13 | Investigaciones

BLACK

Otro día ha comenzado y aún es muy temprano como para estar de pie, pero ya estoy acostumbrada a no dormir bien, así que no lo veo como un problema. Además, mi cuerpo se llenará de adrenalina más tarde y eso bastará para que se me quite todo sueño que tenga.

He planeado esto desde hace días, cuando pasó el fallo de la mansión y uno de los narcotraficantes escapó. Quiero que salga bien, así que es necesario que Alan no se enteré porque sé que se entrometerá. Ya lo tengo todo calculado y basta con que sea la única en ir.

Me levanto de la cama, tratando de no hacer ruido y me visto para no perder más tiempo. Salgo de mi habitación a hurtadillas, observando el pasillo para ver si Alan está merodeando por la casa. Pero no, todo está en completo silencio, la puerta de su habitación está entreabierta y la luz pagada.

Bien, eso quiere decir que ha salido a los tantos lugares que se va para desaparecer y hacer quién sabe qué. Si él ha decidido hacer cosas ocultándomelas, ¿por qué yo no puedo hacer lo mismo? No solo porque nació dos minutos antes que yo, quiere decir que puede comportarse como si tuviera el total mando hacia mí.

Un rápido pensamiento cruza en mí en cuanto veo que su puerta está entreabierta. Es muy raro que pase esto, ya que es muy cuidadoso con sus cosas. Las pocas veces que ha pasado también se me ha venido a la cabeza, pero nunca me ha animado a entrar, aunque sea para ver si se encuentra ahí.

Pero las cosas están cambiando rápido en mi cabeza y sé que, si no lo hago ahora, no lo haré después. Así que aprovecho esta oportunidad para dirigirme hacia su habitación y husmear entre sus archivos. Toco la puerta con los nudillos, solo para asegurarme de que en realidad no se encuentre dormido. Cuando no obtengo respuesta, abro la puerta y enciendo la luz. Efectivamente, no está.

Entro en silencio a pesar de eso y me dirijo directamente hacia la mesa de noche. Abro la gaveta y encuentro hojas de información acerca de personas que hemos estado investigando para encargarnos de ellos. Alan no me dice los motivos por los cual asesinarlos; según él, no es necesario que lo sepa. Supongo que tampoco me tiene mucha confianza.

Entre las páginas se encuentran políticos, narcotraficantes y agentes, de algunos de los cuales ya me he hecho cargo hace tiempo. Al llegar a las últimas páginas, ignoro algunos que no les tomo importancia y me enfoco en cuatro, dejándolas sobre el escritorio para expandirlas.

Triana Diamek, una hacker conocida por el seudónimo de S; Carlos Argueta, un exmilitar; Ted Gacy, un simple chico del cual no tengo idea qué tiene que ver con esto y Marlon McGacy. Lo reconozco de inmediato porque fue el que se escapó en cuanto fuimos por Estuardo.

Noto que una hoja está detrás de esa y la levanto para separarla, dejándola al lado de las otras. Mi sorpresa sería muy notoria si hubiera alguien a mi lado.

Alessandro Alvez. Solo al leer el nombre sé de quién se trata, o al menos eso creo ya que lo único que tengo de él es lo que me ha dicho Alan y breves recuerdos que aún regresan a mí.

La fotografía hace que mi corazón empiece a latir rápidamente y no puedo captar a qué sentimiento se debe eso. Mierda, todo esto es tan confuso, pero sé que mi cuerpo trata de decirme algo.

Llevo la hoja a mis manos y una punzada me golpea en la sien.

Estoy recostada sobre el pecho de alguien y me agrada sentir esa sensación de protección a pesar de no haber peligro alrededor.

Con una mano recorro su piel mientras lo escucho suspirar. Levanto la vista para observarlo y lo primero que veo son esos hermosos ojos celestes que pueden ver en lo más profundo de mi alma.

—¿Ocurre algo? —pregunto.

—¿Por qué? —cuestiona, bajando la vista hacia mí y deja un corto beso en mi frente.

—Por ese suspiro.

—¿Qué? ¿No puedo suspirar de la felicidad?

—¿Qué te tiene tan feliz? —pregunto con gracia, ya que puedo adivinar su respuesta.

—Estar así contigo.

Sonrío, porque he acertado. Bajo la mirada para continuar abrazada a él, a Alessandro, cerrando los ojos para quedar en un sueño profundo.

