castillo. Kebia sonrió.

-Por supuesto –asintió de manera muy teatral-. Acaba de llegar y está agotado. Preparen inmediatamente un baño y una habitación. Ah, y algo de comida y un buen traje para esta noche. No queremos que le falte de nada.

La doncella asintió y le hizo una señal a Oren, para que la siguiera. El chico se acercó a ella y se marcharon hacia el lado opuesto de donde iban las dos chicas. Kebia lo vio marchar con un gesto de pena. No pude evitar contemplarla en silencio, preguntándome qué me estaba perdiendo. ¿Qué le sucedía?

-¿Seguimos, Kebia? –pregunté, tratando de volver a atraer su atención.

Kebia sacudió la cabeza, intentando despejarse y sonrió.

-Por supuesto -aceptó.

No tardamos en llegar a la habitación de nuestra madre. Antes de entrar, Kebia llamó a la puerta varias veces, hasta que nuestra hermana Herta nos abrió la puerta. Entramos lentamente, casi con timidez, y nos sorprendimos de encontrar allí también a Zavia. Todas nosotras nos miramos con un gesto de sorpresa, parecía ser que ninguna sabíamos que nos íbamos a encontrar allí. Nuestra madre, la reina Erza, nos recibió con una sonrisa.

-Celebro ver que se os ha informado rápidamente –suspiró-. Aunque no tenemos tiempo que perder, vuestro padre ha decidido celebrar una fiesta en honor a una celebración próxima que es… -parecía bastante emocionada-. ¡Es una felicidad para todos!

Nos miramos sin saber a qué se refería exactamente. Ella no nos hizo caso y siguió hablando rápida y atropelladamente.

-Tendréis que arreglaros bien, puesto que asistirá todo el mundo –prosiguió, dando vueltas por la habitación con nerviosismo-. Ya he mandado que os lleven vuestros trajes a vuestras habitaciones. Pero, antes de nada, quiero avisaros que esta noche quiero que todo sea perfecto. Nada de peleas estúpidas -enumeró mamá, mirando directamente a Kebia-; nada de espectáculos -miró a Zavia, que no le hizo el mínimo caso- y, por supuesto, nada de irse sin avisar a nadie -finalizó, mirando a su hija menor.

Herta carraspeó, llamando su atención.

-¿Se puede saber el motivo exacto? -preguntó.

Erza amplió su sonrisa.

-Aún no, cielo, pero pronto lo sabréis. Podéis marcharos –nos despachó, dándonos la espalda.

Salimos en una ordenada fila, como se nos había enseñado de pequeñas, y nos quedamos en el pasillo, hablando y murmurando. Algunas de mis hermanas estaban bastante alteradas sobre la fiesta. Kebia y yo nos mirábamos con un gesto cómplice. Ese gesto no le pasó desapercibido a Herta.

-Y a vosotras dos, ¿se puede saber qué os pasa?

Kebia fingió una mirada sorprendida y nerviosa.

-Pues que no tenemos tiempo que perder para ponernos nuestras ropas, ¡adiós! -les dijo, mientras me agarraba y tiraba de mí para que la siguiera.

Me llevó a su habitación y cerró la puerta, con un suspiro. Parecía bastante nerviosa en realidad, algo que me sorprendió gratamente. Kebia nunca se había mostrado tan nerviosa y tuve la rara sensación de que se trataba de Oren. Kebia empezó a pasearse por delante de mí, mirándome de vez en cuando.

-Veamos, ¿dónde has conocido a ese chico? -empezó, con los ojos abiertos como platos.

-Me topé con él cuando trataba de huir. Él fue simpático conmigo y empezamos a charlar… Después, bueno, después tuve un percance y Ury me ayudó. Ha sido muy amable conmigo aún sabiendo que soy yo.

Kebia se rascó la barbilla, aún pensativa.

-¿Sabes si…? –empezó con cuidado, como si yo lo supiera todo sobre él.

Se me escapó un suspiro.

-Si te refieres a si tiene novia, no –respondí cuando comprendí a qué venía todo aquel interrogatorio-. ¿Por qué sientes, de repente, tanto interés por él?

Kebia se sonrojó y comenzó a toser.

-Bueno, es interés… ¡Sólo quiero saber si es buena persona y si no ha intentado hacer cualquier cosa!

-Entiendo –dije, con una sonrisa pícara.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top