8. Fuego (Segunda Parte)
Si echaban de menos el porno en este fic, no se preocupen, este cap tiene buena dosis hot, así como también angst, una cosa por otra.
Por cierto he subido cosas en mi instagram y twitter nightray1997, no se si seguiré usando después el twitter porque el señor Musk esta destruyendo todo lo que toca, pero por si acaso, también tengo un tumblr que personalice muy lindo, que se llama natalie-nightray97. En estas redes subo leaks de los capítulos mientras los voy escribiendo y subo mis dibujos desde los wip (work in process) hasta el resultado final, voy a dejar un concept design del Kaeya de este fic (no esta en la misma calidad que en las redes), ahora estoy trabajando en uno de Venti.
Disfruten, lxs quiero mucho ❤
Los habitantes del castillo fueron testigos de como esa noche los guardias buscaban las cartas e interrogaban de forma breve a diferentes empleados para confirmar las conjeturas del rey, Kaeya se anticipó a esos hechos y, luego de levantarse de su cama aguantando el dolor, se acercó a dichos guardias para indicarles que a esa hora del dia, Noelle, la principal sospechosa de robar las cartas, se encontraba charlando con él en su cuarto. Ellos no estaban convencidos, sin embargo, el príncipe Alberich les dijo con firmeza que, considerando el tiempo de ausencia del monarca por haber estado en la residencia Lawrence, cualquier otra persona pudo haberse metido antes de que la muchacha aseara el cuarto de Barbatos.
Los guardias presentes dudaron tras oír a Kaeya, pero este no iba a tranquilizarse hasta convencer a la mayor cantidad de personas de que no podían encerrar a Noelle ni torturarla sin pruebas contundentes; por eso reunió a Morax y Barbatos en ese pasillo, junto al príncipe Chongyun y su amigo Xingqiu, y les pidió a estos últimos, cruzado de brazos y con una expresión severa, que le repitieran la teoría que le mencionaron durante una de sus visitas a su cuarto. Chongyun se puso algo nervioso, así que Xingqui respondió por él, diciendo que ambos escucharon pasos de alguien muy pequeño el día en que el príncipe Alberich fue envenenado.
Sumado a esa información, Kaeya le preguntó a los guardias qué sonidos oyeron los testigos de los interrogatorios formales que se realizaban en el subterráneo, a lo que ellos respondieron que se trataban de ruidos muy suaves y rápidos. Venti estaba escuchando a medias los intentos del príncipe de Khaenri'ah para evitar que Noelle se viera perjudicada, sus palabras tenían sentido, pero un pensamiento lo distraía de esas explicaciones, y era que le sorprendió de forma grata que Kaeya ya se sintiera lo suficientemente sano como para levantarse de la cama.
Morax por su parte asintió con la cabeza y dijo que comprendía sus suposiciones, y que en vez de apuntar con el dedo a determinadas personas, debían ser mas cuidadosos con sus cosas y sus conversaciones, pues, considerando que todos los testigos apuntaban a un individuo pequeño, era de esperarse que los Lawrence tuvieran un espía de temprana edad, bien entrenado y capaz de burlar la seguridad, combinando la agilidad con una capacidad de ocultarse en sitios muy compactos. De todos modos el emperador sugirió también que se vigilara a Noelle hasta que se esclareciera el asunto, los presentes estuvieron de acuerdo en que un designado la siguiera, Kaeya también aceptó, sin embargo le recordó a Barbatos que la personalidad de la chica no era precisamente la más astuta para conspirar de esa manera en su contra, y después de tantos años de confianza.
En contestación el monarca le sonrió al príncipe Alberich y le dijo que era curioso que mencionara la confianza, considerando que ellos dos llevaban tantos años siendo "cercanos" y aún no tenían mutua confianza; Zhongli se aclaró la garganta y le pidió a su hijo Chongyun que escoltara a Kaeya rumbo a su cuarto, este obedeció sin chistar tomando el brazo del principe de Khaenri'ah con especial cuidado. Una vez que el emperador se halló solo con su amante, le increpó con firmeza por todos los errores que había cometido, desde no cuidar esas pruebas llevándolas con él en todo momento, hasta por no fortalecer la seguridad de su castillo después de ese atentado contra su vida.
Venti se excusó al decir que si lo que mencionó Kaeya era cierto, entonces un niño pequeño bien entrenado era más que capaz de burlar a los guardias de su palacio, pues el lugar era espacioso, tenía muchos muebles y habitaciones deshabitadas, sin contar algunos recovecos y pasadizos que, aunque desconocidos para algunos, si podían ser utilizados por alguien muy observador. Aquello no le bastó a Morax, nada de lo que dijera Barbatos cambiaba su perspectiva de que habia sido incompetente desde el inicio de los tiempos, desde que dejó seguir con su vida a los Lawrence un tiempo lejos de la capital, pues si hubiera dependido de él, los habría exterminado desde el momento en que viese que sus lealtades flaquearan.
Luego de esa discusión, Venti se retiró bufando por la rabia reprimida, planeaba desahogarla metiéndose al cuarto de Kaeya, ya que tras verlo levantarse de la cama, asumió frotándose las manos que su pequeño monstruo ya estaba lo suficientemente sano para entretenerlo un poco; al llegar a la habitación, el rey le pidió a los niños que se retiraran para poder hablar en privado con el príncipe Alberich, Xingqiu se despidió con una reverencia de respeto, y Chongyun tomó dulcemente las manos de Kaeya y le dijo que volvería al día siguiente para acompañarlo. El príncipe de Khaenri'ah quiso decirle que iba a estar en la ciudad y que no podrían verse, pero la presencia de Barbatos lo retuvo de darle explicaciones; cuando el adolescente se fue, Venti se acercó sonriendo al borde de la cama, y saboreó sus labios mientras Kaeya sudaba ateniéndose a la consecuencia de haberse levantado para intervenir en favor de Noelle en vez de seguir guardando reposo.
Sin embargo antes de que Barbatos pudiera ponerle las manos encima, Morax entró al cuarto y le ordenó con firmeza que dejara descansar al príncipe Alberich, Venti lo llamó aguafiestas, pero al ver la expresión seria e imponente en su rostro, solo pudo agachar la cabeza y retirarse aun más dolido que al inicio. A Kaeya no le sorprendió que Zhongli interviniera, no se trataba de un acto de protección, pues luego de lo ocurrido ese día en casa de los Lawrence, había un aura muy tensa entre el emperador de Liyue y el rey de Mondstadt, como una competencia de poder.
Pero la mirada compasiva y paternal de Morax lo hizo sentir sumamente incómodo, y fue peor cuando se sentó a su lado y le tocó el vientre preguntandole si sentía dolor, el príncipe respondió con la verdad, y Zhongli suspiró desganado por tener la "necesidad" de estar dentro de él. Morax comentó entonces que deseaba hacerle el amor, pero que no quería empeorar su estado, Kaeya no dijo nada, pues no podía cantar victoria tratándose del emperador.
Estuvo en la razón cuando Zhongli cerró la puerta de la habitación con llave y regresó hacia él, girándolo de costado y colocándose a sus espaldas; el príncipe Alberich arrugó la nariz sollozando de frustración, mientras Morax le besaba el hombro antes de susurrarle al oído que esa noche "no haría nada que le causara dolor". Kaeya estaba tenso, en el fondo gritó de la ira, porque no importaban los besos y las caricias en su cuerpo, ni el trato delicado hacia su persona, el solo hecho de que fuese el emperador quien lo tocara le resultaba repugnante y humillante.
A la mañana siguiente el príncipe se levantó muy temprano, tomó un bolso en el cual guardó el dibujo de la espada de Albedo, y buscó a Noelle por el palacio, ella seguía cumpliendo sus deberes sin darse cuenta de que estaba en el ojo de las sospechas, así que Kaeya tuvo que pedirle charlar a solas un momento, ella lo siguió dando saltitos de emoción, y al llegar a un lugar privado lo abrazó y besó sus labios varias veces con una sonrisa juguetona. Kaeya la detuvo y miró hacia los lados para comprobar que no la estuvieran vigilando, y entonces se dispuso a explicarle pausadamente la situación, de una manera que ella comprendiera que estaban buscando a un traidor y que creían que ella tenía algo que ver.
Noelle se asustó y confundida le preguntó al príncipe qué había hecho ella para que pensaran eso, él le explicó el asunto de las cartas sin tocar el tema de por qué él necesitaba tenerlas en su poder, entonces le recomendó a la muchacha que dijera que nunca tomó las cartas, y que en ese momento estaba platicando con él en su cuarto; de todos modos Kaeya se sintió responsable de lo que podría pasarle a la joven, así que le sugirió que, en última instancia y si decidían interrogarla con métodos violentos, les dijera la verdad, pues él iba a afrontar las consecuencias si eso significaba liberarla de las represalias. Luego de esa breve conversación, Noelle volvió a besar rápidamente los labios del príncipe y regresó a sus deberes, él suspiró algo más tranquilo y salió por la parte trasera del palacio, pasando por la cocina; los guardias lo detuvieron para preguntarle a dónde pensaba ir, él les dijo que ya se sentía mejor y que le haría una visita a sus amigas de la biblioteca, que seguramente estaban preocupadas por su ausencia.
Antes de que el príncipe se alejara de ellos, uno de los guardias designó al más joven para que siguiera a Kaeya a donde fuera, el soldado lo acompañó desganado y refunfuñando, cosa que al príncipe Alberich le pareció curiosa, porque normalmente no tenían la necesidad de escoltarlo a cualquier sitio, y mucho menos como si se tratara de una cuestión de vida o muerte. Tras alejarse un poco del palacio, Kaeya hizo una retrospectiva y le pareció productivo que un guardia lo escoltara, al menos ese día, pues tenía el presentimiento de que alguien iba a vigilarlo con malas intenciones si caminaba solo por la calle.
Dainsleif y Paimon lo vigilaban a la distancia, para el alquimista era evidente que quien había robado las cartas era el príncipe Alberich, y debía evitar por todos los medios que llegase hasta un grafólogo con ellas, tal vez nadie en esa ciudad conocía su verdadera forma de escribir, pero el solo hecho de que Kaeya confirmara que uno de esos escritos pretendía falsificar la letra de Eula Lawrence, comprometería de algún modo a Surya Alberich. La otra posibilidad era que el príncipe creyera que la zarina buscaba acabar con él, pero de todos modos, el hecho de que Kaeya actuara con tanta cautela e inventara que robó el vino de Barbatos, le indicaba a Dain que el bello joven iba un paso más adelante que él mismo.
Así que mientras Kaeya caminaba mirando hacia los lados con paranoia, Dainsleif y Paimon se camuflaron ocultos debajo de ropajes similares a los utilizados por los mercaderes de Sumeru, comunes dentro de esa zona comercial, para seguirlo entre los transeúntes y esperar el momento preciso para registrarlo y quitarle las cartas. El príncipe tenía la firme sospecha de que alguien lo estaba siguiendo, y que su mejor opción era posponer su encuentro con Wagner y con Albedo, para ir directamente rumbo a la oficina del grafólogo a pesar de no llevar consigo las cartas; pues a final de cuentas, solo quería comprobar algo.
Cuando Kaeya y el soldado se toparon con un tumulto de personas que estaban haciendo sus compras, Dainsleif le ordenó a Paimon que robara el monedero del guardia y que saliera corriendo mientras él se encargaba del príncipe, ella obedeció y se fue corriendo entre la gente para arrebatarle con brusquedad una pequeña bolsa de dinero al soldado, quien sintió esa presencia muy pequeña y veloz alejándose de él. De inmediato supo que le habían robado y persiguió a esa persona desconocida a quien no pudo ver, pero que por el movimiento de algunas personas que se detenían para no tropezarse con alguien que iba corriendo, supo que podía tratarse de un niño ladrón que estaba huyendo.
Una vez que el príncipe Alberich estuvo solo entre la multitud, Dainsleif se acercó sigiloso a sus espaldas, y con los guantes puestos frotó un pañuelo blanco contra la mano de Kaeya, este se detuvo por el repentino contacto y quiso mirar atrás, pero su vista comenzó a tornarse borrosa y su mente se desconectó de las acciones de su cuerpo, mas era diferente a lo que le ocurría cuando estaba deprimido, en esa ocasión era como si alguna sustancia lo estuviese induciendo a ese estado de semi conciencia. Entonces escuchó un susurro de una voz agravada y cautelosa, que le ordenó moverse hacia una calle poco concurrida lejos del mercado; Kaeya no reconoció la voz ni tampoco era capaz de pensar en ese estado, estaba ido, como desmayado, pero manteniéndose de pie y extrañamente, acatando las órdenes de ese desconocido sin tener voluntad sobre su propio cuerpo.
Paimon siguió corriendo hasta alejar por completo al guardia del príncipe, entonces soltó la bolsa de monedas y dio un brinco para trepar por los ladrillos de una vivienda, luego se escondió en los tejados hasta que el hombre recogió su dinero y regresó corriendo al mercado; ella por su parte se quedó deambulando por esos lugares altos hasta que divisó a Dainsleif, quien caminaba junto al príncipe tocándole la espalda para guiarlo sin que este se resistiera. Cuando estuvieron solos, la pequeña homúnculo bajó saltando de una canaleta, Dain la miró de reojo al oirla aparecer, pero volvió a poner su atención sobre Kaeya, que estaba inmovil y con la mirada perdida, ni siquiera tenía la suficiente conciencia para saber que dos personas estaban frente a él.
—No te muevas —le ordenó Dainsleif al príncipe, este solo asintió en respuesta, posteriormente el alquimista le quitó los zapatos, y lo palpó desde los tobillos hasta los hombros, revisando si las cartas estaban escondidas en sus mangas o pantalones.
—Esto... ¿No debería agravar más su voz? —cuestionó la homúnculo mientras Dain le bajaba los pantalones a Kaeya para revisar mejor su ropa interior.
Hacer algo como eso volvió a despertar su libido dormido, no porque el hecho de desnudar a una persona le excitara, sino porque al tratarse de un Alberich, le causaba mucho morbo tenerlo sometido a su voluntad.
—No es necesario, está drogado con escopolamina, cuando el efecto desaparezca no recordará nada de lo que pasó —le aclaró Dainsleif a su creación a la par que tocaba la zona genital de Kaeya, mordiéndose el labio inferior mientras pensaba en lo irónico que era tener al hijo de uno de los hombres más aterradores de Teyvat en ese estado.
—A Paimon le da miedo esa sustancia, si sale volando o si accidentalmente la toca con las manos desnudas, Paimon va a terminar igual que el príncipe —comentó la homúnculo mientras Dain soltaba el corset de cintura de Kaeya para poder meter las manos debajo de su camisa.
—Debes ser cuidadosa cuando la manipules, siempre lleva guantes contigo —dijo el alquimista antes de darse cuenta de que las cartas no estaban debajo de la ropa del príncipe Alberich; de todos modos, estuvo un largo rato con las dos manos sobre los pezones de Kaeya, reflexionando mientras los tomaba con dos dedos.
—A Paimon no le gusta drogar gente... —Dainsleif no le estaba prestando atención a su creación, pues el contacto con las tetillas del príncipe, en conjunto con la mirada muerta de ese único ojo violeta, le estaba dando un sinnúmero de sensaciones placenteras y perversas.
—Es tan... —murmuró Dain perdido en el iris de Kaeya, si hubiera dejado tomar las riendas a sus más profundos deseos, se habría llevado al príncipe a su guarida en Sumeru para tenerlo para él solo el resto de la eternidad—. Quién pudiera tener poder sobre un príncipe...
—Los reyes pueden ¿O no? —preguntó Paimon, entonces su amo quitó una de sus manos de los pechos del príncipe, para poder tomarle la barbilla mientras pensaba en algo de su pasado, algo que se guardó en él más como una verdad que como una memoria.
—Ni siquiera los reyes pueden someter a quienes no quieren ser sometidos —respondió Dain con la difusa imagen de una cabellera femenina oscura, girándose con desprecio hacia su persona—, pero el príncipe Alberich es diferente... toda su vida ha tenido que someterse a su enemigo, tal vez... con él sea más facil...
—¿Qué piensas hacer Dain? —le preguntó Paimon algo intrigada, su creador no respondió, seguía mirando a Kaeya mientras se chupaba los labios, sin tener una idea clara de lo que quería hacerle.
—Llevemoslo a los túneles —respondió Dain, Paimon estaba mucho más atenta que él a su entorno, y nerviosa empezó a escuchar los pasos de algunos soldados que buscaban al príncipe de Khaenri'ah.
—Dain, lo están buscando, tenemos que irnos antes de que... —insistió la homúnculo, pero el alquimista seguía dubitativo al observar la belleza semi desnuda que tenía al frente.
—Llevemoslo a los túneles, ahí podríamos acabar con esto de una vez por todas... —murmuró Dainsleif deslizando el dedo pulgar sobre los labios de Kaeya, entonces Paimon tomó el bolso del príncipe y miró hacia el otro lado de la calle, vigilando que nadie los viera.
—Dain... no es buena idea, dijiste que había que hacerlo con discreción, Paimon cree que hacerlo desaparecer tan de repente no es discreción...
—Y si...¿Lo llevamos a Sumeru?
—El rey Surya dijo que te delataría si no cumplimos la misión, si llevamos al príncipe a Sumeru, los matras no pararán hasta encontrarnos —le recordó la homúnculo, las manos de Dainsleif temblaron por la ansiedad, lo lógico era hacerle caso, pero sus impulsos estaban tomando control de sus acciones.
—Por favor déjame pensar —le pidió Dain, de pronto Paimon oyó el ruido característico de una cuerda tensionandose, y actuó rápidamente en consecuencia.
—¡Al suelo! —le gritó Paimon a Dainsleif, este se echó al piso esquivando a tiempo una flecha, y se dio cuenta de que al final de esa calle, una joven de cabello castaño vestida de rojo tenía dispuesto su arco para seguir atacando.
Rápidamente Dain salió corriendo en zigzag, tratando de no salir herido por alguna de las flechas; fue inevitable que la punta de una de ellas le hiriera un hombro sin llegar a clavarse, pero si causandole un gran tajo sangrante que dejaría un rastro si no lograba meterse a los túneles subterráneos. Al volver a las calles abiertas, un grupo de caballeros de Favonius lo persiguió por varias cuadras, Dainsleif se maldijo por estar llamando tanto la atención, y siguió corriendo sin rumbo para perder a la mayoría de ellos.
