I
El ruido es agradable, el timbre de voces despreocupadas que flotan en la atmósfera del humilde comedor midgardiano, junto con el olor a café. Por momentos me siento incómodo, la sensación trasciende y tengo que asegurarme que no haya ningún dedo señalándome, de lo contrario, correrá sangre... No es una buena referencia para traer a mi yo del pasado al presente, solo quisiera olvidar esos días, y evitar comparar que vine aquí buscando una gema del infinito para, después de años, sentirme conforme con haber obtenido una billetera.
Patético.
Me pregunto dónde está Peter. Me pregunto si ha decido emprender su libertad por cuenta propia, pues dudo acudir al váter requiera de dejarme solo por tanto tiempo, a menos que haya sido una excusa para llorar en silencio, para debatir si vale la pena continuar a mi lado. Fui su última esperanza y también lo atrapé con engaños. No lo merece después de lo que se ha enterado; conozco el sentimiento, la opresión de la sospecha que culmina con una no muy alentadora revelación: tu fe estuvo sobre una mentira. Stark subestimó el poder de la verdad, ésta siempre resurge por más que quieran hundirla. Es igual que yo, quien del olvido resurgí para hacer memoria; igual que Peter, quien de la muerte ha resurgido para exigir su vida. Me pregunto qué camino tomará ahora que es dependiente de sus emociones. Me pregunto qué puedo hacer yo para que Stark no nos encuentre.
Y pensar que hace unos años mis ojos anhelaban contemplar sufrimiento, cobrar con la misma moneda. Cuantas veces imaginé a ese niño entre mis garras, estrujando su cuello hasta extinguir su llanto, entregarle a Stark un cuerpo inerte como fruto de mi venganza. Pero no podía hacer nada, estaba encerrado, mis manos atadas a la justicia más injusta que un hombre puede ejercer: la que hace cegado por el dolor que provoca la irreversibilidad de los hechos. No tuve la culpa de lo que se perdió, por ello me aseguraría de justificar un delito no cometido cometiéndolo, que si no lo causé yo, demostrar que su crueldad avecinará desgracias que no extrañará provoque.
Al menos la soledad fue amigable conmigo, me dio lo que necesitaba para no rebajarme a su nivel. Me dio el silencio que favoreció el darle voz a Peter. No había nada más conmovedor que su candor, la ingenuidad bajo la que lo hacían crecer. Fui espectador de su injusticia, de cómo lo preparaban para ser un héroe sin antes enseñarle a levantarse de los golpes que no siempre vienen de frente. Matarlo saldaría una cuenta pesada con Stark, y estaría bien, mas no ayudaría a brindarme la tranquilidad que tanto hace falta; no podría vivir con la idea de que alguien con la misma vulnerabilidad que yo pudo haber sido salvado y en cambio fue víctima de la vorágine de un autor cuyo corazón dañado es el mismo, pero cuya mentalidad está obnubilada.
Agradezco no ser más quien solía ser.
El señor que sirve a las mesas irrumpe en mis pensamientos dejando un cálido plato frente a mí.
También agradezco por ello.
Ningún banquete del Valhalla alcanzaría la gloria de este primer bocado. Fue bueno saborear el aire fresco, aunque el gusto lo haya desplazado tan rápido por unos huevos y un corte de carne que llaman "tocino". No tardo mucho en trasladarme a la pequeña columna de panqueques. Recuerdo bañarlos en miel como lo hace Peter las veces que los toma en el desayuno. Ahora mis ojos caen en los waffles que el castaño pidió y olvida reclamar. Algo me dice que si los dejo enfriar ganaré una condena a Hel. Por suerte, el dueño de ese plato aparece mientras hago el esfuerzo por no atragantarme y me quita toda tentación de coger de lo suyo.
Me alivia saber que escamé en vano, que él no me ha abandonado. Desde que escapamos, esta es la segunda vez que encaramos, y es que la mesa no lo permitiría de otra manera.
—El traje no tiene ningún rastreador —comentó dejando a un costado lo que para mí no son más que mallas rojas—. Debió diseñarlo seguro de que nunca saldría.
