IX
—Con nadie —balbuceé, sentándome decentemente de un tirón. Fiándome de ser un rostro transparente no pude poner tope a las explicaciones que fluyeron cual río de mi boca—. Conmigo mismo. Hablaba de lo rápido con lo que se va... el tiempo. Sí, ya sabes, con eso de que a veces no hay con quién conversar.
Una sonrisa fungió como punto final de mi palabrería. Luego la difuminé de mi rostro, consciente de que pude haberme cernido a una respuesta más corta y convincente. Mis dientes se apretujaron entre sí mientras esperaba hubiera más trascendencia ante la inesperada visita de Stark que en lo había estado haciendo antes de su aparición.
—Con tanto tiempo aquí terminará convirtiéndose en un filósofo —opinó Clint.
Acababa de hacer entrada del mismo lugar del cual le había visto desaparecer minutos atrás. Me entró el creciente pánico ante la posibilidad de que él pudiera haber escuchado mi conversación con el recién bautizado Loki.
—Legolas, antes saludabas. Pensé que ya estarías de regreso a ver a tu familia.
—Adivina que hago —el agente Barton ya se retiraba sin poner ningún empeño a su despedida—. Solo quería tomar una pequeña siesta, me espera otro largo viaje.
—Salúdame a Laura, Cooper, Lila y Nathaniel —dijo Stark mientras Clint salía—. Igual nunca se despide —murmuró antes de que su mirada volviera a caer sobre mí.
Estábamos los dos solos y supuse que eso era lo que él quería. Aún había una gran charla entre nosotros por delante.
—Hablando con el tiempo, ¿eh?
Creí que ese tema ya se había quedado atrás.
—Del tiempo —corregí, levantándome apenas lo vi enfilar sus pasos hacia la cocina.
—¿Alguna gran revelación?
Muchas. Un misterioso joven en pena, por ejemplo, cuya primera aparición ha traído en el arrastrar de sus cadenas información que antes desconocía, como los detalles de una guerra y de la vida no hablada de otro hombre en pena, que es Stark. Y por si fuera poco, también descubrí que debía renovar mi contrato con mi tutor. Si quería alguna vez tener mi etapa de adolescente rebelde, debía ser ahora.
Pero nada de eso pensaba decir.
—Ninguna hasta que apareciste —dictaminé, siguiéndolo—. Creo que te debo una disculpa.
Si alguien iba dar el primer paso, debía ser yo.
—Nada de eso, mocoso —él hubiera continuado de no ser por el grandioso hallazgo de unos brownies. Vi entusiasmo en su expresión al dar un primer bocado, sucumbiéndonos a ambos en un silencio a la espera de que terminara de saborear el postre.
Podía apostar a que agradecía no haber heredado el mismo talento culinario de mi tía. Sí, creo que lo único que no extraño de ella es su comida, pero sería feliz de volver a probar sus galletas quemadas para no olvidar la experiencia.
—Soy yo el que viene a disculparse —prosiguió.
Era un buen inicio, por lo menos.
—Has hecho mucho por mí —continué yo, interrumpido por su gesto poco convencido, haciéndome perfeccionar mis palabras—. Bastante. Demasiado. Más de lo que podría agradecer —él se mostró más contento—. Sé que no fue la mejor forma de exigirte algo, pero estaba muy enojado y triste. Así que lo siento.
Tony no separó sus ojos de mí. Su lengua se movía dentro de su boca, ocupándose en quitarse restos de chocolate de los dientes. Quería pensar que él también había meditado las cosas y esta vez estaba dispuesto a negociar.
—Lo sé, Peter. Por eso tomé el primer jet de regreso a las instalaciones. Hay cosas de las que debemos hablar cara a cara y no pantalla a pantalla —tal vez él esperó que mostrara gracia ante su asociación, sin embargo, no lo hice, ilusionado de a dónde pudiéramos llegar con esa charla. Prosiguió—. Primero: tu tía.
—¿La podré ver por fin?
—No sé si pronto, pero me empeñaré en que lo hagas. Creo que nunca te he mencionado del contrato.
—¿Cuál contrato?
—¿No? De tu formación aquí —negué—. Bueno, de todos modos eras muy niño para explicarte los pormenores.
»Cuando yo propuse hacerme cargo de ti, May firmó un contrato en el que aceptaba que el contacto sería restringido hasta que salieras. Supongo que me fue más fácil mentir acerca de los viajes y eso a que sintieras la impaciencia de tener que esperar algún otro tiempo para verla. Lo siento, prometo no volver a guardar más secretos.
Para ser honesto, esperaba una realidad funesta en la que Stark había mentido para esconder la muerte de mi tía o el hecho de que ella me había abandonado. En cambio, me llené de alivio y de certeza, llevándome a la siguiente de mis cuestiones que el contrario se me adelantó en contestar.
—Si te preguntas cuándo saldrás, será cuando estés listo. Recuerda que también formarás parte de los vengadores; allá fuera está lleno de peligros y siempre habrá quien quiera lastimarte. Debes estar listo para protegerte y proteger a los que te importan.
—Creo que ya estoy listo.
—No, no lo estás.
