Capítulo 5
—¿Alguna idea de qué hacemos ahora?
—Apuntarnos a la fiesta.
Siguiendo mi consejo, volvemos al lugar donde está la marcha y nos unimos a ella para no levantar sospechas. Subo a la mesa alrededor de la que se sienta Ray y todos sus colegas, con una botella en la mano de la que bebo largo y tendido antes de dejarme llevar por la música. Molly ha decidido ir junto al DJ para interesarse por el desempeño de su trabajo. Este se muestra abierto a enseñarle cómo pinchar discos, cediéndole un lugar a su lado.
—¡Subid esa música! — le pido al chico de cabello moreno y mechas azules que está pinchando. Muestra su dedo pulgar hacia arriba para dejarme claro que eso está hecho. La canción que empieza a brotar de los altavoces es rítmica y se cuela en mi cuerpo, poniendo a todos mis músculos en movimiento. Bailo en la mesa, usando el farol intercalado en ella como una barra, pegando mi espalda a ella y elevando una de mis piernas. Ray recorre con la mirada mi cuerpo, desde la punta de mi pie hasta la coronilla—. ¡Yo quiero bailar, toda la noche!
Muevo la cabeza, agitando mi pelo de un lado a otro, balanceándome hacia adelante, atrás y los lados gracias a la barra. Le cedo todo el peso de mi cuerpo a la gravedad, que me atrae con fuerza, pero no dejo que me engulla. Tengo un as bajo la manga y resulta que es mi mano agarrada al farol. Vuelvo a dejarme llevar por la música. Esta vez mi seguro es una pierna abrazada al soporte metálico. Inclino todo mi cuerpo hacia atrás y bebo de la botella.
—¡Uniros a mí! — sugiero a quienes me rodean.
Bajo de la mesa de un salto y, aunque caigo de pie, me tambaleo un poco. Todo mi alrededor está pasando a ser un lienzo abstracto y borroso. Una combinación de colores y formas poco delineadas. Pronto tengo a un grupo de hombres rodeándome y pegándose cada vez más. Especialmente Ray. Este parece querer dejar claro que tiene algún derecho sobre mí. Estoy felizmente bailando por mi cuenta, para mí, cuando noto el miembro duro de ese hombre en mi trasero.
—Hola, rubia. No hemos tenido oportunidad de conocernos. Aunque tengo que admitir que no te he quitado el ojo desde que te he visto llegar— susurra en mi oreja. Apesta a alcohol y tabaco. Con sus dedos acaricia mi cintura. Bajo la mirada y pillo sus manos yendo en dirección a mi espalda, con la intención de bajar reflejándose en sus oscuros ojos—. Quizás podríamos subir arriba, a mi dormitorio, para conocernos en más profundidad.
—No tengo el más mínimo interés en conocerte. Aunque hay algo que sí me gustaría hacer y que tiene que ver contigo.
—Ah, ¿sí? ¿Qué cosa?
—¡Huevos estrellados! — cojo su cara entre mis manos y golpeo mi cabeza con la suya. Eso le obliga a retroceder hasta acabar cayendo de espaldas a la parte honda de la piscina. Voy hasta una tumbona, me hago con un palote de natación de color rojo y regreso a tiempo para ver cómo asoma la cabeza Ray. Un hilillo de sangre escapa de su nariz hinchada—. ¿Así es como coqueteas con las mujeres? Ahora entiendo por qué en tu mesa solo había hombres. Déjame darte un consejo. La próxima vez prueba a preguntarle el nombre a la chica en cuestión antes de manosear su cuerpo sin permiso. Y quítate esa gorra. Se ve patética.
—La próxima vez no se cruzará una loca en mi camino. Estás como una regadera.
—Sigues haciéndolo mal. Repite conmigo: debo ser agradable y no un completo patán con las damas.
—Ve a mirarte la cabeza, en serio. Algo no está muy bien conectado en ella.
