Capítulo 30: De asesinos a tenderos.
— Así sólo vas a conseguir que te maten — dice Armin negando con la cabeza.
— Dijo que teníamos que librarnos de la culpa y nos propuso una forma, pero no especificó nada — replico orgullosa.
Después de que Dago apareciese en mi casa y nos amenazara, estuve reflexionando. Puede que sea inmoral, pero nunca lo suficiente como para imputar a dos inocentes en mi error. Por ello se me ocurrió que en vez de hacer lo que Dago quiere que hagamos, podemos simplemente vender el asesinato a uno de los depravados compradores de la Parca.
— Aunque fuese una buena idea, ni siquiera esos chiflados comprarían su propia condena — insiste el ninja.
Ahora estoy en su casa intentando convencerle de mi alternativa.
— No los subestimes, Armin — digo convencida —. ¿Te acuerdas de esa pareja que me compró mi primer asesinato?
— Sí, ¿y qué?
— Me dijeron que ojalá tuviesen mi valor y que sería un honor cobrar por mis hazañas para que yo siguiera con mi trabajo.
— ¿Y crees que lo decían en serio? Nadie se mete en la cárcel voluntariamente — se ríe mi compañero.
— He dicho que no los subestimes — repito —. Podemos probar suerte. Sólo hay que dar con las palabras adecuadas...
— Si sigues así te van a matar — balbucea Armin, con una mano en la frente.
— Lo único que sé es que no me pienso rendir ante sus amenazas. Es muy arriesgado, ¿y qué? He decidido vivir así... no podemos pretender estar a salvo, ni siquiera haciendo lo que Dago dice — voy bajando el tono de voz hasta desmotivarme y caer en el sofá, al lado del ninja.
— Está bien — me rodea la espalda con el brazo —. Haremos lo que quieras. Confío en ti.
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Vamos a trabajar a Acrap. Para ello me tengo que poner un vestido negro, recogerme el pelo y pintarme los labios de rojo. Al parecer, el uniforme tiene que ser elegante para no decepcionar a la clientela. Salgo al rellano y me cruzo con Armin, trajeado igual que yo. Débora sale detrás de mí y vamos juntos al restaurante.
Si hay algo que me cuesta en este trabajo es poner buena cara a algunos incompetentes que están ahí para lucir su fortuna, que han recibido por el mero hecho de haber nacido. Siempre me miran con un insoportable aire de superioridad... Lo que no saben es que, en el mundo real, somos todos iguales. A veces me pregunto si sería como ellos si mi padre no lo hubiese perdido todo. Puede que, al fin y al cabo, no fuese tan malo arruinarnos...
— Las esferificaciones de puré de calabacín de la ensalada de calabacín, ¿son de calabacín? — me pregunta un cliente iluminado.
《No, son de pollo. 》 Me dan ganas de responder. Sin embargo el código me obliga a decir:
— Por supuesto señor, aquí siempre encontrará la más alta de las calidades — sonrío como puedo. Espero que no haya quedado demasiado artificial...
Llevo bandejas de un lado a otro, sin olvidarme de aliñar las esferificaciones del señor con un condimento de saliva concentrada. La calidad y la novedad siempre presentes en Acrap.
Cuando cerramos me abalanzo sobre una silla y me quito los zapatos de tacón.
— Esto cualquier día me matará — me quejo cuando Celia se sienta en frente.
La veo preocupada.
— ¿Qué te pasa? — pregunto.
— En un mes cumplo dieciséis... — contesta.
Ahora lo entiendo... Le tocará cometer su primer crimen, su entrenamiento habrá acabado. Hoy, sábado, ha venido a Acrap para ver cómo trabajamos en el restaurante. Al morir su padre, quedó huérfana y vive en el orfanato. Sin embargo el de Vilnuk no es muy estricto y deja salir a sus inquilinos a sus anchas. Celia me contó que es una forma que tienen de dar libertad a los niños y hacerlos sentir más queridos... o simplemente despreocuparse.
— No tengas miedo — no se me ocurre otra cosa.
— No tengo otra salida. Si no a los 18 tendré que irme y terminaré en la calle... — está casi sollozando.
A veces se me olvida que la vida que me he obligado a normalizar fue muy difícil en sus inicios. La pobre Celia está en esa fase.
— Nadie estamos aquí como primera opción — le susurro intentando tranquilizarla.
Me sonríe tímidamente.
Al cabo de un rato llego a casa con Débora. La nieve se estrella contra mi ventana abrazándola en un manto blanco intacto. En el cristal dibujo el símbolo de la Parca con el vaho y lo tacho con una cruz.
《¿Cuánto tiempo más voy a tener que hacer esto? 》
Ya con el pijama puesto, me tumbo en la cama y cierro los ojos.
Cuando los abro justo suena el despertador. Me refroto la cara para despejarme y me levanto.
Cuando Débora y yo estamos listas, Aroa nos está esperando en la puerta.
— Sira, está nevando, te vas a helar... — me dice al ver que mi único abrigo es una sudadera roja.
— Sabes que no siento el frío — me río.
— Nunca te voy a entender...
La ventisca es considerable. Cada copo me golpea la cara sintiendo como un cañonazo cada vez que uno se derrite en mi piel. Pero me gusta esa sensación, me encanta el invierno.
