01
Al inicio de todo, siempre existieron guerras.
A veces por asuntos insignificantes los humanos derramaban sangre. Había odio, lágrimas y dolor.
No solo en la tierra.
La gran torre, donde las divinidades custodiaban a su pueblo, también estaba en desacuerdo. Iniciando así, una guerra santa.
Siendo la luz, la fuerte calidez de Solus, que salió victorioso. Derrotando incluso a sus aliados; la ambición y codicia hizo que el color dorado que le rodeaba se volviera oscuridad.
Sin embargo, según las leyes de la vida, y del mismo ciclo de los dioses; volverían a renacer para recuperar el balance del mundo.
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Centoria Central
El olor a vino y rosas nadaba por los aires, esa combinación solo podía ser disfrutada por los dioses. La más pura, la más fina, la mejor cosecha.
En los jardines, que decoraban el pie de la GranTorre, debía estar repleto de flores, incluso en invierno, siendo las rosas las preferidas y más valiosa, una solo valía más que el oro.
Eran el símbolo del poder.
Prohibiendo así, que los humanos pudieran apreciarlas.
Bajo el régimen severo y duro, nadie se atrevería a romper tal prohibición, la que sólo un Dios podía desafiar.
En el aire, un par de mariposas jugueteaban, volando con gracia una de ellas se posó en la copa que yacía en la pequeña mesa.
La penetrante mirada la sostuvo, fue suficiente para que la mariposa retomara el vuelo. Alejándose del lugar lo más que pudo.
La copa fue llevada a los labios de la presencia. Tras saborear su dulce sabor la regresó a su lugar.
Observó la jugada en el tablero de ajedrez y sintió la necesidad de armar una nueva partida, pero al conocer el resultado desistió. Parándose rodeó la mesa.
Su cabello negro, un poco largo, ondeó con el viento.
—¿Las ofrendas se han recibido?—observó a su sirviente que se encontraba estudiando las rosas.
Este, un poco asustado giró para mirarle de frente y luego arrodillarse.
—Así es mi señor, los emperadores han entregado el doble que la vez anterior.
Asintió un par de veces. Qué las cosechas incrementaran indicaba lo fértiles que seguían siendo las tierras de todo Underworld, aún sin la presencia de Terraria.
Durante doscientos años, tiempo de reinado de Solus, se había exterminado a la reencarnación de las otras diosas. Siempre fue difícil dar con su paradero, pero se las hubo ingeniado para contener sus llegada. Ese año en especial, él se había hecho cargo de terminar con el ciclo de Terraria. Temió que eso afectara las cosechas.
Hace dos años, cuando Lunaria fue encontrada y asesinada. Los lagos y ríos sufrieron una extraña manifestación, secándose casi por completo. Sin fuentes de agua, el pueblo sufrió y estuvo a punto de rebelarse. Se pudo resolver el problema, pero el acontecimiento lo preocupó.
Generalmente las diosas reencarnaban cada diez años y, en esa misma cantidad de años, antes de que pudieran recuperar sus recuerdos y poder, eran traídas a la Torre y asesinadas.
Pero en este ciclo era irregular, Stacia la diosa de la vida, no había sido encontrada. La habían buscado en cada rincón, no había señales de ella, parecía no haber nacido aún.
Habían pasado veinte años desde su anterior ejecución, lo que indicaba que ella debía tener unos nueve años. O ser un bebé si el ciclo estaba intentando protegerla.
Lo cierto era que no aparecía y su padre estaba desesperado. Se encerró en el piso más alto de la Torre y le dejó esa tarea a él; mitad hombre, mitad Dios.
Al salir de sus pensamientos observó a su sirviente, que seguía observando los rosales.
—Si sabes que no puedes llevar ninguna.
El rubio pareció temblar al ser descubierto, pero rápidamente recuperó la calma.
—Lo sé muy bien. Solo quería grabar su forma en mi cabeza.
Sintió lastima por él. Atrapado en lo que los humanos llaman amor. Algo inútil, al parecer era como una epidemia, por más que intentara separarlos, era imposible que no hubiera uniones. Lo único bueno que traía eso, era la descendencia. Qué Underworld siguiera creciendo.
