Capítulo 6: Bienvenida.
Después de haber lavado a Bichín y mirado mal a las abuelas gordas, vuelvo a mi casa.
No puedo parar de pensar en esta noche... a las doce iré a la fábrica abandonada para consolidar mi acuerdo con esa secta de depravados.
Me pregunto qué pensarán mi madre y mis hermanos si se enteran de que voy a entrenarme para matar a sueldo. Tampoco sé dentro de cuánto tiempo pasaré a la acción... ni si seré capaz de asesinar.
Mientras pienso en esto, soy incapaz de hacer los deberes. Es cierto que nunca los hago, pero he decidido intentar esforzarme algo en el colegio. Con ese banco de pijas acechándome, concentrarse es bastante difícil. Digo banco porque son tan sumamente estúpidas que tienen cerebro de pez. Vaya, perdón, esto ha sido un insulto para mis pequeños animales acuáticos favoritos.
Al cabo de una hora he acabado los ejercicios de mates y he hecho un montón de dibujitos monísimos. No puedo parar de mover la pierna histéricamente, estoy muy nerviosa.
Bichín está intentando comerse mis deberes, así que la aparto.
Uff... la tarde se me está haciendo eterna. Es como si cada segundo fuera un año.
Ahora que me he quedado sin nada que hacer, pienso en ir a ver a Albin. Probablemente intente dejar caer alguna indirecta sobre lo que voy a hacer esta noche para ver su reacción.
Cojo a Bichín en brazos y cruzo el fúnebre túnel que separa nuestras "habitaciones". Hay algunas velas que ya se han consumido por completo, lo que hace que se vea bastante mal. Aunque me gusta la oscuridad, sufro cuando no veo porque temo caerme al canal por donde pasa, literalmente, la mierda de toda la ciudad. Siempre me ha parecido increíble que justo en los espacios donde están nuestros cuartos no huela mal. Es cierto que Albin diseñó un sistema de los suyos para desviar las aguas y que no nos molestaran, pero aun así... Será que mi olfato ya se ha acostumbrado.
Finalmente me encuentro con mi hermano mayor. Su habitación es exactamente igual que la mía pero sin Bichín. Está sentado en el escritorio dibujando una especie de plano. Pobrecillo... se toma demasiadas molestias para hacer más acogedora esta alcantarilla.
— Hola Sira — me oye entrar —. ¿Aún sigues con esa rata?
Me agacho para dejar a Bichín en el suelo, que corretea feliz hasta el colchón de Albin.
— Hola — contesto. No sé por dónde empezar... —. Mira... lo de esta noche... lo de Freddy... — estoy en blanco — Y lo de mamá... Lo siento.
— Enséñame tu brazo — no me mira, mientras habla sigue trabajando en su proyecto.
— ¿Para qué? — no sé cómo voy a escaparme ahora...
Deja el papel y los bolis y se me acerca. Coge el brazo donde tengo los cortes y remanga mi camiseta.
— Sira... — levanta mi muñeca y me mira a los ojos — Con esto no solucionas nada — me suelta el brazo —. Mira, sé que nuestra vida es una mierda, pero te necesitamos con nosotros. Si te vas mamá...
— No me quiero morir — interrumpo —. Sólo lo hago para desahogarme — replico mientras me oculto las heridas nerviosamente. Creo que me he puesto roja.
— ¿Para desahogarte? ¿Te cortas para desahogarte? — me mira con su típica mirada de desprecio: una ceja más levantada que la otra. Luego se ríe con ironía.
— Sí — le dedico una sonrisa forzada como respuesta a su carcajada.
Ahora me mira con compasión.
— De acuerdo — es bastante alto —. Me fiaré de ti.
— Te prometo que no haré ninguna locura que pueda perjudicaros a mamá o a vosotros — hablo casi susurrando.
Albin me sonríe y asiente.
— De hecho haría cualquier cosa para salir de ésta — aprovecho para soltar la indirecta —. Cualquier cosa... incluso mataría por vosotros si me pagaran...
Mi hermano vuelve a reírse de mí.
— No digas bobadas — me empuja con cariño —. Saldemos de ésta, ya lo verás.
Vuelve a sentarse en su escritorio y coge uno de los bolígrafos. Me doy media vuelta para irme.
— Sira — se gira de repente Albin —. ¿De dónde has sacado la cuchilla?
— Me la encontré por el suelo, ¿por qué? — me intereso.
— Debería afeitarme... ¿me la dejas? — la verdad es que la barba le ha crecido bastante. A saber cuánto tiempo hace que no se la recorta...
— Ni hablar, busca tu propia cuchilla — sigo mi camino.