En un momento solo dos hombres pudieron seguirle el paso, y él, arriesgándose a activar todas las alarmas de los caballeros por lo que haría a continuación, tomó la drástica medida de saltar hacia una pared para impulsarse hacia atrás por encima de las cabezas de esos soldados. A uno de ellos le agarró el cráneo durante su caída y lo giró con todas sus fuerzas, el crujir de sus huesos paralizó al otro caballero más joven, quien no tuvo tiempo para reaccionar cuando Dain le abrió la garganta de un tajo, y abandonó la escena antes de que el cuerpo cayera de rodillas con la sangre escapandose a borbotones de su cuello.
Amber se acercó a Kaeya, que seguía de pie, inmovil y cabizbajo, la joven, pudorosa por la parcial desnudez del príncipe, chasqueó los dedos delante de su cara, pero este no reaccionó, y no movió el globo ocular cuando ella pasó la palma frente él para comprobar su estado. Concluyo así que él había sido drogado con las peores intenciones que un delincuente podía tener, por lo que lo ayudó a cubrirse y colocó uno de sus brazos sobre su propio hombro, para guiarlo rumbo al cuartel de los caballeros de Favonius, donde a su parecer, Kaeya estaría más seguro.
Dainsleif se metió a una de las alcantarillas cercanas al lugar donde había asesinado a esos dos caballeros, y cerró la compuerta; Paimon ya se encontraba allí esperándolo, ella sonreía orgullosa de sí misma mientras le enseñaba la bolsa que le quitó al príncipe Alberich antes de la persecución, el alquimista asintió con aprobación y la tomó para revisar su contenido. Adentro encontró una gran bolsa con monedas de oro y plata, y un par de papeles, la mayoría eran retratos hechos por Kaeya con carboncillo, pero uno de ellos a diferencia del resto, tenía un trazo más pulcro y seguro, y plasmaba los detalles de una espada que le resultó familiar a Dain; sin embargo, el alquimista se llevó las manos a la cabeza con frustración al darse cuenta de que el príncipe no tenía las cartas, y que posiblemente otra persona ya las había llevado al grafólogo por él.
Albedo bostezó, por haber estado en los barrios bajos toda la noche no tuvo la oportunidad de dormir, y eso se reflejaba también en sus ojeras, tenía pensado ir a alguna de sus propiedades para tomar una siesta antes de volver al palacio para ver a Kaeya y a su aprendiz, sin embargo al caminar por una de las calles de la ciudad, vio a un grupo de personas tratando de asomarse a mirar uno de los callejones, pero estaban siendo retenidos por una cadena humana de caballeros de Favonius que les pidieron retirarse de forma inmediata. El Jefe Alquimista se acercó y en voz alta ordenó a aquellas personas que abrieran paso, su tono de voz firme tuvo efecto y la mitad del tumulto lo dejó pasar, la otra mitad decidió marcharse acatando las órdenes de los caballeros y de ese joven que por su porte, parecía tener un puesto importante.
Entonces Albedo se plantó frente a uno de los soldados y preguntó qué había ocurrido, al reconocerlo como el Jefe Alquimista del rey, el caballero le dijo que dos de sus compañeros habían sido asesinados por un delincuente que "intentó hacerle algo" al príncipe Alberich; Albedo abrió los ojos con temor y le pidió a ese hombre que le dijera donde estaba Kaeya. Tras recibir su respuesta, el Jefe Alquimista dio la vuelta y se alejó caminando con firmeza, mas al desaparecer de la vista de esos soldados, comenzó a correr desbocado para ir al cuartel de los caballeros de Favonius.
Al llegar al edificio volvió a caminar con aparente naturalidad e ingresó sin pedir permiso a los guardias, lo único que hizo cuando pasó frente a ellos fue preguntar en qué habitación estaban Kaeya y Amber, a lo que ellos respondieron que la señorita Amber se había llevado al príncipe a la oficina de su abuelo. Albedo subió las escaleras y abrió la puerta de ese cuarto, donde encontró a la joven hincada frente al príncipe, quien estaba sentado en un sillón mientras ella le daba de beber; las manos de Kaeya temblaban y él respiraba agitado, con taquicardia y sudando por los efectos de la droga, pero al menos había recuperado la plena conciencia.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó el Jefe Alquimista cuando Amber giró la cabeza para ver quien se había metido a la oficina, entonces la muchacha se levantó y se inclinó para rendirle sus respetos.
—Jefe Alquimista Albedo, encontré a Sir Kaeya en un callejón siendo tocado indebidamente por un desconocido —le explicó la joven, Albedo bufó irritado y se acercó más a Amber y a Kaeya.
—¿Cómo era?
—Estaba bien cubierto así que no pude ver sus rasgos, parecía un mercader del desierto... recuerdo que lo acompañaba un niño pequeño.
—¿Pudiste ver su rostro Kaeya? —El Jefe Alquimista insistió en que quería saber cómo lucía, con la intención de buscarlo por toda la ciudad para darle una lección.
—Lo siento cariño... no recuerdo nada —respondió Kaeya apenado.
—Parece que usó alguna clase de sustancia en él, cuando lo encontré no reaccionaba, pero tenía los ojos abiertos —añadió Amber, Albedo se tocó la barbilla para pensar en alguna droga con efectos como esos, pero necesitaba más información.
—¿Cuáles son tus síntomas ahora?
—Mi corazón late demasiado rápido, siento muchísimo calor y tengo la boca seca, hace un rato mi vista estaba borrosa, pero ya volvió a la normalidad.
—¿Qué es lo último que recuerdas?
—Iba por el mercado junto a uno de los guardias y... —murmuró el príncipe Alberich agarrándose el entrecejo mientras hacía memoria—. Sentí que algo tocaba mi mano y después de eso... no recuerdo nada.
—¿Absolutamente nada?
—Absolutamente nada.
—Señorita Amber ¿Puede dejarme a solas con el príncipe? Necesito extender este interrogatorio para resolver este caso —le pidió el Jefe Alquimista a la muchacha, esta agachó la cabeza para acatar la orden y se retiró; al salir y cerrar la puerta, decidió quedarse para intentar oír la conversación entre Albedo y el príncipe.
—Aún no es seguro hablar... —dijo Kaeya en voz baja, el Jefe Alquimista se sentó a su lado y le tomó la mano.
—Conozco una droga con esas características, es más barata que las otras, por eso muchos micro traficantes la comercializan en más de un sitio, será un poco difícil encontrar a quien te hizo esto, pero, con lo que hemos averiguado, tal vez no sea necesario rastrear a quienes compraron una droga así.
—Amor, baja más la voz.
—Lo sé... solo quería decirte que entre los dos averiguamos algo sobre los compradores restantes, él fue en búsqueda de un tipo que las compró todas en el mismo día de los hechos, yo a otro que parecía un aristócrata —dijo el Jefe Alquimista tratando de no dar más detalles que Amber pudiera interpretar fácilmente desde su obvio escondite detrás de la puerta.
—¿Puedes decírmelo al oído? —le pidió el principe, entonces Albedo se acercó para susurrarle algo.
—Él encontró al ladrón que adquirió todos esos productos el mismo día, muerto en una fosa común...
—Entonces... El verdadero responsable se deshizo de él...
—Por mi parte, hablé con un tipo rico que, aunque no dijo nada demasiado comprometedor, me pareció algo sospechoso, así que, dibujé lo único reconocible de todo su atuendo —continuó el Jefe Alquimista, luego sacó de su bolsillo un papel con la empuñadura de una espada y anotaciones de los materiales usados—. Iré a pedirle información a Wagner.
—No es necesario, puedes darmelo a mi, todavía no he pasado por allí, así que matariamos dos pájaros de un tiro —comentó el príncipe, Albedo lo miró seriamente, y aprovechando la corta distancia, Kaeya le dio un repentino beso en los labios que hizo que el Jefe Alquimista se echase hacia atrás sorprendido—. No te enojes cariño...
—Tu puedes hacer lo que te de la gana.
—Pero... Si tu me lo pides, yo podría ser solo tuyo... —dijo el principe Alberich con un tono de voz tan sensual que Albedo se estremeció y Amber se cubrió la boca, pensando que eran ciertos los rumores acerca de que tiempo atrás, hubo algo más que una amistad entre Sir Kaeya y el Jefe Alquimista Albedo.
—Eso... Es solo una ilusión, Kaeya —respondió Albedo, el príncipe de Khaenri'ah miró hacia abajo con melancolía, pues ambos eran conscientes de que habían algunas situaciones en las cuales ni siquiera resistirse serviría—. A veces pienso en mandar a la mierda esta investigación, y toda mi vida, para...
—Puedo resistir, mi amor, llevo años haciéndolo... Albedo, realmente necesito sacarme estas dudas, necesito saber si mi peor temor es verdad, pero lo que ocurrió hace un rato, me dejó claro que alguien que está metido en el castillo sabe que robé las cartas... —susurró el príncipe en voz muy baja para que sus palabras fuesen inaudibles para Amber—. Se llevó mi bolso, y según Amber me dejó semi desnudo y sin zapatos, es obvio que me estaba registrando, no era un simple ladrón.
—Entonces debemos mantener las cartas ocultas hasta que sea seguro tomarlas... No me sorprendería que Alice me dijera que se metieron a nuestra casa a robar, o que lo mismo ocurra en mis otras viviendas.
—¿Las escondiste bien?
—No están dentro de mis propiedades al menos.
—Bien... Cuidate la espalda amado mío, yo también tendré que cuidar la mía...
—Quisiera poder duplicarme para protegerte y cumplir mis deberes... —susurró Albedo, entonces el príncipe le tomó las mejillas y lo besó apasionadamente, el Jefe Alquimista miró al cielo, sintiéndose embobado.
—Todo estará bien... —El príncipe miró con una actitud dulce y cariñosa al Jefe Alquimista, este tenía un brillo especial en su mirada, mas luego agitó la cabeza y tosió para recuperar la compostura.
—Por favor no vayas solo a ningún sitio —le pidió Albedo, Kaeya le acarició la quijada y deslizó el dedo pulgar sobre los labios de su antiguo amante, saboreando sus propios labios mientras lo observaba con deseo.
—¿Quieres que vaya con Wagner o prefieres...? —susurró el principe Alberich dejando caer el hombro de su camisa—. ¿O prefieres que te haga solo a ti lo que pensaba hacerle a él?
—No voy a ser el reemplazo de nadie —respondio el Jefe Alquimista, Kaeya miró hacia el lado con incomodidad.
—Tu no eres un reemplazo Albedo, ellos son tu reemplazo —dijo el principe, luego Albedo le acomodó la camisa y abotonó los botones que le faltaban.
—No quiero discutir otra vez, Kaeya.
—Eres tu el que empieza estas discusiones, yo solo quiero que las cosas se arreglen para poder besarte y hacerte el amor como antes —replicó él sin medir su voz, Amber lo escuchó ruborizada y decidió apartarse un poco de la puerta, pues la conversación se había tornado más tensa entre la pareja.
—Se arreglarán cuando ya no tengas la necesidad de ver a las personas como una herramienta —dijo el Jefe Alquimista seriamente, e hizo que la expresión de Kaeya cambiara a una de completo hastío.
—Vete al carajo.
—Solo dejarás de hacer eso cuando seas libre —agregó Albedo, las fosas nasales del principe se abrieron por una gran inhalación de ira, y sus ojos brillaron por la tristeza.
—No me jodas, lo digo en serio.
—Yo voy a liberarte.
—¿Y si no quiero que me liberes? Es decir, ya te he causado demasiados problemas, demasiadas molestias y demasiados rencores, tal vez no necesite que me ayudes, tal vez no necesito que me liberes de este infierno, al fin y al cabo, ya no sirve de nada arrastrarme por ti, puedo conseguir las cosas yo solo. —Kaeya se cruzó de brazos al dejar salir su veneno, el Jefe Alquimista suspiró armandose de paciencia.
—Seguiré investigando al respecto, iré con Wagner a enseñarle esta ilustración y a preguntar sobre alguien que haya visto mi espada —dijo Albedo, el príncipe lloró de rabia, como si estuviera a punto de perder los estribos—. Lamento mucho si acaso te... No. En realidad, lamento hacerte sentir juzgado.
—No lo lamentas, ahora hasta me quitas la oportunidad de disfrutar un día con alguien que al menos me respeta. No necesito tu ayuda Albedo, no necesito a nadie —le espetó Kaeya crujiendo los dientes, el Jefe Alquimista agachó la mirada arrepentido—. El unico hombre a quien necesitaba está muerto.
—¿Disfrutas haciendo el amor con Wagner? —le preguntó Albedo, el príncipe Alberich le enseñaba el perfil donde un parche cubría su ojo de vidrio, no quería verse débil, pero su antiguo amante sabía que estaba llorando, después de todo, las lágrimas caían por su quijada y su cuello.
—Sí... —reconoció Kaeya, hubo un silencio entre ambos, hasta que el Jefe Alquimista decidió sacar su libreta y carboncillo para dibujar algo.
—Toma —dijo Albedo entregandole dos hojas de papel, una con el boceto de la espada de "Glaciar" y otra con un nuevo dibujo de su propia espada, el principe de Khaenri'ah abrió los ojos con desconcierto.
—¿Pero qué estás...?
—Si tomar la decisión de hacer el amor con quien desees es algo que te hace feliz, no soy nadie para negartelo.
—Pero, Albedo... —susurró el principe tomando delicadamente las hojas de papel entre sus manos, y mirando confuso a su antiguo amante—. Tal vez disfrute hacer el amor con algunas personas, pero... no existe mayor satisfacción, que hacerlo contigo... Eres el hombre a quien más deseo...
Kaeya miró a los ojos al Jefe Alquimista con un gesto de ansias y suplica, entonces Albedo le tomó las manos y les dio unas suaves caricias que hicieron latir con fuerza el corazón del príncipe.
—Ten paciencia —le pidió el Jefe Alquimista.
—¿Paciencia para que? Albedo, yo... necesito... —De pronto el principe Alberich se quedó callado, pues su orgullo no lo dejó contradecirse cuando hacía un rato dijo que no necesitaba nada de su antiguo amante.
—Solo espera... —volvió a pedir Albedo frotando las manos de Kaeya, quien suspiró algo ansioso.
—¿Volveremos a ser uno solo algún día?
—Espero que si... Por ahora, puedes hacer cualquier cosa que te haga sentir bien —dijo el Jefe Alquimista, el príncipe agachó la mirada reflexionando, confundido por no entender qué era lo que pretendía su antiguo amante—, de verdad siento mucho haberte hecho sentir mal, puede que no esté de acuerdo con algunas cosas que haces para conseguir lo que quieres, pero entiendo por qué las haces.
—Albedo... ¿No sientes ningún tipo de celos cuando hablamos de estas cosas?
—Sentiría celos si fuéramos novios, pero tu no eres mio Kaeya —respondió Albedo, entonces agachó la cabeza afligido—. Tampoco deberías pertenecer a nadie...
—Quiero ser tuyo...
—Cuando llegue el momento, podré enseñarte por qué no deberías pedirme pertenecer a mi.
Cuando el Jefe Alquimista se fue del cuartel para regresar al palacio, Kaeya le pidió a Amber que lo acompañase al centro de la ciudad, ella asintió y lo siguió más silenciosa que de costumbre, pues estaba pensando en las partes de la conversación que sí logro escuchar. Años atrás había escuchado un rumor entre los caballeros, quienes hablaban sobre el escándalo que ocurrió entre Sir Kaeya, Albedo y el rey, Amber desconocía muchos aspectos de la historias y del mismo Kaeya, así que su mente en plena adolescencia le hizo imaginar que Sir Kaeya era el amante del rey Barbatos y que este lo confrontó a él y a su alquimista por una infidelidad.
De todos modos, no pensaba decirle a nadie sobre la íntima charla entre Sir Kaeya y el Jefe Alquimista Albedo, porque además que no era algo de su incumbencia, la muchacha tenía una inclinación por una de las "parejas" de ese drama amoroso que se había imaginado, y no iba a perdonarse por ser la causante de la separación definitiva entre Kaeya y Albedo. Por eso mientras cuidaba del príncipe por la calle, ella lo miraba ruborizada mientras tenía ciertas fantasías con el amor prohibido entre esos dos jóvenes y el pícaro engaño contra el monarca de Mondstadt, Kaeya a ratos la miraba de reojo algo confuso, preguntándose qué estaba pasando en la mente de esa niña.
Al llegar a la herrería, el príncipe Alberich le pidió a Amber que lo esperase afuera y que si lo deseaba podía dar vueltas por otros sitios, pues él tardaría poco más de media hora en charlar con su amigo el herrero, a quien supuestamente iba a pedirle fabricar un set de anillos. Kaeya entró por la puerta y se encontró a Schulz, el aprendiz de Wagner, martillando el acero caliente de una espada; en cuanto lo vio, Schulz se detuvo y al igual que Wagner cuando recibía la visita del príncipe, dejó rápidamente todas sus herramientas a un lado, siendo menos cuidadoso que su maestro al casi poner la espada hirviente sobre la mesa de madera.
—Cuidado guapo, Wagner te mataría por incendiar el local y echar a perder una espada —le dijo el príncipe, el joven se le acercó entusiasmado mientras sonreía muy amigable y nervioso.
—Sir Kaeya ¿Qué lo trae por aquí? Ha pasado mucho desde la última vez —lo saludó Schulz, a Kaeya le gustaba, quizás un poco menos que su maestro, pero el cabello rubio, los corpulentos músculos y la quijada cuadrada en contraposición con su rostro aniñado le parecía muy interesante.
—Bueno, no fue hace mucho, vine a ver a tu maestro días atras, es una lástima no haberte visto también a ti... —comentó el príncipe Alberich de forma sensual, el nervioso joven se sentía en júbilo por dentro.
—Está ocupado en la parte trasera, si usted quiere... yo podría atenderlo hoy en su lugar —le ofreció Schulz un poco inseguro.
—Eres tan amable, pero en este caso necesito hablar personalmente con tu maestro —respondió Kaeya rascando la barbilla del joven, quien sonrió como un bobo.
—Iré a buscarlo, no se mueva, no tardaré —dijo Schulz antes de salir corriendo a buscar a Wagner.
Al principe Alberich le encantaba causar que los hombres dejaran de lado lo que estaban haciendo para ponerle atención a él, ambos herreros se parecían tanto en ese aspecto que Kaeya sonrió divertido cuando Wagner y su aprendiz trataron de pasar al mismo tiempo por el marco de la puerta, chocandose uno contra otro.
