21.
Mientras miraba como la rubia sacaba otra aguja de mi adolorido brazo, analicé cada una de sus facciones. Sabía que no estaba mejorando, al menos no al ritmo que ella esperaba porque ya habían pasado un par de días más desde que desperté y apenas había recuperado un poco de peso.
— ¿Cómo te sientes? —me preguntó en un susurro como si incluso el hecho de hablarme fuerte pudiera hacerme daño.
La miré fijamente y aunque a pesar de no sentir las fuerzas habituales, me puse de pie intentando demostrarle que estaba recuperándome. Quería que dejara de verme como un miserable, ya estaba cansado de eso.
— Bien. —afirmé caminando por mi cuenta. Ella asintió en repetidas ocasiones como si quisiera convencerse a sí misma de que mis palabras eran verdaderas, pero no le di tiempo a preguntar nada más, pues después de varios días en reposo tenía más de una pregunta por hacer— ¿de donde la sacaste?
Ella me miró un poco sorprendida ante el tono de voz que usé y después de entender que me refería a la sangre, se quedó pensativa.
— Las compramos. —respondió sin mirarme.
Fruncí el ceño ante eso.
— ¿A donde? ¿En la tienda de la esquina? —pregunté con sarcasmo— es Rh nulo, dijiste que si algo como esto sucedía no tendría opción de nada, sin embargo hay suficientes bolsas de sangre como para hacerme varias transfusiones. —la miré fijamente— no me mientas.
Ella suspiró.
— No estoy mintiendo, Hyungwon. —respondió con un tono de tristeza y finalmente me vio a la cara— mi esposo... —suspiró— buscó a cada persona con ese tipo de sangre, consiguió la necesaria y pensó que todo eso podría solucionar el problema de... —no pudo seguir, así que simplemente guardó silencio.
— Querían sustituirme... —respondí visiblemente afectado por aquella confesión— le obligaron a separarse de mí y a consumir algo que sabían que no iba a sustentarlo. —gruñí molesto— ¡Es medio humano, casi muere!
— ¡Y tú también! —me gritó en respuesta acallando mis gritos— tú también... —suspiró— solo queríamos evitar esto, pero al parecer solo aceleramos el suceso... Por favor no te alteres, esto no es bueno para tu salud.
El nudo en la garganta se apoderó de mí.
¿Cuantas veces le habían dicho que era un monstruo?
¿Cuantas veces le harían pensar que si él no estaba a mi lado yo estaría mejor?
¿Por qué le mentían de esa manera?
— ¿Donde está? —pregunté con la voz ronca.
La rubia suspiró y se encogió de hombros.
— Sinceramente no lo sé. —admitió— sabe que nunca te dejo solo así que si me ve cerca de él también me evita, no eres el único.
Asentí. Sabía que tenía razón, ella no parecía estar mintiendo.
— Entonces vamos a buscarlo. —le propuse tomando mi abrigo.
Sabía que ella podría haberme contradecido si quisiera, pero ella sabía perfectamente que eso sería inútil porque era un terco que jamás obedecía una orden que no fuera en la dirección que yo quisiera que fuera, así que sin más me ayudó a abrigarme muy bien para evitarme un resfriado o una hipotermia gracias a las bajas temperaturas de Noruega y mis bajas defensas.
Cuando estuve preparado salí de la habitación y para mi suerte o desgracia lo primero que vi al llegar a la cocina fue a Wonho con una camisa negra de botones, con las mangas recogidas hasta los antebrazos y cortando algunas verduras mientras susurraba alguna canción que no logré escuchar. Sonreí ante lo tierna que me pareció aquella imagen y también por el recuerdo de la primera vez que me habló acerca de su pasión por cocinar comida que no podía comer. Sabía que aquella comida era para mí y podía notar el amor que ponía en cada acción, sin embargo cuando solté un suspiro por la paz que me causaba verlo una vez más, él pareció haber visto un fantasma y simplemente desapareció de nuestra vista dejando todo lo que estaba haciendo.
— Carajo... —mascullé molesto conmigo mismo— debí hacer las cosas bien.
La mujer puso una mano en mi espalda provocandome una corriente de frío en el cuerpo ante su frío tacto aún por encima de mi ropa.
— Shhh... —susurró cerrando los ojos— creo que sé donde está.
Extendió su mano para ayudarme a subir las escaleras y la tomé sin dudar porque sabía que aquella simple acción podría cansarme al punto de hacerme colapsar.
Con cautela y agradeciendo mucho a las suaves pantuflas que me habían obsequiado, subimos en silencio por las escaleras de madera de la lujosa casa, hasta detenernos frente a una puerta muy bonita con algún diseño que parecía estar tallado a mano. Entonces la mujer sacó del bolsillo de su bonito vestido juvenil de flores unas llaves que parecían de un estilo antiguo y sin dudar la metió en el cerrojo que giró con mucho cuidado hasta que abrió la puerta.
