VI
Listo, ya podía moverme.
—Dudo mucho se trate de algún efecto colateral —dijo el doctor Banner a Stark—. Hace tiempo que la radioactividad se ha nivelado en su cuerpo, lo asimila como si fuera su sangre. Lo ha llevado bastante bien a mi parecer.
El doctor Banner es un amigo del señor Stark. Muchas veces lo veo, preguntándome por qué él no usa bata como los demás doctores. Me agrada, es tranquilo y me dedica tímidas sonrisas cuando me sorprende mirándolo. No es como aquel viejo hombre serio al que May me llevaba cuando la fiebre me imposibilitaba para ir a la escuela. La imaginación y los retazos que alcanzaba a comprender de mi situación me llevaban a pensar que estaba enfermo, y que por lo tanto, en aquella expresión que se podía denominar "cuarentena". Pero junto al doctor Banner estoy cómodo, además de que su laboratorio es muy interesante y me deja verlo.
Bajé de la pequeña plataforma en la que hace algunos minutos había permanecido sentado. Entre los mayores y yo había una distancia de pocos metros y una mesa metálica con contados objetos que desde mi perspectiva formaban parte del repertorio de un científico. No dejé de lado el curiosear. Sabía que no habría ninguna reprimenda; todo lo peligroso y delicado estaba bien resguardado. Stark escondía todo aquello que yo no debía tocar.
—El niño vio un gato.
Inventándole alguna función a lo que estaba al alcance de mis manos, no dejé de estar atento, mirándoles a través de la leve transparencia de las pantallas holográficas y escuchándoles.
Bruce suspiró.
—Para empezar, no sé por qué acudes a mí. Sabes que yo no soy esa clase de doctores —se rascó por detrás de la oreja antes de acomodar sus gafas.
—Pero eres el correcto para hablar de rayos gamma y radioactividad —Stark señaló al contrario con una pluma que tenía en posesión—. Si hay algo anormal, tus siete doctorados deberán servirnos para sacar alguna conclusión.
—Yo en tu lugar no me preocuparía tanto. Mientras que el escáner no muestre ninguna alteración, diría que todo va perfecto. Deberías agradecer que haya sobrevivido a la picadura.
—No tiene nada de malo preocuparse por querer mantenerlo con vida. Si hay algo mal, tendré que hacer algo al respecto.
—El niño tiene sentidos superiores a los de un humano normal, Tony. Los estudios han apuntado que cuenta con una agilidad y resistencia que compite con nuestras habilidades en batalla. ¿Qué más podemos hacer? Considero que lo estás haciendo todo al traerlo aquí para asegurarte de que use sus poderes con responsabilidad —las miradas se colocaron unos segundos sobre mí, bajé la cabeza, intimidado por la atención—. Estás muy paranoico, más que yo.
Ahora le tocó a Stark suspirar.
—Pepper quería tener un hijo conmigo y yo vi algo en Peter que nunca vi en ese deseo, y lo vi muy tarde, a decir verdad, pero entiende, es esa la razón por la que no puedo evitar estar preocupado la mayor parte del tiempo —admitió Stark, con voz circunspecta y con la espalda dada a mí.
—Instinto paterno —concluyó Bruce, cruzándose de brazos e imitando la dirección en la que se había acomodado Tony. Tras una pausa, él volvió a hablar—. ¿Cómo sigues llevando lo de...?
—No quiero hablar de eso —interrumpió con rapidez—. No cambies el tema, no vine para tratar lo que pasó, vine para hablar de Peter. Como sea, ¿algo más que puedas rescatar de la araña que recuperamos?
Ambos hombres pronto dejaron de darme la espalda y volvieron a lo suyo en los hologramas llenos de información.
—Nada más de lo que ya hayamos descubierto. Aunque sí puedo asegurarte: no hay muchas posibilidades de que empiece a lanzar telarañas.
La sonrisa volvió al rostro de Stark y Bruce medio lo hizo, casi como si le fuera extraño decir algo gracioso.
Y entre el objeto que tenía en mano y con las últimas palabras que estaban haciendo eco en mi cabeza, pensé en lo genial que sería tener un dispositivo que me permitiera lanzar telarañas resistentes que me sirvieran para múltiples cosas. Otra vez tenía la creatividad ocupando mi mente en los momentos menos esperados.
Alcé la vista, listo para sugerir mi gran invento cuando lo volví a ver. El gato estaba ahí, afuera de la entrada al laboratorio. No estaba descansando, más bien sobre sus cuatro patas, listo para correr y con sus ojos a la espera de que yo lo observara.
—¡Ahí está! —anuncié de pronto, quitándole interés a cualquier otra cosa que no fuera atraparlo—. ¡Señor Stark, el gato!
En un abrir y cerrar de ojos me vi inmerso en el juego, corriendo para alcanzarlo. Stark gritó por mí, pero no le hice caso. Ni siquiera me pregunté cómo fue que lo dejé atrás tan rápido, ni tampoco por qué mis manos estaban participando en el movimiento.
Lo volví a perder. Salió por la azotea de la sala. Me di por vencido en la esperanza de que Stark lo haya visto, pues debía ser muy distraído para no haberse dado cuenta de la presencia del felino.
—Peter, no te muevas. Voy a bajarte de ahí —escuché una voz angustiada arriba de mí... ¿o debajo?
Entonces percaté de que estaba trepado en el techo, que mis manos y pies me adherían. Me asusté, me dio vértigo. Sin saber cómo hice eso, olvidé mantenerme así, cayendo, por suerte, al sofá debajo de mí.
Después Stark me abrazó.
—Y puede escalar paredes —escuché al doctor Banner decir con sorpresa—. Tenemos que descubrir que más puede hacer este niño.
Correspondí al abrazo del mayor, acomodando mi cabeza en su hombro con agitación y mirando el umbral de la azotea por el que había desaparecido el gato.
Sí, acababa de trepar hasta el techo, ¿pero acaso era el único que se preguntaba cómo un gato lo había hecho también?
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