Me lleno de dos sensaciones a la vez, confusión y... nostalgia. ¿Amor? No, no tengo que sentir nada más que enojo en este caso. No puedo creer que haya caído en su jugada, enamorándome como tonta de alguien que solo se aprovechaba de mí para su beneficio. Lo peor es que, sin recordarlo, algo dentro de mí se enciende cada vez que lo recuerdo.

Ahora sé que se trata de él, de Alessandro Alvez y esta vez no podrá engañarme.

Soy Adria Kemper, soy Black y si alguien se pone en mi contra o me traiciona, no vive cuando tengo la oportunidad de estar frente a él. 

He acordado una reunión con un nombre falso y una identidad ficticia con Marlon McGacy en su lujosa mansión. Me he hecho pasar por la mano derecha de un comerciante que quiere hacer negocios con él. He tejido una red de contactos, cuentas y fabricado nombres para que no sospeche absolutamente nada. Esto, obviamente, con ayuda de gente que conoce Alan, pero de suficiente confianza como para pedirle que él no se entere de nada.

Alan no ha aparecido desde ayer, y eso lo considero como una ventaja. Así que agarro uno de los autos, que además de ser lujoso, me será útil en esta fachada. Comienzo por conducir hacia la salida de Loriam para llegar a la mansión del nuevo narcotraficante.

Después de unos minutos, finalmente puedo divisar el terreno a unos metros de distancia, alejado de toda población. Detengo el auto cuando unos hombres armados bloquean el paso.

—Esto es propiedad privada —dice uno de ellos.

—Soy Estela Contreras —comunico, mostrando de inmediato mi falsa identificación—. Vengo de parte de Pietro Battaglia para discutir negocios con el señor McGacy.

El hombre dirige la mirada hacia otro y este, de inmediato, empieza a comunicarse por el radio. Cuando termina, hace una señal, indicando que me han estado esperando.

—Antes de permitirle el paso —habla de nuevo—, necesitamos registrar sus pertenencias. Es nuestra política de seguridad.

Bufando, sabiendo que esto era inevitable, salgo del auto y camino hacia el baúl mientras otros hombres comienzan a inspeccionar el interior. Abro y permito que registren todo, incluso las llantas. Al terminar, me piden que coloque mis manos sobre el auto y proceden a registrarme de igual manera.

—¿Así es como tratan a sus socios? —cuestiono.

—Tengo entendido que vienes a hacer negocios. Aun no formas parte de nuestro selecto grupo de socios.

Sonrío cuando finalmente han terminado y vuelvo al auto para seguir conduciendo hacia la entrada. Al llegar, escaneo todo mi campo de visión para contar cuántos hombres aproximadamente se encuentran en el perímetro.

Estaciono el auto y bajo de él con portafolio en mano, donde llevo todas las propuestas falsas que he preparado meticulosamente. Al acercarme a la entrada, un hombre me intercepta y me dedica una mirada de arriba hacia abajo.

—Vengo a hablar con el señor McGacy —comunico—. Los hombres de allá me han registrado ya.

Asiente y abre la puerta para dejarme pasar. Al entrar, me topo con más hombres en cada esquina de esta única habitación, y una muchacha llega a mi lado para que le entregue mi abrigo, pero me rehúso hábilmente.

—Sígame, por favor —pide después de ver que no le entregaré mi pertenencia—. El señor la está esperando.

Camino detrás de la chica, que no ha de tener más de veinte años, y llegamos a unas grandes puertas de madera que seguramente conducen al despacho del tipo. La muchacha toca y desde el interior se escucha una voz que nos permite entrar. Al abrir, lo primero que me golpea es el olor a tabaco. Evito una mueca de desagrado y doy dos pasos para adentrarme al lujoso despacho.

—Bienvenida, señorita...

—Estela —informo—. Estela Contreras.

—Muy bien, Estela. ¿Puedo decirte así?

—Claro.

El hombre, no mayor que yo, me observa con una mirada calculadora. Agradezco al vestido corto que he elegido, ceñido a mi cuerpo, por hacer el efecto que estaba buscando.

—Siéntate, por favor —dice—, y cuéntame a qué se debe el honor de esta visita tan agradable.

Obedezco y me siento frente su escritorio, cruzando las piernas de una manera en la que el vestido se suba un poco más. Solo lo necesario.

—Como ya debieron habérselo comunicado —digo—, vengo de parte del señor Pietro Battaglia. Soy su mano derecha y dado que el señor Pietro no pudo asistir hoy, me pidió que le transmitiera sus disculpas.

