9. Venganza (Primera Parte)
Este cap dura la mitad de lo que duran normalmente los capítulos de este fic (este tiene 11k), pero apliqué la regla de "si puedes cortarlo en esta parte y que quede bien, córtalo". Además medio se corresponde con la duración de mis otros dos fics, de haikyuu (si les gusta haikyuu y son multi y pro shipers, les pueden gustar esos otros dos fics), cuyas actus también estoy por terminar.
Recuerden que tengo instagram, twitter y tumblr donde subo leaks de los capítulos y dibujos hechos por mi, en los dos primeros soy nightray1997, en tumblr natalie-nightray97
Disfruten el cap, lxs quiero mucho ❤
Antes del mediodía la pira quedó reducida a escombros y cenizas, con apenas algunas flamas brillando todavía; un grupo de guardias tomaron el cuerpo carbonizado y lo envolvieron en mantas para llevarlo a una fosa común en los barrios bajos de Mondstadt, mientras que Ajax y otro soldado agarraron los brazos del inconsciente príncipe Alberich, para arrastrarlo lejos de ese lugar. Childe mantuvo la cabeza fría cuando pasó por el lado de Morax y Shenhe, quienes seguían conteniendo en un abrazo familiar al joven príncipe Chongyun, cuyo llanto de niño le despertaba el instinto protector a Tartaglia; Chongyun insistía en que deseaba encarar al rey Barbatos, pero para evitar cualquier altercado, su padre lo tomó en sus brazos y se lo llevó, y el adolescente no pudo hacer mucho más porque se sentía débil por haber llorado tanto.
Las pequeñas llamas y el humo de la hoguera se veían borrosos y tambaleantes a través de los ojos de Sucrose, quien estando quieta y con una expresión de tristeza, rabia y resignación presenció aquella barbarie con los ojos llenos de lágrimas; los brazos le temblaron mientras apretaba los puños, y antes de que los guardias se sacaran el cadáver de Noelle por la puerta trasera, ella se dio la vuelta para comenzar a caminar con decisión. Buscó en cada salón que frecuentaba el doctor Baizhu, hasta que lo encontró en un pequeño bar, de pie junto a Changcheng, sirviéndose una copa de vino; verlo tan tranquilo hizo que la muchacha temblara de la ira, por lo que su valentía aumentó hasta el punto de que se acercó a él y le dio una gran bofetada en la cara.
—¡Te odio! —exclamó Sucrose llorando desconsolada y frágil, entonces siguió dándole golpes en el pecho, cada vez más débiles por su colapso—. ¡Te odio! ¡Te odio! ¡Te odio...!
—¿Ya terminaste? —dijo Baizhu con indiferencia, ella siguió golpeándole el pecho con sus débiles manos, mientras lloraba indignada y desdichada.
—¿Cómo pudiste...? —susurró la joven sollozando, el doctor la observaba sin compadecerse por su estado.
—Ellos querían un culpable, así que se los di.
—¡Esa muchacha jamás habría hecho algo así! —Sucrose agarró la ropa del doctor Baizhu y agachó la cabeza sin dejar de llorar a cántaros—. ¡Asesino!
—Tu eres la asesina... —replicó Baizhu severamente, para luego agarrarle las manos con firmeza—. Tu eres la verdadera asesina, yo solo sembré un par de dudas, pero la que se manchó las manos con sangre inocente, eres tu.
—¡Yo nunca maté a alguien inocente! —respondió la alquimista forcejeando para que la soltara.
—Mentirosa... —susurró el doctor antes de tomarla bruscamente debajo de los hombros, mirándola a los ojos con desprecio—. Me estás colmando la paciencia con tu hipocresía, tu no eres el ángel que piensas que eres, solo eres una súcubo mosca muerta que hizo cosas más inmorales de las que yo he hecho, todo por ir detrás de un pene, eso es lo que eres.
Esas palabras enfurecieron tanto a Sucrose que se movió aun más, y trató de patearlo mientras él le apretaba más los brazos.
—¡Eres un monstruo! —le gritó ella, el doctor Baizhu comenzó a bufar con ira.
—¡Zorra malagradecida! —dijo antes de agitarla con violencia—. ¡Te salvé de acabar como Noelle, así que lo mínimo que merezco es que me trates con respeto!
De pronto la alquimista perdió todavía más los estribos, y le escupió en la cara; el doctor se quedó callado, inmovil, pero observándola fijo, de una manera tan severa y aterradora que Sucrose empezó a temer por su vida. Sin previo aviso Baizhu agarró con fuerza la nuca de la joven, y clavó su boca contra la suya de forma violenta y desenfrenada.
Sucrose se resistió a ser besada por él, sin embargo el doctor Baizhu consiguió dominarla para seguir introduciendo su lengua mientras la sujetaba; luego de un rato el doctor la levantó del piso y la sentó sobre la mesa, ella pataleó, pero incluso si le llegaban sus patadas, él no se detendría. Entonces Baizhu colocó las manos sobre la blusa de la alquimista, y de un tirón la abrió, descubriendole los senos, medianos, pálidos y suaves; Sucrose se cubrió con un brazo avergonzada, pero el doctor lo apartó, le agarró la cola de caballo desde la base, y colocó una mano sobre las costillas inferiores.
—Mírame a los ojos —le ordenó el doctor Baizhu, la joven tembló y obedeció, intimidada—. Yo sé tu secreto, y si quiero, puedo rectificar y decirle al rey lo que hiciste por tu amado príncipe ¿Tú no quieres que eso pase verdad?
—No... —respondió ella asustada y pudorosa, sus pechos estaban desnudos, el doctor no los estaba tocando, pero su mano se hallaba tan cerca de ellos que seguía alerta.
—Entonces... debes obedecerme —le recordó él, hablándole al oido mientras Changcheng se enrollaba alrededor de las tetas de Sucrose, ella miró hacia abajo, y se sintió extraña por ver a la serpiente allí, realzando sus pechos para el deleite de su amo—. Debes darme mi aqua vitae y mi oro alquímico, y ser completamente sumisa a mis órdenes ¿Entendiste?
—Sí... —susurró la muchacha, Baizhu la miró a los ojos dominante, y le acarició la parte interior de los muslos.
—¿Quién es tu dueño? —preguntó él; Sucrose tenía el corazón agitado, estaba completamente expuesta y vulnerable, semidesnuda sobre una mesa, como a punto de ser devorada.
—Usted... —dijo antes de que el doctor Baizhu se acercara a su oreja para susurrarle cosas.
—Eso es... eres mi pequeña y sucia sirvienta... Si yo te pido que abras las piernas, no tengo dudas de que lo harás... porque eres insaciable...
—Por favor no diga esas cosas... —le pidió Sucrose, pero el doctor siguió acariciándola debajo de los pechos y entre las piernas, cosa que la hacía sentir calor.
—Te excita que te hable así, que te enseñe quien manda... Seguro te gustaría que te castigue por ser tan insolente ¿Qué quieres de castigo Sucrose? —le preguntó al oído, ella se estremeció y encogió los hombros al sentir el aire de esa boca tan cerca de su cuello—. ¿Quieres que te enseñe a ser una buena niña? ¿Que te nalguee ese culito? ¿Que te escupa en las tetas?
—Doctor Baizhu, por favor... —susurró la joven con la piel erizada.
—Vamos, di lo que quieres —insistió él mirándole los senos, ella tembló, le parecía extraño que alguien la estuviera contemplando tan expuesta, y a la vez le resultaba tan ardiente que se volvió irracional.
—Quiero que... quiero perder mi virginidad... —confesó Sucrose, por lo que Baizhu pudo tomar la decisión de colocar los dedos sobre su ropa interior.
—¿Quieres que meta mi polla aquí? —preguntó mientras le agarraba un pecho.
—Sí...
—¿Quieres probar su sabor?
—Yo... creo que sí...
—Vamos, dilo tú misma ¿Qué es lo que quieres? —dijo el doctor Baizhu girandole lentamente el pezón, la alquimista tomó aire, sentía tanto calor que la cabeza le daba vueltas, en el fondo seguía odiándolo por haberle hecho eso a Noelle, pero le era inevitable sentirse mujer cada vez que él la tocaba, cada vez que él aumentaba el nivel de intimidad.
—Quiero... Quiero... —balbuceó Sucrose, el doctor había metido sus dedos debajo de su ropa interior para darle un masaje, al mismo tiempo que jugaba con sus pezones, aquello no la dejaba pensar bien—. Quiero que... meta su... en mi...
—Tan mosquita muerta como siempre ¿Qué es lo que quieres que meta? —reiteró él moviendo los dedos desde el clítoris hasta la vagina—. Estas empezando a ponerte humeda...
—Su pene... —respondió la joven antes de ruborizarse por completo.