—Qué te quede claro Eugeo, si te llevas una yo mismo te cortaré la cabeza.
Ante su amenaza, su sirviente asintió varias veces. Le agradaba ese sujeto, pero no dejaría que sobrepasara las leyes.
Una duda le atacó cuando estaba por despedirlo.
—¿Por qué deseas una?
El rubio sorprendido por la pregunta tartamudeo un poco antes de explicar;
—Ella ama las flores y nunca ha visto una rosa a su vida.
—¿Ella?—repitió con mal humor.
—Todas las mujeres en realidad —corrigió al notar su enojo.
Relajó un poco la expresión, a Eugeo le faltaba carácter, a pesar que lo escogió por eso en primer lugar, veía que también podía ser una debilidad.
—Y no te has puesto a pensar que en realidad quiere venderla en lugar de admirarla.
—Nada de eso mi señor —casi lo gritó. Al darse cuenta controló su tono. —Es que, ella tiene un color de cabello poco común, la molestan por eso. Quería mostrarle una rosa que aún siendo roja es muy hermosa.
Y era demasiado sincero, no veía que le estuviera mintiendo. Pero eso no hablaba por esa persona que él tanto admiraba.
A paso firme se acercó a su sirviente. Quien le miraba con atención.
Tomó una de las muchas rosas y la cortó. Se la llevó a la nariz y aspiró su aroma. Más que hermosa, una brindaba mucho poder a la Torre.
—La fuerza de este lugar depende de estas flores —le recordó.
A pesar que tenía su atención, el rubio parecía esperanzado en que le daría la oportunidad de mostrársela a su amada.
Lo pensó por varios minutos. Era un semi Dios, pero su padre nunca le obsequió algo tan importante a un humano. Ni siquiera a su madre, quien una vez arrancó un par de ellas, siendo su sentencia de muerte.
—Confío en ti, pero no en ella. No en las mujeres.
La desilusión en las pupilas verdes no se hizo esperar.
Llevándose la rosa consigo. Se dirigió al interior de la Torre, esa noche volaría cada rincón de Centoria en busca de la reencarnación de Stacia.
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El dragón aterrizó.
Un par de sirvientes corrieron a recibirlo. Uno tomó las riendas del dragón, mientras el otro le esperaba con una toalla y una jarra de agua.
Solo recibió la toalla. Se dirigió hacia el piso más alto. Debía informar a su padre que no había señales de la diosa faltante.
Cuando atrapó a Terraria supo de inmediato que era ella, aunque no había manifestado poder. Ante Lunaria, observó a su padre provocar a la diosa. Pero al nunca antes ver qué aspecto tenía Stacia no sabía que buscar.
Apenas era un bebé cuando la anterior fue llevada a la Torre.
Estaba confuso, por lo que había incluso pensado que podría haber nacido siendo hombre, o en las tierras infértiles de las tierras oscuras.
Tenía muchas dudas y deseaba que su padre pudiera aclararlas.
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El clima estaba calmado, el cielo no parecía decir nada y el viento solo soplaba.
Lo único fuera de lugar era la calidez de la tierra. Cada vez las cosechas aumentaban, últimamente no habían pueblerinos disconformes. Durante el verano era normal que la sequía provocara caos, lo que ese año no parecía ser el caso.
Dando su recorrido matutino normal, fue hacia los jardines, sería algo muy breve, casi ni le prestó atención a ese lugar. Hasta que creyó ver la cabellera rubia de su sirviente, que debería estar puliendo su espada.
Un poco enfadado, se dirigió hacia esos rosales. Creyó que por el ruido de su armadura Eugeo notaría su presencia, pero no fue así. Estaba tan concentrado que no se percató.
Por unos minutos lo observó, se encontraba sentado en el pasto, dándole la espalda. No podía distinguir bien que hacía por lo que decidió interrumpir.
—Mi espada, ¿está lista?
El rubio casi entierra la cara en el rosal. Aturdido no pudo ni siquiera pararse.
—Mi espada —insistió.
—Lo siento mi señor, aún no... —agachó la cabeza.
