Capítulo 20
Huir del casino fue relativamente fácil gracias a una puerta que encontramos en la azotea. Aprovechamos el momento de limpieza para fugarnos sin ser vistos. Y antes de volver a casa pasamos por el karaoke donde estuvimos anteriormente para continuar un poco más con la fiesta. E incluso improvisamos bailes en la calle. El tiempo se pasó en un abrir y cerrar de ojos y cuando quisimos darnos cuenta eran las cinco de la mañana. Y en vez de irnos a la cama, preferimos sentarnos en la escalera del rellano a hablar por un par de horas.
En cuanto a echar una cabezadita, solo puedo decir que lo hicimos por escasas cuatro horas, pues el viaje hacia la playa nos esperaba.
Y así es como acabo en los últimos asientos del coche de ocho plazas de Connor, quien se ha ofrecido a comenzar el trayecto que tenemos por delante. Luca está a mi lado, leyendo con gran entusiasmo un libro de ciencia ficción, del que no despega los ojos más que para mirarme de vez en cuando y dedicarme una sonrisa. Molly está ocupando el lugar del copiloto, cantando a pleno pulmón junto a Maite una canción que está sonando en la radio, esta última situada entre la segunda fila de asientos, junto a Cyne, quien está cruzado de brazos mientras duerme un poco.
Miles, en la tercera fila, es objeto de los besos y abrazos que le proporciona la chica pelirroja cada pocos segundos, quien además, hace un juego con su lengua que más que excitar a Miles, le asusta. Cada vez está más cerca de la ventana. Si Jennifer sigue con ese ritmo, apuesto a que él se arrojará a la carretera sin dudarlo.
—Me parece una idea magnífica que vayamos a convivir todos juntos un fin de semana— empieza a decir Maite. Su pequeña boca brilla por el pintalabios rojo que usa y que tanto protagonismo le otorga a su cara—. Podemos hacer muchas cosas, como probar deportes acuáticos en la playa, noche de chicas, preparar cócteles en casa, hacer escalada.
—Pasar tiempo en la habitación— añade Jennifer a la par que se muerde el labio inferior y mira a Miles, quien tiene no parece estar muy de acuerdo con esa idea.
—Yo pasaré la mayor parte del día fuera. Tengo deficiencia de vitamina D.
—Ya veréis, os va a encantar la casa que he alquilado— comenta Molly, entusiasmada—. Tiene unas vistas increíbles. Está completamente rodeada de naturaleza y está situada a solo unos pocos kilómetros de la playa.
—¿Y qué hay de las habitaciones? ¿Una para cada uno?
—Sí y con asistente personal las veinticuatro horas al día— responde Molly con sarcasmo y se gira para mirar a Miles—. Además, ya no vivimos con nuestros padres. Podemos dormir con nuestra pareja.
Hace amago de sonreír, pero queda en el intento.
—Pues yo no veo la hora de coger la cama— le lanzo una mirada a Cyne, quien tiene la cabeza apoyada en el cristal de la ventana y se mueve ligeramente por las irregularidades del asfalto—. Hay quienes aprovechan el bug.
—Deberías intentar dormir un poco. Así luego estarás con las pilas cargadas para exprimir las veinticuatro horas del día— me aconseja la chica morena y de enormes ojos resguardados tras pestañas que parecen haber sido implantadas con cuidado una por una.
Apoyo la nuca en el cabecero del asiento y ladeo mi cuerpo en dirección a Luca. Alzo una de mis manos y aparto un mechón de su mejilla.
—¿Está interesante lo que lees?
—Demasiado. Va sobre un alien embarazado que se ha estrellado en la tierra con su nave espacial y resulta que él muere, pero su hijo se salva y pasa a ser cuidado por dos niños de quince años.
—Conmigo ese aliencito no duraría veinticuatro horas— él se echa a reír y besa mi frente. Deposito mi cabeza en su hombro y pierdo mi mirada en las páginas iluminadas por el sol—. Creo que voy a dormir un poco.
—Si quieres, te leo hasta que te quedes dormida.
—Está bien.
Espera a que me acomode adecuadamente y comienza a leer, sin prisas ni pausas, y con una voz aterciopelada que me hace caer a una velocidad de vértigo hacia la embriagadora oscuridad. Mis ojos se van cerrando progresivamente y mi mente se dispersa. Un cosquilleo se apodera de mis párpados y una paz de mi pecho. Con la voz de Luca sonando de fondo, su colonia llegando a mis fosas nasales y el sol dándome en la cara, caigo rendida.
No llevamos demasiado equipaje. Solo el indispensable para pasar el fin de semana. Así que cuando llegamos a la casa alquilada, nos es relativamente fácil transportar nuestras cosas hacia la habitación que elegimos a medida que conocemos la vivienda. Molly tenía razón, la casa está rodeada de árboles y montañas, un inmenso campo con flores que se extiende hacia el horizonte, y un lago no muy lejano, que se alcanza a ver sin problemas desde la segunda planta.
—Me moría de ganas de pasar un fin de semana contigo— las palabras de Luca me calan hondo y me llevan a dejar la maleta junto a la puerta e ir hacia él para envolver su cuello con mis manos. Él se limita a acariciar mis brazos—. Tengo ganas de ti a todas horas del día. Si no fuera por mi trabajo y el ajetreo de mi día a día, me pasaría el día haciéndote compañía.
—Estas setenta y dos horas que nos quedan vamos a exprimirlas al máximo.
—¿Por qué no empezamos ya? — pregunta cuando me he separado de él y estoy admirando a través de la ventana cómo Maite corretea por la hierba fresca descalza, mientras invita a Cyne a atraparla si su velocidad se lo permite. Cuando vuelvo a la realidad, Luca me da un golpecito en la barriga con una almohada.
—¿Acabas de iniciar una guerra de almohadas?
—No lo sé. Dímelo tú.
Cojo una almohada cercana y le golpeo con ella en el costado y en el brazo. Él vuelve a atacar y poco después invertimos los papeles. Huyo del lado de la ventana para contar con más espacio para moverme y subo de un salto a la cama. Luca, lejos de achantarse, sigue mis pasos, y continúa encajando mis almohadazos y dando los suyos. Saltamos sobre el colchón hasta que escuchamos un pequeño crujido, ante lo que nos echamos a reír. Le dejo caer de un pequeño empujón a la cama y corro hacia otro dormitorio, refugiándome en el ropero.
Intento contener la respiración para que no me descubra, pero él se las ingenia para llegar a mí y se encierra conmigo en el armario, empujándome ligeramente hacia el final.
—¡Te encontré!
—Qué avispado.
—La pulsera que se te ha caído me ha dado la pista—me tiende un brazalete que llevaba y me vuelvo a colocar. A modo de agradecimiento le doy un beso. Él sonríe. Lo sé por la luz que penetra a través de los huecos existentes en la madera. Da un paso hacia adelante, en mi dirección, en búsqueda de otro beso y lo encuentra. El ambiente se carga de tensión sexual y el sudor que asoma en nuestra piel se magnifica. Sus manos viajan hacia mi cadera y las mías hacia su zona lumbar. Él me quita la camiseta y admira mi sujetador de encaje blanco. Yo le quito su prenda superior y paso mis manos por su abdomen trabajado—. Nunca pensé que lo haría en un armario, rodeado de calcetines apestosos.
—Cállate y bésame de nuevo.