No sé por qué busco vestigio de un llanto en su rostro. Me sorprende su impermeabilidad, la dureza que obtuve a cambio de una sensibilidad esperada. Sé que no ha salido indemne y me preocupa que ahora sea tan difícil de leer.
—Lamentablemente eso no detendrá su búsqueda.
—¿Cuánto tiempo crees que tenemos?
Detrás de la ventana el cielo ensombrecía bajo densas nubes. No estaba muy seguro de la respuesta, pero podía afirmar que los obstáculos eran muchos y que el sol no estaba próximo a brillar sobre nosotros.
—Depende del número de personas que estén reteniendo la locura de Stark.
—Lo que significa...
—Pocas, considerando que pueden saber que estás a mi lado.
Peter picó su plato. Un bocado le pareció suficiente.
¿Y ahora qué? La cuestión transitaba entre nosotros sin la necesidad de ser expuesta. Estábamos lo bastante lejos de la instalación que nos había mantenido cautivos, me aseguré de enviarnos lejos para ganarnos tiempo, sin embargo, eso era lo único que teníamos, y cuando este se agotara...
—Tengo que buscar a May.
—No creo que sea conveniente. Tendríamos que volver a Nueva York y se supone que estamos escapando por ahora.
—Y se supone que ahora somos libres y ella lleva años pensando que estoy muerto. No la puedo hacer esperar más. ¡Tú fuiste el que me dijo que tomara el control de mi vida y eso trato de hacer!
Su enfado me afectó menos que su inexpresividad. Cada movimiento, desde que se levantó hasta que salió del local, exudó enojo. Si tan solo supiera que se encontraba lejos de encontrar ese control y que su frustración era para con las cosas en general y no conmigo. Me tomé el tiempo de terminar los waffles de Peter mientras observaba cómo este fracasaba al intentar que un automóvil se dignara a darle pasaje.
Dejé unos billetes sobre la mesa y salí rectificando mi atuendo. El negro me era fiel, aunque quizá el saco fuera demasiado. Eso explicaría por qué las miradas de en vez en cuando me siguen. Me enfilé hacia Peter y este se ahorró el mirarme, o hablarme.
Dos personas que alguna vez se conocieron se sienten tensas como si jamás hubieran intercambiado palabra alguna, así es como se siente. Pienso que si mi aspecto fuera el prometido, él se sentiría menos traicionado; lo hice enamorarse de una ilusión.
—Deberías robar un carro.
Reconozco que su tono lo hace insoportable. Ha sido difícil lidiar con él desde que conseguimos nuestro primer objetivo. Se comporta como todo un adolescente malhumorado. Si no he perdido la paciencia es porque me considero culpable de su estado, y admito cierta impotencia me apacigua al no encontrar el modo de ayudarlo más allá de las acciones.
—Ni siquiera me agradeciste el haber conseguido el desayuno —saqué la chispa que por suerte no inicia el fuego.
Atisbé los carros que, siendo escasos, iban y venían por la carretera, algunos estacionándose en una especie de tienda de servicio que se encontraba al otro lado. Sonaba a tarea fácil, pero una parte de mí no quería complacer al chico.
—Ese.
Peter señaló un modelo llamativo y de color rojo que se mostró a nuestro alcance cuando el dueño se ocupó de llenarle el tanque.
—Claro, robemos el coche más llamativo y huyamos con él sin tener ninguno experiencia al conducir. Brillante, Peter.
—Pensé que eras el dios del engaño —fastidiado de mi sarcasmo, empezó a caminar al margen del asfalto, aborreciendo su antigua idea y prefiriendo utilizar lo único que seguro no le reprocharía: los pies.
—Creo que ese título se lo quedó Stark —caldeé, yendo detrás de él.
—¿Y ahora quién eres?
¿Quién soy yo? Me es complicado plantear una respuesta porque aún no estoy seguro de quién soy después de tantos años en los que me reduje a una celda, o en todo caso, a un gato, a un espectro.