—¿Dónde lo quieres? —preguntó, ya no parecía furioso, sino más bien, ansioso y entusiasmado; al estar tan cerca de Sucrose, le besó el cuello impulsado por el deseo, ya no solo quería castigarla, lo que en verdad quería era saciar sus fantasías más profundas.
—En mi vagina... —susurró la alquimista recibiendo los dedos de Baizhu en su interior.
—Estás más mojada ¿Te calienta que te trate así? ¿Cómo a una puta malcriada?
—Eso creo... —Sucrose estaba algo confundida, incluso era extraño para sí misma sentirse tan excitada cuando él le hablaba de esa forma, cualquier persona lo despreciaría por eso, pero ella en cambio abría más las piernas sobre la mesa para dejarlo tocar a fondo; de pronto el doctor Baizhu sonrió con malicia y apartó las manos sin aviso.
—Si quieres que te folle, consigue un buen lugar fuera de este palacio, aquí nos pueden descubrir —le ordenó, la alquimista respiró agitada y luego intentó cubrirse, pero él le detuvo las manos—. No te he dado permiso de tapar tus tetas.
—Pero... usted dijo que podrían... —replicó tímidamente Sucrose, el doctor sonrió de lado y volvió a agarrarle el cabello y un seno.
—Te pasas de lista... Cuando encuentres un sitio privado, avisame, porque debo castigarte por haber sido una puta malagradecida e insolente —le dijo al oído, ella lo miró de reojo, tensa y seria, deseando en el fondo que la "castigara" en ese mismo sitio; Baizhu se lamió los labios, estaba duro y ansioso, pero no le parecía prudente hacerle todo lo que tenía planeado hacerle a Sucrose, al menos dentro del palacio.
—De acuerdo... Tengo un departamento cerca de los barrios bajos... ¿Podemos vernos... hoy por la tarde, o mañana? —sugirió Sucrose, el doctor Baizhu sonrió perverso.
—Hoy, quiero follarte hoy —respondió rápidamente, entonces volvió a agarrarle un pezón a la alquimista y tiró de él con fuerza—. Quiero castigar ese coñito tan fuerte que te arrepientas de pedirmelo... Quiero ponerte de rodillas y ahogarte... No podré resistir otro día.
Sucrose siguió mirando con seriedad como tiraba de sus pezones sin compasión, no le veía sentido a que le pidiera ir a otro sitio para quitarle la virginidad, cuando ya la tenía a su total disposición sobre la mesa. Sin soltarle el cabello, Baizhu comenzó a besarla desesperado, la alquimista miró al cielo algo fastidiada, sin ser consciente de sus cínicos pensamientos en los que se decía que era absurdo que él dijese que quería hacerlo por la tarde, si era más que evidente lo loco que estaba por tomarla.
Ajax y el guardia arrastraron al príncipe Alberich hasta su cuarto, luego de recostarlo sobre la cama, ese soldado le preguntó a Childe si pensaba irse de la habitación, y este con una actitud intimidante y seria le dijo que él se quedaría con Kaeya hasta que despertara; el guardia agachó la cabeza y a regañadientes se alejó del príncipe. Tartaglia sintió repulsión por las claras intenciones que tenía ese tipo, en un sitio tan horripilante como ese palacio, no le sorprendía que todos actuaran como unos depredadores con Kaeya, quien se veía completamente frágil dormido sobre su cama.
Esa apariencia delgada y afeminada ya no le parecía sosa a Ajax, de hecho, hasta le causaba ternura, combinaba a la perfección con la imagen de pequeño desvalido que tenía del príncipe de Khaenri'ah; su nueva obsesión era llevárselo lejos de ese lugar repugnante y cruel, sacarlo de esa prisión y alejarlo de las personas que les arruinaron la vida a ambos. Porque incluso después de pasar años viviendo con Morax, su percepción de él jamás volvería a ser la misma, siempre fue su enemigo, siempre fue un depravado y nunca debió jurarle lealtad, no si le hacía tanto daño a la persona que él no pudo rescatar a tiempo; Childe consideraba necesario enmendar ese grave error.
Luego de unos minutos parado frente a la cama, Tartaglia se recostó junto a Kaeya, mirando su rostro, dulce a pesar del parche que tenía que usar en su ojo, por un momento se preguntó si toda la vida lo tuvo, o si ese parche era otra consecuencia de su cautiverio; si ese era el caso, entonces solo le sumaba puntos a su imagen de una persona desprotegida y desdichada. Por esa razón Ajax le acarició la mejilla, deseando tomar su corazón, limpiarlo de todo mal, y volverlo su tesoro; de pronto el príncipe apretó los párpados y comenzó a moverse erráticamente, Childe se sentó mirando a los pies de la cama, y esperó hasta que Kaeya despertó sobresaltado y confundido.
—¡Noelle...! —exclamó el príncipe Alberich al despertar.
Ya no estaba en el patio de entrenamiento frente a la pira, ni había guardias a su alrededor, se encontraba en su habitación, lo cual por un momento le hizo creer que aquello solo había sido una pesadilla; sin embargo se dio cuenta de que Tartaglia estaba ahí, sentado a los pies de su cama, dándole la espalda.
—¿Qué haces aquí...? —le preguntó Kaeya, Ajax agachó la cabeza, le dolía tener que ser quien le diera la noticia—. ¿Por qué estás aquí...? ¿Dónde está...? Eso... ¿Fue real?
—Lo siento... —susurró Childe, el príncipe sonrió tenso y desesperado, porque aquel "lo siento" no le estaba dando tranquilidad.
—¿Por qué dices eso? ¿Por qué lo sientes?... —cuestionó Kaeya sonriendo y respirando agitado, entonces Tartaglia volteó a mirarlo con tristeza—. Por favor dime que fue un sueño...
—No... —respondió Ajax cabizbajo, el príncipe Alberich hiperventiló, creyendo que le estaba haciendo una broma de mal gusto.
—¿No que? No bromees por favor... Dime que Noelle está bien, dime que solo tuve una pesadilla... No puede haber pasado lo que vi, no tan de repente... —le suplicó Kaeya con una sonrisa histérica y lágrimas cayendo por su mejilla; Childe al igual que él comenzó a llorar con sus ojos muertos—. Por favor...
—Perdóname... no pude hacer nada... —dijo Tartaglia, el príncipe negó con la cabeza, lo que estaba ocurriendo era imposible, su Noelle no podía estar muerta y ese desertor no podía estar ahí pidiéndole disculpas y llorando por él, debía haber un error en todo eso.
—No no no no no... Esto no es real, sigo soñando... —se decía Kaeya con el pecho agitado, pero Ajax seguía observándolo con lástima, lo cual lo desesperaba—. No es verdad...
—Lo siento... por todo... —susurró Childe arrepentido de haberlo culpado por tanto tiempo de sus males; sin embargo el príncipe Alberich seguía negando con la cabeza, y se quebró cuando aceptó que eso era real, y que la persona más inocente de ese maldito lugar, falleció por su culpa.
De pronto Kaeya se cubrió los ojos con las dos manos, agitó la cabeza y comenzó a chillar consumido por la angustia, Tartaglia podía entender esa sensación, no saber distinguir entre la realidad y la imaginación, y quedar atrapado en recuerdos e ideas que solo sabían torturarlo. Por esa razón no iba a dejarlo solo en esa situación, incluso si los descubrían, no le importaba; así que se colocó a su lado, lo tomó en sus brazos, y lo sentó sobre su regazo para arrullarlo mientras el príncipe lloraba a todo pulmón, sacando ese terrible dolor que se clavaba inmisericorde en su frágil corazón, dañado con una y mil perdidas desde que tenía memoria.
Albedo entró al palacio y se encontró con un ambiente agitado, por su lado pasaron el emperador Morax y la sacerdotisa Shenhe, quienes iban a los costados del joven príncipe Chongyun, tomándolo de los brazos mientras lo incentivaban a avanzar fuera del castillo; el niño se resistía y pataleaba enfurecido, diciendo que quería ir a plantarle cara al "tirano de Barbatos". El Jefe Alquimista miró esa escena con desconcierto, y luego de que lograran sacar a Chongyun del lugar, Albedo se acercó rápidamente a un guardia para preguntarle que había pasado en su ausencia.
Apenas le informaron lo ocurrido, el Jefe Alquimista se paralizó con la boca abierta del horror; el nombre de Kaeya vino a su mente de inmediato, y salió corriendo para ir a verlo, sin importarle que a los guardias les resultara sospechoso que él y el príncipe fueran tan cercanos como hacía años. Albedo fue hasta la habitación de Kaeya, y lo encontró llorando desconsoladamente en brazos del extraño e inquietante desertor de Snezhnaya, quien lo abrazaba y le daba besos en la cabeza, tratándolo como a un bebé.