Acabamos desnudos y teniendo relaciones sexuales rodeados de montones de ropa que vuelven el ambiente un poco asfixiante y difícil para moverse. A pesar de que damos pequeños golpes contra la pared del armario, nadie se percata de ello y acude en nuestra búsqueda. El saber que estamos haciendo ruido y que en cualquier momento podría aparecer alguien lo vuelve todo más excitante. Nos besamos sin freno, mientras las manos recorren cada porción de piel del cuerpo del otro, y nuestros cuerpos se mueven a un mismo ritmo, ambos empapados en sudor.
Me atrevo a tirar de su larga cabellera y él muerde mi labio inferior hasta hacerme un poco de daño, pero no le doy ninguna importancia. Luca gime en mi cuello y muerde mi piel en alguna ocasión, antes de volver a fundir su boca con la mía en un beso húmedo. Sus manos envuelven mis senos como si estuviera dándole forma a unas magdalenas y yo aprieto sus glúteos. Tengo que morderme la lengua para no gritar cuando nos dejamos ir al mismo tiempo.
—Creo que esta habitación es la única que queda libre— dice alguien. Casi se me para el corazón al oír la voz de Miles. Contengo la respiración. Luca intercambia una mirada conmigo y se aguanta la risa para evitar que nos descubran. Me pongo la ropa de nuevo, con sigilo, y Beccaria hace lo mismo. A través de las rendijas podemos ver a Miles dejar sus cosas en la cama. Jennifer entra en el dormitorio y cierra la puerta detrás de sí misma. Para cuando este se da la vuelta, la pelirroja está en ropa interior—. ¿Qué haces?
—Poséeme en este aparador.
—Tenemos que deshacer las maletas.
—Deja eso para luego. Quiero que forniquemos aquí como unos salvajes— Miles está a punto de abrir la boca para decir algo cuando la pelirroja le besa como si fuera un besugo y le va quitando la camiseta. El chico decide dejarse llevar y termina de desnudarse. Tal y como pidió Jennifer, el acto sexual tiene lugar en el aparador, con un espejo detrás de testigo. Bueno, y nosotros, que estamos sorprendidos y muertos de risa—. Había echado de menos a mi carita de niño, pero mejor empotrador que conozco.
—Lo sé. He estado con dos mujeres.
Me echo a reír y Luca me tapa la boca con la mano justo a tiempo. Los gemidos de ellos opacan cualquier tipo de movimiento seguido de un crujido que ocasionamos en el armario. La cosa se extiende por una media hora, en la que vemos absolutamente de todo. Incluso llego a conocer a Richard, quien me obliga a tragarme mis propias palabras. Para cuando Jennifer y Miles vuelven a estar vestidos, ella se marcha hacia la planta baja con una sonrisita, dejando al chico poniéndose el cinturón de los pantalones. Cuando acaba, va hacia el ropero y echa el pestillo.
—Molly no podrá coger mis calzoncillos para saber de Richard— murmura en voz alta y echa a andar hacia la puerta mientras se da palmaditas en el pecho, orgulloso de sí mismo—. No has estado nada mal. Eres el mejor empotrador que conoce. Ha servido leer todas esas novelas eróticas que tiene Maize en casa.
Abro la boca al escucharle decir eso y maldigo no poder decirle nada. Miles desaparece y cuando hago por intentar salir del armario, es imposible. No hay forma de abrirlo desde dentro. De modo que estamos atrapados entre un montón de ropa. Luca, igualmente, intenta abrirse paso de nuevo hacia la habitación, sin suerte.
—Estamos encerrados.
—Nos perderemos la comida. Por suerte, ya probamos el postre— está haciendo todo lo posible porque esta situación no me sobrepase y se lo agradezco mucho. Aparta un pantalón que está colgado en una percha y, sin querer, recae sobre mi cabeza. Esta vez me encargo yo de echarlo hacia otro lado, y nos fundimos en un abrazo—. ¿Crees que alguien sabrá que estamos aquí?
—Sí, claro. Porque un armario es un sitio muy transitado.
—Míralo por el lado bueno. Esta es nuestra primera aventura del fin de semana. ¿No crees que es emocionante?
—Un poco— confieso, encogiendo mis hombros y sonriendo tímidamente.
No resta demasiado tiempo hasta que alguien quita el pestillo al armario y abre las puertas para que podamos salir. La luz del día me ciega momentáneamente y no puedo ver más allá de la figura ensombrecida de alguien. Cuando mis pupilas se acostumbran a la nueva realidad, puedo ver a Cyne con una sonrisa pícara en sus labios.
—Apuesto a que tenéis una buena justificación para explicar por qué estáis metidos en un armario y me muero de ganas de escucharla.
—Había una cucaracha voladora.
—Una cucaracha voladora. Se pone interesante la cosa. ¿Qué más?
—Y estuvimos persiguiéndola para echarla afuera. Acabó en el armario. Nosotros fuimos detrás de ella y nos quedamos atrapados— interviene por primera vez Luca, con voz temblorosa—. Y le perdimos la pista.
—Ya. Una pena. Y una gran historia, por cierto.
—¿Cómo nos has encontrado? — formulo la pregunta casi sin pensarlo y al poco de hacerlo me arrepiento. Creo que ya conozco esa respuesta.
—Vuestra hazaña no ha sido precisamente silenciosa. Se podía oír el armario desde la planta de abajo.
—Definitivamente, no nos quedamos con este armario— dice Luca para quitarle hierro al asunto y rebajar la tensión existente.
—La comida ya está lista. Hay tarta de cerezas, por si os habéis quedado con ganas de dulce.
Echo a correr hacia las escaleras tan pronto como me lo permiten mis piernas, con las mejillas encendidas por haber sido descubierta, y con el sudor aún viviendo en mi frente. Voy a la mesa rectangular, alargada y de madera que hay junto a una chimenea. Maite está sirviendo refresco en los vasos vacíos con una sonrisa. En la cocina, Molly ayuda a sacar algunas cosas del horno y llevarlas hacia la mesa, mientras Connor friega los últimos platos que quedan en el fregadero.
—Felicidades— susurra Molly al pasar por mi lado y me da un golpecito con la cadera. Deja una bandeja con lasaña sobre la mesa y me dedica una mirada cómplice. Miles va a coger un poco de pan cuando la chica de tez morena le da una torta en la mano para que espere.
Jennifer está repasándose los labios con una barrita morada mientras se admira en un espejo de mano para asegurarse de que no se maquilla mal. Luca toma asiento después de dejar una ensaladera en el centro del mueble. Cyne va hacia las encimeras de la cocina orientadas hacia la mesa, y observa a través del hueco existente, mis ojos azules, mientras bebe de su botellín. Alza su cerveza en mi dirección e inclina hacia adelante la cabeza.
—¿Dónde os habíais metido? — inquiere Miles, el menos indicado. Si supiera la verdad detrás, apuesto a que no habría lanzado esa pregunta.
—Estábamos atrapando una cucaracha.
—Sí. Dentro del pantalón de Luca...— dice Molly por lo bajo y tose para desviar la atención. Miles no entiende absolutamente nada.
—¿Y la habéis encontrado?
—Se perdió en el armario de tu habitación. Al parecer, iba buscando literatura erótica. Quizás ella también quería ser la mejor empotradora.
Miles cae en la cuenta de lo que estoy diciendo en el momento en el que bebe agua, lo que le lleva a escupir el contenido de su boca sobre el mantel de cuadros de la mesa.