—No sabía que Pietro tuviera una asistente tan hermosa —habla McGacy.

—Mano derecha —corrijo de inmediato, solo para no contradecir la información que he mandado, porque puede que lo esté haciendo a propósito.

Le regalo una corta sonrisa para mantenerme intrigante. Llevo el portafolio a mis piernas y empiezo a sacar algunos papeles para que él los examine detenidamente.

—Estos son los documentos de negocios —explico para ir al grano de inmediato—. Como puede ver, todo está en orden. Si está de acuerdo con lo previamente acordado con el señor Pietro, puede disponer de ellos. Por supuesto, siempre respetando las normas que establecieron.

Observo como lee las escrituras con rapidez, levanta la vista y me regala una sonrisa.

—Dime, Estela. ¿Crees que me conviene hacer tratos con ustedes?

Agradezco mentalmente haber investigado todos los detalles sobre los negocios.

—Es una caballería fuera de radar, donde claramente podría llevar a cabo sus negocios. Créame, el señor Pietro tiene la suficiente influencia para evitar problemas con la policía. Nadie se acercará a este territorio a menos que sea su invitado.

Eso parece convencerlo, ya que se levanta y empieza a servirse un trago.

—¿Te apetece?

Acepto solo para aligerar un poco la tensión.

—Deja que mi abogado lo revise —habla—. Por el momento estoy interesado en el alquiler del terreno, pero quiero evitar malentendidos. Es mejor contar con la opinión de un experto.

Tomo un sorbo, sin dejar de observarlo. Dejo el vaso sobre el escritorio a medio llenar y me levanto, recogiendo mis cosas para irme, dándole la espalda.

—Como usted desee, señor McGacy —informo, pero me detengo con una sonrisa en el rostro cuando vuele a hablar.

—¿No te quedaras en la fiesta? —pregunta.

Volteo, volviendo a mi expresión seria.

—Lo siento, pero mi deber era estar aquí representando al señor Pietro.

—Pietro estaba invitado y parece que no podrá venir. ¿Por qué no lo representas también allí?

Veo mi reloj, observando que son las tres de la tarde.

—Falta mucho para esa fiesta, ¿no?

—Podemos dar una vuelta si así lo deseas.

Simulo pensarlo y me dejo convencer. Asiento con una sonrisa de lado. Camina a mi lado, ofreciéndome su brazo para que lo tome, pero lo rechazo.

—Tampoco quiero que haya mal entendidos —digo.

Él ríe.

—¿A caso eres algo más que la mano derecha de Pietro? Bueno, aunque no lo fueras, es entendible por qué se pondría celoso.

—No es eso, señor, es solo que...

—Por favor, no me llames señor de nuevo. Tenemos casi la misma edad.

—Está bien.

Le sonrío antes de dejarme guiar. 

Después de que casi me enseñara hasta los baños —cosa que en el fondo agradezco, ya que ahora conozco mucho más la casa para cuando tenga que escapar—, llegamos a una bodega alejada de la casa principal. Al estar cerca, se puede empezar a escuchar a personas trabajando desde adentro.

—¿Qué es esto? —La curiosidad me gana y decido preguntar.

—¿De verdad quieres saberlo? —cuestiona.

Logro ver un mínimo de lo que hay adentro y puedo visualizar que hay una garita rodeada de alambre de púas. Asiento sin pensarlo mucho.

Le hace una seña a uno de los trabajadores que nos acompaña y este habla por el radio. De inmediato, sale otro tipo que nos guía por el interior. Pero antes de entrar, nos detenemos y me doy cuenta de lo que sucede.

Hay gente semidesnuda trabajando en mesas de metal, pesando mercancía de drogas, seguramente. Mujeres, hombres y puedo ver uno que otro niño por ahí también.

Volteo hacia el tal McGacy, elevando una ceja.

—¿Esto lo que se hará en la caballería del señor Pietro? —pregunto.

—¿No lo sabías? Pensé que eras su mano derecha.

—Hay cosas que es mejor que no saber —respondo.

Colocan un canasto a mi lado y sé que es para que deje mi ropa en lo que estamos en el recorrido. Sé que esto me dará algún tipo de ventaja con lo que tengo planeado, así que me volteo para empezar a quitarme mi abrigo. Lo dejo caer en la canasta y estiro mi mano hacia atrás para poder bajar el cierre del vestido, pero unas manos me lo impiden.