Golpeo el agua repetidamente con el palote, creando surcos alrededor del chico de tez negra, que se protege con sus brazos la cabeza para evitar recibir un latigazo.
—Nada, que no hay manera. Probemos otra vez.
—¡Sacad a esta psicópata de aquí!
—¡Error! — canturreo. Tiro el palote a un lado y voy hacia la mesa donde estaba sentado Ray. Encojo mis hombros bajo la mirada inquisitoria de los colegas del anfitrión. Sé exactamente lo que quiero hacer. Ray aparenta ser valiente, inquebrantable, pero la verdad es que todos tenemos miedos y que, cuando uno de ellos se vuelve una realidad, abandonamos nuestro rol y mostramos a la persona que somos realmente—. A ver si esto te refresca la memoria.
Arrojo la cachimba hacia la piscina. Le da en el hombro y eso le arranca un alarido de dolor. El objeto desaparece en las profundidades bajo la mirada de todos los presentes. Ray está asustado y ahora sí está empezando a mostrarse más abierto a cooperar. Me agacho en el poyete de la piscina y humedezco una de mis manos en el agua fresca e iluminada.
—¿Y bien? ¿Estás preparado para hablar? Tengo toda la noche.
—Debo ser agradable y no un completo patán con las damas— su voz denota nerviosismo mezclado con temor a fallar.
—Lo has hecho. No era difícil, ¿verdad? Ahora quiero que vayas un paso más allá. Grábatelo a fuego y ponlo en práctica. O volveremos a tener una charla tú y yo.
Cyne me atrapa la cintura justo cuando enredo mis dedos en la cabellera de Ray para echar hacia atrás su cabeza y poner a prueba la veracidad de sus palabras a través de su mirada. Maldigo en voz alta que me hayan privado de dicho propósito y pataleo como una posesa. El agarre de Myers es firme. No tiene pensado apartar sus manos de mi cuerpo en un tiempo.
—¡Déjame darle su merecido a ese idiota!
—Aunque no lo creas, estoy salvándote la vida.
—No. Estás privándome de mi diversión personal. Así que agradecería que me soltaras y me dieras vía libre para ir a romperle sus delicadas bolas.
—Si quieres, luego vamos los dos y le colgamos de la veleta, pero primero tienes que oír lo que tengo que decir.
Miles aparece en la habitación donde yace la mesa de billar. Está realmente agitado y se mueve de forma muy rara, como si no fuera capaz de coordinar ni un solo movimiento. Cyne, que estaba inclinado ligeramente sobre un lado de la mesa de billar, enfrentado a mí, tratando de transmitir con sus manos que me tranquilice y no me vaya sin antes escucharle. Dejo de tratar de huir para cumplir con mi objetivo en mente, relajando mis músculos y bajando la guardia, a sabiendas de que Cyne podría atraparme.
—¿Miles? — pregunta Cyne.
—¡Eh, tío! ¿Cuánto tiempo llevas ahí?
—¿Estás bien?
—Está siendo una noche increíble. Y estas gominolas no hacen más que mejorarla— me fijo en que se ha hecho con un cuenco lleno de pequeñas pastillas rosadas. Voy hacia él, dejándome llevar por un fuerte pálpito que cada vez se crece un poco más en mi interior. Observo el contenido del plato y cojo una de esas supuestas gominolas—. ¡Ah, no! Eso sí que no Consíguete el tuyo, bonita.
—Miles, eso no son gominolas. ¡Son anfetaminas! Dime que son las primeras que pruebas en la noche y que no llevas encima un puñado de ellas.
—¿Cómo lo sabes? — pregunta Cyne.
—Digamos que he tenido varios yonquis por novios.
Asiente, sin intención de indagar. Va hacia el cuenco de polvo fino y blanco. Toma una pequeña muestra de él con su dedo meñique y lo pasa por sus encías. Saborea y luego escupe al suelo. Deja a un lado el cuenco.
