Cap. 4- Habana
Sam Wilson se consideraba un hombre de mundo. Incluso antes de haber conocido a Steve, su carrera militar ya lo había llevado por múltiples espacios dominados por el peligro, zonas de guerra y otros menos bélicos. No obstante, esa era la primera vez que visitaba la soleada Cuba...
Y algo le decía, que se quedaría con las ganas de hacer turismo.
Habían llegado al atardecer. El quinjet estaba aterrizado a varios kilómetros del aislado complejo turístico, donde, según su información, Crossbones y sus hombres habían establecido una pequeña base temporal.
El lugar era paradisíaco, construcciones de ladrillos blancos, playas impolutas, palmeras, y una agradable y cálida temperatura que invitaba al baño nocturno bajo la luz de la luna en las aguas cristalinas.
―En serio, ¿podemos quedarnos cuando terminemos la misión? Solo un par de días ―insistió Sam a través de su comunicador. Desde su posición, en lo alto de uno de los complejos de apartamentos, contaba con una vista privilegiada del lugar.
―Si querías vacaciones, tal vez deberías haber buscado otro trabajo ―respondió Natasha, que permanecía oculta en uno de los apartamentos, junto a Alex, mientras Wanda y Steve vigilaban desde el último punto de la triangulación previamente acordada.
―Aguafiestas. ―Sam rodó los ojos, pero una nota divertida bailó en su voz. Ni por las mejores vacaciones de la historia renunciaría a su puesto como vengador.
Así a todo, la vigilancia era, sin duda, la parte que menos disfrutaba de su trabajo. Pasar largas horas quieto, sin hacer nada, no iba con él. Era un hombre de acción, un soldado acostumbrado al campo de batalla, a la adrenalina.
Por eso, no pudo evitar entusiasmarse cuando, una hora más tarde, a través de los radares térmicos incorporados en su traje, captó la presencia de los hostiles.
―Están aquí ―canturreó, frotándose las manos, presa de ese adictivo cosquilleo previo a la acción.
Cuatro camiones acababan de detenerse frente a la entrada trasera del complejo turístico, casi vacío a esas alturas del año, a excepción del personal laboral y dos pequeños grupos de veraneantes que, en ese momento, se encontraban en la playa, preparándose para una actividad de buceo nocturno.
―¿Ves a Crossbones? ―cuestionó Steve
―Van de camuflaje, la mayoría lleva la cara tapada... gorra y gafas ―chasqueó la lengua. Ese era su disfraz―. Se están separando en tres grupos, van hacia la playa y los muelles, creo que pretenden realizar una entrega... ―Achinó los ojos, a la par que aumentaba el zoom en el visor de sus gafas―. Otro grupo va hacia el almacén, y unos siete han entrado en el garaje.
―Bien. Wanda y Alex, a la playa, evitad que lleguen a los barcos, no queremos otro cargamento de armas ilegales en el mercado, pero priorizad la protección de los civiles, no dejéis que los usen como rehenes.
―Entendido ―ambas jóvenes respondieron al unísono.
―Nat, tú y yo con los del almacén ―ordenó Steve―. Sam, te encargas de los que siguen en el garaje. El primero que localice a Rumlow que informe inmediatamente.
―A las órdenes, Capitán ―Sam sonrió y, sin esperar un segundo más, alzó el vuelo, para aterrizar después tras uno de los camiones recién aparcados, fuera de la vista de sus adversarios.
Se tomó unos instantes para valorar la situación. Eran siete, pero cuatro de ellos marcharon enseguida hacia el interior del complejo, dejando a los otros tres con el cargamento que todavía seguía en los camiones.
Sam dio un paso adelante, dispuesto a hacer su trabajo y dejar a esos hombres fuera de combate, pero entonces, los sensores de su traje lo alertaron de una nueva presencia.
Apenas un segundo más tarde, una silueta se movió al límite de su visión.
Fue como una sombra, silenciosa y letal. Sin piedad, la figura rajó la garganta de uno de los terroristas, antes de que los otros dos llegasen siquiera a reparar en ella.
―¿Qué demonios...? ―murmuró Sam entre dientes, paralizado un instante. Reconocía esa silueta, y esos movimientos tan sensuales como mortales, los había visto antes... En el video de seguridad obtenido tras la incursión en los muelles del Hudson unas semanas atrás.
