02 | La huida
BLACK
«Espera», me digo a mí misma. «Aún no es el momento. Solo espera un poco».
Relajo mis músculos y trato de concentrarme. Mi vista viaja inevitablemente a un lado en específico y es en mi próxima parada. Gracias a la altura del edifico logro captar el auto estacionado a tan solo unas cuadras de aquí. Recorro la carretera con la mirada y me doy cuenta que por el momento está libre, ya que así lo ha decidido la seguridad que han contratado para el resguardo del presidente.
«Ahora».
Vuelvo a colocar la mira del francotirador sobre el pecho del presidente, sin tan siquiera moverme un milímetro más de mi objetivo.
—Como pudieron escuchar —. Oigo a la periodista hablar en la televisión que continúa encendida—, el presidente Frank Breitkopf ha estado tratando de defenderse a pesar del escándalo que forman las personas al otro lado.
Con solo hablar y no dar pruebas como dijo que lo haría no basta. Me enoja la ignorancia de las personas que lo apoyan y se conforman con tan poco. Los está tratando como unos ignorantes y eso les gusta.
Cuando la reportera deja de hablar para que los televidentes escuchen lo que Breitkopf tiene que decir, en un mínimo momento que sé que nadie espera —el indicado— aprieto el gatillo.
¡Pam!
Frank tropieza hacia atrás, aprovecho la confusión de todos para cargar de nuevo y disparar, ahora directo al cuello para que no tenga la oportunidad de revivir en el hospital.
—¡Oh, por Dios! —Percibo que la reportera exclama en el aparato.
Me alejo de inmediato del balcón. Antes de salir de la habitación, escucho voces saliendo desde el costado de ambos guardias quienes ya están despertando a causa del escándalo. Camino directo a uno de ellos, y hurto el radio que tienen para comunicarse.
Cada vez que se comunican los demás, se escucha el escándalo de las personas: gritos, patrullas, hasta una ambulancia que, suponiendo, estará a un par de cuadras aún.
Bien, ya está, no hay vuelta atrás. Un problema —de todos los que hay— ha terminado. Pero también se avecinarán peores a causa de este acto.
Coloco de nuevo el arma en su estuche. La ventaja del francotirador es que es de una medida pequeña —a comparación de las demás— y no será para nada sospechoso que lleve una funda de corta profundidad en el hombro que guarde un arma del calibre con el que ha sido asesinado Breitkopf , pero, aun así, sigue teniendo la misma potencia que cualquier otro de su clase.
Cuelgo el estuche en mi hombro para después salir de inmediato de la habitación.
—¿Qué mierda a ocurrido? ¡Busquen de dónde han provenido los disparos! —Todo esto y más, saliendo del radio.
Me marcho, tomando las escaleras de emergencia que están en el piso superior. Al llegar, bajo lo más rápido que puedo ya que a estas alturas el auto que está esperándome va varias cuadras adelante, casi saliendo de la zona.
Cuando estoy en el lado trasero del edificio, me oculto en el callejón más cercano, aprovechando que por este lado no hay cámaras de seguridad ya que los malhechores se han encargado de quitarlas.
Me descubro el rostro y después de unos segundos, me dispongo a escuchar lo que dicen por el radio:
—¡Todos estén atentos a cualquier movimiento sospechoso, si ven algo, no duden en reportarlo, por menor que sea! Si es necesario, acudan a las armas.
Avanzo a la misma velocidad que los demás, simulando pánico. Después de un rato caminando de prisa, vuelven a hablar, aunque es difícil distinguir la voz a causa del ruido de las personas.
—Nadie responde en el área E95. Que el escuadrón del área D96 vigile desde su posición si puede captar algo.
—Entendido —responden.
Las personas están corriendo y empujándose por todos lados, algunos hasta caen al suelo y me detengo en una ocasión para ayudar a una señora a ponerse de pie. Cuando estoy tendiéndole la mano para que se sostenga, veo que ha caído sobre una imagen caricaturesca del presidente.
Ni siquiera tiene tiempo de agradecerme porque su mayor prioridad en estos momentos es continuar con su recorrido.
Todo se ha vuelto un desastre, era de imaginar esta reacción, pero ahora los policías también están deteniendo a las personas que han estado protestando porque todos parecen unos sospechosos y posibles cómplices.
No puedo evitar dirigirme frente al podio. Al estar a unos cuantos pasos, noto a varios hombres alrededor de Breitkopf, quien ya está inconsciente. Muerto, más bien dicho, y lo sé por la cara de preocupación de los hombres.
Continúo con mi huida.
Veo pasar a guardias a lo lejos y los evado, caminando hacia otro callejón.
He vivido toda mi vida en este sitio, así que lo conozco a la perfección y me es fácil llegar al lugar correspondiente.
