8. Desliza a la derecha

«No, no, no, sos muy pelotudo, no puedo trabajar con vos, toma tu plata y yo me tomo el palo», me dijo el tercer profesor particular de Semiología que vino a mi departamento. Siempre supe que era medio idiota fuera de la cancha, pero jamás me imaginé que tanto. Sin perder las esperanzas, renové mis búsqueda de particulares en redes sociales. La plata no era un problema, pero mi pelotudez sí. Sin embargo, buscando por Instagram, di con un profesor de Semiología con la energía suficiente para tratar con un caso como el mío, Samuel Kuznetsov. Él mismo se encargó de encontrar a los demás profesores particulares que necesitaría durante el año para aprobar las seis materias del CBC o, mejor dicho, el ingreso a la Universidad Nacional de Buenos Aires.

El tipo era joven, apenas unos seis años más que yo, pero no se le notaban ni en la cara ni en el cuerpo. Terminamos teniendo algo más que una relación de profesor paciente por alumno idiota, aunque no fue un romance estrictamente hablando; nos hicimos compañía y la pasamos bien. Creo que fue él quien me enseñó el espíritu bohemio que debía tener un estudiante de Filosofía y Letras. Me hizo apreciar el teatro, la lectura de poemas en vivo, la música indie y las exposiciones de arte moderno y clásico. A veces pienso que robé partes de su personalidad, tal vez las que más me gustaban o que me parecían más interesantes. Todavía no olvido su cabello rojo como el fuego, ni su piel extremadamente blanca en donde sus labios de un tono carmesí natural destacaban por sobre todo lo demás.

«Vamos a boludear a San Telmo, ¿te copas?», me preguntaban a veces algunos chicos o chicas que buscaban acercarse a mí, pero desgraciadamente debía declinar cualquier tipo de invitación. Por mucho tiempo mis días estuvieron ocupados por las sesiones con Raquel, las clases particulares con mis seis profesores de Letras y mi lenta lectura de las obras y textos para cada clase en la facu. Creo que cualquier otra persona se hubiera rendido al cabo de unos meses, pero yo estaba profundamente emocionado de no entender, de sentirme tan poco talentoso, tan normal, tan mediocre. Ya no era un privilegiado, un niño bendecido por algún ente divino o el hijo no reconocido de Labruna o de cualquier otro gran jugador de River Plate. Yo era Elián Bautista Denšar, el boludo que nunca sacaba más de cuatro en ningún parcial o trabajo práctico.


—Gracias por venir —dije con un vaso de vino con Pritty en la mano. Estaban presentes mis seis profesores particulares y Samuel, quien había venido con su novio Franco, con el cual salía hacía más de un año y por quién dejamos de vernos de otra manera, nos quedamos solo como amigos y estaba agradecido por eso. Valoraba su compañía y sus consejos—. Hoy los invité a comer un asado en mi depto porque quería darles la noticia de que me vuelvo a Córdoba.

—¡¿Qué?! ¿En serio? —exclamó Samuel sorprendido.

—Si, ya tengo todos los papeles necesarios para transferirme a la Universidad Nacional de Córdoba.

—¿A la de Córdoba? Vos estás loco ni podes con la...

—¡Si es lo que sentís ganas de hacer, hacelo, estamos muy contentos por vos! —interrumpió mi profesor particular de latín y griego antiguo al de Literatura Argentina.

—Si, yo puedo conseguirte otro equipo de profesores particulares allá, tengo amigos —agregó Samuel forzando una sonrisa sobre sus labios, sabía que estaba preocupado por mí.

—Muchas gracias, pero no hará falta, comenzaré a estudiar por mi cuenta y tratar de entender lo que pueda.

—Te va a ir como el cu...

—Buenísimo, Eli, te va a ir bien, pero cualquier cosa me decís, ¿si? —Nuevamente, Oscar, el profesor particular que había contratado de Literatura Argentina y Latinoamericana, se había quedado sin hablar. Resopló su flequillo y se mandó un pedazo de vacío a la boca para abstenerse de opinar. Me sonreí divertido, no tenía problemas con los comentarios negativos, ya me criticaban cientos de personas en Argentina y en Europa por haber abandonado mi carrera futbolística.

