23 | Sin elección

CARLOS ARGUETA

Tres puñetazos recibe mi rostro mientras dos hombres me sostienen, uno de cada brazo.

—Aun así, sigues siendo un imbécil —alego después de escupir sangre—. Te dije que no me queda más dinero.

—¿Pero sí tienes para seguir ahogándote en alcohol? Paga tu deuda, ya han pasado tres meses desde que dices lo mismo.

—Eres el único que lo cree. —Suelto una risa—. ¿O no?

Esta pregunta se las lanzo a los hombres que me están sosteniendo. Ambos pasan la mirada de mí, hacia el otro hombre y asienten.

—¿Ves? Eres el único idio... —. Recibo otro golpe, pero ahora en el estómago.

Empiezo a toser sin control, intentando recibir el aire que no tengo. Los otros me sueltan y yo me retuerzo en el suelo.

—¡Sosténganlo bien! —exige el golpeador.

Me sostienen de nuevo mientras me revisan los bolsillos. Dentro de uno de estos encuentran mi billetera con dos billetes de cien, los saca y como ya no encuentra más, tira la cartera al suelo.

—¡No! —exclamo, mientras intento ponerme de pie—, eso es para las próximas botellas.

—Idiota.

Caigo de nuevo al piso al recibir una patada.

—Esto es suficiente —menciona, agarrando más de lo que debo—, vamos.

Los tres salen corriendo. Limpio la sangre que sale de mi boca y ceja. Coloco mis manos alrededor del estómago por el dolor que sigo sintiendo. Como puedo, me levanto para levantar la billetera junto con algunos papeles que se salieron de su lugar.

Termino de levantar los objetos y empiezo a caminar sin rumbo alguno.

—Hijos de puta —insulto—. Me la van a pagar.

A cada cinco pasos que doy me tropiezo. Ya es de madrugada, así que no hay personas por donde camino.

Continúo avanzando por varios metros y escucho un auto encenderse a lo lejos. No le doy tanta importancia, hasta que veo que se está acercando poco a poco hacia donde me encuentro.

Trato de caminar más rápido, volteando a ver a cada tiempo para tratar de distinguir quién va al volante, pero las luces no lo permiten. A mi última oportunidad de tratar de visualizar a la persona, le saco el dedo corazón y ahí sí, empiezo a correr en dirección de mi apartamento. Como estoy un poco borracho, tropiezo en varias ocasiones.

Necesito morir con dignidad, no de esta forma.

Llegando al edificio empujo la puerta de vidrio que nunca está con seguridad por la falta de presupuesto. Descanso un rato al llegar a la entrada del ascensor que ya he llamado, pero no hace signo alguno de que funcione.

El auto se estaciona frente al edificio y yo entro en pánico. Maldigo y subo las escaleras. Llegando al piso donde se encuentra mi apartamento, saco las lleves de mi bolsillo, pero las muy desgraciadas caen al piso.

—Mierda. —Las empiezo a buscar a ciegas—. Maldita electricidad, ¿dónde está cuando uno la necesita?

Escucho que alguien sube por las escaleras. Son pisadas muy fuertes, parece que lo hace a propósito para que yo me cague del susto. Y lo está logrando.

Por fin encuentro las estúpidas llaves y abro la puerta. Ya adentro, la cierro y hecho doble llave. Camino, tirando un par de cosas, a mi habitación para buscar mi arma.

—¿Dónde está? —pregunto, tirando todo en la habitación—. ¿Dónde carajos la he dejado?

Cuando recuerdo el lugar, levanto el colchón y la sostengo. Reviso si está cargada y le coloco silenciador, ya que no quiero meterme en más problemas. Así nadie se despertará cuando me encargue de este tipo.

Me quedo en silencio total para saber la ubicación del acosador y escucho como sus pasos terminan frente a la puerta del apartamento. Intenta abrir la puerta, después de eso, silencio total. Solo mi respiración.

Silencio y oscuridad, algo esencial para las típicas películas de terror.

Suelto un gran salto al escuchar el metal rompiéndose. Es la chapa; después, un gran estruendo que, supongo, es la puerta golpeando la pared.

