III

Estaba aislado, con mis audífonos, tratando de evadir todo lo que mi cabeza tenía por decir y que me resultaba pesado atender. La música me abstraía, me tranquilizaba, no obstante, también arruinaba los planes de permanecer inmóvil con la vista obligada al vacío.

La próxima vez recordaría no reproducir mi playlist de favoritas.

Mi pie, apoyado sobre el talón, empezó a golpear el suelo en cuanto el ritmo cumplió su deber. Estaba resistiendo, convenciéndome de que requería maduración para afrontar este tiempo de meditación, pero justo antes del primer verso, dicté que dejaría de ser yo mismo a menos de que me dejara llevar aquí y ahora.

Don't go breaking my heart

Para mis canciones preferidas, siempre existe una coreografía, por más simple que fuera, producto del exceso de tiempo libre y la natural tendencia de mi cuerpo a responder al más mínimo estímulo musical. Es liberador, como la pelea —a pesar de que nunca he tenido una de verdad—; me recuerda que hay manera de darle forma a todo lo que guardamos dentro.

La pista limitada de mi habitación no me bastó. Antes de cruzar la puerta, no olvidé cantar un par de versos frente a mi espejo. Sí, me encantaba ponerle pasión a mi actuación.

Ya afuera, mis pasos siguieron la rítmica pista hasta la sala común, sin ninguna inhibición al saber que, por el momento, la sección era toda mía.

Salté al sillón, cada acción buscaba ser un complemento de la melodía. Sé que en algún momento retiré mi calzado y lo lancé lejos, saltando sobre el acolchonado, imperativo e infantil por el espontáneo júbilo que recorría mis venas.

El baile se extendió hasta el gimnasio. El lustroso piso se vio irresistible para hacer mi entrada con aquel típico desliz de pies.

Uh uh, nobody knows it (Nobody knows it)
Right from the start
I gave you my heart
Ooh, I gave you my heart

Esta satisfacción, olvidaba por un momento la amargura de una vida llena de limitaciones. Me sentía como en uno de esos musicales que tanto me gustaba admirar. Me movía a mis anchas, subiendo por las gradas y tratando de hacer coincidir la secuencia de mis pasos con cada peldaño que escalaba con brío. Por un momento, pretendía ser aquel personaje que no se sentiría completo hasta interpretar una pieza pegadiza que haría lamentar a cualquiera que prefiriese permanecer sentado.

Entonces, mi repertorio musical saltó a la siguiente canción, y a la siguiente, y yo ni siquiera me detuve a respirar. Cuando mi cuerpo se llenó sudor, empecé a creer que esta vez no bailaba para desahogarme, sino para llamar la atención.

Hice un giro sobre la punta de mi pie, queriendo imitar aquel grácil movimiento que conocía era de ballet. Ahí me di cuenta de que ya no me encontraba solo.

Fue un poco decepcionante; no se trataba del espectro que creía haber conocido ayer.

Retiré mis audífonos de inmediato, devolviéndome a la realidad.

—Vengador, nerd, cocinero y bailarín. ¿Se trata de una competición contra Stark? Porque si es así, déjame decirte que te has vuelto más útil que él —me habló Rogers.

Aprecio sus intentos de trato familiar. Casi puedo considerarlo como a un segundo padre, pero eso ni mencionarlo a Tony. Ahora ellos son como una pareja divorciada. Sé que dos años después a mi llegada Steve estuvo en desacuerdo de que el edificio fuera el único lugar que conociera durante mi formación. Discutieron y desde entonces yo estoy perdido en el intersticio que provocó sus choques: entre un padre que me quiere lo suficiente como para no darse cuenta de lo que sus brazos me asfixian y un padre que me entiende, pero prefiere no meterse para no provocar más disputas.

Tampoco digo que ellos estén evitándose. Lo delicado llega a la hora de hablar sobre mí. Es ahí donde no lo mencionan, donde yo quedo en un punto invisible con la razón de no hacer estallar una guerra.

Ambos se equivocan, pero creen cada uno tener la razón. Me pregunto quién será el primero en abrir los ojos.