El Jefe Alquimista los vigiló desde la puerta, le parecía raro y preocupante que ese tipo fuera quien le estuviera dando consuelo al príncipe Alberich, pues la última vez que lo vio, tuvo una actitud muy sospechosa hacia él; Ajax lo miró de reojo con un aura amenazante, y él en vez de intimidarse, también lo miró fijamente, para dejarle claro que si intentaba algo peligroso con Kaeya, no dudaría en matarlo. El príncipe de Khaenri'ah se llevó las manos al pecho y lo comprimió, soltando un fuerte llanto del más profundo dolor; Albedo agachó la mirada, verlo devastado le rompía el corazón, su amado no podía tener ni un día de paz en ese lugar, así que, era urgente que él obligara a Alice a marcharse de Mondstadt, y conseguir que el baladista confesase quien lo contrató para asesinar a Kaeya.
Childe meció al príncipe restregando el pómulo sobre su frente, Kaeya sollozó angustiado, y abrió los párpados para ver son su adolorido y húmedo ojo a Tartaglia, sin comprender porque seguía ahí, y porque no se estaba burlando de él. Ajax siguió arrullandolo de forma cariñosa y cálida, lo cual hizo que el príncipe Alberich se llenara de dudas, porque aquel gesto de piedad no le parecía hipócrita, era incluso reconfortante, y sincero.
Llegó el momento en que Kaeya ya no podía soltar más lágrimas, la parte trasera de su globo ocular y toda su cabeza se sentían calientes y llenas de dolor, su rostro se enrojeció y estaba empapado; Childe vio que se calmó un poco, y retiró un pañuelo de su bolsillo para limpiarle las lágrimas y la nariz. El príncipe guardó silencio, su pecho saltaba por los sollozos y no podía respirar bien; el hecho de ni siquiera sentirse cómodo respirando, lo hacía sentir más rabia y tristeza, y se volvía más insoportable cuando pensaba que el último recuerdo que tenía de Noelle no era su hermosa noche juntos en el estanque, sino la imagen de ella amarrada a la hoguera mientras las llamas poco a poco se avivaban.
Aquel recuerdo le dio una punzada en el corazón, que lo hizo encogerse y cubrirse los oídos, temblando en brazos de Tartaglia; Albedo suspiró con tristeza, y se acercó a él y a Ajax, quien arrimó más a Kaeya contra su pecho de manera protectora. El Jefe Alquimista se sentó junto a ellos, y haciendo caso omiso a la actitud hostil de Childe, tomó la mano del príncipe Alberich, y este lo miró como un niño afligido; Albedo apretó la mano de Kaeya entre las suyas para darle fuerzas y apoyó la frente contra su sien, Tartaglia lo observaba menos receloso, pues parecía que ese tipo, al igual que él, quería darle consuelo al príncipe.
Kaeya sollozó y besó la frente del Jefe Alquimista, Ajax desvió la mirada, y consideró necesario apartarse para dejarlo a solas con alguien de mayor confianza; entonces cuidadosamente lo tomó para sentarlo otra vez sobre la cama, y se hizo a un lado para que Albedo tomase su lugar junto a él. Antes de que se levantara de la cama, el príncipe de Khaenri'ah le tomó la mano para detenerlo, y tímidamente le susurró una palabra para despedirse: "Gracias...".
Toda la familia real a excepción del príncipe Alatus habían decidido pasar el día fuera del palacio, queriendo cerciorarse de que al volver no iba a quedar rastro alguno de la ejecución que Barbatos ordenó sin previo aviso; Shenhe y Morax se sentaron juntos en una banca para mirar como las princesas mayores trataban de entretener a Qiqi, mientras Xingqiu lidiaba con un Chongyun deprimido e impotente por lo que había presenciado. La sacerdotisa y el emperador charlaron sobre el carácter del príncipe Chongyun, el hecho de que fuese tan sensible y bondadoso con los demás no era del todo una buena señal, no porque les parecieran características negativas, sino porque el mundo era tan cruel, que personas como Chongyun no sobrevivirían si no se moldeaban a tiempo.
A pesar de aquella preocupación de Shenhe, Zhongli dijo que de todos modos, se sentía orgulloso de su hijo y de las fuertes convicciones que demostraba, incluso si eran diferentes a las suyas; ella suspiró al pensar que su pequeño estaba cada día más cerca de corromperse, y por eso le preguntó a Morax si era prudente quedarse en Mondstadt después de todos los problemas surgidos. Él le respondió que por su parte, se quedaría porque no consideraba a Barbatos alguien capaz de lidiar con los complots internos en su contra, y que probablemente la mejor opción era enviar de vuelta a sus hijos hasta Liyue; sin embargo, ambos se preguntaron si los príncipes aceptarían volver tan fácilmente, considerando lo mucho que disfrutaban las niñas en Mondstadt, y la amistad entre Alatus y Venti.
Tras debatir un rato ambos decidieron tomarse un tiempo para pensar, y Morax abrazó la cintura de Shenhe, quien miraba a Ganyu y a Chongyun con la cabeza apoyada sobre el hombro del emperador, dando gracias de que fuesen pequeños tan maravillosos. Por su parte, Xingqiu y el príncipe Chongyun estaban sentados lejos debajo de un gran árbol, el joven Xingqiu rodeó la espalda de su amigo y se mantuvo en silencio para no recordarle lo horrible que había sido todo para él y para Kaeya.
—¿Cómo pudieron hacerles eso...? —se preguntó Chongyun en voz baja, su amigo miró hacia abajo.
—Es... lo que le hacen a los rehenes... —murmuró Xingqiu.
—¿Pero por qué tienen que ser tan crueles? ¿Por qué creen que es necesario?
—No lo sé, pero, los rehenes políticos nunca lo han pasado bien, aunque suavicen sus experiencias en los libros de historia.
—Pero eso no responde mi duda ¿Qué necesidad había de matar a la novia del príncipe Alberich? Esto es tan horrible...
—Tal vez... bueno, no dije nada, olvídalo.
—¿Qué ibas a decir?
—Te vas a enojar conmigo si te lo digo... —dijo Xingqiu cabizbajo, pero el príncipe Chongyun le apretó la mano con gentileza.
—Prometo no enojarme.
—Está bien... Probablemente si tenían una razón para hacerlo... —Cuando su amigo dijo esas palabras, Chongyun frunció el ceño, pero guardó la calma para cumplir su promesa.
—¿Qué razón?
—Que la novia del príncipe Alberich haya sido la que puso el veneno... —le explicó el joven Xingqiu, pero su amigo negó con la cabeza desconcertado—. Es la única razón lógica que se me ocurre.
—Pero... ¿Por qué ella querría envenenar al rey?
—Tal vez el príncipe se lo pidió.
—No, el príncipe Alberich no haría algo...
—¿Cómo puedes estar tan seguro? Lo conocemos desde hace muy poco tiempo, seguro no sabemos ni un mínimo porcentaje de todo lo que pasa por su mente.
—Pero, él se ve como una buena persona, dudo que sea capaz de matar...
—No podemos estar seguros de nada... porque, puede que él sea amable y no tenga ningún rencor contra nosotros en específico, pero sigue siendo un rehén —trató de hacerle entender Xingqiu al príncipe—. Es más que consciente de que al otro lado del mar está su familia, y que...
—¿Y que?
—Y que... el rey Barbatos y... tu padre, lo alejaron de esa familia.
—¿Crees que el príncipe Alberich odie a mi padre...?
—No lo sé ¿Pero qué razones tendría para no hacerlo? Ponte en sus zapatos ¿Cómo te sentirías si el rey Alberich te hubiera secuestrado? —cuestionó Xingqiu, haciendo que Chongyun se quedara callado con un nudo en la garganta—. No estarías muy feliz...
—Pero aun así... no creo que haya sido justo que lo hicieran llorar de esa forma, se ve que amaba a esa joven... fue demasiado cruel —susurró el príncipe Chongyun, su amigo lo abrazó para consolarlo.
—A mi también me agrada el príncipe Alberich, pero no sé si sea buena idea confiar ciegamente en él.
—Él no nos odia, si nos odiara no se habría tomado la molestia de hacer música para mi y mis hermanos. Tal vez si odie a mi padre, pero sé que nunca querría hacernos daño a nosotros...
—No dudo que nos tenga aprecio, seguro no nos culpa por lo que le ha pasado, pero... puede que si esté dispuesto a usarnos en contra del rey Barbatos y el emperador.
—¿Por qué dices algo como eso?
—Porque ayer por la tarde, al volver al palacio, el príncipe Alberich me pidió hablar a solas con él, y me dijo que no confiara en el rey Barbatos y que nunca me quedara solo a su lado...
—Yo tampoco confío en el rey.
—Pero piensa en esto... ¿Y si el príncipe Alberich quiere que nos peleemos con tu padre y el rey Barbatos? Digo, he leído muchos libros de historia como para saber que una táctica para crear inestabilidad es ponernos unos contra otros.