—Kaeya, es un placer verte otra vez —dijo el herrero mayor, Schulz estaba a su lado sonriendole al principe como un niño emocionado, entonces su maestro giró la cabeza y se dio cuenta de que seguía ahí—. Vete.
—Puede quedarse si quiere, hoy no vengo por algun regalo o alguna pomposa pieza de joyería —les aclaró Kaeya sentándose cómodamente sobre la mesa con las manos apoyadas, su manera de mirarlos a ambos los hacía salivar—. Vengo por cierta información.
—¿Buscas información en un sitio como este? —comentó Wagner con ironía, entonces el príncipe de Khaenri'ah metió su mano entre su escote para retirar dos hojas de papel que metió debajo de su pecho, y que se mantuvieron quietas durante el trayecto gracias a su corset.
—¿Reconoces el diseño de estas espadas? —preguntó Kaeya extendiendoles los dos dibujos, Wagner y Schulz tomaron uno cada uno.
—Por supuesto, este diseño fue algo genérico hace unos 4 años, hoy en día no lo fabrico, pero en su tiempo el rey me mandó a manufacturar varios de estos modelos para los nuevos ascendidos a tenientes de ese año —le explicó el herrero mayor mirando el dibujo de la espada de Albedo, el príncipe sonrió de lado pensando en lo miserable que era Barbatos por darle una espada común a su Jefe Alquimista para escatimar.
—Ya veo... ¿De casualidad alguien además de mí vino a preguntarte por esa espada? —le preguntó Kaeya, Wagner lo miró intrigado, pues era algo demasiado especifico que le llamó la atención.
—Sí, alguien además de ti vino y me describió esta espada, me pagó para que no dijera su nombre —respondió con sinceridad, el príncipe Alberich levantó una ceja interesado en esa información.
—Oh que lastima... mis negocios personales necesitan que sepa la identidad de esa persona, pero viendo que te pagaron por tu confidencialidad, creo que lo mejor es que me retire.
—Espera —dijo Wagner antes de que Kaeya se levantara—. Él me pidió que no diera una descripción detallada de su apariencia y que no dijera su nombre, pero no me dijo nada sobre mencionar un solo detalle distintivo de toda su apariencia.
—¿Y de qué me servirá conocer solo un simple detalle, querido?
—Usa un sombrero rojo muy grande con un velo colgando por detrás —dijo Wagner, el príncipe se cruzó de brazos algo orgulloso, si bien era algo muy distintivo de entre toda la gente de Mondstadt, seguía siendo muy poco para él .
—¿Necesitas que te haga visitas diarias para que sueltes más detalles?
—No será necesario porque lo distinguirás con solo verlo, pero tu propuesta obviamente me interesa.
—Ojalá tengas razón ¿Qué hay sobre la otra? —cuestionó el principe mirando a Schulz, el joven estaba dando un vistazo a la espada de "Glaciar", entonces le enseñó el diseño a su maestro para que lo ayudara a corroborar lo que sabía.
—¿No se parece al diseño de la casa Schmidt? ¿O es de la casa Lawrence? —le preguntó Schulz a Wagner, quien le quitó el papel y bruscamente apuntó a las notas en la parte inferior de la hoja.
—Platino, gemas azul celeste y cabuchones de calcedonia, los Schmidt usan otros colores para su emblema y armamento.
—¿Entonces pertenece a un Lawrence? —preguntó Kaeya.
—Hace poco menos de un año la cabeza de la familia cambió el emblema de la casa Lawrence y mandó a fabricar espadas para sus parientes, definitivamente es de los Lawrence.
—Ya veo...
—Claro que no sabría decirte a qué miembro de esa familia pertenece específicamente, el armamento de las casas nobles se fabrica en varias unidades idénticas, a menos que un miembro de forma individual quiera un diseño diferente, o que se le adicionen mejoras.
—Con saber que es un Lawrence me basta.
—¿Puedo preguntarte en qué estás metido?
—Asuntos confidenciales querido, si tu te guardas la identidad del tipo del sombrero, no puedo decirte para que usaré esta información —le dijo Kaeya cruzado de brazos, los cuales le levantaban los pechos y desordenaban el escote de su camisa, exponiendo más piel frente a los herreros.
—No seas berrinchudo, te aseguro que con solo saber como era el sombrero, encontrarás a ese chico —replicó Wagner, Schulz miraba al príncipe saboreandose los labios.
—Tu información no fue tan valiosa como esperaba... Aunque claramente debo pagar tu silencio de una forma ¿Verdad guapo?
Kaeya volvió a apoyar las manos sobre la mesa y dejó caer los hombros de su camisa casi por completo, lo único que detuvo la caída de la tela fue la presencia del corset, sin embargo eso bastaba para enseñar sus pezones y hombros. Schulz casi salta de gusto y se frotó las manos ansioso, pero su maestro se le quedó mirando seriamente.
—¿Y tú qué haces aquí todavía? —dijo Wagner, su aprendiz titubeó inseguro—. Tienes trabajo que hacer en la parte trasera, vete a hacerlo porque tengo asuntos pendientes con Kaeya.
—Pero... es que, yo crei que... —murmuró Schulz agachando progresivamente la cabeza con resignación, el príncipe soltó una sincera risa que llamó la atención de los herreros.
—No seas cruel Wagner, tu alumno está tan entusiasmado, además... no sería justo que solo tú recibas el pago por tu silencio —comentó Kaeya echándose un poco hacia adelante para enseñar sus pechos, entonces los acarició con una sola mano, dando un masaje sobre sus pezones para poner más impacientes a los herreros—, él también fue parte de esta conversación.
—¡Exacto! —exclamó Schulz acercándose rápido a Kaeya para mirarlo tocarse más de cerca—. Yo también participé en esta charla y ayudé a Sir Kaeya ¿Vedad? Es decir, tengo algo de derecho a recibir... esto, ya sabe...
—Por supuesto que tienes derecho a que toque tu diminuta pollita ¿A que si dulzura? —le dijo el principe rascandole la barbilla, Wagner se rió por la cara ofendida de su aprendiz.
—No es diminuta...
—¿Oh en serio? ¿Cómo puedo saber que tu pene no es más pequeño que el de Wagner? —Kaeya miró con picardía y lujuria a Schulz mientras se abría los botones del pantalón para enseñar su propio pene, al igual como enseñaba sus pechos, los cuales Wagner comenzó a pellizcar y tirar—. ¿Debería medirlo con mi boca?
—Aquí está —dijo Schulz desafiante al sacar su verga de los pantalones, el príncipe Alberich giró la cabeza para ponerle mayor atención, mientras se llevaba un dedo a los labios; el tamaño no estaba mal, aunque no era tan gruesa y venosa como la de Wagner y su glande era más bien pequeño, pero no era nada despreciable.
—Mira Wagner, si es más grande que la tuya —comentó Kaeya burlándose, entonces el herrero mayor le mordió un pezón para desquitarse—. No te enojes, la tuya sigue siendo funcional.
—A pesar de la edad —agregó Schulz, luego se quedó callado cuando Wagner lo apuntó con el dedo.
—Una broma más y te obligo a salir de aqui y a quedar con las bolas azules —lo amenazó, su alumno asintió varias veces con la cabeza, luego Wagner le agarró la nuca del príncipe Alberich con una mano y el pene con la otra—. En cuanto a ti, voy a follarte tan fuerte que no vas a poder meterte otras pollas en días.
—Lamento decir que se te adelantaron querido —respondió Kaeya, el herrero mayor continuó masturbandolo mientras lo miraba directo a los ojos a una corta distancia, con una expresión confidente y apasionada que el príncipe imitaba mientras gemía—. Unos clientes me dejaron tan adolorido, que no me gustaría meterme otro pene por detrás hasta pasados unos días ¿No te importa verdad?
—¿Y como esperas cerrar el trato si no puedo follarme tu culito de puta? —le preguntó Wagner moviendo más rápido la mano con la cual envolvía la verga de Kaeya, Schulz tenía la cara roja a causa de esas palabras sucias, luego espabiló y puso la boca sobre uno de los pezones del príncipe para chuparlo.
—Puedo darles una mamada a ti y a tu alumno, bueno, una mamada o varias —propuso el príncipe, Wagner no parecía tan convencido, y Schulz ni siquiera estaba prestando atención por estar lamiendole las tetas—, tengo energias para pasar mi lengua por tus bolas gordas y sacarte hasta la última gota de semen, si es que no te deja impotente.
—Creeme que no lo hará. Te lo vas a tragar todo, pero antes lo tendrás que saborear para compensarme por no poder pegarte una follada —respondió el herrero mayor apuntandolo con autoridad, Schulz los escuchaba, acalorado y bochornoso, él aún no tenía la seguridad para hablarle así a Kaeya.
—No seas malo mi querido Wagner... Podrías follarme, pero me dolería ¿Quieres que me duela? —El príncipe hizo un puchero, Wagner se compadeció y se acercó para besarlo en los labios, la cabeza de su aprendiz fue aplastada por un momento contra el pecho de Kaeya mientras se besaban.
—Por supuesto que no quiero que te duela, preciosura —dijo el herrero mayor, el príncipe llevó los brazos atras de la nuca de Wagner y le lamió los labios mientras Schulz bajaba por su abdomen con la intención de hacerle sexo oral.
—Mis otros clientes no me tratan tan bien como tu, son malos, son muy malos —susurró el príncipe Alberich con el tono de un niño mimado.
—Yo no seré malo, voy a tratarte como a un príncipe. —Esa frase hizo reír a Kaeya por lo bajo con ironía; de pronto Wagner le dio un golpe en la cabeza a su alumno, interrumpiendolo cuando estaba a punto de meterse el pene del príncipe Alberich a la boca—. Y este también te tratará bien ¿Verdad?
—Es un hecho —respondio Schulz reprimiendo el enfado.
—No tienes nada de que preocuparte, vamos a follarnos esta boquita muy lento y muy suave —dijo Wagner metiendo delicadamente su pulgar entre los labios de Kaeya.
—Sentado en esta mesa no voy a poder chupar sus pollas... —susurró el príncipe Alberich llevando las manos al pantalón del herrero mayor para bajarlos, entonces Wagner tomó en brazos a Kaeya e interrumpió nuevamente a Schulz cuando intentaba meterse a la boca el pene del príncipe, luego lo dejó de pie en el piso, mirándolo de frente y pegado a él.
—¿Aquí está bien verdad? —preguntó Wagner mientras amasaba los glúteos del príncipe, Schulz los siguió impaciente, su maestro estaba delante de Kaeya así que él se colocó a sus espaldas para agarrarle los pechos por detrás—. Aqui puedes ponerte de rodillas para tragartela toda, sé que puedes con una ¿Pero podrás con dos?
—Puedo con más de 2, eso seguro —respondió el príncipe de Khaenri'ah a la par que Schulz le besaba el cuello y frotaba su pene encima de sus nalgas cubiertas por el pantalón.
—Eres un profesional en el arte de calentar pollas. —Wagner sonreía libidinoso, la tensión sexual de Kaeya se incrementó y con las dos manos tomó la verga y los testículos del herrero mayor para darles un masaje, haciendo contacto visual.
—Si esto te calienta la polla, imagínate lo caliente que debe ser el interior de mi boca... —susurró el príncipe, Schulz se frotó en sus glúteos y presionaba la pelvis como un conejo apareandose.
—No necesito imaginarmelo, lo sé —respondió Wagner retorciendole los pezones sin dejar de verlo a los ojos; de pronto el herrero mayor se fijó en la puerta de entrada con preocupación—. Schulz ve a ponerle cerrojo a la puerta y quita el cartel de abierto.
—¿Por qué tengo que ir yo?
—Porque lo digo yo ¿Alguna otra pregunta?
—Solo decía...
El joven corrió para cerrar la puerta y evitarse molestias de otros clientes, era un auténtico milagro que nadie hubiese entrado mientras estaban tocando a Kaeya; luego de hacer rápidamente lo que su maestro le ordenó, Schulz volvió veloz para seguir en lo que estaba con el príncipe Alberich, Wagner ya no tenía puestos los pantalones y la ropa interior, y le retorcía los pezones a Kaeya con las uñas, este seguía masajeandole las bolas y el glande mientras se besaban, sacando sus lenguas de forma sucia y desesperada. El aprendiz se colocó a espaldas del príncipe y siguió moviendo la pelvis contra sus nalgas, aprovechando su posición para masturbarlo desde atrás con salvajismo.
Kaeya giró la cara para buscar los labios de Schulz, Wagner le dejó chupones en el hombro y le mordió los pechos, las pollas de ambos herreros ya estaban completamente duras, por lo que el príncipe se detuvo y comenzó a arrodillarse, listo para empezar con el acto principal. A pesar de haberse reído de Wagner y Schulz hacía un rato, Kaeya realmente pensaba que los penes de ambos tenían algo especial, el de Schulz era largo y pálido, a excepción de las zonas cercanas al glande que estaban más enrojecidas, su erección era recta y horizontal, hasta interfería con la vista del príncipe Alberich; la de Wagner en cambio era más gruesa y venosa, y al estar erecta se curvaba hacia atrás.
El príncipe enderezó la espalda y tomó las vergas de los herreros con sus manos, masajeandolas de arriba a abajo mientras los miraba a ambos con una sonrisa lasciva; para no perder las costumbres, Kaeya decidió comenzar con la de Wagner, abriendo la boca para metersela en la boca. Sus gemidos hicieron suspirar de satisfacción al herrero mayor, la voz algo exagerada del príncipe se escuchaba como si estuviera saboreando una delicatessen mientras chupaba, moviendo la cabeza de adelante hacia atrás.
De un momento a otro Kaeya sacó el pene de Wagner de su boca y giró la cabeza para hacerle lo mismo a Schulz, el muchacho gimió emocionado cuando el príncipe Alberich comenzó a meterse lentamente toda la extensión de su polla dentro de la boca; el aprendiz giró los ojos hacia arriba extasiado, por primera vez su verga estaba chocando contra la garganta del hermoso "prostituto de aristócratas" que su maestro ya se había cogido antes. Schulz sonrió y se mordió el labio inferior, mientras miraba como su larga polla desaparecía por estar en el interior de la boca de Kaeya; entonces colocó una mano detrás de la cabeza del príncipe y empezó a mover las caderas de adelante hacia atrás, Kaeya cerró los ojos para aguantar ese vaivén sin toser, y continuó masturbando a Wagner con una de sus manos.
Cuando el príncipe de Khaenri'ah empezó a salivar mucho gracias a esa mamada, Schulz lo soltó dejandolo recuperar el aliento, Kaeya le sonreía ardiente, el joven rió como un tonto al pensar que esa sonrisa significaba que al príncipe le había gustado su pene; le decepcionó un poco cuando Kaeya volvió a girar la cabeza para chupar el de Wagner, quien lo veía con perversión mientras le manoseaba las tetas. El príncipe Alberich masturbó a Schulz y siguió chupando la verga del herrero mayor haciendo ruidos de completa lujuria, Wagner se la quitó y la agarró por debajo del glande para levantarla, indicándole de esa forma que quería que le lamiera el escroto.
Kaeya lo complació metiendose una de sus bolas a la boca para succionar con delicadeza, después de un rato Wagner se masturbó mientras lo observaba alternar cada testículo para chuparlos y besarlos; por otro lado, el príncipe dejó en paz la polla roja y reluciente de saliva de Schulz para pasar a darle un suave masaje en el escroto, haciendo pequeños movimientos circulares. Schulz apretó los músculos y gimió maravillado, todo en ese momento era sumamente caliente, le causaba morbo que su maestro lo estuviera viendo, y que Kaeya comenzará a masajear tanto el saco escrotal de Wagner como el suyo para poder ir chupandoles los glandes uno por uno.
Entonces maestro y alumno se miraron y asintieron poniéndose de acuerdo, y le quitaron sus penes a Kaeya para juntarse un poco más, justo delante de su cara; el príncipe los contempló, sus pollas estaban muy cerca, erectas y lubricadas, y le presionaban los labios con impaciencia. Supo así lo que querían ambos, por lo que cerró los ojos y abrió la boca al máximo, dejándolos introducir sus penes al mismo tiempo hasta donde pudieran llegar; Schulz fue el primero en meter su verga, Wagner no esperó mucho y metió la suya antes de que su aprendiz lo dejara sin espacio, por seguridad el príncipe agarró las bases de ambas pollas para mantenerlas quietas mientras movía la lengua y chupaba, pues temió que no pudieran estar dentro por mucho tiempo dada la falta de espacio.
Wagner hizo lo propio agarrando firmemente la nuca de Kaeya, entonces movió la pelvis tratando de penetrarle la garganta, Schulz hizo lo mismo, esos movimientos provocaron que el príncipe Alberich salivara, empapandose el cuello y los pechos con sus fluidos; el ojo de Kaeya se veía algo rojo e irritado, de pronto soltó una lágrima, no porque estuviese triste o asustado, era más bien porque necesitaba un respiro. El herrero mayor le ordenó a su aprendiz que se detuvieran, y dejó que el príncipe recuperara el aliento antes de proseguir, Kaeya se lo agradeció y secó su lágrima, luego se tocó los pectorales, moviendo la saliva para lubricar sus irritados y rojos pezones.
En ese momento Wagner agarró los hombros del principe de Khaenri'ah y los empujó hacia atrás, este entendió que quería recostarlo boca arriba sobre el piso, así que se sentó y dejó caer su espalda, quedándose apoyado en sus codos mientras esperaba a sus dos amantes; Schulz se agachó y se quedó en cuclillas a la altura del pecho de Kaeya, colocando su pene entre los pechos del príncipe, los cuales apretó con fuerza para empezar a masturbarse entre ellos. Wagner se arrodilló al lado de la cabeza de Kaeya y le azotó los labios con su polla, el príncipe Alberich abrió la boca y sacó la lengua para recibir esos golpes sobre ella.
Después de volver a metersela adentro, y que Wagner le agarrara la cabeza con las dos manos para follarle la boca bruscamente, Kaeya miró de reojo el pene de Schulz y sus pectorales, el joven al igual que su maestro se movía rápido chocando sus bolas contra su piel, las de Wagner se estampaban contra su quijada, las de Schulz en su caja torácica. Había algo asomandose en el glande del aprendiz, el príncipe no sabía si era líquido pre seminal o si era semen puro, de todos modos no podía pensar mucho en ello, su mente y todo su cuerpo ardían por el placer, sus gemidos eran completamente reales, pero gracias a la verga de Wagner no podía dejarlos salir a viva voz.