Esa era la mujer de la grabación; la que había sacado a rastras de la escena del crimen a uno de los miembros de aquella banda de traficantes de armas.
Su competencia.
Los otros dos terroristas no tuvieron la más mínima oportunidad. Con dos katanas cortas, la mujer se deshizo del segundo, y noqueó al tercero, dejándolo boca abajo contra el suelo, y los brazos retorcidos en la espalda.
―¿Dónde está Rumlow? ―lo interrogó.
Esa era la primera vez que Sam la escuchaba hablar, y no pudo evitar pensar que tenía una voz muy dulce, en contraste con la ferocidad de sus acciones.
Solo entonces Falcon reaccionó. Con los microcañones de sus muñequeras en alto, salió de su escondrijo, apuntando tanto a la mujer como al terrorista inmovilizado en el suelo.
―Lamento interrumpir ―comentó―, pero resulta que ese malote tiene un número de preso esperando en la cárcel, ¿qué tal si te alejas de él con las manos en alto, muy tranquilamente y tiras esa pasada de katanas al suelo? ―El tono fue distendido, incluso cómico, pero sin llegar a camuflar la naturaleza amenazante.
―Lárgate, esto no va contigo ―siseó ella, alzando la mirada―. No te metas en mis asuntos.
La mujer no utilizaba ninguna clase de máscara para ocultar su identidad y, por primera vez, Sam pudo mirarla a los ojos. Eran grises, con algunas notas verdosas, tan hermosos y magnéticos como gélidos.
―Lo lamento, señorita, pero no puedo hacer eso ―repuso él, sin el menor deje de verdadero arrepentimiento, y sin perder la compostura..., por mucho que la belleza de esa sicaria lo hubiese dejado fascinado―. Lo pediré una vez más. Apártate con las manos en alto.
En lugar de responder, ella lo fulminó con la mirada y, antes de que él pudiese activar su munición, ella noqueó al mercenario mediante un golpe seco con la empuñadura de una de sus katanas. Luego salió corriendo hacia el interior del complejo, por donde minutos antes habían desaparecido los otros terroristas.
―¡Mierda! ―masculló Sam, antes de ir tras ella―. Tenemos un imprevisto, la mujer de la otra vez, la que captamos en las grabaciones, está aquí ―informó a través del intercomunicador.
―¿Está aquí? ―Wanda fue la primera en responder. De fondo se escuchaba ya el algarabío de una pelea. Al parecer las dos benjaminas del equipo habían sido las primeras en pasar a la acción―. ¿Por qué?
―Parece que también va a por Rumlow ―explicó Sam.
―¿Representa una amenaza? ―quiso saber Steve.
―Sin duda, es una especie de Romanoff ―apuntilló Sam, recordando cómo ella acababa de deshacerse de cuatro terroristas sin despeinarse.
―No la pierdas de vista. Rumlow tiene que ser nuestro.
El aludido asintió en respuesta a la última orden del Capi, y salió corriendo en la dirección que la mujer había tomado segundos atrás.
El factor sorpresa ya no era una opción; en el exterior Wanda y Alex se enfrentaban a los mercenarios que ocupaban la playa y los muelles, y, a juzgar por el estallido que acababa de llegar desde las plantas bajas, Steve y Natasha hacían lo mismo en el almacén principal.
Sam se guio por el mapeado realizado con sus drones de orientación para dar con las señales de calor de los terroristas que habían entrado en el Complejo, y con la mujer.
―Quedan bastantes miembros del personal del hotel aquí dentro ―comentó, tras contar los puntos de calor, pero sin dejar de correr por los pasillos. La presencia de civiles siempre implicaba un riesgo mayor.
―Recibido ―contestó Natasha.
Apenas unos segundos después, un hombre salió disparado desde la habitación a la izquierda de Sam, echando abajo la puerta y desatando una pequeña lluvia de astillas a su paso.
―Creo que ya no necesito esto. ―El vengador apagó el rastreador. Estaba muy claro dónde se concentraba la acción.
En cuanto atravesó la destrozada entrada, se topó con la misma mujer de antes, en plena pelea contra los cuatro terroristas reunidos en lo que minutos antes probablemente lucía como un bonito apartamento vacacional.