—Y eso está lejos de ser azúcar glas. Es cocaína. Olía raro desde lejos. Un tío con un casoplón que ni se ha pronunciado una sola vez acerca de la profesión que tantas alegrías le ha dado. Y ese subidón que hemos tenido al poco de llegar...
—Brownies de maría.
—¡Espera un momento! — grita Miles, alarmado. Sube a la mesa de billar para poder estar entre nosotros dos y acaparar toda la atención. Tiene las piernas algo flexionadas y los brazos extendidos, con las palmas de sus manos mirando en direcciones opuesta, cada una hacia una pared—. ¿Intentáis decir que estamos colocados y que nos hemos metido en una fiesta de camellos?
—Te has dejado la mejor parte. Ahora tenemos problemas con camellos. Maize le ha roto la nariz a Ray y le ha hecho esconder el rabito de miedo.
—Y aún estoy esperando a que termine esta tertulia para ir a por una sartén para hacer huevos estrellados con bacon.
—Ahora que estamos de confesiones. Yo tengo que hacer una. No sabía que era Maize quien estaba protagonizando esa bronca— le lanza una mirada cabizbaja a Myers, quien se huele por dónde va la cosa. Es bestial esa conexión que hay entre ellos. Es entenderse sin palabras—. Ya sabes que yo soy aprensivo. Pensé que la cosa iba a desmadrarse, así que me asusté y llamé a la policía.
—No me lo puedo creer...
Cyne se lleva las manos a la cabeza y camina de un lado hacia otro. Aprovecho que Miles está inclinado ligeramente hacia adelante para agarrar el cuello de su camisa blanca y atraerle peligrosamente hacia mí. Casi pierde el equilibrio. Enfrento mi cara a la suya y le fulmino con la mirada, reprendiéndole por lo que ha hecho.
—¿Qué has hecho qué?
—Solo te pido que no sea en la cara. Mañana trabajo y, al ser de cara al público, debo tener buen aspecto.
—¿De qué trabajas?
—Soy presentador de radio.
—¡Eso no es trabajar de cara al público!
—Tú puedes decir misa, pero en el set hay personas sosteniendo micrófonos a mi alrededor. A veces me siento intimidado por ellos.
Le suelto la camisa y me paso la mano por los labios.
—¿Cuánto hace que les has llamado?
—Hace cerca de quince minutos. No tardarán en llegar. Dijeron que estaban cerca atendiendo otra incidencia.
—Genial. ¿Puede haber algo peor que ser pillado por la policía, asistiendo a una fiesta llena de camellos y colocados de vete a saber qué?
—Antes has dicho que era anfetamina y...
—Aún estoy pensando si cambiar los huevos— añado, haciendo referencia al famoso plato que quería hacer con las bolas delicadas de Ray.
—Tenemos que darnos el piro ya. Miles, vete a buscar a Molly cagando leches.
Asiente, sin rechistar. Se dispone a marcharse para llevar a cabo su objetivo cuando aparece por la doble puerta que da al patio trasero un par de hombres, uno de ellos señala a Miles y grita algo así como "él me ha robado la ropa". Sale disparado como una bala, huyendo de quienes le están persiguiendo sin tregua, con la intención de darle un buen merecido por andar birlando. Voy hacia la puerta y observo a Miles saltar sobre las mesas y tirarse como último recurso a la piscina, aprovechando que sus persecutores le han perdido la pista. Se esconde bajo una colchoneta.
Las sirenas de la patrulla de policía se escuchan cada vez más cerca y las luces iluminan parte de la fachada de la enorme mansión donde está teniendo lugar la fiesta. El pánico se apodera de mi estómago a modo de intenso cosquilleo que agarrota, además, los músculos de mis piernas. Solo de pensar que puedo acabar entre rejas me siento cadáver. Intercambio una mirada con Cyne. Tanto él como yo sabemos que no hay tiempo. Pronto la policía va a perpetuarse allí. Y entonces sí que estaremos metidos en un lío muy gordo.
Tiende su mano en mi dirección y, sin saber muy bien porqué, la agarro.
