012. Everything has a price
𓂃 ˒ BLOOD DYNASTY
❪ chapter twelve — act one ❫
❛ Todo tiene un precio ❜
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MYSTIC FALLS, 2010.
𓂃˒ No tenía idea de cómo había llegado a su habitación, pero ahí estaba, recostada en su cama, envuelta en una sensación de desconcierto. Parpadeó varias veces, tratando de aclarar su vista mientras el mundo a su alrededor cobraba nitidez.
Se incorporó lentamente, con el ceño fruncido, y bajó la mirada hacia su ropa. Era la misma de la noche anterior, intacta, sin un solo rasguño. Su respiración se volvió más lenta, su mente procesando la posibilidad que se negaba a aceptar.
¿No se había transformado?
—Hey, ¿estás bien? —Stefan abrió la puerta con una bandeja con el desayuno, caminó hasta la mesita y lo dejó ahí.
Azaela se llevó una mano a la cabeza cuando la realidad la golpeó de nuevo. Todo lo que Elijah le había dicho la noche anterior regresó a su mente como una avalancha.
¿Era una bruja? ¿Pero también un licántropo?
Nada de eso tenía sentido. Aunque Elijah le había explicado gran parte, las piezas seguían sin encajar del todo.
Y ella necesitaba respuestas.
Y solo él podía dárselas.
—¿Cómo llegué aquí? —preguntó Azaela, su voz aún cargada de confusión.
—Jace te encontró y te trajo de inmediato. Insistió en que debías ver a un médico.
Azaela arqueó las cejas. Había olvidado que Jace salía a correr todas las mañanas por el bosque, siempre siguiendo la misma ruta. Eso explicaba cómo la había encontrado.
Pero ahora eso no importaba.
Se levantó de golpe, su mente ya enfocada en lo que realmente importaba.
—No voy a desayunar —dijo apresuradamente mientras rebuscaba ropa—. Necesito ver a Elena. ¿Está bien? ¿Está en transición? ¿Cómo se lo está tomando? Tengo que estar con ella.
—Azaela… —Stefan pronunció su nombre con cautela.
—No, Stefan —lo interrumpió ella, frenética—. Elena debe estar pasándolo mal, me necesita.
Stefan dio un paso adelante.
—Azaela, Elena no está en transición.
Ella se detuvo en seco y giró lentamente hacia él, el desconcierto reflejado en sus ojos.
—¿Qué?
—John hizo que Bonnie uniera su fuerza vital a la de Elena. Significa que, después del sacrificio, ella resucitaria sin convertirse en vampiro.
Azaela permaneció en silencio, tratando de procesar la información. John Gilbert nunca había sido un buen padre, pero aun así, para Elena, él siempre había significado algo.
Respiró hondo, apartando momentáneamente ese pensamiento.
—De todas formas, tengo que verla. Debe estar destrozada…
Stefan bajó la mirada por un instante antes de susurrar:
—Lo siento, Azaela.
Algo en su tono le heló la sangre. Conocía ese tono, el mismo que ocupó cuando le dijo que Zach estaba muerto.
—¿Qué? ¿Por qué?
Stefan la miró con pesar, con esa expresión de duelo que no dejaba lugar a dudas.
—Jenna está muerta.
La respiración de Azaela se detuvo. El aire pareció volverse más denso, como si su propio cuerpo rechazara la realidad de esas palabras.
Jenna… muerta.
[...]
Azaela llegó a la casa de Elena con el corazón en un puño. Todo el trayecto había sido un vacío en su mente, como si su cuerpo se moviera en automático, guiado solo por la necesidad de estar ahí.
La casa de los Gilbert se sentía más silenciosa que nunca. Subió las escaleras sintiendo cada crujido de la madera bajo sus pies como un recordatorio de que nada de esto era un mal sueño. Esto era real. Jenna se había ido.
