─━XIII. Por favor

TRECE 
POR FAVOR
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Gina jala el gatillo y la bala gira y gira y gira y continúa girando incluso cuando ya lleva rato pudriéndose dentro del cuerpo de aquella maldición.

—Al menos tenían razón en algo —dice ella, irguiéndose—. Sí hay movimiento inusual de maldiciones últimamente.

Ash asiente y se mueve y la maldición se arrastra hacia atrás, tan lejos de él como puede.

Chilla y llora y deja un rastro de baba azulada tras de sí que se funde con el asfalto y lo quema, lo corroe, lo deshace enteramente y lo vuelve ruinas.

Gina le observa atentamente.

—Comprendo porqué nos dieron este trabajo a nosotros —murmura, sus huellas en el asfalto derretido echando vapor—. Es desconcertante.

Hay ininteligibles sonidos que dice y murmura y susurra y los chillidos cesan y se vuelven quedos lloriqueos que entran en su alma y no se quedan, porque Ash no siente nada ya cuando se trata de matar y quitar y tomar.

Es horrible, es horrenda, y el rostro deforme que le mira de vuelta es putrefacto.

Sus dedos tiemblan a sus costados porque lo único que quiere es sacarse los anteojos y terminarlo todo, pero a medida que se mueve que avanza que se acerca se arrodilla, y la maldición se queda tan quieta como una estatua.

Ash alza un dedo y murmura unas palabras y la maldición se deshace en nada pero el olvido.

—Ana es una perra.

—Fueron los Altos Cargos quienes nos asignaron esto.

—Ana podría haber dicho que no.

—Cierto, pero entonces habrían enviado a Liam, y eso no es recomendable.

Gina suspira, y hay algo en ese sonido que le suena amargo, derrotado, deshecho

—Si sigues de la manera en la que lo haces, no durarás mucho, Ash.

Y el miedo vuelve y se cierra alrededor de su garganta, pero Ash ha vivido mucho o quizás no, quizás solo lo suficiente para tragarse ese miedo y deshacerse de él con facilidad.

—Estoy bien —asegura, enderezándose y caminando cerca de ella—. En verdad lo estoy.

—Me alegro —responde, y lo toma del brazo y ambos comienzan a andar—. Pero insisto. Ve a un doctor.

—No es necesario.

—Mario podría-

—Mario se lo diría a Liam porque ese es su deber.

—¿Y qué hay de malo en ello?

—No quiero que nadie sepa.

—¿Por qué?

—Porque estoy bien.

—No lo estás.

—Lo estoy.

—Dile a Gojou, entonces.

Se detiene, de golpe y abrupto y sus pies duelen con tan brusco cese de movimiento.

No —dice, con miedo renovado—. Nunca.

Gina resopla pero no argumenta de nuevo, y el mundo se dobla y las esquinas se juntan y el asfalto bajo sus pies desaparece y de repente, el mundo es claro y nuevo y huele a tabaco y Ash tira en una dirección contraria, distinta, nueva.

Ash lo ve apenas aterrizan; porque por supuesto que lo haría.

Por supuesto que no fue un sueño.

Los algodones con sangre caen en el bote de basura y Nanami Kento se detiene cerca de la puerta, sus pies pegados al suelo de lustrosa blancura que refleja las blancas luces sobre sus cabezas.

Gina está de piedra a su lado.

—Nanami-san.

Gina hace un sonido cuando el hombre mira por encima de su hombro hacia donde ellos se encuentran de pie.

Y Ash sonríe.

—Lamento entrometerme de esta… manera…

Y las palabras se pierden.

—¿Se encuentra bien? —pregunta Gina.

Porque de repente la atención de Ash está en el costado derecho que el hombre rubio que brilla sostiene con su mano, las pocas motas manchas suciedad roja que cubren la camisa azul como el anochecer, la falta de corbata, la cansada expresión, los cabellos no tan pulcros y la mirada cargada de seriedad y contemplación.

Es mucho. Es demasiado. No es suficiente.

Nanami Kento gira con lentitud para mirarlos de frente y Ash aplasta con rudeza esas ganas que tiene de ir de cacería.

—Estoy bien —dice eventualmente, y nota la manera en la que sus ojos se deslizan hacia él por una décima de segundo.

Nanami Kento trata de inclinarse y Ash no quiere pero no puede y no lo evita, el pequeño paso que da al frente cuando el hombre gruñe por el dolor en su costado derecho.

Gina tira de él hacia atrás.

—Nanami Kento —dice, dirigiéndose a Gina—. Un placer.

—Gina —dice y se inclina, porque ella es cortés de esa manera—. El placer es mío. Lamentamos aparecernos así de repente.

