─━XV. Raíces

QUINCE.
RAÍCES
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Es en la quietud de la noche cuando Ash se siente un poquito más libre; cada paso que toma y que da resuena en la soledad del túnel con una claridad espeluznante, los sonidos rebotando de las paredes secamente y más allá en donde se ve una tenue luz que apenas alcanza a manchar los muros con sombras, el gruñido de algo que concuerda con su entorno se vuelve un fantasmagórico eco que le sigue incluso en sueños.

El túnel termina y la habitación se abre.

Los muros de piedra están cubiertos de moho y en el aire hay una esencia de libertad, de frescura que Ash pocas veces siente. También está el suave aroma a perfume de flores, la esencia cálida y fresca, tranquila. Pasiva.

La aspira nada más entrar a la habitación y se detiene bajo lo que debería ser un marco que sostiene la puerta, pero hay enredaderas que se envuelven como un mortal abrazo alrededor de un tallo tan ancho como lo es el, filosas y relucientes espinas sobresaliendo de la verdosa planta.

El sitio está inundado en verde; césped y plantas, flores, árboles y helechos y acacias, una selva en miniatura en una de las esquinas y lianas colgando del techo, el tenue sonido de algo goteando tras las enredaderas. Se mueve hacia el interior, tranquilamente, y se detiene a contemplar lo que sea que esté ocurriendo frente a él.

La otra presencia en la habitación brilla como una lucecita de Navidad.

—Hanami —su voz es apenas un susurro pero las maldiciones son inteligentes, son mortíferas, exudan peligro. Y aún así…—. ¿Cómo has estado, Hanami?

La maldición con aspecto de árbol, con una flor en su hombro, ladea el rostro como si contemplara en silencio la florecita que sostiene entre sus garras.

El olor de las flores aquí es exquisito.

Y aún así, Ash sigue siendo un monstruo, y no tiene compasión.

Porque Ash es A más veces de las que no, use la piel que use.

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Los estudiantes de Kioto llegan. Gakuganji descubre la supervivencia de Yuuji. Ash lo observa todo desde la penumbra, recubierto en sombras y paneles, escondido entre los rincones del mundo donde las esquinas se doblan y se encuentran.

Está ahí cuando el director Yaga sostiene a Satoru en una llave, cuando Gakuganji le dice a sus estudiantes que su tarea es deshacerse del recipiente, asesinar a Itadori Yuuji. Está ahí cuando los de Tokio se reúnen para darle la bienvenida a Itadori, cuando Kugisaki Nobara le hace sostener un marco de foto y los ojitos de Yuuji se esclarecen un poco.

Gakuganji es un anciano asustado, eso lo entiende. Está aterrorizado, roto, divido entre lo que debe hacerse y lo que quiere hacer.

Es un pececito pequeño en un océano enorme, y casi que le da gracia saberlo.

Que todos quienes le rodean son tan inconscientes del mundo en el que viven, de que apenas han rasgado la superficie de lo que realmente se oculta entre las sombras.

Ash, por ejemplo, es una de esas cosas.

Así que se inclina, tan discreto como puede, y el tenue vaho que golpea el oído de Gakuganji hace que el anciano sienta escalofríos, que se enderece con lentitud.

—Gakuganji-san —murmura, gracia bailándole en el tono de voz—. ¿Otra vez jugando a juez, jurado y verdugo?

El susurro del anciano se pierde en las curvas que se doblan cuando Ash se mueve entre ellas, pero está muy seguro de que la palabra Shouganai pasó tras los decrépitos labios del viejo.

El velo se alza y Ash ve; su sonrisa crece un poquito más cuando se recarga contra el muro tras todos los profesores y observa las pantallas al frente de la habitación, una de ellas mostrando a los alumnos de Tokio mientras que la otra muestra a los de Kioto.

Satoru, al frente, le está haciendo la vida imposible a Utahime-san.

Ash se cruza de brazos y lo observa. Una pequeña, apenas ahí sonrisa en sus labios cuando Utahime fulmina al hombre de cabellos blancos con lo que él cree que es el método perfecto para asesinar y no dejar evidencia.

