Capítulo 8: Una mañana normal.

Creo que cada segundo que pasa odio más a Armin. Encima de que lo llevo a mi casa para curarle discrimina a mi querida Bichín y por la mañana se marcha sin ni siquiera despedirse. Añadiendo el hecho de que hace apenas unas horas no podía andar... A lo mejor sólo estaba montando teatro: hay que tener en cuenta que también es un miembro más de esa secta de fanáticos.


— Aún no me has respondido — Albin no se ha apartado —. ¿Y en la cara? ¿Qué te has hecho en la cara? ¡La llevas aún peor que ayer!

Llegó la hora de la sesión de excusas poco creíbles de Sira Windsor.

— Ayer por la noche no podía dormir, salí a dar una vuelta y me caí — bueno, de momento no es tan horrible... — Entonces me rajé con algo, me di cuenta de que eran unas tijeras y me corté el pelo porque lo tenía muy largo y tal...

Vale, al final sí que ha sido penoso.

— Podrías habértelo cortado un poco mejor — me mira con incredulidad, lo cual veo normal —. ¿Y por qué tu manta está desgarrada?

— ¿Esto? Lleva así un siglo... fue Bichín — mi ratita se da la vuelta y me siento culpable por haberla acusado.

— Bueno... pues vas a llegar tarde al instituto — insiste.

— No quiero ir al colegio ni mierdas de esas — admiro mi gran respeto y exquisita habla —, dentro de nada tendré dieciséis y paso de todo eso... ¿entiendes?

Tampoco me expreso muy bien. Es irónico que siempre piense con un lenguaje tan filosófico (o eso creo) y luego no sepa sacarlo al exterior...

— Haz lo que quieras Sira. No puedo impedirte nada pero ya sabes lo que pienso... — su expresión ha cambiado por completo. Ahora está muy serio.

— Conseguiré trabajo — digo casi con voz desesperada.

— Sira, sabes que es imposible — hace un gesto de negación —. Pero eso ahora no importa, vete al colegio ya — no me gusta cuando se pone así, hace que me sienta culpable.

Asiento mientras me muerdo el labio inferior. Siempre lo hago cuando algo me da rabia pero por una circunstancia u otra tengo que callarme y cumplir.

— Y yo me voy fuera a dar una vuelta, confío en que me hagas caso — añade mientras se marcha.

Me levanto del colchón y me miro al espejo roto. Aún no había visto el desastre que he hecho con mi melena. Soy una mezcla entre seta y erizo con las púas mal puestas...

— Bueno Bichín, me tengo que ir — como todos los días, me despido de mi mejor amiga.

Ella me responde con un gruñido mientras yo cojo mi mugrienta mochila y me voy.

Cruzo los tenebrosos túneles de la alcantarilla. Hay algunas velas que directamente se han apagado. Espero que consiga más antes de que nos inunde la oscuridad...

Entre el silencio, oigo de repente un gemido. Miro sobresaltada en todas las direcciones.

— ¿Bichín? — pregunto a la nada.

Cada vez oigo la voz más claramente... creo que se está acercando.

— ¿Hay alguien ahí? — grito desafiante.

Como por arte de magia, noto como algo me agarra el tobillo y tira de mí. No puedo evitar dejar escapar un grito de horror y mover la pierna lo más fuerte que puedo para apartar de mí esa fuerza.

— Aghhh... — vaya, pero si es el ninja... — ¿No te valía con romperme la rodilla y ahora también quieres acabar con mi cara?

Al empujarlo le he dado una buena patada. Esta vez también me he pasado, veo sangre saliendo de su nariz. Me agacho y se la limpio como puedo con la manga de mi sudadera. A los cinco segundos, me da asco lo que acabo de hacer.

— Me has asustado, podrías haberme llamado en vez de soltar esas agonías tan siniestras y agarrarme el pie — con sus fluidos en mi brazo, el nivel de culpabilidad desciende a cero.

— Vete a la mierda... — he debido darle bastante fuerte, no para de sangrar.

— Vete tú a la mierda — esto no va a quedar así. No tengo la culpa de que sea idiota.

— No, vete tú...

— No, te vas tú.

— No tú... — el pobre pringado no puede ni hablar.

— He dicho que te vayas tú. Fin.

— Pero yo te lo he dicho primero...

— Vale, pues adiós — me doy media vuelta y me marcho.

— ¡Espera! ¿Me vas a volver a dejar aquí tirado?

— Me has dicho que me vaya a la mierda, eso hago.

《¿Aún no ha aprendido que me tomo las cosas muy literalmente?》

— Venga, no te enfades... ayúdame... — reconozco que me da un poco de pena.