—Yo soy egresado de la UNC, puedo hablar con Susana, la profe de Teoría Literaria para que te dé la equivalencia. Además estaría bueno que hagas ahí tu primera ayudantía si juntas el mínimo de materias requerido —me sugirió el novio de Samuel.

—¿A quién va ayudar este pelo...?

—¡Si! ¡Está buenísima la idea! Uno aprende mucho ayudando a otros —comentó Macarena, mi profe particular de Literatura Española, clavando sus uñas moradas en la muñeca de Oscar.

—¡Ya! ¡Loca! —gritó finalmente Oscar sacado de sus casillas. Todos los presentes allí reímos al unísono, incluso él mismo, quien antes de irse, me deseó lo mejor en mi regreso a mi ciudad. Agradecí los tres años que me dedicaron y mandé a enmarcar una foto de aquel asado, la cual colgué luego en el living de mi nuevo departamento en Nueva Córdoba.


Apenas volví a mis pagos, mis hermanos me recibieron con todo el amor que siempre nos habíamos tenido, mi madre me estrechó por un largo rato entre sus brazos y mi padre me dio unas cuantas palmadas reconfortantes en la espalda. Me emocioné al darme cuenta que nadie me cuestionaba por mis decisiones, el amor comenzaba a tener formas preciosas, como pequeños capullos que comienzan a florecer bajo el cálido sol de primavera.

No tardé más de un par de semanas en instalarme en la ciudad. Raquel me pasó el contacto de una colega en Cerro de las Rosas, y Juan se hizo cargo de mis asuntos internacionales, mientras que derivó a su primo Ricardo todos mis asuntos locales en la Provincia de Córdoba. Yo, por mi parte, me dediqué a ir de un lado a otro en la Facultad de Filosofía y Humanidades buscando a cada profesor para que me dieran las equivalencias necesarias para postularme a mi primera ayudantía, como me recomendó el novio de Samuel. Pero en medio de aquel ajetreo, me detuve por un instante frente a un peculiar folleto turquesa que hablaba de una nueva app de citas desarrollada íntegramente por un equipo de mujeres cordobesas. Aquello me pareció curioso, así que terminé escaneando el código QR del afiche y, mientras la app se descargaba en mi teléfono celular, seguí con mis asuntos académicos.


«¡Tenemos a tu posible primer blindmatcher! Hemos encontrado a una persona adecuada a tus preferencias. ¿Quieres conocerlo? Revisa su perfil y luego desliza a la derecha para hacer tu primer BLINDMATCH!», decía un mensaje repentino que saltó en la pantalla de mi celular mientras investigaba las funcionalidades de la app. Nunca antes había utilizado una aplicación de citas, así que, algo temeroso, seguí las instrucciones y entré al perfil de alguien llamado SpiderLove27. Lo primero que llamó mi atención fue la referencia al manga Blue Period, una obra que leí por recomendación de uno de mis profesores particulares, y que terminé amando con locura. No podía sentirme más identificado con el protagonista, un chico con la vida resuelta que un día descubre una pasión desconocida por el arte y la cultura universal.

No le di muchas vueltas al asunto y envié un primer mensaje con una de las citas que más recordaba de los primeros capítulos del manga; y me gustó cómo respondió, sentí que podía sacar a relucir todo lo que había aprendido en aquellos últimos tres años. Tal vez allí, donde no había ni nombres ni fotos, podría ser menos Marcos y más Elián. Aunque cuanto más hablábamos, menos sabía quién estaba siendo, si Marcos o Elián. A veces era el chamuyero empedernido de Marcos y otras el niño con aires intelectuales de Elián. Pero de cualquier forma, desde ambas caras de la moneda, estaba enganchadísimo de mi blindmatcher.