Presentí que íbamos a volver a la misma discusión de siempre.
—¿Y cómo puedes estar seguro de eso? ¿acaso no confías en lo que soy capaz?
Debido a su expresión, leí lo desprevenido que lo tomó mi perspicaz argumento; tarde o temprano tendría que salir y sobrevivir por mi cuenta. Stark tenía que aceptarlo. Hasta creo que está peor que mi tía, porque es real el hecho de que me llega a asfixiar.
Él seguía mirándome, yo enarqué mis cejas en un claro gesto de pedir su favor. Él gruñó, lo que parecía una señal de su rendición. Se estaba quedando sin opciones... Literalmente sin opciones.
La respuesta llegó con el parpadeo constante de luz roja que alertaba la invasión del territorio.
Era mi oportunidad.
—«Su vía es área. Va a aterrizar» —informó el sistema antes de que el mismo Stark lo rectificara en su holograma mientras se encontraba moviéndose. Al parecer se captó el calor de un solo individuo.
—Señor Stark, por favor, déjeme ayudar —supliqué alcanzando sus pasos.
Tony no dijo nada, y yo me detuve ante la desilusión de que algo fuera diferente ese día.
—Mocoso, ve por tu traje y demuéstrame que ya estás listo.
No cabía dicha en mí. Todo se desbordó que casi olvidé que debía actuar en este preciso instante. Corrí, saliendo del ensimismamiento, a buscar mi traje.
Cuando salí lo hice por el balcón. El censor de alerta no se activó, Stark había autorizado mi salida. Escalé hacia el techo con rapidez, rebosante de adrenalina y emoción, de sentirme librado de ataduras y restricciones. No dejaba de repetirme que aquella era mi oportunidad.
Al llegar arriba, no vi nada descomunal.
—«¿Qué pasa allá arriba, Pet?» —se comunicó Tony.
—Señor Stark, no veo nada aquí —miré a todos lados, cauteloso, guiado por el monitoreo de mi traje. Éste me ayudó a rectificar que estaba equivocado—. Un segundo...
¡Era del tamaño de una hormiga! Una persona realmente chiquita. De ella alcancé a escuchar algo como: "no puede verme". Yo no me quedé callado, si es que me veía cara de ingenuo.
—Sí te veo —afirmé para desgracia del otro.
El hombre que era diminuto e irreconocible a simple vista recobró un tamaño ideal. Su traje era rojo, con contraste metálico. No reconocí su máscara ni mucho menos su rostro cuando éste se descubrió.
—¡Hola! Soy Scott —hizo un ademán con la mano, saludando como si fuéramos vecinos.
En mi vida creí que mi primer enfrentamiento sería con alguien tan amigable y con buenos modales.
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté sin predisposición de atacarlo.
—Primero, quiero que sepas... que no tengo idea de quién eres —admitió el recién presentado como Scott—. No creí que existiera un vengador tan flacucho y con mallitas.
—Oye, sí soy un vengador. Me conocen como el Hombre Araña —dije con orgullo debido a que era mi primera presentación oficial.
—¿El Hombre Araña, en serio? Creí que era el único con nombre de insecto. El mundo ya no es tan original como antes.
—Soy un arácnido, digo, las arañas son arácnidos, no insectos —corregí, escondiendo lo poco ofendido que me encontraba y lo mucho que me equivocaba al hablar cuando me encontraba nervioso.
—Como sea ¿De casualidad los vengadores no tienen como as bajo la maga a un Hombre Oruga o un Hombre Polilla? —simpatizaría con él de no ser porque en ese momento se encontraba invadiendo nuestro territorio con intenciones desconocidas.
—No, solo el Hombre Araña —me señalé con brevedad—. ¿Quién eres tú?
Antes de contestar, mejoró su postura, preparándose para revelar su identidad de manera épica y trascendente. No me burlo, sé que yo también haría lo mismo.
—Soy el Hombre Hormiga.
—¿Hombre Hormiga?
—¿Qué, no has oído de mí? Yo tampoco había escuchado de ti. He de suponer que estamos a mano.
Iba a estar de acuerdo en eso hasta que, por el intercomunicado, Stark me exigió menos plática y más acción.
—¿Vas a decirme qué quieres? —traté de que mi voz sonara más severa y desafiante. No debía dejarme llevar por su charla; claramente me estaba despistando.
—Solo vine por una... pieza de tecnología.
—Dudo que algo esté a la venta.
—Vamos, es por unos días, voy a regresarla. Tengo que salvar al mundo, tú entiendes.
—Oh, en ese caso...
—«¡Peter!» —regañó Stark.
Ya que no me quedó más remedio, fui directo hacia el sujeto. Disparé una telaraña, pero ésta siguió su rumbo ya que el hombre había vuelto a encogerse. Le seguí la pista, pensando en pisarlo al no tener otra forma de ser certero con mi ataque. Ahí comprendí que su tamaño no limitaba la fuerza. Me hizo caer del edificio y, lanzando una telaraña hacia uno de los árboles más cercanos, convertí mi golpe en un viaje en péndulo que no surgió efecto a como lo esperaba. La rama en la que mi telaraña hacía sujeción se trozó, y lo que hubiera sido un estupendo aterrizaje se convirtió en una volcadura sobre tierra y césped.
