5. La pena del guerrero

Aquellas últimas palabras envenenaron sus oídos y lo hicieron sentir algo indescriptible en el fondo de su corazón. Agachó la cabeza y comenzó a negar, pero Damon lo hizo mirarlo nuevamente, era imposible, aquel monstruo genocida lo miraba con el mayor de los cariños y él a penas y podía aguantar las arcadas.

Lo abrazó fuertemente, mientras que Jonathan se quedaba congelado, sintiendo un vacío sobre su pecho.

—No... no es posible...

—Nuestro padre nos prometió al clan desde niños, tuvimos que tomar caminos separados mucho antes de que siquiera poder recordarlo —se apartó para mirarlo—. Mientras entrenaba, supe que mi familia había fallecido en un accidente, no pude con eso, tardé años en aceptarlo, y después, el Maestro Lao me desterró, años después me enteré que mi hermano menor seguía con vida y que ahora entrenaba del lado de aquellos que me traicionaron. Necesitaba encontrarte, y acabar con quienes que te alejaron de mí.

Nuevamente tembló, sintió asco y ganas de llorar. Apretó los labios y cerró sus puños con impotencia.

—Todo... todo lo que hiciste...

—Fue para volver a estar contigo —admitió, sin remordimiento alguno.

—Todos murieron... por mi culpa.

—Entiende, Jonathan, ellos jamás creyeron en ti, mintieron sobre tu destino como Blazer, mintieron sobre mí, te hicieron pensar que todo este tiempo estuviste solo. Igual que yo, pero ahora estamos juntos, no hay nada que se interponga para lograr nuestro destino —alzó su rostro, y miró sus brillantes ojos llorosos—. Hermano, únete a mí, juntos, libraremos a este mundo del mal que lo aqueja. Seremos los héroes más grandes que el mundo jamás haya visto.

Jonathan se apartó de él, se sujetó del barandal del balcón y comenzó a respirar de manera agitada, todas sus palabras habían cobrado sentido, y aunque no quería aceptarlo, sabía muy en su interior que decía la verdad sobre quién era.

—Escucha, hermano —puso su mano en su hombro—. Sé que todo esto debe ser muy abrumador para ti, pero no hay tiempo que perder, debemos comenzar a preparar todo para lo que se avecina.

—Damon... yo —en ese momento una alarma, comenzó a sonar a través de todo el recinto. Damon alzó su comunicador y solicitó una explicación, pero lo único que escuchó fue un caos del otro lado.

—Estamos bajo ataque —habló seriamente, regresó la vista hacia Jonathan—. ¿Trajiste a alguien más contigo?

—¿Qué? No, vine solo.

—Pues parece que te siguieron —Damon entró en su oficina, se aproximó a una espada que yacía colgada sobre su pared, la tomó y desenfundó.

En ese momento el elevador del lugar comenzó a subir, Damon se colocó justo para esperar a quien estuviera subiendo. La cabina se detuvo, y sus puertas se abrieron, pero para su sorpresa, no había nadie dentro, incluso asomó su cuerpo para verificar, nada.

Entonces un par de piernas aparecieron desde arriba y lograron derribarlo con una patada, Damon rodó por el suelo, se detuvo y observó lo que lo había golpeado. Lee emergió desde el techo del elevador, de igual manera desenfundó una espada y corrió hacia Damon. Quien al instante detuvo su estocada, en cuestión de segundos una encarnecida batalla comenzó, las estocadas hacían que el metal de las espadas lanzaran chispas.

—¡Jonathan, vete! —Exclamó su maestro, se agachó para evitar un letal impacto, y giró sobre el suelo para evitar otro.

Se quedó congelado, sin saber qué hacer o a dónde ir. Damon evitó un corte por parte de su maestro, pero aprovechó el momento para patearlo justo en el pecho, Lee cayó de espaldas al suelo soltando su sable. Damon alzó el suyo y viró hacia su corazón.

