9. Cacería nocturna
Ahora regresemos al Bosque Oscuro, dónde Blancanieves se encontraba, pero cuatro años más tarde, al momento mostrado por el espejo de Oriente a la reina, y que tanto la horrorizó.
Blancanieves descendió de la montaña arrastrando a su príncipe. Y, al llegar casi al final del bosque, se percató del amanecer. Quería volver a su castillo cuánto antes para tomar venganza de todos los responsables de que pasara tantos años confinada en un ataúd, sin posibilidad de moverse, pensando en cómo hacérselos pagar como único entretenimiento. Pero el sol era su enemigo mortal, se lo había advertido su creador en esas eternas noches de fiebre. Así que debía esperar a que anocheciera una vez más para salir. Desde allí podía ver el techo alto de una iglesia, por lo que le desesperaba estar tan cerca de un pueblo, lleno de gente de la que podría alimentarse, sin poder trasladarse allí.
Durante el último tramo del bosque, Ozul, el duende, estuvo persiguiéndola para que volviera a su prisión. Ella solo lo ignoraba, ya que no lo necesitaba más luego de que él desactivase las trampas, a las hadas y a los santos para allanarle el camino. Pero Ozul insistía en que no debía abandonar el bosque, y se sometiera a las deidades que querían aplacar sus poderes y su furia.
Finalmente, el guardián del bosque la alcanzó gracias a la salida del sol.
La princesa, que aún estaba sedienta, no tenía paciencia para tratar con él, así que, antes de que este empezara su cháchara, lo miró fijo a los ojos y lo engatusó para que soltara sus armas y se acercara. Cuando la mente del duende estuvo dominada, se presentó dócil frente a su adorada princesa y esta lo levantó en el aire y mordió su cuello. El príncipe Rhys seguía con vida, pero ella no quería beber la última gota de él, tenía otros planes, por esto debía conformarse con la sangre de aquella criatura.
Lo soltó solo cuando lo hubo vaciado. Pero no era suficiente. Aquel cuerpo era tan pequeño que no tenía mucho que aprovechar. Ella necesitaba más. Pasó años encerrada, debía reponer las fuerzas gastadas en mantenerse con "vida".
Continuó esperando el anochecer, sentada sobre un árbol caído, mientras acariciaba los negros cabellos del príncipe, quien temblaba y, más temprano que tarde, colapsaría por la falta de sangre en su sistema.
—Resiste —le susurraba con frialdad al oído.
Pronto oyó un murmullo proveniente del bosque, no muy lejos de allí. Iba acompañado de diferentes instrumentos de viento y silbidos. Ya sabía lo que significaba. Durante cuatro años escuchó las mismas notas una y otra vez, cada que sus vigilantes cambiaban de turno. Eran los duendes restantes y, sin lugar a dudas, la buscaban a ella y al cadáver del hermano que yacía a sus pies.
Se puso en pie para recibirlos. A diferencia de Ozul, las mentes de estos no eran tan débiles, por lo que nunca pudo seducirlos ni con su belleza ni con sus nuevos dones mientras estaba encerrada. Darían pelea, pero al menos ella tendría otro tentempié para enfrentar el largo día hasta poder abandonar la seguridad del bosque.
Cuando los seis duendes la encontraron y vieron la horrible escena de la que su hermano menor fue víctima, se enfurecieron. Comenzaron a entonar sus cánticos a la Madre Naturaleza para que vengara la muerte de Ozul. Pero Blancanieves no quería que alertaran al resto de criaturas del bosque, así que actuó de inmediato. Con su velocidad inhumana, se acercó a cada duende, tomándolos desprevenidos, y los asesinó con sus propias armas. Entretanto le chupaba la sangre a uno, a otro le lanzaba el hacha del primero, cercenando su cabeza. Y, mientras a un tercero le quebraba el cuello, a otro le clavaba su propio cuchillo. Así hasta que los seis perecieron. Cuando todos cayeron, se tomó el tiempo de beber su líquido vital con calma. Pero su sed no cedía.
