i. a happy house
i. una casa feliz
Aemma dejó caer el puñado de col en la olla de agua hirviendo y juró que llegaría el día en que aquella verdura no volvería a tocar sus labios.
Necesitaba comerse un cuenco enorme del anémico vegetal y beberse cada gota de la sopa para que no le gruñera el estómago durante todo el recorrido en tren. Era una de las precauciones de la larga lista que preparaba para ocultar el hecho de que ella y sus hermanos (Aemmond, Ayse, Margaery, Daenerys y Hilal), a pesar de residir en el centro de Camelot, eran más pobre que la escoria de las ciudades esclavas.
Le preocupaba el estado de sus túnicas para el colegio. Contaban con un par de camisas oscuras bastante aceptables, compradas en tiendas de segunda mano el año anterior, pero la gente se fijaba en la túnica. Ayse le había pedido que confiara en ella, y ella así lo hacía. Aun así, no esperaba un milagro.
Oyó que sonaban las notas del himno de Camelot, como era normal todas las mañanas.
La trémula voz de soprano de su institutriz se unió a las notas y rebotó por las paredes. Al estar desafinando más que lo normal, Aemma supuso que estaría borracha.
Resultaba doloroso oírla desafinar y cantar siempre desacompasada. El primer año después de que su hermana menor, Hilal, hubiese aprendido a hablar comenzó a obligarlos a escuchar el himno todos los días para inculcar el patriotismo en los seis.
Camelot, Camelot, las almas se alzan alto,
Aemma esbozó una mueca. Todavía quedaban dos estrofas para terminar.
Con valentía y honor, marchamos juntos,
Se preguntó si sería posible absorber parte del sonido añadiendo más muebles a la casa. En aquel momento, su mísero piso era un microcosmos de Camelot en sí, marcado por las cicatrices de la crueldad del paso del tiempo, la guerra y la pobreza. Las grietas recorrían las paredes de seis metros de altura, las molduras del techo estaban salpicadas de agujeros dejados por fragmentos de yeso caído y unas feas tiras de cinta aislante negra sujetaban los cristales rotos de las ventanas en arco que daban a la ciudad. A lo largo de los años, se habían visto obligados a vender o trocar muchas de sus posesiones, de modo que algunas de las habitaciones estaban completamente vacías y cerradas, y, en las demás, pocos muebles quedaban.
Y, lo que era peor, durante el frío intenso de las últimas Navidades habían tenido que sacrificar elegantes enseres de madera labrada e innumerables volúmenes de libros para alimentar la chimenea y evitar morir congelados. Había llorado cada vez que veía las coloridas páginas de sus libros ilustrados (los mismos que había leído junto a su madre con tanta atención) reducidas a cenizas.
Pero mejor triste que muerta.
Por siempre defendiendo, el trono de nuestro destino
Si las túnicas remozadas por Ayse resultaban inservibles, ¿qué harían? ¿Fingir que tenían la gripe y avisar de que estaban enfermos? Los tacharían de débiles. ¿Presentarse con las túnicas manchadas? Los considerarían irrespetuosos. ¿Llevar las túnicas viejas y pequeñas? Los tildarían de pobres. ¿La opción aceptable? Ninguna de las anteriores.
En los bosques encantados, donde el tiempo se desliza,
Guardianes secretos, mantienen nuestra risa.
Las túnicas. Las túnicas. Su mente a veces se obsesionaba así con un problema (con cualquier cosa, en realidad) y no lo soltaba. Como si controlar un elemento de su mundo la salvara de la ruina. Era una mala costumbre que le impedía ver otros posibles riesgos. La tendencia a la fijación estaba programada en su cerebro, y era muy probable que acabara con ella si no aprendía a superarla.
La voz de la institutriz graznó el final.
¡para servir a la Casa del Dragón!
Siempre que se sentaban a comer, la institutriz parloteaba sobre la legendaria grandeza de los Rochford, incluso cuando ella pasaba un cuarto del tiempo borracha y el otro comprando cosas innecesarias con el dinero que su padre les enviaba mensualmente. Y oyéndola hablar se diría que les esperaba un futuro glorioso, sin lugar a dudas.
La puerta principal, combada y destartalada, se abrió entre raspones y gruñidos.
—¡Aemm! —la llamó Ayse.
Salió corriendo de la cocina, chocó contra ella y a punto estuvo de derribarla, pero la muchacha estaba demasiado emocionada para regañarla.
—¡Lo conseguí! Bueno, al menos he conseguido algo —dio unos cuantos pasos rápidos sin moverse del sitio mientras levantaba una percha envuelta en vieja funda para traje—. ¡Mira, mira, mira!