—Tenemos que salir de aquí ahora— lo dice con tanta seguridad que no puedo dudar de su palabra ni por un segundo. Su cara empieza a ser iluminada por las luces de la patrulla. A través de una ventana no muy lejana puedo ver a los agentes abandonar el vehículo y dirigirse hacia la casa—. Sé la chica valiente que confió en mí aun siendo un completo desconocido para ella.
—Siempre que tú seas quien me salva del mundo.
Echamos a correr tras sellar nuestra promesa. No escapamos por la puerta principal, sino que recorremos toda la casa, a tientas, en búsqueda de una salida alternativa. Pasillos y más pasillos que se van sucediendo, algunos iluminados, otros en sombras, y que son testigos de nuestra improvisada huida, sin la certeza de lograr salir victoriosos. Aunque encontramos cierta calma a la tempestad en el hecho de tenernos el uno al otro, de poder enfrentar junto el destino que esté por venir, ya tenga un buen pronóstico o resultados catastróficos. Me sorprende lo mucho que estoy arriesgándome a confiar en alguien a quien apenas conozco de unas horas.
Una nueva y última estancia nos espera al dejar atrás el pasillo. Se trata de una enorme sala de entretenimiento, donde hay diversos instrumentos musicales, entre los que llama mi atención un piano de cola blanco. A pesar de ser mobiliario caro, está expuesto a miradas curiosas, dado que a pocos metros hay toda una pared cubierta de ventanales que reflejan el jardín oscurecido. Cyne le quita el cerrojo a la puerta coincidiendo con el momento en el que la policía aporrea la puerta principal de la casa.
Resulta realmente agradable caminar sobre el césped, hundiendo mis botas en él, llenándome los pulmones con el olor a hierba recién cortada. La luna es testigo de nuestra fuga y de la complicidad que entraña la unión de nuestras manos. Un enorme muro de piedra impide que podamos ver el otro lado de la calle. Tiene una altura próxima a los dos metros. Nada en las proximidades que pueda servirnos de soporte para saltarlo sin dificultades. Quizás sí sea el fin.
—No voy a poder saltarlo sola.
—¿Quién ha dicho que tengas que hacerlo sola? — flexiona un poco sus piernas, inclina su espalda hacia adelante y une sus manos, con las palmas mirando hacia el cielo estrellado. Sus ojos van a parar a los míos—. Sube. Te impulsaré.
—Ni se te ocurra aprovechar la ocasión para mirarme el trasero.
—No tenía pensamiento de hacerlo. Y no te preocupes, te adelanto que, en caso de decidir hacerlo, no me escondería tras una mirilla.
Piso con fuerza sus manos entrelazadas y él se da cuenta que lo he hecho a modo de venganza. No le da importancia, es más, sonríe. Reúne la fuerza necesaria y me alza. Aferro mis manos a la cima del muro y consigo llegar a sentarme en él a rastras. Cyne no me quita el ojo de encima hasta asegurarse de que estoy a salvo y que no hay peligro de caída. Antes de perderme al otro lado de la calle, miro hacia atrás y le dedico una última mirada.
—Te veré al otro lado.
—Cuenta con ello, fantasmita.
A pesar de haber una gran caída— la percepción parece aún mayor para alguien que teme las alturas como yo— me armo de valor y lanzo al vacío. Caigo de pie. Mis rodillas se resienten un poco. Echo hacia atrás la cabeza, victoriosa, y sacudo mis palmas para eliminar arenilla acumulada en la cima del muro de piedra. Cyne cae poco después a mi lado. Ha saltado sin problemas, con gran agilidad y rapidez.
—¡Bú!
—Qué susto. Creo que se me ha parado el corazón. Tienes que andarte con ojo, fantasmita, no todos somos tan valientes como tú.
—Dijo quien escapó de la policía con una chica de fuerte carácter y con muchas posibilidades de convertirse en papel de liar si unos peligrosos camellos le dan caza.
—Tengo la corazonada de que tú les darías caza primero.