—No— suplica.
—Sí.
—¿Richard?
—Oh, ya lo creo que sí.
Me sirvo un poco de ensalada en el plato con ayuda de un tenedor y una cuchara y la aliño con una aceitera y un poco de vinagre. Connor se quita los guantes tras finalizar de lavar los platos y viene a la mesa para almorzar junto al resto. Todos son conscientes de lo que ha pasado arriba, aunque intentan no sacar el tema de conversación, y lo agradezco.
—He pensado que podríamos ir a hacer escalada— sugiere Cyne mientras se lleva un tenedor con lasaña a la boca. Miles no tiene tiempo para preocuparse por las alturas porque está demasiado ocupado dándole vueltas al hecho de que he presenciado cómo mantenía relaciones sexuales con Jennifer—. He visto que el dueño de la casa ha dejado equipo de escalada en el trastero.
—Yo me apunto.
Doy un golpecito en la mesa para reafirmar mi postura y Miles da un salto sobre su silla e instintivamente se agarra a la mesa.
—Contad conmigo. La naturaleza me ayudará a desconectar.
—Buena idea. Estás que echas chispas— Molly le da una palmadita en la espalda y este casi se atraganta con la comida. Le dedica una mirada envenenada.
—¿Qué?
—¿Qué? — repite ella.
Connor toma su refresco de cola y levanta la mano, agitándola, para llamar nuestra atención. Todos damos por hecho que va a hacer un brindis, así que cogemos nuestros vasos y los alzamos, todos salvo Miles, que zampa y zampa casi sin respirar. Tiene que darle Molly un codazo para que deje de tragar y preste atención.
—Me gustaría proponer un brindis— dice en primer lugar y agarra la mano de Molly—. Por este maravilloso fin de semana en la mejor compañía. No podría imaginar un plan idílico como este con personas diferentes.
—Porque este finde sea inolvidable y esté cargado de aventuras— continúa Luca, quien vuelve la cabeza en mi dirección y me sonríe tiernamente.
—¡Y que no falten las sonrisas!
Cyne está de acuerdo con Maite y une su copa con la de ella, y luego pasa su brazo sobre el respaldo de la silla donde está sentada la chica.
—Salud— concluye Cyne.
Llevamos los vasos al centro y los chocamos hasta que un leve tintineo se apodera del ambiente. Después bebemos el contenido refrescante y delicioso. Cada uno entabla una conversación con algún miembro de la mesa que desea conocer mejor o con quien ya tiene cualidades en común. En mi caso, la charla la inicia Maite.
—¿Qué tal en tu nuevo trabajo, Maize?
—Es como sufrir el ataque de una manada de fieras. Es horrible. Aunque algo bueno tiene y es que actúa como método anticonceptivo muy eficaz.
Ella sonríe.
—Yo una vez tuve que cuidar del sobrino de mi hermana y fue terrible. Es una suerte que tuviera que devolvérselo. Imagina que me lo hubiese tenido que llevar a casa.
—¿Y a ti qué tal te va en la tienda de comestibles?
—Bien. Estoy defendiéndome como mejor puedo. Me adapto rápido. Aunque tengo la sensación de que hay un poco de tensión en la plantilla, especialmente entre Flora y Bruce. ¿Tú sabes algo acerca de ellos?
—Se podría decir que les une algo más que una hipotermia.
—También cuentan a veces que hubo una vez una persona que se llevó una docena de pollos. ¿No es de locos?
Nace una risa nerviosa de mi garganta.
—Sí. Qué locura. Quien los comprara debía tener o una enajenación mental o un frigorífico muy grande.
Cyne, que está bebiendo de su vaso, esboza una sonrisa al oír nuestra conversación. Se lo está pasando pipa a costa mía y no le basta con eso, sino que además decide hacer una intervención.
—Se rumorea que una empleada quedó atrapada en una cesta de la compra.
—¿En serio? Es la primera vez que escucho algo así.
—Yo creo que es más común de lo que parece.
—Permíteme que lo ponga en duda— rebate Cyne ante mi comentario. Clavo el tenedor con fuerza, a mi parecer, en la mesa. Aunque un grito me hace ver que lo he hecho en la mano de Miles, quien está a punto de desmayarse por ver el cubierto incrustado cerca de sus nudillos—. Oh, Dios mío. Lo siento, Miles.
—Oye, si tienes hambre, hay más comida en el frigorífico.
—Ya está, chiquitín. Con unos mimitos se te pasará volando— dice Jennifer, agarrando la mano de Miles y depositando sendos besos sobre ella. Molly ha perdido su tenedor en algún lugar del suelo y, por pereza a levantarse, le extrae el cubierto a su amigo de la mano y, sin pasarlo por agua, pincha una zanahoria de la ensalada y se la lleva a la boca—. Esta chica me cae bien.
Jennifer acompaña a Miles hacia el cuarto de baño para limpiar y vendar la herida que se ha hecho el chico en la mano. Luca está hablando con Connor acerca del trabajo, ambos están enfrascados en la conversación, así que decido ponerme a recoger mientras ellos hablan. Voy hacia la cocina acompañada de Molly.
—Oye, ¿a qué venía eso de la literatura erótica?
—Pongamos que he visto a Miles tal y como vino al mundo y sacando su lado salvaje.
—Así que has conocido a Richard. ¿Algo que añadir?
—Puede quitarte el hipo, créeme.
Molly lo aprueba con cierta sorpresa y una sonrisita. En cuanto ve a Cyne entrar en la cocina decide volver a la mesa para dejarnos un poco de privacidad por si hay algo de lo que queramos hablar. Tiro los restos de comida a la basura y luego dejo el plato en el fregadero, bajo un chorro de agua caliente para que se vaya despegando la salsa. Myers revolotea a mi alrededor, con un trapo en el hombro, y va guardando los vasos y platos secos del escurridor.
—Has estado fina con el tenedor.
—Que conste que iba para ti.
—Lamento haber fastidiado tu almuerzo. Sé que querías despedazar mi corazón como guinda del pastel.
Le doy con la esponja a los platos y se los voy pasando a Cyne, que los moja con agua para luego colocarnos en el escurridor. Su respiración agitada y unos pequeños sonidos me alertan de que Myers está conteniendo la risa. Y a pesar de que aguanta y aguanta para no reír, falla y sus carcajadas se manifiestan.
—¿De qué te ríes?
—Estaba recordando cuando te recogí de la tienda, encasquetada en una cesta de la compra. Cuando creo que no puedes sorprenderme más, vas y le clavas un tenedor a Miles en la mano.
—Yo no le veo la gracia.
Intento mostrarme seria, pero me puede la risa y acabo riendo.
—Eres puro impulso. Y tú tendencia a enredarte en situaciones absurdas y locas, resulta peligrosamente adictiva y divertida.
—Te vas a tragar la esponja— hago todo lo posible por llevar a cabo mi objetivo, pero sus manos me lo impiden, con tan solo envolver mis muñecas. Tiene fuerza, pero no la emplea sobre mí. Sabe que podría hacerme daño y eso es lo último que quiere hacerme en este mundo.
—No sin que tú le des un mordisquito al estropajo.
El rifirrafe desemboca en que cada uno acabe con la ropa un poco mojada. Aunque, por fortuna, ninguno ha ingerido nada que no pudiese ser expulsado más tarde. Cyne me tiende el trapo después de bromear con retirarlo de mi alcance un par de veces y me seco las manos con este. Myers se encarga de señalar la punta de mi nariz con su dedo índice.