Sin embargo, nunca me habría imaginado que mi dulce ArgChi Boy sería la misma persona que intentaba hacerme sentir mal en la cátedra. Desde el principio noté que no le caía bien, que buscaba descalificarme y subrayar mi inutilidad en la mayoría de los temas que se dictaban en clases. Pero como no era algo nuevo para mí, no le presté demasiada atención. Aunque de vez en cuando lo veía desde lejos, no podía escapar de lo mucho que me atraía su mirada felina, su aura misteriosa; todo en él tenía algo de magnético. Fue así como noté que cuando enviaba un mensaje a mi blindmatcher, el celular de Julián vibraba sobre el escritorio donde lo dejaba antes de empezar la clase.

Mis sospechas se confirmaron cuando ese viernes, en la cervecería de Güemes, Julián apareció con la ropa y el maquillaje que mi ArgChi Boy había descrito. Recuerdo que no sabía ni qué cara poner; estaba feliz y preocupado a la vez. La persona que me odiaba era la misma que se quedaba hablando conmigo hasta las cinco de la mañana sobre series y películas de los 2000. En aquellos días, después de entrenar, siempre me quedaba un par de horas frente al televisor; era el único momento en mi vida en el que me sentía como un adolescente normal. La verdad es que había olvidado eso con el tiempo, pero Julián me lo había traído al recuerdo.

Julián, Julián y Julián... De repente, todas mis oraciones comenzaban y terminaban con ese nombre. Me ponía celoso solo con recordar cómo había coqueteado con Enzo o cómo lo miraban algunos estudiantes cuando solicitaban su ayuda. Es que mi ArgChi Boy era tan hermoso, tanto por dentro como por fuera. Lo extrañaba muchísimo, pero intenté concentrarme en estudiar durante una semana. Sin embargo, su nombre y su figura seguían dando vueltas en mi cabeza. Me preguntaba cómo reaccionaría al decirle que yo era su blindmatcher. ¿Estaría decepcionado? ¿Le daría asco? ¿Seguiría interesado en mí después de descubrir mi terrible identidad? Creo que esta semana necesitaré una sesión extra con mi psicóloga.


El fatídico día elegido para revelar mi temido secreto sería el evento de lanzamiento nacional de Blindmatch. Le daría una gran sorpresa después de rechazar su invitación para ir juntos, aunque esperaba que fuera más "sorpresa" que "gran" decepción. Me puse un atuendo elegante, pantalón y zapatos de vestir, pero con la camisa hacia afuera, para no verme demasiado formal (iba a tener una cita, no una entrevista con un medio local). Antes de salir, me puse un poco de mi perfume favorito de aroma amaderado con notas florales y escapé de mi departamento antes de que el arrepentimiento me invadiera o las dudas me asaltaran aún más.

Llegué tarde, un colectivo chocó a un Torino en plena Maipú y fue un lío desviar rápidamente el tráfico hacia rutas alternativas. Entré al salón cuando ya estaba avanzada la presentación, las luces bajas no me dejaron encontrar a Julián entre los asistentes, tuve que esperar hasta el primer receso. Aunque nuevamente se me perdió entre la multitud, hasta que después de dar vueltas por un rato, lo hallé conversando con alguien, pero no parecían estar en buenos términos. Aceleré mi paso al notar que las cosas se iban a salir de control, peché al estúpido lejos de mi ArgChi Boy y nos fuimos juntos hacia las afueras de la instalación. ¿Quién sería ese pelotudo? Quería matarlo. Pero sería para después, ahora tenía algo más importante con qué lidiar, le confesaría todo a Julián.

—¿No te acordas de mi cara? —escupió Julián con rabia, mi ArgChi Boy, el pibe que me volvía hacer sentir cosas lindas como lo hizo el polaco en Inglaterra. No recordaba casi nada de la secundaria, pero sé que fui un idiota, un pelotudo que buscaba la aprobación de los demás para sentirse menos miserable—. Claro, fui tan irrelevante en tu vida que ni de mi cara te podes acordar. A ver si te acordas de mí con alguno de los sobrenombres que me pusieron tus amiguitos: "Puto angustiado"; "El elmo puto"; "El chileno falso"; "El emo chupapijas", y entre otras muchos parecidos o similares. ¿Eso fue suficiente? ¿Ahora te acordas de mí? —No merecía estar enfrente suyo, ni siquiera sé porque terminé diciéndole que era su blindmatcher, sólo le causé más daño.

