Capítulo 17: Feliz cumpleaños.
Llevo como una hora sentada en un banco esperando a Jack. Aún porto el cutre camisón que, como es de imaginar, no es suficiente para aislarme de la nieve. Aun así no tengo frío. Cada momento que pasa me parece más increíble cómo me he inmunizado a los cambios de temperatura gracias a la alcantarilla. Es como una especie de poder sobrehumano.
Por fin llega mi tutor, con un paquete entre sus brazos. Supongo que será la ropa que iba a traerme, según él no es "adecuado" que vaya con "pijamas para presos" por la calle.
— ¿Cuánto te debo? — pregunto cuando me lo da. No sé muy bien cómo voy a pagárselo... va a tener que esperar a que cobre el sueldo de La Parca...
— Nada — dice como si fuera obvio —. Feliz cumpleaños.
《¿Qué? ¿Hoy es mi cumpleaños? 》
Creo que todo este ajetreo me había hecho olvidarlo. Eso significa que tengo ya dieciséis años... y que César aparecerá en cualquier momento para consolidar mi contrato y meterme a trabajar en su restaurante de mala madre...
— Gracias... — digo intentando disimular que se me había olvidado.
Hacía siglos que nadie me regalaba nada por cumplir años. Abro el paquete no muy bien envuelto y saco el contenido. Una sudadera azul, unos vaqueros, una bufanda, ropa interior y zapatos. Todo de marcas pijas. Jack se ha debido gastar una pasta en esto...
— ¿Te gusta? — pregunta orgulloso después de ver mi cara.
— Es perfecto. Gracias — sonrío y le dedico una mirada dulce en signo de agradecimiento.
— Me alegro — añade —. Bueno... ahora deberías ponértelo.
Asiento y me voy detrás de un arbusto medianamente grande. Me visto con mi nuevo atuendo lo más rápido que puedo sin preocuparme mucho de cómo me queda y salgo.
— ¿Te va bien? — pregunta Jack.
— Como un guante — respondo.
No decimos nada más y me conduce hasta un parking cercano donde nunca antes había estado. Se dirige a uno de los coches y saca la llave para abrirlo a distancia. No tengo ni idea de marcas de coches, así que sólo puedo decir que es negro y que su símbolo es un escudo dorado y rojo con un caballo bastante feo en medio.
Me meto en él y me lleva hasta mi alcantarilla. Aparca justo delante del callejón y se despide con un gesto. Me gusta que sea callado, detesto hablar sin sentido. No soporto a la gente falsa que no se silencia ni un momento porque les resulta incómodo y te sacan cualquier tema de conversación absurdo. Si no hay de qué hablar, sobran las palabras.
Entro a la alcantarilla. Mi madre, Ada y Albin están reunidos en la "cocina". Es interesante ver la cara que han puesto al verme aparecer, de hecho adivino que estaban reunidos para hablar sobre mí.
— El tipo que me arrestó era uno de esos parguelas que arruinó papá. He conseguido que los demás agentes vieran que soy inocente y me han liberado — prefiero empezar por mí misma antes de que me acosen a preguntas.
Omito la mayor parte de la historia por motivos obvios. Sin embargo, para lo mal que me suelen quedar este tipo de argumentos, este está niquelado.
— Pero entonces... El que vino aquí para avisarme...— intenta explicarse Albin, confuso.
— Era él. Me amenazó para que no te contase la verdad... — interrumpo —. Tenía pensado retenerme de por vida diagnosticándome esquizofrenia y tachándome de loca.
Mi hermano gira la cabeza intentando asimilar la noticia. De repente, la ira le invade y pega un puñetazo en la mesa que hace eco y provoca que retumbe el alcantarillado entero.
— ¡Cabrón! — exclama — ¿Por qué nos pasa esto a nosotros? ¡Todo es culpa de papá! ¡Nos dejó viviendo con esta mierda y le dio igual todo!
Al instante se agobia y esconde la cabeza entre sus brazos, apoyados en la mesa, para comenzar a sollozar.
— Albin... — dice mi madre.
— ¡Cállate! — interrumpe mi hermano.
Los ojos de mi progenitora se llenan de lágrimas como reacción a la brusca respuesta de su hijo. A continuación se disculpa y se marcha.
— Albin... todo se solucionará pronto... — intento consolarle.
— Sira, no me hagas reír — levanta la cabeza para mirarme con desprecio y reírse —. Sabes que es imposible.
Me callo y asiento. Por mucha pena que me dé no puedo contarle todo ahora. Después de mi gesto, Albin se levanta y se marcha. Me quedo sola con Ada.
En cuanto la pálida figura de Albin se desvanece, me da dos toques en el hombro y comienza a hablar:
— Muy bien, Sira — me mira con... ¿miedo? —. Ahora cuéntame la verdad.
— ¿A qué te refieres? — disimulo, aunque sé que con Ada va a ser inútil.
— ¿Por qué te abalanzaste sobre ese hombre? Lo conocías, ¿verdad? — maldita cría... es demasiado lista como para engañarle... — ¿Y quién te ha comprado la ropa?
No sé qué responder. Una arriesgada idea me pasa fugazmente por la cabeza... quiero confesar.
— ¿Puedo confiar en ti? — de todas formas, creo que necesitaba contárselo a alguien.
—Tú verás — se encoje de hombros.
Cojo aire y le cuento lo que puedo, le digo que estoy metida en algo sucio y que si va bien saldremos de la alcantarilla. Añado que la ropa me la ha regalado un amigo por mi aniversario.
— ¡Feliz cumpleaños! — exclama sintiéndose culpable por no haberse acordado.
Ada no me vuelve a interrumpir, escucha con atención. Añado que mi amigo cuyo nombre omito me ayudó a salir de prisión. Finalmente le digo que le contaría más pero, por su propia seguridad no puedo. Es sólo una niña... aunque de todas formas yo también lo soy.
— ¿Y... estás segura de lo que haces? — dice al final.
Yo asiento convencida. Lo estoy.
— Ten cuidado — nunca deja de sorprenderme lo misteriosa que es esta niña diabólica. No puedo evitar ensombrecerme ante su extraña tolerancia.
— Lo tendré — añado.
— Buena suerte — se levanta y se va. Por lo menos me consuela saber que cuento con su apoyo.
Sé que no puedo cambiar el pasado, pero el futuro es como un lienzo, un lienzo en el que voy a pintar hasta la última de las esquinas hasta conseguir transformar el presente.
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