Kaeya miró hacia arriba para ver la expresión del herrero mayor, este sonreía gimiendo ronco, sus rápidas caderas no dejaban de penetrar la boca del príncipe, y con una mano le retorcía uno por uno los pezones, mientras Schulz simplemente le juntaba los pectorales para follárselos como un loco. De pronto un grueso chorro de semen salió disparado desde la verga del aprendiz, pegándose al mentón y la mejilla de Kaeya, a Schulz le avergonzó no haber durado lo mismo que su maestro, pero ni él ni el príncipe de Khaenri'ah se lo recriminaron; lo único que le dijo Wagner fue que no se quedara estático y que ayudase a Kaeya para que se corriera también.
El joven asintió y se acomodó entre las piernas del principe, las cuales abrió para mirar mejor su pene; entonces Schulz comenzó a darle sexo oral a Kaeya con suavidad, Wagner por su parte levantó la nuca del principe Alberich y la acomodó sobre su regazo, dejandolo seguir con la mamada a su propio ritmo y con la cabeza en un sitio más comodo. El ojo violeta de Kaeya relucía mirando amoroso al herrero mayor, su cuerpo estaba ardiente como el acero del local, y sufrió algunos espasmos mientras Schulz le chupaba la verga; entonces el príncipe cerró los párpados y sostuvo el escroto y la base del pene de Wagner, y continuó succionando y moviendo la lengua, además de usar su otra mano para acariciar con dulzura la cabeza del aprendiz, que se movía entre sus piernas.
Schulz abrazó las piernas de Kaeya, dándose un festín que lo hacía gemir con intensidad, el cansancio del príncipe Alberich no le permitió enfocar su mirada solo en Wagner, también miraba al aprendiz y alrededor de todo el salón, algo desorientado y con ganas de masturbarse como nunca para liberar la tensión; como si le leyera el pensamiento, Schulz empezó a chupársela aun más rápido y duro, lo cual desencadenó un orgasmo que Kaeya no pudo informarle por tener la boca llena. El joven tragó sin quejarse, no se tomó la molestia de saborear los fluidos del príncipe, pero de todos modos consideró aquello como una victoria personal, después de todo, obtuvo lo que había deseado por tanto tiempo, hacer que Kaeya se viniera gracias a él.
Wagner le pidio permiso al principe Alberich para penetrar más fuerte su boca, Kaeya asintió, y dejó que su amante devolviera su cabeza al piso, para arrodillarse a la altura de sus hombros y meter su curva y gruesa polla en su boca; el herrero mayor apoyó las manos en el suelo y movió las caderas de arriba a abajo, llegando varias veces a la garganta del príncipe, follandola sin medir sus brutales embestidas. Kaeya puso los ojos en blanco, gimiendo a gritos que el pene de Wagner no lo dejaba soltar; pasó un buen rato recibiendolo y aguantando la respiración, hasta que el herrero mayor se quedó quieto al decir "me corro".
Fue fisicamente imposible para el principe de Khaenri'ah saborear el semen de Wagner, puesto que lo recibió de lleno en la tráquea, luego con lentitud su amante levantó las caderas, sacando de a poco su polla de la garganta del príncipe, estaba limpia y libre de cualquier residuo de su corrida; Kaeya por otro lado estaba hecho un desastre, con el ojo lloroso, saliva desde sus labios hasta sus pechos, el rostro rojo y los pezones irritados y llenos de marcas. Entre Wagner y Schulz lo ayudaron a levantarse, seguía un poco atontado, ambos lo sostuvieron y lo besaron tomando turnos; Kaeya sonrió embelesado, y cuando ellos con preocupación le preguntaron si se encontraba bien, él solo respondió: "gracias".
Cuando Amber vio salir al príncipe de la herrería, se levantó del barandal donde estaba sentada y fue a su encuentro, Kaeya se soltó el cabello para esconder con algunos mechones ciertas marcas indecentes, y estiró las arrugas de su pantalón actuando como si nada hubiera pasado, mas no podía disimular la sonrisa en su rostro y la pigmentación roja de sus mejillas, pues todavía no bajaba su temperatura. La joven le preguntó porque tardó tanto, a lo que él respondió que le gustaba "charlar y beber" con los herreros, de esa forma justificó el hecho de estar ruborizado, pues Amber lo asoció al consumo de alcohol.
Entonces el príncipe Alberich le pidió a la muchacha que lo escoltara de vuelta al palacio, si no hubiese sido drogado por el tipo que quiso robarle las cartas, habría tenido energías para visitar a sus amigas, además, luego de su "negocio" con Wagner y Schulz, realmente necesitaba irse a descansar; fue demasiado intenso para una sola mañana. Amber lo acompañó durante todo el trayecto, Kaeya se sentía muy seguro junto a ella, debido a que la joven se tomaba muy en serio su misión de protegerlo, y rondaba a su alrededor mirando en todas direcciones en estricta vigilancia.
Juntos pasaron cerca de un parque donde se encontraban los príncipes de Liyue, Keqing, Ganyu, Qiqi y Chongyun, en compañía de Xingqiu, Shenhe y Tartaglia, quienes fueron puestos a cargo de la seguridad de los niños. El príncipe Chongyun estaba sentado a orillas de una fuente, desanimado y triste por haber sufrido nuevamente una decepción de parte de Kaeya, la primera vez ocurrió cuando desapareció de la orquesta en la Iglesia de Favonius cuando le había prometido tocar para ellos, pero en esa ocasión, fue Chongyun quien le prometió visitarlo por la mañana, pero el príncipe de Khaenri'ah no estaba cuando fue a darle los buenos días.
Xingqiu tocó el hombro de su mejor amigo, mientras este se decía a sí mismo que lo más probable era que Kaeya no lo despreciara, sino que simplemente olvidó su conversación con él sin pretender hacerle daño; Xingqiu no sabía qué pensar al respecto, tal vez el príncipe Alberich era dueño de una energía encantadora, pero nada quitaba que era oriundo de Khaenri'ah. El joven se puso en sus zapatos y llegó a la conclusión de que si él fuera un rehén, y tuviera que pasar tiempo con los hijos de su enemigo sin la posibilidad de quejarse, también trataría de alejarse de ellos; para Xingqiu, quizá Kaeya en el fondo los detestaba, y con razones comprensibles.
Childe estaba alejado de los hijos de Zhongli para vigilarlos a todos con una vista general del parque, en esos momentos no había un caos en su cabeza, pero si mucha angustia; tener que cuidar de sus casi hermanos de Liyue le causaba un sentimiento de culpa, cuando sacara al príncipe Alberich de Mondstadt aprovechando el conflicto interno que estaba por explotar, no solo Morax se vería perjudicado, esos niños también. Al pensar en el sufrimiento que les causaría, trataba de convencerse de que no iban a pasarla tan mal como los niños pobres de Snezhnaya, que no sufrirían como sus hermanitos en el orfanato Casa de la Hoguera, y que todo lo que iba a hacer en nombre de su familia estaba justificado.
Mientras veía al cielo con cansancio, una melodía apacible y armoniosa llamó su atención, los príncipes de Liyue también la escucharon y fueron hasta la fuente de ese sonido para apreciarlo mejor, sin embargo a Ajax se le puso la piel de gallina al ver que quien estaba tocando una canción con una flauta artesanal, era su compañero mercenario, Scaramouche. "El baladista" recibió algunas monedas de parte de los príncipes e inclinó su cabeza con el enorme sombrero rojo en señal de gratitud, en ningún momento dejó de tocar la flauta, así que los niños asumieron que no deseaba hablar con ellos, y regresaron a la fuente para sentarse a charlar mientras oían las canciones de ese chico.
Tartaglia en cambio se quedó a un lado de Scaramouche, quien le hizo una seña con una mano a uno de sus subordinados; de repente tres mercenarios relevaron al baladista para seguir tocando música para los hijos de Morax, mientras este le indicaba a Childe que lo siguiera. Ajax fue detrás de él hasta llegar a una calle oblicua no muy lejos de la plaza, entonces Scaramouche se apoyó en la pared con los brazos cruzados, esperando que Tartaglia dijera algo de provecho.
—Morax me contó lo ocurrido en la residencia de los Lawrence, habló de sublevación por parte de un gran grupo de caballeros, y una "sutil amenaza" de guerra civil en favor de Eula Lawrence —le reveló Childe; una sonrisa astuta se dibujó en los labios del baladista al escucharlo.
—Qué interesante, coincide con algo que yo averigüé con el herrero —dijo Scaramouche, Ajax seguía preguntandose para qué necesitaban averiguar ese tipo de cosas—. La espada que vimos esa noche, la del tipo con buen poder adquisitivo que compró veneno, pertenece a una serie de espadas que Barbatos mandó a fabricar para los ascendidos a tenientes de hace 4 años, tengo toda una lista de los que recibieron ese regalo de su parte, dos son personas comunes y corrientes, pero la mayoría son soldados del Ordo Favonius.
—¿Y eso qué?
—Pon a carburar el cerebro, si un caballero de Favonius compró veneno, es porque algún rico le entregó el dinero para hacerlo.
—¿Y...?
—Eula Lawrence está planeando derrocar al rey. Ella fue la responsable de que el principito casi muriera envenenado, lo podriamos confirmar si me dijeras los nombres de los soldados que se levantaron en favor de esa familia, a ver si alguno coincide con esta lista.
—Lo averiguaré... ¿Por qué es importante?
—Porque la señorita Lawrence nos puede ahorrar mucho trabajo deshaciéndose de Barbatos, y mientras todas las fuerzas leales al rey estén ocupadas enfrentándose a ella y su gente, podemos aprovechar el caos para salir con el príncipe de la ciudad.
—Suena complicado, y ese tipo se mete en problemas con facilidad, si esperamos mucho tiempo tal vez puede hasta morir. No me fío de su cerebro.
—Como yo no me fío del tuyo. Solo haz lo que te digo y no adelantes las cosas, un movimiento en falso y se puede ir todo al carajo.
Dainsleif había entrado al palacio por la cocina desde hacía un buen rato, en esos momentos se encontraba muy tenso en su laboratorio, pues afuera Zhongli organizaba a los guardias del castillo para reforzar la seguridad; Paimon sabía trepar muros y enredaderas, pero con esa mayor cantidad de guardias, iba a tener que protegerla incluso más, su pequeña homúnculo tendría que entrar y salir del castillo por la noche, y ocultarse entre la capa de su amo cuando pudiera. Aquello era un dolor de cabeza para Dain, sin embargo era necesario para seguir al tanto de lo que acontecía dentro del castillo; de todos modos, si tomaba en cuenta que el príncipe Alberich estaba investigando por cuenta propia por fuera del palacio, tal vez Paimon no tendría que exponerse tanto si optaban por seguirlo a él.
Algo que le resultó curioso a Dainsleif era que tanto Sucrose como Albedo no estaban en el laboratorio, no era descabellado pensar que ambos colaborariían en favor de Kaeya, así que seguirlos a ellos también era una opción; lo que Dain desconocía era que el Jefe Alquimista si estaba dentro del palacio, pero que iba de un lado a otro buscando a su alumna. Primero se detuvo frente a unas sirvientas y preguntó por Sucrose, ellas respondieron que seguro estaba en el laboratorio, pero Albedo había dado un pequeño vistazo por la puerta entre abierta y no la vio allí, por lo que siguió en su búsqueda.
Luego le preguntó a dos guardias si vieron a su alumna, uno le dijo que no sabía dónde estaba, y otro respondió que había escuchado del capitán de la guardia que Sucrose y el doctor Baizhu se hicieron muy cercanos, y que probablemente estaban teniendo una cita dentro o fuera del castillo; al Jefe Alquimista se le revolvió el estómago con solo oir el tono con el que había hablado ese hombre. La idea de que su aprendiz estuviera en problemas por su culpa le empezó a producir muchísima ansiedad, por eso caminó cada vez más rápido alrededor del palacio, llamando a Sucrose mientras la peor posibilidad le nublaba la mente.
Su alumna se encontraba en un lugar donde Albedo no buscaría jamás, incluso a ella le pareció muy irrespetuoso instalarse allí, pues se trataba de un sitio en la torre de huéspedes que Morax y su primogénito utilizaban como una sala de reuniones; mas en ese momento Alatus debía estar en el patio entrenando a los nuevos guardias, mientras el emperador les daba a los veteranos instrucciones para una mayor eficiencia. Al final de la habitación había un trono, Barbatos lo mandó a fabricar tiempo atrás para hospedar cómodamente a otros monarcas, pero Baizhu con una sonrisa soñadora decidió sentarse en él, aprovechando la ausencia de Zhongli.
Sucrose estaba sentada de lado en su regazo, con la frente apoyada en la sien del doctor y las manos relajadas sobre su bufanda; el doctor Baizhu deslizaba sus dedos por el costado del muslo de la joven, con su otro brazo sostenía su espalda en un abrazo íntimo, a la par que Changcheng envolvió el cuello de la muchacha como si fuese un pequeño ratón al cual devorar. Ella suspiraba, tenía todas las razones del mundo para tener miedo, estaba sobre un trono siendo una plebeya, había una serpiente rozando su piel, y otra que podía estrangularla en cualquier momento; aun asi, se sentía tranquila y acalorada, como si estar haciendo algo indebido le resultase en el fondo, estimulante.
—Tus medias me estorban un poco... Pero lucen tan bien en ti —comentó Baizhu, Sucrose miró de reojo su mano con expectación, ya que el doctor poco a poco movía sus caricias un centímetro más arriba.
—Me hace cosquillas —le dijo ella, el doctor Baizhu sonrió, presionando las yemas de los dedos sobre las costillas de la alquimista; de pronto le besó el cuello, Changcheng se apartó para darle espacio, y Sucrose miró al cielo, pensaba que pronto sería depredada, pero para Baizhu no había mayor disfrute que causarle incertidumbre.
—¿Esto te da cosquillas?
—Un poco...
—¿En que otra parte del cuerpo sientes cosquillas? —preguntó, la alquimista no supo responder por la vergüenza—. No seas tímida mi pequeña asesina, dime donde sientes cosquillas cuando te toco.
—En... mis muslos —murmuró Sucrose bochornosa, el doctor sonreía malicioso, y volvió a poner sus labios sobre el cuello de la joven, esta vez abriéndolos para simular que mordía su garganta.
—Que no te de pudor... apunta el lugar donde sientes cosquillas —le ordenó el doctor Baizhu, ella apuntó su abdomen bajo en contestación—. Eres una pequeña pervertida...
—Yo...
—Vamos... dilo tu también... —la incitó Baizhu rozando de arriba a abajo sus labios en el cuello de Sucrose.
—Soy una... —susurró la muchacha con una voz temblorosa.
—Eres una belleza —dijo él, la alquimista se sonrojó, en sus brazos si se sentía como alguien atractiva—. Eres una preciosura...
—Usted también lo es... —murmuró Sucrose con el rostro hirviendo, nunca creyó que se atrevería a decirle algo así a alguien, ni siquiera a su maestro.
—Eres una dulzura... —La lengua del doctor presionó los labios de la joven, ella abrió la boca dispuesta a entregarle su primer beso, pero él la hizo esperar mientras le lamía el contorno de los labios, pues disfrutaba mucho sentirla temblar ansiosa—. Eres una diosa...
—Doctor Baizhu...
Sucrose cerró los ojos y se estremeció, tal vez amaba a Albedo, pero cuando el doctor Baizhu la tocaba y le susurraba esas cosas tan cerca de su piel, se sentía como alguien que al igual que el príncipe Alberich, era capaz de gustar a otros; toda la vida se consideró horrenda y carente de interés. De pronto Baizhu la tomó en sus brazos, la levantó y la sentó en el trono de Morax, la alquimista se cubrió la boca sorprendida, era una completa ofensa para el honor de un rey que una plebeya se sentara en su trono, pero el doctor la acomodó allí abriendole las piernas, y se arrodilló delante de ella.
—Y ahora, eres una reina.
—Esto es muy irrespetuoso, si el emperador nos encuentra así... —dijo la muchacha con las manos sobre los labios, el doctor le besó el abdomen, respirando profundamente para sentir su olor.
—¿Qué sientes aquí cuando profanamos el trono de un rey? —cuestionó él besando más abajo, Sucrose gimió, se sentía confusa por el intenso calor, sabía que estaba mal hacer lo que estaban haciendo, y que ella no era una mujer "respetable" por no oponer resistencia.
—Siento... calor...
—Por supuesto que sientes calor, eres lujuriosa... —susurró el doctor Baizhu antes de besarla entre las costillas.
La alquimista curvó la espalda, la voz de ese hombre le provocaba espasmos y le impedía pensar bien, siempre creyó que moriría virgen o que por algún milagro del destino iba a tener su primera vez con quien amaba, pero todo lo que él le hacía, le indicaba que era el momento.
—Eres lujuriosa... pervertida... y una asesina —dijo Baizhu, ella movió la cabeza con inseguridad, porque aunque no pudiera decírselo a él, no era ninguna asesina—. No eres para nada inocente, Sucrose... Detras de ese angelical rostro, se esconde una autentica súcubo.
—No soy una súcubo... —replicó ella mientras el doctor subía los labios, entonces después de un prolongado preámbulo, él tomó su primer beso, haciendo que Sucrose mirara hacia arriba rendida ante esa pecaminosa forma de perder la inocencia.
—¿Cómo compruebo que no eres una súcubo?
—No lo sé...
—Las súcubos montan a los hombres para absorber su energía ¿Alguna vez has montado a un hombre? —le preguntó al oido, la alquimista tembló, sus piernas estaban abiertas, lo cual la dejaba casi completamente expuesta.
—Nunca...
—¿Alguna vez... te han desflorado? —La voz del doctor Baizhu provocó un escalofrío que le recorrió la espina dorsal a Sucrose.
—No...
—Así que... entre tus piernas hay un tesoro a la espera de ser descubierto... —susurró Baizhu mirando de frente a Sucrose como si quisiera volver a besarla, ella cerró los ojos ansiosa por otro beso, pero lo que recibió fue un repentino pero suave agarre en su quijada—. O eso diría si fuera un viejo repugnante que le da valor a algo tan fútil.
—¿Es fútil?
—Solo son pliegues de piel que sangran cuando una polla se mete entre ellos, no importa si lo haces con alguien "especial", un conocido, un extraño o si te la quitan a la fuerza, el resultado es el mismo. La virginidad solo es un premio para los que le dan valor —expresó él, la alquimista se ruborizó al oír la palabra "polla" de su boca.