—Descuiden. ¿Había algo que requerían?

—Satoru —escupe Ash de golpe y se maldice enseguida porque es demasiado, es mucho y no es suficiente—. Necesito hablar con Satoru.

La mirada del hombre que brilla se agudiza y Ash se derrite. Tiembla y quiere volver a llorar, gritar un poco quizás y decirle a Nanami lo bello que es, lo afortunado que Ash se siente.

—No conozco su ubicación, lo lamento.

—Está bien —se apresura en decir su compañera cuando a Ash le es complicado hacerlo—. Lamentamos las molestias, gracias.

La mano de ella se cierra alrededor de su muñeca y Ash trata de no temblar, de anclarse a ese calor que emana de ella y que en ocasiones le es necesario y bienvenido con igualdad.

—¿Para qué buscan a Gojou?

Ash y Gina se giran, y es él quien tilda la cabeza y sonríe, tratando de aplastar toda esa bola de cosas que aparece en su estómago. Nanami le mira fijamente y sin las gafas por fin puede apreciar qué se ocultaba tras ellas.

—Quería preguntarle un par de cosas, nada más.

El hombre asiente y hay un goteo en la distancia, un inodoro que se está llenando.

—¿Cómo supieron que estaba aquí?

Es un interrogatorio, se da cuenta.

Gina lo entiende también, pero él le hace una seña de que lo maneja, de que puede. Las luminosas luces sobre de ellos titilan un poco y Ash suaviza esa mueca en su rostro.

—Itadori-kun.

El aura se altera por solo un segundo antes de volver a calmarse en ese tranquilo océano de luz al que ya se siente adicto. Las bellas facciones en el rostro de Nanami se suavizan un poco y a pesar de que se mira cansado, hay algo en él extrañamente satisfactorio que Ash no pasa por alto.

—¿Te lo pidió Gojou?

—No, pero es, a fin de cuentas, el recipiente de Sukuna.

Dice, y Gina se mueve un poco como si estuviera a punto de entrar a una pelea.

—Además, es un chico excelente. Lleno de vida, muy bueno —dice mientras se gira para volver al lado de Gina—. Estudiante de Satoru, sin embargo.

Y ahí lo dice todo; porque Itadori es un niño y los Altos Cargos son pedazos de mierda que el mundo no necesitaba pero desafortunadamente tiene.

—Hasta luego, Nanami-san.

—Hah. Hasta luego, Ash.

Pero Ash…

Ash siempre ha tenido una pizca de egoísmo que nadie ha conseguido quitarle nunca.

Gina no se mueve de donde se encuentra en pie, en cambio le mira, en silencio y con los ojos ligeramente entrecerrados, ligeramente secos.

Ash da un par de pasos al frente y Nanami, suavemente, mira por encima de su hombro con el rostro tranquilo pero el cuerpo tenso.

La boca de Ash está seca como un desierto, pero extiende su mano y solo un segundo más tarde finge que es ciego y la desvía, porque nadie sabe y así debe quedarse. Nadie excepto quizás Ana, y aquello ya era problema suficiente como para que otro más se fuera esparciendo por ahí.

—Los amigos de Satoru suelen ser amigos míos también.

—¿Mhm?

Nanami es un buen hombre, y no hay nadie en este mundo que pueda decirle lo contrario para que cambie de opinión.

Y también es cierto, sin embargo, que Satoru forma parte de la vida de Ash de una manera en la que él detesta que lo sea; porque Satoru es asombroso y poderoso y muy por encima de él, y Ash lo admira y a veces lo odia, a veces quiere golpearlo y eliminar su existencia de la historia y hay ocasiones en las que no, en las que solo quiere tomar la pálida mano del hombre y tirar de él hacia una sonata que mueve un vals.

—Nanami-san —murmura bajo la atenta, cansada mirada del hombre rubio que destella—. ¿Puedo preguntarle algo?

La mirada del hombre se entrecierra, y un escalofrío le baja por la espalda porque él ha visto ese escepticismo antes, ese fuego calculador ardiendo en otros ojos.

Nanami-san asiente con lentitud y se gira, y Ash trata pero falla y no puede y no lo hace, evitar la manera en la que sus ojos se desvían momentáneamente hacia abajo; hacia la sangre manchando la camisa color medianoche.

Ash estira su mano con lentitud.

—Ash.

Gina suena preocupada, pero la insatisfacción en el estómago del hombre se pone a prueba y Nanami-san no protesta excepto con un gruñido cuando Ash coloca su palma con suavidad encima de la herida, la mano del hombre rubio que destella cayendo inerte a un costado.