Es satisfactorio, en el peor de los casos. No ser notado para ser capaz de permanecer de tal manera; presente pero sin que nadie esté consciente de ello, verlos a todos en sus puntos más vulnerables.

Puede mover un dedo y deshacerse de todos los presentes, incluso de Satoru.

Y ese pensamiento, le enciende el alma.

Tiene el conocimiento, la habilidad, tiene primordialmente la motivación.

La canción que quería bailar el otro día comienza a sonar en lo que le parece una exquisita melodía y su pie hace tap tap tap al son del sonido, la urgencia que siente en el cuerpo de moverse acorde al cantante subiendo arriba, arriba, arriba.

En la pantalla, Kioto se desplaza como uno en el momento en el que Itadori es dejado a solas, y a pesar de que Todou ya está con él, es obvio lo que quieren.

Lo que hacen.

Los disparos de la chica Zen'in rebotan en el suelo pero el eco que crean es descomunal, y después está el chico, el bastardo con el ego inflado por haber sido escogido por encima del nacido por matrimonio.

Ash sonríe, sus dientes brillan, y es la manera en la que Itadori parece saberlo también, en la que realización desciende sobre su rostro dolorosamente rápido.

Ash, que sabe entiende y comprende, siente ira subirle por la garganta.

Zen'in, Kamo, Gojou, piensa amargamente, todos esos clanes y familias de porquería.

No son nada más que mierda en un zapato.

—Hah, Gakuganji-san —dice, y de inmediato captura la atención de los profesores—. Enviar a tus alumnos a asesinar a Itadori Yuuji no es muy moral que digamos, pero…

—Shouganai…

—La moral siempre ha estado por debajo de todos ustedes, ¿cierto, hechiceros? —relame sus labios y da un paso hacia abajo. Satoru le observa en silencio, pero la sonrisa en su boca es personal—. Me pregunto por qué me llaman a mi monstruo cuando ustedes son quienes envían a un par de niños a asesinar a otro niño.

Gakuganji le mira. Y el odio en sus ojos, el asco en su mirada, lo que esas orbes, esos pequeños puntillos negros rodeados de blanco le dicen… Ash permite que la sonrisa en su rostro transmita lo que se oculta debajo si acaso por un escaso segundo que deja a Yaga y Gakuganji tan tensos como un arco.

Yaga le mira por el rabillo del ojo cuando se detiene junto al asiento de Mei Mei, colocando su mano sobre el respaldo de su asiento y regalando una sonrisa a la mujer, una que ella devuelve como el lobo que también es.

—¿Qué haces aquí, Ash?

—Ah, he estado llevando a cabo un par de investigaciones alrededor de unas cuantas ciudades —dice—. ¿Liam no te lo dijo, director Yaga?

El hombre alza sus dos cejas y ladea el rostro, usando su puño como apoyo.

—Me lo comentó, pero no me dijo nada más allá de ello.

—¿Quieres saber?

Yaga suspira con una pesadez increíble, pero le hace un gesto para que continúe hablando.

—Ha habido un registro inusual de energía maldita moviéndose en varios países —ladea el rostro y sonríe, su mano bajando hasta tomar un mechón de cabello claro de Mei Mei—. La fluctuación de energía no es distinta, solo… Concentrada, bastante como para no encender las alarmas.

La atención de Yaga es captada, sus cejas alzándose un poco y el hombre se endereza en su asiento. Mei Mei tilda la cabeza y le observa con una sonrisa, el aura azulada que la envuelve tan suave como la seda cuando entra en los sentidos de Ash.

—¿Movimientos inusuales? ¿Por qué no sabíamos sobre eso?

Satoru se mueve, Ash también.

Suavemente le coloca una mano en el hombro y lo empuja hacia abajo, de nuevo a su asiento. Satoru le mira, parpadeando, su boca ligeramente abierta, el tenue brillo que le destella alrededor del cuerpo y que le dice inclúyeme por favor hazlo por favor inclúyeme.

