XIII
Esta mañana conocí a un agradable sujeto, de característica rubia ceniza y facciones afiladas. Había algo en su mirada, recta y temple, imperturbable a emociones fuertes, que reconocía de algún lado. Él me saludó cordial, me pasó de largo. Me pregunté quién era el nuevo inquilino, si es que nadie además de los vengadores podía pasearse tan campante en la zona residencial del edificio. Aturdido en el recuerdo, buscando la familiaridad con la que lo identificaba, tardé en responder a su presencia. Seguí su dirección y lo encontré en la cocina, interrumpiendo la cercanía que compartía con Wanda. De este modo, atar los cabos no fue tan difícil: se trataba de Visión. Fue un principio incómodo y revelador, por el aspecto humano, porque lo de la relación romántica ya lo veía venir.
—Peter —debido a la sorpresa, Wanda no me dejó retroceder para fingir no haber presenciado eso.
Hubo silencio, no supe quién de los tres iba a hablar, así que sospeché ser el más indicado para hacerlo y decir cualquier cosa.
—Wow, no sabía que era posible.
—¿Mi físico humano o nuestra relación?
Según mi parecer, lo primero le concedía un nuevo sentido del humor a Visión. Me agradaba, y no porque no lo fuera antes; cuando parece un androide sigue pareciéndome genial.
No se hizo esperar un reproche de parte de Wanda y una sonrisa mía, recordatorio discreto de que aún no me marchaba.
—No es ningún secreto —contrarrestó él, encarando conmigo. Todavía me fascinaba su aspecto, costaba acostumbrarse—. Estoy seguro de que Peter lo sabía perfectamente, nunca nos escondimos de él.
—Por supuesto. Siempre creí que había algo... mágico entre ustedes.
—Wanda es la única que me siente y sabe comprenderme.
—Ya basta —dijo entre risas que se traducían en vergüenza.
Con alguien tan directo como Visión, yo también me sonrojaría.
—¿Y a qué se debe el cambio de look?
Buscaron en sus rostros una respuesta que conocían, al parecer había un especial motivo que no querían exponer.
—Por ahora, es un secreto —contestó pacíficamente Visión.
Wanda bajó la mirada y mordió su labio. Guardar algunos secretos era nuestro fuerte, incluso yo tenía temas de los cuales ni siquiera hablaba con ella. Pero confirmando que su confidente era otro, fue inexorable no revolver mi felicidad de verla contenta con el abatimiento de pasar a un segundo plano. No quería sentirme solo. Loki era la esperanza.
—De acuerdo —asentí con lentitud, asumiendo era hora de seguir mi camino, no obstante, Wanda fue detrás de mí.
—Peter, confió en ti, sé que no le dirás nada a Stark.
—No es como si quisiera confiarle secretos de un día para otro —mi relación con el aludido continuaba tirante, y con lo que pasó, no estaba dispuesto a soltar a menos que él lo hiciera primero—. Tampoco creo que le sorprenda, cualquier cosa que hagas lo sacará de quicio.
—Dudo que obtenga su perdón esta vez —sonrisa triste, mas no arrepentida. Oh, Wanda, ¿en qué demonios estás pensando?—. Lamento escondértelo, lo comprenderás, no será permanente.
El abrazo que me dio terminó por arreciar una angustia inexplicable.
—No lo entiendo —susurré en su hombro.
—Lo entenderás cuando llegue tu momento. Aguarda, ¿sí? —Se separó para dejar un beso en mi mejilla—. Te quiero y, lo siento.
—Ya te disculpaste una vez —traté de bromear para que una sonrisa aflorara en mis labios, lo cual funcionó a medias.
—Peter, hay muchas más disculpas de las que crees que te debo y desconoces.
El único perdón que me importaba era el del dolor que incentivó con sus palabras. Aun así, Wanda tenía mi palabra, del mismo modo en el que nos tendríamos el uno al otro si las cosas salían mal, ella era como mi hermana y yo su pequeña araña, y esperaba eso no cambiara.
Mi plan inicial resultó muy favorecedor para mi cansancio anímico. La sala de cine era cómoda, oscura y perfecta para esconder mis sentimientos en la distracción de una película. Grease fue la elegida. Prometí verla con Steve, sin embargo, necesitaba mi anestesia musical y llena de finales felices. Desde que puse play escamé de mi soledad, la omnipresencia de Loki me fue más palpable y presentí en cualquier momento me hablaría desde los rincones oscuros. Debí apreciar que era alguien considerado —o indiferente—, puesto que pronto me olvidé y no vino a interrumpirme como esperé.
Con una película romántica siendo mi compañía, una pregunta surgió, y no era la primera vez que lo hacía.