—El príncipe Alberich no nos haría eso.
—Mataron a su novia, creo que debe estar muy triste y enojado, en ese estado podría...
—¡Xingqiu! —exclamó Chongyun enfadado, su mejor amigo se encogió—. En vez de temerle al príncipe Alberich ¿Por qué no lo apoyamos en su luto? Tal y como dices debe estar devastado en estos momentos.
—Lo entiendo pero... ¿De verdad no te preocupa ni un poco?
—No, no me preocupa porque yo estoy seguro de que él no es una mala persona. Es más, si dependiera de mí, ya estaría de vuelta junto a su padre.
—Chongyun... Las cosas no funcionan así en la guerra.
—No me importan las guerras, por mi que no existieran.
—Pero si entrenas con un mandoble, es para blandirlo.
—Solo lo usaría para defender a mis hermanos, no para atacar a alguien.
—Algún día vas a entenderlo...
—No tengo que entender nada —finiquitó el príncipe Chongyun con terquedad, Xingqiu se quedó callado, porque no conseguiría nada discutiendo con él, con el tiempo iba a comprender que la vida no era tan justa como le gustaría.
Albedo y Kaeya se habían quedado en la habitación durante un par de horas, primero estuvieron abrazados, luego rotaron en la cama hasta separarse en silencio, el Jefe Alquimista sentado a uno de los lados del colchón, y el príncipe a los pies de la cama; Kaeya no quiso contarle todo a su ex amante, pues no tenía la fuerza para hablarle de lo ocurrido con Noelle sin colapsar una vez más por el llanto. Sin embargo con el transcurso de los minutos el silencio se volvía más incómodo, y el príncipe Alberich ya no sollozaba; Albedo le miraba la espalda, sabiendo que por el frente su amado tenía una expresión vacía, una mirada sin brillo, y ninguna sonrisa o mueca en sus labios.
—Albedo... —lo llamó Kaeya, su antiguo amante no tardó en acercarse gateando a él, dispuesto a todo para consolarlo—. Si lo deseas, puedes desligarte de nuestra investigación.
—¿De qué estás hablando? No voy a dejarte solo en un problema que yo comencé —respondió el Jefe Alquimista, pero el príncipe de Khaenri'ah mantuvo la misma frialdad en su mirada.
—Barbatos ya encontró a su "culpable", tu puedes alejarte ahora —dijo Kaeya con la voz apagada.
—Entiendo que estás pensando así por lo que pasó, pero no te abandonaré, no puedo dejarte buscar al baladista por tu propia cuenta.
—A la mierda el baladista —replicó Kaeya con dolor—. A la mierda investigar, a la mierda la zarina, y a la mierda mi padre.
—Kaeya, calmate...
—Me importa una mierda quien me quiere muerto, si es mi padre o la zarina, me da completamente igual... No me interesa nada. —Albedo trató de tocar al príncipe, pero este se levantó de la cama para evitar ser consolado otra vez por alguien.
—No hagas esto, solo quiero ayudarte Kaeya.
—No quiero ayuda de nadie, lo único que quiero es justicia, por Noelle, por Mark y su esposa, por cada persona que perdió su vida intentando sacarme de aquí... por mi padre Crepus Ragnvindr... solo quiero justicia... —susurró el príncipe Alberich con la voz cansada y afligida—. Ya no me importa vivir.
—Por favor no digas eso...
—Por mi parte, no me importa lo que estén buscando, o si me matan en el proceso... yo buscaré la forma de hacer que Barbatos pague por este crimen —le dijo el príncipe antes de darse la vuelta, enseñando así su expresión carente de brillo—. Quiero que sufra por todo lo que ha hecho.
—Yo entiendo que quieras eso... incluso yo quisiera hacerlo pagar, pero tu vida es más importante ahora, no puedo dejar que vayas a tu suerte sin preocuparte por lo que hagan en tu contra...
—Mi vida no tiene ningun valor.
—Para mí vale más que cualquier cosa.
—Entonces, te equivocas —dijo Kaeya frívolo, y el Jefe Alquimista no pudo contener más las lágrimas—. No le des valor a una vida desechable como la mía, no trates de verle el lado positivo a un inescrupuloso inmoral como yo, que utiliza a los demás a su conveniencia y se prostituye por joyas, atuendos o decoraciones de porcelana. No tiene sentido darle valor a algo como eso.
—Te amo. —Albedo lo miró directo con sus ojos de córneas enrojecidas por las lágrimas, el príncipe titubeó, pero luego respiró profundamente para mantenerse fiel a su nueva convicción.
—También te equivocas en eso...
—Eres más que el príncipe de Khaenri'ah, un rehén o lo que sea que crean de ti los de esta ciudad de mierda. No me enamoré de ti por esos titulos, me enamore de ti porque eres encantador, culto, elocuente, listo, porque estar a tu lado me hace sentir... vivo.
—No es cierto, te estoy drenando la vida con toda esta basura... Por eso, te pido que por favor me dejes seguir con lo que planeo hacer, y sigas tu vida donde quieras, ya sea aquí en Mondstadt, en Sumeru, o donde se te antoje. Conoce a alguien más, busca a alguien que no te haga pasar tanto insomnio y penurias, porque yo no traigo nada bueno para tu vida. —Kaeya dijo todo aquello con la mirada hacia abajo, el Jefe Alquimista lloró cubriéndose el rostro, pues pensaba que desperdició cada oportunidad en la que el propio príncipe le decía cuanto lo amaba.
—No puedo soportar verte así... —susurró Albedo aguantando los sollozos.
—Entonces no me veas... Ve a visitar a Alice y a Klee, céntrate en ellas, porque yo sé muy bien lo que tengo que hacer.
—¿Y qué tienes que hacer? ¿Entregarte a la muerte? ¿Rendirte?
—Unir fuerzas con alguien que quiere lo mismo que yo —respondió Kaeya, el Jefe Alquimista abrió los ojos.
—¿Te refieres a los Lawrence?
—Sí. Haré lo que sea para que esa familia y yo consigamos hacer justicia contra ese monstruo, a cualquier costo.
—Pero... puede ser peligroso, no sabes lo que quieren ¿Y si solo quieren su poder? No les importará lo que te pase, o... incluso podrían utilizarte como lo hace Barbatos.
—No me importa, si paso de estar en las garras de Barbatos a estar entre las garras de los Lawrence, me trae sin cuidado, y si alguien consigue matarme, al menos habré hecho algo para contribuir en... su caída... Mi muerte habrá tenido un propósito, no como si muriera ahora, siendo una puta herramienta desechable; prefiero morir haciendo justicia por esas personas, que morir sin haber hecho nada de valor en toda mi existencia.
—Preferiría que no murieras...
—Ya estoy resignado, alguien me dijo una vez que mi expectativa de vida sería con suerte de 20 años... Llevo preparándome mucho tiempo para esto... —Kaeya y Albedo se quedaron callados mientras se observaban, uno con el ojo seco de haber llorado tanto, otro con lágrimas frescas.
—Te ayudaré, tú puedes buscar una alianza con los Lawrence, y yo me ocuparé del baladista y todo lo demás.
—Albedo...
—No me digas que me aleje, porque no lo haré.
—Pero es lo mejor para ti.
—No me importa, voy a mantener mi promesa de estar contigo hasta el final.
—¿Por qué eres tan terco?...
—Porque, te amo...
—No digas eso...
—Estaré contigo, no importa lo que pase.
—Deja de hacerme creer en la esperanza, por favor —le pidió el príncipe, en ese momento Albedo recordó una cosa, que no le había contado todavía a Kaeya.
—El Héroe Oscuro está de nuestro lado, Kaeya —le dijo Albedo, pero el príncipe Alberich se sintió confuso—. Sabe en parte sobre lo que hice y porqué lo hice, pero ha sido comprensivo y me juró no delatarnos.
—¿Y le crees?
—Ya lo habría hecho, cuando le conté lo que hice, le expliqué que fue por un "amigo" mío que... —Albedo se quedó callado, pensaba decirle que le contó al Héroe Oscuro que su amigo fue abusado por el rey, mas no sería muy bueno para Kaeya que él le recordase las violaciones que sufría.
—¿Si?
—Le conté tu historia, pero omitiendo que eres un príncipe.
—Oh, le contaste... eso.
—Sí, y le desconcertó saber eso del rey, por esa razón me juró que no haría nada en nuestra contra. De hecho... me dijo que le gustaría hablar contigo también.
—No estoy seguro de querer verlo... de todos modos si llega a enterarse de la auténtica verdad y le dice a Barbatos sobre mi inutilidad estratégica, espero haber conseguido justicia antes de que me maten.
—No insistas con eso, por favor.
—Lo siento amado mio... Estoy realmente cansado de respirar... —confesó el príncipe Alberich, entonces el Jefe Alquimista se levantó para abrazarlo.