—Lo es —afirmé, recuperando una bocanada de aire. Debido a que él aún portaba su traje, indagué que ir a verme fue su prioridad o que venía de paso y estaba próximo a irse otra vez—. ¿Ya terminaste de repartir justicia, capitán?

—La justicia es algo que nunca pierde su demanda —avanzó hacia mí, lanzándome una pequeña toalla que había estado reposando en el banco a su izquierda—. Aunque contestando a tu pregunta, supongo que por el momento he acabado.

Llegué a su lado secándome el sudor que resbalaba de mi cuello. Él me saludó con un apretón en el hombro y no me soltó, guiándome fuera del gimnasio.

—Quizá una película más tarde, para descansar —sugerí.

—Seguro Rhodey y Sam estén...

Una pequeña alarma lo interrumpió, yo sabía lo que significaba ese pitido: había asuntos más importantes que atender.

Steve aceleró el paso tras revisar el informe y yo lo hice con él hasta la cocina.

—Tenemos que irnos. Hay que tomar un vuelo —anunció a Rhodey y a Sam, quienes estaban a mitad de un bocado. Estaba seguro de que ellos habían rodado los ojos y dibujado un: "No, ahora, por favor, el recalentado está muy bueno".

—No puede ser, acabamos de llegar —se quejó Rhodey junto con el tintineo que provocó al devolver el tenedor al plato.

—La justicia nunca descansa —animé, rendido ante la idea de sugerir mi ayuda. De todos modos, la respuesta siempre iba a ser un rotundo no.

Sam se puso en marcha, ahorrándose sus quejas. Cuando me vio me saludó con una sonrisa.

—Ya deja de entrenar, chico, cuando salgas de aquí nos vas a dejar sin trabajo —bromeó.

—No te veo muy preocupado al respecto —Rhodey lo siguió.

—No olvidaré que tenemos una película pendiente —dijo Steve, sujetándome una vez más del hombro y confiando su promesa en una sincera expresión.

—¿Grease está bien?

—Esa será.

Y los tres enfilaron hacia la salida mientras que yo permanecía plantado.

A lo lejos, la presión de unas puertas abriéndose y sellándose, junto con los pesados pasos de los hombres, dieron pauta a un inminente silencio. Mi vista cayó con pereza hacia esos platos con residuos, con el pequeño gusto de que esa comida alguien la haya disfrutado, como a su vez, la pesadez de tener que poner orden en la barra.

Por esta vez, desistí a mi sentido de limpieza, mismo que había desarrollado en el intento de ocupar mi tiempo.

—¿Estás aquí? —solté la pregunta antes de que la extraña quietud me consumiera. Mis pies me hicieron girar 360 grados en busca de alguna señal.

Nada.

Para tratarse un ser que podría estar al pendiente de todo, sospeché no sería muy sencillo invocarlo. Si mal no recordaba, la condición era que no debía mencionar nada a Stark, y no lo había hecho por más que las ansias de descubrir el misterio me comieran. Bien, ya había cumplido mi parte, ¿dónde estaba él?

—Ya veo, ¿quieres jugar a las escondidas? Apuesto a que estás igual de aburrido que yo.

Y solo al encontrarme hablando a la nada, empecé a poner en duda su existencia. Temí que pudiera ser producto de mi imaginación, tal como ese gato negro que Stark juró nunca hubo.

Empecé a vagar por la planta, no habiendo habitación de la cual no supiera su existencia, descartando la posibilidad de encontrar algo pero revisando de todos modos. Sabía donde llegaba a descansar cada uno de los vengadores o que lugares concurrían en sus horas libres. Me asomé en cada una de las recámaras y, sin pretenderlo, percaté en las diferencias definidas por las personalidades: el diseño minimalista del doctor Banner, los objetos caóticos de Wanda, las figuras de acción sobre la repisa de Steve, mismas que llegué a regalarle cuando yo era un niño —valoré que aún las conservara—. Y entonces ahí estaba la habitación de Stark, cuya distinción del resto era que no había nada con lo que la pudiera identificar como suya.

