Capítulo 3
Una melodía alegre llega hasta mis oídos y los atraviesa para correr por mis venas, alimentando todo mi cuerpo y transmitiendo impulsos nerviosos que me llevan a caminar hacia un callejón situado entre edificios. Quiero saber de dónde procede. Y para conseguir mi objetivo, trazo un camino a seguir que discurre por calles poco transitadas y estrechas. Cyne me sigue, al principio algo desconcertado por mi creciente interés de llegar hasta la melodía, aunque poco a poco mi emoción le es contagiada y ambos nos vemos corriendo como dos críos que juegan a encontrar los regalos la mañana de reyes.
Multitud de personas se aglomeran en el asfalto de una de las calles, junto a mesas y sillas, algunas ocupadas por músicos locales que han decidido ambientar con sus mejores canciones. A juzgar por los gorros festivos que llevan algunos doy por hecho que se trata de la celebración de el cumpleaños de alguno de los presentes. Todo el mundo parece estar pasándoselo pipa, bailando, cantando y bebiendo como si quisieran darle la vuelta al planeta.
—Una fiesta callejera.
—¡Qué genial! ¡Parece sacado de high shool musical!
—Ya te adelanto que yo no soy Troy Bolton ni cantando ni bailando.
Voy hacia una mesa y cojo un par de botellines de cerveza que están a disposición de los integrantes de la fiesta por cortesía de los anfitriones. Y, a juzgar por la gran cantidad de alcohol que hay, apuesto a que se deben haber quedado sin blanca. Puede que luego empiecen a beber del agua de los floreros.
—Está claro que, si siguen bebiendo así, no podrán vender sus órganos en el mercado negro— le tiendo uno de los botellines a Cyne y él va a cogerlo cuando le impido que se haga con este completamente—. ¿Estás seguro de que no quieres guardar un órgano por si te ves con una mano delante y otra detrás?
—Si quieres, puedes ser tú el alma caritativa. Yo puedo beberme los dos botellines sin problemas. Cuida bien de tu hígado.
Se hace con los dos botellines y se pierde entre la multitud. Un hombre acaba de ir a por otra cerveza al haberse acabado la que tenía. Al pasar por mi lado, se la arrebato de las manos y me doy el piro antes de que decida recuperarla. Aunque no es fácil abrirse paso entre la aglomeración de personas del cumpleaños— y mucho menos cuando todos están ebrios y corres el peligro de acabar empapada de alcohol y saliva— logro llegar al epicentro. Cyne está apoyado en una farola, bebiendo.
—Cuando tengas dinero, entonces, me pensaré cuidar de mi hígado para ti. Ah, por cierto, me debes una cerveza.
—¿Quién te dice que no sea el dueño del mercado negro?
—¿Lo eres?
—Podría serlo.
—¿Y cómo va el tema? ¿Tendría que escribir una carta como la de sus majestades los Reyes Magos para pedir el órgano que deseo?
—¿Qué pondrías en ella? — deja el par de botellines vacíos sobre una mesa cercana y se hace con otro par para hacerme entrega de uno de ellos por haber tomado prestado uno de los míos anteriormente. Prestado no creo que sea la palabra. Desde luego, no me gustaría tener de vuelta un botellín vacío y con la boquilla llena de saliva—. ¿Venderías o comprarías?
Pienso en la respuesta mientras bebo.
—Ambas. Compraría unos pies nuevos para poder seguir bailando.
Le arrebato la cerveza y la abandono junto a la mía en la mesa. Esta vez soy yo quien decide coger su mano por primera vez y guiarle hacia la próxima idea que ha tenido mi mente y que he optado poner en práctica. Cyne me mira sin comprender qué quiero. Le suelto y bailo delante suya, girando y moviendo los hombros y las caderas. Se le escapa una sonrisa.
—Baila conmigo.
—Con una condición.
—¿Y eso qué diablos significa?
—Que lo harás sin miedos. Perdiendo la cabeza. Apostando el corazón.
—La cabeza ya la estoy perdiendo con la cerveza.
