V
—¿Por qué dices eso? —pregunté sin antes aclarar mi garganta, sintiendo mi voz átona.
Primero hablé, luego miré. Él estaba sentado en mi lugar favorito: junto a la supuesta ventana. Él no me dirigía su atención. Su presencia había sido suficiente para ahuyentar el llanto, pero esto no detenía que las lágrimas siguieran hirviendo en mis ojos.
—¿Cuándo llorar nos va a salvar? Las circunstancias no cambian a menos que tú hagas algo, y llorar es sinónimo de hacer nada.
—Yo hice algo —objeté, quitándole debilidad a mis palabras y dando por hecho que él estaría al tanto de lo recién ocurrido. Sorbí mi nariz y puse los pies fuera de la cama, incapaz de estar de acuerdo en afirmaciones tan cerradas—. Algunas cosas están fuera de nuestro alcance. Es lo mínimo que podemos hacer.
—Y si un edificio se cae sobre ti, ¿te pondrías a llorar? —lamenté invocar su mirada— Te recuerdo, no estuvo bajo tu control. ¿Lo mínimo que podrías hacer es esperar a morir enterrado?
Su ceño se frunció permitiéndome entender que, en su pensamiento, el único incoherente era yo.
No encontraba una forma de expresarle que mi opinión era distinta, que no tenía nada de malo la respuesta natural a la tristeza. Estando carente de fuerzas para refutar, permití que lo planteado adquiriera razón por mi desgano.
—No.
—Si supieras que hay mayores motivos por los que agobiarse. Tú esfera es tú esfera, ¿pero qué me dices de los demás? Aquí eres la víctima de otras que son víctimas también. Es una cadena que no se detiene.
—¿Quién es la principal víctima, entonces? —pregunté por preguntar, no tenía idea de a lo que quería llegar con eso.
—La existencia.
Dirigí mis ojos hacia él, sospechando que sus palabras las había dicho con una cínica sonrisa. El azabache estaba mirando el artificial exterior otra vez, por lo que su expresión quedó a obra de mi imaginación.
—No puedo entenderte cuando intentas hacer que cada una de tus oraciones suene trascendental —admití.
—En ese caso no estás comprendiendo el todo —dijo antes girarse. Esta vez me encaró con un aura menos violenta, disminuyendo mi ansiedad—. Espero no hayas olvidado tan rápido que yo veo más de lo que tú ves en presencia.
Quería apostar a que en verdad él fuera un fantasma. Me hacía sentir intimidado, con el temor de hacerlo enojar. Él parecía tener un guion, casi me permitiría decir que me conocía lo suficiente como para saber cómo contrarrestar lo que dijera y eso tentaba inseguridad en mí.
—Ayer dijiste que siempre has estado aquí. Quisiera pensar que eres un espíritu que sigue vagado.
Noté que algo en su facción luchó por no tomar lo dicho con humor.
— "Siempre" es una palabra infinita, aprende a diferenciar fuera de sus letras —él se levantó, empezando a andar de un lado a otro con solemnidad y con las manos sujetas por detrás de su espalda—. No siempre he estado aquí, pero desde que tú estás, siempre he estado.
—¿Siempre hablas así?
Su manera me intrigaba. Mi tristeza se distrajo en el objetivo de descifrar lo que en mi perspectiva parecía un acertijo.
—No, sin embargo, es muy divertido —se detuvo y me sonrió; el mismo atisbo que presencié la anoche antes de que él desapareciera.
Dada la pista amigable, me acomodé en mi lugar para empezar de nuevo. Esperaba mis párpados ya no se encontraran tan enrojecidos y no siguiera pareciendo un niño llorón porque ahora si quería ser tomado en serio.
—Dime cuál es tu nombre —retomé mi petición.
—Si lo supieras un arma estaría en mi cabeza. Cuando salga de tus labios, así fuera sin intención, me darías una condena a muerte y, como puedes ver, no me convendría. Haz otra pregunta.
Y su respuesta, que aunque no cumplió a mis exigencias, me empujó a cuestionar sin titubear.
—¿Por qué estás resguardado? ¿Acaso eres peligroso?
—Las personas tienden a echar a un lado lo que no comprenden, y eso fue lo que hizo Stark. Luego llegaste tú. Me sorprende que no te haya hecho lo mismo, pues dudo tengas su compresión.