Cuando llegó a la habitación de Elena, la encontró de pie frente al espejo, inmóvil. Llevaba un vestido negro sencillo, pero elegante, y sus ojos estaban fijos en su propio reflejo. No lloraba, pero su expresión decía más que cualquier lágrima.
Azaela se apoyó en el marco de la puerta, sin atreverse a hablar de inmediato. Sabía que Elena la había notado, pero no se giró.
—No sé cómo hacer esto. —susurró Elena después de un largo silencio.
Azaela tragó con dificultad.
—No hay una forma correcta —dijo en voz baja, dando un paso hacia el interior—. Solo… sigues respirando, aunque sientas que el mundo se ha detenido.
Elena esbozó una sonrisa vacía.
—Eso dices porque has pasado por esto antes.
Azaela sintió un nudo en la garganta. Sí, lo había pasado antes. Demasiadas veces. Y cada vez dolía igual.
—Eso no lo hace más fácil —admitió—. Pero tampoco significa que tengas que cargar con esto sola.
Elena finalmente apartó la mirada del espejo y se volvió hacia Azaela. Sus ojos oscuros brillaban con emociones reprimidas, una tormenta atrapada en un frágil frasco de cristal.
—Era todo lo que nos quedaba, Azaela —su voz tembló al pronunciarlo—. Primero nuestros padres, ahora Jenna… ¿Qué nos queda?
Azaela dio un paso más y tomó sus manos, apretándolas con fuerza.
—Nos tienes a nosotros —dijo con firmeza—. Me tienes a mi. No estás sola, Elena. Nunca lo estarás.
Por un momento, Elena pareció sostenerse solo de esas palabras, como si fueran la única cosa que la mantenía de pie. Finalmente, soltó un suspiro tembloroso y asintió.
—Gracias por estar aquí.
Azaela le dedicó una sonrisa triste.
—Siempre.
Elena apretó los labios con fuerza, como si intentara contener las lágrimas, pero su rostro se quebró en un instante. Un sollozo silencioso escapó de su garganta antes de que pudiera evitarlo.
Azaela no dudó ni un segundo. Acortó la distancia entre ellas y la envolvió en un abrazo firme, apretándola contra su pecho con toda la fuerza que tenía. Elena tembló entre sus brazos, sus manos aferrándose con desesperación a la espalda de Azaela, como si temiera que, si la soltaba, todo a su alrededor terminaría de derrumbarse.
—Estoy aquí —murmuró Azaela, hundiendo el rostro en su cabello—. Siempre estaré aquí.
Elena no respondió, solo se aferró más fuerte, hundiendo el rostro en su hombro mientras su cuerpo se sacudía con cada sollozo.
Azaela cerró los ojos, sintiendo el peso del dolor de Elena como si fuera propio. Porque lo era. Jenna no solo había sido la tía de Elena y Jeremy. También había sido familia para ella. Y ahora se había ido, arrebatada por la brutalidad de un mundo que nunca les daba tregua.
Después de un largo rato, los sollozos de Elena fueron menguando, convirtiéndose en respiraciones temblorosas.
—No sé qué haría sin ti. —susurró finalmente.
Azaela aflojó un poco el abrazo solo para poder mirarla a los ojos, sus manos sujetando con suavidad su rostro.
—Nunca tendrás que averiguarlo.
Elena asintió con los ojos enrojecidos y una sombra de alivio en su expresión. Azaela limpió una lágrima solitaria de su mejilla y, sin decir nada más, la volvió a abrazar, sosteniéndola con la promesa de que nunca la dejaría sola.
[...]
Azaela se dirigió a la habitación de Jeremy. Sabía que él estaba sufriendo tanto como Elena, pero lo conocía lo suficiente para saber que no lo demostraría.
Lo encontró de pie frente al espejo, con la cabeza baja y los dedos torpes peleando con el nudo de su corbata. Sus labios estaban apretados en una fina línea, y su expresión era la de alguien que intentaba mantenerse en una sola pieza.
—Hola, Jer —saludó con suavidad.
Él levantó la mirada apenas un instante antes de volver a concentrarse en la tela entre sus manos.