La chica se deshacía de los hombres con una gracilidad y eficacia dignas de las mejores películas de artes marciales orientales, literalmente, parecía un ninja. Todos sus movimientos semejaban concentrados en un único patrón: golpear, interrogar y noquear.
Todo sucedió muy rápido, en una sucesión de puñetazos, patadas y cortes con el filo de sus armas, ella terminó con tres de sus adversarios, sin embargo, no pudo predecir el acto desesperado del cuarto.
Un estallido sónico y un huracán de polvo inundaron la estancia cuando un arma de propulsión derribó las ventanas del apartamento, y parte de la pared.
―¡Cuidado! ―Sam se lanzó hacia delante.
Aunque ella había sido lo suficientemente rápida para esquivar el proyectil, no pudo evitar verse arrastrada por la onda expansiva.
Falcon no se lo pensó dos veces antes de saltar por el destrozado muro, para atrapar en el aire a la joven que se precipitaba de espaldas desde un noveno piso.
Las alas de su traje se desplegaron con gracilidad, evitando así la mortal caída.
―¡Déjame en el suelo! ―protestó ella, todavía entre los brazos del vengador.
―Acabo de salvarte la vida. ―Sam arrugó la frente―. De nada.
―No te lo he pedido ―repuso ella, esta vez arreglándoselas para mostrar el filo de una de sus katanas―. Déjame en el suelo ―repitió, separando mucho las palabras, en un tono que a cualquier ser humano mentalmente sano le habría resultado de lo más intimidatorio.
Pero, o Sam no estaba muy cuerdo, o la presencia de esa mujer afectaba a su buen juicio, porque, en lugar de intimidante, le resultó fascinante.
―¿Te han dicho alguna vez que tienes muy mal carácter? ―respondió.
Pese a todo, descendió hasta el suelo, sin soltarla. Por mucho que ella lo amenazase con una espada japonesa, él era un caballero, y nunca dejaría caer a una dama, aunque esta fuese capaz de degollarlo sin pestañear.
Una vez con los pies sobre el terreno, ella envainó sus armas y le dedicó al vengador una mirada fulminante.
―Lo tenía todo controlado, estaban a punto de cantar la ubicación de Rumlow.
―¿Tú crees? ―Sam pulsó el botón que liberaba sus ojos de la protección de las gafas―. Desde mi posición, lo que parecía es que estabas a punto de convertirte en papilla de mercenaria... ―Se interrumpió a sí mismo cuando la frecuencia de su intercomunicador volvió a activarse, esta vez con la voz de Alex al otro lado de la línea.
―Wanda y yo hemos encontrado a Crossbones, estamos en la playa, junto a los muelles, y esto se ha puesto intenso. Están usando a los turistas como escudo, no nos vendría mal un poco de ayuda.
―Recibido, voy hacia allí ―respondió Sam.
Cuando alzó la mirada, en busca de la mujer, esta ya había desaparecido.
―Odio que hagan eso ―masculló, antes de levantar el vuelo en dirección a la posición indicada.
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La arena de la playa se arremolinaba en torno a los pies de Alex cada vez que se movía para realizar una finta o llave con las que dejar fuera de combate a los hombres de Rumlow.
Pelear al lado de Wanda siempre resultaba excitante; la sokoviana era tan poderosa que le transmitía la seguridad suficiente como para dejarse llevar y permitir que su cuerpo tomase el control, descargando adrenalina y guiándose tan solo por la memoria muscular.
Sin embargo, desde que había recuperado sus poderes, Alex sentía el ansia de utilizarlos constantemente; desactivaba armas con una orden mental, sobrecargaba intercomunicadores, y tomaba el control de los dispositivos electrónicos de sus adversarios, poniéndolos en su contra...
Volvía a estar en su elemento.
El único problema eran los turistas que habían llegado a la playa antes que ellas, con intención de realizar una clase nocturna de buceo. Los terroristas eran conscientes de su inferioridad frente a las dos vengadoras, y no habían dudado en aprovecharse de los civiles para equilibrar la balanza, de modo que Wanda y Alex se veían mucho más limitadas en sus ataques, preocupadas por proteger e ir liberando a los rehenes, antes que de derribar a sus enemigos.
Los destellos de energía carmesí de Wanda cubrían a un grupo de turistas de una lluvia de balas, cuando Falcon hizo su aparición estelar, derribando al francotirador con una descarga de sus microcañones.
