011. the rebirth
𓂃 ˒ BLOOD DYNASTY
❪ chapter eleven — act one ❫
❛ El renacimiento ❜
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MYSTIC FALLS, 2010.
𓂃˒ No pudo dormir en toda la noche. El amanecer ya había llegado, pero ella seguía inmóvil en la cama, con la mirada fija en el techo de su habitación. El cansancio pesaba en sus párpados, pero el sueño nunca llegó. Desde su cuarto, podía oír la conversación que los Salvatore, Elena y Elijah mantenían en la sala. Sus voces eran solo un murmullo lejano, que al principio intentó seguir, pero después de un rato, las palabras dejaron de tener sentido.
Finalmente, se dio la vuelta con un suspiro, enterrando el rostro en la almohada, como si quisiera aislarse del mundo y de todo lo que la rodeaba. El agotamiento emocional la envolvía, pero no encontraba consuelo en el sueño. Todo lo que sentía era un vacío abrumador.
...
Stefan Salvatore era muchas cosas, pero nunca se había sentido tan mal como aquella noche. Debería haberlo sabido, debería haber entendido el sufrimiento de Azalea. ¿Cómo pudo haber ignorado algo tan evidente? Él había sido testigo de las noches en las que ella se despertaba llorando, gritando lo que él asumía que era el nombre de su hermana.
Se suponía que él debía protegerla, evitarle el dolor. Pero de alguna manera, había fallado.
Azalea no había salido de su habitación desde el día anterior, y Elena, preocupada, había preparado el desayuno, dejándolo en la encimera para que Stefan se lo llevara. Ambos sabían que cuando Azalea estaba triste, tendía a descuidarse por completo.
Stefan subió las escaleras y golpeó suavemente la puerta, pero no hubo respuesta.
—Azza, soy yo, Stefan —dijo, esperando escuchar algún sonido del otro lado.
Silencio.
Con cautela, giró la manilla y abrió la puerta. Justo como lo sospechaba, ella estaba en el balcón, sentada con las rodillas abrazadas contra su pecho, la cabeza apoyada sobre ellas mientras miraba al vacío. Parecía tan frágil, atrapada en su propio dolor.
Stefan caminó en silencio alrededor de la cama, colocando la bandeja sobre la mesita de noche. Luego se acercó y se sentó frente a ella.
Finalmente, sin levantar la cabeza, Azalea habló con voz apagada.
—Nunca te hablé sobre ella.
Stefan la miró con tristeza, comprendiendo que se refería a Hayley.
—No tienes que hacerlo si no quieres —respondió en voz baja, tratando de ofrecerle consuelo sin presionarla.
—Su nombre era Hayley. En realidad, fue el nombre que ella escogió —Hizo una pausa, su voz temblaba al recordar—. Desde que tengo memoria, nuestro hogar fue el orfanato. Las cuidadoras llamaban a todos los niños por números... Odiaba eso.
Se detuvo por un momento, limpiando una lágrima que rodaba por su mejilla.
—Un día encontré un libro, era sobre dos hermanas: Azalea y Hayley. Fue entonces cuando decidimos llamarnos así, solo entre nosotras, en secreto.
El dolor en su mirada era evidente mientras decía las palabras. Stefan la observaba en silencio, sabiendo que cada palabra pesaba en su corazón.
—Azza...
—La marca de nacimiento que tengo y mi nombre son lo único que me queda de ella —continuó con la voz rota—. Ella no se merecía lo que le pasó, y antes de que preguntes... yo soy lo que le pasó. Yo maté a mi hermana, Stefan.
Stefan dio un paso hacia ella, tratando de encontrar las palabras correctas.
—No sé lo que sucedió, Azalea, pero no fue tu culpa. Eras solo una niña.
—¡Ella también era una niña! —gritó, su dolor desgarrador —. Tenía solo 10 años... y siempre los tendrá. Yo crecí, estudié, me gradué... Tuve un padre que me amó con cada latido de su corazón. Pero Hayley... ella no tuvo nada de eso.
