31.
Aquellas palabras me aturdieron la mente como si hubiera recibido una bofetada muy fuerte. Aún después de un largo rato de silencio sentí que no podía comprender su repentina petición.
Es decir... ¿Por qué?
¿Por qué me pediría algo como eso?
— Que me vaya... —repetí sin preguntar, más bien asimilandolo— yo, bueno... —solté una risa boba, ahogada de confusión— No se como reaccionar. Es decir, sabe que no podemos estar separados porque...
Antes de que yo explicara mis motivos, su voz irrumpió sobre la mía y aquella mirada tan fuerte parecía querer atraversarme.
— ¿Por qué dejaste de temblar cuando bebiste el vino? —soltó repentinamente dejándome más aturdido de lo que estaba.
¿Había algo mal con el vino?
¿Había notado algo diferente en mí?
A esas alturas, una muy fina capa de sudor frío empezó a cubrir mis manos.
— Yo... —dudé sobre ser sincero o dar alguna excusa, pero al final me incliné por la primera— No lo sé, tú dijiste que producía calor, así que...
Una risa fría salió de su boca, como si a propósito quisiera hacerme sentir el hombre más estúpido del planeta.
— ¿Y vas a creer todo lo que te digan? —preguntó rotundamente después de acabar abruptamente su carcajada— En realidad, el consumo de alcohol hace que la temperatura del cuerpo descienda, provocando que el volumen de la sangre llegue hasta la superficie de la piel ocasionando que esta se sienta caliente... —explicó rapidamente sin animarse a dar detalles— pero eso es solo una reacción inmediata.
Mi garganta se secó por un momento y fui incapaz de tragar mi propia saliva.
— Yo... —intenté defenderme como pude, pero claro que no me daría la oportunidad.
La copa resonó sobre la mesa de madera que había en el lugar y estuvo muy cerca de hacerse añicos frente a mí.
— El alcohol atrofia otros reflejos que controlan la temperatura corporal, reduce la habilidad de estremecerse, y por si todavía no te enteras, esa es una forma natural de generar calor. —abrí la boca para decir algo, pero era demasiada información en tan poco tiempo— En resumen, eres un tonto. —afirmó sin dudar— Solo eres una persona que cree todo lo que le dicen y se deja llevar por reacciones inmediatas. Eso es lo que sucede, es así de simple contigo.
El tono despectivo que había usado para hablar de mí, me provocó dolor en los tímpanos y no sabía si era porque la reacción del vino ya estaba pasando, pero mis manos se apretaron fuertemente en un par de puños firmes y temblorosos hasta que casi dejé de sentir mis dedos.
— ¿A qué te refieres? —pregunté molesto— ¿Por qué hablas de mí como si me conocieras mejor que yo?
Sus comisuras se alzaron en una mueca parecida a una sonrisa, pero su mirada seguía siendo tan despectiva como sus palabras.
— Hyungwon, Wonho no es completamente un vampiro. —me recordó— Si tú fueras su tictac como él afirma, muchas cosas sobrenaturales habrían ocurrido... y lo único que ha pasado es que casi se mataron entre sí. —gruñó— esto es solo un capricho de ustedes. Se han dejado llevar por sus tontas reacciones. —bebió otro trago de vino sin dejar de verme— Eres un mortal, debes vivir una vida normal, no ser el refrigerador que almacena el almuerzo de un vampiro.
Al culminar con sus palabras negó levemente y ni siquiera me detuve a procesar lo que quería decirme, estaba muy alterado por ser echado de aquella casa. Ni siquiera era mía, tampoco tenía ningún derecho para estar ahí, pero aún así me rehusaba a dejar atrás el único lugar que había sentido como un hogar.
— ¿Qué cosas deberían ocurrir? —pregunté con enfado y tristeza— ¿y qué importa si nos dejamos llevar? —sentí mis ojos humedecerse miserablemente— ¿Q-Qué importa si soy el almuerzo de quien amo? ¡Ni siquiera me importa si soy el tictac de Wonho, nosotros estamos felices juntos!
El viejo hombre que parecía apenas unos años mayor que mí, soltó un suspiro, probablemente cansado de mi palabrería.
— Sí, hasta que te mate en otro de sus momentos descontrolados. —ironizó— mira, Hyungwon... —arregló su postura en el asiento y puso una mano en su sien— Me he enterado de lo difícil que ha sido tu vida y créeme que lo único que quiero es que dejes de sufrir. —explicó mirando mi rostro fijamente— Te ayudaremos con una pensión si necesitas dinero, tómalo como compensación por los malos ratos ocurridos, pero quiero que te vayas.
La segunda vez que lo mencionó solo hizo que me rehusara con más fuerza en mi interior y solo esperaba que mi expresión le diera a entender que tenía la palabra terco tatuada en la frente desde el día de mi nacimiento.
— Voy a hablarlo con Wonho. —respondí secamente, poniéndome de pie un poco tambaleante debido al entumecimiento por el frío, pero aprovechando a dejar la copa vacía sobre la mesa.
Aunque mis pasos eran erráticos y me aferraba a la manta con fuerza para poder soportar un poco el frío del exterior, me mantuve lo más firme que pude mientras caminaba hacia adentro.
— Hyungwon entiéndeme, esto es por su bien. —comentó llamando mi atención y deteniendo mis pasos— Eres débil, no sólo porque eres un mortal... —susurró— tú mismo eres consciente de que estás muriendo lentamente... —aquellas palabras empezaron a desgarrar mi alma lentamente en millones de trocitos— ahora crees que estás lo suficientemente fuerte como para salir en plena nevada envuelto solo con una manta, pero un día no podrás controlarlo... —las lágrimas empaparon mi rostro— la enfermedad te está consumiendo desde dentro, y cuando ese día llegué... ¿Entonces qué? —mi mandíbula temblaba tan fuerte que dolía pero no podía evitarlo— si no eres el tictac de Wonho, ¿por qué le robarías la oportunidad de ser feliz? ¿Por qué quieres arrastrarlo a ese sufrimiento que sabes que jamás olvidará? —a ese punto solo sentía dolor en el pecho y aunque no quería escuchar nada más, mi cuerpo no reaccionó antes de que el concluyera— Hyungwon, quiero que te vayas, por el bien de todos.
En ese momento el notorio sonido de la puerta principal llegó hasta mis oídos. Wonho había llegado y ni siquiera fui capaz de escuchar el sonido del motor del auto.
Al parecer el ruido más fuerte siempre está en nuestra cabeza.
Volví a la sala de la casa casi desesperado por verlo y que apagara un poco de aquel fuego que ardía en mi pecho, y cuando lo encontré, su cálida mirada me apareció de los pies a la cabeza casi con diversión.
— ¿Qué haces deambulando con eso encima? —preguntó con una sonrisa, sin notar mis ojos irritados, entonces extendió sus brazos en señal de querer que me acercara para abrazarme y preguntó— ¿me extrañaste?
Al ver la imagen que tenía enfrente, corrí con los ojos empapados de un llanto que no fue notado y lo abracé, hundiendome en aquel cuerpo que no era cálido pero que tenía la temperatura que necesitaba para que aquel frío que me congelaba y aquel fuego que me quemaba el pecho, se extinguieran por completo.
¿Que si te extrañé?
Tonto, tus brazos son mi hogar...
Y me rehuso a dejar mi hogar.
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