— Busca tu propia cuchilla — le oigo repetirme imitando la voz de una niña tonta. Maldito Albin.
Cuando por fin abandono la estancia, Bichín viene corriendo hacia mí. Casi la dejo sola con el idiota de mi hermano. La cojo en brazos y vamos hasta mi habitación.
Me paso el resto de la tarde haciendo dibujos, luego ceno el mismo mendrugo de pan de siempre y espero tumbada en la cama hasta las once y media.
Entonces me las arreglo para salir sigilosamente a la calle. Me visto con unas mayas negras bastante viejas y una sudadera roja con la misma antigüedad. En los pies, las deportivas sucias de siempre.
Me pongo la capucha de la sudadera, así parece que oculto mi identidad y voy más cómoda.
En la calle hace bastante frío, la nieve se me está metiendo en las zapatillas. Me alegro de que por lo menos no haga viento. Soporto temperaturas de glaciar, pero no el pelo en los ojos.
Andando entre el manto blanco, me cuesta como un cuarto de hora llegar hasta la fábrica abandonada. Creo que ayer tardamos menos...
Dudosa entro, y cuando lo hago veo el lúgubre escenario de la noche anterior y no puedo evitar mirar en todas las direcciones. Es como si alguien me estuviera observando... De repente me sobresalto. No pasa nada, he pisado la cabeza de una muñeca sin querer.
Consigo llegar hasta la máquina expendedora, ya apartada, de lo cual me alegro porque no tengo mucha fuerza. Me meto por la trampilla y para mi sorpresa están todas las personas de la noche anterior esperándome en formación.
— ¡Bienvenida a La Parca! — exclama César — Es un placer ver que has decidido volver.
Sólo puedo contestar intentando enseñar los dientes sin dar demasiada grima.
— ¡Tu primer día de entrenamiento! — ahora es Gerónimo el que habla — ¡Qué emoción!
Entonces el tal Jack, el que se supone que es mi maestro, sale de la formación, me mira con su ya habitual mirada intimidatoria y me dice:
— Andando.
— ¿Ya? — César pone cara de ofensa — ¿No queréis tomar un aperitivo?
El chico se acerca serio y le dedica una mirada amenazante. Son exactamente igual de altos.
— Como bien te gusta decir, mi querido amigo — Jack ahora habla con un tono irónico pero cruel a la vez —. Será mejor que empecemos cuanto antes: el maravilloso mundo del arte nos está esperando.
Juraría que César ha retrocedido un poco. No me extraña, verdaderamente Jack infunde miedo con sólo observarle.
Mi supuesto profesor se abre paso entre los miembros de La Parca, que no dudan en dejarle un camino libre. Yo le sigo sin dudarlo.
Me conduce por el amasijo de pasillos por el que pasé ayer hasta que llegamos a nuestra aula.
Cuando entramos Jack cierra la puerta a mis espaldas.
— ¿Qué haces aquí? — me pregunta no con muy buen humor.
— ¿Qué? — no sé muy bien qué contestar
— ¿Por qué te has unido a esta secta? ¿Eres consciente de dónde te has metido? — ahora se aparta de la puerta y se acerca a mí.
— Mi familia... necesitamos dinero... — digo tímidamente.
— ¿Saben que estás aquí? — insiste.
— No — miro al suelo arrepentida.
— El problema de la gente como tú — ahora se dirige hacia el paragüero lleno de hoces y empieza a examinarlas —. Es que sois demasiado buenos, demasiado tontos, demasiado cobardes... — escoge una y se vuelve a girar hacia mí — y demasiado egoístas.
Suspiro pensando que, en realidad, tiene razón.
— Puede — por fin me atrevo a mirarle a los ojos —. Y tu problema... — ahora sonrío con aire de superioridad — es que eres el mismo tipo de persona que yo. ¿Me equivoco?
Ahora es él el que sonríe.
— Inteligente — coge otra hoz más. Lleva una en cada mano —. Pero tonta —me da la primera hoz que había cogido —. Buen intento bonita.
La cara me cambia automáticamente. Me está sacando de quicio.
— ¿Qué hacías en el hospital? — me apetece tocar la vena sensible — ¿No ganas suficiente y por eso vienes aquí? ¿O lo haces para divertirte?
Se ha sacado un cigarro del bolsillo y se lo está encendiendo. Ha apoyado el arma en una mesa.
— Algún día — le da una calada al cigarro —. Aprenderás a hacer las preguntas adecuadas en el momento adecuado — y suelta el humo por encima de mí mientras lo aparto con la mano, asqueada.
Me pregunto qué misterios esconderá el tal Jack...
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