Capítulo 14.
Capítulo 14: Nieve en casa.
Elise parece haberse percatado de que mi charla con Stuarth no salió del todo bien por lo que en lugar de ir a mi casa, me ofrece que vayamos a la suya a tener una noche de chicas. Mariana dice que ella no puede unirse a nosotras y se despide de nosotras para marcharse a casa mientras Elise y yo continuamos nuestro camino.
—Muy bien, dime de qué hablaste con Stuarth —exige Elise—. Y no me vayas a decir que no hablaron de nada importante, porque tu cara te delata: estás mal por algo.
Le cuento a Elise toda mi conversación con Stuarth y mientras más recuerdo lo que pasó, más me sonrojo.
—¡Que vergonzoso fue! ¡Yo ahí, diciéndole que le gusto y él mirándome como si estuviera loca! —Cubro mi rostro con mis manos por unos segundos, intentando ocultarme de mi sonrojo avergonzado. Pero ni cien manos pueden borrar lo que pasó. Aparto mis manos de mi cara.
—Lo siento —dice Elise, luciendo verdaderamente apenada—. Pero en mi defensa, realmente parecía que le gustabas —dice ella con una sonrisa que pretende animarme pero no lo logra. Lanzo un suspiro lastimero.
—Pero no es así —me lamento—. Él está con Stacy aún y ya sufrí una dolorosa venganza de la reina, ¡y eso que no pasó nada entre nosotros! No quiero pensar en qué me haría Stacy si se enterara que él me gusta... O si llega a pensar que yo le gusto a él. —Suelto un quejido.
Elise se queda pensativa un rato.
—Stacy se vengó porque los vio hablar y ahora que han pasado días sin comunicarse, ella ha vuelto a su habitual rutina de ignorarte —dice Elise con tono reflexivo—. Si Stuarth y tú vuelven a pasar tiempo juntos para estudiar, puede que ella se lo tome a mal.
—Ya lo sé. —Hago un puchero. ¡Que situación tan complicada!
—¿Y qué piensas hacer, entonces? —me pregunta mi amiga—. Si te alejas de él, estarás a salvo de recibir balonazos, pero a la larga eso te va a lastimar y es probable que también lastimes a Stuarth.
—Eso también lo sé —suspiro—. Todo sería mil veces más fácil si Stacy no estuviera entre nosotros. Podría ser amiga de Stuarth, incluso podríamos ser algo más. —Inhalo el aire frío del atardecer—. Todo sería mejor si ella desapareciera de mi vida.
Elise permanece en silencio durante unos segundos.
—Ten cuidado con lo que deseas... —murmura, pensativa.
—¿Qué? —La observo.
—Ten cuidado con lo que deseas —repite ella en voz más alta—. ¿Sabes? Es muy curioso. Cuando estábamos en el centro comercial y te dejamos con Stuarth Mariana dijo <<Snow debería tener cuidado con lo que desea>>. No supe a qué se refería. Es probable que hablara de esto.
Le doy una mirada confusa.
—¿Estás insinuando que Mariana supo lo que iba a decir antes de decirlo? ¿Crees que Mariana es adivina?
Se encoge de hombros y yo quedo perpleja ante su sugerencia.
—Es que... No sé. —Sus ojos azules se posan en el suelo—. Algo en todo esto no termina de encajar. Siento que algo muy raro está pasando.
—¿Cómo qué?
—Mariana, Stuarth, Janelle... —Elise suspira—. Mejor olvídalo. No me entenderías.
—Y es verdad, porque estoy muy confundida. ¿Qué pasa con ellos? ¿Qué es lo que no encaja? —Esto me hace sentir muy perdida y hasta un poco alarmada. Elise no es de las personas que se ponen muy serias y reflexivas. Esa expresión significa que hay algo bastante grande ocurriendo.
Elise me mira con el ceño fruncido.
—Claro que no entiendes, ¡es que tú nunca te das cuenta de nada, Snow! —me grita ella, dejándome atónita y desconcertada por su repentino arrebato. ¿Y ahora qué le pasa? ¿Está enfadada porque uno de sus libros terminó mal? Ella siempre se pone sensible cuando termina un libro. Yo, a decir verdad, no la entiendo. No soy fan de los libros.
Ya estamos a solo una cuadra de la casa de Elise y yo me detengo, mirando a mi amiga boquiabierta y decido preguntarle si está sensible por algún final inesperado literario.
—¿Elise...?
—Elise nada —me interrumpe, viéndose de repente muy enojada. Esto de verdad me confunde—. Lo único que sabes hacer es lamentarte porque la Reina Malvada no te deja estar con tu Príncipe Encantado y no logras darte cuenta de que aquí está pasando mucho más que un romance escolar. ¡Abre los ojos, Snow! ¡Date cuenta que no todo lo importante gira entorno a ti, Stuarth y Stacy! —Me quedo totalmente sin palabras—. Cuando logres abrir los ojos a la realidad, llámame.