Loki, de Asgard, quien atado a la mentira buscó la forma de liberar su alma. Cayó en las fauces de un ser desalmado, lo convirtió en su propio delirio. Sus acciones dejaron de pertenecerle junto con sus propósitos. Hizo lo que hizo porque no existía otra alternativa para su condena, que no terminó librado la guerra, sino que se extendió a manos de un hombre dañado cuyo sufrimiento no se extingue. Y entonces juró que sería la última vez que alguien tomaba posesión de su mente, de su cuerpo, de su destino. La venganza recaía sobre un igual, y no pudo atizarla lo suficiente como para culminarla. Había encontrado un propósito en el que no solo intervenía su propia libertad, sino la de alguien más, y se sentía comprometido a ello, mas contradecía los ideales que alguna vez lo impulsaron. Sentía un... particular afecto hacia él, unas ansias de protegerlo cuando ni siquiera contaba con las defensas adecuadas para protegerse a sí mismo. Ese era Loki, quien dudaba estuviera listo para el sacrificio cuando el Ragnarok, con la entrada de Stark, llegara.
El silencio, ingrávido, hacía un trasiego hacia la necesidad de decir algo. Llevábamos rato caminando, compañeros del asfalto, protegidos por la zona boscosa que nos rodeó en todo el trayecto. El aire era húmedo. Esperaba por la primera gota de lluvia que nos recordara que la vida no estaba para hacernos favores.
—¿Crees que esto es libertad?
No respondió.
—¿Se siente como libertad?
Más silencio que culmina con un átono no.
—¿De qué sirve deshacerse de los barrotes si no podemos sentirnos libres? No puedes hacer lo que quieras aunque, técnicamente, no haya nadie que te restrinja —increpé—. ¿Vas a escucharme o seguirás ignorándome?
—Me engañaste.
—¿Si te hubiera dicho quién soy desde el principio, me hubieras escuchado?
—¿Y qué tenía de malo tu aspecto?
No era la conversación que quería empezar. No deseaba gastarme en nimiedades; viene a hablar de su desilusión olvidando que yo lo he salvado.
—Pensé que te sería más fácil confiar en alguien que luciera de tu edad. Como siempre estás rodeado de adultos que te dicen qué hacer... Nunca te hubiera convencido de algo.
—Ya no sé si quiera confiar en ti.
—Entonces, ¿por qué después de incluso revelarte quién soy, corriste detrás de mí?
—¿Qué otra opción tenía?
—La opción de quedarte y enfrentarte ahí mismo a Stark, y agradezco me hayas elegido antes para ayudarte en esta pelea.
Peter se detuvo, giró sobre sus talones y no tuvo miedo al contacto visual. Esperaba hallara calma en mis ojos, pues además de mi determinación, estos no habían cambiado.
—Creí que me usarías como un medio para escapar.
Un atisbo propio de la tristeza relució. Fue la señal más tranquilizadora que he recibido en el día.
—Y aquí estoy. ¿Qué te hace desconfiar?
—No sé qué hacer ahora —admite, rompiendo la cortina de indiferencia, y sus ojos brillan como castañas bajo el agua—. Tengo miedo a confiar en alguien. Todos me han mentido u ocultado algo durante siete años, y tú no eres la excepción. Estoy perdido y mi única esperanza recae en alguien cuya especialidad es el engaño.
»Quise al señor Stark más que a nada en el mundo y me traicionó...
A mí también me traicionó mi padre.
—Estuve muerto...
Igual que yo.
—Y lo siento si he sido grosero, pero no puedo soportar... —se le cortó la respiración; lo veo caer pieza por pieza—. Siempre me has dicho que llorar no sirve de nada y no quiero que me vuelvas a reprender por hacerlo —su voz brotaba por las grietas de su impotencia, fuerte, aunque flaqueaba en el intento de reprimirse.
Hasta ese momento lamenté mi dureza.
—Te mentí —dije.
Peter, deja de luchar, puedes romperte ahora. Necesitas recobrarte, pero para eso, está bien perderte, hundirte en el hollín incluso si esto significa sentir a piel la asfixia. Y no debes preocuparte, en algún momento vas a salir, y si no puedes, recuerda que mis garras no son para atraparte, sino para sacarte de allí.
—Llorar sí ayuda —proseguí—. Llorar puede ser el principio de toda promesa, o incluso, está bien si solo es desahogo.
Primeros las lágrimas de Peter, luego las del cielo. Un augurio. Quizá... no teníamos tanto tiempo.
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