Cyne desliza sus dedos por mi muñeca hasta apoderarse de una de mis manos que rota ligeramente para poder hacerme girar a mi alrededor un par de veces. Sus movimientos son precisos y están bien ejecutados a pesar de haber confesado no saber bailar— ¿Se habrá quedado conmigo? ¿Tan ingenua resulto? — y pronto me despojan de la vergüenza que me impide dejarme llevar por completo. Muevo la cabeza de un lado a otro y camino hacia él con sencillos pasos de salsa. Myers me toma de las manos y sigue un patrón de movimiento: adelante, atrás, izquierda, derecha. Media vuelta e inclino mi cuerpo hacia atrás, manteniendo una pierna flexionada y adherida a su muslo, que sujeta con una de sus manos, mientras con la otra sostiene mi espalda. Echo hacia atrás mi cabeza, acaricio su hombro con mis dedos y extiendo mi otro brazo, dejándolo suspendido en el vacío.
—¿Y el corazón?
—Tiene un bonito cartelito colgado de él que reza: a la venta.
—Conozco la sensación. Yo también he deseado arrancarme el corazón del pecho y exprimirlo hasta sacarle la última gota de sangre— al tener su cara tan cerca de la mía descubro que su iris tiene betas castañas más oscuras en comparación con el resto. Cyne lame sus labios y se enfoca en buscar el miedo que guardo en el fondo de mis pupilas, empequeñecidas por la luz solar—. Permíteme que te dé un consejo. La vida es mejor con todo un abanico de emociones. Pero si aun así estás decidida a vender tu corazón, hazlo al mejor postor.
Eleva mi cuerpo despacio y con suavidad hasta que quedo frente a frente con él. Todo a mi alrededor se mueve a un ritmo más lento y acaba congelándonos en un momento efímero y especial que no hace otra cosa que conectarnos espiritualmente. Solía pensar que todos aquellos escritores que afirmaban que el tiempo se detenía al estar junto a alguien a quien quieres, estaban chalados, que vendían un amor inexistente. Ahora sé que no mentían. Realmente es como si me hubiesen echado pegamento en las suelas de los zapatos y no pudiera moverme. Tampoco sé si quiero hacerlo. En fin, Cyne es alguien a quien apenas conozco, pero por quien siento cierto cariño.
—¡Vosotros sí que sabéis mover el esqueleto! — dice un chico afroamericano que aparece de repente a nuestro lado, poniendo fin al encuentro íntimo que Cyne y yo hemos protagonizado hace apenas unos segundos.
—Es por la prótesis de la cadera— bromeo y el nuevo integrante se echa a reír. En realidad, tenía tanto miedo por la complicidad creada con Cyne que he sentido la necesidad de liberar tensión. Tanto él como yo nos hemos quedado algo trastocados. Y no quiero que las cosas sean raras entre nosotros—. Ya le gustaría a Barbie moverse como yo.
—¿Y tú, tío, eres cojo o algo?
Cyne frunce el ceño, confuso.
—¿Por qué iba a serlo?
—Antes me ha parecido que hacías una cosa muy rara con los pies.
—Se llama "Cross".
—No sabía que se llamaba así. Dime, ¿Cuándo te diagnosticaron Cross?
—Ahora mismo. En realidad, es un juego de pies básico para iniciarse en salsa.
—Me mola tu rollo, tío. Nadie se acuesta todos los días sin saber algo nuevo— Cyne hace amago de una sonrisa que queda en eso, en un intento—. Por cierto, soy Bradley. Y como me habéis caído muy bien, os invito a una fiesta que celebra esta noche mi primo en su casoplón. Veréis, es alguien bastante influyente en la ciudad. Venid, será divertido. Habrá buena música, gente enrollada y muchos shots.
—¿Estás seguro de que a tu primo no le importará que vayamos?
—Ray estará encantado. Soy su mano derecha. Confía en que llevaré a la gente más guay de todo Sheffield— Bradley dirige, esta vez, su atención hacia Cyne para esperar una respuesta por su parte. Antes de que pueda decir nada, voy hacia Myers y envuelvo sus hombros con mi brazo izquierdo para guiarle unos metros más allá—. Habladlo y me decís. No hay prisas.
Le dedico una sonrisa. Poco después toda mi atención se fija en Cyne. Le doy un golpecito con el dedo índice en el pecho.
—No tenemos por qué ir si no quieres.
—Te diré lo que quiero. Quiero ir a ese fiestón, conocer a ese tal Ray y darle unas pequeñas nociones de baile a Brad, quien parece que no ha bailado en su vida.
—¡Sí! — exclamo, emocionada, haciendo un gesto triunfal—. Llegas a decir que no a ese fiestón y te hubiera cortado tu sedoso pelo.
—Ah, bueno. En ese caso solo tendríamos, por un lado, un fiestón y, por el otro, un entierro.