Sonrío con ganas y él se queda mirándome.
—Voy a llamar a Molly.
—Buena idea. Pon el manos libres.
Busco su nombre en mi agenda de contactos y cuando doy con él marco. Cuento los "bips" que suenan antes de que la voz de la chica morena hable al otro lado de la línea. Hay un gran jaleo. La multitud debe estar inquieta. Yo también lo estaría si fuese pillada drogada, en compañía de camellos y con una peligrosa mascota cerca.
—¡Molly! ¿Dónde estás?
—Qué bien escucharte. No te haces una idea de la que se ha liado aquí. La pasma está registrando la casa y llevándose a gente detenida. Estoy en la zona de la piscina, escondida tras un muro.
—¿Está Miles contigo?
—Miles lleva media hora metido en la piscina, escondido bajo una colchoneta. Al parecer ha cabreado a unos tipos que le han dejado sin nada de ropa. Se niega a salir de la piscina. Por más que le grito y suplico, no se mueve. Está sacándome de quicio.
—Molly, soy Cyne. Tenéis que salir de ahí cuanto antes. Si la policía descubre que estáis hasta el tope de drogas, vais a acabar entre rejas.
—¿Qué sugieres que hagamos?
—Busca la forma de sacar a Miles del agua. Aunque tengas que tirarle de la oreja. E id hacia el muro de piedra que está más allá de la piscina. Nosotros estaremos esperando al otro lado, para ayudaros.
—Le sacaré del agua como que me llamo Molly. ¡Eh, Miles! ¿Sabes ese dicho de "si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma"? Pues allá voy.
—¡Ni se te ocurra dar un paso más, Molly! Estás invadiendo mi intimidad. Estoy aquí, muerto de frío y completamente desnudo. Y lo último que quiero es que veas mi cosita.
—No me interesa tu cosita. Quiero que salgas del agua de una maldita vez. Y como no estás por labor, no me dejas más opción que ir a por ti.
—¡Molly! No te acerques más. O no respondo de mis actos.
—¿Eso es todo? ¿Una oleada de agua? Mira, ¿sabes qué? Se te acabó el jueguecito de niños. ¡Ven aquí, Miles!
—¡Socorro!
Lo siguiente que se escucha es a la policía deteniéndoles. Cuelgo la llamada. Cyne apoya su espalda en el muro de piedra y suspira. Yo también estoy algo desanimada. Nuestros amigos han sido arrestados y próximamente serán llevado a comisaria para ser interrogados. Hemos estado tan cerca de ayudarles. Todo se ha torcido en el último momento. No hay que dar nada por hecho. Los planes siempre pueden cambiar.
—¿Y ahora qué?
—Estarán arrestados, no sé por cuánto tiempo. Supongo que hasta que se aclare la situación. Luego iremos a recogerles a la comisaria.
—¿Podemos irnos a otra parte? Necesito aislarme de todo esto.
—Vamos. Hay un sitio que quiero enseñarte.
Accede a hacer realidad mi ansiado deseo. Emprendemos la marcha hacia el lugar donde dejamos aparcado el coche al llegar al lugar donde iba a celebrarse la fiesta. Intento mantener mi atención en los pasos que van efectuando mis pies para evitar cometer la locura de coger el primer coche que encuentre e ir a reventar la comisaría para rescatar a los integrantes de nuestra pequeña pandilla. Mis impulsos pueden llegar a ser muy fuertes y persuasivos.
Miro el cielo nocturno y nuboso. Se avecina día gris. La lluvia siempre me ha gustado, de alguna forma me ayuda a calmar mi mente. No sé si el secreto está en el chapoteo de la lluvia contra el asfalto y las aceras de las calles o en la habilidad que tiene de verse natural y al mismo tiempo majestuosa, a la vez que hace de corriente que arrastra consigo todas las penas con la esperanza de sacarnos una sonrisa cuando el sol vuelva a reinar en el cielo.