Sus manos temblaban mientras las apretaba contra sus costados, su voz se quebró en un susurro.
—Nunca seré una buena persona. No después de haber matado a mi hermana.
[...]
Azaela y Stefan venían bajando las escaleras cuando de repente oyeron gritar a Jenna. Bajaron las escaleras lo más rápido, viendo a Jenna sostener una ballesta apuntando a Alaric.
Azaela frunció el ceño. «¿Donde demonios consiguió una ballesta?».
—Jenna, baja la ballesta, ¿de acuerdo? —pidió Alaric, con sus brazos levantados a su costado—. Soy yo.
—Alejate de mi —advirtió Jenna, sosteniendo la ballesta con más fuerza.
—¿Como podemos estar seguros que eres tú? —Azaela se cruzó de brazos ganándose a un lado de Jenna junto a Stefan.
—¿Que está pasando? —Elena se acercó junto a Elijah a su lado.
—Soy yo, Azalea. Lo juro —insistió—. Él me dejó ir. Klaus me dejó ir.
—Pruebalo —ordenó Damon, acercándose.
—Está bien, eh —Alaric se volvió hacia Jenna—. La primera noche que pasamos juntos Jeremy entró justo cuando yo estaba apunto de...
—¡Está bien! —Jenna lo detuvo en seco, bajando la ballesta—. Es él.
—Creo que Jer necesita terapia urgente —mumuró Azalea para sí misma—. Ese chico ha pasado por mucho.
—¿Por qué te dejó ir? —preguntó Stefan.
—Queria que les enregara un mensaje —todos lo observaban expectantes—. El sacrificio será hoy.
—Vamos, Ric —Azaela lo acompañó hasta el sofá—. ¿Quieres algo de beber o comida?
Alaric sonrió agradecido, sin embargo, negó.
—Entonces, ¿no recuerdas nada de lo que pasó? —cuestionó Stefan.
—No. Es como si me hubiera desmayado y hubiera despertado tres días después —explicó—. Katherine estuvo allí.
—Katherine está bajo la hipnosis. Damon le dió verbena. No puede irse hasta que Klaus se lo diga —aclara Stefan.
—¿Dónde está Damon? —pregunta Elena.
—Lo vi subir las escaleras —dijo Jenna. Elena se levantó y fué a buscarlo.
—Entonces, ¿que más hice? —preguntó Alaric.
—Te patee el trasero —Alardeó Azaela.
—¿Ah, si?
—Sip —Azaela sonrió orgullosa.
—Esa es mi chica —ellos chocaron puños.
Ruidos desde arriba alertó a todos, y Azaela y Stefan dispararon hacia arriba cuando escucharon a Elena gritar. Stefan se adelantó a velocidad vampírica, y cuándo Azaela llegó, llegó justo a tiempo para ver cómo Stefan empuja a Damon lejos de Elena, lo que hace que caiga al suelo. Azaela la mira y observa como tiene sangre en la boca.
—¿Que demonios hiciste? —grita mientras se agacha para revisar a Elena.
—Le salvé la vida —dice Damon, mirando a Elena— Está tan empeñada en morir que al menos de esta manera se salvará.
—¡Como vampiro! —Stefan se acerca amenazante—. ¡Volverá como vampiro!
Damon se encogió de hombros.
—Es mejor que nada.
—¿Como pudiste, tu, de entre todas las personas, quitarle esa opción? —espeta Stefan.
Damon se dirige a Elena.
—Adelante, deseame una eternidad de miseria. Créeme, lo superarás.
Azaela lo observó, y una furia imparable surgió desde lo más profundo de su ser. Un poder latente, oscuro y peligroso, que normalmente controlaba con dificultad, estaba ahora a punto de desatarse. En un instante, se movió a una velocidad que superaba la de cualquier licántropo común. Se abalanzó sobre Damon.
Damon apenas tuvo tiempo de defenderse cuando Azaela hundió sus manos en su pecho, alcanzando su corazón con una fuerza y destreza que él jamás habría esperado.