Quería atormentarlo antes de darle un castigo, pero el objeto que dejó caer al ser pillado le llamó la atención. Curioso lo levantó, era el dibujo de una rosa, no era un gran artista, pero al menos se distinguía que deseaba plasmar. Luchó por no reír.
—Es... es para Tieze—confesó Eugeo.
Se sorprendió. Había pasado tanto tiempo que apostó que el rubio tomaría una y le daría el gusto a esa mujer de engañarlo.
Por lo visto no fue así. Le temían tanto a su padre que no deseaban romper la prohibición.
—Eres ridículo —expresó al devolverle el trozo de pergamino.
—Mi señor quizás usted no lo entienda pero para mí es importante. Verla feliz es lo que deseo.
Trató de no ofenderse, si bien era mitad humano, nunca se consideró uno. Lo que corría por su sangre se lo impedía. Igual que amar, era un sentimiento que no conocía, y del que no deseaba ser partícipe, si alguna vez deseaba descendencia, solo debía elegir una mujer y dejar su semilla. Su hijo sería criado por los sacerdotes y mojas, y la madre de este, si no agotaba su paciencia viviría. Él tenía un sentido de la vida diferente.
—Son solo palabras...
—Si se pusiera en mi lugar.
—¿Insinúas que soy como ustedes?
—No... —retrocedió al ser sabedor del enojo de su amo. —Quería decir que cuando usted se enamore, sabrá de lo que hablo.
Se llevó sus dedos a la sien, estaba pensando seriamente en castigar a Eugeo. Ese tema ya se estaba volviendo irritante.
—Nunca caería en los encantos de nadie.
Hubo un silencio. Sintió que era mejor que continuar esa ridícula conversación. Ya le había dado demasiada confianza a su sirviente.
—Mi señor ¿y si me acompaña?
Enarcó las cejas. Si no lo mataba lo rebajaría a trabajar limpiando el calabozo.
—Co... conozca a mi amada y verá si es merecedora de su confianza.
No pudo evitar reír a carcajadas, esa mujer ya había cegado a su sirviente, en ese caso, era definitivo deshacerse de él.
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Debió ejecutarlo —pensó al estar parado en ese sucio lugar.
Era la primera vez que estaba en esa parte del pueblo. Las paredes parecían desgastadas, al igual que la ropa de sus habitantes, que no lo reconocían al vestir tan corriente.
Siempre lucia su armadura, ahora parecía uno más. Quería reírse pues no parecía el hijo del temible Solus.
Solo aceptó esa ridiculez por estrategia. Si nadie sabía quién era, podía deambular sin ser detectado, si Stacia estaba escondida en ese lugar, la tomaría por sorpresa.
Al no ver señales de su sirviente, decidió caminar por la estrecha calle. Sus botas desgastadas emitían un suave ruido al caminar, no había más que silencio, creyó escuchar pasos detrás de él, al girar no había nadie. Continúo hasta llegar a un callejón, sus instintos le instaron a dirigirse a ese lugar, mientras más avanzada parecía estar en un laberinto. Pero algo lo llamaba ¿un canto quizás?
Terminó en algo que parecía ser una pequeña plaza, en el centro un pozo algo descuidado. Sentada en el borde, una joven de larga cabellera, su cabello era del mismo color del ocaso.
Deseó tocarlo. Sentir si era tan cálido como imaginó.
Dio un par de pasos, por el desastre de calzado que cargaba, no pudo pasar desapercibido, la mujer detuvo su canto y se volvió a él.
Tenía unos ojos hermosos, le recordaba el ámbar, además de su piel tan blanca como la porcelana. Era diferente al resto... ella no era normal.
Sus miradas quedaron fijas. Ella le sonrió de forma tímida.
Era la primera vez que una mujer hacia eso, con demasiada vanidad, general nadie se le acercaba, le temían.
—¿Te has perdido?
No sabía que decir, estaba impactado. Pues sus palabras era tan suaves que parecían acariciar el viento.
—Si, solo camine y mi amigo...
No supo porque lo dijo, no era del todo mentira. Tenía curiosidad por ella.
—Entonces déjame ayudarte. ¿Recuerdas donde fue?
Ni siquiera le preguntó su nombre, o razón, así de fácil lo ayudaría, a un extraño. Él tenía preguntas que hacerle, varias en realidad.
