Capítulo 2.

Capítulo 2: La reina malvada.

Vuelvo a la clase del profesor Smith e intento con todas mis fuerzas prestar atención y no distraerme. Me hace sentir avergonzada tener que andar por ahí con nada más y nada menos que seis tutores para seis de siete clases que veo. Es terriblemente humillante que solo esté aprobando una materia, ¡una! Y ni siquiera es con excelentes notas.

La razón por la que logro aprobar a la profesora Black en Historia es porque siempre coloca evaluaciones grupales y eso es lo que me salva. No soy una buena estudiante, lo admito.

Al momento de sonar la campana de salida, abandono a Elise y corro hacia los pasillos en busca de alguna cara conocida de mi grupo de nuevos tutores. Estoy decidida a terminar con esto cuanto antes.

Solamente hay un problema, ¿cuáles eran los nombres que me dijo la directora Ava? De los seis, solamente recuerdo a Stacy Lambret, y no solo porque es la más popular de todo el colegio, sino porque es considerada una reina entre todos los estudiantes.

Una reina de sangre fría y malévola.

Ella es malvada y todos lo saben, incluso sus rivales en la cancha de baloncesto. Creo que es por ello que nadie le gana en el deporte. Todos le temen.

Entonces se me ocurre en dónde puedo encontrarla. ¡Oh, Snow! ¿Por qué no pensaste en eso antes? Al ser el deporte la vida de Stacy, de seguro se encuentra en el gimnasio, su segundo hogar.

Me dirijo corriendo hacia el gimnasio y al entrar, encuentro al equipo de baloncesto recogiendo sus cosas para marcharse a la clase siguiente. Entre el grupo descata una meleja rojiza más perfecta que una propaganda de Pantene. Stacy Lambret.

Camino hasta ella y su grupo con cierta timidez, no estando segura de si una plebeya como yo pueda hablar a Su Majestad y su corte real. Unos pasos antes de llegar a ellas, me notan y sus conversaciones se apagan como una llama al viento para evaluarme de arriba abajo. Saben que no pertenezco a ellas. Stacy me da la mirada más fría que he visto.

—Ah... hola —saludo, insegura—. Soy Snow... Quisiera hablar contigo, Stacy... Claro, si tienes tiempo —agrego al verla alzar una perfecta ceja.

Stacy aprieta los labios un segundo.

—Ah, claro. Ya sé quién eres. Blancanieves —sus amigas sueltan una risita, riéndose de una broma que no comprendo. La pelirroja las mira con una sonrisa de superioridad—. Nos vemos en el almuerzo —su corte se retira y vuelve su atención a mí—. Bien, bien, Snow White, tengo entendido que seré tu tutora —ella se acerca a mí y noto que es más alta que yo. Al menos no la llamarán una enana de Blancanieves—. Al menos una de tus tutoras —una sonrisa cruel se forma en sus delicados labios—, ya veo que la princesita no es tan lista... Tal vez deberías volver a fregar los suelos de tu madrastra.

Me aparece un tic en el ojo.

—¿Cuándo empezaremos las tutorías? —prefiero preguntar para no enfadarme. No me hace ninguna gracia que la gente me compare con la caricatura de Disney. Stacy examina su perfecta manicura con aire pensativo.

—Estaré libre el vienes a la tarde —responde al fin. Acomoda la correa de su bolso deportivo—. Espero que puedas, es el único día que tengo libre —antes de que pueda responder, ella sonríe—. ¡Perfecto! ¡Sabía que podrías! Hasta el viernes.

Sacude su fabulosa melena y me deja sola en el gimnasio, con las palabras en la boca.

Escucho la campana escolar sonar.

Salgo del gimnasio y me dirijo a la horrible clase de Física. Elise ya está ahí cuándo guardándome un asiento. Mi mejor amiga hace una seña a su lado y me siento en el puesto vacío con un gran suspiro.

—¿Dónde estuviste? Parece que vienes de un juicio.

—Visitando a la reina del colegio —le resumo mi charla con Ava Zafiro y con Stacy—. Pero no estoy segura de los otros nombres, por lo que aún no sé quiénes son mis otros tutores.

El profesor entra al aula con su habitual cara malhumorada, pero eso no impide que Elise siga hablando.

—A ver, has dicho que Ava escogió solo a los más listos y capaces del colegio para ser tus tutores... Por lo que lo más seguro es que en Física te va a explicar Stuarth —señala con su lápiz la mesa vecina, dónde un chico de rizos rubios charla con otro de cabello negro—. Stuarth es el rubio. Y además de ser un genio, es muy guapo.

Lo es. Tiene unos bonitos ojos color chocolate y cuando ríe se le forman unos hoyuelos que le dan un aire más jovial y tierno.

—¿Cómo es que no lo conozco? —cuestiono con el ceño fruncido. Estoy casi segura de que es la primera vez que veo a alguien tan guapo.

—Porque, al igual que Química, usas Física para dormir —me recuerda Elise— y a veces ni siquiera vienes. Estoy segura de que no conoces ni a la mitad de la clase.

Abro la boca para replicar, pero de mis labios no sale nada. Elise tiene razón, aunque odie admitirlo.

El profesor Duncan empieza la clase con un carraspeo. Saco mi libreta de apuntes, decidida a prestar la máxima atención posible a la clase y así demostrarle a la Directora que puedo mejorar yo sola, sin la necesidad de una multitud de tutores.

Sin embargo, quince minutos después de haber sido iniciada la clase me doy cuenta que ese plan va a ser un completo fracaso al ver los múltiples ejercicios complicados que ha dejado el profesor en la pizarra. ¡Parece más bien la clase de jeroglíficos que la de Física!

Al finalizar la clase lo primero que digo es:

—¡Estoy perdida! ¡No voy a poder con esto!

Elise rueda los ojos.

—No lo estarás si permites que Stuarth te ayude. Anda a hablarle, antes de que se vaya.

Asiento con la cabeza mas no me muevo de mi asiento. Solo me muevo cuando Elise me da un empujoncito fuera de mi silla. Y por "empujoncito" me refiero a tirarme al suelo.

¡Ay, caramba!

Mi hombro golpea contra el suelo con dureza y yo lanzo un gruñido. Mi amiga ríe en voz baja mientras el resto de los estudiantes se voltean para verme tirada en el piso.

Siento toda mi cara ponerse roja como un tomate por la vergüenza.

¡No puede ser! ¿Ese chico de ahí está grabando?

Intento ponerme de pie, y digo "intento" porque en ese momento mi pie se atasca con la pata de la mesa y vuelvo a caer de boca. Las risas estallan a mi alrededor. Oh, tierra, trágame ahora. No, mejor: trágatelos a ellos.

Desatasco mi pie y me levanto, estando más roja que la manzana que me comí hace un rato. Recojo mi libreta y lápiz, tomo mi mochila y corro lejos de las risas estrepitosas, evadiendo estudiantes y huyendo de las burlas.

¡Este el día más vergonzoso de mi vida!

Llego a la entrada del colegio, teniendo una idea que me parece estupenda: no volver a clases el resto del día y ahogar mi vergüenza en la mejor de las medicinas: el helado.


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