—No me hable asi por favor.
—¿No te gusta que te hable sucio?
—No.
—Asi que quieres eufemismos, está bien... —dijo el doctor, para luego besarla en los labios una vez más; al terminar la miró directo a los ojos serio pero nada hostil—. ¿Quieres que tu amado te desflore?
—Yo... dudo que... yo sea de su gusto... Él nunca querría...
—¿Lo has intentado al menos?
—No...
—¿Quieres intentarlo antes de lo que voy a hacerte? —le preguntó, ella miró sus propias piernas, no tenía forma de negarse a él si estaba así.
—¿Para qué? Si es algo fútil... —respondió la alquimista; la sonrisa del doctor Baizhu, y su manera de bajar lentamente hasta su abdomen la hizo morderse un nudillo.
Antes de posar su boca sobre la ropa interior de Sucrose, Baizhu miró de reojo a su serpiente bajar con rapidez del trono, siseando sin parar mientras se deslizaba ondeando hacia la puerta, a una gran velocidad; Changcheng tenía un mejor oído que el suyo, así que el doctor supo que estaba escuchando algo que él no. De pronto la alquimista fue levantada por el doctor Baizhu, quien la llevó corriendo a una de las estanterías, ella le preguntó qué pasaba, pero él no respondió, solo se limitó a abrir la puerta del mueble y a ordenarle a Sucrose que se metiera ahí; segundos después de que escondiera a la joven en esa estantería, la puerta de la sala se abrió de golpe, y el emperador ingresó con paso firme y un rostro serio, dirigiéndose directamente hacia él, Baizhu solo disimuló y lo recibió con una pequeña reverencia.
—Mi señor ¿A qué se debe su pronto regreso? —dijo el doctor, entonces Morax le agarró un brazo con mayor fuerza de lo que le parecía normal.
—¿Es cierto lo que dicen los guardias? —le preguntó Zhongli mirándolo a los ojos, el doctor Baizhu palideció, pero tuvo que guardar la calma para no delatarse.
—¿Qué le han dicho los guardias? ¿Es algo de provecho relacionado con ese envenenamiento?
—¿Te estás acostando con la alquimista de Barbatos? —preguntó Morax con una mirada aterradora, Sucrose tembló desde su escondite, cubriendose la boca con las dos manos.
—Creo que ha habido un problema de comunicación —respondió Baizhu con naturalidad, sin embargo el emperador le agarró el cabello, haciéndolo sentir más inseguro—. No es que me haya acostado con esa chica, simplemente estoy usando mis encantos, en más de una trabajadora de este sitio.
—¿Cómo te atreves a decirme eso a la cara? ¿Quién te crees que eres?
—Mi señor, no se trata de simple seducción, estoy haciendo esto por usted —dijo el doctor; Zhongli lo abofeteó hasta el punto de girarle el rostro, Sucrose se puso tensa mientras Changcheng siseaba levantando el cuerpo como una cobra al son de una flauta, como si esperara las palabras de su amo para morder a su agresor—. Me han contado algunas cosas sobre el príncipe Alberich, y la amante de este.
—¿La amante de Kaeya? —De pronto el emperador bajó la mano, con mayor interés en escucharlo—. Creí que solo...
—Aparentemente una de las sirvientas acostumbra hacer el amor con él cuando el rey Barbatos no está mirando.
—A Barbatos no le interesa que Kaeya entregue su cuerpo a otras personas. Aunque debería importarle.
—Ya veo... Qué curioso, no tendrían la necesidad de ocultarselo al rey si ellos mismos lo considerasen una relación lícita...
—¿Quieres decir que es más que una simple unión carnal?
—Eso parece, si a su majestad no le parece mal que el príncipe tenga coitos esporádicos con otras personas ¿Por qué el príncipe Alberich le ocultaría esta relación con tanto esmero?
—Esto es... un asunto muy delicado.
—Por supuesto, ese nivel de secretismo siempre oculta una verdad más grande —comentó Baizhu, Zhongli se tocó la barbilla reflexionando sobre la supuesta novia de Kaeya.
—¿Sabes quién es la sirvienta con la que suele pasar tiempo a solas?
—Creo que si, he tenido la oportunidad de hablar con ella, es un encanto de persona.
—¿Cómo se llama?
—Noelle —respondió el doctor, Morax se le quedó mirando con desconcierto—. ¿Por qué esa cara mi señor?
—Esa es la sirvienta que limpió el cuarto de Barbatos antes de que las cartas desaparecieran. La están vigilando desde hoy en la mañana.
—Tal vez es una coincidencia mi señor, esa joven es muy dulce e inocente, me parece normal que el príncipe Alberich se enamorara de alguien tan encantadora —dijo el doctor Baizhu, cada palabra suya ponía más tenso a Morax.
—Según Kaeya, no es posible que sea ella la espía de los Lawrence, por los rumores de un niño pequeño infiltrándose... ¿Y si Kaeya solo dijo eso para proteger a esa noviecilla suya? Porque, ¿Realmente un niño pequeño podría asesinar por cuenta propia a una mujer adulta de la manera en que la tal Gisela murió?
—¿Le partieron el cuello verdad? Seguro lo hizo alguien con mucha fuerza, un guardia tal vez, o alguien que suela entrenarse con ellos —expresó Baizhu suprimiendo una sonrisa astuta.
—Voy a averiguar algunas cosas con los guardias, esto no me gusta.
—Si eso le da paz a su alma mi señor... —susurró el doctor con una voz atrayente, luego colocó las manos sobre las claviculas del emperador, mirando hacia abajo con una falsa timidez—. Es por eso que me he acercado tanto a algunas mujeres de este palacio... Quisiera aliviar su carga averiguando algo sobre este inquietante incidente...
—Así que has estado fornicando con otras personas en mi nombre —acusó Zhongli agarrando el cuello del doctor Baizhu—. ¿Es eso lo que tratas de decirme?
—No he llegado a entregar mi cuerpo a ninguna otra persona, más que a usted...
Morax observaba a su doctor personal con un aura tensa, Baizhu se quedó impacible aguardando una respuesta de su emperador, ya fuera otra bofetada o algo menos agresivo; de todos modos, sabía que no tendría escapatoria del resultado final, lo cual le provocaba una fuerte y sofocante ansiedad. Zhongli soltó el cuello del doctor Baizhu y le agarró la nuca para besarlo con furia; los movimientos de su boca mordían al doctor, quien sollozó mirando hacia arriba mientras el emperador metía una mano debajo de su camisa de seda para manosearle el pecho.
Sucrose se quedó paralizada, sentía atorados los sonidos de su boca, porque estaba tan asustada que era incapaz de reaccionar, ni siquiera cuando vio algo que el emperador y Baizhu no notaron en la puerta del salón; mientras besaba al doctor, Morax oyó algo muy familiar, era una cuerda tensionandose poco a poco, con la intención de que algo se disparase de forma precisa, sin un milímetro de error. Antes de que Barbatos pudiese soltar la flecha que pretendía clavar en la cabeza del doctor Baizhu, Zhongli se giró y abrió los brazos cubriendo a su lacayo con su propio cuerpo; Venti no disparó, pero mantuvo su flecha apuntando en la misma dirección.
—Te permito revolcarte con tus concubinas y engendrar hijos con ellas, porque para eso existen. Pero lo que jamás te permitiré, será que traigas a tus amantes a mi palacio y te los folles en mi puta cara —dijo el rey de Mondstadt mientras Baizhu se agachada detrás de la espalda del emperador.
—Dejalo en paz Barbatos, no voy a dejar que pongas tus manos encima de mis amantes, no otra vez —replicó Morax, la serpiente del doctor se estaba acercando al talón de Venti con decisión hasta que oyó la voz de su amo.
—Ven aqui Changcheng... —le pidió el doctor Baizhu, Barbatos miró de reojo a ese animal, y sonriendo se dispuso a cambiar de dirección su arco; como si hubiera perdido el temor, Baizhu salió corriendo para interponerse entre la flecha de Barbatos y su serpiente—. ¡No por favor!
El doctor cayó de rodillas cubriendo a Changcheng con su cuerpo, y la sostuvo en sus manos encogido mientras recibia un fuerte pisoton de parte de Venti en su columna vertebral; Baizhu cayó al piso encorvado de dolor, su serpiente siseaba, pero él la tenía entre sus manos para impedirle acercarse y morder a Barbatos, porque aquello los metería a todos en un problema mucho más grande. Con una sonrisa burlona Venti pisó la cabeza del doctor, le satisfacía presionar el pie lentamente, haciéndolo llorar asustado; sin embargo un fuerte puñetazo de Zhongli lo detuvo de proseguir.
—¿Cómo te atreves...? —susurró el rey de Mondstadt tocandose la mejilla—. Largo de mi palacio...
—No puedes hacer estas cosas y esperar que no reaccione así —dijo Morax colocándose delante de Baizhu para protegerlo a él y a Changcheng.
—¡¿No me oiste?! ¡Largate y llevate a todos tus engendros! ¡No quiero que vuelvan a pisar mi hogar nunca más! —le gritó Barbatos chillando de la ira, entonces el emperador caminó hacia el y le agarró con fuerza la garganta, levantándolo del suelo mientras lo estrangulaba.
—No me iré. Te metiste en un problema que no sabrías manejar por tu cuenta, si me voy a Liyue, se amotinarán en tu contra y no podrás hacer nada al respecto. —Zhongli miraba a Venti directo a la cara, este seguía pataleando y llorando, Baizhu y Sucrose se quedaron inmóviles en su sitio, en shock por la violencia ejercida contra el mismísimo rey de todo Mondstadt.
—Sueltame... —le pidió Barbatos casi sin aire, entonces Morax lo estrelló contra las baldosas.
—Si me voy, nadie va a impedir que los Lawrence se salgan con la suya, tu propio pueblo te sacará a patadas y te quedarás sin el trono ni nada de lo que te importa, porque eres una vergüenza como rey. —El emperador se había arrodillado junto al cuerpo de Venti, y colocó sus manos sobre su cuello una vez más—. Si te atreves a sacarme de aquí, o a hacerle daño a los míos, te quedas solo contra Snezhnaya y Khaenri'ah.
—Aún tengo a Kaeya... —murmuró Barbatos, luego recibió otro puñetazo que le sacó sangre de la boca.
—No, porque si vuelves a buscar mi ira, tambien te quedarás sin él —lo amenazó el emperador de Liyue.
Venti comenzó a llorar desconsoladamente, y Zhongli lo soltó mirando sus manos magulladas por la fuerza de sus golpes; un sentimiento de culpa llevó a que Morax acercara las manos a su amante con la intención de tocar su mejilla hinchada y su boca sangrante.
—Barbatos... Yo... —susurró Morax, Venti sollozaba humillado y herido bajo su cuerpo—. No quise...
—Déjame... —le pidió Barbatos, el emperador quiso tocarlo, tenía lágrimas en los ojos por lo que acababa de hacerle, lo lastimó y amenazó dentro de su propio hogar, era lo más horrible e irrespetuoso que le había hecho a otro monarca en toda su vida.
—Por favor... perdoname...
Zhongli trató de acariciar a su amante, pero Venti le apartó la mano y se levantó, abrazándose a sí mismo mientras se alejaba hecho un mar de lágrimas; Morax se quedó de rodillas, cabizbajo y mirando sus infames manos manchadas de la sangre de quien decía amar, situaciones como esas lo hacían sentir deshonrado, pero Barbatos no estaría dispuesto a perdonarlo, al menos no en esos momentos. El doctor Baizhu se levantó para largarse de allí caminando en cuclillas, pero el emperador se levantó y le agarró un brazo, deteniendolo en el acto.
—¿Por qué huyes de mí...?
—Mi señor, no es que quisiera huir, solo creí que usted necesitaba algo de espacio —respondió Baizhu, pero sus palabras bien escogidas no le sirvieron para apaciguar los intensos sentimientos del emperador, quien empezó a arrastrarlo rumbo al trono—. Mi señor, no es el momento para...
—Silencio —le ordenó Zhongli, Sucrose asomó un momento su ojo entre las puertas de la estantería, y se encontró con la mirada aterrada del doctor, quien miraba en su dirección no como alguien que pidiera ayuda, más bien, lo hacía como si estuviese rogando que ella no observara ni escuchara lo que iba a pasar.
—Todavía debemos ocuparnos del traidor que puede andar suelto, no creo que sea correcto que... —dijo Baizhu antes de que Morax lo tirase contra la silla—. Mi señor, por favor...
—Tu no huirás de mí.
Barbatos caminó llorando por los pasillos, sus sirvientes no volteaban a mirarlo, pues sabían que si le mostraban compasión o si se ponían a cuchichear sobre su estado, él iba a acabarlos por notar cuán débil se encontraba; solo un rey podía humillar y doblegar a otro rey, pero nunca creyó que él iba a ser aquel que se vería perjudicado por otros, era lo peor que le había pasado en muchísimos años de vida. Por inercia bajó a la primera planta y se acercó al patio de entrenamientos, Noelle estaba allí practicando con su mandoble, vestía su misma ropa de sirvienta, pero se descalzó y se colocó un peto y hombreras de una armadura de hierro.
Aunque aquella escena fuese curiosa, a Venti no le interesaba en lo más mínimo, si estaba en ese lugar era para encontrar a otra persona, porque aunque no lo admitía de forma consciente, deseaba ver a ese alguien con suma urgencia; entonces lo encontró reunido con los guardias entre los pilares de la zona de entrenamiento, y fue hacia él como atraído por una fuerza más grande que su sentido estratégico.
«¡Príncipe Alatus!» le llamó a todo pulmón, el joven volteó a verlo, interrumpiendo su conversación para darle máxima prioridad, eso siempre hacía suspirar al rey.
«Por favor acompáñeme, necesito hablar con usted» le ordenó sin dejarlos mirar por mucho tiempo las heridas de su cara.
No obstante el príncipe de Liyue notó algo extraño, y lo siguió sin despedirse de los soldados aduladores con los que había estado hablando de sus experiencias en batalla; Venti no volteaba a mirarlo mientras lo conducía a unas escaleras de caracol, estrechas y formadas de piedra, que funcionaban a modo de una salida de emergencia entre cada planta del castillo. Alatus siguió al rey hasta uno de los últimos pisos, mucho más rústico que el resto de los que él y sus hermanos conocían; Barbatos abrió la puerta de un cuarto con una llave que traía en su bolsillo, e ingresó antes que el príncipe para tirar al suelo las polvorientas sábanas de una cama que no había sido tocada en años.
Alatus miró a su alrededor, esa habitación era solo una pequeña parte de una zona mucho más grande, de la cual estaba separada por una simple pared a medio terminar, al otro lado de esta distinguía varios muebles, cajas y cuadros en desuso; al monarca de Mondstadt se le escapó un sollozo al contemplar la pared que separaba la cama del salón de sus recuerdos, ni siquiera Morax había visto ese lugar. El príncipe se acercó poco a poco a él, teniendo plena conciencia de que su adorado Barbatos no se encontraba bien, entonces Venti se volteó sin previo aviso, y se abalanzó contra el joven para besarle los labios con desesperación; Alatus abrió los ojos de par en par, recibiendo sin resistencia una serie de besos apasionados y ansiosos, de aquellos labios que deseó desde que tenía memoria; pero el sabor salado de la sangre en su boca le preocupó.
—Barbatos —lo interrumpió el joven, tomandole las mejillas con las dos manos—. ¿Quién te hizo esto?
—Por favor Alatus... te necesito... —susurró Venti llorando, luego buscó otra vez la boca del príncipe como si estuviera sediento de su amor—. Alatus, te lo suplico...
—Calma... —dijo el joven antes de besarle la frente con ternura—. Calma... Estoy contigo, siempre lo estaré...
—Alatus por favor... besame... —rogó Barbatos aferrado a la camisa del príncipe de Liyue, quien compadeciéndose de su estado, le entregó sus labios para su disfrute; el rey lo abrazó, frotando su cuerpo contra el suyo, deseoso de que su unión se completara.
—Barbatos... —suspiró Alatus, siempre fantaseó con el día en que el bellísimo monarca de Mondstadt lo viera como un hombre, por eso sentirlo tan cerca lo hacía estar completamente rendido a sus pies—. Te amo, te amo con todo mi corazón...
—Te amo... —repitió Venti arrimandose y poniendo una de las manos del príncipe sobre sus glúteos—. Te amo Alatus, quiero ser tuyo...
—No puedo creerlo... —murmuró Alatus lleno de dicha, entonces deslizó sus manos por la espalda de Barbatos para acariciarlo mientras lo besaba; el rey abrió los ojos un poco decepcionado de que el príncipe no quisiera amasarle las nalgas aun habiéndoselo permitido—. Esto es un sueño...
—No es un sueño, Alatus, te necesito, te necesito más que a nadie... —dijo Venti volviendo a colocar la mano del príncipe de Liyue sobre su glúteo; Alatus se sonrojó, nunca imaginó que llegaría el día en que pudiese tocar a Barbatos de esa forma.
—Barbatos ¿Quién te golpeó? —le preguntó el príncipe, Barbatos miró hacia abajo, y sus ojos volvieron a humedecerse.
—Tu padre lo hizo... —respondió ocultando una sensación estimulante, porque aunque le doliera lo que le hizo Morax, disfrutaba mucho ver la cara consternada de Alatus, decepcionado y sintiendo rechazo por las acciones de su padre.
—No puede... —balbuceó, entonces Venti llevó la mano del principe a su mejilla para que la acariciara, y cerró los ojos dejando caer sus lágrimas sobre la palma.
—Me dijo que soy una vergüenza de rey... —confesó Barbatos antes de sollozar, Alatus estaba desconcertado.
—Esto es inaudito... —murmuró el príncipe de Liyue, su mandíbula estaba tensa por el enojo—. ¿Cómo pudo hacerte esto? Nos abriste las puertas de tu casa... No lo comprendo...
—Yo tampoco... —Venti lloró una vez más, Alatus se conmovió y lo abrazó de manera protectora.
—Lo lamento tanto... Me disculpo en su nombre, esto jamás debió pasar.
—Pero ocurrió... Tu padre me mancilló... —susurró el rey restregando el rostro contra el pecho del príncipe como un niño pequeño—. ¿Tu nunca me harías algo así, verdad?...
—Por supuesto que no, nunca te pondría una mano encima para hacerte daño, lo eres todo para mi, Barbatos...
—Lo sé... tu nunca me lastimarías, ni me harías sentir humillado... —dijo el monarca besando el cuello del joven, quien tembló emocionado, pero cuestionandose si estaba obrando bien—. Tu eres perfecto, Alatus.
