40. BEA
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(40)
BEA
Un nuevo año... Ojalá se pudiera dejar todo lo malo atrás.
Pensé que este año que terminó se iría al recuerdo como uno bueno porque encontré a mis amigos, ya no estoy sola, sin embargo, terminó de la peor manera: con una muerte trágica y con una situación traumática que ha dejado mi ansiedad por las nubes. He perdido la cuenta de cuantas veces he mirado el teléfono de la casa, esperando la llamada del detective, de alguna actualización en la investigación. Les mostré la llamada grabada, lo tienen todo, no entiendo porque Soren sigue libre, posteando historias en Instagram en las montañas y el temor de que vuelva a contactarme en cualquier momento es asfixiante.
La rabia que siento cuando le veo sonreír como si nada, como sino hubiera ordenado que nos dispararan, como si no hubiera puesto a Violet y a Black a luchar por sus vidas y en el proceso, la vida de Valeria se perdió. No entiendo como no pude ver la clase de monstruo que era cuando fuimos pareja, ¿qué tan gruesa era la venda que cubría mis ojos? Además de la furia que me recorre, no puedo negar que el miedo también ha crecido, porque no pensé que fuera capaz de algo así. Y la realidad me golpea... Soren podría matarme. Es duro enfrentarme a ese hecho porque me congela cada músculo con temor, pero es la realidad.
Los detectives se toman sus tiempos investigando, sin embargo, lo que no tienen en cuenta es ¿qué pasa con la víctima durante esos días, meses que se demora una investigación? Estoy vulnerable, expuesta y a la justicia parece importarle muy poco. ¿Qué puedo hacer? ¿Volverme una asesina como él? ¿Es esa la única opción que tengo? A pesar de que no he hecho nada malo, a pesar de que la víctima soy yo, tengo que buscar la forma de sobrevivir hasta que la policía se digne a hacer su trabajo, si es que lo hacen.
Le echo un vistazo al teléfono por ultima vez y me levanto del sofá. Mamá me observa con cautela.
—Voy a dar una vuelta —digo, cogiendo las llaves de mi moto y poniéndome la chaqueta sobre mi suéter de lana.
—De ninguna manera —responde mi madre, cruzando los brazos sobre el pecho—. Sola, ni a la esquina, Bea.
—Necesito aire —explico, metiendo las manos en los bolsillos de mi chaqueta. Mi madre alza una ceja y suspiro antes de coger el celular y hacer una llamada.
Vuelvo a sentarme en el sofá, viendo el teléfono mientras espero. Me paso la mano por el cabello y echo un vistazo a la ventana, está nublado, los días oscuros y fríos de invierno no ayudan con la depresión ni con esta sensación de lo único que tengo en mi vida es tristeza y miedo ahora.
Cuando pasa media hora, suena la puerta y mamá deja salir un suspiro y va a abrirla. La escucho recibirlo y me pongo de pie cuando él cruza el arco de la sala para enfrentarme: Red. Va todo de negro como si quisiera camuflarse con la noche, sus botas oscuras casi le llegan a las rodillas. El cuello de su camisa dentro de chaqueta abierta deja ver un poco de los tatuajes de su pecho, al igual que las mangas muestran el inicio de la tinta de sus brazos. Su cabello rojo se ve oscuro porque aún está mojado. Se ve sexy, no puedo negarlo, sin importar las circunstancias, mis hormonas tienen tiempo de admirarlo y desearlo. Sacudo la cabeza.
—Red me acompañará —informo a mi madre, pasándole por un lado. Sin darle tiempo de protestar, tomo una chaqueta—. No iré lejos, mamá, lo prometo.
Salgo con Red pisándome los talones, no le digo nada y tomo el casco de mi moto antes de pasarle el suyo. Nos miramos a los ojos mientras ajustamos las correas de los cascos. Y es increíble como una simple mirada me da cosquillas en el estómago. Me subo a la moto, la enciendo y él se sube detrás de mí, me doy cuenta de que no analicé esto bien cuando siento sus manos alrededor de mi cintura y su cuerpo cálido detrás del mío.