—Pues que sepas, en mi vida fantasmal, te hubiera encantado la casa o el puente o donde sea que durmieras— Cyne ríe a carcajadas y me pasa el brazo por encima de los hombros. Me siento muy feliz por haber sido la causante de la sonrisa que se apodera de sus labios. Aún no sé con cuántos demonios batalla, pero algo me dice que aquel comportamiento que tuvo cuando estábamos parados en el semáforo, no es algo únicamente puntual—. Por cierto, ¿qué champú utilizas para el pelo? Se ve increíble. Mucho mejor que el mío.
—¿Y bien? ¿Cuál es el veredicto? — pregunta Brad al vernos regresar risueños y derramando alguna que otra lágrima debido a la risa.
Cyne intercambia una mirada conmigo y luego decimos al unísono:
—¡Cuenta con nosotros!
El resto de la tarde la pasamos recorriendo las calles de Sheffield, fotografiándonos, haciendo el tonto en cualquier rincón de la ciudad, comiendo helado de hasta tres bolas, jugando a huir el uno del otro cuando alguno hacía alguna broma que sacaba de quicio al otro, retándonos en un parque deportivo a ver quién aguanta más tiempo colgado de una barra de hacer dominadas— yo abandoné a los tres segundos, aunque volví a intentarlo varias veces más. Cyne terminó levantándome en peso para poder mantenerme más de un minuto en la barra— y abriendo galletas de la suerte hasta que alguno de sus presagios saliera positivo. Después, cuando el sol estaba cayendo, decidimos coger el tranvía para desplazarnos hasta el bloque de piso donde vive el amigo de Cyne.
Un edificio de ladrillos que alterna colores anaranjado y blanco, y con algunas betas azabache que revela el paso del tiempo, se alza ante nosotros. A lo largo de la fachada se sitúan ventanas, todas ellas sucediéndose, hasta formar una línea vertical. El edificio está dividido en dos partes. En el área central se pueden distinguir escaleras metálicas y pasillos que comunica ambas partes. Los áticos cuentan con una terraza desde la cual apuesto que se ha de ver toda la ciudad.
—Oye, mira, en el segundo están practicando yoga— señalo la planta con mi dedo índice. Inclino la cabeza hacia un lado e intento descifrar qué posición es esa. Cyne me imita y, al darse cuenta de lo que es realmente, pone su mano sobre mis ojos y me conduce hacia el interior del edifico.
—Definitivamente, eso no era yoga.
—Ya... no me sonaba esa técnica.
—¿Haces yoga?
—No. Pero tampoco tengo sexo— se forma un silencio incómodo. Cyne se pone a mirar los buzones como si pretendiera hacer como si no hubiera escuchado ese comentario que parece haber salido en forma de suspiro, apestando a desesperación. Me arrasco la cabeza y barro el suelo con mi mirada, cohibida—. Olvida eso último que acabo de decir.
—Sabía que querrías que lo olvidara, así que me he adelantado. En mi mente ya no hay ni rastro de tu inactividad sexual.
Pongo cara de pocos amigos y él se dispone a subir por el ascensor. Entro la última y se cierra la puerta detrás de mí, manteniendo la mirada fija en ella, algo avergonzada. Cyne hace ademán de abrir la boca para decir algo relacionado con el tema de conversación anterior cuando le freno enseñándole mi mano.
—¿Cuánto dura esto? ¿A caso vive en la nonagésima planta? — caigo en la cuenta de lo que acabo de decir por culpa de los nervios y muerdo mi labio inferior. Miro por el rabillo a Cyne, quien intenta mantener la compostura, aguantándose la risa, poniéndose cada vez más rojo—. Ni se te ocurra.
—No he dicho nada.
Rompo a reír y él se me une poco después. Las puertas del ascensor de abren y nos unimos al corredor que comunica dos puertas, ambas enfrentadas. Cyne se detiene a admirar la alfombrilla nueva que ha puesto su amigo, en la que se puede leer: Oh, no. Not you again. Va a disponerse a abrir con la llave que tiene de copia cuando se da la vuelta y me mira, suplicante.
—Sé que te pareceré un capullo, pero, ¿puedes esperar aquí fuera? Solo será un segundo. Quiero ponerle un poco al día antes de que os conozcáis.
—No te preocupes. Estaré aquí hasta que le sueltes la bomba.
—Allá voy.
Entra en la casa y deja la puerta encajada. Me entretengo mirando el techo, las paredes y las losas del suelo iluminadas por la cálida luz del pasillo. Aunque intento no poner la oreja, se me hace imposible, puesto que están hablando demasiado fuerte para mi gusto. Y ya que estamos, pues me arrimo y pego la oreja a la puerta.