—¿Eres de aquí? —quiso saber.
Ella sonrió. —No específicamente, suelo ayudar en un orfanato cercano. ¿Ha recordado ya?
Evadió la pregunta al acercarse a ella y colocarse delante para evitar que siguiera caminando. No quería que Eugeo se apareciera e interrumpiera.
—¿Cuál es tu nombre?
La misteriosa mujer, sonrió mientras se acomodaba un travieso mechón de cabello.
Tras dudar por varios minutos al fin la vio mover los labios.
—Asuna—dijo sin querer saber el suyo.
Lo repitió cual fuera un sutra, estaba tan enfocado en aprenderlo que no se dio cuenta en qué momento fue dejado atrás. Al salir de su ensoñación tuvo que correr para alcanzarla.
Durante su caminata no pudo reducir su curiosidad. Asuna sin esconder su incomodidad, le contestaba con asentimientos u oraciones que le hacían aumentar su interés. Hasta pensó que quería huir de él, ese comportamiento solo hacía que deseara acercarse más.
La caminata le supo corta. A lo lejos observó a su sirviente, quien al notar su presencia corrió a su encuentro.
—Le dije que no se moviera.
Tras esa que considero ofensa, le dedicó una mirada de enojo, algo que hizo que el rubio guardara silencio. Al notar la forma en que Asuna le veía, recordó que en ese momento no era más que un simple humano.
—Lo siento —trató de ser más amable. Eugeo quedó impactado. —No debí vagar.
—No... importa, me alegra que esté bien.
Dejó de ponerle atención a su sirviente, la regresó a la joven que le ayudó. Parecía más relajada.
—Mi sen... digo, Kirito, ella esa la persona de la que te platique.
Trató de controlar su temperamento y saludar a la joven de cabello rojizo, si no recordaba mal, se llamaba Tieze. La causa de que estuvieran en ese rincón de Centoria.
—Ya que ha conocido a Asuna-sama, qué tal si vamos por una taza de té.
Escuchar té le hizo hacer una mueca de disgusto, solo bebía vino. Al notar que la dama que recién conoció se mostró encantada, debió deshacerse de su negatividad por las costumbres humanas.
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Asuna...
Desde que la conoció no había podido sacarla de su cabeza, ella, de alguna forma, se metió en sus pensamientos y no había manera de sacarla. Lo sorprendente, él no deseaba que desapareciera.
Era una muy llamativa e interesante. Hija del emperador Yuuki, a quien se le encargó Centoria sur. Amaba el té y ayudar a los menos afortunados.
Esos datos no los supo de ella, era muy reservada. Eugeo se los dijo, la amada de su sirviente, una noble de rango bajo, servía como ayudante de esa joven.
Luego de aquel encuentro, se volvieron a ver un par de veces más. Claro, él no estaba incluido, utilizó una excusa demasiado creíble para hacer que Eugeo lo llevara consigo.
Mientras el rubio hablaba cual tonto con Tieze, él intentaba quitar un pétalo del cascarón de la mujer que había ganado su atención. Resultó ser una tarea muy difícil. Domar a un dragón salvaje era más fácil.
Qué ella le abriera su corazón, se volvió sin querer un capricho. Deseaba que le sonriera de la misma forma que la pelirroja le sonreía a su sirviente.
Eugeo dijo una vez que tal vez se había enamorado. Algo que negó. No se creía capaz de amar como si fuera un hombre ordinario. Lo que si tenía claro era que la deseaba a su lado.
—Mi señor.
El llamado a su nombre le hizo detener sus pasos. La cabellera plateada de Quiniella, sacerdotisa de la torre, ondeó como si tuviera vida propia.
No era normal que ella estuviera ahí. Dado que se dirigían a la misma dirección, dedujo que su padre la hubo solicitado.
—¿Alguna novedad? —Quiso saber tras devolverle el halagó.
—Solo una profecía.
Con sus palabras ganó su atención total. Desde hace años no se había vuelto a dar otra profecía. Lo que indicaba que Stacia había recuperado su poder.
—¿Sabes la ubicación? A padre le encantara saber que estamos a punto de atraparla.