Como una verdadera diva, Elise me deja tirada en medio del camino, pisando con fuerza hasta llegar a su casa.
Supongo que eso significa que la noche de chicas se cancela.
Pero mi mente no puede pensar en lamentarme por mi patética vida amorosa ni por la noche arruinada. El regaño de Elise no tiene pies ni cabeza, no logro comprender por qué se ha enfadado conmigo de un segundo a otro. ¿Acaso le molesta que le hable de Stuarth? Ella jamás ha dado signos de verse enfadada por eso.
Ella mencionó que algo grande estaba pasando... ¿Y si mi conversación le recordó que algo anda mal? ¿Pero qué podría ser eso?
Observo a Elise entrar a su casa mientras intento descifrar qué es lo que pinta mal.
Y entonces me doy cuenta.
Me apresuro a ponerme en marcha, corriendo la cuadra que falta hasta la casa de mi mejor amiga. Cruzo el jardín a toda velocidad y toco el timbre. A los dos segundos, es la propia Elise la que me abre la puerta.
—Soy yo, ¿verdad? —pregunto antes de que ella pueda hablar—. Soy yo lo que no encaja.
Elise toma aire y abre más la puerta.
—Charlemos en mi dormitorio —dice. Asiento con una sonrisa, contenta de que mi amiga no haya permanecido enfadada por su arrebato y no me cerrara la puerta en la cara. Subimos juntas las escaleras y al llegar a su habitación me siento en un sofá color magenta y ella se acomoda en su cama—. En primer lugar, quiero disculparme contigo por haberme comportado de ese modo hace un rato. —Elise baja la vista, arrepentida—. No debí haber reaccionado de ese modo, es que ¡a veces me exasperas, Snow! Parece que en lo único que puedes pensar es en tus enamoramientos. —Elise toma una profunda bocanada de aire—. Pero en fin, no has venido aquí para hablar de ello. Tenemos cuestiones más importantes que tratar. En algo tienes razón, Snow, tú eres el factor común con las rarezas que han estado ocurriendo.
—Eso supuse, pero no queda claro el motivo. ¿Qué he hecho para que todo cambie?
—Esto ha empezado desde hace muy poco, a decir verdad. —Mi amiga se coloca un mechón de cabello suelto detrás de la oreja—. Conozco a Stuarth desde hace mucho tiempo porque es un chico popular y, aunque es muy inteligente, siempre ha sido muy egocéntrico, ambicioso y bastante mordaz con las palabras, lo que lo metía en un par de problemas. No obstante, sus conflictos nunca han llegado a los puños, como sucedió hoy. Yo estaba segura de que Stuarth se había enamorado de ti porque en cuanto te conoció se convirtió en una persona totalmente distinta. De repente era tierno, educado y amable. No volvió a actuar como el dueño del mundo ni a tratar a los inferiores como animalejos. —Frunce el ceño—. Hasta hoy, como dije. Hoy no solo fue la primera vez que Stuarth vuelve a estar en un problema, sino también que arremete contra otra persona. Yo creía que era como una de esas típicas historias de amor donde el chico popular que se cree la última coca-cola en el desierto cambia por la chica.
—Pero al final resulta que el chico malo ama a la chica mala —digo sin poder evitar que mi voz suene triste.
—Aún me sigue pareciendo muy extraño que Stuarth haya pasado a ser alguien dulce cuando te conoció y justo cuando le dices que lo odias, vuelve a ser una mala persona, pero al doble.
Me cuesta mucho imaginar al lindo chico de ojos cafés convertido en un típico bad boy de película.
—En cuanto a Mariana y a Janelle... —continúa Elise—. No las conozco mucho pero sé que en la fiesta fue la primera vez que Mariana amenaza a muerte a Stacy. Siempre han mantenido leves peleas, aunque jamás ha llegado a tanto. Pero... —Elise vuelve a tener esa mirada reflexiva.
—¿Pero qué? —pregunto, intrigada.
—No es tanto sus actitudes, también es... Todo. Ellos tres son algo extraños, es una cuestión que se siente más que notarla. Es como si ellos no encajaran entre la categoría de personas normales. Tengo una teoría, pero...
El timbre de la casa suena, cortando sus palabras. Elise gruñe, odiando ser interrumpida. Mi amiga se baja de la cama, saliendo del dormitorio para saber quién ha llegado. Sus padres no se encuentran en casa, como es habitual. Su madre es profesora en una universidad de la ciudad vecina y suele quedarse allí la mayoría del tiempo. Su padre trabaja en una constructora y actualmente tiene un empleo que le mantiene ocupado hasta las ocho de la noche.
Mientras Elise sale a averiguar quién ha llegado, yo permanezco sentada en el sillón, esperando. No ha pasado un minuto cuando empiezo a sentir que la temperatura de la habitación se ha vuelto glacial. Mi ceño se frunce y mis ojos se posan sobre al aire acondicionado, pensando que tal vez se ha averiado. Sin embargo, el aparato está apagado.