—Tienes espuma justo ahí.
—Agarra un gorro festivo y celebremos la fiesta de la espuma— con una servilleta me seco la nariz y rehago la cola que tenía con antaño, incorporando esta vez los mechones que se han ido liberando paulatinamente, bajo la penetrante mirada de Cyne.
—Adoro que seas tan risueña. A veces, me recuerdas un poco a mi hermana. Ella también era muy divertida y tenía esa pizca de rebeldía— enarca una ceja y suelta un largo suspiro, con sabor a nostalgia. Me da la espalda y va hacia la encimera para dejar el trapo que le he devuelto. En realidad, es una excusa para que sus ojos anegados no estén a mi vista. Lejos de dejarle a solas con su tristeza, voy hacia él y le abrazo por atrás, apoyando mi cabeza en su espalda—. Estoy hecho un sensiblero.
—No eres un sensiblero, sino humano. Alguien a quien la vida le pesa un poquito. Tienes permitido llorar todas las veces que necesites.
Da media vuelta. Tiene los ojos rojos y algunas lágrimas surcando sus mejillas. El lápiz negro se le ha corrido un poco. Con ayuda de mis manos voy enjugando las gotas saladas y apartando su cabello para que no entorpezca a su mirada. Aun con ojos tristes y un poco hinchados, sigo pensando que tiene la mirada más bonita del mundo.
—Pareces un osito panda— eso le arranca una sonrisa. El corazón se me alegra enormemente al saber que soy el motivo de que sus comisuras se hayan elevado y sus ojos sonreído—. Venga, va. Anímate, que el maquillaje está muy caro.
—Siempre puedo colarme en tu casa y robar tu lápiz de ojos.
—Yo no uso lápiz negro.
—Pero lo harás después de ver lo fantástico que me queda.
Maite llega a la cocina y, al vernos a ambos tan cerca y con las manos de por medio, deja ver una expresión de contradicción. Se acerca tímidamente hacia la nevera para dejar la botella de refresco y luego viene a nuestra posición.
—¿Todo bien?
—Hablábamos de lo caro que está el maquillaje— respondo por Cyne para darle tiempo a recuperar la compostura.
—Y de lo bien que me queda el lápiz negro.
—No puedo estar más de acuerdo— Maite se acerca a su chico y besa su mejilla. Retrocedo hacia el salón a la par que le guiño un ojo a mi mejor amigo. Él agradece el gesto que he tenido con él con una breve pero espléndida sonrisa.
Molly está sentada en la silla, con los pies sobre la mesa, mientras come una caja de bombones que no tiene pensamiento de compartir con nadie. Jennifer aparece por la escalera con Miles, quien tiene la cara pálida, quizás por el miedo que ha pasado antes.
—Hemos podido salvar la mano.
—Esta noche, por si acaso, pondré una trampa para osos alrededor de la cama— dice Miles, refiriéndose a mí por el comportamiento de antes.
—¿Qué tal si nos vamos a escalar? — pregunta Luca, quien se levanta y se ajusta el pantalón a la cintura. Voy hacia él y deposito un beso en sus labios.
—Me parece genial.
—¡Eh! ¿No hay nada para mí? — se interesa Connor, arrodillándose junto a la silla ocupada por Molly, quien deja de comer sus bombones para mirarle directamente a los ojos. Escoge un bombón con forma de corazón y va a dárselo en la boca cuando rectifica y se lo come ella. En su lugar, le premia con un beso—. El mejor bombón que he probado en mi vida. Muy dulce. Y con corazón de avellana.
—Sí. Más o menos de ese tamaño. Pero contigo se me crece— se pone en pie, salta a sus brazos y besa románticamente sus labios. Él mantiene sus manos alrededor de la cintura de ella y aguanta sus pies enfundados en calcetines sobre sus zapatos.
Dejamos la casa después de poner un poco de orden, con la ilusión de descubrir los encantos que entraña la escalada y la naturaleza que nos envuelve. Al desconocer la zona, optamos por llevar con nosotros un mapa e ir siguiendo las rutas indicadas. Primeramente, ascendemos por una pendiente de tierra y pequeñas piedrecitas, siempre acompañándonos la naturaleza. Hace más fresquito junto a la montaña que en la ciudad. Se agradece romper con la rutina de vez en cuando. Respirar aire puro.
—¡Mirad qué flores tan bonitas! — exclama emocionada la chica de enormes ojos. Maite se pierde en un prado de flores y se agacha para recoger alguna de ellas. Se adorna el pelo con una margarita y a continuación vuelve con nosotros con un ramo entre sus brazos—. Las pondremos en un jarrón con agua fresca. Así le daremos color a la casa.
Cyne le arrebata una y juega a deshojarla, con la mirada perdida en el cielo azul, como si pretendiera restar tiempo para encontrarse de nuevo con su hermana fallecida. Él sufre por su ausencia y yo, sin embargo, rehúso a mantener una relación con mi hermana Estella. El daño que me ha hecho es irreparable. O al menos, es así como lo siento.
Un poco más adelante, Molly está subida sobre la espalda de Connor, quien la lleva a cuestas de aquí a allá sin ningún tipo de problema. Es más, disfruta haciéndolo. Pasar tiempo en su compañía, poder escuchar su risa cerca de su oreja es un gusto del que pretende disfrutar tanto como la vida se lo permita. Creo que hacen una buena pareja. Son felices y tienen una estabilidad envidiable.
Miles lleva un palo para asegurarse de que el terreno por el que camina es firme y Jennifer se encarga de guiarnos a todos a través del mapa.
—¿Quieres agua?
—Por favor. Estoy sedienta— me tiende la botella y cuando voy a beber de ella, aprieta el cuerpo y el chorro de agua va a parar a mi cara, y seguidamente a mi ropa—. ¡Ya verás cómo te pille!
—Atrápame, si puedes.
Echo a correr despavorida detrás de él. Se mueve de un lado a otro. Bebe un poco de agua, pero no traga el contenido, sino que simula que su mano es una manivela y que su boca expulsa poco a poco el agua, como si fuera un pequeño grifo. Su actitud bromista me lleva a hacer un esfuerzo extra y atraparle. Él me agarra por la cintura y me hace girar un par de veces.
—Ahora, en serio. Tengo sed.
—Está bien. Pero nada de segundas intenciones.
No tengo en mente beber, así que, aprovecho que está admirando la distancia que queda para llegar hasta la zona de escalada para verter parte del contenido de la botella por encima suya. Luca abre la boca tanto como se los permiten sus músculos y escupe un poco de agua que le ha entrado en la boca, que va a parar a mi cara.
—Qué cerdo— le regaño y él me molesta frotando su cara mojada contra la mía. No puedo parar de reír por sus ocurrencias. Doy un golpecito en su estómago y él ríe—. ¡Para!
—Hmm. Solo si me das un besito— hago lo que me pide—. Y con la condición de que lo repitas.
—Tienes amor para todo el mundo menos para mí. Ahora sé para quién irá dirigido el menor presupuesto en regalo de reyes este año— murmura Miles al pasar por mi lado. Le regalo a Luca un beso y echo a correr hacia mi amigo para pasarle el brazo por encima de los hombros.
—Prometo comprarte una mano biónica si pierdes la que tienes.
