VII

Fue nulo intentar comunicarme con Stark. Antes de ser un castigo para mí, podía constatar que lo era para él. Negaba mis llamadas, cuando yo ya estaba listo para disculparme. Él debiera estarlo pronto, ya que con un perdón no bastaría para contentarme. Esperaba mi voz haya sido escuchada, si no, no sabría cómo llegaríamos a un acuerdo. Estoy consciente de que ya no estoy en edad de acatar su voluntad. Debía admitir que en parte el fantasma tenía razón, no podía solo hacer berrinche y aguardar a que las cosas cambiaran.

Y hablando del fantasma, hace días que no lo he vuelto a ver. He de suponer que sus motivos son convenientes, el edificio está poblado otra vez. No he abandonado la cocina desde la mañana, del mismo modo en que Barton se ha quedado dormido en el sofá. No me di cuenta de eso hasta que hace unos minutos dejé de cuidar los brownies en el horno y noté su presencia en la sala.

El lugar estaba en silencio, cada quien en lo suyo. Y yo, hipnotizado en la cocción del pan.

—Peter.

Mi cuerpo se crispó ante el inesperado llamado. Me sorprendieron con mis pensamientos otra vez inmersos en el misterio que desde hace poco tiempo me atrapaba.

Saludé, volviéndole a dar la espalda al doctor Banner, sabiendo este llegaría a mi lado.

—Deja de estar tan tenso —tomó mis hombros por detrás, dándome un masaje que no me sirvió de mucho—. Me recuerdas bastante a mí.

Lo vi trasladarse y recargarse en la encimera paralela, de modo que nuestros rostros conectaron, aunque yo no dejaba de distraer mi mirada.

—¿Has tenido contacto con Stark?

Él negó. Atisbé que el lapicero que antes estaba en el bolsillo de su camisa se encontraba ahora en sus manos. Él jugaba con él distraídamente, dándole continuos golpes a su dedo. Podía entender la ansiedad con la que él siempre cargaba, que aunque no era ni por cerca lo que yo sentía, intuía que en algún momento yo también estaría susceptible a explotar.

—Con suerte tiene tiempo para ti. No es como si fuéramos amigos e hiciéramos videollamadas todas las noches.

Me hizo sonreír.

—Sí, somos un equipo, pero cada quién tiene su papel —prosiguió—. Diría que la última vez que no dejamos de vernos día y noche fue cuando una amenaza llegó al mundo y cuando tú llegaste con nosotros.

—Espero que con amenaza no te refieras a mí. Ya me sé la historia: ese entonces te encontrabas renuente a tratar conmigo, con eso de que era un niño y mi hiperactividad podría llamar al otro sujeto.

—Me veías de vez en cuando, incluso una vez preguntaste si era una especie de científico loco. Para mí no eras una amenaza, me dabas mucha gracia —afirmó—. A lo que me refería era que hace tiempo tuvimos una batalla tan dura que prometimos vengar la tierra en caso de no salvarla. Así fue como surgimos.

—Creo que nunca nadie ha mencionado esa hazaña —y era cierto. Con desenfoque sabía que una fuerza mayor unió a mis héroes y grupo al que actualmente pertenezco, mas nunca escuché relatos de la victoria, de cómo era el enemigo o las diferencias que había entre ellos antes de formarse como los conocidos Vengadores.

—Ciertamente. Algunos perdimos más de lo que deberíamos. A Stark le gusta presumir sus triunfos, pero esta... —él bajó la mirada y negó con la cabeza.

Observé los brownies fijamente, jugando mi mano con mi labio inferior mientras lo meditaba. 

¿Qué perdió Tony Stark esa vez?

—¿Contra quién pelearon?

—No creo que sea conveniente hablarte de eso —me contestó, mas detrás de sus lentes pude distinguir el deseo de querer comentar algo al respecto. No me equivoqué del todo, Bruce se acomodó en su lugar, listo para explicar. Quizá fuera mi mirada lo que lo convenció al final—. Apareció sin aviso previo. Exigió atención, nos manipuló, claramente una diva. Su nombre era Loki...