—Te entiendo... pero quiero ayudarte a que le veas sentido a seguir respirando. —Kaeya miró al cielo, y abrazó también a su ex amante, se sentía tan inutil y vacío, que solo podía fingir que esa muestra de amor lo tranquilizaba un poco.
En el palacio las labores de los empleados continuaron con normalidad, sin embargo charlaban entre ellos muy tensos, repartiendo rumores sobre Noelle y los Lawrence, de la relación que tenía con Kaeya y que en realidad no era tan "inocente" como aparentaba. Sin embargo otro rumor diferente iba de boca en boca entre la servidumbre, y era que el rey Barbatos y el príncipe Alatus habían pasado todo el día en cierta planta del castillo, pero que no debían decirle aquello a nadie de Liyue para no perjudicar a Venti.
Esa palabrería beneficiaba a Sucrose y al doctor Baizhu, quienes ya no eran mencionados como amantes ni nada por el estilo; a media tarde Baizhu se retiró para ir al centro de Mondstadt a comprar algunas cosas que creía necesitar para su esperada velada con la alquimista, mientras esta seguía en su laboratorio tratando de avanzar sus investigaciones. No obstante Sucrose estaba llena de dudas, era imposible no sentir la mala energía del ambiente luego de la ejecución; el olor al humo de la pira permanecía aunque hubiesen removido la madera, y le recordaba a la joven alquimista que ella y el doctor Baizhu eran los culpables de la muerte de Noelle.
Sucrose miró el gran reloj del laboratorio, y se sintió muy nerviosa al ver que le quedaba poco tiempo para reunirse con el doctor Baizhu en el departamento que ella misma le mencionó; en el momento, cuando estuvo con él en ese bar, y sintió sus manos sobre sus pechos y su vulva, la alquimista se sintió completamente segura de decirle que sí deseaba perder su virginidad con él. Pero esas horas en solitario la devolvieron a la horrible realidad, y era que Baizhu de alguna forma consiguió inculpar a Noelle, sin sentir ni un poco de remordimiento por su asesinato.
Por esa razón Sucrose lloró en su laboratorio, culpándose por lo ocurrido con esa muchacha, y también por estar tan fuertemente atraída por alguien sin corazón, sintiéndose sucia y estúpida por no poder evitar rendirse a los deseos de ese hombre, aunque sus convicciones le dictarán algo diferente. De todos modos, pensó que si lo dejaba plantado esperándola y no cumplía con lo que acordaron, él lo consideraría una traición e iba a amenazarla con delatarla, por lo que llegó a la conclusión de que no podía dar marcha atrás, por más irracional que hubiera sido ese acuerdo.
Luego de reflexionarlo, salió del palacio caminando insegura mientras juntaba y frotaba sus manos al pensar en lo estúpida y repulsiva que era; a pesar del miedo, entre sus piernas la alquimista tenía una sensación extraña de palpitaciones y cosquillas, como si estuviera presintiendo lo que le harían. De forma racional empezó a decirse que no lo disfrutaría, que él iba a lastimarla y golpearla, que no iba a ser la gran cosa, o peor aún, que se sentiría forzaba y violada por Baizhu, y que lo tendría merecido por lo que le pasó a Noelle; de alguna manera, pensar que recibiría un castigo la hacía sentir más determinada a llegar a su residencia.
Al llegar encontró al doctor apoyado en la pared del hostal, traía una bolsa de tela en la mano, y miraba al cielo acariciando a Changsheng por debajo de la mandíbula; Sucrose tomó aire y se acercó sin decir nada, Baizhu le sonrió y le preguntó por qué lo hizo esperar algunos minutos, ella dijo que simplemente no estuvo pendiente de la hora, a lo que el doctor Baizhu contestó diciendo que eso se sumaba a sus "faltas". La alquimista tragó saliva, pues por su mente pasaron imágenes de él castigándola con violencia; pero haciendo una retrospectiva, la idea en vez de darle miedo, le parecía un trato justo por los resultados fatales de sus mentiras.
Por eso ella se mantuvo callada y lo guió dentro del hotel, sacó las llaves de su departamento, y lo dejó pasar; era un lugar muy modesto con pisos y paredes de madera, el doctor lo miró a detalle y dejó bajar a su serpiente para que explorara a sus anchas, mientras él y Sucrose se iban hacia la habitación. La cama era un tanto más grande que una individual, de madera rústica y sabanas blancas, en el cuarto solo había un pequeño mueble junto a la cama y un armario simple, ningún espejo ni decoraciones; el doctor Baizhu cerró las cortinas y comenzó a quitarse la ropa, Sucrose le dio la espalda, se quitó los anteojos y miró hacia la pared, tensa y asustada, entonces él se le acercó completamente desnudo por detrás, y le tomó los hombros.
—¿Nerviosa? —preguntó mirándola hacia abajo, la alquimista tembló—. ¿Necesitas que te ayude?
—Yo... puedo hacerlo sola —respondió Sucrose, para luego desabotonar los primeros botones de su blusa, Baizhu sonrió y la ayudó a abrir su corset, cuyo cierre estaba por la espalda.
Cuando el corset cayó al suelo, la joven continuó desabotonando la blusa con las manos temblorosas, el doctor se apartó para observar detenidamente como ella se estaba quitando la ropa, la primera en caer al piso fue la camisa, luego la falda, y una segunda falda de tela blanca para darle volumen a la superior. Por último Sucrose respiró profundo para quitarse las bragas, hasta quedar desnuda dándole la espalda al doctor Baizhu, quien volvió a agarrarle los hombros, a una distancia corta que hizo que la punta de su pene rozara la espalda baja de la alquimista.
—Date la vuelta —le ordenó él, Sucrose se giró con un brazo tapando sus pechos, y la otra mano sobre el monte de venus—. Ya te he visto las tetas ¿Para que las cubres?
—No lo sé... —respondió ella antes de quitar su brazo y cubrirse la zona genital con las dos manos.
—Quiero verlo todo —dijo Baizhu, la muchacha temblaba con nerviosismo, no tenía sentido seguir tapando su cuerpo cuando él estaba a punto de descubrirlo por completo, por lo que apartó las manos y lo dejó ver el corto y rizado vello pubico del monte de venus—. A eso me refería... date la vuelta Sucrose.
—Está bien... —respondió ella antes de girarse y enseñarle el culo, al doctor le entraron ganas de marcarlo a nalgadas cuando vio que lucía tan suave y pálido.
—Apoya las manos en la pared y levanta las caderas —le ordenó, la alquimista inhaló y exhaló profundamente, y siguió sus instrucciones—. Muy bien, ahora abre un poco las piernas y párate en la punta de los dedos.
Sucrose cerró los ojos y levantó más las nalgas con las piernas algo abiertas, el doctor Baizhu se acercó más a ella y se agachó detrás para ver fijamente cada pliegue de su vagina, sonriendo perverso y victorioso; disfrutaba muchísimo tener el poder de darle órdenes y que ella, aun con el cuerpo tembloroso, las cumpliera sin resistirse. Entonces el doctor aspiró por la nariz, sintiendo el olor de su amante, ella agachó la cabeza, y sus hombros y mejillas se ruborizaron por la vergüenza de que alguien estuviera viendo esa parte de ella tan de cerca, y peor aun, que la olfateara.
—Tus poros se levantaron ¿Te gusta que esté tan cerca de tu coñito? Está algo seco todavía... —comentó el doctor, riendose internamente por la reacción corporal de Sucrose, que se crispaba y temblaba abochornada.
—Está demasiado cerca... —murmuró ella afligida, el doctor Baizhu se lamió los labios.
—Tu rojo coñito necesita humedecerse ¿Es que acaso esto no te calienta? Estás sumando falta tras otra, Sucrose —dijo él, la joven tembló ansiosa, y entonces dio un respingo cuando Baizhu usó los dedos de sus dos manos para abrirle la vulva, revelándose así un poco de flujo viscoso y translúcido en la vagina de Sucrose—. Oh, aquí está...
—Por favor no siga mirando... solo... —suplicó la alquimista, el doctor sonrió con perversión, luego acercó la boca con la lengua afuera, y al sentirla Sucrose se estremeció—. ¡¿Qué hace?!
—Voy a comerme tu coño, por supuesto que no sabes lo que se siente, pero tranquila, estás a punto de averiguarlo.
Sin esperar una respuesta, el doctor Baizhu abrió más los labios menores de Sucrose y metió la lengua por el agujero mojado de su vagina, ella chilló sorprendida, y luego apoyó los codos en la pared para poder cubrirse la boca con las dos manos, hiperventilando mientras Baizhu lamía y chupaba toda la extensión de sus genitales, desde el perineo hasta el clítoris. El doctor reía mientras agitaba la boca entre los pliegues de la alquimista, gozando como un loco del sonido húmedo y la textura de sus fluidos; Sucrose comenzó a gemir descontrolada, escuchando como él chupaba y hacía ruidos de máximo disfrute, lo cual a ella le parecía sumamente bochornoso.
