16 | En el muelle
ALESSANDRO
En cuanto recibí la llamada de Adria traté de estar lo más tranquilo posible para que no captara mi emoción, solo espero que haya funcionado.
Estoy muy nervioso, a tal grado de sentir mis manos temblar levemente.
Mientras me veo al espejo intento arreglarme los cabellos, silbando algo aleatorio. Observo si mi cabello está bien peinado y arreglo un mechón que amenaza con salirse de su lugar. Suelto un suspiro y decido dejarlo ahí, total, mal no se ve.
Mi corazón empieza a acelerarse de nuevo, los nervios no me permiten hacer las cosas tranquilo. Gruño para quitar mi miedo, no sé qué pasará en estos momentos.
Sé que Adria me quiere o al menos tiene algún tipo de sentimiento por mí ya que lo ha demostrado, pero a veces puede sorprenderme con sus acciones repentinas. Por más que la conozca siempre sale con algo nuevo.
Cuando salgo de la habitación de inmediato camino a la salida, agarrando las llaves del auto junto con las del apartamento, pero antes de salir reviso si llevo todo.
Celular, cartera, móvil...
Mierda, se me ha olvidado lo más importante. Regreso de inmediato a la recamara y busco en las gavetas hasta que encuentro la pequeña caja, guardándola en el bolsillo de mi chaqueta.
Conduzco por más de media hora y llego al lugar destinado. En donde todo empezó, donde pude conocer realmente quién es Adria Kemper y enamorarme.
Estaciono el vehículo y me quedo sentado por unos minutos sosteniendo el volante con ambas manos, apretándolo.
La ansiedad me gana y salgo del auto para sentir el aire fresco en mi rostro y tal vez este pueda relajarme. Me arreglo el traje que llevo puesto y que hace días he comprado únicamente para este día tan especial.
Camino hacia la orilla del lago. Las luces de los postes permiten que camine con normalidad y decido recostarme en la baranda para ver mecerse al agua.
Veo la hora, ya han pasado cinco minutos, pero Adria siempre llega tarde a cualquier lugar y no le importa, los que estamos a su alrededor es algo de lo que ya nos hemos acostumbrado.
Dirijo mi mano al bolsillo de la chaqueta para sacar la caja que es de un color corinto y lleva en ella un lazo dorado que forma un moño. Al abrir la caja salta a la vista una gargantilla plateada.
Por estos días que Adria ha estado afuera, he estado practicando la manera para preguntarle si, oficialmente, quiere ser mi novia...
Bueno, no sé realmente como le parezcan estos dramas. Yo sé que en estos tiempos ya son pocos los que piden ser novio de alguien, pero yo no quiero formar parte del montón. Ya no.
Ya no quiero seguir ocultando mi relación con Adria, ya no quiero que se hagan rumores falsos que pongan en mal su reputación. Quiero poder salir con ella de una forma tranquila, sin estar volteando a ver si nos ven o no.
No me importa las consecuencias que eso pueda traer en un futuro, si se llega a saber todo.
No se me ocurrió un mejor lugar que este, ya que fue donde nos dimos la oportunidad para empezar este tipo de relación que tenemos.
No quiero presionarla ni que sienta esto como un chantaje para que deje esa misión de lado, simplemente lo hago porque la amo y sé que nuestras vidas cambiarían si estamos juntos.
Mi familia se alegraría mucho al saber que he encontrado a la mujer correcta; Erick y Berne también porque saben que he hecho feliz de alguna manera a Adria.
Aunque también tengo esa horrible sensación que me dice que lo haga ahora porque después ya no tendré la oportunidad de hacerlo.
No hay necesidad de que mi familia sepa la vida de Adria, con que seamos felices es más que suficiente. Obviamente también necesito que ella deje esta doble vida que está llevando, una vida que la pone en peligro.
Me apetece llamarla, pero tampoco quiero ser tan histérico con el tema, así que me dedico a esperar.
Estoy por entrar al auto de nuevo, cuando escucho pasos a lo lejos y pensando que se trata de ella, volteo hacia esa dirección, pero solo se trata de un hombre.
Continúo jugueteando con la pequeña caja entre mis manos y decido guardarla ya que por un pequeño descuido puedo dejarla caer y perder el objeto.