Al atardecer, viendo que su príncipe ya no resistiría, tomó el pico de uno de los duendes y cavó una fosa. Allí metió a Odel Rhys, se despidió de él con un beso, habiendo mordido su labio previamente, para que él tomara de su sangre. Y, luego lo cubrió con la tierra removida.
—Te estoy dando un regalo que a mí no me dieron. Espero que lo aprecies —le dijo con la voz quebrada, poniendo una mano sobre la tierra húmeda, para después darle instrucciones de seguirla.
Blancanieves llegó a la ciudad de Corbin por la noche. Ni bien entró, se topó con una estatua de San Draven en la plaza principal. Sonrió socarromente al verla. Los cuervos habitaban la escultura, al notar su presencia, empezaron a graznar en dirección a ella, enojados, con un tono elevado, como si estuvieran gritándole que se marche por dónde vino. La princesa les siseó y continuó su camino, ignorándolos, aunque sus constantes chillidos la molestaron.
En la calle quedaba poca gente. Los artesanos ya estaban guardando sus productos, los mercaderes querían deshacerse de las últimas verduras o carnes y le bajaban los precios, y unos transeúntes regresaban a sus hogares luego de las visitas sociales.
—¡Lleve sus manzanas de Catalia! Están fresquecitas. Las tengo a buen precio —dijo una vendedora de mediana edad, metiéndose en el camino de Blancanieves de improviso.
La princesa sonrió, mostrando todos sus dientes puntiagudos. La vendedora se sorprendió.
—Sí, claro que quiero tus apetitosas y jugosas manzanas —dijo la vampira, y tomó a la señora como si fuera a besarla, sin embargo, le susurró al oído que no se moviera y le clavó los colmillos en su cuello.
Mientras Blancanieves desangraba a su víctima, esta no pudo más que gritar hasta que se apagaron su voz y sus fuerzas, provocando que su mercadería se cayera.
La gente alrededor, primero se preguntó de qué se trataba esa impúdica escena, pero, al oír los gritos, entendieron que algo muy malo pasaba.
La vampira arrojó a su víctima al suelo, vacía, mientras los pobladores se quedaron viéndola boquiabiertos.
Los cuervos descendieron de la estatua y comenzaron a rodear a Blanca en el suelo, y continuaron con los graznidos ensordecedores. Ella no lo soportó más. Al ser más veloz que ninguna criatura sobre la tierra, pudo tomar a una de las aves antes de que levantara vuelo, la envolvió con sus manos y la apretó hasta que sus entrañas reventaron. El resto de cuervos huyeron al tiempo que la princesa lanzaba el nuevo cadáver lejos, ante los pies de San Draven.
Con esto, los ciudadanos de Corbin se asustaron, intentaron correr, pero tropezaron entre ellos o con los puestos de los vendedores. Los gritos de espanto y desesperación llenaron las callejuelas de la pequeña ciudad.
—¡Sí, corran, escóndanse, vivan un minuto más para despedirse de sus seres amados! —gritó Blanca, riéndose con su boca ensangrentada.
Y, acto seguido, emprendió una embestida en contra de sus súbditos. Se lanzó por el aire, casi volando, sobre la espalda de un caballero, y, al caer, le desgarró la ropa para morderlo, mientras su esposa miraba. A esta la tomó de la mano antes de que pudiera alejarse y la obligó a permanecer ahí hasta que terminó el trabajo. La señora lloraba y suplicaba por la vida de ambos, e intentaba en vano soltarse de las garras del demonio con cara de mujer. Blancanieves se aseguró de mostrarle sus colmillos afilados antes de darle el mismo destino. A sus pies, dejó dos víctimas más.
Los ciudadanos corrían a sus casas, pero quienes ya estaban adentro, gozando del calor de una chimenea, decidieron asomarse a las ventanas o salir para ver qué causaba tanto alboroto. Los que corrían daban gritos para que volvieran a la seguridad de sus hogares, anunciando que un monstruo chupasangre andaba suelto.