De pronto el doctor Baizhu decidió empezar a usar sus manos, una para acariciarle el clítoris en círculos, y otra para penetrarla con sus dedos mientras la lamía; la muchacha miró hacia arriba mientras gemía, aquello era lo más lascivo que había hecho en su vida, pero sabía muy bien que apenas empezaban y que él iba a seguir pervirtiendola. Baizhu lamió la zona perianal y luego bajó lentamente la lengua hasta el clítoris, presionando de manera que las piernas de Sucrose temblaron por ese lento placer; al terminar el doctor rió y le dio una nalgada a su amante, antes de levantarse y acercar la boca a su oído, apegando el pene encima de sus glúteos.
—¿Qué tal estuvo? —le preguntó el doctor Baizhu, las piernas de Sucrose seguían tambaleándose por el placer, y sus mejillas y hombros estaban sonrojados.
—Fue... muy bueno... —susurró ella en respuesta, Baizhu sonrió casi eufórico y le mordió la oreja, mientras usaba sus dedos índices y pulgares para tirarle los pezones.
—Ya hablamos de esto mi hermosa asesina, nada de falsa timidez —dijo el retorciéndole las tetillas, la joven gimió excitada y con algo de dolor—. Dime con todas sus letras que fue lo que te gustó.
—Me gustó... que... —murmuró ella avergonzada; por tardar en responder el doctor le dio otra fuerte nalgada en el culo, que la hizo gritar.
—Si sigues jugando a ser la mosquita muerta, te daré otra... —la amenazó sonriendo con lujuria; la alquimista reflexionó un momento, con una ocurrencia algo oscura en su mente.
—Me gustó... que me... —repitió ella con una inseguridad fingida, y tomando una larga pausa para impacientar al doctor Baizhu, quien la volvió a nalguear hasta dejarle una tercera marca roja en los glúteos.
—Dímelo, dime que te gustó que te chupara el coño —le ordenó él, su pene estaba completamente duro y chocaba contra los muslos de Sucrose; la muchacha lo miró de reojo, se veía inusualmente seductora de esa forma.
—Me gustó que... ay... es que... no puedo decirlo... —dijo ella con una voz dulce e hipócrita, haciendo contacto visual con él; Baizhu se quedó callado y momento, y luego sonrió antes de agarrarle la cola de caballo.
—Qué mosquita muerta, mereces que te castigue ese culo. —El doctor Baizhu sujetó el cabello de la alquimista y le golpeó una y otra vez las nalgas, hasta hacerlas temblar, llenandolas de marcas rojas.
—Doctor Baizhu... por favor... —susurró Sucrose, él se detuvo y volvió a acercar la boca a su oído .
—¿Por favor qué? Dímelo, hablame sucio como una puta —le ordenó, pero ella volvió a mirarlo de reojo con sus intensos iris color ámbar; el doctor se chupó el labio inferior, entusiasmado.
—Por favor... meta su... "cosita"... en mi... —Sucrose siguió fingiendo timidez, y Baizhu bufó excitado.
—¿"Cosita"? ¿Qué me estás insinuando? ¿Quieres que te deje el culo tembloroso a nalgadas?
—Por favor... deme... esa "cosita"... —repitió ella provocándolo para que se enfadara; entonces el doctor volvió a darle nalgadas incluso más fuertes, que la hicieron gritar de dolor, y le sacaron una lágrima.
—Eres una jodida pervertida, hasta dudo que seas virgen. Dime la verdad ¿Te has metido otras pollas antes de la mía? —le preguntó el doctor Baizhu, Sucrose negó con la cabeza, pero él se lamió dos dedos para acercarselos al ano—. No me mientas ¿Ya te han follado antes?
—Nunca... —respondió; de pronto Baizhu comenzó a introducir sus dedos en el culo de la alquimista, y esta se quejó y chilló agudo, con la espalda arqueada y la piel erizada.
—Si ya te follaron no me lo puedes ocultar, no me interesa si te acuestas con otros, solo no quiero que guardes secretos —dijo él moviendo lentamente los dedos, Sucrose se aferró a la pared y gimió con dolor, temblando y teniendo movimientos reflejos involuntarios cada vez que el metía y sacaba los dedos—. No te muevas.
—Lo intento... —replicó la alquimista con un tímido tono de fastidio, entonces el doctor le agarró el cabello, pero en vez de jalarlo como ella esperaba, deslizó los dedos para soltarle la cola de caballo, dejando sus largas hebras lisas caer por su espalda.
—Estoy algo indeciso Sucrose, quiero hacerte sufrir, pero me pareces tan hermosa, que me dan ganas de hacer algo más... suave —comentó el doctor Baizhu, la joven se sonrojó, pues le parecía extraño que alguien la considerara hermosa y que la deseara; Baizhu quitó los dedos y le agarró ambos pechos desde atrás, para volver a hablarle al oído—. Te ves incluso más bella con el cabello suelto.
—No creo... no creo que... sea hermosa... —tartamudeó Sucrose cabizbaja, pero de pronto el doctor la soltó, le agarró un brazo y la obligó a avanzar hasta la cama.
—Siéntate —le ordenó, ella obedeció evitando mirarlo a la cara por la vergüenza de su desnudez—. Sube los pies y abre las piernas.
—Está bien... —susurró la alquimista, abriendo las piernas para enseñar la vulva, enrojecida y húmeda por sus fluidos y la saliva del doctor.
—Ahora, acomoda algunos mechones por delante de tus hombros —le pidió, ella tomó dos mechones largos del cabello que ataba en una cola de caballo, y los dejó frente a su torso—. Eso, que enmarquen tus tetas, ahora mírame como lo hiciste hace un rato.
—¿Cómo?
—Esa mirada que hiciste cuando querías más nalgadas, sabes de lo que hablo. —Sucrose comprendió a qué se refería, pero le daba miedo hacer una cara ridícula por intentar ser "sensual"; su forma de llegar a esa expresión fue pensar en sus deseos más lujuriosos, como ser tomada del cabello y perder la virginidad como le habían dicho que la mayoría de las mujeres la perdían, sangrando—. A eso me refiero... no veo ni un rastro de fealdad en ti.
—¿No?
—Para nada... —susurró Baizhu admirando la belleza de su amante, le gustaba todo de ella, su piel, el tamaño de sus pechos, su rostro de ángel, el cabello suave, de un verde claro y reluciente, y por sobre todo amaba esa falsa inocencia. De forma inesperada Changsheng entró en la habitación y se deslizó por uno de los muslos de Sucrose—. Changsheng cariño, no es el momento.
—Hola —la alquimista saludó a la serpiente e interpuso su mano para que se subiera, y así poder sacarla de su muslo, luego la acercó un poco a su rostro para verla de frente—. ¿Te sentías sola?
El doctor Baizhu se quedó contemplando a su amante mientras esta tocaba a Changsheng, la imagen de su vagina expuesta, su postura relajada, sus senos medianos y blancos, resaltados por el cabello a sus costados, y la forma en que dejaba que la serpiente sacara la lengua delante de su cara, sin ningún tipo de miedo, le pareció algo hipnótico a Baizhu; fue así como supo que Sucrose era completamente perfecta para él. Luego de salir de ese breve trance, el doctor tomó la bolsa con las cosas que compró en el centro de la ciudad, y extendió una mano para que Changsheng subiera; después de dejar a su serpiente fuera de la habitación otra vez, regresó con la alquimista, que se veía algo decepcionada.
—¿No la dejará quedarse? —le preguntó Sucrose, al doctor Baizhu le pareció extraña esa pregunta, pero la dejó pasar para enseñarle lo que había comprado.
—Conseguí estas cosas en cierto mercado, no quiero usarlas todas hoy —dijo Baizhu enseñando un frasco de aceite corporal—. Quiero que esta habitación sea nuestro nido de amor, que nos reunamos aquí por las noches y usemos cada una de estas... curiosidades.
—¿Puedo verlas todas? —le pidió la alquimista, así que el doctor dejó el frasco de aceite en el mueble, para enseñarle algo diferente—. ¿Cintas de tela?
—Quiero usarlas para atar tus manos, o todo tu cuerpo ¿Eso te asusta?
—No —reconoció ella, y el doctor Baizhu le sonrió.
—Mira esto —dijo sacando tres objetos de madera, uno fálico y grande, otro más pequeño y achatado, y unas esferas unidas por una cuerda delgada—. Se introducen en los genitales ¿Esto si te asusta?
—Tampoco...
—Eres maravillosa... —murmuró Baizhu, entonces sacó otro frasco con algunas píldoras adentro—. ¿Quieres uno?
—¿Para qué sirven?
