Capítulo 23: Fácil decisión.


Aroa me conduce hasta el enorme salón con el trono que visité el primer día que vine a la base de Vilnuk.

Sin embargo, esta vez no es César el que preside la estancia... Detecto una gélida mirada acechándome. Un hombre robusto, completamente serio y con aire aterrador ocupa el altar.

A ambos lados de la alfombra roja y las estatuas de oro, clavados como estacas se mantienen todos los sujetos que vi en el vestuario: los integrantes de La Parca, cada cual con su atuendo.

La química, que caminaba delante de mí, se gira para mirarme con compasión y retirarse con sus compañeros.

César y Gerónimo aparecen de la nada y me cogen cada uno de un brazo, obligándome a avanzar. Pronto me doy cuenta de que el hombre del trono está caracterizado de parca. Vuelvo a sentir como si carámbanos me atravesaran, dejando en mi cuerpo un escalofrío de terror.

Diviso a Débora y Armin, vestidos de ninja. Jack también ha venido, de parca. Noriko y Shinji van de cocineros con bozal al igual que César. Gerónimo y los puzles se aderezan con un extraño traje...

Finalmente llego al altar. Tengo miedo... horror a la incertidumbre. Algo me dice que el "ritual de iniciación" no va a ser una simple fiesta de bienvenida...

— Dago Flindor, el patriarca de nuestra familia — me susurra César.

El caníbal y el puzle se arrodillan ante, al parecer, el jefe de La Parca. Supongo que será conveniente imitarles.

El tal Dago sigue mirándome sin soltar palabra. Me intimida incluso más que Jack. Odio sentirme así. Mi orgullo o estupidez me lleva a inclinar la cabeza ligeramente hacia arriba para sostener su mirada. No se inmuta.

— Levantaos — ordena de repente con una voz carente de sentimientos.

El miedo me habría hecho sobresaltarme e incorporarme al instante, pero consigo contenerme y hacerlo con calma. La inseguridad vuelve a dominarme, giro la cabeza para buscar la mirada de César y recibir un gesto de aprobación.

— Preséntate — Dago vuelve a hablar.

— Sira Windsor — doy por hecho que se refiere a mí.

— Preséntate mejor — insiste.

— Tengo dieciséis años — pienso en qué más podría interesarle —. Quiero ser una parca.

— ¿Estás segura? — no me esperaba que la conversación continuara de este modo.

Estoy a punto de responder afirmativamente, pero me doy cuenta de que estoy temblando y se notaría demasiado que miento.

— No — de lo que estoy segura es de que la otra respuesta sería peor.

— ¿Por qué?

Pienso en algo, corto, claro, creíble y que solucione la metedura de pata que acabo de protagonizar.

— Tengo miedo a lo desconocido — cruzo los dedos mentalmente.

Inesperadamente el jefe asiente, aunque sin cambiar de expresión.

— Valoro tu sinceridad — responde, aunque dudo de su veracidad. Sólo es un hipócrita más.

Vuelvo a mover el cuello para localizar a Jack. Cuando se percata, sonríe para darme ánimos.

— La Parca no es una simple organización — Dago se levanta y sigue hablando, con voz potente —. Es una ideología, un símbolo, una guerra continua contra lo que no debería existir. Por eso somos, en realidad, una familia unida en la que cada miembro ha abandonado la suya propia para combatir injusticias. Cada uno de nosotros debe identificarse como tal.

Mientras dice esta última frase alza el brazo en un ángulo recto, con el puño cerrado. El resto lo vitorean.

Me percato de que cada uno de los miembros lleva un tatuaje en la muñeca: el símbolo de Acrap o, más bien, el logo de La Parca. Supongo que yo también tendré que llevarlo...

— La familia es para siempre, por eso la llevaremos con nosotros — añade Dago —. La Parca es imborrable, una vez entras no puedes salir — se vuelve hacia mí —. La vida está llena de callejones sin salida que pueden beneficiarte o destruirte. Tú acabas de meterte en uno y, como en todos, ahora tienes que decidir cómo afrontarlo. Elige entre dos opciones: seguir con nosotros o morir.

— Seguir — respondo inmediatamente casi interrumpiéndole.

— Si quieres continuar, tienes que pasar una quizás complicada prueba en presencia de toda tu futura familia. A contrarreloj, esta misma noche.

— ¿Qué prueba? — no se me ha dado permiso para hablar, pero la curiosidad y la ansiedad me pueden.

— Elegir entre otras dos opciones.

Esta vez aguardo a que Dago continúe. Pronto lo hace.

— Tu primera obra de arte.

Me quedo de piedra. Conozco a qué se suelen referir en La Parca con "obra de arte"... Las rodillas me tiemblan tanto que si me muevo me desplomaré sin poder evitarlo. ¿Tengo que matar esta misma noche? Sabía que tendría que hacerlo tarde o temprano, pero no esperaba que ese momento fuera justo el día de mi admisión.

— Te veo confusa — obvia el jefe —. Tengo otra opción, ¿quieres oírla?

Asiento.

— Tu anterior familia muerta.

¿Anterior familia? ¿Tan lejos lleva esta mafia los lazos entre los miembros? ¿Ya da por hecho que Albin, Ada, Freddy y mi madre no son mis parientes? No puedo controlarme. Me lanzo contra él y, afortunadamente, César y Gerónimo me retienen.

— Qué curioso, todos intentáis lo mismo cuando os propongo la segunda opción.

Pronto me doy cuenta de sus artimañas. Lleva todo el rato fingiendo que me ofrece dos opciones, cuando una de ellas es realmente una amenaza: morir yo o morir mi familia. Es lo que lleva haciéndome la Parca todo este tiempo: darme una única posibilidad. No he sido yo quien ha decidido unirse; lo han hecho ellos por mí...

Ya es tarde para arrepentirme, voy a tener que controlarme y resignarme a esta dictadura si quiero salvarme.

El jefe no pregunta nada más, pero me sigue observando. Está esperando que arregle mi error.

— Lo siento... estoy muy confusa. Por un momento se me ha olvidado que la segunda opción... era sólo una alternativa. Es curioso cómo los seres humanos olvidamos las cosas cuando algo nos impacta más que lo anterior... — no ha sido mi mejor actuación, pero confío en que como es una parca le gusten la psicología y las frases existenciales.

— Comprendo — parece haber funcionado —. Entonces supongo que harás tu primera obra de arte.

— Efectivamente — por fin consigo relajarme.

— Ha elegido el arte — dice Dago a la multitud que aplaude con ímpetu.

Un hombre desconocido con una aguja sube al escenario y me agarra la muñeca.

— ¡Va a sellar el trato! — grita mientras comienza introducir tinta negra sobre mi piel.

Al cabo de breves minutos con una aguja entre las venas y una masa haciéndome la ola el desconocido acaba su trabajo: tengo grabado el símbolo de La Parca, al igual que el resto.

Trago saliva. Eso sólo puede significar una cosa: no tengo margen de error. Si fallo me hundo.

Tengo un nudo en el estómago. Voy a tener que matar. Esta noche.

Pero... ¿a quién?


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