—Barbatos, esto no es correcto —expresó el principe, pero Venti lo besó, moviendo la lengua para estimular su curiosidad.
—Tu me tratas con tanta dulzura... eres diferente a él, tus manos solo saben dar placer... —le susurró al oído, Alatus se estremeció, estaba por perder la cabeza por el deseo.
—Esto no es una buena idea... —murmuró, mas el rey volvio a poner las manos del joven sobre sus glúteos—. No me hagas...
—Eres tan ardiente... quiero tenerte dentro de mi, quiero que me abraces y me beses como nunca me han besado, mi perfecto y fiel Alatus... —le dijo Barbatos deslizando una mano hasta la entrepierna del príncipe de Liyue.
—Barbatos, espera un momento —le pidió Alatus sin poder procesar lo que estaba ocurriendo, pero el rey sonrió y siguió dándole un masaje sobre la polla—. Oh dios...
—Qué buen chico... es tan calido y... grande... ¿Puedo besarlo también? —preguntó Venti, el cerebro del príncipe estaba tan sobrecalentado como el resto de su cuerpo, y su sentido de la responsabilidad y el honor dejó de funcionar cuando comenzó a apretar las redondas nalgas del rey.
—Te amo...
—Y yo te amo más...
Para terminar de enganchar al joven príncipe, Barbatos lo besó con una gran pasión y lujuria, luego metió las manos debajo de la ropa de Alatus y levantó su pene, sacandolo del pantalon para masturbarlo mientras le gemía en la oreja; el príncipe de Liyue le apretó el culo clavando ligeramente sus garras, Venti usó su mano libre para abrir los botones de sus propios pantalones, y movió los muslos para hacerlos caer hasta sus tobillos. Sin dejar de besar a Alatus, el rey desabotonó su camisa y se bajó la ropa interior, quedándose desnudo delante del príncipe, quien con los ojos muy abiertos presenció cómo se hacía realidad una de sus más ocultas fantasías.
Entonces Barbatos soltó los labios de Alatus, y sonriendo travieso le dio un empujón, el príncipe de Liyue cayó de espaldas sobre la cama, hiperventilando mientras pensaba: "está pasando". El monarca rió con una expresión juguetona, contoneando las piernas y mordiendose el dedo índice al mirar fijamente la verga de Alatus; de pronto se puso a cuatro patas entre las piernas del joven, y bajó la cabeza para dar una prolongada lamida desde el escroto hasta la uretra.
Una fuerte fiebre envolvió al príncipe de Liyue de los pies a la cabeza, no era normal que se sintiera así al estar a punto de follar con alguien, hacía mucho que se había iniciado sexualmente con otras personas, pero por tratarse de Venti, se comportaba como si fuera su primera vez; al rey le causó ternura ver cómo su piel se tornaba roja, y con esa misma ternura repartió besos por todo el pene de Alatus, antes de meterselo a la boca con los ojos cerrados. Barbatos salivó para lubricar bien la polla de Alatus, era sorprendentemente larga para alguien de su estatura, tanto que no llegó a meterla por completo hasta la garganta; tuvo que ayudarse con sus manos para masturbar la base mientras le daba una mamada.
El príncipe se cubrió la boca, por un momento desorbitó los ojos mirando las barras de madera del techo; recordó entonces algo que él mismo buscó en su adolescencia, cuando Barbatos después de una batalla pasó un día en el palacio de jade para "pagarle su ayuda" al emperador. Alatus sabía que sí se acercaba a los aposentos de su padre escucharía algo que no iba a ser bueno para su corazón enamorado, sin embargo fue hasta allá y entreabrió la puerta, viendo como el rey de Mondstadt le hacía sexo oral a Morax, de rodillas por delante del catre; y aunque le dolía en el alma recordar que su amado era el amante de su padre, decidió darse placer a sí mismo mientras observaba a ese hermoso ángel entregandose alguien que no era él.
Ser el heredero al trono nunca entusiasmó tanto a Alatus, como la idea de tomar el lugar de su padre únicamente para tener a Barbatos, en sus sueños húmedos se imaginaba a sí mismo convertido en el emperador, sentado a los pies de la cama y acariciando la cabeza de Venti mientras este se la chupaba; pero en esos instantes estaba ocurriendo en verdad, el rey le lamía y besaba el pene mientras sonreía sobre excitado, como si también lo hubiera deseado por mucho tiempo. Barbatos abrió los ojos y miró de forma intensa al príncipe de Liyue, luego bajó la boca hasta sus bolas manteniendo el contacto visual, y levantó el culo para comenzar a meterse los dedos, preparándose para recibir esa gran polla; Alatus no había visto algo tan sensual desde que lo espió aquella noche, el rey no sólo cumplia con sus expectativas, las sobrepasaba con creces.
Sofocado por el calor, el príncipe se quitó la camisa, Venti le ayudó con los pantalones y siguió metiendo sus dedos en su propio ano y así poder dilatarse; para Alatus el momento era completamente libidinoso, como un sueño hecho realidad, ya nada más que Barbatos le importaba, ni siquiera su padre, ni siquiera su amada hermana Ganyu, ni el resto de sus hermanos más pequeños, lo único que tenía en mente en ese instante era al rey de Mondstadt y su manera de hacerle un oral. "No puedo más" le dijo Alatus a Venti, quien soltó su verga de sus fauces y gateó riendo para besarle la boca, el príncipe de Liyue lo acarició con dulzura, adoraba el contacto con sus hombros y su espalda desnuda, y mientras Barbatos lo ayudaba a encajar su largo pene entre sus nalgas, él deslizaba sus manos repitiendo sin parar que lo amaba más que su a su propia vida.
El rey consiguió que Alatus lo penetrara, sonriendo con los ojos cerrados y una expresión de paz. Poco a poco movió las caderas sin dejar de cuidar que la polla del príncipe no se saliera, Alatus abrazó su cintura con una mano, y le dio un suave masaje en el pecho mientras le besaba el cuello, su contacto era delicado y dulce como el de un recién casado, eso fascinó a Venti; su pasión era la misma que le daba Morax en sus primeros años de relación, pero tenía algo adicional, algo romántico y devoto que lo volvía el hombre perfecto.
Ambos se besaron como dos tortolos, el príncipe llevó ambas manos a los glúteos de Barbatos, y los abrió para comenzar a mover hacia arriba la pelvis; el rey soltó la boca de su nuevo amante para dejar salir un quejido, Alatus le besó el cuello con dulzura y siguió follandolo, usando sus dedos para abrirle el recto y de esa forma permitir que su pene llegase más lejos. Las garras del príncipe de Liyue apretaban y tocaban el culo de Venti sin ningun reparo, después de todo ya se había desinhibido por completo, y solo actuaba impulsado por el apetito sexual, penetrando a Barbatos con rapidez hasta el punto de hacerlo chillar por sentirse lleno y bombardeado.
El raciocinio de Alatus volvió cuando un par de lágrimas cayeron sobre su piel, entonces le preguntó si lo estaba lastimando, y Venti le dijo que no, que quería que siguiera follandolo hasta que le destruyera el culo; al príncipe no le agradaba la idea de hacerlo sangrar, pero por la expresión lasciva del rey no podía negarse a sus deseos. Por esa razón le agarró las caderas y lo volteó boca abajo, Barbatos miró hacia arriba y gimio alto cuando Alatus le volvió a abrir las nalgas hasta más no poder, y metió su verga casi de forma vertical hasta el fondo; Venti agarró el colchón sin sábanas y trató de morderlo, resistiendo el fuerte choque de la pelvis y las bolas del príncipe de Liyue contra su cuerpo, el sonido era excitante y fuerte, como si su amado Alatus lo estuviese castigando por ser un mal aliado para su padre.
«No soy un rey, soy una puta» dijo de repente Barbatos sin pensar, el príncipe lo penetraba tan fuerte que ya no sabía ni lo que estaba diciendo, ni le preocupaba su orgullo.
«Soy una sucia puta traidora e incompetente».
«Soy un gusano de lo peor, una sanguijuela que se está cogiendo a su hijo».
«Nadie nunca me amará como él, porque soy una puta repugnante». Alatus escuchó aquello y pensó que con "él", Venti se estaba refiriendo a su padre.
«Nadie querría vivir por siempre a mi lado».
De pronto el príncipe se recostó sobre la espalda del rey y le cubrió la boca con una mano, porque ya no soportaba escucharlo decir esas barbaridades de sí mismo; entonces mientras movía las caderas, comenzó a susurrarle al oído que era maravilloso, que estaba lleno de talentos, que era un excelente arquero, y la persona más hermosa que Alatus hubiera visto jamás. Barbatos lloró con los ojos desorbitados de placer, su nuevo amante lo hacía llegar al cielo por sus palabras tan hermosas, que no se sentían nada vacías en comparación con todos sus aduladores.
Mientras el príncipe de Liyue le susurraba al oído las palabras "te amo" una y otra vez, Venti se preguntó si Alatus lo seguiría amando si llegase a ver las caras de sí mismo que le enseñó a Morax, pues con el emperador era sencillo disfrutar en pareja de los placeres más inmorales que podían "compartir" con desgraciados como Kaeya, pero tratándose del príncipe, Barbatos tenía sus dudas. De cualquier forma, a medida que Alatus aumentaba la velocidad con los genitales hirviendo por la fricción, Venti fue girando la cabeza con lentitud, en busca de sus amorosos labios; su fiel amante lo besó como esperaba, de forma cariñosa e íntima, tan cálido como el primer amante de su vida.
Venti empezó a masturbarse, tenía la necesidad de eyacular por el constante choque del glande del príncipe contra su próstata, sin embargo este no le permitió continuar al tomarle los brazos, agarrandolos junto a su cintura mientras empujaba hecho un loco; el rey miró hacia arriba, cansado y sofocado por el calor, quería correrse, y a ese paso, lo iba a conseguir incluso antes que el propio Alatus. Por cada embestida sentía una serie de espasmos y cosquillas que le daban escalofríos, estaba lleno hasta el fondo y no podía dejar de gemir exhausto, lleno de angustia y placer; el roce potente en su próstata le pasó factura cuando se corrió a chorros sobre el colchón, el cual apretó con sus garras, gritando durante el orgasmo.
El príncipe de Liyue volvió a recostarse encima de Barbatos, abrazandolo y tocándole la frente mientras le metía la polla en un veloz e incesante vaivén, el rey seguía gimiendo como si estuviera siendo apuñalado, lo cual hizo que Alatus volviera a preguntarle si estaba bien. Venti respondió que lo adoraba y le pidió que no se detuviera hasta llenarlo de su semen, esas palabras aliviaron al preocupado príncipe, que siguió al mismo ritmo hasta venirse dentro de Barbatos, manteniéndose sobre él hasta descargar la última gota, que se desbordó por uno de sus muslos hasta llegar a la rodilla.
Cuando el emperador terminó de arreglarse el pantalón y salió por la puerta de esa sala, el doctor Baizhu se reincorporó, había estado de rodillas delante de la silla del trono, desnudo y con los brazos apoyados en el asiento para poder sostenerse; sin emitir ruido se colocó la ropa y tomó a su serpiente para llevársela al cuello. Con el mismo silencio caminó hacia la estantería y la abrió con lentitud, Sucrose estaba sentada mucho más atrás de donde la dejó, cubriéndose la boca y temblando como un conejito asustado.
Él extendió su mano con tranquilidad, y esperó pacientemente a que la muchacha la tomase; ella tocó con delicadeza la palma de su mano, y se dejó guiar afuera del mueble, tenía el rostro empapado en lágrimas al igual que el doctor, solo que este mantuvo una expresión seria e indiferente mientras colocaba una mano en la espalda de la alquimista para guiarla al pasillo. Una vez allí cerró la puerta, Sucrose temblaba traumatizada y sollozando con una voz suave y casi inaudible, las manos de Baizhu también temblaban, pero una agarró a la otra para detener esa reacción involuntaria de vulnerabilidad; entonces los dos se miraron sin decir nada, la joven quiso acercar sus delicadas manos al rostro del doctor Baizhu para confortarlo, pero él las sujetó antes de que pudiera demostrarle piedad.
—Lamento que tuvieras que ver eso —dijo él sin ninguna emoción visible, pero Sucrose sabía que no se encontraba bien, no después de lo que le pasó.
—Yo... —susurró la muchacha llorando por él, Baizhu no quiso mirarla a la cara, porque no podría resistir más el peso de sus sentimientos, no frente a ella.
—Fue una mala idea traerte aqui... No es un lugar seguro para ti —murmuró el doctor, Sucrose lo observaba llena de lágrimas, quería decirle muchas cosas que no le salían de la garganta por el shock.
—Doctor... —La alquimista lo miró compasiva, el doctor Baizhu agachó la mirada con la mandíbula tensa, si había una persona en el palacio frente a la cual no quería verse débil y humillado, era Sucrose.
—Vuelve a tu lugar, nos veremos mañana —dijo él soltando sus manos, antes de darle la espalda para dejarla sola; ella extendió una mano como deseando alcanzarlo para envolverlo entre sus brazos, pero ni siquiera fue capaz de lograr eso.
En silencio la joven se dio la vuelta, iba rumbo a la primera planta abrazándose mientras temblaba, no podía dejar de pensar en lo que le ocurrió a Baizhu, y ella solo se había quedado en su escondite, callada e inmovilizada como una completa cobarde. Ese pensamiento la hizo tocarse el estómago por el dolor punzante de la culpa y el odio contra sí misma, porque pensaba que si solo hubiese sido un poco más valiente, habría salido de la estantería para separar a esa bestia del doctor Baizhu.
Pero no lo hizo, no tuvo el coraje de moverse o abrir la boca para pedir ayuda, y eso le provocaba ganas de arrancar su cabello y darse golpes, para recibir un castigo por lo estúpida e inútil que se sentía; al llegar al patio más cercano al laboratorio, Sucrose se metió entre los arbustos para esconderse otra vez, quedándose en cuclillas mientras lloraba con desasosiego. Albedo llegó corriendo en dirección al laboratorio, ya que después de buscar a su alumna y no encontrarla por ningún lado, pensó que la última opción sería volver a revisar ese sitio en caso de que ella hubiese vuelto; no tuvo que llegar hasta allí, pues un sollozo llamó su atención y lo condujo hasta el patio.
—Perdóneme... perdóneme... por favor perdóneme... —repetía Sucrose gimoteando, el dolor y la culpa le hacían tanto daño que se llevó las manos al pecho, comprimiendolo al comenzar a llorar a gritos.
—¡Sucrose! —gritó el Jefe Alquimista al escuchar su llanto, la sola idea de que su mayor temor se hubiera cumplido le estaba acelerando el corazón.
Entonces llegó a su lado y se arrodilló para poder tomarla en sus brazos, sosteniendola como a una bebé; ella se encogió al llorar sin ningun consuelo, Albedo se balanceaba para arrullarla, pero no dio resultado, pues su dulce aprendiz no podía dejar de derramar lágrimas y sollozar con el pecho agitado. El Jefe Alquimista negó con la cabeza, los pensamientos intrusivos, que le decían que Sucrose había sufrido un destino como el de Kaeya, lo torturaban sin cesar; nunca iba a perdonarse si el doctor Baizhu violaba a su pequeña alumna por su culpa.
—No no no no no... Por favor dime que no es lo que creo... —balbuceó Albedo abrazando con fuerza a Sucrose, ella lo miró afligida, lucía como una niña pequeña en sus brazos—. Por favor dime que él no...
—Señor Albedo... —susurró la muchacha para luego acurrucarse, el llanto hacía que su pecho saltara, e incluso le dio hipo.
—Voy a matarlo... —murmuró el Jefe Alquimista sin soltar a su aprendiz, estaba tan angustiado y dolido que por poco comienza a llorar al igual que ella.
—¿A... quién...? —preguntó Sucrose tartamudeando, Albedo apretó los labios y arrugó la nariz, con desprecio por quien creía que era el responsable del estado de su alumna.
—Al doctor Baizhu —respondió él, entonces la joven lo miró confundida.
—¿Por... por qué?
—¿Él te hizo llorar, verdad? —le preguntó su maestro, Sucrose negó con la cabeza, desconcertada y sollozando.
—¡No! ¡Él no...! —exclamó la muchacha antes de dar un saltito por el hipo.
—No trates de defenderlo —dijo Albedo con firmeza, despues tomó las manos de su alumna y la miró a los ojos—. Aunque te esté amenazando, debes decirmelo y yo me desharé de él, no tengas miedo.
—Él no... él no... —Sucrose no podía hilar bien las oraciones por los efectos de su llanto, lo cual no tranquilizaba al Jefe Alquimista.
—¿Qué fue lo que te hizo? ¿Te lastimó? —preguntó Albedo tocando las empapadas y rojas mejillas de su aprendiz.
—¡No! —respondió Sucrose con desespero, temía que su maestro le hiciera algo al doctor Baizhu gracias a su incapacidad de explicarle las cosas—. ¡No me... no me hizo...!
—Sucrose, sabes que no debes quedarte callada si él se propasa, hay límites que no permitiré que cruce, no quiero que él te...
—¡Maestro! —Sucrose alzó la voz para llamar su atención y evitar que siguiera sacando conjeturas—. El doctor Baizhu... no me... no me ha hecho... nada...
—¿De verdad? ¿No estás encubriendolo? —preguntó el Jefe Alquimista, como su alumna no estaba en las condiciones para hablar mucho, simplemente negó con la cabeza—. ¿No te está chantajeando?
—No...
—¿Lo juras?
—Lo ju... —Un repentino hipo interrumpió las palabras de la joven, quien trató de tomar aire para recuperar la compostura—. Lo juro...
—Está bien... Pero, si intenta algo que te haga sentir mal, dímelo inmediatamente —le ordenó Albedo, ella asintió haciendo pucheros, odiaba no poder estar tranquila para responderle de forma adecuada—. Entonces... si no es por ese tipo ¿Por qué lloras?
—Porque... —murmuró Sucrose, por alguna razón creía que si le explicaba todo, su maestro se enfadaría con Baizhu, o comenzaría a preguntarle qué estaban haciendo los dos solos en una habitación—. Porque...
—Por favor no me ocultes nada...
—No es lo que... lo que cree... —dijo la muchacha asustada—. Solo... tengo miedo...
—¿Por qué? —le preguntó el Jefe Alquimista, Sucrose desvió la mirada, tenía lista una excusa, sin embargo hizo una retrospectiva, y se cuestionó por qué le había parecido más fácil que antes inventar una mentira.
