i.
Cuando alguien decidió que lo mejor para ambos mundos sería unirse y fundirse. Fusionarse de una forma homogénea hasta que no pudieran diferenciar quién es cuál, algunos creyeron que era una buena idea y otros no tanto.
Pero como ha sucedido en innumerables ocasiones la mayoría ganó, y paso a paso intentaron unir los mundos. Como si no existiera una diferencia de una u otra, como si fuera algo tan simple, como si no fuera a significar una eterna...
—Tengo hambre. —gruñó un castaño de otro año junto a él. Lo que dijo funcionó en automático, porque varias chicas se acercaron con sonrisas coquetas y contoneo de caderas.
Hitoshi levantó las cejas ligeramente, sin mostrar sorpresa o celos como hacían otros de sus compañeros justo ahora. Siguió caminando, apartándose ligeramente para no tropezar con las chicas que justo ahora rodeaban al castaño de nombre desconocido.
Sus pasos lo llevaron hasta la enfermería, era su turno de ayudar para acomodar los suministros y demás, una forma fácil de zafarse de la limpieza del aula pero...
—¡Agh!
No sabía que tan bueno era eso, después de todo, aunque algunos tenían la buena intención de limpiar sus desastres al terminar, había otros que no, así que era el ayudante de la enfermería aquel que debía encargarse.
Generalmente cuando este tipo de situaciones se presentaban, habían dos tipos de personas, los curiosos, aquellos que asomaban su vista para asegurarse de saber que al menos uno de los "participantes" era de aquellos con el "permiso" de hacer cosas indecentes ahí dentro porque de otra forma, el deber de los estudiantes era reportarlos, pero también habían personas como Shinso, a quienes realmente no le importaba quienes fueran, ni el hecho de reportarlos o no, solo le importaba que terminen rápido para poder hacer su trabajo.
Se colocó los audífonos en los oídos y se sentó contra la pared, perpendicular a la puerta de dónde escapaban los lascivos sonidos, tristemente no había espacio para tomar otro lugar, cerró los ojos inclinando la cabeza para atrás y así no mirar la puerta al ser abierta.
Movía su pie al compás, agitando su cabeza de un lado al otro con ligereza. Perdiéndose en la música y sin pensar demasiado en nada, ni siquiera veía sentido en el hecho de ponerse a pensar en la sociedad y la decisiones que con el tiempo se han ido tomando.
De cualquier forma, Shinso no estaba en contra, el progreso era algo inevitable y la separación de ambas partes no era buena para nadie, simplemente mantenía pausado lo que debía ser tarde o temprano. A fin de cuentas, ambas especies no eran tan diferentes los unos de los otros la única separación clara y muy obvia podía ser la...
—Oye...
Hitoshi levantó la vista, encontrándose con un par de ojos de distinto color y los mechones bicolores que acariciaban con sutileza su frente, su piel era tan blanca como la luna y lo más sobresaliente de él o al menos, la primera cosa en la que las persona se fijaban al encontrarse directamente con los de su tipo. De sus labios de color cereza se escapaba un pequeño hilo de sangre que resaltaba lo blanco de sus colmillos.
—Tienes algo de sangre ahí.
El pelimorado lo resaltó, señalando con el dedo apenas levantado la comisura de su labio, el bicolor le restó importancia, limpiándose con su pulgar para luego llevarlo a su boca y pasar la lengua con rapidez.
—¿Qué tal el sabor?
—Tan terrible como siempre. —respondió el heterocrómatico con un suspiro.
—¿Con quién lo hiciste esta vez? —preguntó el pelimorado como quien no quiere la cosa, fingiendo indiferencia aunque realmente quería saber.
—No lo digas así, sabes que el sexo es lo que menos me importa. —contestó él, con una mirada aburrida y cansada.
—Bueno, discúlpame. ¿De quién te alimentaste ésta vez?
Todoroki respondió, murmurando un nombre apenas entendible que el de ojos púrpuras reconoció como una de las chicas de otra clase, así que asintió. Despidiéndose del bicolor que dijo que debía comprarle un jugo a la chica para que pudiera recuperarse mejor.
Hitoshi lo vió alejarse a paso lento con los hombros caídos, una tormenta de sentimientos se asentó en su estómago y apretó los labios reprimiendo las ganas de decir algo más.
Después de todo ¿Qué podría decirle?
«¿Y si me pruebas a mí? Tal vez te guste mi sabor.»
Era enfermizo y hasta extraño, le daba escalofríos pensar en eso. Jamás lo diría, ni lo admitiría en voz alta aunque fuera un secreto a voces del cuál algunos se avergonzaban y otros no tanto, pero sin lugar a dudas, era algo que todos en algún momento de su vida, se habían preguntado.
¿Cómo se sentirá la mordida de un vampiro?
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