Aemma abrió la cremallera de la funda y sacó las seis túnicas. No eran algo del otro mundo, pero, al menos, ya no tenían las horribles manchas naranjas por todas partes. Estaban un poco arrugadas y la tela no era de la mejor calidad pero no era nada en que alguien se fijaría.
—Eres una genio —le dijo con total sinceridad. Procurando mantener un brazo estirado para proteger las túnicas, la abrazó con el otro.
—Lo sé, lo sé. Ahora vamos a despertar a los demás o llegaremos tarde.
Así, mientras una cocinaba y la otra despertaba a sus hermanos, comenzó la mañana.
—Hil... —susurró Aemma, dulcemente, sentándose a un lado de su hermana—. A despertarse... es hora de ir a Hogwarts.
Los ojos de la pequeña se abrieron de pronto, dejando ver unos grandes orbes de color azul.
—¿Ya es hora de irse a Hogwarts? —preguntó emocionada.
—Bueno, hay que desayunar primero pero sí —asintió Aemma.
—Me pregunto que delicia habrá abajo para comer... —dijo la voz ronca de su hermano mellizo, Aemmond.
—Coles —respondió Aemma, sonriendo levemente.
—Una delicia —repitió su hermano con sorna, levantándose y caminando hasta el baño.
—Comeremos mejor en Hogwarts —prometió Aemma a la pequeña Hilal—. Ahora ve a cambiarte.
Su hermana menor la obedeció casi al instante y Aemma se paró para ir a despertar a su otra hermana; Daenerys.
—Teniente Pendragon —le susurró Aemma, zarandeándola levemente. A Daenerys le habían puesto aquel apodo porque siempre parecía estar lista para enlistarse en el ejército. Sumado a eso, odiaba la idea de que tuvieran que aparentar ser ricos y Aemma sabía, muy dentro de ella, que solo lo hacía para complacer a sus hermanos mayores—. Despierte antes de que un pequeño escuincle coma todo su desayuno.
—Si Hilal llega a comer una col de más la asesino con mis manos —murmuró, aún con los ojos cerrados.
Aemma rió.
—Ve a comer entonces.
Volvió a levantarse del colchón, aunque Aemma estaba segurisima de que era piedra o madera con algodón encima, y se dirigió a la cama de Margaery.
—Marg —volvió a susurrar—. Hora de levantarse.
En realidad, los únicos hermanos de sangre eran Aemmond y Aemma dado que todos los demás eran hijos de diferentes mujeres. Los mellizos eran los mayores y, "los que más habían sufrido" solía pensar Aemma. Los dos habían estado en la casa de lady Rochford desde que tenían cinco años. Habían sobrevivido a la Guerra de la Nieve, una guerra civil entre el sur y el norte que había debilitado a la capital. Aemma prefería no recordarla, pero siempre se llevaba un gusto agrio en la boca cuando recordaba que, mientras Aemmond y ella buscaban comida en las calles y veían como aniquilaban gente, sus hermanas (Ayse, Margaery y Daenerys) vivían resguardadas en un gran y lujoso castillo.
Luego de haberse asegurado que Aemmond no se hubiera dormido en el baño y que todas las demás estuvieran despiertas, bajó a la cocina donde Ayse ponía los platos en la mesa.
—Lady Rochford no va a desayunar con nosotros —anunció su hermana—. No es como si hubiera mucho para desayunar, pero en fin...
—Al menos no son coles solas —dijo Aemmond, entrando a la cocina.
Besó a sus dos hermanas en las mejillas, como solían hacerlo desde que eran niños, y agarró los vasos para ponerlos en la mesa.
—¿Por que lady Rochford no va a desayunar con nosotros? —preguntó Aemma, interesada.
La platinada colocó sus manos en el borde de la mesa y se apoyó ahí.
Ayse la miró, un tanto incómoda, y luego dirigió su mirada a la puerta, procurándose que nadie viniera.
—Bueno... ayer llegó la paga mensual del rey —comenzó Ayse, incómoda—. Y, como nos gastamos toda la paga del mes anterior en comprarle los útiles a Hilal, no quedó nada para lady Rochford. Se ve que eso la enfureció y... —Aemma vió como Ayse dudaba en continuar.
—¿Y...? —la incitó Aemmond, impaciente.
—Se ha gastado todo el dinero en, supongo yo, alcohol —terminó su hermana—. Lo revisé cuando quise sacar dinero para las túnicas ésta mañana. No hay nada para el resto del mes. Ni un mísero knut.
A Aemma esa noticia le cayó como un balde de agua fría. En algunas ocasiones les había faltado algo de dinero para llegar a fin de mes, sí. ¿Pero quedarse sin nada a principio de mes? Nunca había pasado.