—Qué amable. Pero me gustaría conservar mi mano— asiento y continúo caminando. Sentir el sol en la cara y oír a los pájaros cantar es una sensación indescriptible. Me encantaría poder quedarme a vivir aquí. Hay paz allá adonde miro—. ¿Entonces lo viste absolutamente todo?
—Créeme que, si hubiera habido otra alternativa, no hubiese dudado en tirarme de cabeza.
—¿Y se puede saber qué hacías tú en el armario? Porque ese cuento de la cucaracha se lo creerá Dora la Exploradora.
—Lo mismo que tú estabas haciendo fuera.
—Gracias. Ahora sé dónde no debo guardar la ropa.
Cyne tiene cierta experiencia probando deportes de riesgo, así que no le supone ninguna dificultad disponer todo el material necesario para poder llevar a cabo una escalada segura. Luca también dio algunas clases en la academia de policía, así que se ofrece a dar unas rápidas indicaciones. Gracias a la ayuda prestada por ambos conseguimos comenzar el ascenso sin complicaciones. Incluso Miles parece entusiasmado.
Paso a paso voy subiendo. Nunca pensé que sería tan divertido hacer escalada. Tener el cuerpo vertical y apoyar los pies sobre una pared irregular me supone todo un desafío. Estoy tan ansiosa por ver qué hay más allá en la cima que me esfuerzo por ascender lo más veloz posible. Algunos ya han conseguido llegar a arriba. Me restan algunos metros cuando piso mal, pierdo el equilibrio y desciendo. Cyne, que va un poco más atrás para asegurarse de que todos llegamos, logra atraparme con uno de sus brazos e impedir que continúe cayendo un poco más.
—Te tengo.
—Y me haces cosquillas— al principio no lo entiende, pero luego cae en la cuenta de que sus dedos están en mi costado. Intenta sujetarme de otra forma.
—Lo siento. No estoy acostumbrado a tratar con ángeles.
Sonrío, meneando la cabeza.
Apoyándonos el uno al otro en el trayecto, logramos alcanzar la cima, un poco más tarde que el resto, pero no por ello menos valorado. Desde arriba se aprecian unas magníficas vistas del paisaje montañoso y verde que nos rodea. La casa donde nos alojamos se ve como un pequeño punto entre la maleza. Alrededor de nuestros pies corretean pequeños animalillos entre flores coloridas. Pájaros surcan el cielo azul que se abre paso sobre nuestras cabezas.
Cyne sostiene una flor turquesa, mueve la cabeza de un lado a otro, como si estuviera nervioso o quizás dudando, y a continuación me la tiende, con una sonrisa de oreja a oreja. La recibo de buena gana y aprecio el dulce aroma que desprende. Paso el brazo por su espalda y el resto de la pandilla se va uniendo a nosotros, hasta formar un abrazo grupal.
Cada uno de nosotros es diferente y ha vivido distintas experiencias vitales, pero hay algo que ahora mismo nos une a todos y es ver con ilusión y esperanza hacia el futuro.
Para cenar hacemos unas pizzas en el horno y las comemos en los sofás, mientras jugamos al Trivial en la mesa de café. Hay algunas preguntas que parecen haber sido elaboradas a maldad. Otras en cambio son tan sencillas que nos sorprende que estén contenidas en este juego de mesa. Entre juego y juego apenas somos conscientes de que las ricas porciones rebosantes de queso y pepperoni se esfuman en un abrir y cerrar de ojos. Entre todos recogemos los platos para acabar antes. El trabajo en equipo siempre es la mejor apuesta.
Los chicos deciden ver un partido que echan en la tele y nosotras, siguiendo el deseo de Maite, vamos a la habitación de esta para tener una noche de chicas. Lo primero es ponernos el pijama y después ir eligiendo un lugar donde asentarnos en el dormitorio. Molly se arrodilla en el suelo y juega a lanzarle golpes a una almohada; Jennifer está tirada sobre la cama leyendo una revista de cotilleos. Yo sentada en una silla, con la cara untada con una mascarilla de pepino, al igual que Maite, quien está concentrada haciéndome una trenza, también sentada tras de mí.
—¿Alguna vez habéis fantaseado con cómo sería vuestra boda ideal?
—Yo sé que la mía tendría un gran banquete—Molly es la primera en dar su respuesta—. Y en algún sitio fuera de lo común.
—A mí me encantaría que fuera en las Vegas, ante Elvis Presley. Y mi vestido de novia sería rojo sangre.
—Yo siempre he soñado con celebrarla en un jardín, con muchas flores y palomas blancas. ¿Y tú, Maize?
La pregunta de Maite me deja pensativa por unos segundos. Vuelvo a la realidad al sentir un ligero tirón de pelo a causa de un enredo entre los dedos de la chica que me peina. Me inclino ligeramente hacia adelante y me hago con un esmalte rosado para teñir las uñas de Maite como agradecimiento por haberme hecho la trenza.
—Mi boda iba a celebrarse en una Iglesia. Mi vestido era precioso, con corte de sirena. Me sentía una princesa de cuentos con él puesto. Tuve que levantarme a las tres de la mañana para conseguir estar en primer lugar en la cola de la tienda de vestidos de novia. Había buenas rebajas— los ojos de Maite se agrandan con cada palabra que sale de mi boca. Lo que ella no sabe es que ahora viene una decepción—. Iba a ser la boda perfecta. Lo tenía todo. Salvo una cosa y quizás la más importante: el novio no me quería.
—Lo siento.
—Oh, no. Estoy bien.
—Quiero decir, lo siento por él, porque se ha perdido a una chica maravillosa— se hace entender la chica de la mascarilla de pepino—. ¿Y os gustaría casaros con la persona con la que estáis saliendo actualmente? A mí no me importaría que fuera con Cyne. Es más, incluso nos imagino en un futuro juntos. Y me hace feliz.
Molly deja de golpear la almohada y pasa a subirse a la cama, junto a Jennifer, suspendiendo su cabeza en el vacío, justo en la zona de los pies del colchón. Mira el techo en silencio mientras lanza una pequeña pelota hacia arriba.
—Sinceramente, yo no me veo casándome con Miles. Es un chico con el que me lo paso genial porque es muy divertido, pero no le quiero y estar enamorada es la condición imprescindible para plantarte en al altar con alguien.
—Yo puedo imaginarme con Connor sin problemas en el altar y eso que siempre me ha dado vértigo hacer planes de futuro con alguien. Pero él sí es un hombre con quien me casaría encantada.
—Luca es una persona a la que quiero muchísimo y que me hace feliz. Y no dudo por un segundo que siga haciéndome sentir así de dichosa por un largo tiempo. Pero mentiría si os dijera que no tengo dudas. Porque lo cierto es que, desde aquella noche en Blind Dates, donde le conocí, he estado teniendo la sensación de que no es la misma persona que recuerdo— sin pretenderlo, acaparo toda la atención de las chicas de la habitación, que se reacomodan de forma que quedan orientadas hacia mí—. Todo este tiempo he estado persiguiendo en cada abrazo, beso y caricia las sensaciones que despertó en mí en aquel entonces.
Maite me mira con cierta envidia.
—Sé que es una tontería porque sé que es él.
—Esas sensaciones son propias de las primeras veces. Y no debes sentirte mal por no volver a sentir aquellos sentimientos porque vas a tener la oportunidad de vivir más adelante experiencias nuevas.