—¡No! —Rápidamente sacó el cuchillo y lo arrojó hacia la mano de su hermano. La hoja se hundió sobre su carne, gritó y soltó su espada. Lee derribó a Damon y lo dejó aturdido con un puñetazo al rostro, tambaleante se puso de pie y llamó al ascensor nuevamente.

—¿Qué esperas? Vámonos —gritó su maestro.

Nuevamente tardó en reaccionar, observó a su hermano, sufriendo por su herida y luego a Lee, quien estaba desesperado por salir de ahí.

—Jonathan... no... —soltó él. Jonathan salió corriendo hacia el ascensor. Una vez que las puertas se cerraron, comenzaron a bajar.

Agitado y malherido, Lee se recargó contra la pared, limpió la sangre que brotaba de su nariz y suspiró.

—¿Qué estabas pensando? —Preguntó, pero su discípulo parecía estar en otra frecuencia, dejando sus ojos clavados en el vacío y con un evidente miedo que se percibía en todo su ser—. Oye, ¿estás bien? —no obtuvo más que una mirada fría por parte de Jonathan, trató de ignorarlo, de la gabardina que traía puesta extrajo un par de Sais—. Espero que sí, ya que tendremos que abrirnos paso entre un buen número de asesinos desalmados.

Sus palabras parecieron haber sido lanzadas al aire nuevamente, ambos se pusieron en guardia y esperaron hasta llegar a la planta baja. Para cuando las puertas se abrieron, Lee arrojó uno de sus Sais contra el guardia más cercano, quien cayó con el arma incrustada sobre su pecho.

Jonathan saltó encima del segundo, lo recibió con un puñetazo al rostro, se deslizó sobre el suelo y derribó con una patada a otro. Lee se apresuró a remover el arma del guardia, cruzó ambas cuchillas y contuvo un golpe que lanzó uno de ellos con un bastón plegable.

Lo apartó y le lanzó una patada, Jonathan corrió, se apoyó contra la pared y de un salto le asestó otra patada a uno más. Los otros sacaron sus bastones y encararon a los dos guerreros.

—¡Tú a la derecha y yo del otro lado! —habló Lee, ambos se separaron, su maestro derribó una imponente armadura Samurai y la hizo caer sobre sus atacantes. Mientras que Jonathan se abrió paso a golpes. Una vez que tuvieron la vía libre, se apresuraron a salir.

Corrieron a toda velocidad hasta llegar al vestíbulo, donde aquella mujer los recibió, desenfundó un abanico lleno de afiladas navajas. La mujer arrojó sus anteojos y adoptó una pose de combate.

—¡Cuidado con la chica ruda! —exclamó el agotado maestro. La mujer giró sobre su eje, logrando cortar a Lee y derribando a Jonathan con una patada alta contra su rostro.

Lee sujetó su herida, mientras, la mujer volvió a atacar, cual felina, lanzaba cortes simultáneos acompañados con repentinos gruñidos de ferocidad. Jonathan se levantó de un salto, corrió hacia la mujer y le lanzó un rodillazo a la espalda, la mujer impactó contra el suelo, no se levantó—. Rápido —escupió sangre y junto a su discípulo abandonaron el lugar.

Recorrieron los concurridos callejones de la ciudad hasta que se ocultaron tras un local de juegos, con suerte, la cantidad de personas en las calles lograría darles una ventaja.

Ambos se detuvieron para descansar.

—Mierda, eso... eso fue intenso en verdad, ¿viste a esa tipa con el abanico? —soltó una exhalación y abrió los ojos—. Casi me parte en dos.

—Damon me contó la verdad —sentenció fríamente. Lee alzó la vista, y con cierto temor esperó lo peor.

—¿Qué? ¿De qué hablas, Jon?

—No finjas —clamó con toda su ira—. Me contó todo, sobre el clan, sobre lo que el Blazer puede hacer, sobre quién es en realidad...

—Jonathan, escucha... yo...

—Es mi hermano —dijo, y los ojos de su maestro no hicieron más que destrozar más su corazón—. ¡Maldición, es mi hermano, y tú lo sabías!