Se vió a si misma teniendo que escribirle una carta al rey pidiéndole, casi suplicándole, que les enviara un poco más de dinero. Pero justo cuando iba a levantarse para alegar pobreza extrema, se le ocurrió otra cosa: si pedía más de lo que ya les daban, ¿se lo daría su padre? ¿O les quitaría toda la retribución y tendría que quedarse a trabajar en Camelot? Y, en tal caso, ¿mermaría eso sus posibilidades de poder graduarse de Hogwarts? Sin ir a la escuela no podría permitirse cursar estudios más avanzados, lo que significaba quedarse sin carrera, lo que a su vez significaba decirle adiós a su futuro, y a saber qué pasaría con sus hermanos, y...
—El mes siguiente le pediremos a Malory que nos envíe a nosotros la paga y no a ella —declaró Aemmond—. Al fin de cuentas, le pagan por cuidarnos y estamos en Hogwarts hasta junio.
—Eso la va a enojar —dijo Ayse.
—Quizás, pero no sabrá que será por nuestra culpa —siguió Aemmond—. Además, el año siguiente es nuestro último año. Nos mudaremos mientras ustedes terminan Hogwarts y nos pondremos a trabajar.
A Aemma se le hizo otro agujero en el estómago. Ella no pensaba trabajar desde tan joven. Quería estudiar y luego poder trabajar. En el Ministerio Británico de Magia, quizás. Sabía que en Camelot no la iban a aceptar con su rango de hija ilegítima (o bastarda, para algunos), pero en Gran Bretaña era diferente. Ahí todos adoraban a los Pendragon. Sin importar si eran ilegítimos o no y, por eso, tenía miles de oportunidades más.
—Bien, asunto terminado —dijo Aemmond, al ver que sus dos hermanas no respondían.
—No totalmente... —murmuró Ayse.
—¿Hay más? —preguntó Aemma, casi al borde del miedo.
—Escuché que dentro de poco... —Aemma escuchó la voz de sus tres hermanas menores en la habitación de al lado, por lo que Ayse bajó la voz— subirán los alquileres de la mayoría de casas porque los propietarios no pueden permitirse los impuestos o algo sí...
—En Lyonesse no se pagan impuestos por las propiedades. Eso solo pasa en las ciudades esclavas —dijo Aemma, confundida.
—Dicen que es una ley nueva. Para recaudar dinero con el que reconstruir las ciudades del sur.
Aemma intentó reprimir el pánico. Una ley nueva. Que establecía un impuesto por su piso. ¿A cuánto ascendería? Apenas sobrevivían con la paga mensual del rey y la irrisoria pensión que recibía lady Rochford por los servicios prestados por su familia al rey. Si no podían pagar los impuestos, ¿perderían el piso? Era lo único que tenían. Venderlo no ayudaría; sabían que lady Rochford había pedido prestado hasta el último centavo que valía. Si lo vendían, se quedarían prácticamente sin nada.
Los tres se quedaron en un silencio tan sepulcral que solo fue roto por los chillidos de Hilal.
—¡Vamos a Hogwarts! ¡Vamos a Hogwarts!
Aemma se compadeció de la pequeña. Si tan solo supiera que le esperaba... Estar estudiando todo el día, con la cabeza metida en un libro y escuchar a profesores hablar sobre temas aburridisimos. Pero luego recordó que Hilal había pasado el último año sola con lady Rochford y entendió la emoción de su hermana por no quedarse ahí de nuevo un año más.
—Alguien callela, por favor —pidió Daenerys mientras Margaery reía.
Aemmond miró el reloj que tenían pegado a la pared. Era una de las pocas posesiones que aún no habían necesitado vender aunque tenía los cristales rotos y estaba adelantado unos diez minutos.
—Tendrán que desayunar en el andén —dijo, levantándose para traer las maletas.
—¿Cómo se envuelve la sopa? —preguntó Margaery.
—No vamos a comer esta comida en frente de todo el mundo, Margy —respondió Aemma.
No podían hacerlo. Comer coles y sopa en frente de toda la comunidad escolar daría paso a preguntas muy incómodas que Aemma, Aemmond y Ayse tendrían que responder.
—No entiendo hasta cuando ustedes tres quieren seguir manteniendo las apariencias —dijo Daenerys, tomando una cucharada de sopa—. En realidad, no sé hasta cuando piensan que les va a durar.
—Aemma, Aemmond y yo les compraremos algo a las tres —prometió Ayse, mirando a Daenerys severamente.
Aemma sintió una punzada de culpa. Probablemente no podrían comprarles nada e iban a tener hambre todo el trayecto del tren.
—Pero todavía es temprano —protestó Margaery.
—No lo es. Tenemos que salir en la primera carruaje hacia el Gran Puente y desde ahí tomar un traslador hasta el Andén —dijo Aemmond, entrando nuevamente a la cocina con los seis baúles.