Cierro la puerta detrás de mí y me acomodo en el asiento. Está frío. La humedad ha aprovechado para hacer de las suyas en nuestra ausencia. Por suerte, Cyne repara en mi cruce de brazos para protegerme de la brisa fresca de la noche y se apresura a ponerle remedio. Acciona la capota del coche y espera a que se cierne sobre nosotros antes de volver a mirarme.
—No te evadas demasiado tiempo, ¿vale?
—Vale.
Tal vez ese consejo me hubiera venido bien antes, cuando estaba hasta arriba de brownies de maría y de alcohol. Suerte que no probé el supuesto azúcar glas o las ricas gominolas que Miles tenía pensamiento de comerse. Aún me pregunto cómo es que sigo con vida. No todos los días ocurren milagros. Y salir de una fiesta hasta arriba de droga y con la frente dolorida por haberle roto la nariz al camello más influyente de la ciudad sin sufrir daños, me convierte en una persona muy afortunada.
Mi mente viaja hacia la comisaría de Sheffield. Miles y Molly deben estar sentados en esas cutres sillas de espera, con las manos esposadas, y probablemente maldiciéndonos en todos los idiomas posibles. Han de estar aterrados y nerviosos por el futuro que les depara. Si hay algo bueno en toda esta situación es que así Miles y Molly no podrán matarse entre ellos al tener las manos apresadas. Aunque también cabe la posibilidad de que pase lo peor que podría ocurrir: que se cojan más tirria de la que ya se tienen hasta el punto de no poderse ver. Me siento realmente culpable. Debí haber sido más rápida. Quizás así aún estarían con nosotros. O, al menos, haber retrasado su detención haciendo huevos estrellados con los agentes de policía.
He incumplido en toda regla la promesa que le he hecho a Cyne. Me he pasado todo el camino pensando en cosas absurdas. El pasado no se puede cambiar, pero se puede aprender de él. Cuanto antes acepte la realidad de las cosas, más fácil será de superar.
Pestañeo un par de veces para bajar de la nube de mis pensamientos. Lo primero que llama mi atención es que hemos dejado atrás la carretera para adentrarnos en un sendero de tierra completamente envuelto por la naturaleza. El verdor de las plantas y árboles que nos rodea transmite una sensación de serenidad. Aunque el camino es algo irregular, podemos abrirnos paso por él sin problemas.
—¿Ahora es cuándo me dices que eres el lobo feroz?
—¿Por qué creías que llevaba gafas si no para verte mejor? — continúa la broma, bajándose un poco las gafas de patillas doradas y cristales de un marrón claro, para poder dejar a la vista sus ojos castaños pintados de lápiz negro. Sonrío.
—Así que ya has atacado a mi abuelita. Llevas avanzado el cuento. Pero tendrás que cambiar los viejos trucos porque me los sé todos.
—Lástima. Tenía ganas de preparar hígado encebollado.
—No me dejaré pillar tan fácilmente. Tendrás que esforzarte más.
—Descuida, el hambre mueve montañas.
Aparca el coche junto a un árbol y me indica que le acompañe. Me apeo del auto y cierro detrás de mí la puerta sin prestar demasiada atención. Mi mirada la acapara el increíble paisaje que yace justo a mis espaldas. Un enorme embalse cargado de abundante agua brilla por la luz blanca de la luna que se cuela a través de las copas de los árboles. Irguiéndose desde las profundidades torreones que se mecen sobre la superficie acuática y que están unidos por un puente. Todo cuanto veo me traslada varios siglos atrás. Unas lucecitas escapan de la ventana de cada estructura.
—¿Dónde estamos?
—En la presa de Derwent. Es mi lugar favorito. Suelo venir aquí a veces. Sobre todo, cuanto necesito tomar un respiro, despejar la mente.
—¿Por qué me has traído aquí?
—Quería compartirlo contigo.
—¿Has compartido tu lugar favorito en el mundo con otras caperucitas?
Traga saliva y niega con la cabeza.
—En realidad, eres la primera persona a la que se lo enseño.