Aquellos que no habían visto de lo que la vampira era capaz, decidieron dejar a sus familias a resguardo y aventurarse a salir a la calle a combatir a lo que fuera que asustaba a sus vecinos, pensando que quizás huían de un animal. Los hombres salieron armados a enfrentarla, y se encontraron con una escena macabra.
Blancanieves se movía rápido, no le daba tiempo a su estómago a digerir lo que consumía y avanzaba a la siguiente víctima. Pronto las calles empezaron a llenarse de gente que no pudo huir de ella. De cadáveres. Necesitaba más y no quería dejar a nadie vivo. Su rabia era intensa, pero no actuaba así sin raciocinio, porque había una idea fija en su mente: llevar a cabo el plan que masculló durante años. Todas estas muertes servían a un doble propósito.
Los vecinos justicieros intentaron advertir a Blancanieves de que se pusiera a salvo cuando la vieron, convencidos de que aquella masacre fue provocada por algún monstruo. La chica pasó a su lado a paso apresurado, fingiendo inocencia. Cuál fue la sorpresa de los ciudadanos cuando vieron su vestido blanco cubierto de sangre, y sus dientes puntiagudos. Su princesa no pudo más que reír ante las expresiones de horror de sus súbditos.
—Ja, ja, ja, deberían ver sus rostros —se burló de ellos.
Uno de los hombres volvió su mirada a los cuerpos en el suelo y sintió tal frustración ante la risa de la diabólica mujer, que creyó que se trataba de una bruja. Sin temor y sin perder más el tiempo, se lanzó al ataque, mientras gritaba a sus compañeros que no se dejaran intimidar por la hechicera y la atacaran también.
Blancanieves aún se reía cuando la golpeaban con hachas y palos y hoces. Pero se puso seria al recibir una bala de la única arma de fuego que había en Corbin. Dio un alarido de dolor, pues nunca experimentó que algo le atravesara la carne y que la preciosa sangre recién cosechada se desparramara. Eso la obligaría a consumir más para reponerse. Si antes estaba cazando como si se tratara de un juego, ahora esto la enfadaba. Creyó que sería invencible, que sus nuevos poderes la protegerían; pero, por lo visto, se equivocaba, así que debía actuar rápido para solucionarlo.
Se dejó de jugar y tomó la pistola de su atacante mientras este intentaba cargar la pólvora nuevamente. Y, con su propia arma, atravesó la garganta del tipo, infundiendo temor en el resto; pues, a pesar de las múltiples heridas, seguía en pie y dando batalla. Algunos de ellos comenzaron la huida, pero al resto, Blancanieves les dio una lección de fuerza y perseverancia, cercenando sus miembros con el hacha que extirpó de su hombro. Los rostros de los nuevos muertos reflejaban el horror y el dolor que sintieron en sus últimos minutos de vida.
Blancanieves terminó con este grupo, a algunos los dejó agonizantes, y continuó su cacería persiguiendo a los cobardes, a quienes drenó hasta la última gota, sin importarle si los mordía por el cuello, los brazos o el torso. Incluso mordisqueó la pierna de uno que se arrastraba.
Cuando las calles estuvieron vacías de vida, prosiguió a atormentar a los que permanecían escondidos en sus casas, asustados y temblando por su emboscada. Golpeaba las puertas o las ventanas para que alguno se atreviera a salir, pero cuando se cansaba de esto, entraba sin más y atacaba a las personas. No le importó que fueran mujeres, niños o ancianos, de todos bebió el vino prohibido hasta dejarlos huecos.
En una de estas casas, una mujer ya mayor la reprendió con una oración, y le dijo con autoridad:
—¡Los vampiros no pueden entrar a esta casa sin autorización!
—¿Qué no sabes que todas las casas de Catalia son de la propiedad de tu legítima heredera? Así que no necesito pedir permiso para tomar posesión de lo que me pertenece —respondió Blancanieves, desafiante, arrogante, desconsiderada.
Y, luego obligó a la anciana a arrodillarse y a alabarla, diciéndole así:
—Hoy servirás a tu reino y probarás la sangre de los dioses.