A lo lejos veo el auto rojo cruzar por una esquina y avanzo a toda prisa para alcanzarlo. Me detengo al doblar porque justo en la vuelta hay tráfico que impide al vehículo continuar. Me acerco ahora de lo más tranquila y con los nudillos toco la ventanilla para avisarle al piloto que soy yo.
Abro la puerta, sin esperar respuesta alguna.
Coloco el estuche/arma en los asientos traseros y me siento en el lado del copiloto. Observo al hombre sentado al volante y sonrío.
—¿Hecho? —pregunta, serio, observando cada parte de mi rostro esperando ver alguna reacción, alguna mueca de culpa.
Nunca cambia. Nunca cambiamos.
—Hecho —respondo.
—Bien, salgamos de una buena vez de este infierno —habla, viendo hacia el frente sabiendo que no mirará lo que quiere para aprovechar el momento e intentar hacerme cambiar de opinión.
—Las calles deben de estar cerradas —comunico, ya que es lo obvio.
—Así es, he estado dando vueltas por todos lados para buscar un lugar para salir, pero ya han cerrado hasta los callejones —anuncia—. Ahora que me encontraste, nos quedaremos esperando aquí.
Alessandro avanza lentamente.
Voltea a verme, dándome una mirada rápida. También lo veo, levantando una de mis cejas y él regresa su vista al frente cuando los autos de adelante avanzan unos cuantos metros.
No digo nada porque sé que no es el momento adecuado para hablar, lo arruinaría todo. Más de lo que ya está.
—Es imposible decirte que no —habla por fin—, pero sabes que detesto esta parte de ti.
—Es lo último que hago, lo prometí. La última jugada y si salimos de todo esto, ten por seguro que viviré una vida normal. Juntos.
Estamos a pocos autos para detenernos donde se encuentran los agentes. Veo que Alessandro está cada vez más nervioso, así que coloco una de mis manos sobre la suya para apretarla y darle seguridad.
—Déjame esto a mí —digo para calmarlo.
Estoy a punto de olvidar algo, hasta que vuelvo a escuchar voces salir de él.
—Hemos encontrado el sitio del ataque. Los dos guardias que se encuentran aquí han sido golpeados. Necesito paramédicos en el lado E95.
Sé bien que lo que estoy apunto de hacer es una completa estupidez y sé lo que me impulsa a hacerlo. Si es lo último que haré, tengo que dar una buena despedida.
Sostengo el aparato y presiono el botón para poder hablar.
—Breitkopf ya ha muerto, su trabajo es en vano.
Silencio total ante lo mencionado.
—¿Quién eres? —cuestiona una voz femenina.
—Háganle saber a todo el mundo —anuncio, ignorando no totalmente su pregunta— que Black hizo esto. Fue ella quien mató al presidente.
Abro la puerta del auto, solo lo necesario, para que el aparato pase a través de la abertura. Lo dejo caer, para después ver como las personas lo patean lejos de donde nos encontramos.
—Ahí están —anuncia Alessandro, claramente consternado ante lo que acaba de suceder.
Aparecen agentes haciendo algún tipo de inspección al auto que está en frente. Otro agente se cerca y ambos bajamos los vidrios para que nos vea.
—Necesito sus identificaciones —pide, serio.
Se acerca otro, pero este a mi lado. Alessandro entrega su gafete de periodista y yo mi identificación personal.
—Adria Kemper —pronuncia el agente.
—Así es —respondo con orgullo.
Todo esto me está poniendo los pelos de punta. De reojo veo que el otro guardia le devuelve la identificación a mi acompañante.
—¿Qué haces aquí? —pregunta—. ¿No deberías estar grabando todo eso? ¿No es esto lo que te da de comer?
Estoy a punto de defenderlo, pero el agente que se encuentra de mi lado me interrumpe.
—Que pasen —ordena—. Disculpe las molestias, señorita Kemper, de inmediato los haremos pasar.
Le regalo una pequeña sonrisa y subo el vidrio. Suelto un suspiro cuando veo por el retrovisor que el otro hombre se le acerca para hablar, pero ya estamos demasiado lejos para saber lo que dicen.
—Por poco —comento.
—Es sorprendente lo que un apellido puede ocasionar —opina Alessandro, refiriéndose a lo que acaba de ocurrir.
—Te equivocas —corrijo—. Es impresionante lo que el dinero puede hacer.
Seguimos avanzando, esta vez a mayor velocidad. Me dan ganas de sonreír y no puedo evitarlo. Quizás sea una sonrisa de alivio por ya estar libre del peso de ser la más buscada asesina de Gualoriam.
En Gualoriam siempre hubo corrupción. Pero, poco a poco, todo iba corrompiéndose más y más.
Hello, aquí Iris. Solo vengo a comunicarme por aquí para saber cuáles han sido las primeras impresiones (sí, ya sé que apenas van dos capítulos) sobre los dos personajes que han salido hasta ahora.
Pronto empezaremos a conocer un poco más de ellos y de otros más. Sé que los amarán, o al menos a la mayoría, jeje.
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