«No sé...», le respondí cuando me preguntó quién era yo. Creo que al final del día no era ni uno ni otro, solo Bautista, el pelotudo hijo de puta de Bautista. El que lastimó a su rival, el que se llevaba mal con sus compañeros de equipo, el que miraba a todos por encima del hombro, al que no supo amar a su primer amor, el que dejó ir a otros tantos y el que no puede escribir un ensayo decente para ser un estudiante avanzado de Letras. Lo único bueno de Bautista es que sabe hacer jueguito con una pelota de mierda durante más de tres horas o hasta que las piernas le comiencen a temblar y tenga que sentarse en el piso mientras la oscuridad se cierne sobre su cabeza.

Me fui, salí huyendo de allí hacia cualquier otra parte, no importaba dónde. Es lo segundo mejor que sabe hacer Bautista: huir.


No sé cómo terminé en Plaza de Los Niños, detrás de la terminal de Ómnibus de Córdoba. A pesar de estar en pleno centro de la ciudad, en el parque apenas había un par de personas: unos adolescentes jugando con sus celulares y unos cuantos jóvenes adultos paseando a sus perros. Me senté en una de las solitarias hamacas de la zona infantil y apoyé mi cabeza sobre una de las cadenas frías de las que colgaba el pedazo de madera recién pintado de un rojo vivo esmaltado. La noche estaba fría; soplaba un viento gélido que lastimaba las mejillas y agrietaba los labios.

¿Cómo dejé que le dijeran todas esas cosas en la secundaria? Me pregunté, tratando de recordar algo con todas mis fuerzas. Me sentía la peor mierda sobre el planeta. Creo que me merecía mucho de lo que me había pasado en la vida. Tal vez nunca fui una buena persona y solo quise creer que lo era.


—¿Qué te dijo? —preguntó Lucas cuando volví a su lado.

—¿Qué dijo de qué? —respondí sin darle demasiada importancia.

—Qué sé yo, pensé que como es nuestra última vez juntos, te diría algo el pelotudo enamorado ese.

—¿Enamorado? —repetí confundido. Estábamos en nuestro viaje de egresados, en un parque de esquí en Bariloche, y recién había salvado a uno de mis compañeros de una fuerte caída sobre la nieve.

—Jodeme... ¿Nunca te diste cuenta de que el Puto Angustiado está enamorado de vos desde primer año? O sea, ¿por qué le diríamos puto si no?

—Pensé que lo hacían por sus rasgos delicados o qué sé yo. —Me saqué los guantes y el gorro, me rasqué la cabeza y volví a mirar al chico de cabello negro que había salvado—. ¿Por qué nunca me lo dijeron? —le cuestioné un poco enojado. Pude haber pensado en eso si lo hubiera sabido con tiempo. Bueno, no sé qué tendría qué haber pensado, pero me hubiera gustado tener la oportunidad de hacerlo aunque hubiera llegado a conclusiones estúpidas.

—Porque pensé que te habías dado cuenta. El boludo se queda embobado mirándote desde primer año. Incluso lo vi escribiendo cosas mientras te miraba en los recreos.

—Pero ¿cómo está enamorado de mí si siempre le decimos giladas?

—Qué sé yo, masoquista el pendejo. Los putos son muy raros.

—Sí, mal.

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Glosario:

▶︎ CBC: Ciclo Básico Común (solo lo tiene la Universidad Nacional de Buenos Aires).▶︎ Pagos: Lo que vendría siendo tu barrio, tu zona, tu ciudad.▶︎ Coparse: sumarse a una actividad o salida.▶︎ Hamaca: columpio.

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