Observo la silueta del hombre quien se ha quedado al otro lado de la calle viendo hacia mi dirección, cosa que me parece extraña. Algo de él me inquieta.
Continúo con mi camino y al sacar las llaves para abrir el auto, soy detenido cuando me sostienen el hombro con cierta fuerza que de inmediato me pone alerta.
Al momento de voltearme veo que se trata de un tipo.
—¿Necesitas algo? —Decido preguntar con nerviosismo.
Escucho otros pasos empezar a avanzar y sé que se trata del hombre que me veía fijamente. Me pongo más alerta al notar que trae un arma en sus manos.
Lo primero que se me viene a la mente, es que son maleantes; lo segundo que hago es dirigir una de mis manos a mi bolsillo para resguardar la caja.
—Les doy todo el dinero que cargo, pero por favor, no me hagan daño.
El hombre suelta una risa de burla, lo que solo causa más pánico de mi parte.
—¿Qué pasa entonces? No quiero meterme en problemas, no ahora. No es el momento adecuado.
El del arma asiente.
—Eso debiste de pensarlo antes de meter tus narices donde no te convenía.
Ahora que los tengo más cerca noto su uniforme. La seguridad Élite. Nunca nadie podría confundir eso y es ahí cuando caigo en cuenta de algo.
—¿Ustedes vienen de parte de ella? —No hay necesidad que diga el nombre, ya que sé que son trabajadores de Madeline.
—Así es.
El que lleva la navaja en mano es el único que habla, jugando con el filo entre sus dedos. Observo desde el arma hasta su rostro que me da una sonrisa de burla. Puedo darme cuenta que en sus ojos no refleja ninguna emoción.
Por más que trato de pensar en algo que me ayude a salir de esta situación, lo único que se me ocurre es lo más peligroso y tonto.
Tengo fuerzas porque me ejercito, así que, como puedo, trato de incestarle un golpe al tipo que me sigue sosteniendo. Al acertar, ya que no era lo que esperaba, empiezo a correr, pero mi esfuerzo es en vano.
El tipo del arma pasa su brazo por delante de mi cuello y quedo inmóvil, pegado a su cuerpo. Con las manos libres trato de zafarme, pero es inútil.
—Ahora verás —dice el que he golpeado, resentido.
El de la navaja acera el arma a mi mejilla y el otro observa a mis ojos, no le quitaré la vista por más dolor que sienta. Lentamente, el arma es corrida hacia abajo. Duele, así que evito soltar un quejido. Al instante, siento sangre correr por ese lado.
El de enfrente me lanza un golpe después de que me suelta y me voy de lado, logrando meter una mano para no caer por completo.
Mi orgullo no me deja quedarme en el suelo, así que me levanto y trato de pelear aunque sé que no tengo ningún tipo de ventaja contra ellos. Logro sostener al del golpe, pero de inmediato algo me deja helado. Algo frío y filoso es insertado al lado de mi vientre. La navaja.
Caigo de rodillas, llevo mi mano a la herida y luego la levanto para ver la sangre chorrear por ella. Es mucha. Siento un escalofrío correr por la espina dorsal.
Miedo, de nuevo miedo, pero este miedo es horrible, no mágico como el anterior.
De repente y sin pasar tanto tiempo noto de reojo una sombra asomarse a una gran velocidad hacia mi cuerpo. No puedo evitarla, mucho menos en estas condiciones, solo logro sentir un fuerte golpe que provoca a mi cabeza rebotar con la puerta del auto.
Escucho el terrible sonido del cráneo chocar y un pitido salir del interior de mi cabeza. El aturdimiento es más grande y todo lo veo borroso.
Por fin caigo al suelo, pienso que eso será lo último, pero de nuevo me equivoco. Recibo varias patadas y cómo puedo cubro la herida con mis manos para evitar que empeore más, aunque es inevitable.
Mi cuerpo no resiste más y solo dejo que todo pase.
Me he quedado sin aire, me cuesta respirar por toda la sangre que brota de mi boca y no tengo ni idea —y realmente no me importa— si sangre o lágrimas es lo que corre por mi rostro.
Por fin se detienen. Ya no puedo mantener los ojos abiertos, quedo tirado con mucho dolor para levantarme.
Uno de los hombres me sostiene por el cabello para levantar mi rostro y habla:
—Espero que esto le dé una buena lección a tus aliados para que dejen esto de un lado.