—Hola —respondió en voz baja.
Azaela se acercó sin prisa, colocando una mano sobre las suyas para detener su lucha inútil.
—Ven, déjame ayudarte.
Jeremy suspiró, soltando la corbata, y Azaela tomó el relevo. Con movimientos cuidadosos, aflojó el nudo antes de ajustarlo correctamente.
—Ahí está —golpeó su pecho suavemente.
Jeremy no respondió. No de inmediatamente.
Azaela lo observó por un momento antes de llamarlo con un tono más bajo, más suave.
—Jer.
Él no levantó la cabeza de inmediato. Su mandíbula se tensó, como si luchara consigo mismo, y cuando finalmente la miró, sus ojos estaban vidriosos, pero secos.
—No me digas que todo va a estar bien —pidió con voz ronca—. No quiero escuchar eso.
Azaela suspiró.
—No voy a mentirte. No está bien. Nada de esto lo está.
Jeremy bajó la mirada de nuevo, sus manos temblando levemente.
—No sé qué hacer —admitió en un susurro—. No puedo… no puedo hacer nada. No pude salvarla.
Azaela sintió que su corazón se rompía un poco más.
—No fue tu culpa, Jer.
Él soltó una risa amarga.
—Eso no cambia nada.
Por un momento, se hizo el silencio entre ellos. Azaela sabía lo que era ese dolor, esa sensación de impotencia, de pérdida. No había palabras mágicas que pudieran aliviarlo. Así que no intentó decirlas.
En cambio, estiró los brazos y lo abrazó.
Al principio, Jeremy se quedó rígido, como si no supiera qué hacer, pero después de un instante, se hundió en el abrazo, dejando escapar un suspiro tembloroso.
Azaela le frotó la espalda con calma, dándole el único consuelo que podía ofrecerle: su presencia.
—No tienes que hacer nada ahora —susurró—. Solo… respira. Un día a la vez.
Jeremy asintió contra su hombro, y aunque no dijo nada más, Azaela supo que, al menos en ese momento, no estaba solo.
[...]
Llegaron al cementerio. Todos ya se encontraban ahí. Bonnie, Caroline, Jace los Salvatore, Tyler y Alaric.
Elena avanzó con pasos medidos, casi temblorosos, hasta la tumba recién cubierta de Jenna Sommers. Su única figura materna. La mujer que había estado ahí cuando sus padres murieron, que había intentado darles un hogar cuando el mundo les arrebató el suyo. Sus dedos se cerraron con fuerza alrededor del tallo de una rosa antes de agacharse para dejarla sobre la fría lápida. No se quedó mucho tiempo ahí. Se levantó y caminó hasta la tumba de sus padres, donde dejó otra flor con el mismo cuidado, como si temiera que cualquier movimiento brusco pudiera hacerla romperse por completo.
Y entonces, finalmente, el dolor la alcanzó.
Sin poder contenerse más, dejó escapar un sollozo ahogado. Uno que pareció desgarrarla desde dentro.
Azaela desvió la mirada, dándole su duelo en paz. Cerró los ojos por un instante, tratando de contener la punzada de impotencia que le atenazaba el pecho. Quería hacer algo, cualquier cosa, para aliviar ese dolor. Pero no había palabras, no había promesas vacías que pudieran llenar el vacío de una pérdida como esa.
—Azza.
La voz familiar la sacó de sus pensamientos, y cuando abrió los ojos, se encontró con Tyler de pie a su lado. Su expresión era seria, pero en sus ojos oscuros había una calidez que hacía demasiado tiempo no veía. Se permitió sonreírle, aunque fuera un gesto breve, y lo abrazó con firmeza. Lo había extrañado. Más de lo que estaba dispuesta a admitir.
—Siento mucho lo de Damon —murmuró Tyler cuando se separaron—. Se que no te agradaba, pero aún así...
Azaela frunció el ceño, desconcertada.
—¿De qué hablas?
