Capítulo 15.

Capítulo 15: Un pasado congelado.

Mientras caigo, un aterrador pensamiento para por mi mente: ¿Y si no me atrapan? O mucho peor: ¿Y si me atrapan pero son del bando de los malos? Debí haberme quedado en el dormitorio de Elise y haberme defendido de cualquier modo ante el intruso que intentaba derribar la puerta.

Aprieto los ojos con más fuerza, con el miedo atenazando cada parte de mi ser. ¡Ay, Vengadores vengan a salvarme como salvan a todo el mundo! Unos fuertes brazos me atrapan y entreabro los ojos, ¿Capitán América, eres tú? No obstante, no es el Capitán América quién me ha atrapado. Ha sido el chico de piel oscura, quien me deja en el suelo.

Mi corazón late muy acelerado por haberme lanzado desde tanta altura. ¡Debería ser doble de riesgo! ¡Estas hazañas no las hace cualquiera!

—¿Q-quiénes s-son? —tartamudeo, pero esta vez del pánico.

—¿Nosotros? Tus salvadores. ¿Ellos? Tus enemigos —responde el pelirrojo agarrándome del brazo—. No tengas miedo, Snow, no somos malos. Nosotros hemos venido a salvarte. Mariana nos ha avisado.

—¿Mariana? —Estoy muy confundida.

—No hay tiempo de dar explicaciones, debemos irnos de aquí.

—¡Eh, tú, niña! —el grito viene desde la ventana. Alzo la vista y veo a un hombre señalarme con su mano—. ¡Pagarás esto!

¡Pero si yo no tengo dinero!

—¡Corre, Snow! —El pelirrojo tira de mi brazo y me obliga a correr. Me tropiezo con mis pies y me obligo a no ser tan torpe. ¡Vamos, Snow, es una situación de vida o muerte, ya tendrás tiempo luego para ser torpe!

El pelirrojo me obliga a correr por toda la calle y antes de cruzar una esquina, me permito echarle un vistazo a la casa de mi mejor amiga. Las paredes se han cubierto por entero de hielo y de las ventanas cuelgas estalactitas.

Vuelvo a prestar atención al camino. Ya tendré tiempo de sorprenderme después. Por un momento pienso que el chico me va a llevar a mi casa, pero a una cuadra de distancia se detiene.

—No podemos ir a tu casa. Seguro que van a buscarte allí —dice él, jadeante, pero no tan jadeante como lo estoy yo. Siento que estoy sin aliento. El hielo que me envolvía ahora ha sido reemplazado por un calor sofocante.

—¿Q-quiénes... e-eran? —jadeo, agotada. Me llevo una mano al pecho donde late mi desenfrenado corazón.

—Ya tendremos tiempo para hablar. Ya sé a dónde podemos ir. —El chico me indica que lo siga. Ya no estamos corriendo, pero nuestro paso es acelerado. Él mira sobre su hombro varias veces.

—¿Quién eres tú? —me aventuro a preguntar cuando finalmente he recuperado el aliento.

—Me llamo Nathan —contesta—. El otro chico es George.

—¿Nathan y George? —Esos nombres me suenan de algo. Tardo un largo rato en recordar—. ¡Nathan y George! ¿Cómo mis tutores? ¿Son mis tutores? —pregunto, sorprendida.

Nathan asiente.

—Así es. Soy tu tutor de Química y George el de Matemática.

—Pero... No entiendo nada. Todo esto es muy raro. —Frunzo el entrecejo—. ¿Qué está pasando? ¿Cómo Mariana supo de esos agresores? ¿Por qué los envió a ustedes? ¿Dónde está Elise? —Un pensamiento aterrador corroe mi mente: ¿y si esa gente le hizo daño a mi amiga? Elise es bastante lista, pero eso no le quita lo Barbie. A ella le aterroriza lanzar un golpe por temor a romperse una uña, ¿cómo va a defenderse?

—No tenemos tiempo para hablar, Snow —dice Nathan entre dientes, poniendo una mano en mi espalda para obligarme a caminar más rápido—. ¿Es que aún no has entendido que esto es literalmente un asunto de vida o muerte? ¡Debemos movernos, Snow!

—Pues claro que entiendo —replico—. Pero también quiero comprender qué es lo que ocurre. Quiero saber por qué tenemos que huir y por qué me están persiguiendo precisamente a mí. —¿Qué tengo yo de especial para que unos matones me busquen?

—Lo siento, Blancanieves. No soy el indicado para darte respuestas.

Me da una mirada apenada antes de darme otro empujón para seguir caminando.