En momentos así quisiera que los vecinos fueran metiches, pero este barrio es peligroso y estamos acostumbrados a escuchar este tipo de escándalos. No es costumbre meterse en estos asuntos ya que también podríamos salir involucrados en las peleas de las pandillas.

Apunto con el arma en la entrada de mi habitación. Cuando vea que entre, no duraré en disparar.

«Así no». Me recuerdo. «Así no tengo que morir».

Los pasos se dirigen hacia donde estoy, son lentos, pero sé que está muy cerca.

Como la habitación está en completa oscuridad, solo veo la silueta empezar a entrar. Veo doble y maldigo al alcohol por hacerme esto.

Sigo apuntando, esperando que haga su primer movimiento. Maldición, no sé cuál de las dos sombras es la correcta.

Sin dudarlo, aprieto el gatillo dos veces. Que sea lo que mi destino quiera que pase.

La silueta a desaparecido por completo y después de unos minutos de silencio, pienso que esto ha sido imaginaciones mías. Empiezo a reír y la luz viene de repente. Rechisto, porque quiere decir que he dejado la luz encendida todo el día. Con esto el recibo de la luz va a venir en grandes cantidades.

Dejo de reír al momento y mi cuerpo se paraliza. De reojo veo como algo vestido completamente de negro está de pie a unos metros de mí.

Vuelvo a sostener con firmeza el arma y volteo lo más rápido que me es posible para volver a atacar, pero siento un golpe que de inmediato provoca desmayarme.

Cuando despierto ya es de mañana, continúo viendo borroso y me duele la cabeza, más por los golpes que por el efecto de haber bebido.

Me sorprendo al recordar lo que pasó, y no, no fue un sueño. Tengo un chichón donde recibí el golpe; recuerdo todo: el robo, el auto siguiéndome y la sombra dentro de mi habitación.

Me siento en la cama y llevo mi mano a un pómulo. Lo retiro con rapidez porque es donde más me duele.

Quejándome, levanto la vista ya que he visto unas piernas. Sorprendido, veo a una chica sentada frente a mí, en el suelo.

Está vestida completamente de negro. Entonces se trata de ella, no de él y es la persona que me atacó hace poco.

Me sorprende que esté entretenida revisando su celular en vez de estar alerta al saber que ya estoy despierto. Volteo hacia un lado y veo que el arma se encuentra en la mesa de noche. La tomo de manera sigilosa y apunto hacia su pecho.

—Yo no haría eso si fuera tú —advierte, sin levantar la mirada.

—¿Quién eres y qué quieres? —exijo saber, sin dejar de apuntarla.

Sigue escribiendo y frunce su ceño, como si no tuviera nada de importancia que un tipo como yo la estuviera amenazando con un arma. Parece que envía un mensaje y guarda su celular en la bolsa de su sudadero. Levanta la vista y se pone de pie sin dejar de observarme.

Sostengo el arma más fuerte.

—La próxima vez asegúrate de no estar tan borracho si quieres dispararle a alguien —comunica, mientras con sus pies hace a un lado el cochinero de la habitación.

—Te hice una pregunta: ¿quién eres y qué quieres?

—Y yo te di un consejo. —Tiene el cinismo de decir—. Así, para la próxima no fallas.

Eso me hace enojar y le aclaro:

—No voy a dejar que una niña venga a decirme lo que tengo que hacer.

Eso parece hacerle gracia, ya que en su rostro se forma una pequeña sonrisa de burla.

—¡No te muevas! —Le hago saber—. Si sigues avanzando, disparo.

No parece importarle y continúa, apunto hacia su brazo y sin dudarlo, aprieto el gatillo. Esta acción no le provoca ningún daño, ya que hasta ahora me doy cuenta de que el arma no está cargada.

Maldita resaca.

Termina de acercarse y me arrebata el arma de un manotazo.

—Y yo no voy a dejar que un viejo venga a exigirme respuestas — anuncia.

Sus ojos brillan de lo oscuros que son. Parece darse cuenta de lo que está haciendo y suelta la muñeca que me ha estado apretando.