Los brownies se encontraban ardiendo. Mis apresuradas y torpes acciones enmudecieron al doctor, quien retrocedió unos pasos cuando me encontré sacando el molde y soltándolo sobre la encimera metálica. En ese instante me percaté de que no había nada malo, no había humo ni signos de que se hubieran carbonizado.

—Que raro —musité, retirando las manoplas. De no tenerlas al alcance, seguro me hubiera aventurado a retirar sin protección el molde del horno.

—Supongo que volveré al laboratorio —el hombre se veía algo extrañado por mi conducta.

—Y yo seguiré aquí —inspiré profundamente y luego dejé salir todo de mis pulmones. Por si acaso, volví a asomarme para verificar el interior del horno, en donde seguí encontrando nada—. Vuelve más tarde, antes de que se acabe —señalé los brownies.

—Sí —sabía que no le preocupaba en absoluto si alcanzaba o no. Él hizo amago de marcharse, pero volvió sobre su paso para agregar—. Y con respecto a lo que te dije, agradecería que no lo comentaras con nadie. A Stark no le haría muy feliz saber que lo mencioné.

Asentí. Si podía guardar el secreto de un espectro, también guardaría toda la información que se me brindara.

No pasó mucho antes de ver cómo Clint se levantaba de su lugar, caminando duro y con premura hacia el área de dormitorios. De hecho, había tenido en mente sugerirle que era mejor descansar en su cama que en el sofá, de otra forma se encontraba indefenso a que yo le tomara un par de fotos graciosas para mi colección.

Sin nadie más cerca, busqué entre los cajones por una espátula. Cuando giré, me volví a sorprender al encontrar un rostro familiar. El instrumento de cocina se cayó de mis manos. Esta vez sí me asusté.

—¿Podrías avisar antes de aparecer? —le reclamé tras recoger la espátula.

—¿Te doy miedo, Peter?

El fantasma estaba muy bien acomodado sobre la isla de la cocina, sentado, con sus piernas colgando y sus brazos cómodamente apoyados. Y él, una atildada imagen, como las dos últimas veces.

—No, de hecho eres muy atractivo, pero las visitas repentinas no son lo mío —procesé lo dicho cuando en su expresión presencié un gesto nuevo: él arqueó una ceja con inquisición, hallándose sorprendido, o en mayor medida, perturbado. ¿En verdad le había dicho atractivo? Vaya que sí me había agarrado desprevenido—. Lo que quiero decir es que podrías enviarme algún tipo de señal mágica antes de aparecer, ¿no crees? —apuré en decir.

—Oh, créeme que lo hice.

—Me parece que no eres bueno con las entradas —concluí, dándole la espalda para proseguir mi labor como chef asiduo. Decidí tomar la palabra, quería conseguir que en esa visita pudiéramos hablar un poco más de él que de mí—. Y bien, ¿qué tal tu fin de semana? Debiste haber hecho algo interesante para no haber venido por mi compañía.

—Nada tan interesante como tus actividades. Creí que no debía molestarte por un rato. Has estado tenso, como he observado, ¿hay de lo quieras hablar?

Sí, había mucho, pero no sabía con quien disipar mis dudas. Menos mal que cambié mis palabras antes de pronunciarlas, no fui tan despistado como para no darme cuenta del truco que el contrario empleaba. Me quedaba claro que mi pregunta fue evadida y reemplazada por otra.

—Hey, primero lo que yo quiero saber —me giré, señalándolo con el instrumento que había estado usando—. Me queda claro que no tienes nada mejor que acosarme y que sabes más de mí que yo de ti. Y si en verdad dices que buscas mi compañía, entonces deja que yo me preocupe por ti. ¿Qué nunca te enseñaron que las relaciones son de dos? No llegaremos a nada si seguimos así.