Me incorporé ignorando la vergüenza. Tardé en visualizarlo debido a las hojas del pasto.
—Señor Stark, este hombre tiene la capacidad de encogerse —informé a quien velaba mi pelea, acercándome a mi siguiente contraataque.
—«¡Peter, concéntrate!»
Me fue más sencillo limitarme a lanzar sin parar mis telarañas al suelo con la intención de taparle las salidas. Me detuve cuando no vi más señal de movimiento. Scott, o debería decir, el Hombre Hormiga, recuperó su tamaño original rompiendo sus ataduras. Tomé esa oportunidad para llevar una batalla cuerpo a cuerpo, aunque mi contrincante se achicaba y se agrandaba según su conveniencia, dejándome como un idiota en el campo. No mucho podía hacer cuando sus piernas ejercían una llave sobre mi cuello, asfixiándome. Él no me trató tan mal y me liberó al recuperar su cualidad de hormiga, no obstante, me dejó aturdido y cuando lo quise seguir me percaté de que ya lo había dejado entrar a las bodegas.
El señor Stark me iba a matar.
Llegué, dispuesto a no perderlo y a que no se saliera con las suyas. Adentro continuó mi encuentro con él, y esta vez lo envolví con telarañas; ahí estaba el Hombre Oruga que el contrario quería ver. Pero la risa no me duró mucho cuando en vez de achicarse presentí que se haría aún más grande. Yo corrí fuera de la bodega y él salió a gatas detrás de mí, fracturando la entrada por su nueva proporción.
—¡También se puede agrandar! —señalé a Stark—. Es la hormiga madre.
No dejé de huir, tampoco de intentar hacer algo con mi primordial herramienta. En dado momento un disparo de mi red acertó en su brazo, y cuando intenté aprovechar la benefactora ocasión, el Hombre Hormiga actuó más rápido y usó mi trampa para alzarme por los cielos y marearme. No dejó de dar vuelo hasta que salí desprendido por los aires. A él lo vi encogerse y escapar volando, con la estela de Iron Man detrás, eso antes de que yo por fin golpeara con tierra.
Auch...
Creo que perdí la consciencia por unos minutos. La vibración del suelo me despertó, poniéndome en guardia aún en el suelo y descubriendo al recién aterrizado Hombre de Hierro caminar hacia mí. En cualquier instante él desplegaría su máscara y me diría:
—Te dije que no estabas listo.
Estaba en el sillón, ya despojado de mi traje y con una bolsa de hielo sobre mi ojo, cortesía del ahora inolvidable Hombre Hormiga que escondía detrás de su identidad a un agradable sujeto llamado Scott.
—Hizo su esfuerzo —me apoyó el doctor Banner desde el área de la cocina, rellenando su taza de café.
—Pudo haberle pasado algo peor —reprochó Stark—. Yo siempre tengo la razón, y ahí está la prueba de que no estaba listo. Espero hayas aprendido algo de esto, Peter.
Wanda estaba sentada a mi lado, jugando con mi cabello y consolándome con su cercanía.
—¿Podrías por favor dejar de recriminar a Peter? —pidió ella, quien siempre se iba a decantar hacia mi lado—. No cargues toda la culpa sobre él.
—Creo es importante identificar al hombre que se encoge y agranda —habló Visión de manera hierática mientras contemplaba el anochecer desde la entrada del balcón—. Una habilidad así puede ser tanto conveniente como de peligrosa sustancialidad.
Stark frotó el puente de su nariz. Él quería probar una y otra vez su palabra cuando los demás no solo se enfocaban en mí. Me costaba comprender toda la preocupación que se cernía en Tony. Sentía que ni siquiera tenía voz para defenderme; ya estaba cansado de todo eso.
—Lo vamos a encontrar y averiguaremos cómo fue que logró dar hasta aquí —apoyó finalmente Stark, deshaciéndose de una bocanada de aire y dejándose caer sobre un sillón individual—. Y se quedará entre nosotros. No mencionen nada de esto, especialmente a Steve.
—Porque así Steve te diría que todo es tu culpa por no ser más flexible conmigo, que nada de esto hubiera terminado de este modo si no necesitaras una estúpida prueba para demostrar que estás en lo correcto —murmuré, no obstante, el silenció enalteció mi opinión.
Antes había desconfiado, mas ya no me cabía tanta duda de que Loki dijera esas cosas para molestarme. Él sí tenía la razón, por mucho que me ardiera en ese momento.
—Peter...
—¿Qué dijiste? —Stark apagó las palabras de Wanda.
—Sé que me escuchaste. No voy a volver a repetirlo —me levanté, dejando de lado la bolsa llena de hielo.
Sentencié con mi mirada hacia él que el asunto se zanjaría ahí. Yo le di la espalda y me encaminé lejos, para pensar, y para que él lo hiciera también.
—¿Peter, a dónde vas? —gritó.
—A entrenar —contesté sin voltear.
Tenía que estar listo, debía de estarlo.
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