Ash ladea el rostro y le sonríe, tan suave como puede, una sonrisa que a veces Gina ve, que a veces Satoru también.

—Porque Japón es el único país que no está afectado —dice, dando vuelta para mirar a Yaga—. Si tiene más preguntas, puede hacérselas a Liam con gusto.

Vuelve su atención al frente, y cuando siente la mirada de Satoru encima suyo, le sonríe.

Su silencio es raro, sin embargo. Le da un poco de mala espina estar ahí de pie y no tener a Satoru parloteando sin cesar como un loro.

Pero él está ahí por una razón. Está ahí por Itadori, por Kioto, por Gakuganji-san.

Está ahí por que sabe qué va a ocurrir en pocos minutos.

—Esos dos, de Kioto, ¿son parte de los clanes, cierto?

Un breve silencio los cubre, después Satoru asiente.

—Mhm, ¿saben los cabezas de familia lo que les está obligando a hacer, Gakuganji-san?

—Yo no-

—Probablemente no —sigue diciendo sin pausar—. Zen'in Mai es una decepción incluso para su propia madre, y Kamo Noritoshi no es nada más que un bastardo con suerte, pero…

Utahime se endereza de golpe, la misma mirada que antes fulminaba a Satoru ahora dirigida a él.

—No te permitiré que hables así de mis estudiantes.

Y Ash.

Ash, que sabe que entiende que comprende, que vio y vivió y que no quiere dejar que ocurra de nuevo.

Ash se endereza también y toma el filo de sus anteojos con el dedo índice, suavemente empujándolo hacia abajo y dejando ese refilón de color traspasar los lentes oscuros.

Utahime se queda de piedra.

La habitación se siente asfixiante.

—Tus estudiantes son un pedazo de mierda si siguen las instrucciones de un viejo imbécil sin pensar en las consecuencias. Pregúntale a Satoru cómo se siente al saber que su estudiante sea el blanco de un intento de asesinato orquestado por esta excusa de humano.

La boca de la mujer se abre pero se cierra de golpe, y muy lentamente toma asiento. Tiene los puños apretados en su regazo y mira hacia abajo, gotitas de sudor apareciendo en su frente y sus sienes.

A su lado, Satoru le mira en silencio, pero puede ver los indicios de una sonrisa oculta bajo su mano, escondida ahí porque Satoru, lamentablemente, lo conoce.

Sabe de Ash, sabe de ese trozo de carne oculto tras sus costillas que funciona a la perfección.

Sabe que Itadori le importa.

Sabe, porque así es Satoru.

—Itadori Yuuji es un chico de quince años —señala la pantalla tras de sí, a Itadori y Todou hablando, entrenando, probablemente haciéndose amigos—. Me da igual que sea el recipiente de Sukuna, me da igual que lo consideren un peligro.

Se acerca.

Uno, dos, tres pasos.

Pasa a Mei Mei pero se detiene, la bota de la mujer golpeando suavemente su pierna. Le echa un vistazo de reojo, y la seda se rompe y se endurece, y la suavidad de su aura se pone agria.

Gakuganji le observa, también.

—Dile a tus clanes, a los tres, que si tus alumnos vuelven a ir tras Itadori, si personas de esos mismos clanes lo persiguen, si alguien de tus compañeros allá en el consejo se atreve a ponerle una mano encima a Itadori Yuuji —no sonríe. No puede, no lo hace, simplemente lo mira—. Seré yo quien vaya tras ellos.

El rostro del viejo se ensombrece, y sus ojillos le miran como si salivaran por arrancarle el corazón.

—Estás amenazando a dos miembros de los tres clanes, sin mencionar el ultimátum contra esos mismos clanes, Ash —murmura con voz queda—. Conoce tu lugar, niño.

—Lo conozco. Puedo mover un dedo y deshacerme de ti en un segundo. Puedo mover otro, y deshacerme del resto en otro segundo —dice—. Tus clanes, con sus técnicas y sus tradiciones, ellos no son nada contra mí.