Se aleja y deja el arma encima de un montón de ropa que está al lado.

—Tengo treinta y dos. —Le hago saber, para que no me diga viejo.

—Y yo veintiséis —contesta, algo ofendida—. Así que no me digas niña.

Asiento y comento:

—Dime de qué se trata todo esto. ¿Qué quieres?

—A ti —responde, sorprendiéndome.

—¿A mí?

—No realmente a ti, a ti. Sino lo que sabes hacer.

—¿Y qué puedo saber, según tú?

—Según un amigo —corrige—, eres bueno con las armas, aunque con lo de ayer ya no estoy tan convencida.

Eso logra ofenderme.

—¿Quién eres? —Necesito saberlo.

Se acerca nuevamente, pero esta vez extendiendo su mano.

—Soy Black, mucho gusto.

Me sorprende, pero a pesar de eso le acepto el saludo.

—Ah, creí... bueno, cuando te apareces... —balbuceo y ella junta sus cejas al no comprender—. Digo, no creí que te presentaras con las personas a las que vas a asesinar.

—Todos creen que cuando aparezco es para asesinar, pero solo la mayoría de las veces lo hago.

Me quedo sin palabras.

—Sí. —Es lo que logro formular—. ¿Entonces no vienes a asesinarme?

—No, aunque anoche si hubo un momento en el que quise hacerlo.

Su rostro está muy serio, no creo que esté bromeando. No sé qué más decir, así que le pregunto sobre ese amigo que ha hablado de mí.

—Lo conocerás más adelante, solo tienes que aceptar lo que estoy por proponerte.

—Está bien, háblame.

—Madeline Bonnedetti y sé que quisieras vengarte de ella por lo que le hizo a tu familia.

Así que lo sabe. Sabe mi pasado con esa mujer.

—¿Por qué yo? —exijo saber—. ¿Por qué específicamente a mí sabiendo mi condición?

—Ya te dije, eres bueno con las armas, cuando estás sobrio, y necesito a otra persona así en mi equipo para acabar con el poder de la familia Bonnedetti.

Empiezo a pensar en mi familia. Ana, mi bella esposa y en Esmeralda, mi maravillosa hija.

—Sé lo que pasó con tu familia a causa de esa mujer —continúa—. Nosotros también buscamos venganza.

Me lleno de ira porque sé que Black jamás sabrá el sentimiento de perder a personas que te importan. Bueno, mi ira no debería de ser contra ella, sino contra Madeline. Ellos tienen que pagar. Y si la gran Black no puede sola, menos yo.

Así que decido irme —sin pensarlo tanto— por la opción que más me conviene. Lo que siempre he querido hacer: vengarme.

Volteo y noto que me observa con tristeza. Aparto la mirada para decirle:

—Cuenta conmigo para matar a esa desgraciada.

Sonríe y asiente.

—Bueno, vamos. No hay tiempo que perder.

—¿De una vez?

Asiente, me levanto y la empiezo a seguir.

—¿No te llevarás nada? —pregunta, desconcertada, al llegar a la puerta destrozada del apartamento.

—Cierto.

Regreso a la cocina y abro la alacena para sacar una botella de whisky. Camino de nuevo hacia mi nueva compañera y abro la puerta destruida para salir.

—Ahora sí, vamos —informo.

Pone los ojos en blanco y salimos del apartamento. Bajamos las escaleras para salir del edificio y veo el mismo auto que me estaba siguiendo anoche.

Le doy una mala mirada y ella trata de no sonreír. Ya en el auto, me informa que pasaremos por alguien más en un hotel cercano.

Cuando pierdes algo demasiado importante te vuelves una persona completamente diferente.

Hola, ¿qué tal les cayó este personaje? Un poco pesadito, pero ya cambiarán de opinión poco a poco, conforme lo vayamos conociendo... o puede que no.

Bueno, venía a presentárselos como es debido, así que aquí les dejo una imagen de este nuevo personaje.

Carlos Argueta

Pues a mí si me da vibras de que estuvo en el ejército.

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