—Estoy harta de tus jueguitos, Damon —siseó, sus ojos reluciendo con una intensidad nunca antes vista.
Damon retrocedió instintivamente, su confianza tambaleándose por primera vez. Sus ojos se encontraron con los de Azaela, y el impacto lo golpeó como una ola. Ese fulgor amarillo, ardiente y despiadado, era una advertencia.
—Hazlo una vez más —gruñó ella, avanzando un paso más con él retorciendo—, y juro que no vivirás para arrepentirte.
[...]
Stefan había desaparecido con Elena, llevándola lejos para distraerla de lo que acababa de ocurrir. La culpa la consumía como un fuego lento. Elena iba a despertar como vampiro, y no había nada que pudiera hacer para evitarlo.
¿Por qué siempre fallaba en proteger a quienes amaba? ¿Por qué cada vida que tocaba terminaba marcada por el dolor o la muerte?
Azaela apretó los puños, su respiración temblorosa mientras paseaba por el patio Salvatore.
Pensó en Zach. Él habría sabido qué decir, cómo aliviar el peso que cargaba sobre sus hombros. Lo extrañaba con una intensidad que dolía, como si el vacío que había dejado nunca pudiera llenarse.
Lo extrañaba más de lo que se atrevía a admitir. Más de lo que podía soportar.
—Sabes que no es tu culpa, ¿cierto?
La voz profunda y tranquila de Elijah la sobresaltó.
—¿No lo es? —respondió, su tono cargado de amargura mientras su mirada permanecía fija en el horizonte. Sus brazos estaban cruzados, como si intentara contener todo lo que sentía dentro de sí misma.
Elijah avanzó deteniéndose a su lado. Observó el perfil de Azaela por un instante, notando la tensión en su mandíbula, el brillo de tristeza en sus ojos.
—No puedes controlar todo lo que sucede a tu alrededor, Azaela —dijo con calma—. Ni siquiera alguien como tú tiene ese poder.
Ella soltó una risa seca, cargada de dolor.
—Eso no hace que duela menos.
Elijah guardó silencio por un momento.
—Lo que sí puedes controlar es cómo sigues adelante. La culpa no cambiará el pasado, pero puede destruir tu futuro si se lo permites.
Azaela finalmente giró hacia él, sus ojos encontrándose con los suyos. Había algo en la serenidad de Elijah, en la forma en que hablaba, que lograba atravesarla de forma que no entendía. ¿Por qué sentía tanta comodidad con él?
—¿Cómo lo hago? —preguntó en voz baja, casi inaudible—. ¿Cómo cargar con todo y seguir adelante? Pienso que lo hago, que he seguido adelante pero el pasado siempre logra alcanzarme.
Elijah sostuvo su mirada. Se tomó un momento antes de responder.
—El pasado siempre encuentra la forma de alcanzarnos, Azaela —dijo con suavidad—. Pero no se trata de huir de él, ni de pretender que no existe. Se trata de enfrentarlo. De mirarlo a los ojos y decidir que no define quién eres ahora.
Azaela desvió la mirada, sus labios temblando con una mezcla de emociones que luchaban por salir a la superficie.
—¿Y si no soy lo suficientemente fuerte para eso? —susurró, apenas audible.
Elijah se ganó frente a ella.
—La fuerza no significa no sentir el peso de lo que llevas. Significa seguir caminando, incluso cuando duele. Y tú, Azaela, eres más fuerte de lo que crees.
Ella apretó los puños, cerrando los ojos mientras una lágrima solitaria caía por su mejilla. Elijah alzó una mano, deteniéndose justo antes de tocarla, como si esperara su permiso. Cuando ella no se apartó, dejó que su mano apartara la lágrima.
—Eres una sobreviviente —continuó, inclinando ligeramente la cabeza para captar su mirada—. Y cada vez que el pasado intenta derribarte y te levantas, le demuestras a todos, incluso a ti misma, que no te vencerá.
