I
El chirrido de la suela contra el piso lustroso del gimnasio, el bote rítmico del balón y mi gran habilidad en el deporte antecedieron el magnífico tiro a media cancha que realicé. Como había esperado, encesté sin roces.
No había nadie en las gradas de madera. Había un solo jugador en el partido y ese era yo.
Mi nombre es Peter Benjamín Parker, tengo 16 años y una gran energía para poder representar los vítores de mi público imaginario. Pasar tiempo de esta manera no es ninguna novedad, es mi estilo de vida desde que soy responsable de mis actos. Supongo que antes tenía una vida normal, pero, desde hace tiempo, aquí me conocen como el Chico Araña.
—Ey, Visión, ¿un partido? —cuando fui a alcanzar el balón vi a mi vecino de habitación pasar por la puerta.
—Tal vez en otra ocasión —se disculpó con un suave asentimiento—. Me han llamado para una misión.
— Oh, cierto. ¡Suerte! Si necesitan refuerzos saben que pueden contar conmigo —dije aun después de que el contrario desapareciera.
Yo soy parte de los Vengadores, un extraordinario grupo con extraordinarias personas. Nuestro objetivo es defender la tierra, y en dado caso, vengarla. Tony Stark, mi mentor —un genio, millonario, playboy, filántropo—, me ha entrenado desde que era un niño, ya que tuve la fortuna o la desgracia de ser picado por una araña radioactiva, la cual me ha hecho un súper humano. Soy flexible, puedo escalar paredes y poseo un sentido desbordantemente agudo así como una increíble fuerza. Todo lo demás es práctica y tecnología que el mismo Stark me ha brindado y que yo he perfeccionado con mi afición. No solo soy un tesoro físico, también me intereso por la programación y la mecánica.
Yo digo que soy igual que Stark, pero él asegura que soy mejor, y si lo soy, ¿por qué no puedo demostrar mi habilidad fuera de estos muros?
No soy un adolescente indefenso, estoy en perfectas condiciones para ser partícipe de las aventuras del grupo, sin embargo, Tony no opina lo mismo ni las llama aventuras; según él no tengo noción de lo que es el peligro. Pienso que debería cambiar mi seudónimo de Hombre Araña a Vengador de Porcelana, ya que me trata como si me fuera a romper con el simple hecho de salir.
Tampoco puedo demostrarle que ya no soy un niño; sobrevivo pasando el tiempo como uno.
Cuando no estoy haciendo acrobacias y probando la resistencia de mis telarañas, estoy en el gimnasio jugando deportes que inicialmente no se deberían jugar en solitario. Paso tiempo frente a una enorme pantalla jugando video juegos, algunas veces con Visión o Rhodey si los encuentro en tiempo de ocio, pero en mayor medida sin un segundo competidor. En alguna época los legos se convirtieron en toda una obsesión, y hoy en día todavía puedes verme hacer algo insólito con ellos, todo con tal de no caer en el tedio.
No hay nada que no se pueda hacer en las instalaciones de los Vengadores, excepto salir. Puedo pedirle a Stark que me traiga la torre Eiffel hasta acá —y lo haría—, no obstante, rogar por acompañarlos en una pelea o ir de turista por la ciudad de Nueva York amerita largas explicaciones donde al final la respuesta siempre va a ser no.
Me he resignado a esperar por el momento indicado. El tiempo seguirá corriendo y, mientras tanto, tengo cosas por hacer, como ensayar un tonto discurso de presentación por si surge la oportunidad de explicar mi historia.
¿Mencioné que también soy un excelente cocinero? Además de saber trucos de combate, he hecho del cocinar una rutina divertida. Puedo hacer rodar el salero por mi brazo o atrapar los guisos después de lanzarlos fuera del sartén. Sé cómo lucirme a la hora de usar los utensilios y estoy seguro de que esto bastaría para conseguirme una novia, si tan solo el mundo supiera que existo.
Cocinar es otro entretenimiento para mí, más cuando lo hago al ritmo de buena música. En esta ocasión preparo la cena al compás de Shake Your Groove Thing de Peaches & Herb. Lanzaba los ingredientes por el aire, siempre sin que nada cayera. Los atrapaba hábilmente después de girar sobre mi lugar y los picaba al mismo tiempo en el que trabajaba con la carne de un sartén. Todo lo que tenía era la música y una buena actitud. Eso bastaba para mí.
Alguien alteró el volumen que salía de las bocinas, haciéndome perder ese toque de inspiración.