—Jon, escucha, puedo explicarlo.

—¿Qué? ¿Me dirás que no sabías nada? Mírame a los ojos y dime si es que no lo sabías —Lee guardó silencio, Jonathan negó y sujetó su cabello con desesperación, lanzó un alarido y se puso contra la pared para llorar.

—Jonathan, escucha, todo lo que pasó, lo que hice, fue para protegerte...

—¿Protegerme? —Volteó nuevamente—. Más bien para proteger al clan, me mintieron, me mintieron todo este tiempo, ¿y para qué? ¿Para que no siguiera los pasos de mi hermano? Mierda, todos estos años me hiciste creer que estaba solo...

—Jonathan, no, tu jamás estuviste solo, yo... yo estuve siempre ahí, para cuidarte —habló, pero era como si las palabras calaran en lo profundo de su alma.

—Tú jamás me cuidaste, fue más importante las leyes de tu estúpido clan, todo lo que hice, todo, estuvo cimentado en mentiras, y lo peor... es que lo supiste todo este tiempo —puso sus manos contra su boca y aguantó las ganas de matarlo a golpes, Lee se aproximó a él, pero Jonathan se apartó, lo miró, con la mayor desilusión que jamás hubiera sentido en su vida—. No te me acerques, no quiero volver a verte nunca más.

—Jonathan, por favor, déjame enmendar esto —imploró con dolor. Nuevamente se acercó, y fue cuando Jonathan lo empujó.

—¡Vete! ¡Vete y nuca vuelvas a acercarte a mí! ¡Te odio! —Estalló, con lágrimas sobre sus ojos. Lee no encontró que decir—. ¡Largo!

El anciano bajó la mirada, no soportaba el ver lo que había causado. Se dio media vuelta y salió de aquel callejón, Jonathan lanzó un puñetazo contra la pared, pateó unos botes de basura y gritó, gritó de la ira y la desilusión que sentía, se desplomó sobre el suelo y dejó que sus manos ocultaran sus lágrimas inconsolables.

La lluvia regresó, llenando el lugar de miseria y frío, al menos aquello lograba ocultar su llanto, alzó la vista y miró el vacío, justo en ese momento vio toda su vida desmoronarse, todo en lo que creía se había revelado como una mentira, y eso era lo que más molesto lo ponía. Lanzó un golpe contra la acera e hizo estallar un charco. Se quedó durante mucho tiempo en aquel lugar, regresando a ser lo que toda su vida había sido, un pobre y solitario niño en un húmedo callejón.

Sin más que hacer, se levantó, limpió su nariz y caminó hacia la calle, clavando su ausente mirada sobre el suelo, no tenía rumbo, ni destino, no tenía nada.

Llegó a una intersección de cuatro enormes calles, y justo cuando el semáforo se puso en verde, avanzó hasta colocarse en medio, mirado al vacío, las personas pasaban de él como si de una roca a la mitad de un arroyo se tratase, entonces alguien se puso frente a él, alzó la vista, era un hombre vestido de negro.

Sintió otra presencia, volteó confundido y se topó con otro atrás de él, ambos sujetos desenfundaron un bastón plegable.

—Fantástico... lo que faltaba —se puso en guardia, pero justo cuando el primero trató de arremeter contra él, una figura encapuchada intervino, contuvo el golpe y con una llave le hizo tirar el bastón, rápido lo noqueó con un golpe y un rodillazo, y se apresuró a con el otro, quien tampoco estuvo ni cerca de herirla.

Jonathan la miró directamente, era una joven nipona de cabellera corta, que pasaba desapercibida con la capucha de una vistosa chaqueta de color azul celeste con el bordado de un tigre en su espalda. La chica acabó por derrotar a aquellos dos, agitada lo miró y descubrió por completo su rostro, aquella fiera guerrera era bastante atractiva.

—¿Jonathan Mayers, cierto? —Preguntó importándole poco que toda la gente hubiera visto el espectáculo. Él, boquiabierto solamente asintió—. Ven conmigo.

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