[...]
—¿Quieres caminar un rato? —preguntó Elijah luego de estar simplemente en silencio casi una hora.
Azaela asintió sin mucho interés. Caminaron en silencio durante varios minutos, el sonido de sus pasos llenando el vacío entre ellos.
Finalmente, Elijah rompió el silencio:
—Azaela, hay algo que te he estado ocultando—cuando Azaela no respondió, el continuó—. Cuando mi familia aún era humana, mi hermano Klaus estaba perdidamente enamorado de una joven.
Azaela levantó una ceja, interrumpiéndolo.
—Perdón, ¿pero qué tengo que ver yo con que tu hermano psicópata se haya enamorado?
Elijah la miró con expresión seria
Azaela suspiró, rodando los ojos con desgano.
—Está bien, perdón. Continúa.
Elijah respiró profundamente, intentando mantener la compostura, antes de retomar:
—Esa joven… era única. Su luz era capaz de iluminar incluso los días más oscuros de nuestra aldea. Tenía una risa suave, que parecía calmar incluso al más iracundo. Su valentía era sorprendente, pero lo que más destacaba de ella era su bondad. Ella no solo entendía el dolor ajeno; lo abrazaba, lo aliviaba, sin pedir nada a cambio. Era como un faro, un alma que todos querían proteger, incluido Klaus.
Elijah la miró de reojo, esbozando una pequeña sonrisa melancólica
—Para mí, ella era como una hermana. Alguien a quien respetaba y quería profundamente. Siempre tenía algo amable que decir, una palabra de consuelo. Incluso en los peores momentos, encontraba la forma de hacernos sentir que había esperanza.
Hizo una pausa, sus ojos buscaban los de Azaela, como si quisiera medir su reacción antes de continuar.
—Pero entonces llegó la tragedia, como siempre ocurre. Cuando nos convertimos en vampiros, ella… murió. Su último aliento fue en los brazos de Klaus. Creímos, él creyó, que la había perdido para siempre. Pero estábamos equivocados.
Azaela no dijo nada, pero sus ojos se entrecerraron con curiosidad. Elijah continuó:
—Su padre, un poderoso brujo, hizo algo impensable. Utilizó toda su magia, una cantidad inimaginable de poder, para sellar el alma de su hija. Lo hizo con un único propósito: asegurarse de que ella renaciera en el futuro.
Elijah hizo una pausa, como si eligiera cuidadosamente sus próximas palabras.
—De alguna forma que aún desconozco, su poder como bruja se unió con su licantropía, creando algo completamente nuevo: una bruja y licántropa a la vez. Esa chica, Azaela… eres tú.
Elijah dio un paso más cerca.
—Provienes de una larga línea de brujos, creadores de la magia negra. Tu apellido original es Larssen.
El silencio que siguió fue ensordecedor, como si el mundo mismo hubiera dejado de girar.
Azaela se quedó completamente inmóvil, como si el peso de las palabras de Elijah la hubiese clavado al suelo. Su mente intentó encontrar una explicación, algo que encajara con la realidad que conocía, pero era inútil. El mundo entero parecía haberse reducido a ese instante, al sonido del viento acariciando los árboles y a la intensidad en los ojos de Elijah.
—¿Qué…? —La palabra salió de su boca casi como un susurro, apenas audible, mientras su garganta se cerraba y su pecho se comprimía, luchando por un aire que de pronto se sentía pesado.
Elijah la observaba con cautela.
Azaela dio un paso hacia atrás, sus piernas temblando ligeramente.
—No... —murmuró, negando con la cabeza. Sus labios se separaron, pero las palabras parecían atascadas, atrapadas en un torbellino de emociones que no podía controlar.
Los recuerdos que siempre había considerado insignificantes comenzaron a golpearla con una claridad insoportable: los sueños extraños que la habían perseguido desde niña, los momentos en los que sentía una conexión inexplicable con algo que no podía nombrar, las veces que había sentido que no encajaba en ninguna parte. Todo eso ahora parecía encajar de una forma aterradora.