Quiniella negó. —Por desgracia solo nos muestra que dentro de unos meses habrá una manifestación.
Maldijo al saber que esa diosa seguía siendo muy astuta.
—De momento seguiré haciendo mis rondas por los cielos. Mañana iré a las afueras de Centoria.
—Siempre tan responsable—dijo con una sonrisa—, también debería pensar en la descendencia—se acercó más a él, al punto de casi caminar pegados. —Sila sangre divina crece, será más fácil recuperar el equilibrio. Así no temerán el regreso de las diosas.
Mostró su mal humor. Lo que hizo que Quiniella guardara la distancia. Sabía que no le gustaba que le tocaran.
—Después que atrapé a Stacia—dijo secamente—, no me interesa nada más.
—Su divinidad Solus y usted, mi señor, no les agrada los humanos—rio cual su anterior ofensa no hubiera existido. —A estas alturas el poder los consumirá.
—¿Es esa una declaración de rebelión?
Quiniella tuvo que negar de forma apurada, sus palabras estaban tomando un rumbo que podía acabar con su vida.
—Quiero decir, mi señor es como un regulador para Solus—explicó. —En el pasado llegó un momento que no pudo controlar todo el poder, los recursos le estaban haciendo perder la razón. La descendencia fue la solución, compartiendo su sangre, también lo hizo con su poder, así el equilibrio volvió.
—Sé muy bien lo que soy para mí padre, no tienes que explicarlo.
La sacerdotisa rio de nuevo. —No ha entendido aún.
Colocó su mano en el mango de la negra espada que llevaba en su cintura, con la que podía matar a un ejército de Orcos él solo.
—Explícate o perderás la cabeza.
Ella perdió la gracia. —Los recursos cada vez son más, al punto de no poder controlarlo, serán consumidos. Es cuestión de tiempo para que suceda. Su divinidad no le interesa escuchar, no desea mezclar su sangre más.
—Lo que indica que la responsabilidad de los reguladores cae sobre mis hombros.
Cual hubiera dicho lo que ella deseaba escuchar. Quiniella dejó de preocuparse por la amenaza, atreviéndose a atraparle el rostro.
—Puedo ser la portadora de sus descendientes —susurró al acercar sus labios a los suyos. —Le invitó a mi aposento está noche.
Cuando la unión parecía inevitable, Quiniella se mostró complaciente en apoderarse de sus labios. Apenas se rozaron, la sacerdotisa tuvo que retroceder al escuchar el sonido de la espada desenvainando.
Sin perder la sensualidad que irradiaba, agachó la cabeza ante él.
—No fue mi intención incomodarlo.
Regresó su arma a la vaina. —Si te atreves a acercar a mí con esas intenciones, ten por seguro que Cardinal ocupará el lugar del que tanto estás orgullosa.
—No volverá a pasar —expresó con temor en su voz.
—Eso espero —le dio la espalda. —Dile a mi padre que iré en busca de Stacia—ordenó. Sin esperar respuesta caminó por el largo pasillo.
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El ocaso iniciaba a ponerse, el resplandor anaranjado cubría casi todo el cielo. Con la pronta caída de la noche, sería perfecto para sobrevolar Centoria y buscar a la intrépida Diosa.
No había conseguido mucha información aparentando ser un campesino, o más bien, olvidaba el asunto siendo su curiosidad por la noble doncella la que ganaba cuando la tenía cerca.
Esa tarde no sería la excepción, usaría ese tiempo para averiguar un poco más de ella y en la fría noche retomaría la urgente búsqueda.
Faltando cinco pisos para bajar, inquieto por apresurar su salida al exterior se acercó a la ventana más cercana, la que daba a la parte del jardín que solía frecuentar. Desde esa altura pudo observar la cabellera rubia perteneciente a su sirviente, junto a él, la rojiza de Tieze.
No deseaba admitir que las intenciones de esa joven eran sinceras. Decidiendo que no podía darle una de las sagradas rosas, propuso un mejor trato.
—Porque no la traes aquí. Así no solo verá una, podrá admirar todas.
