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Su nombre es Shownu, o al menos eso fue lo que me dijo aquella vez mientras extendía hacía mí un café caliente que seguramente sabía que necesitaba después de llorar por mucho tiempo bajo una farola. Incluso yo mismo era consciente de la miserable apariencia que de seguro tenía, porque había llorado por varios días, apenas había dormido y mi vida entera se centraba en buscar hasta debajo de las piedras a quien consideraba mi hermanito.

En aquel momento su expresión parecía empática, y puedo asegurar que cualquiera que estuviera pasando por la misma situación que yo, habría aceptado el café con mucho amor, pero yo no podía.

Desde esa primera vez que estuvo cerca de mí lo suficiente como para poder observar claramente su rostro, pude notar en sus pupilas, detras de aquella supuesta empatía, la frialdad de su mirada que lograba contradecir a su dulce sonrisa sin problemas.

Había conocido a suficientes buenas personas en mi vida como para saber qué personas eran malas. Desde la calidez en los ojos de mi madre, hasta la sonrisa dulce e inocente de Hyungwon quien nunca fue bueno con las palabras, podía reconocer cualquier rasgo de un buen individuo. Rasgos de los cuales esos ojos fríos carecían.

Los mismos ojos fríos que me observaron fijamente aquella noche, dejando que todo su odio impactara contra mí y arrebatara mi vida en lugar de la de Hyungwon.

No tuve tiempo para pensar en una mejor idea que ser un escudo humano, y después sólo tuve tiempo para ver su rostro, antes de finalmente ceder al susurro de la muerte que venía acompañado del dolor de sentir todos mis huesos y organos destrozándose al mismo tiempo mientras mi sangre salía disparada hacia todas direcciones.

Habiendo perdido la noción del tiempo, pude escuchar la risa de mi madre, la voz de Hyungwon y de mis allegados. Todas las frases que habían marcado mi vida, tanto buenas como malas, parecían haber sido dichas al mismo tiempo, en la misma fracción de segundo.

Lo siguiente, fue silencio.

De pronto, mis ojos se abrieron de forma violenta y en contra de mi voluntad. Ardían como si estuvieran siendo consumidos por algún tipo de ácido. Mi pecho dolía peor que al recibir el impacto y mi cuerpo entero parecía estar siendo sumergido en agua hirviendo.

Grité con toda la fuerza que mi garganta me permitió, grite hasta que no pude formular ningún sonido, y de repente, el dolor se esfumó para nunca más volver. Al igual que mi calidez, mi sangre y mi vida.

En ese momento no era consciente de lo que ocurría conmigo, estaba desorientado, confundido y agobiado en partes iguales. Mi mente se había convertido en un remolino de recuerdos que no parecían tener orden ni sentido, y mi cuerpo se sentía demasiado extraño. Momentos atrás estaba ardiendo en llamas invisibles, convulsionando como un pez fuera del agua, y al otro momento simplemente parecía estar adormecido, como si tuviera una estatua en reemplazo de mis propias extremidades.

Intenté moverme en un intento desesperado por probarme a mí mismo que seguía con vida, y para mi sorpresa pude hacerlo con facilidad, pero fue hasta entonces que noté aquella sombría figura de pie en la esquina del estrecho cuarto oscuro en el que me encontraba.

—¡Tú! —grité con la intención de golpearlo y desahogar mi ira sin recordar claramente el motivo de por qué estaba tan enfadado, pero de repente mi mente se esclareció y aquel nombre resonó en mi cabeza con la intensidad de un trueno. —Hyungwon... —susurré.

Inmediatamente busqué bajar de la camilla donde me encontraba, pero sentí que mis fuerzas se desvanecieron y acabé siendo sostenido justamente por la persona que menos quería ver en la vida.

—¡Suéltame! —le ordené intentando empujarlo, pero fue en vano.

—Es mejor que te quedes aquí de momento. —respondió sin mirarme a la cara y haciendo presión sobre mis brazos para evitar que me moviera de lugar. —No estás en condiciones de salir.