—Estás diciendo… —su voz era apenas un hilo, roto y vacilante— que yo… soy ella. Que yo… renací…
Elijah no respondió de inmediato. Su silencio era una confirmación más poderosa que cualquier palabra.
—Esto… esto es una locura. —Azaela comenzó a moverse, su respiración acelerándose. Sus manos temblaban cuando se las llevó al cabello, tratando de ordenar el caos en su mente. Cerró los ojos, como si al hacerlo pudiera escapar de lo que acababa de escuchar. Pero la verdad estaba ahí, inamovible, como una sombra que no podía ignorar.
Finalmente, se giró hacia Elijah, sus ojos brillantes de confusión y algo que bordeaba el miedo.
—No puede ser verdad —dijo, casi rogando—. Esto no puede ser verdad. Soy una licántropa. Eso es todo. No soy... esa chica, no soy bruja, no soy… ella.
Elijah dio un paso hacia ella, pero Azaela levantó una mano, retrocediendo instintivamente
—¡No te acerques! —su voz tembló, pero el tono firme dejó en claro que estaba al límite.
Ella lo miró por un largo momento, su corazón latiendo con fuerza, antes de darse la vuelta y alejarse. Elijah no la siguió. Y en el fondo, Azaela sabía que no lo haría. Pero eso no alivió el caos que ardía dentro de ella, un torbellino de preguntas sin respuesta que no sabía si alguna vez sería capaz de enfrentar.
[...]
No. No podía ser verdad.
Su mente estaba en otro lugar, atrapada en el remolino de recuerdos. Las piezas, hasta ahora fragmentadas y confusas, comenzaron a encajar con una precisión inquietante. Los sueños que siempre había descartado como simples invenciones de su subconsciente ahora tenían un peso diferente, una profundidad que no podía ignorar.
La imagen de una aldea en llamas. El calor abrasador de un fuego que no parecía suyo, pero que podía sentir como si lo hubiera vivido. El eco de una voz, suave y familiar llamándola.
—No… —susurró, con las manos temblando.
Recordó las noches en que despertaba sobresaltada, con el corazón desbocado, sin poder explicar la sensación de pérdida aplastante que la invadía. Recordó la vez que, al mirar su reflejo en el lago, creyó ver a otra persona, una figura etérea con ojos que brillaban como estrellas. En su interior, algo había estado intentando emerger, algo que siempre había reprimido.
—No puede ser verdad… —repitió, con un nudo en la garganta.
Pero lo era. Sabía que lo era. Cada sueño, cada extraño presentimiento, cada sensación de no pertenecer del todo a ninguna parte. Todo apuntaba a una verdad que había estado enterrada en lo más profundo de su ser.
Azaela levantó la cabeza y miró el cielo, buscando respuestas, pero no había nada, solo preguntas que parecían multiplicarse. ¿Era cierto que no era solo una licántropa? ¿Que dentro de ella existía algo más, algo que no comprendía del todo?
Elijah había hablado con tal seguridad, con una calma que la asustaba más que las palabras mismas. Si era cierto, si realmente era esa chica, ¿qué significaba eso para ella ahora? ¿Para su vida?
De repente, un recuerdo vago, casi intangible, cruzó por su mente. Unos brazos cálidos, una voz que le decía que no tuviera miedo. La sensación de pertenecer, de estar protegida. Y luego, el dolor, el vacío, como si le hubieran arrebatado todo.
Azaela se llevó las manos al pecho, donde su corazón latía con fuerza. No podía respirar, como si el peso de aquella vida pasada estuviera aplastándola. La mezcla de emociones la dejaron paralizada.
—¿Quién soy realmente? —murmuró al aire frío de la noche, esperando una respuesta que no llegó.
Ya estaba anocheciendo, y la luna comenzaba a trepar por el horizonte. Azaela, sumida en sus pensamientos, se había desconectado por completo de la realidad. Las horas se le habían escapado como arena entre los dedos, haciendo que olvidara todo: el sacrificio planeado para esa noche, el ritual que debía cumplirse... y el hecho que ocurriría en luna llena.