Satoru se ríe.

Es un sonido bonito, tan bonito como la canción que quiere bailar.

Sus dedos se mueven y las puntas le arden; quiere bailar. Quiere bailar con tantas ganas, y se imagina tomando la mano de Satoru para hacer eso simplemente.

—Ash-

Mueve su mano, solo una, pero todos ellos se ponen alerta en un segundo. Ash lo siente, lo sabe, lo saborea.

Ese subidón de poder que le da cuando sabe que la situación está bajo su control, que es él quien lleva ahí las riendas. Es ese sentimiento de saber que los tiene en la palma de sus manos, que si forma un puño con ella los aplasta en el interior.

—No me quieren de enemigo —y es la expresión de Gakuganji lo que dice no, lo cierto es que no—. Piense bien lo que hará entonces, Gakuganji-san. Zen'in Mai no es importante, a pesar de formar parte del Clan Zen'in, pero Kamo Noritoshi… Un chasquido les puede arrancar las vidas si así lo quiero, y no serían nada para mi excepto otro par de cuerpos agregados a mi lista.

—¿Asesinarías a dos chicos inocentes?

—Asesinaría a dos chicos que siguen instrucciones ciegamente incluso si eso los lleva a convertirse en monstruos como yo —tilda la cabeza, lo mira—. Además, es lo que iba a hacer usted, ¿no es así?

Gakuganji no dice nada.

El resto de la habitación tampoco.

Ash siente el tirón, siente las sombras cerrarse a su alrededor. El mundo empieza a doblar sus esquinas.

Aún así se gira, mira a Satoru a pesar de que no lo puede ver, y sonríe.

—Hasta luego, Satoru.

Satoru le devuelve la sonrisa. El mundo se dobla, sus esquinas se encuentran.

Ash desaparece.

Cuando vuelve a hacerlo, huele a lavanda.

Hanami está de pie al filo de un acantilado, la montaña de espaldas a la escuela de Tokio y es el escenario, son los árboles, la naturaleza.

—Eliges tus lugares por la densidad de los árboles —dice—. Me gusta.

Hanami no dice nada, solo mira al frente con las ramas que tiene por ojos señalando hacia el cielo.

—Es extraordinario, ¿no es así?

Tilda el rostro, observa a su alrededor. El bosque está en silencio, los animales se ocultan, y el espectáculo está por comenzar.

Hanami es grotesco a su lado; es una deformidad que parecería arte abstracto si se atreviera a ser visto como tal. Exuda poder, exuda grandeza. Es nada más verlo para entender que esta no es una maldición común y corriente, y en lo profundo de su mente nace una pregunta que se ha hecho continuamente desde hace casi dos meses.

—Asegúrate de hacerlo bien —le dice, dando un paso al frente para estar a la par de la maldición—. No permitiré fallas de ningún tipo, Hanami.

La maldición no responde, pero es el sonido del viento a su alrededor lo que le da una respuesta; el crujir de las hojas, los gorjeos de algún ave, incluso el pastar de algún venado que deambula cerca de su posición.

—No te reprimas —dice—. Ponlos a prueba, hazlos sudar. Sé agresivo y disfrútalo.

Le pone una mano en la espalda.

—Pero si hay un solo cuerpo entre los involucrados, ya sea de Tokio o Kioto —alza su otra mano y toma el filo de sus anteojos, y la maldición se tensa—. Entonces dejarás de ser de utilidad.

La maldición está tensa, y le mira, su rostro ligeramente ladeado hacia donde se encuentra con esa extraña mueca en un rostro perfectamente igual.

Hanami mira al frente, su tensa boca abriéndose una ranura para murmurar.

Mi lealtad hacia ti no proviene de mi miedo a tus habilidades.

Ash suspira. Hanami se va.

Con cuidado, se quita los anteojos y los sostiene en su mano, el tenue susurro de la naturaleza a su alrededor siendo un ancla, una cadena. El tranquilizador para lo acelerado que le late el corazón tras sus costillas.