Abrí la boca para objetar, no obstante, él se adelantó al agregar:
—Oh, espera, creo que sí lo hizo. ¿Cuándo fue la última vez que has salido al exterior? —él mismo se encargó de responder— Exacto, hemos estado privados de nuestra libertad por un largo tiempo. Mejor dime tú a mí qué es lo que te mantiene atado.
Inhalé y luego solté con lentitud. En mis segundos de duda las lágrimas secas sobre mis mejillas se volvieron una sensación consciente.
—Nada. Es cuestión de puntos de vista. Sea cual sea tu motivo de estar allí es diferente al motivo por el cual yo estoy aquí.
Otra sonrisa.
—¿Y qué es lo que ahora tienes?
No me detuve a meditarlo y salté a mi siguiente pregunta. Necesitaba saber más de él.
—¿Qué quieres?
Creí que lo escucharía reír. Al final, frenó en el borde de una apagada risa
—Compañía. Creí que había sido obvio, porque como tú, ya me estoy hartando de esto —había algo burlesco en su pronunciación, fúnebre también.
—Tuviste mucho tiempo para aparecer, debe haber una mejor razón.
—Los niños cometen una infinidad de errores —lo vi trasladar su mirada a las figuritas de lego que yacían sobre mi repisa. Después me devolvió la atención—, los adolescentes solo la mitad de ellos.
—No confías en mí, pero lo hiciste al aparecer. ¿Cómo estás tan seguro?
Él encogió los hombros.
—No todo es lo que parece.
La dirección de sus pasos anunciaba la inminencia de su retirada.
El silencio respaldó mi confusión. Entonces, el contrario se encargó de centrarme.
—El gato negro.
—¿Cómo sabes de eso? —interferí lo más rápido posible, no capacitado para esconder mi reacción de sorpresa.
—Sé más de lo que te gustaría pensar. Nunca lo olvides.
Supuse que no estaba ganando, fuera cual fuera la batalla. No tenía pruebas, y aquel sujeto desaparecería antes de que pudiera estar cerca de demostrar mi cordura. Además, seguía considerando la advertencia de que cualquier iniciativa lo pondría en peligro. Lo necesitaba vivo, a él y a tanto secreto que presumía poseer.
Finalmente hablé.
— Si lo que quieres es mi compañía no estás haciendo un gran trabajo.
Se volteó antes de salir. No hice ademán por detenerle. Sujetarlo no podría hacer que se quedara, lo mejor era dejarlo ir.
—Lo estoy haciendo bien. No olvides que estamos jugando a las escondidas. Ya te encontré yo, te toca buscarme a mí.
—Oye...
—Recuerda cuáles son las reglas —dijo, colocando su dedo índice sobre sus labios en una expresión vacía, indicando tácitamente el trato al que habíamos llegado sin yo ni siquiera firmarlo.
Salí detrás de él solo para confirmar que se había ido.
Volví sobre nuestras palabras y les di vueltas el resto del día, al tanto de que, contrario a lo que siempre pensé, estar solo ya no se podía aplicar a un término que yo usaría. Un espectro me asechaba entre las sombras.
Mi siguiente compañía fue la de Wanda y Visión, que anunciaron su llegada con un par de risas —todas de la Bruja Escarlata—. En vez de haber estado en una pequeña misión parecían más bien regresar de una cita. Empezaba a pensar que algo pasaba entre ellos, simples suposiciones; de todas formas ya era ocasión de dejar en el pasado mi pequeño amor platónico por ella. Nada serio, sentía admiración, era mi figura a seguir, mi segunda tía, y estaba feliz de que mostrara una sonrisa cada tanto a pesar de que la vida tampoco la trató muy bien.
—Chico, haremos la cena. Puedes elegir la película —anunció Wanda después de haber satisfecho mi curiosidad de saber qué tal les había ido.
—Mientras que no quemen la cocina —bromeé sin mirarla, concentrado en mi nuevo prototipo laza-telarañas con el que trabajaba en la sala de tecnologías, lugar en el que llegué a pasar mi mayor tiempo con Tony.
—Cállate, bobo —hace rato que Visión ya no estaba a su lado. Seguro se habría adelantado. Ella estuvo a punto de abandonar su lugar en el umbral de la entrada, sin embargo, se quedó—. ¿Todo bien, Peter?
Dejé de manipular las pinzas y me enderecé para mirarla.
—De maravilla —mentí.
Si ella no dejaba de sonreír, ¿por qué habría yo de hacerlo?
Cuando ella se fue, mi instinto me animó a echar un vistazo a mi entorno. No había nadie, pero la sensación de estar siendo observado persistía.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top