Emergemos de mi casa y tomamos la calle en una velocidad tranquila, la temperatura está baja, pero no lo suficiente para crear hielo en el pavimento. Los restos de nieve aún blanquean las calles un poco. Y por unos minutos me permito andar, dar vueltas, sintiendo el aire frío contra mi cuerpo, me olvido de mis preocupaciones, mis miedos y toda la ansiedad que me ha causado ese monstruo. Me permito ser libre de ello, disfrutar la vista, la vibración de la moto debajo de mí, la calidez y el silencio del chico aferrado a mí.
Una parte de mí es muy consciente del calor que emana del cuerpo de Red detrás de mí, y sus manos alrededor de mi cintura me han hecho imaginarlas ahí, pero si estuviéramos desnudos y estuviera encima de él. Aparto esos pensamientos calenturientos de mi cabeza. No es el momento, ¿cierto?
Sin darme cuenta, terminamos en ese lugar... ese que nos da una vista al pueblo, aquel donde Red me tocó por primera vez.
Me bajo, apago la moto, y la paro para caminar hacia la orilla de la colina. El atardecer le da ese tinte naranja al cielo y más allá del pueblo, se ven las siluetas de un par de montañas. El blanco de la nieve que cayó en navidad aún cubre la mayoría de las calles y áreas verdes, hay luces de navidad y desde aquí, se ve como un pueblo navideño de esos comerciales cliché. Dejo salir una bocanada de aire, y mi respiración es visible al dejar mis labios.
Me giro para ver a Red, y él se ha quedado de pie, apoyado en la moto con los brazos cruzados sobre su pecho. Su cabello rojo más desordenado porque se acaba de quitar el casco.
—Te luce la moto —digo, sonriendo, porque si ya está lo suficientemente bueno así, si tuviera una moto sería una combinación letal.
Red no dice nada, y solo me mira con esa intensidad que me hace sentir un millón de cosas a la vez. Me aclaro la garganta y vuelvo a mirar el paisaje, es hermoso y triste a la vez, contradictorio como muchas cosas en la vida.
—¿Qué necesitas, Bea? —pregunta Red y me volteo para verlo de nuevo. Él sigue ahí mismo, viéndome. Y camino hasta quedar frente a él.
—No lo sé.
Él asiente, aún si moverse.
—¿Quieres compañía silenciosa? —Sacudo la cabeza—. ¿Quieres cariño? —Él desenreda sus brazos para estirar una mano hacia mí y acunar mi mejilla con delicadeza, cierro los ojos y presiono mi cara contra su mano, sin embargo, cuando los abro, digo:
—No.
Red rueda su mano de mi mejilla, pasa por mi oreja y agarra un puño de mi pelo, acercándome a él de forma brusca.
—¿Quieres que te domine y te folle? —Nos miramos a los ojos, y lamo mis labios.
—Sí.
Su mirada se oscurece y me jala hacia él hasta que sus labios rozan los míos, pero no me besa.
—Entonces, vamos a mi casa.
Él me suelta, y se despega de mi moto para dejarme subir. Y lo hago, nerviosa, ansiosa, la anticipación de saber lo que pasará comenzando a excitarme. Red se sube detrás de mí, y antes de que podamos ponernos los cascos, él me agarra de las caderas, presionando mi trasero contra el bulto en sus pantalones. Su boca encuentra mi oreja.
—Hoy no jugaremos rudo, pero igual, escoge una palabra de seguridad. —Él lame el lóbulo con una lentitud contradictoria a lo duro que está apretando mis caderas.
—Pizza.
—De acuerdo. —Y entonces su mano se escabulle dentro de mi chaqueta y baja hasta meterse dentro de mis vaqueros, jadeo cuando sus dedos encuentran mi punto sensible—. Maneja. —Estoy demasiado sorprendida y excitada a la vez ante la sensación tan repentina que no me muevo. Red usa la mano libre para agarrarme del cuello y apretarlo—. ¿Necesito repetir una orden, Bea?