***

Llegamos a una casa de ladrillos rojos con un árbol de manzanas plantado en el jardín. Ya la luz del sol se ha desvanecido y las luces de las viviendas están encendidas, indicándonos que hay gente en casa. Nathan sigue mirando a todos lados como un paranoico y no lo culpo, yo también estoy muy nerviosa.

El pelirrojo no me quita el ojo de encima mientras toca el timbre, quizá temiendo que el malvado dragón aparezca detrás del manzano. Para mi sorpresa, es Mariana quien abre la puerta y sus grandes ojos cafés nos miran llenos de asombro.

—¿Qué están haciendo ustedes aquí a estas horas? —Me mira—. ¿Has venido a tutorías?

Ojalá.

—No hace falta que montes el show, Mariana —dice Nathan, impaciente—. Necesito llevar a Snow a un lugar seguro y su casa no lo es.

Mariana nos observa un rato más, mirando de uno a uno como si fuera un partido de tenis. Nathan empieza a golpear el suelo con el pie, perdiendo la paciencia.

—Muy bien, chicos. Entren, rápido. —Mariana nos abre la puerta y nosotros entramos.

Antes de cerrar la puerta, Mariana escanea la calle y cierra con pestillo.

—¿Quién ha llegado, Mariana? —Veo a una mujer alta aparecer desde las escaleras.  Ella podría ser la réplica de Mariana pero unos años más mayor: el mismo cabello café, los mismos expresivos ojos y hasta la misma complexión.

—Mamá, ellos son unos amigos del colegio —explica Mariana con una enorme sonrisa—. Estaremos en la cocina, ¿te parece?

Su madre nos observa unos instantes antes de asentir con una cálida sonrisa.

—Claro, Mariana. Bienvenidos, chicos —nos dice antes de volver a desaparecer por las escaleras.

—Vamos —dice Mariana guiándonos hacia al cocina. Una vez nos instalamos allí, la castaña observa a Nathan—. ¿Qué ha pasado?

Nathan toma aire para comenzar la explicación y yo pongo los oídos alertas. Presiento que esta conversación me va a interesar.

—En cuanto nos pusiste sobre aviso salimos corriendo a casa de Elise —comienza a decir el pelirrojo—. Su casa se estaba convirtiendo literalmente en hielo. Logramos ver a Elise por una ventana y nos contó que Snow estaba en el piso superior. La hicimos saltar por la ventana y luego George fue a buscar a Elise.

—¿Me estás diciendo que no ayudaron a Elise cuando la vieron encerrada? —Creo que a Mariana le ha empezado a dar un tic en el ojo—. ¡Ella está indefensa con la pandilla más peligrosa del país, Nathan! ¡Usa ese cerebro que para algo lo tienes! —le reprocha. Me quedo atónita ante la reacción de Mariana. Ella jamás se ha comportado de ese modo tan serio y regañón, a excepción con Stacy.

—No estoy entendiendo nada —digo, esperando que alguien me explique. Pero creo que Mariana y Nathan están muy enfocados en su pelea como para prestarme atención.

—¡Íbamos a ayudarla pero ella no quiso, nos pidió salvar a Snow primero! —se excusa Nathan.

—¡Esos minutos que gastaron con Snow eran cruciales! —le grita Mariana—. ¡Elise podría estar muerta!

Creo que he perdido todo el color en mi rostro.

—¿Qué? —mi voz sale en un murmullo muy, muy leve. Mariana y Nathan dejan de discutir y me observan, avergonzados.

—Lo sentimos, Snow —dice Mariana, poniendo una mano en mi hombro—. No quise asustarte. Es que esta situación es muy delicada y me preocupa mucho.

—Yo también estoy preocupada —digo con una mueca—. Es más, ¡estoy aterrorizada!

—Apoyo las manos en el mostrador y dejo caer mi frente en mis manos—. No tengo idea de qué está pasando, mi cabeza es un revoltijo de pensamientos. ¡Estoy tan confundida! Y... Y Elise podría estar en peligro o peor y probablemente sea por mi culpa. ¡Y ni siquiera sé por qué es mi culpa porque nadie me quiere decir qué está pasando!

Se hace un silencio de varios segundos en el cual Mariana solo me mantiene tomada por los hombros en señal de apoyo.

—Sé que es complicado, pero... esta es una historia bastante larga. ¿Estás segura de que te sientes lista para comprender? —pregunta Mariana con voz serena que me ayuda a tranquilizarme. Alzo la cabeza, mirando a mi tutora de Biología y viendo su sonrisa confiada. Lanzo un suspiro.

—Solo quiero entender —mi voz suena quejosa.