—Porque aún... hay guardias interrogando... tengo miedo de que... de que...
—Entiendo. —Albedo abrazó otra vez a su aprendiz, un poco más tranquilo de que, aparentemente, su llanto se debiera a un colapso nervioso por la acumulación de estrés—. Tranquila, ya te entrevistaron, no volveran a molestar.
—Eso espero... —murmuró ella, estaba en los brazos de Albedo y eso debería haberla hecho sentir mejor, pero no fue así, pues seguía preguntandose con temor por qué ya no se le daba tan mal decir mentiras.
—Debes descansar, no es bueno que vean que esto te afecta, mañana te daré el dia libre para que puedas recuperarte.
—Muchas gracias señor Albedo... —respondió ella, el Jefe Alquimista miró hacia otra dirección, pensando con inquietud acerca de cómo su querida alumna se estaba viendo afectada emocionalmente debido a su propia imprudencia.
—Debo retirarme a mi hogar Sucrose, tengo un compromiso con Alice y Klee.
—Lo entiendo... —murmuró la muchacha, seguía estando angustiada, pero ya no estaba dominada por la desesperación, por eso no lloró cuando Albedo la soltó para marcharse a la ciudad.
—Descansa por favor, lo necesitas.
Kaeya había llegado al palacio desde hacía unas horas, y se instaló en su cama para disimular su ausencia, sin embargo no le sirvió de mucho, pues uno de sus visitantes luego de su llegada fue el príncipe Chongyun, quién con algo de desánimo le preguntó si hizo algo esa mañana fuera del palacio; el príncipe Alberich no pudo mentirle porque recordaba perfectamente que Chongyun le avisó que lo visitaría por la mañana, no tenía caso decirle que "estuvo ahí", no iba a funcionar con él. Como siempre Kaeya le dio una verdad a medias al decirle que estuvo visitando a unos amigos a los cuales extrañaba, pero cuando el príncipe de Khaenri'ah pensó en esos "amigos", no pudo evitar sonreír de lado al recordar las cosas que hizo en la herrería.
El príncipe Chongyun comprendió que Kaeya quería pasar tiempo con personas con las que ya se llevaba bien en Mondstatd, así que se sintió algo arrepentido por pensar egoístamente, y se disculpó por lo que él mismo llamaba "un interrogatorio". El príncipe Alberich no lo veía como tal, pero comprendía que aquel muchachito solo deseaba ser una buena persona con él y ganarse su confianza, lo cual le parecía muy adorable; era difícil de creer para Kaeya que un monstruo como Morax hubiese engendrado hijos tan encantadores, a excepción de Alatus.
Kaeya ya había roto dos "promesas" que le hizo al joven Chongyun, no le gustaba decepcionar a quienes no se lo merecían, por lo que pensó un momento en alguna forma de compensarle esas molestias; entonces tuvo una idea, y aprovechando la buena disposición del muchacho, le pidió que sacara las cortinas de su cuarto y que buscase a su amigo Xingqiu. El príncipe Chongyun le preguntó para qué quería las cortinas, pero el príncipe de Khaenri'ah solo le respondió que fuera a la sala de estar en la torre de invitados junto a Xingqiu, y que él se encargaría del resto.
Al irse el adolescente de la habitación con las telas, Kaeya abrió su baúl y sacó otro juego de cortinas, velas muy pequeñas y su violín, luego los colocó en su cama y fue hasta el armario para escoger un lindo atuendo; un traje azul marino con estrellas bordadas con hilos dorados en las mangas y cuello llamó su atención, agregó también una gran capa del mismo color y piezas de joyería de oro con topacios imperiales, y se soltó el cabello. Una vez listo se retiró cargando las cosas que había dejado sobre el colchón y se reencontró con Chongyun y Xingqiu, a quienes les indicó que lo ayudaran a colocar las cortinas en una pared, el príncipe Chongyun ayudó a Kaeya a sujetar las cortinas, mientras su mejor amigo empujaba algunos muebles para sujetar las telas, era un tanto difícil conseguir algunos efectos arrugados que al príncipe Alberich le parecían esteticos, pero Xingqiu consiguió que no se movieran colocando pesos encima de las puntas de tela, como jarrones y libros.
Despues de arreglar ese decorado de telas que simulaban un par de montañas, el mar y un cielo nocturno, Kaeya quitó la mesita de centro y colocó las sillas en la parte trasera del salón, luego dispuso las velas en el piso y le dijo a los niños que fuesen a buscar otro par de candelabros, varas delgadas de madera y un mechero de pedernal para encender las velas. El par de adolescentes bajó corriendo a la cocina para traer lo que pidió el príncipe de Khaenri'ah, se veían muy emocionados por lo que quería hacer con todas esas cosas, así que no tardaron demasiado en volver a subir con esos objetos.
El príncipe Alberich organizó a los niños para que lo ayudasen con las velas, indicando minuciosamente cuales debían ser encendidas primero, en qué momento y de qué forma; estuvieron un par de horas ensayando según la dirección de Kaeya, quien gesticulaba con las manos y pedía que mantuvieran encendida la pequeña llama de la varilla de madera, para que simulara la presencia de un "hada". Xingqiu sonreía con ilusión como si estuviera siendo parte de un espectáculo tan grande como los presentados en la ópera de Liyue, Chongyun también estaba muy feliz, incluso sobresaltado e inquieto mientras iba de un lado a otro al memorizar los pasos que debía seguir para ayudar al príncipe Alberich.
Durante el atardecer, el sonido de un violín llamó la atención de las hijas de Morax, quienes ya estaban reunidas con el doctor Baizhu; el grupo se acercó a la sala de la torre de huéspedes, y al abrir la puerta notaron que las cortinas estaban cerradas y que una de las estanterías estaba delante de ellas para aumentar la oscuridad del lugar. Chongyun y Xingqiu tomaron las varitas y el mechero, y encendieron la punta para ir prendiendo las pequeñas velas del piso una por una, como un camino de minúsculas farolas que iban iluminándose en dirección a una silueta alta con un violín en las manos.
Keqing y Ganyu tomaron asiento observando como más velas eran encendidas, Qiqi abrazó al doctor Baizhu algo asustada por la oscuridad, este la abrazó también y sostuvo su cabeza antes de sentarse, curioso por el espectáculo que estaban por ver; la luz de las velas no bastaba para que ellos pudieran ver a Kaeya, Chongyun y Xingqiu, quienes se apartaron cuando el príncipe Alberich comenzó a moverse con brusquedad mientras su música se hacía más caótica. Las velas del lado derecho se apagaron cuando el viento de la capa del príncipe las alcanzó, lo mismo ocurrió luego con las del lado izquierdo, hasta que las últimas que quedaban encendidas fueron extinguidas por él, dejando una absoluta penumbra en la habitación.
Qiqi abrazó más fuerte al doctor, pero este le dijo que observara al frente, porque estaba seguro de haber visto "mariposas de luz", la niña miró un poco desconfiada, y le sorprendió ver pequeñas flamas tintineando en el aire, que ella imaginó luego como alas; Xingqiu y Chongyun iban agachados, levantando las varas encendidas en la punta y moviéndose de forma ondulante alrededor de Kaeya. De pronto el príncipe de Khaenri'ah se giró en una danza que hizo volar su cabello, y los dos niños tuvieron que apartar las varillas y cubrirlas del viento con una mano; sin embargo siguieron con su parte de esa actuación, haciendo que las "hadas" de fuego iluminaran a Kaeya y sus joyas amarillas que reflejaban la luz.
Morax estaba cruzado de brazos en la puerta, desde allí contempló con una sonrisa pacífica al príncipe Alberich, y se chupó los labios imaginando una fantasía reprimida en su interior, que afloraba cuando lo veía compartir con sus hijos y ser atento con ellos; el sonido de la música atrajo también a Alatus y al rey Barbatos, quienes con la ropa todavía algo arrugada llegaron detrás de Zhongli. Venti se quedó unos pasos más atrás para disimular que no había llegado al mismo tiempo que el primogénito del emperador, pero de todos modos, este ni siquiera se volteó a verlos.
Cuando el monarca de Mondstadt se asomó por la puerta, el príncipe Chongyun y Xingqiu encendieron los candelabros, para revelar a Kaeya en uno de sus mejores atuendos, con las joyas más doradas de su colección y con una actitud llena de gracia y elegancia; su música le hacía justicia a la belleza de sus facciones y movimientos, a Morax le encantaba observarlo, y Barbatos lo notó. Se dio cuenta también de como lo ovacionaban los demás, incluso su perfecto Alatus parecía impresionado; aquello le sentó muy mal a Venti, todos estaban alabando al príncipe de Khaenri'ah por su talento, por su hermosura, por el carisma que demostraba danzando y tocando su violín.
«Quizá también lo aman por su juventud» pensó Barbatos con amargura.
Entonces Kaeya terminó su espectaculo y recibió aplausos de los presentes, Keqing fue la primera en ponerse de pie para aplaudir, y él reverenció a su público sonriendo y enseñando su seductor escote decorado por un collar de oro y topacios imperiales en corte de lágrima; el corazón de Venti se llenó de envidia cuando Zhongli se acercó para aplaudir al príncipe a una menor distancia, y cuando Alatus inclinó la cabeza mostrándole sus respetos. Xingqiu tenía los ojos brillantes de la emoción, en ese momento estaba seguro de que se había equivocado al juzgar al príncipe Alberich por creer que los odiaba, porque un espectáculo como ese, a pesar de la improvisación, solo podía salir de un acto de amor.
Chongyun se lanzó a abrazar a Kaeya cuando este terminó sus reverencias, el príncipe de Khaenri'ah quería acariciarle la cabeza con ternura, pero el príncipe Chongyun lo levantó parándose en la punta de sus pies, a Kaeya le sorprendió que alguien de su tamaño tuviera tanta fuerza. Luego de abrazar al adolescente, el príncipe Alberich recibió gustoso los cumplidos de las princesas y el doctor Baizhu, ignorando intencionalmente la mirada seductora del emperador, que parecía querer clavarle los dientes en el cuello.
Childe y Shenhe llegaron tarde al espectáculo, el joven de Snezhnaya se preguntaba que había pasado y porque la habitación tenía cortinas arrugadas en la parte trasera; al preguntar Chongyun le habló con ilusión de como Kaeya había improvisado un concierto con su violin para él y sus hermanos, Tartaglia no supo qué opinar, normalmente no sentía especial simpatía por el príncipe de Khaenri'ah, pero el hecho de que hiciera eso por los niños le pareció digno de admirar. Ajax no quiso darle más importancia, y fue hasta Morax para sacar el tema del cual le había hablado Scaramouche, pues necesitaban preguntar sobre los caballeros que se unieron a la causa de los Lawrence y así saber si tuvieron que ver con el envenenamiento del príncipe.
Mientras Zhongli charlaba con Childe y Shenhe enviaba a los niños al comedor para cenar, Kaeya se retiró sonriente para volver a su habitación, Barbatos fue tras él caminando con lentitud, quería agarrarlo del cuello y darle un castigo por haber "tratado de lucirse" frente a sus huéspedes, pero no iba a acercarse mucho hasta que todos los hijos de Morax fueran a comer. Paimon asomó un ojo por la puerta entreabierta de una habitación vacía, y vio como el rey estaba acechando en completo silencio al príncipe Alberich; quizás iba a exponerse demasiado, pero la homúnculo decidió gatear hasta esconderse debajo de un mueble del pasillo, para poder mirar mejor.
Kaeya y Venti llegaron hasta una zona del pasillo con grandes ventanales abiertos, cuyas cortinas ondeaban hacia el interior del palacio, no había mayor iluminación que la de la luna y el cielo nocturno, lo cual solo hacía que el príncipe de Khaenri'ah se viese más descaradamente bello a los ojos de Barbatos por la luz azul que se reflejaba en su piel morena. El monarca de Mondstadt estaba tenso, en el fondo se sentía amenazado por ese hermoso príncipe, pero a su juicio no tenía razones para sentirse asi, Kaeya estaba en sus manos, y lo seguiría estando pasara lo que pasara; de pronto el príncipe Alberich lo miró de reojo con una sonrisa astuta, que en conjunto con el silencio del pasillo, aumentó la inquietud de Venti.
—¿Disfrutaste mi acto? —le preguntó Kaeya con su tranquila voz, Barbatos hizo una micro expresión de desprecio, y luego volvió a enseriar la cara.
—Hay que tener mucha personalidad para presentarse en un escenario tan barato. Eso es digno de admirar.
—Lo dices por experiencia supongo, a menos que nunca considerases "un espectaculo" aquellas veces en las que ibas por las calles de Mondstadt tocando tu lira —comentó el principe Alberich, el rey le sonrió, era evidente que esas ocasiones no eran un espectáculo para él, solo migajas para un pueblo hambriento de verlo brillar.
—Te veo más animado —dijo Barbatos acercándose a él, Kaeya se quedó quieto, aguardando lo peor.
—Despues de ver la sonrisa de esos niños, sí, lo estoy —respondió el príncipe cuando Venti se paró delante de él.
—Ya tienes energía para buscar la atención de los demás, y luces radiante —murmuró el monarca de Mondstadt al llevar lentamente sus manos a la camisa de Kaeya, para luego abrirle el escote de un tirón, revelando las marcas en los pechos del príncipe—. Tan radiante como si Albedo te hubiera follado el culo despues de años.
—Lamento informarte que no fue él, hoy estuve en la ciudad por la mañana para hacer un encargo, puedes comprobarlo si quieres —dijo Kaeya, en el fondo estaba asustado de que el rey descubriera que alguien intentó robarle, y que al saber eso se diera cuenta de que las cartas de Eula estuvieron en su poder.
—No hace falta, sé que lo hiciste con alguien tan especial, que no pudiste guardar reposo por ir a verlo... —Venti se paró en la punta de sus pies para estirarse y poder decirle algo al oído—. ¿Tanto deseas su polla? ¿No te basta la mía?
—No fue con nadie especial, fue con el herrero, le pedí algunas piezas de joyería —respondió Kaeya para desviar la atención del robo que sufrió, y de Albedo.
—Así que saliste solo por un deseo vanidoso... Eso quiere decir, que estás listo para volver a jugar conmigo —susurró el rey colocando las manos en las costillas del príncipe, para repasar sus sensibles pezones con los pulgares—. Ese herrero es tan rudo con tu cuerpo ¿Eso te excita?
—Es la hora de la cena, tus huéspedes deben estar esperandote —respondió Kaeya incómodo, entonces Venti le agarró el cabello de la nuca con fuerza, sonriendo libidinoso.
—No tengo hambre.
Paimon vio como el rey retorcía el pelo del príncipe Alberich hasta hacerlo caer de rodillas, luego de eso empezó a tocarle los pechos mientras reía como un pervertido, la homúnculo se quedó pasmada, y le dolió mucho ver como Barbatos comenzó a abofetearle la cara y los pectorales al príncipe hasta hacerlo llorar. De pronto vio pasar a su lado un par de pies caminando muy rápido, Paimon se cubrió la boca, por suerte no podían verla desde su escondite, pero no se esperó que una persona tan grande como el emperador pasara tan cerca de ella sin que lo notase previamente; Morax apareció detras de Venti y le sostuvo con fuerza el brazo con el cual estaba abofeteando a Kaeya.
—¡Dejalo en paz! —le ordenó Zhongli, Barbatos miró con repugnancia a su amante por esa nueva insolencia en su contra.
—Vete a la mierda Morax, largate con tus despojos, porque este es mío.
—Kaeya aún debe recuperarse, fue envenenado por tu culpa —replicó el emperador, entonces Venti movió el brazo bruscamente para que lo soltara, y se colocó detrás del príncipe para abrirle más la camisa.
—Mira a tu amorcito ¿Crees que ha guardado reposo? Claro que no, hoy se fue a la ciudad porque ya no aguantaba las ganas de coger —le espetó Barbatos enseñandole el pecho, los hombros y el cuello de Kaeya a Morax, quien abrió los ojos al maximo al ver las rojeces y chupones en su piel—. Se fue a buscar una polla fuera de casa, aunque no lo culpo, la tuya da asco.
—¿Eso es cierto Kaeya? —le preguntó Zhongli al príncipe Alberich, pero este no supo contestar, estaba temblando y llorando—. ¿Tuviste sexo cuando debías guardar reposo?
—¿No te lo dije? No sirve de nada tenerle consideración si ambos sabemos lo que quiere —dijo Venti antes de lamer el cuello de Kaeya, poco a poco la mirada preocupada de Morax se tornó sombría y severa, el príncipe sudó frío, porque cada vez que el emperador se enfadaba, todo se volvía peor para él.
Sin previo aviso Zhongli agarró los cabellos de Kaeya y lo separó de Barbatos, luego comenzó a arrastrarlo rumbo a su habitación, el príncipe lloraba aterrado, pero nada podía hacer ante alguien tan fuerte como el emperador; Venti los siguió de cerca mientras reía entusiasmado por lo que iban a hacer juntos. Paimon se fue velozmente cuando ellos se alejaron lo justo para que ella pudiera ir a buscar a Dainsleif, como si su vida dependiera de ello.
En el comedor Tartaglia estaba esperando la llegada de Morax para continuar su conversación, pero ni él, ni Barbatos ni el príncipe Alberich aparecieron en la cena; si bien no era extraño que los dos monarcas se tomaran unas horas para estar solos, a Childe le dio un mal presentimiento que en ese preciso instante no apareciera ninguno de los tres, pues al menos Zhongli cumplía con estar presente para sus hijos en al menos una de las comidas del día. Por eso Ajax terminó con rapidez su plato de carne asada y se levantó para saber que causaba la ausencia de Morax y el rey de Mondstadt.
Paimon se instaló en una habitación cercana al laboratorio, y comenzó a hacer ruidos de distintos pájaros como una loca, Dain salió a ver qué le ocurría y estuvo a punto de regañarla por su escandalosa forma de piar, pero ella no lo dejó hablar porque empezó a explicarle sin respiro que el príncipe Alberich estaba en problemas. El alquimista no procesó todas las cosas que su creación dijo haber visto, y le pidió que se calmara; mas Paimon le agarró el pantalón y lo miró hacia arriba diciéndole simplemente: "por favor ayudalo".