—Son afrodisíacos, si tomas uno, te sentirás mucho más excitada —le explicó, ella bajó la vista para mirar con más confianza el pene erecto del doctor, no tenía ningún recuerdo de algo con lo cual compararlo, pero le parecía de un buen tamaño, no excesivamente grande como para intimidarla, ni muy pequeño para decepcionarla.
—Creo que no los necesito... —comentó Sucrose observando la polla del doctor Baizhu, quien se sintió halagado.
—Tu coño está muy húmedo... pero por las dudas. —Baizhu sacó otro producto de la bolsa, una botella con un líquido espeso, pero que no era aceite, sino más bien un gel—. Quiero ponerte esto para que no haya ni un riesgo de heridas o desgarros internos.
—¿Seguro que lo necesito? —preguntó ella, pero el doctor estaba decidido, y se colocó un poco de ese gel en los dedos.
—Nunca está de más.
Sucrose abrió un poco más sus piernas ayudándose con las manos, y dejó que el doctor Baizhu colocara ese gel en su vagina, metiendo sus dedos para embadurnarla por dentro, también puso un poco más en el resto de la vulva y en su propio pene, y luego se subió a la cama sobre la alquimista, listo para comenzar. Para presenciar con lujo y detalles el momento en que perdería la virginidad, Sucrose se apoyó en sus codos y agachó la mirada, la verga del doctor estaba brillante por ese liquido lubricante, y él la acercaba tomándola con una mano; poco a poco metió el glande, que se deslizó fácilmente, porque la alquimista no tenía miedo y de hecho se sentía ansiosa, así que no estaba nada tensa.
Los fluidos abundaban tanto que producían un sonido de chapoteos, la alquimista siguió mirando llena de curiosidad como la polla de Baizhu se metía por completo, deslizándose sin ningún problema hasta que ella ya no pudo verla; luego de la inmersión, el doctor Baizhu agachó la cabeza para chuparle los pechos mientras empezaba a mover las caderas. El hecho de que no fuera doloroso alivió a Sucrose, pero a la vez le resultó decepcionante, tal vez si hubieran esperado menos, si él no le hubiese dado sexo oral, si tan solo no la excitara con cada tocamiento, o si no le pareciera tan atractivo, ella en ese minuto habría conseguido sentir el dolor que esperaba.
«Puede morderlos...» le sugirió la alquimista.
El doctor sonrió excitado y abrió la mandíbula para mordisquearle los pezones, la joven empezó a sentirse mucho más caliente al sentir sus mordidas y la manera en que su pene resbalaba hasta el fondo por los fluidos, haciendo que la pelvis del doctor Baizhu chocara también contra el cuerpo de Sucrose. Ella tenía altas expectativas de su "merecido castigo", pero esa primera vez estaba siendo muy sencilla, la alquimista supuso que Baizhu la lubricó porque, al ser un doctor, era conocedor de lo que necesitaba el cuerpo humano para un buen apareamiento.
La alquimista quería más dolor, quería sangrar y que él le dijera que era una asesina, una mentirosa que causó en parte la muerte de una persona inocente, quería ser humillada por el daño que provocó, pero en cambio estaba siendo penetrada con la espalda contra las sábanas, y las mordidas del doctor Baizhu no eran suficientes. Por eso tuvo una ocurrencia peligrosa, pero que posiblemente le daría resultado: mientras Baizhu gemía agitando las caderas para follarla más rápido, ella fingió un gran bostezo; su amante se sintió ofendido, pero tras entender lo que ella quería, sonrió con perversión y le abofeteó con fuerza las tetas.
Con solo hacer eso Sucrose gimió las alto, él le preguntó si esas cosas le gustaban, y ella respondió que sí, por lo que el doctor le sujetó las dos manos contra la cama, y usó su mano libre para golpearle los senos, retorcer y tirar de sus pezones; gracias a eso la alquimista comenzó a disfrutar mucho más esa primera vez, gritando con una sonrisa en los labios. De repente el doctor Baizhu se detuvo, la tomó de las caderas y le dio la vuelta, dejándola en cuatro patas; antes de empezar a penetrarla otra vez, él estiró la mano para tomar el envase de gel, y lo dejó a mano para follarla, agarrándole el cabello para jalar de él mientras su pene se movía por esa estrecha y cálida vagina.
Tras unos minutos Baizhu volvió a tomar el lubricante, y esta vez lo puso directamente sobre el ano de la alquimista; sin dejar de penetrar con velocidad y firmeza, empezó a meter los dedos por el recto de Sucrose, ella gimió con dolor, y se estremeció con los poros levantados cuando él abrió los dedos, introduciendolos hasta lo más profundo para que el líquido abarcara más espacio. El doctor retiró su polla, y con una expresión libidinosa le colocó más lubricante y empezó a introducirla por el culo de su hermosa amante, sujetandole las nalgas para que no se moviera; la alquimista soltó un gran quejido y apretó las sábanas, en ese lugar si sentía dolor a pesar de los fluidos que ayudaban a que el doctor Baizhu la follara con mayor facilidad, y eso le encantaba.
Baizhu suspiró fascinado con la sensación más apretada, y sonriendo con paz dejó caer su torso sobre la espalda de Sucrose, penetrandola duro a la par que le besaba los hombros y los omoplatos; ella gemía y lloraba de placer, siendo consciente de que ya no era virgen en ningún sentido, y que lo estaba haciendo de una de las maneras más pervertidas que podía haber. El doctor la abrazó en esa posición y le amasó los pechos, besándole la oreja mientras le decía: "eres hermosa"; la alquimista giró la cabeza para verlo mejor, y después de hacer contacto visual, ambos se besaron apasionadamente.
Dicho beso se prolongó porque el doctor Baizhu deslizó una mano para sujetar el cuello de Sucrose, embistiendola con más rudeza para que ella gimiera desesperada contra su boca; al soltarla, él quiso sugerirle algo:
«Tocate también».
Casi sin pensar la joven obedeció, y llevó una mano a su clítoris para sobar en círculos, el lubricante le servía para sentir más placer en esa pequeña parte de su vulva, lo cual era un deleite en conjunto con la dolorosa y morbosa penetración anal; hacer eso por tan solo un par de minutos la hizo correrse, liberando una ola de calor por todo su cuerpo que le tiñó el rostro de rojo. Baizhu celebró el orgasmo de su amante moviendo como un loco la pelvis, estaba tan sumido en la lujuria que perdió la consideración inicial que tuvo con Sucrose por ser su primera vez, en ese momento sus instintos le pedían hacer todo por llegar al clímax, y terminó eyaculando sin previo aviso al interior del recto de la alquimista.
Tras tomar aire controlando los temblores de sus respectivos orgasmos, ambos se miraron seductores, Sucrose aún tenía adentro el pene de su amante, más flácido e irritado, y lucía muy diferente a los ojos del doctor, como una bellísima vampiresa revitalizada tras conseguir lo que deseaba; él amaba pensar que esa era su creación. Poco a poco el doctor Baizhu retiró su polla, y ambos se acomodaron de costado en la cama para descansar, él la abrazó por la espalda, y ella sonrió girando la cabeza para recibir otra vez un beso suyo.
Luego de eso cerraron los ojos, Sucrose fue la primera en quedarse dormida, y Baizhu aprovechó eso para besarle la cabeza y deslizar un dedo por su espalda desnuda, admirando lo suave y tersa que era; por primera vez después de muchos años de cautiverio, al fin podía disfrutar con una mujer sin que Morax interviniera. Changsheng consiguió meterse otra vez al cuarto por un pequeño agujero en la madera, y reptó hasta donde estaba su amo, quien no la miró por estar concentrado en la preciosura que tenía a su lado; sin embargo al sentir a su serpiente, movió la mano para tocarla, y esta dejó un objeto pequeño y duro sobre su mano.
Al doctor le resultó muy extraño sentir algo como eso en vez de la escamosa cabeza de Changsheng, así que giró la cabeza para ver de qué se trataba, y se le heló la sangre al ver que era un hueso de animal blanqueado a la perfección, un cráneo de un mamífero pequeño, posiblemente una ardilla. Entonces el doctor Baizhu miró de reojo a Sucrose, si algo como eso estaba dentro de su departamento, y en unas condiciones tan estéticas, significaba que no podía ser coincidencia, ni que simplemente se trataban de sobras de carne para su consumo; la idea le dio escalofríos, sin embargo, por su propio bienestar, y porque de cierta forma se esperaba algo así de ella, decidió no decir nada y acomodarse otra vez a su lado, en completo silencio.
Mona supo en el momento en que revisó su destino mirando el cielo estrellado, que esa noche tenía que hacer su primer movimiento, que no solo apoyaría la causa de un buen amigo o influiría de forma importante en su propia vida, sino que también, iba a significar una pieza clave en la historia de todo Teyvat; era inminente que, tarde o temprano, aquello a lo cual Mondstadt y Liyue temían iba a ocurrir, quizá no de forma súbita, pero sin dudarlo, era el curso del destino. Por eso la astróloga se fue con sus pocas monedas hasta un restaurante que operaba por las noches en la ciudad, y que frecuentaban los aristócratas como ella para tener cenas románticas o de negocios.