―Gran entrada ―lo felicitó Alex, resollando por el cansancio, pero aún rebosante de energía y adrenalina.
―Ves, así es cómo se agradece la ayuda ―respondió Sam, tras aterrizar al lado de la tecnópata. Por el rabillo del ojo, también captó a Steve y Natasha, quienes se aproximaban corriendo hacia su posición.
Alex le dirigió una mirada de confusión y curiosidad, pero él se limitó a sacudir una mano. Ya le contaría lo sucedido con aquella mujer más tarde. Ahora debían finalizar la misión.
―¿Estáis todos bien? ¿Dónde está Crossbones? ―quiso saber Steve, una vez que llegó a su altura, mientras Natasha y Wanda los cubrían.
―Iba hacia los muelles hace un minuto. ―Alex señaló el lugar mencionado, a menos de cien metros de su posición, donde varias barcazas cargadas de armas se disponían a partir―. No pudimos seguirlo, por los civiles.
―Podemos ahora. ―Steve asintió, resuelto―. ¿Puedes anular los motores de las embarcaciones? ―Miró a la chica.
―Tengo que acercarme, pero sí ―respondió ella.
―Id. Nosotras nos ocupamos de esto ―intervino Natasha, intercambiando una mirada cómplice con Wanda. Entre las dos eran más que capaces de proteger a los civiles y derribar a los terroristas que aún seguían en pie en esa zona―. Sam, ayúdalos. Rumlow siempre se guarda algún as en la manga. Tened cuidado.
No se lo pensaron dos veces. Falcon alzó el vuelo, mientras que Alex y Steve lo siguieron por tierra, alcanzando el punto un instante más tarde.
Tal y como habían anticipado, en cuanto pusieron un pie en los muelles, varios hombres de Rumlow se abalanzaron sobre ellos. Steve se apresuró a cubrir a Alex con su escudo, al mismo tiempo que ella transformaba su piel en diamante, arrancándole a su novio una expresión divertida.
―Lo siento, es la costumbre ―se disculpó él. Por mucho que Alex fuese invulnerable en esa forma, su instinto siempre lo llevaría a protegerla.
―No necesito un caballero andante. ―Ella le guiñó un ojo―. Ve a buscar a Rumlow, yo me encargo de las embarcaciones y de los malos.
Steve solo sacudió la cabeza, y volvió a sonreír.
―A sus órdenes. ―Echó a correr, a la vez que contactaba con Falcon, quien sobrevolaba la zona con el mismo fin―. Sam, ¿algún indicio de Rumlow?
―No todavía, pero no está en las barcazas de la entrada. Alex ya se está ocupando de eso ―contestó su amigo―. Ve hacia tu izquierda.
―Entendido.
―Y Cap, no es por ponértelo más difícil, pero capto más señales de calor de las que deberían corresponder a los hombres de Crossbones. Es posible que hayan tomado algún rehén entre los turistas o el personal del hotel.
―Lo tendré en cuenta. ―Steve asintió, para luego tomar la dirección recomendada por Falcon.
La posibilidad de dar con el objetivo que llevaban meses persiguiendo estaba más cerca que nunca, el lugar no era demasiado grande, y aunque había varias barcazas, todas iguales, Rumlow podría estar oculto en cualquiera de ellas.
Fue al doblar el malecón a su izquierda, cuando su visión agudizada dio con el hombre responsable de toda esa situación. El ex agente de HYDRA acababa de arribar en una de las embarcaciones, cuyo motor ya estaba en marcha.
―Alex, te necesito aquí, deprisa ―la avisó a través de intercomunicador, pero cortó la transmisión, al reparar en otra figura que no había percibido antes.
Una mujer, sin duda alguna la mercenaria mencionada por Sam, semioculta tras una pila de motores usados, y con un arma automática apuntando a la barcaza ocupada por Rumlow.
Una mueca de molestia, y resignación cubrió el rostro de Steve. Estaba a punto de salvarle la vida a su enemigo... Pero no le quedaba otro remedio, la embarcación iba hasta arriba de armas y explosivos. Si esa mujer disparaba, y resultaba cierto que Rumlow tenía rehenes, todos morirían...
No podía arriesgarse.
Por eso saltó hacia delante, moviendo el arma de la mujer, y desviando el disparo en el último instante.