—¿Entonces no debería temer encontrarme cadáveres flotando en el agua?
—Por si acaso, no mires demasiado en las profundidades— le doy un golpecito juguetón en el brazo y él suelta una risita. El agua está tranquila y juega a trasladar las hojas de los árboles que caen sobre ella en otras direcciones. El único sonido perceptible es el silbido que provoca la brisa al colarse entre las ramas. Casi puedo escuchar nuestra respiración gracias al silencio—. Vamos, veamos las vistas desde el puente.
Antes de que pueda decir nada ha tomado mi mano con fuerza y está conduciéndome hacia el puente de piedra que se erige sobre el agua. Nuestros pasos resuenan y rompen con la calma. La respiración comienza a volverse agitada y los latidos del corazón son todo lo que escucho. La brisa se cuela en mi pelo y lo alborota a su merced.
—¿Qué haces? — le grito al verle subirse sobre el muro que resguarda al puente, abrir sus brazos y estirar una pierna hacia el vacío, de forma que todo su equilibrio recae sobre una sola pierna—. No tienes siete vidas como un gato.
—Yo pienso que todo el mundo, a lo largo de la vida, muere y renace varias veces.
—Eso no te convierte físicamente en inmortal.
—Pero sí emocionalmente. He sido testigo de mis ruinas y de cómo era posible volver a construir sobre ellas. Una transformación que no puede verse, pero puede sentirse gracias a la huella que dejo en quienes pasan por mi vida.
—¿Y qué huella dejarás en mí?
—Eso dependerá de si me pillas en construcción o en plena demolición.
Suelto un suspiro y acomodo mis brazos sobre el muro de piedra. Cyne ladea su cuerpo en mi dirección y tiende una de sus manos. Le miro sin entender.
—¿Por qué no subes aquí arriba?
—Ya te he visto las orejas, lobito. ¿Crees que lograrás sorprenderme tirándome desde el puente?
—¿Subirás si prometo no hacerlo?
—Sería todo un detalle por tu parte.
—Está bien. Prometo no hacer travesuras— le pongo a prueba con la mirada y él aguanta una enorme sonrisa. Termino dando mi brazo a torcer. Aferro mi mano a la suya y subo a la cima del muro de piedra. La brisa impacta con suavidad en mi cuerpo y ondea la ropa que llevo puesta. Desde allí arriba puedo ver las maravillosas vistas del paisaje nocturno, con el agua en calma y formando el reflejo de la luna, perdiéndose en el horizonte, y los árboles siendo mecidos por el viento—. ¿Cómo te hace sentir esto?
Me tomo un segundo para pensar la respuesta. Intento obviar el hecho de que estoy a una altura considerable del agua.
—Pequeña— miro a Cyne y le pillo sonriendo—. ¿Por qué sonríes?
—Eso mismo pensé yo la primera vez que subí aquí. ¿Qué hay de tu miedo a las alturas?
—Olvidé mencionar antes que además de pequeña estoy... ¡aterrada! ¿Cómo me haces subir hasta aquí arriba?
—El agua está justo ahí mismo.
—Eso es como decir que Marte está justo aquí.
—¿Qué te parece si nos sentamos, marcianita, hasta que las alturas parezcan menos aterradoras?
—Buena idea.
Las piernas me tiemblan por mi pánico a las alturas y el mundo entero me da vueltas. Cyne se da cuenta de mi dificultad para tomar asiento y decide apretarme fuerte la mano e ir paso a paso hasta asegurarse de que me siento en un lugar seguro, sin riesgo a caer. Mantenemos cierta distancia entre nuestros cuerpos. Sin embargo, nuestras manos están depositadas en la piedra, cercanas. Miro hacia el horizonte y cuento algunas estrellas del cielo.
—¿Cuántas veces crees que Molly y Miles habrán discutido?