Me suelta y escucho que empiezan a alejarse. Hago un último esfuerzo para aclarar mi vista y veo como ambos empiezan a caminar hacia una camioneta que se encuentra estacionada a unos cuantos metros.
No aparto la mirada, distingo que se detienen a hablar con una tercera persona que ha estado viendo todo esto. Es la silueta de una mujer. La reconozco de inmediato por todo este tiempo que he estado siguiéndola.
Madeline Bonnedetti.
Cuando terminan de hablar, se suben al automóvil y conducen a la salida. Sostengo la herida con la mano y con la otra me ayudo a recostar mi espalda en el auto. Busco el celular en el bolsillo y cuando lo saco la pantalla está rota. Es de esperarse al recibir tantos golpes.
Recuerdo la caja y la busco de inmediato. Me tranquilizo al sentirla. Sigue ahí, está a salvo.
Con el pulgar intento encender el móvil, pero no cede.
—Por favor —suplico.
Enciende por un rato, pero se vuelve a apagar. Después de varios intentos lo dejo. Levanto mi vista a modo de ver el cielo estrellado.
«Son tan hermosas en momentos así». Pienso.
No sé cuántos minutos llevo aquí, pero sería una mala jugada que Adria viniera en estos momentos, no me gustaría que me viera de esta forma. Sería la propuesta más extraña que alguien haya hecho en la vida.
El gran dolor de los golpes y la apuñalada hace que vuelva a cerrar mis ojos, intento no hacerlo, pero por más que lo hago, no puedo evitarlo.
Hago el último esfuerzo, hasta que noto la alegría de ver un rostro conocido que empieza a caminar desde la oscuridad.
BLACK
Voy conduciendo a una velocidad no tan moderada porque ya es muy tarde. Alessandro aún no me contesta, pero de todos modos llegaré al muelle porque sé que aún me estará esperando.
No lo merezco, no merezco para nada ser feliz con él.
A unos cuantos metros de llegar, distingo las luces de una patrulla. Entro al estacionamiento y veo a varias personas rodeando el cordón policial.
Bajo de inmediato del auto y me acerco para buscar a Alessandro entre las personas.
—Pobre —habla alguien—. Quién iba a imaginar que su trabajo lo iba a llevar a esto.
Me preocupa lo que dice la gente. Como no veo a Alessandro por ningún lado, decido acercarme para ver lo que está pasado.
Cuando estoy enfrente del cordón un policía se acerca para evitar que pase. Veo al suelo, donde hay marcada una gran evidencia. Se trata de una frase característica de una sola persona.
«Los errores se pagan».
—Sin duda se trata de esa mujer —habla otra persona—. Esa Madeline Bonnedetti.
Levanto la vista para ver el auto que también está rodeado con un cordón y me paralizo por completo al reconocerlo. Camino alrededor y ahora estoy enfrente de la puerta de copiloto y lo que veo me aterra.
Es sangre y aún está fresca.
Con un tono neutro, pero muriéndome por dentro le pregunto a la persona que tengo al lado si sabe lo que ha pasado.
—Hace poco atacaron a un hombre aquí —comenta—. Se trata del nuevo presentador de las noticias: Alessandro, creo.
—¿Qué pasó con él? —pregunto.
—Fue llevado a urgencias al hospital, tenía unos fuertes golpes y una profunda herida al lado del estómago.
Una mínima chispa de esperanza crece en mi interior al saber que sigue con vida, pero se apaga de inmediato porque está muy mal herido.
Salgo corriendo a mi auto, con los ojos llenos de lágrimas entro y hago una llamada.
Con las manos temblorosas espero a que Doble B responda la llamada.
—Todo es mi culpa. —En cuanto contesta es lo primero que se me ocurre decir.
Entre más oscura la noche, más brillantes las estrellas.
Pues parece que Black anda en todos lados, menos donde realmente se le necesita. Ay, ya me enojé.
Crecimiento de personajes. Con eso me justifico ante tal capítulo.
Por otro lado, el siguiente capítulo tiene un título mero... dramático, ya se darán cuenta.
Espero les esté gustando la historia y no se preocupen que a estas alturas ya han de conocer a Black y saben que no se quedará con los brazos cruzados. No, para nada.
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