―¡Estás loco! ―Ella lo miró, furiosa―. Se supone que eres un vengador, ¡ellos son los terroristas!
―Eso no te da derecho a asesinar a sangre fría. ―Steve se reincorporó. No quería enfrentarse a esa mujer, pero todo en ella parecía indicar que así sería; la posición de su cuerpo, la tensión en la mandíbula, el brillo airado en sus ojos... No estaba dispuesta a dejarlo pasar... Y, pese a todo, él lo intentó―. Tira las armas, y hablaremos. No sé quién eres, ni qué quieres, pero si vas a por Rumlow, estamos en el mismo bando.
Ella dejó escapar un sonido parecido a un gruñido, al cual siguió una mueca hastiada y cínica.
―¿Los Vengadores y yo en el mismo bando?... Ni en sueños. ―Dicho esto, enarboló dos katanas cortas, y se lanzó hacia el Capitán América.
Steve maldijo por lo bajo, pero reaccionó a tiempo de interponer su escudo entre las armas de la mujer y su cara.
―No quiero hacerte daño ―advirtió―. Detente.
No sirvió de nada. Ella volvió a atacarlo, incluso con mayor agresividad. Fue entonces cuando algo muy extraño sucedió.
De repente, Steve se sintió más pesado de lo habitual, continuó defendiéndose, pero sus movimientos eran más lentos, y su fuerza menor... Como si el suero del supersoldado se hubiese evaporado de sus venas.
En medio de una complicada finta, ella logró herirlo en un costado. La sangre pronto tiñó de rojo la tela de su traje y el dolor le laceró las entrañas. Steve se dobló hacia delante, llevándose una mano a la herida.
―¡Oye tú! ―La voz de Alex llegó entonces a sus oídos alta, clara, y cargada de fiereza―. ¡A mi novio no lo toques!
Un segundo después, la tecnópata estaba a su altura, cubriéndolo de las estocadas de la otra mujer.
―Olvídate de ella, Alex ―Steve trató de enderezarse. Le dolía el costado, pero había sufrido lesiones mucho peores a lo largo de su vida. Además, sanaría rápido―. Ocúpate de la embarcación, Rumlow va en ella, detén el motor.
A regañadientes, Alex asintió. Se echó hacia atrás, y permitió que, de nuevo, Steve tomase su lugar frente a esa mujer que parecía salida de una película de Jackie Chan.
La barcaza estaba lejos, pero el alcance de sus poderes era mucho mayor... O eso se suponía, porque cuando trató de conectarse a través de la tecnopatía, no lo logró.
Volvió a intentarlo y, de nuevo, obtuvo el mismo resultado. La barcaza se alejaba cada vez más, perdiéndose en el horizonte.
Presa de la rabia y la frustración, Alex se volvió hacia Steve, con idea de informarlo sobre el inconveniente, sin embargo, la intención inicial quedó relegada a un plano secundario al verlo otra vez en problemas. Se defendía, y seguía de una pieza, pero no parecía él mismo.
―¡Steve, cuidado! ―En un ágil movimiento, empujó a su novio a un lado, evitando que las katanas de esa mujer le rajasen el torso.
Al mismo tiempo que lo apartaba a él, Alex quiso transformar su piel en diamante; un cálculo fugaz le había bastado para prever que el arma de su adversaria le rozaría el brazo, pero, de nuevo, no pudo usar sus poderes.
Obtuvo un corte superficial en el brazo y, sobre todo, una creciente sensación de rabia e impotencia.
¿Por qué rayos no podía usar sus poderes?
―¡Pero a ti qué te pasa! ―Desplegando el filo violáceo de sus sables láser, se volvió hacia esa maldita mercenaria que acababa de llevarla al límite de su paciencia.
―Os dije que no os metieseis en mis asuntos ―siseó ella.
―Ya, pues tú te has metido en los míos. ―Alex miró de reojo a Steve, que, pese a su herida, trataba de reincorporarse a la lucha... Definitivamente, iba a cobrarse la cuenta con esa mujer. Nadie hacía daño a su novio en su presencia y se iba de rositas.
Ambas se miraron a los ojos, serias, expectantes, y contiendo la respiración. Un segundo después, en tácito acuerdo, se lanzaron hacia delante.