—No —murmuro, y él me suelta el cuello así que me pongo el casco para manejar.
Salimos de ahí, y sus dedos trazan círculos lentos dentro de mis vaqueros. Mi respiración comienza a acelerarse dentro de mi casco. Sus movimientos no son lo suficientemente fuertes para causarme una reacción brusca ya que estoy manejando, pero sí para mojarme lentamente. Su brazo se mantiene oculto dentro de la parte baja de mi chaqueta. Cualquiera que nos vea, no podrá ver lo que está pasando, sin embargo, eso no lo hace menos peligroso. Me siento expuesta y sin control alguno sobre lo que le pasa a mi cuerpo y extrañaba esto, no tener que pensar nada, que el control absoluto lo tuviera alguien más.
Mientras más nos acercamos a su casa, más acelera los movimientos de sus dedos. Mi corazón ya se ha desbocado y me muerdo los labios para ahogar mis gemidos. Mis caderas se empiezan a mover por si solas. Cruzo para entrar a su casa, y manejo hasta que me detengo dentro del garaje. Apago la moto y ambos permanecemos ahí encima de ella. Mi pecho sube y baja, y él se quita el casco con la mano libre y luego me quita el mío y lo deja caer a un lado. Luego le escucho, indagar en su bolsillo y usar el control del garaje automático para cerrarlo, el ruido de la compuerta bajando y dejándonos aquí ocultos es todo lo que se oye entre nosotros. No me atrevo a girarme a mirarlo, estoy sintiendo todo esto demasiado a pesar de que sus dedos han pausado.
Red se presiona contra mí, está mucho más duro que antes. Él descansa su mentón sobre mi hombro y reanuda el movimiento de sus dedos, esta vez, es un ritmo rápido, circular, castigador. Y no puedo contener el gemido que escapa de mis labios. Puedo sentir su respiración pesada en mi oído. Y el vacío dentro de mi crece, lo necesito.
—Red —gimo, echando la cabeza atrás, mientras su lengua lame mi cuello y sube por mi oreja.
—¿Qué quieres? Usa tus palabras, Bea. —Su voz es ronca, cargada con deseo, como si estuviese controlando su lujuria.
—Quiero... —jadeo—. tus dedos dentro de mí, por favor.
Él muerde mi cuello y sus dedos resbalan en la humedad en mi entrepierna.
—¿Esto es lo que siempre has querido? —Asiento y él usa dos dedos para penetrarme, el jadeo que me deja hace eco por todo el garaje. Me cubro la boca y él me baja la mano.
—No, quiero oírte.
—Tus padres...
—No están —afirma, follándome con los dedos, dentro, fuera—. Así puedo hacer lo que me dé la gana aquí contigo, Bea, y tú vas a permitirlo como la buena chica que eres, ¿no es así?
—Sí, puedes usarme como quieras —respondo, excitada, con piernas temblorosas, tan cerca del orgasmo.
—Quiero que te corras sobre mis dedos —me ordena—. Así cada vez que te subas a tu moto, recuerdes quien hace que te mojes de esta forma.
Y entonces, sus movimientos se vuelven rápidos y precisos. Me agarro de la moto, sintiéndolo todo, sus dedos deslizándose dentro y fuera una y otra vez. Su respiración pesada en mi oído, su voz ronca susurrándome cosas lujuriosas y prohibidas. La calidez se esparce por la parte baja de mi vientre y una sensación placentera me recorre, el orgasmo llega, es contundente y me hace gritar y estremecerme como loca. Las olas de placer sacuden todo mi cuerpo y Red saca los dedos y me besa la mejilla para bajarse de la moto.
Intento recuperar mi aliento. Y me bajo, las piernas me tiemblan como nunca. Lo enfrento, nerviosa, y la oscuridad que encuentro en sus ojos es tan profunda que me lamo los labios. Él se acerca y me agarra del mentón.
—Desde que aquella noche de borrachera, he fantaseado con volver a besarte, Bea —admite, pasando su pulgar por mis labios—. He follado estos labios y no los he probado de nuevo.