Llegamos a la fábrica con el palacete subterráneo. Esta mañana les he dicho a César y Gerónimo que me trajesen clientes interesados. Me han mirado dudosos; creen que nadie querrá comprar mi chasco de crimen, pero han accedido sin dudarlo. En esos aspectos son bastante considerados, de todas formas no dejan de ser dos locos manipulados por Dago...
Voy hasta la sala de las parcas para avisar a Jack. Celia se queda acompañada de Lenon entrenando con una hoz y un saco en el dojo y Armin y Débora se acoplan a nosotros. Antes les he contado el plan. Juntos nos dirigimos a la sala de los tronos que también usamos como despacho de ventas. Ya tengo preparadas las fotos del crimen. Cada vez que asesinamos un fotógrafo desconocido se pasea por la escena del crimen y hace su trabajo. No tengo ni idea de qué hacen para no ser pillados... Cosas de La Parca... Débora tiene el contrato listo para firmar.
La sala está preparada con unas cuantas sillas, una mesa y una pantalla gigante para proyectar las fotos.
Nos sentamos y comenzamos el trabajo. Todos los posibles compradores son parejas relativamente jóvenes a los que podemos caracterizar como nosotros.
A cada cliente que pasa le enseñamos lo mismo, y todos parecen maravillados hasta que nombramos el pequeño detalle de que si nos lo compran acabarán en la cárcel. Entonces se levantan y se van.
— No creo que lo consigamos — me dice Jack. Es él el que habla.
— Es que lo haces mal — suelta Débora.
— Deberías ser más... como ellos — añado.
— ¿Qué quieres decir? — pregunta mi tutor.
— No lo sé... — la verdad es que he dicho eso al azar.
De repente a la parca se le iluminan los ojos.
— Tengo una idea — susurra con tono malévolo.
A continuación entran otros compradores.
— ¡Bienvenidos a nuestra humilde familia! — exclama Jack completamente eufórico —. Por favor, poneos cómodos — su tono recuerda a César y Gerónimo.
— Gracias hermano — contesta el hombre con la misma euforia —. ¿Qué maravilla tenéis guardada para nosotros?
— Lamento confesarte que esta vez el arte ha sido manipulado, saboteado... ¡aberrado! — acompaña cada palabra con gestos dramáticos.
— ¿Por qué se ha cometido semejante injuria? — el cliente se lleva la mano al pecho, actuando con el mismo dramatismo que Jack.
— Alguien quiere condenar a los artistas, ¡quiere destrozar nuestras obras, privar al mundo del arte de la sangre! — levanta el puño.
— ¡Eso es inconcebible! No se puede dejar de hacer semejante patrimonio, ¡ese sería el verdadero crimen, hermano! — el posible comprador está indignadísimo mientras la mujer se dedica a negar con la cabeza, boquiabierta.
— ¡No se debería cometer semejante ofensa! ¡No, no y no! — mi tutor golpea la mesa con el puño.
— ¿Y qué se puede hacer para evitarlo? — habla al fin la señora.
— Para ello les hemos llamado. Necesitamos artistas dispuestos a hacer una magnífica obra, alguien que permita al mundo seguir disfrutando de la verdadera belleza. Comprando nuestra obra saboteada y declarándose los autores originales, podríamos seguir deleitando con más grandeza. Si no encontrásemos a ese nuevo modelo de artista... aquellos que no entienden nuestra expresión nos capturarían. Sería como encerrar leones en la jaula de un canario — Jack va bajando el tono, transformando su histeria en melancolía.
— Hermano, eso es inadmisible — se lamenta el hombre —. Nosotros estamos dispuestos a sacrificarnos por el arte — añade en tono firme.
— Oh, hermano — mi tutor le coge de la mano —. Cuando os vi entrar por la puerta sabía que vosotros ibais a ser nuestra salvación, vuestra mirada desprende valentía y amor por la verdadera belleza.
— Será un honor pues comprar su acto y engañar a esos rufianes que no entienden nuestro ideal — afirma la mujer.
— Oh hermanos, no se imaginan el bien que están haciendo... Por ello les regalamos el arte, se lo merecen por tan honorable y humilde postura — dice Jack con una sonrisa de oreja a oreja.
— Firmen aquí — Débora extiende el contrato ansiosa.
Ambos lo firman y, después de enseñarles las fotos; Armin y yo, imitando la falsa euforia de César y Gerónimo, les acompañamos por el laberinto hacia los vestuarios mientras Débora va a buscar a Aroa para que disfrace a los falsos culpables de nosotros.
— No se imaginan lo privilegiados que son — les asegura el ninja durante el trayecto —. Ahora les vestirán como a los incomprendidos artistas y podrán ocupar su lugar.
— Luego podrán irse a su casa y así aguardar con dignidad la llegada de los diablos que tanto daño nos causan — se me ocurre añadir.
— Será un honor — repite con firmeza la mujer.
Mientras tanto no puedo no puedo intentar sorprenderme ante la astucia de Jack. Ha sido una idea perfecta actuar de esa manera para persuadir a los compradores, al fin y al cabo en eso consiste el marketing...
Aún no me creo que hayamos conseguido vender semejante mojón de "obra".
Sin embargo aún queda algo importante por resolver: ¿quién estaba disparando en la escena del crimen y qué hacía allí?
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