—Por un momento sentí que esas emociones durarían para siempre.
—Chicas, ya basta de tanto drama. ¿Qué os parece si estrenamos esta botella de Vodka? — pregunta la chica pelirroja, de pie sobre la cama, agitando una botella en su mano. Sin dudarlo, todas nos incorporamos y abordamos el colchón con la esperanza de conseguir un generoso trago.
—¡Quién aguante más tiempo sobre la cama, estrena la botella! — grita Molly, repartiendo almohadas entre las integrantes para que iniciemos una guerra. El juego consiste en intentar tirar de la cama a las contrincantes. Todas luchamos con uñas y dientes por quedarnos. Pero vamos cayendo. Maite abre la botella y bebe de ella, proclamándose vencedora.
Tras la fiesta de pijamas entre chicas, cada una vuelve a su dormitorio, a excepción de Maite, que ya se encontraba en el suyo. No me voy a dormir sin antes volver a hacer el amor con Luca. Él consigue conciliar el sueño relativamente rápido. Yo, sin embargo, permanezco de lado, mirando la ventana, y a veces depositando mi atención en el despertador de la mesita de noche. El tiempo vuela. Y por más que me empeño en dormir, hay algo que me reconcome por dentro. No puedo dejar de pensar en aquella noche en Blind Dates y en cómo me sentí entonces en comparación a cómo estoy sintiéndome ahora. Todo es tan diferente.
¿Por qué habiendo encontrado la felicidad, aspiro a algo más, sigo con la sensación de que hay algo que todavía me falta?
Cuando el reloj marca las tres de la mañana, salto de la cama y me dispongo a ir a cualquier otra parte a fin de despejarme y quizás así, recuperar el sueño. Para mi sorpresa, cuando salgo al pasillo que da a la escalera, me encuentro con Miles cerrando la puerta de su habitación con especial sigilo. Al verme justo detrás, suelta un gritito que él mismo se silencia con la mano.
—¿Venías a por un segundo asalto?
—¿Escabulléndote de la habitación en la madrugada?
—¡Shh!
Me coge del brazo y me conduce escaleras abajo. La oscuridad del salón nos acoge. Caminamos a tientas entre los muebles, sin separarnos el uno del otro, hasta dar con la puerta de la cocina que conduce hacia la parte trasera de la casa. El candil que pende de una de las columnas de fuera está encendido e ilumina con su luz cálida un banco que hay junto al muro.
—Jennifer no deja de pegarse a mí como una lapa. Y yo necesito mi espacio personal. Hasta he soñado que me metía mano mientras dormía— lleva su mano al pantalón de su pijama y siente una ligera incomodidad. Se lo baja un poco y descubre que lleva puesta unas bragas azules—. Juro que no sé cómo ha llegado eso a mí trasero.
—Habrán sido los duendes de las braguitas.
Hace frío fuera. Es una suerte que me haya traído un pijama de mangas largas. Pero me va a hacer falta más que un calentito pijama de algodón para entrar en calor. Y, aunque estar en el exterior no ayuda nada, el ardor se apodera de mis mejillas al ver a Molly sentada en el banco, comiéndose un racimo de uvas, mientras Cyne está de pie, con los brazos apoyados en la valla. Al vernos irrumpir en la terraza, dejan de hacer lo que están haciendo.
—¿Problemas para conciliar el sueño? — pregunta Molly nada más reparar en nosotros—. Bienvenidos al club.
—Más bien problemas de entrepierna.
—Dichosas ladillas. En la farmacia venden pomadas.
—Pensé que nunca diría esto, pero me alegro de llevar unas bragas puestas.
—¿Por qué llevas bragas?
—¿Me creerías si te dijera que estaba en plena sesión de fotografía?
—Ya creo que sí.
Miles le mira con cara de pocos amigos y ella termina dándole un golpecito en el hombro para que no se lo tome a mal.
—¿Y tú que haces aquí? — pregunto con cierta timidez al chico de ojos marrones y sin rastro de maquillaje. Deja de agarrar la valla para poder girarse hacia mí.
—Huyendo del rebaño de ovejas.
Sonrío.
—¿Y tú?
—Soy más rápida que Morfeo.
—¿Y puedes desacelerar y prestarme un minuto para tomar un vaso de leche?
—Saldrá más rentable comprar una vaca— bromeo y él me hace un gesto con la cabeza para que le acompañe adentro. La ventana de la cocina está un poco abierta y gracias a ello puedo escuchar parte de la conversación de quienes se encuentran conversando fuera.
—Maite me ha contado que os lo pasasteis muy bien en la fiesta de pijamas. Y puede que por casualidad haya nombrado que estabais haciendo planes de boda. ¿Has conseguido encontrar al mejor postor?
Guardo silencio y recibo el vaso de leche caliente.
—Todavía tengo mis dudas.
—Puedes ver más allá y preguntar. Quizás alguien tenga una oferta mejor que hacer. Y créeme, cuando des con ella, será tan buena que no la dejarás escapar.
Chocamos nuestros vasos y bebemos sin quitarnos los ojos de encima. Él, al igual que yo, acabamos con la boca manchada. Ninguno dice nada, aún conscientes de este hecho, simplemente nos limitamos a echarnos unas risas.
Entran en casa Miles y Molly, retomando el tema del reto del puzle de mil piezas que dejaron suspendido en el aire un día atrás, y dirigen sus pasos hacia la mesa del salón, sobre la que colocan una caja de cartón con el dibujo del sistema solar en la portada. Van sacando las piezas y colocando sobre la superficie.
—Ahora vamos a comprobar tú destreza con los puzles.
—No presumas tan pronto. Puede que tengas que tragarte tus palabras— le responde la chica de tez morena. Ambos están enfrascados ordenando las piezas e intentando aglomerar a un lado los colores de una misma tonalidad.
—Chicos, eso os va a llevar una eternidad— acierto a decir. Ellos no apartan la mirada el uno del otro. Están retándose. Ninguno piensa echarse atrás.
—Yo no tengo sueño. Aunque no sé si Miles puede decir lo mismo. La hora de los Lunnis ya hace demasiado que pasó.
—No tengo nada mejor que hacer. Tengo toda la noche.
Cyne decide llamar mi atención con un golpecito en el hombro. Dejo de prestar atención a la pareja que se parte la cabeza en tratar de resolver el desafío que tienen por delante. Pongo a preparar café porque sé que lo van a necesitar y estoy en ello cuando el chico de mi lado apoya su mano— con uñas pintadas de negro— sobre la encimera y me mira.
—Vayámonos.
—¿Adónde?
—A cualquier otra parte.
Eso me gusta. La improvisación siempre ha sido mi debilidad. Soy una persona muy impulsiva y me encanta vivir cada momento como si fuera el último. Para mí no existen horarios, ni el mejor momento. La vida es ahora. Y Cyne es mi reflejo. Ambos compartimos la misma visión. Quizás esa sea una de las razones por las que nos entendemos tan bien entre nosotros.
Antes de lo que canta un gallo, estamos subiéndonos en el coche de Connor y conduciendo hacia un destino desconocido. La música brota de los altavoces. Todo cuanto nos rodea es oscuridad. Los árboles parecen convertirse en figuras tenebrosas cuando las luces del auto no les ilumina. Y el terreno es irregular, tanto que me recuerda a aquella vez que fui a ver los aviones despegar junto a mi actual acompañante.
—¿Cómo te suena una noche de retos?