Las espadas láser de Alex colisionaron con las katanas de su adversaria, sin romperlas, hecho que sorprendió a la vengadora, muy pocos materiales sobre la faz de la tierra podían resistir el filo de sus armas... Sin embargo, no se detuvo.
Intercambiaron varias estocadas en una sucesión de movimientos rápidos y gráciles, difíciles de seguir por el ojo humano. Sin dejar de pelear en ningún momento, Alex continuó intentando hacer uso de sus poderes... Sin éxito.
Empezaba a dejarse dominar por la frustración y el cansancio, pero ni en sueños se rendiría.
Esa mujer era mayor que ella, peleaba y se movía como un ninja, y no parecía tener ningún reparo en matarla si la ocasión se lo permitía... Pero ella tampoco se quedaba atrás. No necesitaba sus poderes para darle una lección.
Y no los necesitó.
Fue Sam quien, tras librarse del último sicario de Rumlow al que había estado enfrentado, disparó el dardo sedante que dejó a la mercenaria instantáneamente sin sentido.
En el mismo segundo en que ella perdió el conocimiento, Alex sintió como su mutación se activaba, primero cubriendo su piel de una capa diamantina, y después volviendo sus ojos dorados, al tiempo que su cerebro se conectaba con todos los dispositivos tecnológicos en un radio de varios kilómetros.
―¡Alex! ―Steve corrió hacia ella y la tomó de la cintura, al ver cómo se llevaba las manos a la cabeza, en una repentina pérdida de control―. Alex, escúchame, escucha mi voz...
―Estoy bien ―murmuró la mutante, respirando hondo, y recuperando poco a poco el dominio sobre sus poderes. Regresó su piel al estado normal, y rompió todos los enlaces tecnopáticos sin mayor dificultad―. Solo ha sido un momento ―añadió, confusa―. ¿Qué acaba de suceder? ―Miró a sus amigos―. ¿Y quién es ella?
―No lo sé. ―Sin soltar a su novia, Steve siguió la dirección de su mirada, clavada en la mujer inconsciente a sus pies―. Pero tenemos que averiguarlo. No solo afectó a tus poderes ―arrugó la frente―. Cuando me enfrenté a ella, yo tampoco tenía la fuerza de un supersoldado... Me sentía débil. ―Sacudió la cabeza y miró a Sam―. ¿Los civiles?
―A salvo ―respondió él―. Encontré a unos cinco maniatados en las embarcaciones que Alex detuvo. ¿Y Rumlow?
―Huyó. ―La mutante soltó un bufido. Habían evitado que el grupo terrorista trasladase varias toneladas de armas, pero se les había escapado la embarcación ocupada por Crossbones. Respiró hondo, haciendo acopio de la poca paciencia que le restaba, y se centró en Steve―. Tenemos que regresar al Complejo a que te traten eso. No me gusta nada esa herida.
Él le devolvió una expresión enternecida.
―No te preocupes, sano rápido ―respondió, al tiempo que le acariciaba la mejilla con la mano que tenía libre, pues la otra aún permanecía en torno a la cintura de su novia.
―Vale, parejita, no es por interrumpir porque me hagáis sentir incómodo ni nada de eso, que también ―carraspeó Sam―. Pero ¿qué vamos a hacer con ella? ―señaló a la mujer inconsciente―. Supongo que no vamos a dejarla aquí, ¿verdad? Creo que tiene unas cuantas cosas que explicar.
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SUPER SURPRISE!!!
Ya nadie se lo esperaba eh xD I know que he tardado media vida en actualizar, pero lo digo siempre, puede que tarde, but, esta saga la termino sí o sí, podéis estar seguros y tranquilos. La tengo hiper pensada hasta Endgame, y me muero por mostraros todo lo que tengo en mente, así que tarde o temprano, siempre llegará un capi. No va a desaprecer, ni ser eliminada, I promise.
Este capítulo me ha costado el alma, en serio, las escenas de acción me matan y rematan, siento que he terminado una maratón cada vez que finalizo una (creo que ya lo he dicho alguna vez jaja). Aun así, espero que os haya gustado. Ya veis que Lennon viene cargadita de chispa para nuestro Sam <3 Y AMO STALEX VALE jajaja sorry, no puedo evitarlo, Alex y Steve sacan mi lado más cursi, son mis bebés.
Nos vemos pronto. Muchísimas gracias por leer, por seguir ahí, y por vuestra infinita paciencia ^^
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