¿Al enamorarse, enamorarse realmente, cómo se ve a esa persona? ¿Cómo con la que se quisiera pasar el resto de sus días? Puedo constar que amores van y vienen, y aunque las cintas pinten un final feliz, ¿dónde se asegura que todo va a ser para siempre? Es ahí donde me cuestiono si se preocupan de si van a querer a esa persona para toda la vida, si dejaran en algún momento que la razón adquiera más peso sobre el sentimiento. Empecé a reflexionar al respecto, llegando a la conclusión de que quizá uno no puede saberlo. De todas formas, ¿quién soy yo para hondar en este tema? No sabía mucho de la vida, y el contacto más cercano eran las películas.
Tuve que detenerla antes de que mi canción favorita empezara. No tenía la clase de humor para disfrutarla. Con la pantalla congelada y la seguridad de estar acompañado, intenté que mi llamado no fuera ignorado.
—¿Loki?
—Ese es mi nombre, galán.
El dialogó coincidió con la ausencia que había marcado al pausarla. Debía ser ingenioso con las palabras, y también saberse la película de memoria. Yo me la sabía, me gustaba repetirla cada que se daba la ocasión, pero concientizar que todos esos años Loki estuvo viéndola conmigo amainó la sensación de haber estado solo.
Volteé hacia atrás, de donde había provenido su voz. Una sonrisa en mi rostro, emocionado de lo no tan diferentes que éramos. Él estaba sentado en el sofá rayano al mío, relajado como si las dos horas anteriores no se hubiera molestado en buscar otra actividad más entretenida.
—¿También fan de Grease? —seguía en la ilusión con él, en el intermedio de abrir la conversación con una broma y dejar atrás las formalidades.
—¿Qué otra opción tenía? O veía lo que tú veías o contemplaba una celda.
Apoyé mis brazos en el respaldo y me posicioné dándole la espalda a la pantalla, ya ocupado en buscar la insinuación que ayudara a distender la esencia sibilina que corroía mi ansiedad de ser ajeno al secreto.
—Supongo que alguna vez fuiste libre.
Rescaté ingenuidad malintencionada antes de un rostro limpio de adornos.
—Si lo fui no lo recuerdo.
—¿Quieres hablarme de eso?
El silencio abogó por él. Duro sobre la verdad, exigiendo confianza cuando no tenía. Trataba de entender por qué hacía lo que hacía, a pesar de la rebuscada razón que ya me sabía. La soledad justifica, pero el hombre desesperado habla, y él parecía no aprovechar la ventaja que conmigo tenía. A punto de dar por sentado su no cooperación, habló.
—Fui víctima de la mentira —su mirada descendió, como un dios que desde arriba puede dar retroceso a la cinta precedente del presente. De recelo por la herida al vacío de por estragos—. Crecí con ella, en la ignorancia, hasta que desenmascaré los demonios que me rondaban, y condené mi existencia al creerla toda una farsa, incluso lo que sentía. Entonces vendí el alma al no poder deshacerme de ella. Aquel que teme por su destino a manos de otro se vuelve peligroso, hará lo que sea para sobrevivir.
Cuando me sostuvo la mirada, supe que había terminado, con la respuesta, y también con mis palabras. ¿Qué podía decir yo?
—¿Te consideras peligroso?
—Antes, cuando no era dueño de mis actos. La ira, el rencor. Ahora solo soy peligroso para mí, era mejor cuando no sentía nada.
—¿Qué sientes?
—Siento un... particular afecto hacia ti. Contradictorio cuando juré no ver bondad en las personas.
—¿Y por qué yo?
Su sonrisa se levantó tan lenta y amargamente en el recordatorio de que la respuesta estaba justo frente a mis ojos. Aun así hizo el favor de no dejarme cabos sueltos.
—¿Acaso no te has sentido engañado, desconfiado hacia el que más quieres, triste e incomprendido, sin oportunidad de hacer tuya tu vida, en la ilusión de que las cosas deben ser tal manera y la espera de poder alzar tu voz?
No era necesario ser tan contundente. El proceso de aceptación no se daba por terminado. Dar la cara a la realidad, concisa como es, era difícil para alguien que aún quería ver en los propósitos el bien.
—Peter, tú y yo estamos en el mismo hoyo.
—¿Podemos cambiar de tema?
—También prefiero que dejemos de hablar de la miseria.
No tardó en moverse y adquirir un lugar a mi lado.
—¿No estábamos viendo una película? —invité, contemplando el filme pausado.
—Preferiría tu atención en mí.