— ¿Y qué hago contigo? No puedes ni andar... — la verdad es que no tengo ni idea de cómo actuar ahora mismo.

— Mándame a la mierda... — se ha reído, ¿se cree muy gracioso?

Sin pensármelo ni un momento le empujo hacia las aguas de residuales de una patada.

— ¡Nonononono! — grita mientras rueda hacia su inminente destino. El eco retumba por toda la estancia.

Finalmente siento pena por el pobre desgraciado y lo agarro en el último segundo para que deje de avanzar. Está jadeando, menudo susto he debido darle...

— Te llevo a mi habitación y te quedas ahí. No creo que entre nadie de mi familia, por la mañana se van todos fuera excepto... — oh vaya, qué error... — Si oyes pasos escóndete debajo del escritorio — supongo que Albin volverá.

— No creo que tu escritorio sea el mejor escondite del mundo... — maldito niño repelente.

— Cállate. — tiene razón pero me da igual. No se me ocurre nada mejor.

Lo llevo a rastras hasta mi habitación y lo tumbo como puedo. Está peor que ayer, no se puede ni levantar. Es curioso ver cómo ha escapado solito y ahora no mueve ni un dedo. Tampoco entiendo mucho por qué se me ha ocurrido la absurda idea de hacerme cargo de semejante engendro, debería haberlo abandonado a su suerte. Total, para lo poco agradecido que se muestra...

Por lo menos parece que ahora se lleva bien con Bichín. He obligado al ninja a pedirle perdón y lo ha hecho sin rechistar. Luego ha acariciado a mi bolita y ha dicho que es la mejor rata de alcantarilla que ha conocido en su vida. Por lo menos tendré a los dos entretenidos toda la mañana...

Pienso en esto mientras camino por la calle hacia "Los Isemitas", mi instituto. Es el público más duro de Vilnuk, o eso dicen. A mí me da igual porque sólo lo uso para conseguir papel y boli. Dibujar es lo único que me suele aliviar y hacerme olvidar todo por lo que mi familia está pasando.

Cuando llego, las filas que hacemos en el patio antes de entrar ya no están. Supongo que ya se habrán metido dentro, llego como media hora tarde.

Recorro el odioso recinto hasta mi clase. Lo único que inspira semejante insulto a la arquitectura es aburrimiento y repulsión. Intenta ser un edificio alegre, decorado con taquillas rosas y verdes. El único inconveniente es que si no se repasa la mano de pintura se transforman en el verde de los mocos y el rosa de los chicles sin sabor. Horrible.

Odio que haya un pequeño cristal a la izquierda de la puerta, todo el mundo ve cuando llego y se me quedan mirando. Como siempre, tengo que soportar los susurros y prejuicios de esos niñatos malcriados que no saben nada de mí y aun así deciden que soy el perfecto blanco 《uy, a lo mejor tienen razón entonces...》de sus poco originales insultos.

Abro la puerta, que chirría más que Bichín a las cinco de la tarde, y me siento en mi pupitre. Estoy en la última fila. Saco un cuaderno y un lapicero y me pongo a dibujar mientras mis compañeros dan matemáticas. Saludo a Ada cuando me mira, está sentada justo en el medio de la clase.

Al contrario que a Freddy, a Ada no le hacen tanto bullying. Como estoy en la misma clase que ella, suelo tener el "privilegio" de espantar a los niñatos desgraciados que se burlan de mi hermana. Eso sí, nunca les toco, mi estrategia de defensa se basa en la palabra. Curiosamente sólo sé expresarme bien cuando estoy enfadada y cuando pienso.

— ¿Qué estás haciendo? — ya está la tal Celia Wilt metiendo las narices donde no debe.

Es tontísima, está bastante claro que estoy dibujando. La comprendí cuando me lo preguntó la primera vez, pero después de un curso entero creo que debería haber aprendido a deducirlo solita...

— Dibujar — contesto.

— ¿Qué dibujas? — insiste.

— Shh — hago un gesto con la cabeza señalando a la profesora para justificar mi respuesta.

Ella asiente y vuelve a sus asuntos. La verdad es que hoy no me apetece mucho hablar con nadie.

Para cuando me doy cuenta estoy... ¿retratando a Armin? Eso sí, lo he pintado con la cara deformada. Hago un borrón por encima y arranco la hoja.

Levanto la cabeza un momento para mirar por la ventana y veo a César sonriéndome desde fuera.

Bajo de nuevo para seguir diseñando otra nueva obra de arte contemporáneo cuando me doy cuenta de... un momento... ¿he dicho César?

¿Qué hace César aquí?


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