Solté un jadeo de indignación y dejé ir un golpe sobre su pecho tan fuerte como mis brazos me lo permitieron, pero él ni siquiera se inmutó.

—¡Tú no vas a decirme qué hacer, maldito monstruo! —le grité a la cara sin pudor.

Él siguió sin dirigir su mirada hacia mí, y aquello me molestaba aún más. Ni siquiera sabía por qué estaba en ese lugar, tampoco sabía donde estaba Hyungwon, y el tipo que tenía delante quería darme órdenes sin siquiera verme a la cara.

Sin animos de rendirme volví a forcejear con él, pero antes de que me diera cuenta, él ya me había hecho retroceder y sentarme sobre la camilla con una facilidad increíble.

—Si te digo que te quedes aquí, es por algo. —sentenció, dignándose por fin a verme a los ojos. —¿Siquiera has prestado atención a tu situación actual y al lugar donde estás?

De pronto aquellas palabras dichas por un ser despreciable tomaron un poco de sentido. Hasta ese momento no sabía dónde estaba o por qué estaba ahí, pero no me había interesado porque habían otras cosas siendo prioridad en mi mente.

—¿P-por qué estoy aquí? —susurré con temor. —¿Qué es este lugar? ¿Es un hospital? —entonces miré a mi alrededor y me di cuenta que todo el lugar parecía una escena de un crimen. Habían rastros de sangre por todos lados y mi propia ropa estaba hecho un desastre. —¿Qué pasó?

Sus ojos volvieron a apartarse de mi cara, y se sentó a mi lado luciendo totalmente fuera de sí mismo.

—Hay cinco fases. —soltó en tono muy bajo, sin importar que me estuviera confundiendo más y que no estuviera respondiendo a ninguna de las preguntas que yo hiciera. —La primera es el dolor, todos están de acuerdo en que sentir tal dolor es peor que morir. —fruncí el ceño sin entender muy bien a qué se refería. —La segunda es la confusión. La tecera es la manifestación de la última voluntad, el deseo de aún cumplir con un propósito inacabado... —susurró con un hilo de voz. —La cuarta es la realización de la situación actual. Y la última...

El temor se apoderó de mí.

No sabía si por mi propio esfuerzo o debido a su reciente comentario, pero todo hizo click en mi cabeza, y la situación tenía todavía más sentido.

—¿D-de qué estas hablando? —pregunté asustado, poniéndome de pie e intentando alejarme de él dando pasos hacia atrás como si eso cambiara algo. —Y-y-yo no... No...

A pesar de que yo tenía tantas preguntas por hacer y la confusión era indescriptible, él seguía cabizbajo y parecía no querer responder a nada de lo que yo preguntara.

—Moriste. —dijo poniéndose de pie y caminando hacia mí como si aquellas palabras no tuvieran un peso increíblemente grande sobre mí. —No, en realidad... Yo te maté. —afirmó.

—¡Aléjate de mí! —le grité, deseando que toda esa tontería fuera una pesadilla que nunca jamás querría repetir.

De repente, él extendió su mano hacia un estante que estaba a nuestro lado y sacó de él una bolsa transparente que contenía un oscuro líquido espeso y lo extendió hacia mí. Yo miré la bolsa de sangre y por un momento sentí tanta rabia que si pudiera, habría desfigurado totalmente su cara.

—¡He dicho que te alejes de mí! —volví a escupir con toda la rabia que crecía en mi interior, pero seguía sin obtener respuesta de su parte.

—Es mejor que la tomes. —contestó por lo bajo, agarrando mi mano y dejando la bolsa ahí. Entonces, como si quisiera responder a mi interrogante mirada, prosiguió. —La última fase, es la sed de sangre.

Llevaba unos minutos intentando esconder la aplastante verdad, pero al tener en mi mano una bolsa de sangre tibia no pude ocultar más aquel horrible síntoma, y antes de que pudiera darme cuenta, ya había empezado a consumir el contenido de la bolsa como si se tratara del mejor manjar del mundo.

En ese momento no tuve dudas de que Yoo Kihyun había muerto, y yo sólo era un maldito monstruo con su misma apariencia.

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