Así continuó hogar tras hogar, hasta que no dejó a nadie en pie. Por fin sentía que su apetito se estaba saciando, Se detuvo a disfrutar de ese momento de placer mientras contemplaba la masacre que había hecho. Solo un minuto, porque su sed de venganza era más fuerte que el éxtasis que le provocaba alimentarse. Debía continuar, aún le quedaban muchos pueblos que visitar antes de retornar al Castillo Wold, y así completar su plan.
Volvió sobre sus pasos, buscando las víctimas que había dejado vivir, aquellas personas más robustas, de facciones atractivas o las que por alguna razón le resultaron interesantes. Las arrastró hasta las afueras del pueblo, a un descampado, para enterrarlos, como lo hizo antes con su príncipe.
Empezó a cavar con una pala que tomó de un jardín, no tenía que ser muy profundo, lo importante era que no pasara la luz para brindarle a sus nuevos engendros el descanso que necesitaban. Mientras estaba concentrada en la tarea, sintió una mano posarse sobre la suya, y, al voltear, se encontró con Odel Rhys resucitado, con su semblante cambiado y sus facciones, antes delicadas, ahora endurecidas.
—Aquí estoy, mi reina —dijo el príncipe, demostrando su obediencia.
Blancanieves posó su mano sobre el rostro de su primer convertido, su creación, y se sintió complacida. Su plan marchaba a la perfección. Odel cerró los ojos, disfrutando del momento, de la caricia que había ansiado desde el instante en que escuchó su voz en el bosque. Pero, al abrir los ojos, y entender mejor la imagen que iluminaba la luna, dijo contrariado:
—¿Cómo? ¿No me dejaste ninguno?
Fue entonces cuando la princesa comprendió que su sed le había nublado la razón, y que no le guardó alimento a su príncipe. Pero una gobernante debía resolver estás cuestiones rápidamente, así que le dijo con voz seductora:
—Ayúdame a enterrar a estos, y luego podrás beber de mí hasta que te sacies.
Odel besó su mano, sonriendo y aspirando el olor de la sangre de su ama, por ella daría hasta su último aliento. Así que tomó la pala que antes tenía Blanca y empezó a cavar.
Mientras tanto, la heredera de Catalia se paseó entre sus escogidos, besándolos uno a uno con su boca llena de sangre, para que ellos bebieran su veneno y se convirtieran en criaturas nocturnas como ella. Luego de esto, Odel y ella arrastraron los cuerpos hasta la fosa y echaron la tierra removida sobre estos.
Al concluir con la tarea, Blancanieves sintió un gran éxtasis, ya que su victoria estaba más cerca después de aquella noche; así que, para festejar, tomó a su príncipe y lo besó con el mismo impúdico deseo que él manifestó al verla en el ataúd de cristal. Sobre las tumbas de sus víctimas, lo guío en un beso apasionado, pero también se dejó llevar por él, ya que sabía que tenía más experiencia en las artes venéreas*. Y él le complació bajo la luz de la luna, pero el joven quería más. A través de la sangre, ella pudo conocer el pasado y el corazón de Odel Rhys, y su conexión actual también le permitía saber qué pensaba y sentía; así que lo llevó hasta una de las casas vacías para dar rienda suelta a las pasiones que los tenían a ambos atormentados.
Blancanieves lo llevó a la cama de los dueños de casa y allí dio se rindieron a sus impulsos más básicos y salvajes. Él era su premio luego de tanta frustración por haber estado encerrada en una prisión de cristal, sin posibilidad de hacer a su antojo. Y él la obedecía en todo, porque ella era su maestra ahora. Si bien ella no tenía experiencia, conocía lo que debía hacer a través de las memorias de Odel, que antes había sido un casanova. Ella se sentó sobre él para procurarse la última satisfacción en una noche perfecta. Al mismo tiempo, abrió la piel de su propio cuello con las uñas y le ofreció al príncipe para que la mordiera. Él bebió de ella con desesperación, sintiendo una mezcla de éxtasis y ardor por probar aquel líquido por primera vez. Mientras tanto, ella comenzaba a romperle la ropa a tirones, y él también se dejó llevar por la pasión que le despertó su princesa una noche atrás, a la vez que le juraba amor y servicio eternos.