El familiar hormigueo en su piel, el leve temblor en sus extremidades, fueron las primeras señales de lo que estaba por venir. Su corazón se aceleró al comprender la gravedad de su descuido. No había regresado a la mansión Salvatore, y ahora sabía que no lograría llegar a tiempo.
La transformación ya había comenzado.
De repente, una punzada aguda la atravesó, haciéndola doblarse de dolor. Llevó las manos a su cabeza, el sudor comenzando a caer por su frente.
—¿Qué está pasando? —murmuró entre dientes, mientras su cuerpo temblaba.
Azaela no lo sabía, no tenía idea de qué estaba ocurriendo exactamente,
No era su transformación de licántropa. Ella conocía bien esa sensación: la quemazón de los huesos cambiando, el dolor controlado y predecible. Pero esto... esto era diferente. Sentía una energía extraña circulando por sus venas, algo antiguo, algo que no pertenecía a su naturaleza de lobo.
Con un grito ahogado, cayó de rodillas. El suelo bajo ella tembló ligeramente, como si respondiera a su angustia. Entonces, todo a su alrededor se tornó más brillante. La luna, que hasta hace poco parecía pacífica, ahora irradiaba una luz más intensa, casi cegadora. Algo en el aire había cambiado.
Sintió una descarga de energía atravesarla, como si un rayo invisible la hubiese golpeado. Su corazón latió dolorosamente, y sus rodillas temblaron bajo su peso. Algo dentro de ella estaba despertando.
Su cuerpo se sacudió, las manos aferrándose a la tierra húmeda mientras el dolor la consumía. No era un dolor físico común. Era profundo, un fuego ardiente que brotaba de sus huesos y se extendía hasta su alma. Era magia. Magia que siempre había estado allí, dormida, esperando ser liberada.
—¡No...! —susurró entre dientes, incapaz de comprender lo que estaba sucediendo.
La luz de la luna llena la envolvía, intensificando la sensación de poder que ahora fluía por sus venas.
Una ola de poder puro la atravesó, y su cuerpo convulsionó. El suelo tembló bajo ella, las piedras y hojas a su alrededor moviéndose por una fuerza invisible.
La bruja dentro de ella se liberaba, reclamando su lugar, fusionándose con su naturaleza de licántropa de una manera caótica y abrumadora. Azaela sintió el poder salir de su cuerpo en ráfagas, haciendo que los árboles a su alrededor crujieran y las sombras se retorcieran.
No había recuerdos, no había visiones del pasado. Solo el presente: el poder incontrolable que la sacudía hasta lo más profundo. Azaela no sabía cómo ni por qué, pero estaba conectada a ese ritual de alguna manera.
La tierra bajo sus pies comenzó a fracturarse. Un escalofrío recorrió su espina dorsal mientras intentaba, en vano, detener la tormenta de poder que emergía de su interior. Su magia se descontrolaba, y cada vez que intentaba contenerla, más se desataba. Sabía que si no encontraba una manera de detenerlo, terminaría consumida por ella misma.
De repente, una calma extraña invadió el bosque. El dolor cesó, pero el poder seguía ardiendo bajo su piel. Azaela, con la respiración entrecortada, levantó la vista.
Temblando, se levantó del suelo, tambaleándose mientras se apoyaba en un árbol. El bosque a su alrededor volvía a la calma, pero dentro de ella, una tormenta se gestaba. La magia no volvería a dormirse; no esta vez. No después de haber sido liberada por algo tan poderoso.
Klaus no solo había roto la maldición que lo encadenaba.
Había liberado algo mucho más antiguo, más caótico.
Había despertado a Azaela Salvatore.
Ya no era solo una licántropa, ni solo una bruja.
Esa noche, había nacido un nuevo ser sobrenatural, una fuerza que ni siquiera el destino había previsto.
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