Cuando el mayordomo del lugar le abrió la puerta, ella observó los candelabros del techo que iluminaban las paredes decoradas con ostentosos cuadros, los brillantes que colgaban le recordaron lo derrochador que eran sus dos países natales, Mondstadt y Fontaine, que a veces le avergonzaban, pero al mismo tiempo, la hacían ser inconscientemente derrochadora como ellos, porque tal vez no gastaba en los lujos convencionales, pero sí en mucho conocimiento. Al final de la sala una mujer de cabello azulado y vestimenta militar charlaba con un hombre de similares caracteristicas, pero mas alto, con un abrigo con plumas negras en el cuello y una máscara poco funcional que le cubría los ojos y le impedía ver; Mona asumió que aquel hombre era ciego y por tanto no necesitaba tener la vista al descubierto.
Había otras cuatro personas en esa misma mesa, dos hombres mayores junto a la mujer, una muchacha de melena castaña muy clara, y aquel joven a quien la astróloga estaba buscando, el baladista de Inazuma, Scaramouche; para evitar interrumpir la conversación de esas personas, Mona se escondió detrás de un pilar de mármol blanco, y esperó con paciencia a que esa negociación culminara. Cuando vio que la mujer perteneciente al Ordo Favonius pasó por su lado, retirándose en compañía de sus dos familiares, la astróloga consideró que era el momento preciso para salir de su escondite y ver qué había pasado.
Entonces se encontró con que el tipo de la máscara estaba de pie y tenía las dos manos sobre la mesa, como si acabara de golpearla; la joven a su lado mantuvo la distancia y levantó las manos pidiéndole calma, mientras que el baladista giraba la cabeza, encontrandose a Mona parada a varios metros de distancia. La astróloga le preguntó algo a un mesero para fingir que estaba allí de forma casual, Scaramouche tragó saliva, y movido por algo más fuerte que su deber, caminó hacia ella sin importarle que Dottore y Lyudmila se estuvieran retirando de la fallida negociación con Eula Lawrence; el baladista sonrió y movió la mano para saludar a Mona como si fuesen viejos amigos.
—¡Hola! —dijo Scaramouche sonriéndole excesivamente amigable, por lo que ella se mantuvo alerta—. ¿Dónde te habías metido, escurridiza?
—Llegué hace poco de Fontaine, es una sorpresa poco grata encontrarte aquí —replicó ella cruzada de brazos, el baladista seguía actuando de forma algo pasivo agresiva, estaba tanto enojado como emocionado de verla otra vez.
—Qué agradable como siempre, recalcando que soy una persona no grata para ti.
—Podría quedarme a discutir, pero estaba a punto de tomar una mesa para comer algo, así que si me disculpas... —Mona se dio la vuelta, pero avanzó lento, porque conocía lo suficiente a ese tipo como para saber que su orgullo iba a impedirle dejarla ir tan fácilmente; acertó en su predicción cuando Scaramouche le tomó una mano para no dejarla avanzar más.
—¿Vienes a cenar con alguien más?
—No, voy a comer sola.
—Si vas a comer sola ¿Por qué te estás yendo hasta las mesas, y no a la barra donde cenan las personas que vienen a comer en solitario? —cuestionó él, receloso.
—Porque según las estrellas alguien me haría compañía hoy —respondió ella sin pensarlo demasiado, cosa que hizo reír a carcajadas al baladista.
—¿No te importa hacer el ridículo en una mesa para dos y que no llegue nadie? La gente va a pensar que te dejaron plantada.
—No hablo con escépticos —dijo Mona berrinchuda, pero el baladista rió más.
—Bueno, en lo que llega esa supuesta persona, yo podría hacerte compañía —le propuso Scaramouche, ella giró la cabeza orgullosa, fingiendo que se estaba tomando su tiempo para aceptar.
—Está bien, pero cuando esa persona llegue, tendrás que levantarte.
—Sí, seguro.
Ambos caminaron juntos hacia una de las mesas, el baladista dudó por un momento antes de colocar su mano rodeando la delgada cintura de la astróloga, y con una inesperada caballerosidad movió la silla para invitarla a sentarse; mientras Il Dottore se iba por la puerta principal, él levantó la mano para llamar a un camarero, y Mona leyó la carta, sin sorprenderse de que cada plato se saliera de su presupuesto.
—¿Qué quieres ordenar? —le preguntó Scaramouche.
—Agua —respondió ella, el baladista se rió pensando que era una broma.
—¿Qué pasa? ¿Viniste a un restaurante a comer "sola" y no trajiste dinero? —cuestionó él divertido, ella se sonrojó avergonzada y giró la cabeza de golpe.
—Asumí que la persona que conocería hoy me invitaría a comer —respondió ella, y el baladista sonrió con interés.
—Ya veo... —murmuró Scaramouche, en ese momento llegó un mesero para atenderlos.
—Buenas noches ¿Decidieron que van a ordenar?
—Pasta spatzle para mi ¿Qué vas a ordenar querida? Yo invito, come lo que quieras —le dijo Scaramouche a Mona con un tono divertido, ella actuó como si estuviera insegura, y no en un estado de júbilo por tener comida gratis.
—¿Estás seguro? No quiero molestarte.
—No es una molestia querida, ordena lo que quieras —reiteró el baladista, luego de oírlo, los ojos de la astróloga brillaron de entusiasmo y felicidad.
—Una parrillada para dos, con muchas salchichas y patatas... y una ensalada, para conservar la línea —dijo Mona, Scaramouche sonrió hipócritamente, enfadado por ese pequeño abuso a su confianza.
—Ya la oyó.
—Entendido, enseguida regreso —les dijo el camarero antes de retirarse, el baladista apoyó el codo sobre la mesa y sostuvo su quijada mientras miraba a Mona.
—Qué curioso, vienes sin dinero y sin compañía a un restaurante caro, cualquiera diría que solo querías una excusa para volver a verme —comentó Scaramouche, en ese momento el mesero regresó con vino y pan fresco, que dejó sobre la mesa.
—¿Qué te hace pensar eso? —preguntó la astróloga antes de empezar a devorar como endemoniada el crujiente pan, haciendo que el baladista echara el cuello hacia atrás, algo descolocado.
—Que vienes sin dinero, y sin compañía, a un restaurante caro —repitió Scaramouche desconcertado por su forma de comer.
—Soy astróloga, sé muy bien lo que hago —dijo ella con la boca llena.
—¿Hablas en serio?
—No, en realidad no —reconoció ella, pues paradójicamente, la sinceridad era una herramienta efectiva para hacer creíble una mentira—. Mis vecinos me contaron que un extranjero con un ridículo sombrero estaba merodeando mi casa en mi ausencia.
—Oh, es por eso. Solo quería encontrarte para cobrarte por todas las cenas que pagué por ti, y sigues sumando más a tu cuenta.
—Creí que eso había quedado saldado de "ese modo".
—"Ese modo" dejó de contar cuando me dijiste que no querías saber nada de mi.
—Sigue contando porque ya está hecho, no se puede deshacer ese tipo de pago —replicó Mona, y el baladista se ruborizó al recordar dicha forma de pago.
—Podríamos saldar tu deuda de la misma forma ¿Te parece o prefieres hacerlo con dinero?
—No me molesta, pero no puede ser hoy.
—Ja ¿Por qué no? ¿Las tontas estrellas te dicen que no?
—Voy a comer hasta reventar ¿No querrás que ocurran accidentes mientras "te pago"?
—Eres asquerosa.
—Entonces no preguntes y espera a mañana —le propuso ella, Scaramouche irguió la cabeza sorprendido de forma positiva.
—¿Mañana? ¿Lo juras?
—Por supuesto, ya te dije que no tengo ningún problema con ello —respondió Mona, y el baladista contuvo las ganas de celebrar con júbilo.
—De acuerdo, será mañana... ¿En tu casa o en algún hotel?
—Prefiero que sea en mi vivienda, es más seguro que acercarme a esos sitios de mala muerte... Y más higiénico.
—Disculpa, pero yo no escojo lugares de mierda para follar, también tengo estándares de calidad —le dijo Scaramouche, y en respuesta la astróloga se golpeó el pecho para luego eructar—. ¡Oh por favor!
—Ahí quedaron tus estándares.
—Tú... —susurró el tenso baladista, sin embargo, después de unos segundos mirándose mutuamente, ambos se rieron a carcajadas, y Scaramouche le sonrió seductor a Mona, sirviendole una copa de vino para aligerar el ambiente, después de todo, tenían mucho de qué hablar para ponerse al día.
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