—Espera, no sé si te he entendido bien. ¿Acabas de decirme que te has dado el piro de Bristol con una desconocida en el coche? ¿Qué pasa si es de la mafia italiana o peor aún, si toma Nesquik en vez de Cola Cao?
—¿Qué tiene eso de malo?
—No te puedes fiar de alguien que prefiere el Nesquik.
—Ella ha venido conmigo. Ambos hemos dejado todo atrás. Y no sé si ella es más de Nesquik o de Cola Cao, pero estoy seguro de una cosa y es de que quiero echarle una mano. Sería de gran ayuda que pudieras acogernos aquí hasta que encontráramos algo.
—Claro. Mi casa tiene un cartel pegado en la puerta que dice en letras grandes: resort vacacional.
—Ella está fuera. ¿Por qué no la conoces? Estoy convencido de que harías muy buenas migas con ella. Y con chorizo.
—¿Qué te pasa? Sabes que soy de estómago sensible— escucho pasos. Me aparto rápidamente de la puerta y retrocedo hasta mi posición de origen, junto al ascensor. Me entretengo mirando las puntas de mi pelo con tal de pasar desapercibida. Un chico de cabello moreno y algo despeinado abre la puerta. Lleva unos pantalones vaqueros de un azul claro junto con una camisa blanca de mangas cortas con estampado de rayas verticales azules y rojas—. Hola. Tú debes ser la chica del Nesquik.
Cyne enarca una ceja.
—¿En serio?
—¿Qué? No me has dicho cómo se llama.
—Maize. Me llamo Maize.
—Encantado. Yo soy Miles. El mejor amigo del "pelos". Que no te deje engañar su aspecto rudo, en el fondo es un bizcochito. O un huevo Kinder. Porque menuda sorpresa me ha tocado.
—¿Sabes qué es lo peor de las sorpresas? Que nunca sabes qué te puede tocar. Quién sabe. A lo mejor soy una asesina en serie que acaba de huir de la cárcel y se ha montado una película para acabar subiéndose al coche de tu mejor amigo. La fuga perfecta.
Miles traga saliva y me mira atónito.
—¿Lo has hecho?
—Prueba a llamar a todas las cárceles de la ciudad de Bristol— Cyne sonríe por lo bajo. Está divirtiéndose demasiado al verme despertar esa incertidumbre y tal vez miedo en su mejor amigo. Me sorprende gratamente que estemos en la misma onda. Es difícil encontrar a alguien con quien tener una conexión tan guay—. Tú y yo vamos a hacer muy buenas migas, Miles.
—Pero sin chorizo, a poder ser.
—Pero si el chorizo es lo que le da el sabor.
—Ya. Créeme, en el momento todos son fuegos artificiales, pero pasadas unas horas, todo será una auténtica mierda. Literalmente hablando. Intento ser un hombre. En vez de el hombre del váter, ¿entiendes la diferencia?
Una chica de cabello moreno y piel tostada aparece por las escaleras cargando un par de bolsas con una perceptible desgana. Va hacia la puerta de su casa cuando se le cae una de las bolsas, concretamente la que llevaba una docena de huevos. Se agacha para intentar arreglar el estropicio a la par que maldice en voz baja. Me acerco a ofrecerle mi ayuda. Cuando se pone en pie, nuevamente con las bolsas en sus brazos, se gira para agradecérmelo.
—¿Molly?
—¿Maize, eres tú? — viene hacia mí y me estrecha entre sus brazos efusivamente. Ambos nos ponemos a gritar como dos posesas y a dar saltitos de alegría—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Es una larga historia. ¿Y tú? Creía que estabas en California.
—Viví allí con mis padres por una larga temporada. Luego me vine a Sheffield a estudiar periodismo. He tenido la inmensa suerte de encontrar un buen trabajo cerca de casa y que está bien remunerado.
—Ya es más de lo que yo tengo. En mi último trabajo duré un día. Concretamente, cinco horas. Al parecer, al exquisito del jefe no le gustó que le derramara el café recién hecho encima.
Hago un gesto para restarle importancia y ella arruga la frente. Puede que ahora mismo esté poniendo a prueba mi estabilidad mental.
—¡Cyne! — dice Molly, yendo hacia él para saludarle con un afectuoso abrazo. Ni mis padres se alegraron tanto por mí cuando, por primera vez, salí con alguien que no era un yonqui —. ¿Cuándo has vuelto? Hacía mucho que no te pasabas por aquí.