No me era familiar visitar su cuarto, así que estando en la tarea no me limité a simplemente mirar. No me puse a husmear entre sus cosas, observé en lo superficial con el objetivo de defender que Tony no era como su habitación lo representaba. Debía haber algo, así él no pasara la mayoría de sus noches ahí. Y lo encontré. Se trataba de un portarretrato digital, cuya imagen se desvanecía para dar paso a otra diferente, así sucesivamente cada intervalo de quince segundos.

De no haber hallado nada en particular, el marco estaría de vuelta en su lugar, sin embargo, no había sido así. Pude apreciar fotos del hombre, y repetidas veces, en la compañía de una mujer rubia. Yo desconocía ese rostro, y que recuerde, nunca escuché a Tony hablar de una mujer especial, porque es que ella se veía especial.

Había un secreto, pero ahora había dos. Me pregunté qué había sido la vida antes de mi llegada y, al hacerlo, no pude evitar ponerme nostálgico por la compañía de May.

Sin dejar residuos de mi presencia, salí, olvidando que todo había empezado con una búsqueda principal. Llegué a mi habitación, cambié mi ropa sudada y me dejé caer sobre la cama, usando mi celular como el medio para poder acceder a una fotografía que tenía con May.

La extrañaba. Ella continuó su vida y yo me vi forzado a hacer la mía en este lugar tan apartado.

De pronto dejé de recibir llamadas suyas, mis intentos de comunicarme se volvieron una bienvenida al buzón de voz. El único contacto que tenía con mi tía era el que Tony me hacía saber cada tanto, informándome que ella estaba bien, ocupada trabajando en otro distrito como para poder venir a verme o atender mis llamadas. Fue allí donde ella se volvió inalcanzable.

Solo porque ya me había cansado de esperar, en esta ocasión marqué a Stark en vez de a May, habiendo ya aprendido de mis errores pasados.

—Peter, ¿cuántas veces tengo que decirte que no me llames cuando estoy en fiestas? —contestó y, efectivamente, de fondo el ajetreo de voces y música moderna.

Pedí perdón de manera automática. Lo escuché suspirar.

—¿Qué necesitas?

—Puede que no sea el mejor momento, pero en serio en serio en serio me gustaría tener la manera de comunicarme con May.

—Tienes su número, ¿qué es lo que te detiene? —esperaba que él no estuviera bromeando con eso.

—Sabes que ella nunca contesta. Lo he intentado ya muchas veces y...

Tony hablaba con alguien más, de acompañamiento un par de risas. Mi ceño su frunció al pensar que no estaba tomándome en serio.

—¡Escúchame! 

Lo oí disculparse con las personas que le rodeaban.

—Peter, no tengo tiempo para tus juegos.

—¡No es un juego, no puedo vivir así! —inspiré profundamente para tranquilizarme y añadir—. Tú nunca me escuchas.

—¿Y en qué posición te atreves a decirme eso? No quiero recordarte quien ha estado ahí apoyándote y dándote todo lo que tienes —ahora le había llegado el turno a Tony de exasperarse—. ¿Y dónde estuvo May, eh? ¿Acaso no se te ha ocurrido que ella no quiere saber más de ti?

Mis labios se separaron con la intención de refutar sus palabras. Cuando me di cuenta, no tenía evidencia para luchar con tan doloroso argumento.

No me quedé a escuchar todo el perdón y el arrepentimiento de Stark, por más que este pareciera sentirlo. La llamada terminó por mi voluntad y a continuación llevé a mi móvil a estrellarse contra la pared.

Ya lo sospechaba, pero detestaba la idea de que alguien se atreviera a decirlo en voz alta. Había sido abandonado por la gran responsabilidad que requería mi cuidado, acogido por un grupo de personas que se adaptaban a mis necesidades. Ahí estaba la realidad de hace seis años.

Me abracé a mis piernas. Lo que había empezado con inhibidas lágrimas se convirtió en un río de llanto. Escondí el rostro y evité pensar.

—Si te rompes, lo último que debes hacer es llorar —escuché al otro lado de la habitación.

Sin buscarlo, encontré al fantasma.

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