Hay alguien caminando lentamente hacia él, alguien que lo conoce, que es consciente de cómo trabaja, cómo funciona. Ash no se mueve porque no necesita hacerlo, no cuando es Gina la que viene de la oscuridad del bosque.

Él se vuelve, solo un poco, y la mira con el rabillo del ojo. Gina se detiene cuando está a su lado, frotando suavemente sus hombros durante un segundo, y luego se aleja hacia el borde del acantilado para echar un pequeño vistazo hacia abajo.

—Sería una brutal caída. Te mataría al instante.

Cuando ella mira hacia atrás, la mirada de Ash está allá abajo en donde la escuela se refugia entre las montañas en las que se encuentran. La mujer suspira, se endereza, y se acerca de vuelta a él.

—¿Crees que es una buena idea? Hanami es una maldición, nunca se puede confiar en ellas plenamente.

—Cuando yo me convierta en una, ¿seguirás diciendo lo mismo, incluso si se trata sobre mí?

La tensión llena todos los agujeros que sus voces no pueden recubrir. Está ahí, presente y tangible, capaz de ser cortada con un cuchillo, capaz de deshacerlos a ellos en trozos hasta que se pierdan en la infinidad del mundo y lo corto que es el cosmos.

—Lo que haces es peligroso, Ash —le dice Gina como si no estuviera al tanto ya—. Estás jugando este juego como si fueras un experto, como si los demás jugadores no pensaran, como si el resto no fueran humanos capaces de pensar por sí mismos, de mover las piezas a su modo.

—Los demás jugadores son las piezas, Gina.

—¿Y qué hay de los chicos? ¿Itadori-kun, Zen'in Maki? ¿Qué hay sobre Nanami-san, o sobre Gojou, uh? ¿Qué harás si ellos se ven afectados?

—Satoru estará ahí —es la seguridad en su voz junto con la convicción. Es la fe que le tiene al hombre, que exuda cuando habla o camina o ríe—. Satoru los protegerá.

—… Las cosas pueden salir dolorosamente mal, Ash —le susurra ella, mirándole con una indescriptible expresión en el rostro—. Comprendo que eres el igual de Gojou, pero Gojou tiene algo que tu no, y al mismo tiempo, tu tienes algo que Gojou no.

Satoru estará bien.

Gina se queda callada. En la distancia, en la escuela, raíces crecen del suelo y Hanami flota en el medio del aire como una criatura creada por Dios.

—Si no juegas bien tus cartas… Incluso si estás haciendo esto para colocarte al frente, si no juegas bien podrías terminar lastimado. O peor, harás que otros terminen mal.

Las raíces de Hanami se extienden por los cielos como un camino lo hace en un laberinto. Ash observa, pensativo, no del todo satisfecho.

Siente a Itadori y un aura más moverse, los siente saltar, golpear, gritar.

El Velo es un instrumento bueno; Ash nunca ha confiado en ellos plenamente, nunca los ha usado más allá que para mantener a una presa en su lugar.

La cosa es, Ash es ciego.

Pero un Velo lo hace ver, un Velo le obliga a abrir los ojos, a tomar claridad. Lo obliga a no solo sentir ni percibir, lo hace ver, le devuelve la vista en segundos, parpadeos que se vuelven horas. Un Velo es impuro, es puro, es contradictorio.

Chasquea la lengua y se da la vuelta.

—Hanami cumplirá con su deber —dice, haciendo un gesto desinteresado con su mano—. Será mejor irnos.

—¿A dónde? Creí que-

Se detiene. De espaldas a el queda la rubia mujer que porta el arma. De frente tiene la oscuridad del bosque, la infinidad de un mundo entero.

—Gina —murmura—. Vámonos.

Y Gina.

Ella se detiene también. Siente la duda que crece en su pecho como si fuera una de las flores en el jardín de Hanami. La siente mirar hacia atrás, la siente querer, buscar, anhelar.

Gina traga saliva, da vuelta, y camina tras él en silencio.

Hanami y sus raíces, creando caminos donde nada debe crecer, son dejados atrás.

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