—No respetas el límite auditivo, ¿eh? —vi a Wanda llegar a la cocina, haciendo que una sonrisa se dibujara en mi rostro.
—Ya sabes cómo me pongo cuando cocino —comenté—. Estoy preparando tu favorito.
—Eres tan dulce, niño —me sonrió de manera enternecida, aunque sus líneas de expresión se marcaron con disculpa. Adiviné lo que vendría continuación—, pero iré a respaldar a Visión esta noche.
—Dura pelea, ¿no? Debería acompañarte, seguro necesitan a alguien como yo —sugerí en broma, aunque con una súplica escondida.
A veces me sentía como un prisionero allí dentro.
—Ya sabes lo que dice Stark al respecto —advirtió con una sonrisa a la cual yo no le podía reprochar.
Me pregunté si Wanda sentía lastima por mí.
—Lo sé, lo sé. Tenía que intentarlo.
—Me tengo que ir —se enderezó del apoyo que había puesto sobre la encimera. La vi robar una rodaja de zanahoria de la tabla y llevársela a la boca—. Igualmente, gracias por la comida —me tomó del brazo para dejarme un beso en la mejilla.
Wanda se fue y me quedé sin compañía alguna. Oficialmente era el único miembro en el edifico. Incluso sentí como mis ánimos me abandonaban. No tenía a nadie, de nuevo.
Terminé la cena y serví un plato. Lo llevé conmigo al comedor destinado para varias personas. Era lamentable que no hubiera amigos que ocuparan los asientos vacíos a mi alrededor.
Sí, me había acostumbrado a no salir, sin embargo, la soledad no se podía soportar. No sabía cuánto tiempo más iba a pretender que no me afectaba.
Cuando llevaba un bocado a mi boca mi móvil vibró. Lo tenía sobre la mesa, al lado del plato. La pantalla se iluminó mostrando la imagen de Stark y la notificación de una video llamada. No tardé en aceptarla.
—Mocoso —así me decía de cariño.
—Señor Stark —saludé—. ¿Qué tal la fiesta?
A través de la pantalla lo vi torcer los ojos.
—No fue la gran cosa —posteriormente hizo una mueca—. La cena fue espantosa. Ahora estoy en el hotel disfrutando de algo decente —alzó su tenedor presumiendo de encontrarse comiendo y luego lo llevó a su boca.
—Wanda y Visión se fueron. Solo soy yo y mi filete —dije, encogiendo mis hombros.
—Fue bastante oportuno llamarte entonces. Cenemos juntos, ya sabes, vía virtual. ¿Qué tal tu día?
—Hice un poco de todo, como siempre —y al admitirlo, se diluyeron las ganas de seguir hablando.
Esperaba que el tono de mi voz delatara por milésima vez lo harto que me encontraba de esta situación. ¿Cuándo llegaría el momento adecuado para salir? El tema nunca surgía, y cuando yo lo sugería, él lo evitaba.
—¿Sabes? Me di a la tarea de conseguir la consola portátil antes de que saliera a la venta. Siéntete afortunado, serás el primero en tenerla. Dicen que es una experiencia totalmente distinta, no lo sé, podrás confirmarlo cuando vuelva.
Algo dentro de mí se oprimió. ¿Alguien en verdad me estaba escuchando?
—¿Podemos hablar luego? Estoy muy cansado.
—Bien, bien, Peter. Fue una excelente charla. Te llamaré después...
Colgué. El rostro de Stark se difuminó de la pantalla y solté el celular.
Mi cuerpo de desprendió de un profundo suspiro. No terminé el plato, el apetito me había abandonado por el capricho de algo dulce. Me levanté, empezando a guardar todo para el recalentado y limpiar la cocina. Saqué del gran refrigerador el bote de leche y me serví un vaso. En el armario de arriba había un envase metálico abastecido de mis galletas favoritas. Saqué unas cuantas y me llevé una a la boca. Me quedé en el mismo sitio para poder devolver el contenedor a su lugar. Al estirarme, el rabillo de mi ojo me sugirió voltear hacia el ventanal de la sala. En el horizonte, vi las luces lejanas de la ciudad como un montón de estrellas aglomeradas en la superficie.
Me pregunté cuando tendría una vida que no fuera esa.
Empecé a caminar hacia la terraza gris que me permitió inspirar la brisa de la noche. La idea de saltar y abrirme a un momento de libertad me tentó. Solo necesitaría mi lanza telarañas para conseguir un respiro fuera de aquel edificio. Pero como si el destino hablara, una señal externa advirtió mis pensamientos de desobediencia. Un azote metálico provino del interior. Volteé alertado, pensando que alguien más estaba allí. Regresé con cautela a la cocina, dándome cuenta de que el contenedor antes colocado se había caído de su lugar; estaba en el suelo, con las galletas dispersas y echas boronas.
