XII
Mis dedos hundiéndose en el manto de fina selva, entrelazándose con mechones negros y aterciopelados. En mi regazo, un sumiso gato que no era mi gato, al menos no el que solía ver sin la posibilidad de llegar a él. El pelaje de éste era más largo, arremolinándose como creciente melena de león. Eso le hacía parecer gordo. Sus ojos eran amarillos, nada especial debido a que tenía al verde como mi acostumbrado. Aun así, me hice el tonto y fingí no darme cuenta de que me estaban engañando. Pero apreciaba el esfuerzo, más por la persona de la cual provenía.
Wanda. Ella llegó un año después de mi reclusión en las instalaciones de los Vengadores. ¿O habían sido dos? El tiempo sin saber de la realidad pasaba desapercibido, río de días que corrían y me arrastraba con ellos. Nunca la veía ni la había tratado de forma directa, a voces me enteraba de que era alguien particularmente inestable, eso hasta la vez que me ayudó cuando yo me desmayé. Desde entonces, siento un vínculo de ella hacia mí, como el remordimiento de deberme algo, de querer saldar una cuenta de la que yo no estaba enterado, pero en mayor medida, el que uno tiene con los hermanos. Esa fuerza protectora es lo que reconocía en Wanda. Le ha sido fácil porque es la miembro más joven del grupo, después de mí, y yo la he aceptado y admirado apenas la conocí.
—Stark podrá dormir tranquilo ahora que lo encontramos —dijo Wanda.
—Sí, porque lo echará del edificio —no me afectaría, ese no era el que tanto había buscado.
Me parecía que los momentos con ella eran más ligeros.
—Dejará que lo conserves —insistió con una sonrisa—. Lo convenceremos de algún modo.
Me fascinaba su acento.
Solté al gato en el piso, dejando que éste se fuera seducido por el juguete de plumas que Wanda manejaba. Parecía más encantada con el felino después de lo mucho que yo había peleado por uno que según no existía. Ser despistado me era fácil cuando a quién complacía era a ella.
Ah, ahí está su sonrisa otra vez. Creo que me gusta. Llegué a esa conclusión cuando comparé mi admiración entre mis demás héroes y ella. Era diferente y nuevo para mí, mas este sentimiento hacía que fuera un placer salir liviano del pasar del tiempo. Bueno, casi. No salía tan indemne cuando pasaba algunas pequeñas vergüenzas, un ejemplo de ello es cuando levanta la mirada y me atrapa en el acto de apreciarla, justo como en este instante. Mis mejillas se pintan de rojo y el calor de mis orejas lo puede asegurar.
—Peter, tengo algo que decirte.
Mierda, digo, rayos —porque el capitán Rogers no aprobaría ese lenguaje. Así nunca lo haya dicho en voz alta, sentía que ni en el pensamiento estaba permitido—. Si ella se había dado cuenta de lo que sentía, prefería morir a sentir el rechazo.
No obstante, alguien entró a la sala: el señor Stark. Él pasó campante, adivinaba tomó un descanso del taller. No nos prestó demasiada atención, pero pronto regresó sobre sus pasos al notar que algo no cuadraba.
—¿Qué hace un gato en el sofá? —lo señaló.
Hubo un intercambio de miradas entre Wanda y Stark, una comunicación inmediata.
—Oh, no. Pensé que ya habíamos superado lo del gato —replicó.
—Deja que Peter lo conserve, le hará bien después de todo el lío que, según tú, armó por él —se levantó Wanda en mi defensa, cayéndosele el juguete del regazo y haciendo que el gato bajara para entretenerse en el piso.
Ese felino era tan normal y predecible, no me apetecía conservarlo. Wanda era el único motivo por el que abogaría su adopción, ella necesitaba más una presencia pequeña y sin contradicciones que la acompañara; y no hablo de mí, hablo del gato, no me malinterpreten.
—¡No alimentes sus ilusiones! Ya lo había olvidado y vienes aquí a recordarle a su mascota imaginaria.
—¡Eres detestable! Y un amargado también —se puso en marcha de alguna segunda opinión que diera un voto a favor de tener una mascota en el edificio.
Steve sería el primero en recibir la queja.
—Gracias —sarcástico, Tony la vio alejarse.
A mi opinión, Stark debía tener un poco más de paciencia para los que aún no alcanzábamos la mayoría de edad.
Me levanté para ir a cargar al dócil animal.
—¿Por qué no puedo conservarlo?
Él posó la mirada sobre mí hasta que obtuvo una respuesta ya meditada.
Suspiró.
—Bien, solo porque no quiero un enemigo más en este edificio.
Agradecí, acercándome para abrazarlo con uno de mis brazos.
—Pero no te me acerques con esa cosa peluda —ya se le habían bajado los humos.
Sonreí y fui a buscar el juguete de mi nueva mascota para ir a darle un lugar en mi habitación. Aunque antes de irme, regresé a liberar una duda recién surgida.
—¿Tienes otro enemigo?
—¿De qué hablas, Peter?
—Dijiste que no querías tener un enemigo más —corroboré. Por un momento creí ver que lo había dejado sin palabras, así que añadí lo siguiente para obtener algo más específico:— ¿Es Steve?
Negó de manera lenta.
—No, lo es. Fue solo un decir.
Y yo marché sin más preámbulos.
Días más tarde, el gato apareció muerto. Wanda salió a despedirlo y yo la acompañaba desde el balcón. Estricto me era poner un pie fuera del edificio. Mientras era partícipe lejano del escueto rito funerario, ahuyenté pensar que mi poder era un peligro y que allá afuera solo conseguiría lastimar a los demás. Enterré esa imaginación junto con el gato, pleno de la voluntad que no abandonaría. Quería ser como ellos, un vengador. No iba a poner peros si Stark me ayudaba a conseguir ese objetivo; tenía que acatar sus exigencias. De niño uno no entiende el sacrificio hasta que la vida te demuestra que para avanzar siempre hay que dar algo a cambio.
La muerte ayuda a superar.
Escuché un ronroneo. Había un gato en la esquina de la terraza, sentado cual gárgola. Ahí estaba, después de tiempo en el que creí que no lo volvería a ver, comprobándome que era posible estar loco o que quizá necesitara renunciar a él también si de un producto de mis fantasías se trataba.
Tenía la impresión de alcanzar algo inexistente.
No lo seguí, no como otras veces. El gato entendió mi mensaje y sin premura saltó al suelo, caminando al interior. Me pregunté por qué adentro, por qué no ir al exterior.
Sé que se trató de una despedida, una temporal, porque no lo he vuelto a ver, pero creo con fervor, que él sigue ahí, como una extensión propia de mi conciencia.
Ese gato soy yo, buscando atención sin llegar a ser tocado. Solo uno puede verme, me pregunto quién. Y aún más importante, ¿me seguirá?
Desde ese día, ya no volvería a ser un niño.
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