—Y lo entenderás, Snow —asiente Mariana—. Pero debes prometerme que vas a mantener la mente abierta. Lo que estoy a punto de confesarte es algo muy complicado de entender, puede que sientas que te estoy hablando de un montón de tonterías. Pero todo esto es real.

Asiento con la cabeza, sintiéndome aún confusa pero dispuesta a aceptar cualquier respuesta que Mariana pueda ofrecerme.

Mariana aparta su mano de mi hombro y mira el suelo, acomodándose en el taburete.

—En primer lugar, esta historia no me corresponde contártela a mí. —Toma aire—. Es tu madre quién tiene que hacerlo.

Jadeo.

—¿Mi madre? —Estoy sin palabras. ¿Cómo es que mamá sabe lo que está ocurriendo y yo no?

Mariana intercambia una mirada rápida con Nathan.

—Como iba diciendo, esta complicada historia te la estoy contando por el mero hecho de que me estás pidiendo respuestas y de que sencillamente ya no podemos seguir ocultándote la verdad. Tu madre entenderá que te hemos contado la verdad por adelantado, te lo contaré todo sobre nosotros pero tu madre será la encargada de contarte los detalles.

—Mariana vuelve a tomar una profunda respiración—. Muy bien, quiero empezar diciendo que nosotros —señala a Nathan y ella misma— no somos del todo humanos.

—¿Quieres decir que son vampiros o algo parecido? —Entrecierro los ojos, empezando a sentirme escéptica. Sé que prometí creer en su palabra, pero esto ya me empieza a sonar muy raro.

—No, no somos vampiros —aclara entre risas—. Pero igual podrías considerarnos criaturas sobrenaturales.

—¿En qué sentido?

—En el sentido en que nosotros tenemos el control sobre un elemento de la naturaleza, el hielo. —Para hacerme una demostración, Mariana alza una mano con un ademán la cesta de fruta que adorna el mostrador se convierte el hielo. Me levanto de un brinco del taburete, asustada.

—¿Qué ha sido eso? —exclamo, espantada y sorprendida. Realmente debo estar soñando.

—Sé que parece algo imposible, pero es cierto. Incluso tú también puedes crear y controlar hielo.

Sacudo con la cabeza, aún con los ojos fijos en la fruta congelada.

—No, no, es imposible. Yo jamás en la vida he congelado algo, ¡si ni siquiera he congelado cubitos de hielo en el refrigerador! —exclamo.

—Snow, prometiste mantener la mente abierta —me recuerda Nathan. Asiento con la cabeza, pero la verdad es que todo esto me resulta muy difícil de comprender, a pesar de que tengo las pruebas delante de mis ojos. Inconcientemente llevo mis manos hacia el cisne de cristal que cuelga de mi cuello, ese pequeño animalito que siempre me ha hecho sentir mejor y de repente su tacto frío me recuerda a algo, otra cosa que había dejado olvidada en una esquina de mi cerebro. El primer sueño extraño que tuve, ese donde un niño llamado Rigel me obsequió el cisne de cristal que llevo en mi cuello, hecho por su propia magia. En ese sueño y en los otros que tuve, había casas y cercas hechas de hielo, incluso las flores. Todo el tiempo pensé que se trataba de mi mente creativa pero... ¿Y si todo eso fuera real?

Además, escuché a mamá hablar con Zabrina sobre un secreto que era mejor contarme, que eso me ponía en peligro, pero mi madre se negó a decírmelo. Zabrina... Ella en mi sueño era miembro de un Consejo, una mujer poderosa que yo admiraba.

¿Todo lo que soñé era real? ¿Todo fue producto de mi subconsciente que me hizo recordar un pasado que olvidé? ¿Pero cómo es posible que haya olvidado todo? No creo que una cosa como esta se olvide así como así.

—Está bien, cuéntamelo todo —decido, volviendo a sentarme en el taburete. Mariana me sonríe, encantada con la idea de que yo acepte creerle.

—Hace muchísimo tiempo atrás, cuando Molaff era un simple y pequeño reino al oeste de Europa, había un grupo de personas que fueron bendecidas por un hada. No me pongas esa cara, Snow, que solo te digo lo que cuentan los libros. —La estaba mirando boquiabierta, así que cierro la boca y asiento, indicándole que continúe—. Muy bien, esta hada dotó de un poder especial a estas personas: les concedió la habilidad de poder controlar tres elementos, hielo, tierra y fuego. Dos de estas personas se fueron a Ziloe y Falom, pero la persona que permaneció en Molaff aprendió a usar sus habilidades. Tuvo hijos y nietos, y cada generación tuvo esos mismos poderes. Pero con el pasar de los años, esa magia se fue dividiendo y debilitando, haciendo que muy pocas personas obtuvieran esa magia. Al ser Molaff un reino de hielo, las últimas generaciones solo podían controlar ese elemento. A los elementos de tierra y fuego les pasó lo mismo, pero con los reinos de Falom y Ziloe, respectivamente.