—Como heredar una herencia millonaria.
Aparca el coche justo enfrente de un lago cuyas aguas relucen bajo la luz pálida de la luna. Sus aguas están en calma y acogen las sombras de los árboles de su alrededor. Cyne se baja el coche y va hacia la parte trasera para replegar los asientos de la última fila, ganando un espacio extra donde sentarnos. Me desplazo hasta allí y me acomodo en un lado. Él deja el maletero abierto y se sitúa justo enfrente de mí.
Alcanza una bolsa que ha traído consigo y va dejando sobre la alfombrilla determinadas cosas que guarda en su interior: un limón, una guindilla, un bote de canela y una cebolla.
—Te reto a beber el jumo de este medio limón sin hacer una sola mueca de desagrado.
—Empiezas fuerte— le echo en cara y él encoge sus hombros y pone carita angelical—. Cara de niño bueno y alma de diablo.
—Confío en que te sabrás vengar de lo lindo.
Agarro el limón, inclino ligeramente hacia atrás la cabeza, y lo estrujo con fuerza para que el jugo caiga directamente en mi boca. Las primeras gotas no surten en mí ningún efecto, pero cuando la cantidad aumenta, mi cara me pide a gritos que la contraiga de todas las formas posibles. Un ojo está a punto de cerrárseme y unas arruguitas nacen en mi nariz. Cyne se está hartando de reír con las caritas que estoy poniendo con tal de pasar la prueba. No puedo más y saco la lengua, hastiada.
—¡Oh! — exclama decepcionado y señala con el pulgar la alfombrilla—. Ya casi lo tenías. Me ha encantado las caritas que ponías.
—Yo me muero de ganas de echarme unas risas con las tuyas. Así que, veamos. Ah, sí. Te reto a darle un bocado a la guindilla y tragártelo.
—Amarga por fuera, dulce por dentro. Como la manzana. Y, además, alarga la vida. No es una simple creencia. Lo sé. Me sumas mil años cuando estoy contigo— procede a morder la guindilla. Su cara es un poema. El picor va a más a medida que mastica. Intenta mantener la calma. Su cara cada vez se vuelve más roja. Inicialmente solo se colorearon sus mejillas, luego también lo hizo su nariz y sus comisuras. Incluso sus ojos están anegados en lágrimas y su lengua algo hinchada—. Voy a acordarme de ti por mucho tiempo.
—Lo sé— acaricio su cabeza y él me atrapa la mano y no la suelta hasta que lo dispone todo para que pueda comenzar con mi próximo reto—. ¿Canela? Será como comerme una cuchara de cacao en polvo.
—Se complica un poco más cuando te reto a ver cuántas cucharadas de canela eres capaz de mantener en la boca sin tragar.
Toma el cubierto y lo rellena un poco. Procedo a llenar mi boca. Las primeras cucharadas no me suponen ningún problema imposible de superar, pero a medida que van aumentando su número, mis mejillas internas acaban como dos pelotas de golf. Tengo la boca seca y la garganta impregnada de saliva polvorienta. Aguanto lo suficiente para vencer y después escupo hacia la hierba, levantando un polvo momentáneo.
—¿Sabes lo que te toca? — niega con la cabeza, suplicante, y une sus manos mientras hace pucheritos para que no le obligue a comer la cebolla que sostengo en la mano. Agarro su mentón con dulzura y le sonríe como una posesa—. Qué buena pinta tiene esta cebolla. ¿No te mueres de ganas de comerla y no dejar ni un poquito?
—No especialmente. ¿Te vale con un par de bocados?
—Mejor eso que nada.
—Eres pura maldad, monito.
Coge la cebolla y la muerde sin pensarlo demasiado. Masticar rápido es su truco para acabar cuanto antes con la desagradable sensación que le invade. Sus ojos vuelven a humedecerse. Sin duda va a recordar esta noche. Yo apareceré en sus próximas pesadillas. Cyne tira la cebolla al campo después de darle un solo bocado y baja del coche.
—Uno a uno. Tenemos que desempatar.
—¿Qué propones?
—Algo de dos. El mismo sufrimiento por igual. ¿Ves ese lago? Tenemos que darnos un chapuzón en él hasta que nos cubra la cabeza y luego salir.
—No traemos bañador. Y sacrificar el pijama no es una opción.
—Entonces, quedémonos en ropa interior— antes de que pueda decir nada, Cyne se quita la camiseta del pijama negro que lleva puesto y la deja sobre las alfombrillas. A continuación, se desprende de los zapatos—. ¿Vienes o tienes pensamiento de aceptar la derrota?
—Ni en el sueño que no puedes conciliar.
Bajo de un salto y me quito la camiseta por la cabeza, dejando a la vista mi sujetador rosa, que capta la atención del chico que tengo delante. Doy un golpecito con la prenda en su costado para que deje de mirarme así y él agarra mi mano para guiarme hacia la orilla del lago. Se quita el pantalón y lo deja sobre el capó del coche y espera a que yo me quede en braguitas para empezar la aventura que tenemos por delante.
—No sabía que tenías un abdomen a prueba de balas.
—¡Haz la cuenta atrás de una vez!
—¡Tres!
Echa a correr un poco antes de que yo lo haga. Nuestros pies tocan la orilla y chapotean el agua en todas direcciones, especialmente a nuestras espaldas, salpicando partes secas del cuerpo. Cyne frena un poco cuando el agua le llega a la cintura y espera a que esté a su lado para continuar. Cuando ya casi nos damos pie, él se sumerge de cabeza hacia las profundidades. Yo me pellizco la nariz antes de seguir sus pasos. El agua está helada. La piel se me erice bajo ella.
—¡Woohoo! — aúlla de felicidad y viene nadando hacia mí—. Tengo las manos y los pies helados. Será mejor que salgamos de aquí.
—Yo no siento los dedos— nado lo más rápido que puedo hacia la orilla y cuando me llega casi a las rodillas, me pongo en pie y continúo caminando. Intento moverme lo más rápido para llevar a cabo mi plan—. ¡Qué frío! Calor, calor. Necesito calor ahora mismo.
Corro apresuradamente de vuelta al coche, siendo perseguida de cerca por mi acompañante, y ambos nos refugiamos en el maletero, como antaño, pero esta vez sellando totalmente el auto. Cyne busca unas mantas bajo los asientos de la fila de delante y me tiende una.
—Ha sido divertido.
—Sí— digo temblando.
—Tus dientes castañetean.
—Se me habrá despegado la dentadura postiza. Tú tiemblas.
—Debe haberme mordido una anguila.
Río entrecortadamente y él sopla sus manos para entrar en calor. Se acerca a mí y acaba sentado a mi lado. Toma la bolsa de anterioridad y saca de su interior unos regalíes, que decide compartir conmigo. Corta uno por la mitad con ayuda de sus manos y me tiende una de las mitades. Brindamos con ellas antes de llevárnosla a la boca y digerirla en silencio.
Me acuesto de lado sobre las alfombrillas, manteniendo mi brazo en ángulo agudo, de forma que mi puño soporta el peso de mi cabeza. Cyne imita mi postura, pero apoyándose sobre el lado izquierdo de su cuerpo, para así quedar enfrentado a mí. Nos miramos largo y tendido, sin intención de apartar la vista.