Interesante. Eso quiere decir que ha estado antes en Sheffield y que, a juzgar por la relación de amistad que tiene con Molly, debe haber estado una buena temporada.
—Necesitaba un cambio de aires. Pero he vuelto, con las pilas cargadas.
—Me alegro mucho de que estés de vuelta— la chica morena cae en la cuenta de que todos estamos esperando a que suceda algo acerca de lo que ella no tiene la menor idea. Intercambia una mirada con Miles, con quien parece no tener demasiada relación, y este rápidamente busca un punto donde depositar su atención—. ¿Se os ha perdido algo, chicos?
—No. Pero apuesto que, a la cárcel de mujeres de Bristol, sí.
Fulmino con la mirada a Miles, quien se dedica a juguetear con el interruptor de la luz para descargar tensión, aunque lo único que consigue es que la cubierta se desprenda y caiga al suelo. Se tira a por ella y la intenta poner nuevamente en su sitio a base de golpes. Cuando acaba, se gira como si nada hubiera pasado y se cruza de brazos.
—Molly, en realidad, hay algo con lo que podrías ayudarme. Verás, necesito un lugar donde instalarme temporalmente, hasta poner en orden algunas cosas en mi vida.
—Si quieres, puedes quedarte en mi casa. No tengo ningún problema. Además, será algo temporal. Y no eres ninguna desconocida, eres mi mejor amiga de la infancia.
—Eso es genial. Te agradezco mucho la oportunidad. ¡Vamos a ser compis de piso!
Entro corriendo al interior de mi nueva casa y, a continuación, vuelvo a salir velozmente para señalar a ambos chicos con mis manos, usándolas a modo de pistola. Miles es ahora quien desaparece en el interior de su vivienda casi rodando. Cyne mira hacia atrás y menea la cabeza, sonriendo.
—Te veré esta noche.
—Yo soy quien lleva el coche.
—Llévate también dinero suelto para el tranvía, por si las moscas. Bye.
Desaparezco detrás de la puerta y miro por la mirilla. Cyne se ha quedado mirando en la dirección por la que me marché. Da media vuelta y echa a andar hacia puerta, cuando la luz del pasillo se apaga y dejo de verle. Cuando esta vuelve, le encuentro parado delante de la puerta de Molly, con la cara pegada a la mirilla. Doy un salto, llevo mis manos a la boca y apoyo la espalda en la superficie de madera.
—¿Estabas mirándome el trasero?
—¡No te oigo! Estoy haciéndome un batido.
—No escucho la batidora.
Le hago una seña a Molly para que me eche una mano. Ella abre los muebles de la cocina y consigue una batidora que enchufa a las apuradas. Meto en ella un par de plátanos junto con la mitad de un tetrabrik de bebida vegetal de coco. Pongo la batidora en funcionamiento, olvidando cerrarla correctamente, lo que hace que todo el contenido salga disparado hacia arriba, como si de una fuente se tratase. Abro la boca tanto que apuesto a que he limpiado el suelo con ella. Molly tiene la cara manchada. Yo ni siquiera puedo ver bien. Tengo papilla de plátano en los ojos. Y me están entrando tremendas arcadas.
Cojo una de las bolsas vacías de la compra y vomito en ella. Molly me acaricia la espalda y arruga la nariz por el olor tan desagradable que se apodera del ambiente a gran velocidad.
—¡Salud! — oigo decir a Cyne antes de escucharle perderse en su piso.
—¿De qué le conoces?
—Podría decirse que de Alcohólicos Anónimos.
—Ya me estás contando todo.
—¿Todo?
—¡Todo!
Me arrastra prácticamente hasta el sofá morado y tomamos asiento en él. Molly está tan ansiosa por conocer todos los detalles que no deja de brincar. Como siga haciendo eso, sospecho que los ojos van a abandonar sus cuencas. Creí que nunca lo diría, pero me siento como si fuese un bicho raro al que están analizando por primera vez.