—Peter, Peter, Peter —me regañé, agachándome para empezar a recoger el desastre.
Poco antes de incorporarme, noté que no debía descartar la idea de encontrarme solo. Me alarmé, nunca nadie había salido desapercibido de mi sentido arácnido. No me atreví a voltear, me hice el despistado mientras alzaba mi mano hacia a la encimera, tanteando en busca de mi lanza telarañas para, inmediatamente, disparar en contra del individuo.
La telaraña lo atravesó y yo retrocedí ante el inusual hecho. En ese momento pude detallar su aspecto.
—¡¿Quién eres tú?! —demandé saber sin abandonar mi posición de defensa.
Me sorprendía que el sistema del edificio no hubiera alertado de un intruso.
—Un fantasma, tal vez.
Era joven, adivinaba que podría tener más o menos mi edad. Su cabello era largo hasta los hombros, oscuro y rebelde. Al mantener un contacto visual, encontré unos ojos llamativos y profundos a la vez; tardé en darme del verde de su iris. Su expresión no mostraba nada, pero tampoco ocultaba. Vestía de negro, sin adornos. Pude haberme tragado sus palabras y considerarlo un fantasma con esa piel de alabastro.
—Tú... ¿fuiste? —miré las galletas sin moverme de mi lugar.
El extraño individuo no contestó. Bajó la mirada hacia el vaso de leche que descansaba a un lado de él, el mismo que había servido con anterioridad. Su mano tenía intenciones de tirarlo. Casi pude ver el líquido derramado y el cristal por todas partes, pero su cuerpo atravesó el material. Había sido una demostración de su inocencia.
—Eres descuidado, que es otra cosa, Peter Parker.
Estaba sorprendido, aterrado. No había razón por la cual bajar mi guardia.
—¿Cómo es que sabes mi nombre? —cuestioné, acercándome lentamente.
—Porque como tú, también estoy encerrado aquí —su rostro hierático hacía todo menos tranquilizarme.
—Nunca antes te había visto.
—Porque no me dejan salir de mi habitación.
Intenté ponerle un dedo encima. Mi mano lo atravesó. Era como una especie de holograma. Traté de mirar alrededor en busca de su fuente. Nada. Cuando volví la vista al frente, topé con una expresión que demandaba espacio. Retrocedí varios pasos.
—Soy como tú: especial —prosiguió—. Con la diferencia de que Stark no comprende mis poderes. Estoy enjaulado, por el "bien" de todos —percibí algo despectivo en su voz.
—Nunca escuché hablar de ti.
—Soy un secreto.
El contrario bajó de la encimera y empezó a andar.
—Yo siempre he estado aquí y nadie me ve —continuó—. ¿Eso no me vuelve un fantasma?
—¿Siempre?
Las palabras se atenuaron. Tuve que seguirlo hasta la sala.
—¿Pensabas en escapar? —se detuvo frente al ventanal, mirando al exterior.
—¿Qué?
—Lo pensaste —afirmó—. La imaginación es segura hasta que viola el juicio. No debes dejar que se apodere de tus decisiones.
Todo era tan desconcertante, difícil de procesar.
—¿De qué estás hablando?
—Tenía miedo de quedarme solo.
Me pregunté si el joven desconocía los principios de una conversación normal. Cerré la boca, buscando alguna otra forma de ponerle pies y cabeza a lo que intentaba transmitir.
—¿Por qué no has aparecido antes? —emití la primera pregunta que vino a mi mente.
—Stark me lo prohibió. Si se entera que he aparecido me castigará.
Mi mirada divagó, tratando de hacerme a la idea; eso ni siquiera contestó mi pregunta. Cuando quise fijarme en él, lo vi alejarse hacia los pasillos sin despedirse.
—¡Oye...! —lo llamé, temiendo que desapareciera. Me di cuenta de que no tenía nombre con el cual dirigirme—. No me dijiste cómo te llamas.
—¿Cómo podría confiar en ti?
El chico de ojos felinos era alguien muy extraño.
—¿Volverás a aparecer? —me atreví a preguntar; dudaba de poder seguir como si nada ahora que tenía conocimiento de su existencia.
—Si prometes no decirle a Stark —por un instante creí ver una curvatura en la comisura de sus labios.
Antes de volver a exigir su nombre, el peculiar personaje desapareció.
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