Que cosa más extraña.
Tomo aire y cuando lo expulso sale en forma de vaho. Me froto los brazos al sentirme helada. Mis manos y mis pies están perdiendo sensibilidad. ¿Cómo es que una habitación puede convertirse en el Ártico en menos de un minuto? Estoy tiritando cuando me pongo en pie para mantener el calor corporal. ¿En dónde se ha metido Elise? Ella debería estar aquí para explicarme por qué su habitación tiene la función de convertirse en el Polo Norte.
Estoy dando mi décima vuelta por el dormitorio cuando una pelusa helada y blanca me cae en la nariz. Me estremezco al sentir su frialdad. Luego cae otra pelusa, y otra, y otra más. Observo el techo, esperando ver un gato botando pelo guindado en el techo, pero obviamente ahí no hay ningún felino. Además, Elise no tiene gato. Me quedo aún más atónita cuando caigo en la cuenta que el techo no está vomitando pelo: es nieve. ¡Son copos de nieve! ¡Está nevando en la habitación de Elise! ¿Cómo es eso posible?
En el piso inferior escucho el inconfundible sonido de vidrios rotos al estrellarse contra el suelo, o contra la pared. Mis ojos grises se posan en la puerta, pensando en ir a ver qué está pasando. Escucho el sonido de un golpe y al instante algo que parece una pelea. Oigo trastos romperse y quejidos de dolor. Alarmada, corro hacia la puerta a ver qué ocurre pero la puerta no cede bajo ningún concepto. Estoy atrapada.
—¡Elise! —grito—. ¡Elise! ¿Estás bien? ¿Qué está pasando? —Aporreo la puerta, esperando que ella venga en mi rescate, pero Elise no llega y la puerta sigue trabada.
Desde el suelo, empiezo a ver la alfombra cubrirse por completo de copos de nieve blanquísimos y una finísima capa de hielo azulado empieza a consumir las paredes y el techo. Me aparto de la puerta al darme cuenta que ésta también se está cubriendo de hielo.
Empiezo a sentirme mareada. No comprendo nada de lo que está pasando. ¿Será que el zumo que tomé ahora tenía drogas y ahora ando alucinando? No volveré a comprar más nada ahí.
—¿Elise? —vuelvo a llamar, pero mi voz sale muy temblorosa a causa del frío. Siento que me voy a convertir en un muñeco de nieve. Mis dedos se están volviendo azules. ¡Ay, que horror! ¡Me convertiré en un muñeco de nieve pitufo!
—¡Snow! ¡Snow! —vocifera alguien desde la ventana—. ¡Snow, si estás ahí sal! —Camino dando tumbos hasta allí, sintiéndome helada y temblorosa. Por suerte la ventana ya está abierta y no tengo que luchar para abrirla. Me asomo desde el segundo piso de la casa y observo al jardín, donde dos chicos están mirándome. Uno de ellos tiene la piel muy oscura como la tinta y el otro es pálido con un llameante cabello rojo—. ¡Snow White, deja caer tu cabello! —grita el chico pelirrojo.
Intento fruncir el ceño, pero mi rostro congelado no me lo permite. ¿Arrojar mi cabello? Mi pelo negro apenas me llega a la altura de los hombros, ¿cómo espera que lo arroje? Soy Blancanieves, no Rapunzel.
—Creo que te equivocaste de cuento —le digo con voz temblorosa.
—¡Eso no importa, Snow! ¡Estás en peligro, hay unos matones que han entrado para asesinarte, tienes que saltar!
¿Saltar? Estoy en el segundo piso y el suelo está muy lejos. Si salto, me romperé un brazo en el mejor de los casos.
—¡No puedo hacerlo! —grito, aterrorizada. Sus palabras de que quién sea que esté en el primer piso con Elise me han dejado aún más espantada.
—¡Salta, te atraparemos! —promete el chico pelirrojo.
—¡Pero date prisa, que no tardarán en saber que estamos aquí! —me apresura el chico de piel oscura.
Tomo aire, intentando armarme de valor. Siento que el pánico me invade cuando subo uma pierna por el alféizar y luego cruzo la otra, aferrándome al marco de la ventana con todas mis fuerzas. Me digo a mí misma que no hay que mirar abajo, pero mis sentidos me traicionan y observo a los rescatadores. ¡Ay, por las berenjenas! ¿Por qué la casa de Elise tiene que ser tan alta?
Por un momento me siento tentada a quedarme donde estoy, sin atreverme a saltar. Pero entonces escucho cómo alguien aporrea la puerta del dormitorio de Elise y dudo mucho que sea mi mejor amiga intentando verificar que esté bien.
Los matones han venido a por mí.
Cierro los ojos, decidiendo confiar ciegamente en los dos chicos en el jardín y me lanzo al vacío.
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