Tyler tragó saliva y apartó la mirada, como si le costara decirlo.
—Anoche, cuando me liberó junto a Caroline del sacrificio de Klaus, no alcanzamos a llegar a mi sótano… y lo mordí.
El aire pareció volverse más denso a su alrededor.
—Lo siento —agregó en voz baja.
Azaela sintió que su corazón daba un vuelco.
Cuántas veces había deseado su muerte. Cuántas veces había soñado con el momento en que finalmente pagara por todo lo que había hecho. Pero ahora que esa posibilidad se volvía real, lo único en lo que podía pensar era en Stefan. En el dolor que eso le causaría. En cómo lo destrozaría perder a su hermano, sin importar todas las veces que lo había decepcionado.
Como si su cuerpo actuara antes que su mente, alzó la vista, buscando instintivamente a Stefan Y allí estaban. Ambos.
Damon se mantenía de pie, pero había algo en su postura que no había notado antes: una rigidez forzada, como si sostenerse en pie fuera un esfuerzo mayor del que estaba dispuesto a admitir. Stefan, a su lado, lo sujetaba de la muñeca con una fuerza casi desesperada, como si al soltarlo pudiera perderlo para siempre.
Y en la tensión de su mandíbula, en la tormenta en sus ojos, Azaela supo que ya lo sabía.
[...]
Azaela se apoyó contra la pared de su habitación, con los brazos cruzados sobre su pecho y la mirada perdida en el suelo. Su mente no paraba. No le daba tregua. Cada pensamiento se acumulaba sobre el anterior hasta formar un torbellino de caos y duda.
Elijah le había mentido. Le había prometido que Klaus moriría, que todo esto terminaría. Pero Klaus seguía aquí. Respirando. Y Jenna… Jenna no.
Apretó los ojos con fuerza.
Elijah había roto su promesa. Entonces, ¿por qué parte de ella quería correr hacia él?
Porque necesitaba respuestas.
Porque todo lo que creía saber sobre sí misma se había desmoronado en una sola noche.
Bruja. Licántropo. ¿Qué más era? ¿Qué significaba todo esto?
Se sentía asfixiada. No sabía qué hacer. No podía pensar con claridad, pero tampoco podía detenerse. Su mente era una prisión sin salida, repitiendo los mismos pensamientos una y otra vez hasta volverlos insoportables.
¿Cuándo terminaría esto? ¿Cuándo tendría un respiro?
Muertes. Tragedias. Traiciones.
Siempre lo mismo. Un ciclo interminable que la destrozaba una y otra vez.
Elijah tenía las respuestas que necesitaba. Pero también era el hombre que la había decepcionado vilmente.
Azaela respiró hondo, tratando de encontrar algo de estabilidad en medio del caos de su mente.
Ir con él significaba enfrentarse a la verdad.
No ir significaba quedarse atrapada en la incertidumbre.
Y lo único que odiaba más que las mentiras era no saber.
[...]
La plaza de Mystic Falls estaba silenciosa a esa hora. Apenas unas pocas personas caminaban entre los bancos de piedra y los árboles que bordeaban el centro del pueblo.
Azaela estaba ahí antes de la hora acordada. Cada parte de ella le gritaba que se fuera.
Que esto era un error.
Que Elijah no merecía verla, mucho menos su confianza.
Pero necesitaba respuestas.
Cada minuto que pasaba sin entender lo que era, lo que le estaba pasando, se sentía como estar atrapada en una jaula invisible, con los barrotes cerrándose un poco más cada día.
Escuchó el sonido de pasos tras ella y se giró de inmediato.
Elijah Mikaelson estaba ahí, impecable como siempre, con su porte elegante y su expresión serena.
Azaela sintió la rabia hervir en su interior, pero la contuvo. No había venido a discutir. Había venido por respuestas.
—Azaela —saludó él.
Ella le sostuvo la mirada, sintiendo su mandíbula tensarse.
—Dímelo.
Elijah no parpadeó.
—Azaela...