—Todo comenzó con el sapo y la bruja de mi hermana. ¿Recuerdas a Adam, el chico con el que solía jugar a ser novios de pequeña? Pues casi me comprometo con él. Estaba convencida de que era el hombre de mi vida hasta que le pillé en la cama con Estella. Ahí se me quitaron de golpe las ganas de casarme con él— recordar aquella traición me pone triste, me hace sentir como si fuese el último plato, el menos deseado. Y, misteriosamente, lo único que me hace sentir bien es imaginarme jugando a los dardos con las cabezas de Adam y Estella—. Entré en un bucle, ¿sabes? Creo que intentaba huir del dolor, evitar enfrentarlo. Así es cómo empecé a salir de fiesta. Me pasaba prácticamente las veinticuatro horas del día fuera. Me ayudó a sentirme un poco mejor. Pero mis padres no pensaban así.
—¿Pensaron que tenías algún tipo de adicción con la juerga?
—Sí. No sé si la tengo o si solo lo parece. Pero acabé en una iglesia, siendo sermoneada acerca de las adicciones, junto con un grupo de alcohólicos. No tan anónimos porque les podía ver la cara.
Sonríe dulcemente y me acaricia la mano.
—¿Fue allí donde conociste a Cyne?
—Así es. En realidad, nos conocimos mejor cuando comenzamos a despotricar contra la iglesia y la asociación de AA. Luego simplemente huimos en coche. Solo sabía su nombre y que compartíamos la misma aversión: odiábamos a quienes creían que teníamos un problema que debíamos resolver antes de que acabara con nosotros— es cerrar los ojos y situarme allí, en la puerta de la iglesia, escuchando a Cyne sugerir que huyamos lejos. Le dio un giro inesperado a mi vida—. Y así es como he acabado en Sheffield. Sin trabajo, sin familia y con la cartera temblando. Y, aunque lo he perdido todo, nunca antes me había sentido tan rica, feliz.
—Hacía mucho que no veía a Cyne por aquí. Le conocí cuando me mudé a este piso. Él vivía justo en enfrente con su amigo y se ofreció a echarme una mano para subir las cajas. Se convirtió en mi amigo y todo se me hizo menos cuesta arriba— corta un papel del rollo de cocina y comienza a limpiarse la cara con este. Yo estoy enfrascada en la difícil tarea de quitarme el plátano de entre las pestañas—. ¿Te había contado que antes vivía aquí?
—No. En fin, no hemos tenido mucho tiempo para conocernos.
—Tienes razón. Es bueno tenerle por aquí de nuevo. Últimamente ha estado yendo de aquí para allá y hemos perdido el contacto. No sé qué ha sido de su vida desde que se fue. En realidad, tampoco conozco el motivo por el que de la noche a la mañana decidió irse de Sheffield, sin despedirse ni dar una explicación.
Cyne cada vez resulta más atractivo de conocer. Él es un rompecabezas y a mí me encanta armarlos. No pienso darme por vencida hasta descubrir qué habita en su cabeza. Quiero conocer hasta el último de sus demonios.
—Oye, Maize, sé que acabas de aterrizar aquí, en un lugar nuevo para ti, pero vendría bien que consiguieras trabajo para ayudar con los gastos de casa.
—Me pondré a ello.
—¿Tienes experiencia?
—No me ha ido muy bien en el tema trabajo, pero no creo que resulte tan complicado conseguir uno. Será pan comido.
Asiente y señala con su dedo pulgar el servicio.
—Voy a darme una ducha para quitarme este horrible olor de encima.
—Arréglate. Esta noche salimos de fiesta.
—¿Adónde?
—Resulta que alguien muy influyente en la ciudad celebra un fiestón en su casoplón y nosotros tenemos pases vip.
—¡Eso es genial! Noche de chicas.
—En realidad, también se han apuntado Cyne y Miles.
—¿Miles, el rarito de enfrente?
—Vamos, será divertido. Habrá buena música, buen rollo y montones de shots.
—¿Qué puedo decir? Me has terminado de convencer.
Hago un gesto triunfal con el brazo y despido a la chica morena, que se marcha al servicio. Mientras ella toma una relajada y envolvente ducha de agua tibia, yo recojo la cocina, voy guardando la comida en los muebles y en la nevera y limpiando el desastre que he ocasionado anteriormente. Para hacerlo más divertido pongo música de una radio cercana y me marco un baile con las caderas digno de admirar.
Doy media vuelta, agarro con mis manos la encimera de detrás y me pongo de puntillas. Suelto un gritito a lo Michael Jackson y echo a andar hacia una habitación, echándome el trapo de cocina al hombro de forma sensual. Simulo caminar por una pasarela, elegantemente, y hacer una reverencia hacia un público imaginario. Lanzo el trapo hacia el fregadero, aunque mi puntería hace que acabe estrellándose en el grifo.
Esta va a ser mi noche.
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