Lamo su dedo antes de meterlo en mi boca para chuparlo un poco antes de sacarlo para responder.
—Puedes besarme, tocarme, marcarme, follarme todo lo que quieras, Red —digo con honestidad.
Y él cierra el espacio entre nosotros para estampar sus labios contra los míos. Jadeo y le respondo con el mismo deseo. Red me empuja hasta que mi espalda choca con la pared y ladea su rostro para profundizar el beso, su lengua cálida entra en mi boca y un escalofrío me recorre, estoy demasiado sensible después del orgasmo. Nuestros labios se rozan, se lamen, se chupan. No es un beso romántico ni gentil, es uno intenso, de esos que te incitan a follar duro. De pronto, la chaqueta estorba, así que me la quito y me quedo con solo el suéter. Intento agarrarme de su cuello, pero Red me toma de las muñecas y las pone encima de mi cabeza contra la pared. Él se separa un poco.
—¿Quién te ha dicho que te quites la chaqueta?
Me lamo los labios.
—Lo siento.
Red me gira, aún sosteniendo mis manos hasta que el lado de mi cara queda presionado contra la pared. Su mano libre ágilmente me baja los vaqueros hasta que quedan en mis rodillas junto con mi ropa interior.
—Arquea la espalda —Obedezco, sintiéndome expuesta, con él detrás de mi. La primera nalgada me toma desprevenida por lo fuerte que es, el ardor en la piel es increíble, he extrañado esta sensación. Porque hasta dar buenas nalgadas tiene su técnica sorprendentemente, y Red obviamente lo sabe porque sabe cuando sobar para esparcir el ardor por la piel y cuando seguir—. Recuerda tu palabra de seguridad.
La anticipación me mata, y luego vienen más nalgadas una tras otra, duras sin parar hasta que mi piel está encendida, sensible, dolida. Y yo estoy jadeando. Red pasa la mano por mi entrepierna.
—Te mojas así con unas nalgadas —murmura—. Supongo que no son un castigo para ti. —No digo nada y él me suelta las manos—. Ábrete para mí.
Obedezco, agarrando mis nalgas para abrirme por completo a él. Estoy completamente abrumada y expuesta, anticipándolo, me va a follar, voy a sentirlo dentro de mí. Él se toma su tiempo, le echo vistazo por encima del hombro y lo veo quitándose la chaqueta, luego la camisa por encima de la cabeza, sus músculos flexionándose, sus tatuajes nunca han lucido más sensuales que en este momento. Me lamo los labios. Sus ojos azules se han oscurecido cuando encuentran los míos, y no los aparta mientras se desabrocha sus pantalones, esa confianza en si mismo me enciende tanto.
—Ojos al frente —ordena cuando se baja la ropa interior y lo hago, ahora solo puedo escuchar el sonido del paquete del condón y luego su dedo bajando por mi columna.
—Eres perfecta, Bea —susurra por lo bajo y siento la punta de su miembro en mi entrada y luego me penetra de golpe. El impulso me hace inclinarme hacia adelante y él quita mis manos de mis nalgas—: Agárrate de la pared.
Lo hago y gimo porque me siento llena, porque estoy tan mojada que se escucha cada vez que entra y sale de mí. Red se aferra a mis caderas para impulsarse, cada estocada es dura y profunda como si estuviese reclamando todo de mí. Y me dejo ir, porque necesitaba esto, lo necesitaba a él. Mis manos se vuelven puños contra la pared.
Red emite gemidos guturales que resuenan por todo mi ser. Curiosa, vuelvo a mirar sobre mi hombro. La vista me prende aún más, su cabello rojo es un desastre, su cara está roja por el esfuerzo y los músculos de sus brazos están tan tensos que se ven las venas brotando un poco. Él acelera sus movimientos y vuelvo a mirar el frente. Una de sus manos suelta mi cadera y se escabulle por el frente de mi entrepierna y ahora está trazando círculos en mi punto sensible mientras me sigue follando con dureza. Y no puedo más. Me tiemblan las piernas, el orgasmo que viene será placentero, lo sé.