—Permíteme. —Escucho la voz ronca de McGacy cerca de mi oído.

El tipo es atractivo, eso no puedo negarlo. No puedo evitar sentir escalofríos cuando siento sus nudillos rozar la piel de mi espalda. Al momento de dejar el vestido en la canasta, me abrazo para parecer vulnerable y volteo lentamente hacia el hombre que tengo a mi espalda. Tengo que levantar la cabeza para poder verlo.

Veo que baja la mirada hacia mi pecho y después la sube hacia mis labios.

—¿Vamos? —pregunto.

El tipo asiente y —siendo el jefe— no tiene necesidad de desvestirse.

—¿Qué opinas de esto? —cuestiona, cuando ya hemos recorrido unos cuantos metros.

—Una mierda —mascullo de una manera en la que estoy segura que no me escuchará.

—¿Disculpa?

—No es algo que me interese. —Trato de hablar como si no me importara—. Sinceramente mi trabajo con el señor Pietro consisten en otros asuntos.

—Entiendo, alguien tan delicada como tú no debería estar aquí.

Suelto una risa de burla.

—¿Hace cuánto te dedicas a esto? —Decido cambiar de tema.

Nos detenemos en lo que revisa una mercadería.

—Tres años, podría ser. Soy nuevo en esto, pero eso no quiere decir que no sé nada acerca de los negocios.

—Ahora que los Bonnedetti no se encuentran en los negocios —. Aprovecho la oportunidad para sacar algo de información—, estás calificado como uno de los narcotraficantes más importantes de Loriam.

—Estando ellos o no, me convertiré en el más importante, créeme.

Volteo hacia un lado para encararlo. Le doy una sonrisa, cruzando mis brazos sobre mi pecho, provocando que baje su mirada hacia él.

—Lo que les pasó fue una tragedia, ¿no crees?

Por un momento dudo que quiera seguir hablando, pero extiende su mano para apartar un mechón de cabello que se ha resbalado hasta mi rostro. Lucho internamente para no apartarlo de un golpe.

—Supongo que lo fue para quienes tenían negocios con ellos.

—¿Tú no los tenías?

Niega.

A mi mente llegan preguntas, pero dudo en hacerlas. Apenas ha tenido negocios con ellos cuando fue a encontrarse con Estuardo, lo que significa que apenas lo conoce. Sin embargo, creo que vale la pena intentarlo.

—¿Sabes cómo ocurrieron todos esos asesinatos? —pregunto y observo su rostro perplejo, así que añado—: Es que no soy de las personas que les gusta mucho enterarse de las noticias... trágicas.

—Bien decía que una cara tan bonita no podría soportar ese tipo de sucesos —responde McGacy, con un tono cargado de insinuación.

Mierda, ya me está hartando este tipo.

—Tengo entendido que fue un grupo el responsable —continúa—. Entre ellos, la mejor asesina serial de Gualoriam. Los otros tres no eran muy reconocidos. Tampoco es un tema que me interese, así que no se mayor cosa que eso.

No tenía información sobre eso. La investigación policial señala únicamente a mí como sospechosa.

—¿No fue solo Black, entonces? —pregunto, procesando la revelación.

—En los videos se ven claramente a cinco personas llevando a cabo el trabajo —responde.

¿Alan me ha mentido todo este tiempo? ¿Debería confiar en alguien que parece no saber mucho o en mi hermano, quien supuestamente está a mi lado?

¿Por qué lo haría? ¿Qué ganarían con mentirme?

—... Black, ¿no?

Me quedo pasmada en ese mismo momento.

—¿Qué? —Logro articular.

—Que si de casualidad no eres tú la desaparecida Black. Se dice que tiene una belleza inigualable.

Me relajo de inmediato.

—No, no soy yo —respondo después de controlar mis nervios.

—Salgamos de aquí —comunica—. La fiesta está a punto de empezar.

Hola, la verdad es que no tengo mucho que decir aquí, ya que el capítulo habla por sí solo. Únicamente vengo a dar el adelanto para que queden picados:

Ya tengo la camisa fuera y no me he dado cuenta hasta que siento sus besos recorrer mi abdomen. La sostengo del cabello, incitándola que continúe bajando. Al ver que empieza a desabrochar el cinturón, cierro los ojos para disfrutar ambas sensaciones.

•_• Agárrense, que se vienen cositas. ¿Adria haría eso? Esa es la verdadera pregunta.

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