Mi tono fue algo estricto, adquirió valor. Siempre había deseado contestarle a alguien con tal intensidad; fue como culminar con un acalorado punto de vista. Él abrió la boca y luego la cerró. Me sentí orgulloso, como si pudiera demostrarle que no estaba indefenso y dispuesto a sus juegos. Yo también podía ser bueno con las palabras.

—¿Y qué quieres que te diga? —parecía divertido. Debo admitir que daba miedo que él encontrara la gracia donde yo no la veía—. A diferencia de ti, mi celda no tiene privilegios.

—No estoy en una celda.

—Define libertad.

Vacilé al elegir mis palabras.

—Ser libre de actuar según nuestras voluntades siempre y cuando no afectemos la libertad del otro. Eso lo dijo el capitán Rogers.

—Y ya estás hablando de moral, pero esa misma respuesta debería bastarte para saber por qué Rogers y Stark chocan tanto. El primero tiene razón de que no se te debería privar de conocer el mundo exterior; el otro se niega a aceptar que disfraza encierro con protección.

—Debes odiar tanto al señor Stark como para acusarlo de estar haciendo todo mal.

—Y tú debes amarlo demasiado como para no darte cuenta de que mi punto tiene razón.

Sentía como si estuviesen revolviendo mis creencias e ideas. Qué mejor manera de refutar su perspectiva que dándole la espalda nuevamente, tomando la iniciativa de empezar otra vez.

—Empiezo a sospechar que no eres humano —confesé, sacando del armario un plato.

—Si no lo fuera, no estaría aquí entendiendo tu dolor.

—Deja entonces de hacerme cuestionar lo que está correcto o no y háblame de lo que a ti te duele. Tú dices que somos similares, en ese caso, como yo, buscas la compresión de alguien, así que adelante, puedes dejar de esconderte, a menos que en verdad ocultes algo.

—Empiezo a fastidiarte, ¿no?

—No es una palabra que yo usaría. Lo que trato es ganar tu confianza, pero no me lo dejas muy sencillo —terminé de acomodar los brownies en una pequeña pirámide sobre el plato. Me giré, los dejé a su lado. Encaré con él—. Quiero creerte, en verdad quiero hacerlo.

Se mostró conmovido. Ya no era la misma esfinge con la que había convivido. Me hubiera gustado saber si él pensó que yo no era más que un chico tonto o si en verdad mi intención le ablandó el corazón.

El azabache suspiró y bajó de la encimera. Rodeó la isla y quedamos frente a frente.

—El mismo tiempo que tú llevas viviendo aquí, es el mismo que yo he pasado sin entablar conversación alguna. Perdona que mis palabras sean duras, esa no era mi intención.

Dibujé una curva en mis labios. Por fin una charla dentro de lo que yo consideraría normal.

—No puedo imaginarme a mí mismo pasar tanto tiempo sin contacto alguno. ¿Cómo no te volviste loco?

—¿Cómo puedes asegurar que no lo estoy? 

Su sonrisa se inclinó hacia un lado. Tenía el potencial de volverse encantador.

—Bien, empecemos de nuevo —animé, recargando mis palmas sobre el metal—. Algo más casual.

»Mucho gusto, mi nombre es Peter Parker, ¿y tú eres? —lo invité a contestar. 

Fue tonto pretender que esta vez sí obtendría una respuesta.

—Ya sabes por qué no puedo responder a esa pregunta.

—Shh, no lo arruines —pedí, prosiguiendo pronto con mi actuación—. Es un placer conocerte, Loki.

—¿Qué?

Si él palideció, yo no le tomé importancia.

—Si escuchaste mi conversación anterior, y apuesto a que lo hiciste, encajas con el perfil de diva y me queda claro que buscas mi atención. También te apareces sin avisar. Si no me vas a decir tu nombre, permíteme, por lo menos, llamarte por este. Es más corto y fácil que "fantasma".

—¿Eres tonto? No creo que esa sea forma de mantener los asuntos en discreción. El doctor Banner te lo advirtió, no puedes andar diciendo ese nombre al aire. Si alguien llega a escucharte...