—Hagamos una cosa— le propongo casi en un susurro. Él abre sus ojos y espera pacientemente a que vuelvan a brotar las palabras de mi boca—. Piensa un lugar al que te gustaría viajar, donde serías increíblemente feliz. Puede ser cualquier parte del planeta tierra. Allá donde te visualizas sintiéndote la persona más feliz del mundo. ¿Lo tienes?
—No sé si existe un lugar así para mí. En realidad, nunca he probado a encontrarlo.
—Quizás sea hora de que empieces a buscarlo— me inclino ligeramente hacia el asiento de delante y recojo un mapa que contiene todos los países del mundo, y vuelvo a tirarme sobre las alfombrillas, esta vez boca abajo, para así ver mejor el mapa. Cyne pega su hombro al mío y fija su mirada en el papel—. Cierra los ojos.
—Espero que no tengas en mente darte a la fuga con mi pijama bajo el brazo— meneo la cabeza aun sabiendo que no puede verme y agarro una de sus manos para llevarla sobre el mapa, manteniéndola unos centímetros suspendida en el aire.
—Tienes el mapa justo debajo. Elige a ciegas, sobre él, un lugar— susurro cerca de su cuello y libero su mano de mi agarre para que se embarque en la aventura de descubrir cuál puede ser ese lugar donde perderse. Su dedo índice se mueve sobre América del Sur, continuando por España, hacia el este, girando sobre Australia, antes de retroceder y acabar en el destino final—. Ya puedes abrirlos.
—Grecia— murmura. Busca mi mirada con ansias. Pestañeo un par de veces para tratar de enmascarar la emoción que me aborda al pensar que nuestros caminos podrían separarse—. ¿Por qué no pruebas tú?
Esta vez soy yo quien cierra lentamente los ojos hasta sellarlos por completo y dejo que sean los dedos de Cyne los que rodean mi muñeca y guíen hacia el mapa. La palma de su mano entra en contacto con la mía cuando se dispone a apartarla un poco y puedo sentir la rudeza de su piel. Casi como si se tratara de magia, una mecha se enciende dentro de mí y un pequeño calambre me retuerce el estómago.
—Adelante. Busca el sitio de tus sueños.
Tanteo el mapa con mi dedo, sin tener ni idea de qué está señalando, y lo deslizo de un extremo a otro del papel con la esperanza de no acabar ahogada en un océano. O demasiado lejos de aquí. Y para mi sorpresa, mi destino no está perdido en la otra punta del mundo. Abro los ojos y veo mi yema sobre la palabra Roma.
—Dos ciudades en ruinas y con una historia detrás. Tal y como nosotros.
—Tenemos un pasado en común. Quizás, parte de la historia de Roma no se hubiera escrito sin la influencia de Grecia— le doy un golpe juguetón en el hombro—. Hacemos buena pareja. Por cierto, una pregunta así sin venir a cuento, ¿tienes planes de aquí a cuatro años?
—Depende. ¿Tienes algo para mí?
—Una boda.
—Te han avisado con demasiado tiempo de antelación. ¿Seguro que no se han quedado contigo?
—No, tonto. Me refiero a ti y a mí.
—¿Quieres que te acompañe a una boda?
—Más bien que seamos los protagonistas— continúo un poco avergonzada. Cyne abre la boca y se acaricia la nuca. No sabe qué decir a la luz de los últimos acontecimientos. Decido proseguir para que su mente no se aleje demasiado del momento presente—. Miles y Molly pactaron el otro día casarse si cumplían los cuarenta y aún no habían encontrado a la persona con la que compartir sus vidas. Y he pensado que quizás tú y yo podríamos hacer lo mismo.
Sonríe al verme nerviosa.
—Un poco tarde para mí. Tengo cuarenta y tres. Supongo que mi destino es bailar el resto de mis días con la soledad hasta que llame a la puerta mi amiga: la muerte.
—Yo pienso en verme sola el resto de mi vida y me entra vértigo. Sé que estarás pensando ahora mismo que la chica valiente no es tan valiente como parecía. Soy muy independiente y no dudo que puedo sentirme realizada y feliz sola, pero sueño con compartir mis locuras de cada día con alguien especial— hago una pausa y me entretengo doblando la esquina superior derecha del mapa—. Aunque he perdido el amor y decepcionado a mis padres, todavía fantaseo con construir una familia.
—Maize— pronuncia mi nombre para captar mi atención y lo consigue. Al principio me resigno a mirarle por sentir demasiado pudor por haberle puesto en este compromiso, pero él se encarga de apoderarse de mi barbilla y tirar ligeramente de ella en su dirección—. ¿Te casarías conmigo, si te lo pidiera, dentro de cuatro años?
—Sí, lo haría. Me casaría contigo.
—¿Aunque en vez de usar esmoquin lleve vestido con capa?
—Mientras que no sea blanco.
—Pienso asegurarme de que lo sea.
Aprovecho que está sentado para darle con la planta del pie en la cara de forma juguetona y él sonríe abiertamente. Atrapa mi pie cuando me dispongo a bajar la pierna y empieza a hacerme cosquillas en la planta. Me remueve sobre las alfombrillas mientras rompo a carcajadas e intento patearle para que pare. Cyne se desplaza hacia donde estoy, se acuesta boca arriba en el suelo y espera a que haga lo mismo.
—Toma mi pulsera— se desprende de su brazalete trenzado de cuero negro, con cierre dorado en forma de ancla, y sostiene mi mano derecha para envolver mi muñeca con él. Las gotas de su pelo húmedo resbalan por su flequillo hasta caer al vacío. Myers está enfrascado asegurando la pulsera en mi mano mientras mis ojos no pueden dejar de escanearle, con un toque de dulzura de fondo—. Esta es mi promesa.
Cualquiera en su mano juicio pensaría que esta promesa no duraría más que un breve período de tiempo, el suficiente para que ocurra algo que ponga distancia entre nosotros, y quizás fuese la opción más racional. Pero dentro de mí, puedo sentir, poderosamente, la certeza de que Cyne me buscará dentro de cuatro años, con el anillo más bonito del mundo para mí, y nos casaremos.
Volvemos a la casa donde nos alojamos pasadas un par de horas y para nuestra sorpresa, al entrar en la vivienda, concretamente en el salón, vemos a nuestros dos mejores amigos continuando con el desafío de las mil piezas. Miles está sirviéndole en una taza a Molly el café que hice antes de marcharme. Ambos parecen exhaustos. Están despeinados y somnolientos, pero ninguno se da por vencido. Casi no reparan en que hemos llegado. Lo tomamos a nuestro favor y volvemos a nuestras respectivas habitaciones.
—Aquí me quedo yo.
—La mía está por allí— añado, señalando con el dedo pulgar por encima de mi hombro. Cyne, ya con el pijama puesto, se despide de mí con un cálido y fuerte abrazo, que no me deja indiferente. Lo aprovecho para embriagarme con la paz que trae a mi alma cuando estoy con él, y después me separo—. No le des la espalda a las ovejas.
—Y tú no huyas de Morfeo.
Sonreímos y cada uno se pierde en el interior de su habitación. Voy haciala cama con sigilo y me acuesto en el hueco vacío. Me vuelvo hacia el lado dela mesita de noche y siento el brazo de Luca envolviendo mi cuerpo con dulzura.Con su gesto mantiene mis pies en el suelo. Pero lo que él no sabe es que, aunechando raíces en la tierra, mi mente puede volar. En ella no hay cadenas, nitijeras que corten sus alas.
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