—No juegues conmigo —su voz fue cortante, más fría de lo que esperaba—. Me mentiste. Klaus sigue vivo. Jenna está muerta. Y yo… —Apretó los labios, odiando lo vulnerable que sonaba—. Yo no sé qué demonios soy...o quién soy. Yo no... No entiendo nada. —Susurró, bajando la guardia apenas por un instante.
Elijah la observó en silencio, dejando que su mirada recorriera cada detalle de su rostro, como si intentara memorizarla, como si temiera que desapareciera en cualquier momento. Su mente luchaba por aceptar lo que sus ojos veían, pero la incredulidad lo retenía. Ella estaba ahí. Viva. No un recuerdo borroso. No una sombra que su memoria distorsionaba con el tiempo. Sino real. Tan tangible como el suelo que pisaban, como el aire que separaba sus cuerpos.
Y sin embargo, en algún rincón de su ser, Elijah sentía que algo era distinto. Que la Azaela que tenía delante no era exactamente la misma que había conocido en otra vida. Su esencia, su presencia, su mirada… Había algo que se le escapaba, algo que aún no podía comprender.
Pero eso no cambiaba el hecho de que ella estaba allí. Después de siglos de creer que jamás volvería a verla, después de aceptar que la había perdido para siempre. Azaela había regresado.
Y lo peor de todo era que ella no lo recordaba.
Azaela respiró hondo, sintiendo su pecho oprimirse.
—No me transformé. —Su propia voz le sonó lejana—..Mi cuerpo… estaba intacto, sin un solo rasguño, cuando debería haber sentido el dolor de la transformación.
Elijah entrecerró los ojos, su mente claramente trabajando a toda velocidad.
—No me transformé, pero sentí.... sentí una energía de magia que no comprendo del todo —su mirada estaba en el suelo—. Fue peor que la transformación, sentí como mi cuerpo ardía en llamas.
Azaela lo vio tensar la mandíbula, y ese simple gesto confirmó algo.
Él no tenía respuestas.
Él murmuró algo.
Tan bajo que, por un momento, Azaela creyó que lo había imaginado.
—“El ciclo se repetirá cuando la luna se tiña de sangre y la muerte reclame su sacrificio. Solo entonces, la heredera renacerá.”
Azaela parpadeó, confundida.
—¿Que dijiste?
Elijah permaneció en silencio por un instante, como si sopesara sus palabras antes de hablar. Luego, su voz fue más baja.
—Todo poder tiene un precio, Azaela. Y el tuyo… siempre ha estado ligado a la muerte.
Azaela sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—¿Qué quieres decir?
Elijah la miró, pero no respondió de inmediato. En su lugar, sus ojos vagaron por la plaza, como si pudiera ver a través del tiempo, pero su expresión se ensombreció. Como si las piezas de un rompecabezas estuvieran encajando en su mente, en un cuadro que él nunca había querido ver completo.
—No es coincidencia que ahí, en ese mismo suelo, se derramara sangre inocente. —dijo finalmente.
Azaela frunció el ceño, su mente intentando seguir el hilo de sus palabras.
—¿De qué estás hablando?
Elijah la miró con una intensidad que le heló la sangre.
—Ahí mismo fue donde...moriste.
Las palabras la golpearon como un puñetazo en el estómago.
Murió.
Azaela sintió que el aire se le escapaba.
Su garganta se cerró, y por un instante, su mente se quedó en blanco. Pero entonces, todo encajó en su cabeza con una claridad devastadora.
Para despertar su poder, sangre inocente debía ser derramada.
Y en el mismo lugar donde ella había muerto en otra vida, Jenna Sommers fue sacrificada.
Azaela sintió que las piernas le fallaban.
—Jenna —susurró, su voz apenas un hilo de aire.
Elijah no dijo nada, pero en sus ojos, Azaela vio la verdad confirmarse.
Su visión se nubló, su pecho se comprimió con una fuerza insoportable.
Jenna fue el precio.
Jenna fue el sacrificio.
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