Lo volví a ver. Pensar que él estuvo sentado, acompañándome todo el tiempo, levantaba una gran fortaleza en mí; nunca estuve solo y, a mi decisión, él tampoco lo estaría a partir de hoy. Nos mantuvimos la mirada unos segundos. Cuando dejaba de hablar, parecía cambiar, la viveza se transformaba en irrealidad, su imagen, perfecta, corrompida por la ilusión. Esbozaba miedo en mí, miedo a que fuera un producto de mi imaginación.
—La tienes. Yo voy a escucharte, voy a confiar en ti.
—De pronto suenas muy seguro.
—De pronto quiero comprobar que eres real.
—¿Necesitas tocar para creer?
—Sabes que tengo un trauma con eso.
—Crees en la justicia sin tenerla, en el amor, en la verdad. ¿Necesitas tocar para creer, Peter? —repitió.
Cuando la vida volvía a sus facciones, con ella el brío que contenía una fiera en sus ojos. Él tenía las riendas, no yo.
—Si lo planteas de ese modo...
—Detrás de un gato, a pesar de que todo el mundo insistía en negar su existencia. Yo comencé a creer en ti, me trajiste a la vida cuando me creí muerto. Supe que eras el indicado en aquel entonces.
—¿Y esperas algo de mí?
—Más bien pregúntate qué esperas de ti. Te has vuelto muy dependiente. Yo no soy Stark, no necesitas mi permiso.
Evité el juicio de sus esmeraldas momentáneamente. Jugué con mis manos. ¿Qué quería que sacara de todo eso? Insistía, insistía, y me abrumaba, no sabía qué hacer. Su contacto, el recordatorio de mi vulnerabilidad, también la razón que alivia mi ceguera; él me ha leído el alma, y me da miedo de la misma forma en la que alimenta mi coraje.
—No, no necesito tu permiso. Eres un fantasma.
Valoré la tibia sonrisa de diversión. Sé que él no lo esperaba y su gesto fue genuino. Yo también podía sorprenderlo.
—Peter, ¿qué deseas en la vida? Además de ser libre —inquirió tras una pausa de reflexión.
Me encogí de hombros.
—En mis sueños, el Hombre Araña es el tipo amigable del vecindario. Sin el traje, tiene una vida normal, y con él, lucha por algo más que la justicia. Mantiene a salvo a todos, porque es humano también, los poderes no lo hacen prescindir de lo vital; quiere estar con su tía, tener amigos, enamorarse —suspiré—. ¿Tú deseas algo?
—Anhelo libertad, siendo escueto, pero varía de momento a momento. No sé qué tan extensas sean mis rejas, aunque me libere, entraré a una jaula más grande. Yo no tengo ambiciones ni nadie que me quiera. Deseo deshacerme del dolor.
—¿Y motivándome sanarás ese dolor?
Arrastró la duda hasta su mirada.
—Saldremos juntos de esto. Mis sueños no empezarán sin ti, voy a sacarte de aquí no importa quién seas o qué hayas hecho mal en tu vida. Y te equivocas, yo sí te quiero —no sé de dónde salió esa determinación, sin embargo, me sentía bien, la emoción en mi pecho, como si fuera a dar mi vida por ello.
—¿Sin conocerme?
—Es un defecto. También quise al señor Stark sin conocerlo. Pensé que eras un absoluto observador.
Si Loki sonriera más a menudo, yo renunciaría a todo para mantenerla en sus labios.
La soledad nos unió, pero ya no estábamos solos.
—Peter Parker, no dejas que mi conversación sea transcendental.
Reí en un tierno brote de gusto. Cuando conectamos de nuevo, supe que tocarlo era capricho aparte.
Oh, Peter, ¿por qué te enamoras tan rápido?
En ese instante, creía que Loki me gustaba, afirmación espontánea, necesitaba que alguien me hiciera sentir así, solo como él provocaba. Y era tan perfecto e imperfecto, el apoyo que siempre hizo falta.
Puse mi mano sobre la suya. Sin tocarnos, cerré los ojos e intenté algo.
—¿Qué haces?
—Sentirte.
No supe que expresión hubo en su rostro; quedó a la imaginación, como el tacto sobre su mano que no ha sido tomada en años. Esperaba, Loki imaginara lo mismo.
Me quedé dormido, anegado en un extraño sueño del que no era consciente, no hasta que la música paró abruptamente y me sacó del estanque. Seguía en la sala de cine. You're the One That I Want jugó con mi mente mientras dormía, donde Loki y yo éramos protagonistas de nuestro propio musical. Desperté gracias a que alguien me había hecho el favor de pausar la película antes de mi coro favorito, rompiendo la magia de mi fantasía.
—Llego tarde —dio por hecho Steve, sonriendo.
—Lo siento, la próxima vez tú eliges la película.
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