Tomó mis manos entre las suyas y me miró a los ojos como si quisiera estar segura de mi decisión, entonces le sonreí para comunicarle que estaría bien. O eso es lo que esperaba. Entonces ella abrió la puerta y yo ingresé con la misma cautela que había usado para llegar hasta ahí.
Y la rubia tenía razón, él estaba ahí sentado en la enorme cama con sábanas color rojo vino, viendo hacia la ventana, seguramente admirando los copos de nieve que caían o al menos intentándolo porque parecía no poder concentrarse.
Avancé hacia él y cuando estuve lo suficientemente cerca decidí que era momento de hablar.
— Wonho... —susurré dejando una considerable distancia entre mi cuerpo y la cama en caso de alguna reacción violenta, pero al escucharme él simplemente se puso de pie sobresaltado y me miró como si yo fuera irreal.
— ¿Qué haces aquí? —preguntó casi preocupado— ¿cómo entraste? Tú no debes estar aquí... Me voy.
En ese momento él intentó salir por la puerta que estaba detrás mío, pero me interpuse en su camino y lo miré a los ojos.
— Necesitamos hablar. —afirmé.
Él negó y de nuevo intentó salir, sin siquiera querer tocarme.
— No, voy a hacerte daño. —respondió visualizando la salida, sin embargo de nuevo me interpuse.
Solté un bufido de cansancio.
— ¡No te vayas! —le grité sin medir mi voz, pero logrando que él detuviera sus intentos de volver a dejarme solo— no te vayas... —supliqué acercándome un paso a él— y no quiero estar más tiempo lejos de ti, ya no quiero estar solo...
En ese momento intenté tocarlo y él simplemente retrocedió dejando en mi pecho un fuerte dolor.
— No puedo estar junto a ti... Lo siento. —susurró.
Entonces de nuevo intentó salir, pero esta vez no lo detuve. Estaba cansado, adolorido y además me sentía totalmente solo, así que simplemente avancé hacia su cama, tomé asiento y rompí en llanto.
— Estoy cansado... —sollocé totalmente cabizbajo— de todo... Y sólo quiero tenerte cerca, sentir que hay un jodido motivo por el cual seguir luchando contra tanta mierda...
— Hyungwon, soy un monstruo. —respondió desde la puerta mirándome con una expresión de dolor sincero.
Levanté mi cristalizada mirada hacia él y negué levemente dejando correr mis lágrimas.
— Eres el ser más maravilloso que conocí, Wonho. —susurré acomodando mi abrigo— Eres todo aquello con lo que algún día fantaseé... —sonreí con dolor— guapo, inteligente, luciendo joven a pesar de tu edad... Y en general, eres genial en todo... —sollocé— si tú no estas cerca de mí, sabes que moriré... Y moriré igualmente algún día pero, el tiempo que me quede, quiero estar contigo... —suspiré profundamente— quiero que me abraces, que me acaricies hasta dormir, que sigas preparando deliciosas comidas, que cuentes tus chistes tontos de vampiros... Lo necesito, porque estoy muy cansado ahora mismo.
Bajé mi mirada al suelo con evidente cansancio y suspiré. Quería irme de ahí, llorar a solas y dejar de verme tan miserable frente a él, pero llorar me quitaba todas las fuerzas que tenía, así que simplemente me abracé a mí mismo con mucho dolor en el pecho y me quedé en aquella posición por los próximos segundos. Al menos así fue hasta que sentí como un par de fuertes brazos me envolvían en un abrazo que por alguna razón me resultaba cálido pese a su frío tacto y comencé a llorar con más intensidad.
Había olvidado lo bien que se sentía sentirse amado por la persona que amaba.
Sus brazos me acogieron con tanta suavidad y cariño que sentía que podría morir ahí mismo y no me importaría. Me aferré a él como si la vida me lo fuera a arrebatar en los próximos segundos y rápidamente sentí como era acostado en su cama y envuelto con las cálidas sábanas de color rojo vino.
— Por favor no mueras, por favor no mueras... —repetía una y otra vez acariciando mi espalda y dando cortos besos en mi cabello mientras yo lloraba en su pecho.
— No lo haré... —respondí entre sollozos aunque sabía que aquello era quizá una promesa imposible de cumplir.
Pero al menos ahí podía vivir mi fantasía de pensar en que todo estaría bien mientras estuviéramos juntos.
Porque el monstruo del que
todos hablaban era el único capaz
de llevarme al paraíso con tan solo
envolverme en sus brazos.
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