—Dudo que tengan humor para discutir— responde. Mete la mano en el bolsillo de su pantalón y saca un caramelo que desenvuelve y se lleva a la boca. Estoy a punto de lanzarle una pregunta cuando se me adelanta—. Estoy intentando dejar de fumar. Es horrible. Un laberinto sin salida.
—Tratando de huir de los vicios.
—A veces, ellos son más rápidos— muerdo mi labio inferior y admiro su perfil. Tiene el flequillo que suele recaer sobre su cara echado hacia atrás, la mirada fija en el horizonte, aunque algo vacía, y sus labios entreabiertos, dejando a la vista sus dientes superiores. Mientras yo estoy echada hacia atrás, él permanece encorvado. Hasta ahora no he reparado en que su barba morena tiene toques castaños—. ¿Por qué crees que deben haber discutido?
—Molly no le traga. Ella cree que Miles es demasiado perfeccionista. Le asusta la idea de que tenga las especias ordenadas alfabéticamente y las pastillas de jabón por colores.
Ríe con ganas.
—Todos tenemos nuestras peculiaridades. Yo leo en voz alta toda combinación de números y letras que pille cerca. Me ayuda a estar calmado, como te dije. ¿Cuál es tu extrañeza?
—Yo encuentro calma en el conflicto.
—Vi cómo te defendiste de Ray. Buen golpe, por cierto— sonrío de forma tierna y meneo la cabeza para hacer desaparecer la cara de ese cerdo de mi mente. Esta vez es Cyne quien tiene su mirada fija en mi perfil, analizando mis facciones, mientras trata de dar con la forma de lanzar una pregunta que podría ser comprometedora—. ¿Ha sido así siempre o ha tenido un origen en algún momento determinado?
—Tiene un desencadenante. Pero es una de esas verdades que uno no quiere enfrentar, así que sigue mintiéndose, bebiendo gota a gota, de un peligroso veneno— aunque hace frío, siento que mis mejillas están ardiendo—. Mi psicólogo solía decir que cuando llevas mucho tiempo callándote lo que sientes, llega un momento en el que explotas, y te sale hasta por las orejas. Yo lo llamaba defensa. Él le puso TEI.
—Trastorno explosivo intermitente.
—Tienes una bomba de relojería al lado. Tal vez sería un buen momento para barajar la posibilidad de empezar a usar armadura.
—Solo la necesita quien tiene miedo y yo, no lo tengo.
Su mirada es cercana, dulce, profunda y me hace sentir segura. Me transmite confianza. Mi miedo era que se marchara después de confesarle la verdad, pero ha hecho algo mucho más desconcertante: quedarse. Es la primera persona que no me juzga ni sale corriendo una vez sabe que soy difícil de llevar.
—Molly me contó cómo os conocisteis y poco más sobre vuestra amistad. No sabía que habías estado viviendo en Sheffield. ¿Por qué te fuiste?
Su cara cambia. Ya no es amigable. Se vuelve seria. Por un momento temo haber metido la pata y deseo con todas mis fuerzas poder retroceder en el tiempo.
—Antes vivía en Londres con mis padres. Pero mi sueño era venir a Sheffield para abrir un bar de copas. Así que me independicé junto a Miles. Empecé a trabajar en varias cosas para ahorrar algo de dinero para poder cumplir mi sueño— miro sus ojos. Están cristalizados. Aunque a él no parece preocuparle demasiado este hecho. No quiere enmascarar su nostalgia—. No tuve mucha suerte en el ámbito profesional. El dinero ahorrado se acababa yendo en pagar facturas y en poner remedio a mi sed de vicios.
—Veías tu sueño cada vez más inalcanzable. Y decidiste ir a Bristol.
—Podría haber ido a cualquier sitio. Pero acabé allí. En una asociación de Alcohólicos Anónimos con la esperanza de que alguien me dijera cuál era el camino que tenía que seguir. Nunca he sido un hombre de fe, pero hacía mucho que necesitaba encontrar un trozo de luz en esta oscuridad.
—¿Y lo has encontrado?
—Empiezo a darme cuenta de que sí.
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