—Lo sabía, estabas escuchando nuestra conversación. Me debes cinco dólares —bromeé antes de retomar la seriedad—. Relájate, así como nadie sabrá de ti, supongo que puedo guardar uno de los secretos dentro de otro secreto —esperaba diera por bueno mi razonamiento.

El de ojos esmeralda exhaló con ligera exasperación. Comparando con lo que antes veía, un individuo con emociones palpables me era más tranquilizador que un rostro desteñido cuyo único signo de vida eran palabras proferidas. Aunque había que dar por verdad que su persona seguiría siendo un tanto arisca.

—Llámame como quieras —se rindió.

Asentí satisfecho, reconociendo que había cierta expresión en mi rostro, que si Wanda hubiera presenciado, catalogaría como la expresión de un cachorro feliz.

Tomé un brownie; ya no estaban tan calientes. Supe que a todos les iba a encantar, a todos menos a Loki. Busqué su mirada a mitad del segundo bocado y logré atisbar desilusión. Fue así como el dulce se volvió insípido en mi boca a sabiendas que era la primera vez en la que me sería imposible compartir por más que lo deseara. Me sentí la persona más desconsiderada y de inmediato alejé la comida.

Aclaré mi garganta y encontré pronto la manera de desviar la atención.

—Hablemos de condiciones.

—¿De qué hablas? —con calma se cruzó de brazos, volviendo a acomodar su postura.

—Tú pusiste condiciones, yo también puedo poner las mías.

—¿Sí, como cuáles? 

Me tomé mi tiempo para buscarlo. No había tenido la contestación a la mano.

—Bueno, cada vez que hablemos no quiero que hables como si ya me conocieras. Finge que sabes las cosas por primera vez, eso me ayudaría a lidiar con el hecho de que he sido observado gran parte de mi vida —expuse—. Si te digo que me gusta bailar no quiero que respondas con un "eso ya lo sé", volvería nuestra charla aburrida.

—¿Es todo?

—Responderás a mis preguntas.

Creí que lo escucharía reír, en cambio empezó a moverse hacia mí.

—Muy listo. Así que tu plan es convertirme en tu aliado, en tu amigo, como dices tú. ¿Qué ventajas tienes? Muchas. Solo yo te puedo dar respuestas —empecé a retroceder, él no dejaba de avanzar y no lo veía con la intención de detenerse— porque ya te queda claro que nada puedes mencionar a Stark y yo te he condicionado de no averiguar con ninguna otra persona de esta instancia. Sabes por palabra mía que yo todo lo he visto y que tengo datos de los que has pasado desapercibido. Eres consciente de que soy una fuente valiosa y te convengo para saciar tu curiosidad. ¡Brillante, Peter, brillante!

Sin mirar atrás, provoqué que mis pasos casi tropezaran al bajar por los dos escalones que dirigen a la sala. Huyendo se su penetrante y acusadora mirada, terminé cayendo sobre el sofá. Sentí que había despertado su furia, y ni siquiera la seguridad de que él no podría tocarme ayudó a apaciguar mi sentido de alerta.

—Eres muy observador —constaté, un poco desorientado al procesar el sentido lógico de aquella teoría—, aunque lamento decirte que esa posibilidad no la tenía en mente. Yo solo quiero ser tu amigo. ¿Tanto desconfías de mí?

Él, imponente al pie del sofá del cual yo aún no me levantaba, rodó los ojos al techo.

—Quería pretender que eres más inteligente de lo que en realidad eres. Confirmo que no —entornó sus párpados, meditando—. Creo que tú y yo tenemos un acuerdo.

—¿En serio? —me apoyé sobre mis codos.

Loki no se quedó lo suficiente para reafirmar lo que acababa de decir. Él se esfumó, similar a cuando una burbuja se revienta, pero en cámara lenta.

—Hey, espera, no te vayas tan... rápido—dije a tiempo para declarárselo al aire.

Me incorporé sin abandonar el sofá.

—Peter, ¿con quién hablas?

A mi derecha, el señor Stark.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top