—¿Puedo... —Otra estocada, otro gemido, y él parece entender mi petición.
—Puedes correrte —dice entre embestidas más descontroladas y sé que está tan cerca del orgasmo como yo.
Me vuelvo un desastre de gemidos, jadeos, y quejidos mientras la fuerza del orgasmo emerge cálidamente de mi entrepierna y se expande por todo mi cuerpo, sacudiéndome. Cierro los ojos porque el placer es arrollador. Red continua hasta que lo siento dar las últimas embestidas para terminar y quedarse muy quieto. Nuestras respiraciones se escuchan por todo el garaje.
Cuando él sale de mí y me enderezo, las piernas me fallan y él me atrapa antes de que pueda caerme. Con gentileza, él me carga en sus brazos y cuando alzo la vista para verlo, él se inclina y me da un beso corto en los labios. Al separarse, me mira a los ojos y lo dice:
—Te quiero, Bea.
Sonrío porque no sé cuantas veces imaginé escucharlo decir eso, y quiero responderle, pero la emoción me pone un nudo en la garganta y temo que, si hablo, lloraré porque aquí en sus brazos me sentí deseada hace unos segundos y ahora me siento querida, porque pasé mucho tiempo creyendo que no era digna de algo así, que la felicidad de momentos como estos ya no eran algo que alguien como yo merecía.
Red me besa la frente.
—Lo sé, no tienes que decirlo —susurra con tranquilidad y entra a la casa conmigo en brazos.
Mientras él me lleva al baño, las lágrimas comienzan a escapar mis ojos por más que lucho contra ellas. Para el momento en el que él me sienta en la bañera, ya estoy sollozando. Con delicadeza y cuidado él me enjabona, me lava y me echa agua. Lo veo ahí, desnudo y vulnerable, entendiendo lo que necesito sin que tenga que decirlo y me dan más ganas de llorar.
—No estoy llorando por arrepentimiento, ni por que haya sido demasiado —aclaro, porque ya soy un desastre de mocos y lágrimas.
—Lo sé.
Mis labios tiemblan y tomo su rostro con una mano.
—No pensé... que podría ser capaz de sentir algo así —admito—. No pensé que alguien podría... querer esto —me miro a mi misma—, porque por mucho tiempo no me quise ni un poquito, porque me odié hasta el punto de que se volvió insoportable.
Él se acerca su rostro al mío un poco más y con seguridad vuelve a decirlo:
—Te quiero.
—Red. —Se me quiebra la voz.
—Te quiero.
Lo jalo hacia mí y lo abrazo, llorando en su hombro. Son lágrimas de alivio, de una felicidad y una paz que no había sentido años. Porque siempre supe que podía ser deseada, pero una cosa muy diferente era llegar a ser querida de esta forma.
Soy digna de ser feliz.
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Nota de la autora: Hola, mis coloridas, ¿qué tal el mini maratón?
Hablemos por capítulo: el 38.... awww feliz año nuevo a los coloridos aunque terminaron tiroteados.
El 39... Black... Violet what's going on? Quisiera que supieran el desastre confuso que es Black cuando está con Violet, HASTA A MI QUE LO ESCRIBO ME DA SEÑALES CONFUSAS, SIR!
EL 40.... WELL.... EHM.... hot?
El final del capítulo se dio tan naturalmente emotivo, no tienen idea de que lo que Bea me transmitió cuando Red le dijo te quiero... despertó su parte más vulnerable y pude sentir con tanta claridad sus emociones, su alivio, su sorpresa por sentir felicidad, por sentirse querida. Mi pobre Blue, mi bella Bea <3 TE QUIERO!
VOTEN, IGUALADOS Y COMENTEN QUE MI CHICO CASUALIDAD PASÓ POR MI LADO CUANDO ESTABA ESCRIBIENDO LA ESCENA HOT Y QUEDO SHOCKEADO.
MUAKATELA,
SIGANME EN MIS REDES COLORIDAS: TWITTER: ARIX05, INSTA: ARI_GODOY, TIKTOK: ARIANA_GODOYC
ARIANA G.
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