—¿Quién le hizo esto, Nanami-san?

Nanami gruñe y Ash se estremece, y la mancha viscosa en su mano reduce el dolor de a poco y Ash se lo traga con gusto.

—Una maldición categoría especial —responde el hombre—. Era peculiar. Capaz de mantener una conversación, y su ritual… No sé si llamarlo extraordinario, o preocupante.

—Ambos —y la respuesta, inmediata. Tanto que Nanami-san alza la mirada y la fija sobre él con extrema atención—. Lo extraordinario y lo preocupante pueden coexistir perfectamente, Nanami-san, y nuestro mundo se ha probado varias veces ya capaz de sostener ambas cualidades en una misma persona.

La mirada de Nanami baja; lento, lento muy lento por todo el cuerpo de Ash y él debe luchar contra un sonrojo, con la frustración y el deseo y el miedo, las ganas que tiene de arrancarle a alguien la vida por la sangre que le mancha las manos.

Que mancha la camisa azul medianoche y hiere el cuerpo del destellante hombre.

Gina está detrás suyo con el gesto perdido, la mirada enfocada.

—¿Lo crees en verdad?

Ash sonríe.

—Lo sé.

Bajo la palma de su mano la herida se cierra, y la sangre no es más que una inútil mancha que le da náuseas por lo pegajosa, lo asquerosa lo vil que se siente ahí sobre su piel, sentada cómoda y rojiza y nauseabunda. Ash, cuidadoso, se aleja de Nanami con lentitud y éste de inmediato se checa la herida; lo que queda de ella.

La mancha y la sangre, pero nada más.

—Ha habido movimiento inusual de maldiciones por todo el continente de América en las últimas semanas —siente a Gina moverse a sus espadas y entonces el tacto de ella se presiona con suavidad contra su espalda baja, ascendiendo lentamente por ella hasta poder envolver una mano alrededor de su brazo—. Varios otros países han reportado que varias de ellas han cruzado fronteras, y el incremento de maldiciones en Europa es alarmante, pero… Nada sobre maldiciones parlantes, aún.

Nanami Kento le mira en silencio por unos pocos segundos, unos demasiado largos como para ser meramente especulativos y más estratégicos; su costado derecho ya no sangra pero su mano se mantiene apoyada encima de donde la herida solía estar, y Ash no quiere pero lo hace, creer en el pequeño brillo de confianza que le nace en la mirada al bello hombre frente a él cuando lo mira.

—¿Incremento en ellas, dices?

—No es inusual —murmura—. La actividad humana es lo que da pie a estas criaturas para aparecer, y a veces somos nosotros quienes terminan convirtiéndose en una. Pero las clasificaciones parecen comenzar a quedarse atrás si es que esta nueva generación tiene algo para probar.

Nanami asiente con lentitud, su boca en una fina línea y Ash, ciertamente, siente su mirada siendo atraída hacia esos labios más veces de las que no.

—No puedo hablar en un sentido internacional, pero no creo que sea coincidencia que estas maldiciones aparecen si el incremento del movimiento en el occidente es así de grande —Nanami Kento se remueve en su sitio y las manchas rojizas caen al suelo y Ash las observa caer—. ¿Ustedes fueron puestos en el caso?

—Lo fuimos, sí.

Y Nanami asiente.

Con cuidado, deliberadamente, Ash extiende su mano y después la baja de golpe, un calambre extendiéndose por su antebrazo hasta subir por sus venas hasta el hombro, la clavícula y finalmente el pecho.

—No quiero ser entrometido, Nanami-san —dice con el corazón en la garganta—. Pero, ¿puedo pedirle que me mantenga informado sobre esta maldición especial?

Los ojos de Nanami lo miran y Ash se derrite.

—Por supuesto.

El mundo de Ash se acomoda un poco, se estabiliza.

Gina le aprieta el brazo suavemente y Ash tilda la cabeza para mirarla, y está ahí; el miedo y la preocupación, la picardía también. Gina está ahí en todo su esplendor y Ash lucha para mantener la sonrisa a raya.

Cuando se vuelve al hombre, Nanami ya no lo mira; la mano del hombre está alzada, con la palma hacia arriba y las pocas manchas en los dedos escurriendo por la esbelta figura que poseen, lento y suave cayendo en gotitas hacia el blanco suelo.

Ash suspira, lentamente.

—¿Nanami-san?

—¿Sí?

Ash sonríe.

—Por favor, cuide de sí mismo. Y de Itadori-kun también, si puede.

Y lo último que Nanami Kento ve de él es eso; la suavidad y el cariño, el anhelo, la sonrisa.

Después, los dos se desvanecen.

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