>>En la actualidad, muy pocas personas aún poseemos esta magia, pero solo podemos acceder a una y suele ser por genética. A nuestro ahora país, Molaff, le sigue correspondiendo el elemento hielo. A Ziloe, le corresponde el fuego y a Falom, la tierra.

—¿Y cómo es que yo tengo magia de hielo, si es que eso es cierto? —cuestiono, aunque ya sospecho la respuesta.

—Tu madre, Lisa, es una hechicera de hielo, al igual que tu abuelo —explica Mariana. Asiento, sorprendida de saber ese detalle, especialmente de mi abuelo. Mamá no es muy dadora de hablar sobre su lado de la familia, por no decir del lado de la familia de mi padre. Nunca hablamos de ese hombre que nos abandonó cuando nací, lo que me hace preguntarme...

—Mi... mi padre... ¿Él sabía lo que era mamá cuando se casó con ella? —Hacer esta pregunta se me hace sumamente complicada. Siempre evito en la medida de lo posible mencionarlo, incluso pensar en él.

—Yo... No lo sé, Snow. —Mariana sacude con la cabeza—. Eso es algo que deberás preguntarle a tu madre.

Asiento, comprendiendo.

—Continúa —le pido.

—Cuando eras más pequeña, tu madre y tú vivían en un lugar especial llamado el Glaciar. Ese es el lugar donde los hechiceros de hielo vivimos. Está encantado, por lo que los humanos normales no pueden encontrarlo. Lo mantenemos en secreto por nuestra propia seguridad, ¿quién sabe lo que haría la gente si supiera del Glaciar? Aunque te sorprenda, existe mucha gente que no le agrada la idea de que existamos. Para ellos somos unos fenómenos de la naturaleza que debemos ser aniquilados.

Eso me deja boquiabierta.

—¿Realmente la gente puede ser tan intolerante?

—No tienes idea —dice ella con seriedad—. Y ese es un punto muy crucial en esta explicación. Esa gente que te sigue se hace llamar el Clan del Hielo. Los miembros del Clan saben de nuestra existencia y están en contra de nosotros, hacen lo que sea con tal de cazarnos y asesinarnos. Somos sus enemigos, un mal que no debió ser creado. —Mariana sacude con la cabeza, desaprobadora—. Para ellos, ni siquiera somos humanos.

—Eso es horrible. —Me pongo pálida; atónita y aterrada.

—Así es, pero a ellos no les parece tan espantoso lo que hacen si eso significa exterminar un mal. —Ella alza una ceja, sarcástica—. Aman su empleo. De hecho, hay tres tipos de Clanes, cada uno se dedica a cazar diferentes tipos de hechiceros. El Clan del Fuego, reside en Ziloe y caza a hechiceros de fuego. Lo mismo pasa con el Clan de Tierra.

Sacudo con la cabeza, sorprendida. ¿Cuánto desagrado tiene que haber en una persona para hacer esto? Estoy, sinceramente, espantada.

—En el Glaciar tenemos nuestro propio sistema político —retoma Mariana la conversación—, nuestros líderes son los miembros del Consejo de Hechiceros de Molaff, o CHM para abreviar. Son un grupo de personas que toman todas las decisiones, no solo para el Glaciar sino para toda la comunidad de hechiceros de hielo en Molaff y el resto del mundo. Fue el CHM el que nos eligió para ser tus Guardianes, para protegerte de cualquier artimaña que el Clan de Hielo haya preparado para atraparte.

—¿Guardianes? —pregunto, extrañada.

—Esa es otra historia algo larga —dice Mariana, pasándose una mano por el cabello—. ¿No estás agotada, Snow? Has tenido un día bastante agitado. No quisiera agobiarte con tanta información. Todo esto es demasiado para un día.

Miro mis manos, temblorosas por todo lo que acabo de enterarme. Es cierto que ha sido un día muy exhausto y siento el cuerpo adolorido por la carrera a la que me enfrenté para huir del Clan, pero la verdad es que no puedo dormir. Mi mente aterrada no me dejará pegar un ojo hasta saber si Elise está bien y mamá... ¿Mamá estará bien? ¿Sabrá dónde estoy y lo que pasó? Estoy demasiado preocupada y nerviosa para irme a la cama. No necesito irme a descansar, lo que yo necesito son respuestas a todas mis interrogantes.

—Quiero saber, Mariana —susurro, con la voz afectada al pensar en Elise—. Quiero saberlo todo.


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