—¿Listas? —preguntó Aemma, ayudando a llevar los baúles.
El trayecto fue igual que siempre. Tomaban el primer carruaje, normalmente ocupado por hijos de nobles de alto prestigio, llegaban al final del Gran Puente y desde ahí se tomaban un traslador hasta dentro del andén 9 ¾. No era un viaje placentero, pero era el mejor visto ante todo el mundo y Aemma se conformaba con eso.
Los seis subieron al tren y, después de caminar durante un rato, encontraron a los amigos, estúpidos amigos, de Aemmond. James Potter, Sirius Black y Peter Pettigrew. También venía Remus Lupin, pero este último le caía a Aemma mejor.
A quien sí detestaba era a James Potter. No había palabras suficientes para describir lo que ese chico, con su pelo alborotado y sus ojos llenos de picardía, el provocaban. Aemma no sabía si era odio o si era simplemente envidia. Era comúnmente sabido que los Potter eran asquerosamente millonarios pero, aun así, se los tachaba de ser la familia más perfecta y amorosa que se pudiera ver en el mundo mágico. Con todo esto, James seguía siendo un inmaduro e infantil. Aemma odiaba que, todas esas cosas que ella no le podía dar a sus hermanas, él las tenía y hacía mal uso de ellas.
—¡Hermano!
Ese era Sirius Black. Era apuesto, Aemma no lo negaba, pero estúpido. Su familia era millonaria pero Sirius nunca había entrado en el estereotipo de heredero purista y clasista, lo que le valía estar privado de los privilegios que su apellido traía.
—¡Ah, ahí están! —exclamó Aemmond, acercándose a ellos.
Sus hermanas lo siguieron, aunque Aemma lo hizo a regañadientes. Después de abrazarse como si no se hubieran visto en años y de una forma que avergonzó a Aemma en miles de formas, Aemmond les presentó a Hilal, que parecía encantada con James.
—Me gusta tu cabello —dijo ella, en tono muy bajo.
—Ya me cae mejor que tu, Drat —bromeó James, haciendo qué Hilal se ruborizara y se escondiera atrás de Aemma.
Al seguir el recorrido de la niña, James vió a Aemma. El chico le guiñó un ojo y ella bufó silenciosamente.
—Me voy con Val —murmuró Margaery, a su lado—. Cuidalas.
—Seguro —respondió Aemma.
—Ya tengo doce. No necesito que me cuiden —reprochó Daenerys, mirándolas.
—Como digas —asintió Ayse.
Así, quedaron solo Ayse, Daenerys y Hilal, quien aún no había conocido a nadie que fuera de su año y tampoco parecía muy dispuesta a soltarse de Aemma.
—Vengan. Este es nuestro compartimento —dijo Remus Lupin, haciéndolas pasar.
Aemma se mostró reacia, al igual que Daenerys y Ayse, pero, debido a la insistencia de Hilal en no querer quedarse sola, entraron.
"Técnicamente, el compartimento no es de nadie", pensó Aemma, mientras intentaba ayudar a subir los baúles, "a no ser que sus padres lo hayan comprado". Y ahí nació, de nuevo, el sentimiento de que Aemma merecía ese dinero más que ellos.
—¿Qué tal las vacaciones? —preguntó Black, mientras Pettigrew sacaba un juego de Gobstones.
Aemma se preguntó qué es lo que se inventaría su hermano.
—Pues... hambrientas —respondió él, haciendo que Aemma lo mirara escandalizada.
Se le encendieron las mejillas. ¿Por qué había tenido que revelar tal cosa?
—Te dije que deberíamos haberle mandando un pastel —le recriminó Sirius a James.
—Sí —asintió él—. El pastel que se te quemó.
Los cinco, y Daenerys y Hilal, explotaron en risas mas no Aemma o Ayse. Su mente aún seguía divagando en el hecho de que, aparentemente, los amigos de Aemmond sabían de su situación. Lejos de sentirse enojada con su hermano, se sintió avergonzada. ¿Cómo era posible que ellos supieran y que aún siguieran siendo amigos de él? Aemma no hubiese seguido ese ejemplo.
—¿Y ustedes? —preguntó Aemmond.
—No lo vas a creer —contestó Black—. Escapé de casa.
Que lo dijera tan emocionado y orgulloso, escandalizó a Aemma, quien miró a su hermano cuando él felicitó al chico.
Aemma, recostó su cabeza en la ventana y se dejó carcomer por los pensamientos de la dificultad del año porque por más que algo en su interior decía que todo estaría bien sabía que no iba a ser así.
AUTHOR'S NOTE:
UF Aemma tiene unas red flags q están potentes
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