Las verdes pupilas de Eugeo brillaron al instante que lo dijo. Claro, la propuesta fue egoísta, pues solo lo hizo para que Asuna viniera también, pero... por más que estudiaba la zona, no daba con su presencia.
Ese detalle le hizo saltar por la ventana, una hazaña muy fácil. Su cuerpo era fuerte. En pocas ocasiones hubo sufrido una herida grave.
Tras tener sus pies en tierra, apresuró el paso, ese día no llevaba armadura. Decidió vestir algo más formal, sin dejar el lujo al que estaba acostumbrado.
—Lo estábamos esperando, mi señor.
Eugeo le reverenció, Tieze hizo lo mismo. Hasta ese día la joven se enteró que él era el hijo de Solus, no el aprendiz de caballero como al principio le hubieron dicho.
Presintió un poco de temor, pero no fue más que nerviosismo, así lo interpretó al notar la forma en que ellos se tomaban de la mano.
—¿Y Asuna? —Se enfocó en lo que realmente le importaba.
Sin soltar la mano de su amante, la joven levantó el rostro.
—Asuna-sama no ha podido venir —informó con un poco más de confianza.
—¿Hay alguna razón?
Le parecía extraño, pues no creyó que revelar su verdadera identidad afectara. Más bien, pensó que sería una mejor oportunidad para romper el hielo, al parecer se equivocó. Tras la leve explicación de Tieze, sobre lo que creía que pasaba, fue un poco más allá de los límites.
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Con la leve claridad, aún podía ver los viñedos y la siembra de trigo. Viajar en dragón era la forma más rápida de moverse por Centoria y más allá. Le llevó unos cinco minutos llegar a la mansión perteneciente al Emperador Yuuki, desistió en hacer una entrada llamativa. Por lo que decidió aterrizar cerca del lago.
Los peces mantendrían a su dragón ocupado, llevó consigo su espada y la rosa blanca que trajo para ella.
La noche estaba a punto de caer, esperar fue perfecto para pasar desapercibido por el cielo. Su presencia en el dominio del emperador tampoco se notaría, por lo que a paso lento caminó por el terreno.
Al llegar a la ventana de la habitación de Asuna, dudó el cómo llamar su atención. Miró al suelo en busca de una piedra de buen tamaño, su sirviente le explicó que tirar una al vidrio era una forma común que podía usar.
Al tener la roca, se tomó su tiempo para estudiarla. Tenía una buena puntería, pero desconfiaba de su fuerza. Sabía usar espada, arco, lanza y escudo, pero nunca antes practicado tiró con algo tan pequeño y sin la intención de dañar. Si no media su poder podría derrumbar la casa de lord Yuuki.
Tras pensarlo mejor, rodeó la piedra con una mínima cantidad de poder, para hacerla mucho más ligera. Al tener su objetivo al frente la lanzó con suavidad. Por suerte, al chocar, no existió desgracia. Repitió la acción una vez más.
Esperó unos segundos. Las cortinas se movieron y la vio. Con su mano libre la saludo y le indicó que bajara.
No tenía muy claro la forma de educar de los nobles pero, al parecer tenían sus propias reglas dentro de casa. En lugar de buscar la puerta, Asuna estaba saliendo por la diminuta ventana.
Le pareció gracioso que ella también tuviera la costumbre de no usar las puertas. No estaba seguro si tenía la experiencia de llegar al suelo sin romperse un hueso, por lo que se acercó para ayudarla.
—Salta, te atrapare —extendió sus brazos pero ella no estaba del todo segura.—Confía en mí.
—Aun es muy alto —se excusó.
No supo porque pero rio.
—Confía, no te dejaré caer.
La vio dudar, luego de pensarlo mejor. Le expresó un confío en usted y se lanzó.
No iba mentir, lo rápido que lo hizo le tomó desprevenido. No creyó que una dama fuera tan temeraria y audaz. Gracias a sus rápidos reflejos y fuerza, la atrapó en los aires y cumplió su palabra de no permitir que se hiciera daño.
Ambos dejaron escapar una carcajada divertida. Sus miradas se conectaron de inmediato quedándose en esa posición por un largo tiempo.
—Ya puede bajarme.
