II
El señor Stark decía muchas cosas, palabras que pudieran estar dirigidas hacia mí, y que, sin embargo, no les otorgaba la debida atención. Demasiado había pasado últimamente, situaciones que no entendía en el trasfondo.
Me dijeron que era especial.
Mi día a día dejaba de ser la rutina que yo tanto acostumbraba: ya no había escuela ni amigos, ya no había ancianas a las cuales ayudar a cruzar la calle. Ni siquiera estaba May todo el tiempo. Voltease a donde voltease, había un nuevo rostro, uno asimilado y aceptado debido a la ausencia de una figura paterna. Y ahí estaba, adaptándome a la idea de que por algún periodo esas lívidas paredes se convertirían en mi hogar que, ciertamente, no tenía nada de mi hogar.
—¿Te gustan los legos?
Su voz pareció provenir de la ruptura de otra dimensión. Mis pies dejaron de seguir el recorrido de sus zancadas. Ahí, en el pasillo que cruzó mi vista curiosa, un gato negro, sentado al final como si hubiera estado esperando por mí. Sabía que había una sonrisa en mi rostro, mas no que Stark seguía llamándome.
—Peter, no te quedes atrás —el hombre magnánimo volvió, me ofreció la mano.
—¿Puedo jugar con el gato?
Él se asomó, miré de nuevo solo para darme cuenta de que el felino no estaba más allí.
—¿Gato? —no parecía convencido—. No tenemos gatos en este lugar, Pet.
—Yo lo vi.
Mi voz careció de fuerza. Describir el verde —casi amarillo— y brillante de sus ojos no serviría contra el fundamento de un adulto que cree estar seguro de todo.
Hubo algo como un suspiro, como una risa incompleta y sin brío de diversión. Después un carraspeo.
—Debió ser tu imaginación. Quizá un efecto de la radioactividad en tu cuerpo —la segunda oración se la dijo a sí mismo, porque ya no me estaba mirando. Yo no le presté importancia, mi mente buscaba un porqué—. Como te decía, ¿te gustan los legos?
Sin que su mano estuviera extendida hacia mí, busqué tomarla, no sin antes dar un último vistazo de verificación. Alcé el rostro, no perdiendo el respeto hacia aquel hombre que de un día para otro se había inmiscuido en mi vida.
Me limité a asentir.
No fue la última vez que ese misterioso gato hizo presencia. Inalcanzable, siempre; nunca llegué a tocarlo. Mi fuero interno aseguraba su continuidad como signo de verdad, eso hasta que el tiempo me hizo reconocer que estaba protegido en una edificación que detectaba hasta la presencia de una hormiga en el terreno.
Un gato no podía ser tan inteligente como para sobrepasar los límites.
Pero podría usar sus siete vidas a favor, tal vez por ello siete veces fueron las que yo lo vi antes de reconocer mi ceguera.
✿
Esa mañana desperté con la agria sensación del enigma nunca resuelto de hace años.
Me pregunté si ese gato sería una reminiscencia torcida o parte de una realidad nunca aclarada.
Un gato sin nombre, sin existir porque nadie más a excepción de mí lo ha visto.
Un chico sin nombre. Un fantasma.
Me pregunté si era el dueño del gato acudiendo a la única persona que lo ha visto.
Esa mañana desperté con la inquietud de una resurrección.
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