Hacia el amanecer, la pareja no podía más que esperar a que el sol se pusiera nuevamente y les permitiera salir otra vez a cazar, exhaustos y satisfechos.
Sin embargo, la mente de Blancanieves no se detenía y, como un niño que vuelve todo el tiempo a contar las monedas que ahorra, ella repasaba el plan que urdió a lo largo de los años, descontando los pasos que ya había realizado. Su venganza sería una hazaña que le devolvería su trono y grabaría su nombre en la Historia por los siglos de los siglos.
La noche caía otra vez sobre la desolada ciudad de Corbin. Blancanieves, quien no durmió ni por un instante, aguardaba en el portal de la casa usurpada a que el último rayo de luz se ocultara. Le emocionaba tanto saber que aquella noche sus frutos se multiplicarían, ya que podría delegar tareas a sus nuevos súbditos, el tiempo sería mejor aprovechado y su ejército crecería exponencialmente.
Odel corrió con su ama ni bien despertar, comportándose como un perro fiel. Blancanieves lo recibió con una caricia en la mejilla, la que él aceptó con recelo, pegándose a la nívea y fría mano con entusiasmo. La princesa se sintió sofocada, pero se lo permitió solo porque había algo que deseaba saber:
—Dime, hijo mío —le dijo Blancanieves—, ¿cuáles eran los planes para luego de tu rescate?
—Los consejeros acusarán a la reina usurpadora de alta traición —respondió Odel, sin dejar de besar la mano de la sangre de su sangre—, y luego de su juicio, nos coronarán reyes de Catalia y todo volverá a la normalidad —concluyó como si no entendiera que él ya no era el que había sido hasta entonces.
—¿Nos? —preguntó la princesa con desdén.
—Sí, amada mía. Rey y reina, como debe ser.
—Ese plan no me gusta, pues yo soy la legítima reina de Catalia —dijo remarcando las palabras—. Y no me complace compartir mi trono con nadie.
Luego de esto, se zafó del agarre de Odel y se paró frente a él, con soberbia.
—Dime, Odel, príncipe extranjero, ¿serás mi fiel comandante? ¿Me juras lealtad por sobre todas las personas de la Tierra, sin importar lo que veas o escuches, ni la intervención de los que fueron tu familia y amigos?
—Mi lealtad es contigo, mi reina de las tinieblas —respondió Odel sin pensárselo dos veces, luego hizo una reverencia y tomó nuevamente su mano para besarla, pero esta vez con solemnidad.
Blancanieves sonrió satisfecha.
—Entonces, ve a despertar a mi ejército, tenemos un palacio que recuperar —le ordenó.
Odel se incorporó, sonriente, y caminó delante de ella hacia el cementerio de vampiros que ambos improvisaron la noche anterior. Una vez allí, él ayudaba a la gente a salir de la tierra y ponerse en pie y ella les daba un poco de su sangre para incentivarlos. Y, cuando estuvieron todos reanimados, marcharon hacia el próximo poblado, en dirección al palacio real.
El ejército de vampiros llevó caos a dónde iba, con los nuevos miembros famélicos atacando a la gente como si fueran animales. Blancanieves avanzaba tranquila entre ellos, bajo la luz de la luna, vistiendo una sonrisa diabólica cada vez que veía a algún cuervo revoloteando cerca, con la certeza de que ellos le llevarían el mensaje a su malvada madrastra y esta la vería a los ojos y se espantaría de muerte. La misma historia se repitió en todas las poblaciones de camino a su castillo, las criaturas de Blancanieves mataban, ella le daba nueva vida a los mejores especímenes, los enterraban y luego seguían avanzando. Y esto fue lo que vio la reina Roxelana en su espejo traído de Oriente.
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Venéreas: relativo al deleite o el acto sexual. El término "enfermedades venéreas" se usa debido a que estas se contagian a través de las relaciones sexuales.
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