Aún hechizado por la belleza de la joven, tardó unos segundos más antes de obedecer. La verdad deseaba escapar con ella de esa forma, cual llevase a una princesa.
Como siempre ella inicio la caminata.
—Así qué... no tomó a bien que en realidad soy Kazuto, hijo de Solus.
—No es eso —confesó al cerrar los párpados por un instante. —Ya sabía quién era.
Eso le sorprendió. Era algo que no se esperaba, pero claro, los nobles de primera clase conocían mejor que nadie su aspecto.
—Esa es la razón por mostrarse distante y reservada.
Avanzaron un par de metros más. La noche empezaba a ponerse fría, ella no traía más que el delgado camisón de dormir.
—Se parece mucho a su padre—dijo como si hablara con el viento.—Aunque Solus es más severo y arrogante. ¿Sigue teniendo luz en sus ojos?
Quedó impactado, hablar así del Dios de ese mundo y más aún parecía que Asuna lo conocía. Cuando se refirió a luz, tardó en comprender. Antes que él naciera, según sabía, el color de los ojos de su padre era de un tono oro; tan radiante, representaba la calidez del dueño de las mañanas.Ahora, y desde que tenía uso de razón, sus pupilas eran más negras que las suyas.
—Aun hay calidez —fue lo único que podía decir. Tenía más curiosidad por saber cómo se enteró de esos datos.—¿Es esa la razón por la que no se siente a gusto?
Asuna se detuvo, pensó mejor sus palabras.
—Creo que solo no podía ser yo misma, estar frente a un...
—Semi Dios —completó por ella.
Asintió. —Es extraño, que actuara como humano y quisiera ser mi amigo.
Sinceramente no deseaba ser su amigo, tal vez solo para acercarse, pues luego de pasar tiempo a su lado y caminar entre el misterio, se sentía atraído. Deseaba que fuera algo más.
No era un pecado, ni una aberración lo que sentía. Solo era el ciclo de toda vida, madurar y buscar un compañero. Sin duda su lado humano estaba tomando el control de sus pensamientos y deseos.
—Bueno, creo que mentir no fue un gran inicio, ¿qué tal si comenzamos de nuevo?—le ofreció su mano.
La vio sonreír. Su mirada no mostró tención al aceptar el contacto. Contacto que transmitió una calidez desconocida.
—No es malo que nosotros nos veamos.
Estuvo de acuerdo. En el pasado, dioses y humanos no podían permanecer juntos. Se decía que el Dios perdía su poder, convirtiéndose con el pasar de los años en un humano. Por eso su padre se alejaba de todo lo concerniente al mundo en sí.
Pero él era mitad y mitad. Y en esos meses no sintió ningún cambio en el poder que mantenía en su interior. De igual forma, a diferencia con su padre, él no poseía juventud eterna. Así que, no tenía nada que perder.
—En muestra de disculpa, le he traído esto.
Fue buen momento de mostrar la rosa blanca. Sabía que ella amaba las flores y al igual que Tieze, también deseaba admirar una.
Escogió ese color, no por su cabello, si no por la pureza de su alma.
—No debió traerla —expresó un poco angustiada.
Era claro que temía que Solus tomara represalia por osar tomar una de su jardín.
—Yo puedo quitar las que quiera —le confío. Pero eso no fue suficiente para que ella aceptara el presente.
Aún sosteniendo la rosa, dibujo con su dedo un círculo alrededor de la flor. Fue visible por un instante antes de desaparecer.
Ella observó todo con gran sorpresa.
—Es un hechizo —dio dos pasos para acercarse a la muda dama. —La he protegido con mi poder, solo usted podrá verla, no se marchitara y ni todo el poder de mi padre podrá localizarla —nuevamente ofreció la rosa.
Esta vez las delicadas manos de Asuna la tomaron. Una sonrisa se formó en su rostro al aspirar su aroma.
—Muchas gracias—se la llevó al pecho. —La atesorare... —sus ojos temblaron y al segundo siguiente se encontraban bañados en lágrimas.
Siendo la primera vez que veía a una mujer llorar, su cuerpo se movió por inercia. Con la yema de los dedos limpió las gotas saladas.
—¿Qué sucede? —Fue muy gentil al hablar.
Asuna puso su mano sobre la suya, sin dejar de sonreír y llorar. Abrió su boca para hablar pero se retractó.
Queriendo que ella le confiara eso que temía, llevó su otra mano a los labios de la joven, con su pulgar le acarició el labio inferior.
Cuando estaba por preguntar nuevamente porque derramó lágrimas, sintió las ganas de unir sus labios. La magnética sensación que ella le provocaba le hizo acercar su rostro de forma lenta, casi torturante.
Sus alientos se encontraron y al rozar sus labios, un choque eléctrico los obligó a separarse. Se sintió como un elemento térmico explotando entre ellos.
—¿Qué fue...?
Dejó su pregunta a medias. Los humanos estaban regidos por leyes, las cuales la iglesia escribió en el Índice de Tabú. Una pareja no podía besarse o consumar una unión sin antes casarse. Pero esas reglas no eran para los dioses, que estaban más arriba de las leyes; él era mitad Dios, lo que le daba la autoridad para no obedecer. Asuna era humana, pero eso no debía ser un problema al ser él quien deseaba probar su boca.
¿Entonces que fue?
Las interrogantes surgían cual corriente de río.
Asuna se encontraba impactada, igual o más que él.
La luz de la luna llena los iluminó. Dándole una visión más hermosa de la mujer que estaba cambiando algo en su interior, aún con rastro de llanto en el rostro. El deseo de robarle un beso aumentó.
No debía existir ley que le impidiera hacerlo. Confío en su autoridad como hijo de Solus.
Tomó del mentón a Asuna, quien no opuso resistencia, también estaba ansiosa por volver a intentarlo. Con lentitud se acercó, el roce se dio otra vez, se mantuvieron quietos esperando un rechazo. El que no ocurrió en esa ocasión.
Sintiendo la libertad de tomarla sin restricción, la besó, con ternura.
Fue lo mejor que había sentido, pero estaba seguro que podía hacerlo mejor. Su cuerpo pedía más y estaba dispuesto a satisfacerlo.
Volvió a besarla, está vez de una forma poco caballerosa, obligándola a participar en roses necesitados y rudos, al punto de no solo usar los labios. La robaba el aliento con cada movimiento de su lengua, fue hasta que sintió la urgencia de tomar aire que se separaron.
Con respiración errática, se miraron, la sonrisa que compartían le dijo que no solo él disfrutó esa manera de probar al otro.
Tras un instante, ya se encontraban buscando repetir esa hazaña. Un sentimiento desconocido les obligaba a no separarse.
Esa noche, la campana durmiente en la gran torre se escuchó en todo Underworld. Siendo la pareja bajo la luz de la luna quienes no pudieron oír el singular sonido.
Una nueva profecía había sido dada.
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Continuará...
.
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Nota:
No sé cuántos capítulos más pueda tener. Quizás unos dos más. No es una historia larga, pero tenme paciencia amiga.
Para aclarar, está ambientado en Underworld, pero no será del todo basado en lo que conocemos de ese arco, puede que en algún momento cambie algunas cosillas. Por ejemplo los artes sacros, aquí no habrá un system o ventana Stacia.
Referente a Solus, he dejado claro que aquí no es Sinon, sino el padre de Kiri, Minetaka xD
Y bueno, a lo que venía!! Este es un obsequio para una amiga muy especial, que hoy está de cumpleaños. Iby felicidades!! Me habías dicho que no era necesario pero no pude evitar escribir algo especial para ti. Por ahí agregué un poco el Eugeo x Tieze.
Juntas compartimos un extraño sentir a nuestros cumples, pero creo no es motivo para no sonreír, al menos por unos minutos, pues siempre habrán personas que se emocionaran más que ti y eso es lo mejor.
Amiga, te he dicho lo genial que eres a lo largo de nuestra amistad, no olvides eso, nunca. Sabes que te quiero mucho, eres maravillosa!! Aunque lo niegues, siempre estás dando tu toque y alegría, incluso en los días malos. Ya decías, no te perderás nada, pero aquí estoy, enviándote un abrazo a distancia. Se feliz, sonríe, feliz cumpleaños!! I love u!!
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