La primera opción de Tartaglia fue revisar el cuarto de Morax, tal vez él y Barbatos estaban aprovechando la ausencia de los hijos de Zhongli para tener un rato de pareja; sin embargo al llegar, no vio señales de vida dentro, lo cual lo hizo sentir inquieto, porque si no estaban follando, podía haber pasado algo más grave. Después de eso fue a la torre del rey para terminar de cerciorarse, allí sí vio la luz de un candelabro desde el cuarto de Barbatos, y oyó los típicos ruidos indecorosos del crujir del catre, y supo que efectivamente estaban haciendo lo que creía; no obstante, al pasar junto a la habitación de Kaeya, vacía, oscura y con la puerta abierta, tuvo una corazonada que lo hizo regresar a los aposentos del rey.
El sonido de la cama y los jadeos de Venti eran algo que se esperaba, al igual que los bufidos de la voz profunda de Morax, pero lo que le puso los pelos de punta fue escuchar una tercera voz, y no una que disfrutara, una que lloraba con angustia y sollozaba luego del sonido de bofetadas y aplausos. Al llegar frente a la puerta las voces de su cabeza comenzaron a decirle cosas contradictorias como "no abras", "abre la puerta", "haz algo", "vete", "no quieres ver eso", "tienes que saberlo", "no quiero", "debes"; las calló a todas cuando abrió la puerta sin tocar, y los dos monarcas se paralizaron, quedando ambos en la posición de dominancia en la que se encontraban, desnudos, Morax detrás del principe, Barbatos por delante de su cara.
—Childe... —susurró el emperador horrorizado por su presencia en un momento como ese; Ajax se quedó callado, solo observaba a Zhongli pegado al príncipe, a Venti con furia en los ojos, y a Kaeya viéndolo sin respirar, con los párpados muy abiertos y lágrimas nublando su vista.
—No los vi en el comedor así que... —murmuró Tartaglia sin haber pensado una respuesta, de hecho, sentía como si su respuesta hubiese salido de forma automática, sin ser previamente procesada.
—Estamos ocupados —dijo Barbatos tajantemente, entonces agarró como un bruto la cabeza y el cabello del príncipe Alberich y siguió en lo que estaba, mirando de reojo a Childe de forma desafiante.
—Detente —le ordenó Morax en voz muy baja, pero aquello solo enfureció más al monarca de Mondstadt, que aceleró hasta sacarle fuertes sollozos a Kaeya; un escalofrío recorrió la espalda de Ajax al escuchar el llanto suprimido del príncipe de Khaenri'ah, era como ver a un niño siendo ingerido por dos monstruos.
—Cállate Morax, si no quieres seguir lárgate, me estorbas —dijo Venti, el emperador miraba asustado a Tartaglia, se sentía igual como si uno de sus hijos lo hubiera descubierto.
—Childe por favor vete —le pidió Zhongli, pero Ajax no reaccionó, solo miraba en blanco a Kaeya, quien con el ojo abierto y húmedo lo veía, pero Childe no consideró que le estuviese pidiendo ayuda, más bien era una súplica para que dejara de verlo siendo sodomizado, debía ser una completa humillación para un príncipe.
—No voy a irme —respondió Tartaglia otra vez sin procesar sus propias palabras, era indescifrable saber lo que estaba pensando, el príncipe Alberich no sabía si ese tipo quería verlo por morbo, por gozar de su sufrimiento o si simplemente le daba igual.
—¿Ah no? ¿Qué pasa? ¿Quieres unirte? —le preguntó Barbatos sonriendo diabolicamente, Morax le dio un manotazo por sugerir algo así, pero eso no detuvo a Barbatos, que siguió sonriéndole con los dientes a Childe—. ¿Un soldado de Snezhnaya se quiere follar al principito también?
—No es mi estilo —respondió Ajax, el emperador estaba descolocado, y Kaeya miró al cielo con resignación y angustia, sentía como si nadie fuera capaz de ayudarlo, como si todos disfrutaran de verlo siendo un prisionero.
—¿No es tu estilo? Ya veo, a ti te va mirar —comentó Barbatos antes de empujar el pecho de Zhongli con un pie, entonces giró al principe de Khaenri'ah y se quedó a sus espaldas, abriendole las piernas para que Tartaglia pudiese mirar bien lo que iba a hacerle.
—¡Childe vete! —le gritó Morax, pero el joven no lo obedeció; Venti no esperó a su amante para proseguir, y le enseñó todo en su máximo esplendor a Childe.
—¡Mira bien aqui desertor! ¡Esto es lo que le hacemos en Mondstadt a los principitos desobedientes!
Dainsleif buscó a Kaeya en su cuarto, pero estaba vacío, entonces notó la luz del cuarto de Barbatos, y entendió que algo indecente estaba ocurriendo y que su pequeña Paimon fue solo testigo del preámbulo; Dain pretendió irse para ignorar lo evidente, pero de pronto se quedó quieto por un pensamiento: "¿Qué sentiría si lo viera así?". Mientras iba en esa dirección para ver por la cerradura lo que estaba ocurriendo, se hizo una serie de preguntas con respecto a los sentimientos que su moral deteriorada por el tiempo le haría sentir ¿Sería desagradable? ¿Sentiría libido? ¿Rabia? ¿Tristeza? ¿Compasión? ¿Le produciría morbo? En el peor de los casos no sería capaz de sentir nada.
Ajax había tomado asiento en la habitación del rey, seguía teniendo una mirada en blanco, sin demostrar ni buenas ni malas intenciones, solo observaba sin emitir palabra como Zhongli se rendía a sus instintos animales y volvía a ser partícipe de una atrocidad como aquella, sujetando los cabellos del príncipe Alberich para someterlo a su voluntad. Tartaglia sentía que su mente estaba dejando de funcionar, esa situación le parecía irreal, y al mismo tiempo, se estaba sintiendo más cuerdo que nunca; de pronto un pensamiento lógico hizo que se le revolviera el estómago con repulsión.
«Podría ser su hijo, tiene casi la misma edad de Alatus».
Dainsleif se agachó para poner su ojo en el agujero de la cerradura, y entonces lo vio, a dos adultos de más de 40 años, sujetando a un joven de 24, más debil, más frágil e indefenso que los propios hijos varones del emperador, al cual forzaban en dolorosas posiciones; el permahielo en el alma de Dain comenzó a sentir algo cuando pensó que Kaeya había tenido que vivir situaciones así desde muy temprana edad, en manos de las mismas personas que lo separaron de una vida de gloria y honor. Ni aunque hubiese querido disfrutar esa escena lo habría conseguido, no tenía nada de agradable ver a una persona débil siendo maltratada y abusada hasta el punto de llorar con desgarradores gritos de dolor; lo peor de todo, era que Dainsleif sabía que ese dolor en el estómago del príncipe, y la debilidad adicional en su cuerpo, habían sido causadas por él.
Tal vez era un mecanismo de defensa, pero Childe siguió pensando en otras preguntas para evitar ver el dolor de Kaeya; "¿Me habría hecho lo mismo si yo hubiera sido débil también?", "¿Alguna vez me miró con los ojos de un depredador?", "¿Verá del mismo modo a sus hijos?", "¿Mis hermanitos habrán sufrido alguna vez un destino como este?", pensaba Ajax mientras mantenía quietas las náuseas en su garganta. De cualquier forma llegó a mirar el rostro del príncipe Alberich por un segundo, recordaba una mirada como esa, la misma de una oveja solitaria cuando una jauría de lobos la mordían en varias zonas del cuerpo; primero gritos de dolor, luego resignación, a sabiendas de que nada podía hacer para escapar de esa lenta pesadilla.
Dain se arrepintió de creer que la indiferencia era la peor de las sensaciones, en momentos como ese, no sentir nada le hubiera parecido una bendición, al igual que haber sido ignorante de lo que le ocurría a Kaeya; pero siempre lo supo, desde que el príncipe fue secuestrado a los 4 años, el alquimista tuvo el ruin pensamiento de que sería desvirgado por alguno de sus captores. Al final resultó que no solo Barbatos abusaba de él, Morax también, y por la forma de referirse al príncipe que tenían varios soldados, a Dainsleif no le pareció alejado de la realidad creer que en Mondstadt, era más sencillo contar a los hombres que no lo habían violado.
El príncipe Alberich miraba fijamente a Tartaglia, preguntándose por qué no hacía nada desde su asiento, no estaba esperando que lo salvara, porque nadie nunca lo haría, pero si creyó que se masturbaría mirando como se lo comían los monstruos, o que se reiría de él, que al menos le sonreiría con burla para hacerlo sentir culpable por su deserción. Y sin embargo, nada ocurrió con él, por eso Kaeya lloró mirando el cielo, era cruel que el mundo le diera la falsa esperanza de que alguien lo salvaría de ese infierno; para él, nadie estaba interesado en su vida, y ni siquiera podía salvarse a sí mismo, lo único que le quedaba era esforzarse por no morir.
Childe no iba a permitirse llorar, tampoco se levantaría para decapitar a esas ratas, para su desgracia estaba más lúcido que nunca, y era consciente de que si hacía algo impulsivo o si demostraba compasión por el príncipe, el plan iba a estropearse. Era el peor momento para no entrar en psicosis, porque su verdadero yo estaba llorando en su interior, clamandole a Morax que se detuviera, que le dijera que solo era un estupido delirio, porque él no podía ser esa clase de gusano que estaba siendo.
Ajax solo conocía una forma de confirmar que lo que estaba viendo era la realidad, así que, con decisión, tomó su cuchillo, y lo pasó bruscamente por las venas de su muñeca. Zhongli se quedó quieto, alarmado, y por un momento quiso acercarse para socorrer a Tartaglia, pero su búsqueda de placer podía más que su instinto paternal en una instancia como esa, y Tartaglia ya había guardado su navaja, por lo que no parecía tener la intención de continuar lastimándose.
Dainsleif se apartó de la puerta lentamente, aún era capaz de escuchar lo que estaba pasando adentro, pero nada podía hacer, pues las emociones humanas que no quería experimentar estaban a flor de piel y lo hicieron llorar; era demasiado doloroso, tanto como un recuerdo que, aunque había ocurrido hacía cientos de años, seguía vivido en su memoria: un hombre observando el vacío desde un acantilado en la selva de Natlan, lanzándose para abrazar la muerte como a una madre que lo arrullaría. Dain cayó de rodillas mientras pensaba en el descanso eterno, una plaga como él no era digna de un final, no hasta hacer algo que valiera la pena, pero para personas que sufrían inmerecidamente, la muerte debía ser una bocanada de aire fresco; por eso se juró a sí mismo, que ayudaría al príncipe Alberich a encontrar la paz.
«Alice, tu y Klee deben irse de Mondstadt, mientras más pronto mejor».
«¿De qué estás hablando cariño? Por favor dime que no volviste a meterte en problemas...»
«Lo hice, y son graves, por eso tienes que salir de este lugar y llevarte a Klee a uno de tus viajes».
«No pienso dejarte solo para que hagas una locura, si tienes problemas, los solucionaremos juntos».
«No seas terca, esto es mas grave que lo de hace dos años, si ustedes se quedan aquí, estaré atado de manos».
«¿Quieres decir que te estorbamos?»
«No pongas palabras en mi boca, debes entender que si esto se me sale de las manos, la vida de Klee puede peligrar, por eso tienes que irte con ella lejos del rey».
«¿Otra vez estás metido con el príncipe?...»
«Sí...»
«No te entiendo Albedo, la primera vez que te involucraste con él...»
«Esto es más complicado que un enamoramiento».
«Desde un principio supe que sería una mala idea que vinieras a trabajar a Mondstadt... Este lugar solo sacará los rencores ocultos de tu corazón».
«¿De qué estás hablando?»
«Yo solo quiero protegerte».
«No, yo quiero protegerlas a ustedes dos».
La conversación con su madre adoptiva se repetía en la cabeza de Albedo mientras esperaba al Héroe Oscuro, apoyado en una pared del centro de la ciudad y fumando uno de sus cigarrillos especiales. Lo unico que lo detenía de tirar todo por la borda en nombre de su amor por Kaeya, eran sus demás seres amados, necesitaba resguardar la vida de Alice, Klee y Sucrose antes de dar un golpe definitivo que destruyera a Barbatos y a Morax, pero la primera era demasiado necia como para dejarlo solo en cualquier situación peligrosa.
Alice a veces le proponía a su hijo adoptivo que trabajasen juntos para enfrentar sus problemas con el rey, ella era incluso más explosiva y rebelde que el Jefe Alquimista, pero a pesar de esa disposición extremista y enérgica, Albedo no quería involucrarla, por el simple hecho de que la vida y seguridad de Klee era una prioridad para él, y también tenía que serlo para Alice. Esa mala disposición a huir de Mondstadt le causaba mucho estrés al Jefe Alquimista, al igual que haber descubierto a Sucrose llorando desconsoladamente, según ella no había sido por culpa del doctor Baizhu, pero Albedo no dejó de plantearse la posibilidad de que, tarde o temprano, este terminaría quitandole la inocencia a su dulce alumna.
—¿Albedo? —le llamó el Héroe Oscuro después de varios intentos—. ¿Me estás escuchando?
—No —respondió el Jefe Alquimista con la cabeza gacha, luego dio una última calada a su cigarro y expulsó el humo hacia arriba—. ¿Encontraste lo que te pedí?
—Sí, aquí tienes —dijo Diluc entregandole el sobre con las cartas robadas—. Fue dificil dar con el ladrillo correcto.
—¿No las abriste?
—No... Aunque, me preocupa que no quieras decirme por qué no debo abrirlas.
—Solo se trata de confirmar unas sospechas, no tendría sentido contarte esas sospechas si cabe la posibilidad de que sean infundadas.
—Bien...
—Ahora espérame aquí, y vigila que no aparezca nadie a molestar —le pidió el Jefe Alquimista, el Héroe Oscuro se quejó algo receloso—. Después te lo explicaré todo, quédate aquí ¿Está bien?
—Como digas.
Tras despedirse moviendo la mano, Albedo ingresó a la oficina del grafólogo, con quién había hablado previamente antes de que el Héroe Oscuro le trajera las cartas de Eula Lawrence. El hombre lo invitó a tomar asiento haciendo un ademán con la mano, tenía una gran sonrisa en los labios, hasta el punto de que se le cerraron los ojos, el Jefe Alquimista se sintió incómodo por la falsedad que desprendía esa persona.
—No suelo atender a estas horas de la noche, normalmente lo hago hasta las 5 de la tarde, pero es obvio que esto es un caso especial, de dudosa legalidad.
—No se trata de algo ilegal, más bien, de un secreto de estado, le pediría absoluta discreción con esta investigación, bajo órdenes del rey Barbatos, no se puede difundir cierto acontecimiento reciente por el cual se vio afectado —dijo Albedo, el grafólogo lo miró de los pies a la cabeza.
—Así que algo relacionado con el rey... En ese caso, tendré que reservarme mis palabras con la gente del pueblo... pero tengo una pregunta.
—Diga.
—Si se acercaran los caballeros de Favonius a preguntar por este asunto ¿No importará si les digo a que ha venido usted, verdad? —preguntó el grafólogo jugando con sus dedos mientras miraba ladino al Jefe Alquimista, quien estaba repasando su excusa.
—Hay un conflicto interno entre los caballeros de Favonius, se sospecha que uno de los altos mandos es quien actuó para perjudicar al rey Barbatos, por lo que revelar esta información a cualquiera de ellos podría significarle, ya sea un agradecimiento del rey, o el encarcelamiento por complicidad. Es como tirar una moneda al aire.
—¿Ah sí? Comprendo, comprendo... ¿Y si viene el rey Barbatos en persona para preguntar? —cuestionó, Albedo se quedó callado, tardando más de lo que debía en formular una respuesta—. ¿Qué pasa? ¿Hay algo que me quieras decir?
—Solo me pareció un escenario muy inusual, el rey solo se aparece ante el pueblo para cantar alguna canción, él le deja estos asuntos a personas de su confianza, como yo —respondió el Jefe Alquimista, entonces el grafólogo se echó a reir, Albedo mantuvo la calma para no desesperar—. ¿Es prudente reir en una situación tan complicada?
—No engañas a nadie —dijo el grafólogo, esas palabras hicieron que un frío recorriera el cuerpo del Jefe Alquimista—. Si no sabes que responder ante la pregunta de "que hacer si viene el rey en persona", no estas trabajando precisamente para él... Además, esa gran bolsa de oro que traes en la cadera no es coincidencia.
—Tienes razón —respondió Albedo lanzando aquella bolsa frente a la silla del grafólogo, esta se abrió, por lo que varias monedas doradas quedaron desperdigadas en el suelo—. Ninguna de bronce, ninguna de plata.
—Impresionante. Pero, no es suficiente para comprar mi silencio, estamos hablando de algo que debo ocultarle al mismísimo rey de todo Mondstadt, no es cualquier tipo de secreto.
—No se preocupe, tengo más de esto en casa... en mis casas.
—Un niño rico... Lástima que nada en el mundo me haría traicionar la confianza de mi rey, ni siquiera si adquirieras una deuda eterna conmigo.
—Soy un alquimista, puedo hacer muchas cosas más allá de su imaginación.
Albedo propuso aquello con una gran confianza, mas en el fondo solo quería conseguir que interpretara los manuscritos, para luego deshacerse de él antes de que le cobrase por algo que no podía entregarle debido a las reglas del gremio de alquimistas en la Akademiya de Sumeru. El Héroe Oscuro se había metido a la vivienda por una ventana del segundo piso, para poder ser testigo de aquello que el Jefe Alquimista le estaba ocultando; en ese momento se encontraba junto a esa sala, con la espalda pegada a la pared para no ser detectado.
—Las "maravillas" de un alquimista nunca han sido de mi interés. Tu actitud no me agrada demasiado, así que me estoy planteando denunciarte ante los caballeros de Favonius por esta conspiración —lo amenazó el grafólogo, con disimulo Albedo llevó su mano a un puñal que tenía en el pantalón, preparado en caso de que necesitara usarlo.
—Puedo crear vida, puedo traer muerte, puedo dar la clave de la juventud eterna o fabricar el oro más valioso del mundo si se me place ¿Cree que los caballeros de Favonius son un problema para mi?
—Si le estás pidiendo a un pobre diablo como yo que guarde tus secretos ante ellos y ante el rey, tal vez no tienes tanto poder como dices. Estás dispuesto a negociar pacíficamente, así que... quizá si puedo hacer un trato contigo —dijo el grafólogo al levantarse de su asiento, entonces caminó hacia Albedo y se colocó a sus espaldas, este clavó sus uñas en sus rodillas, muy tenso e incómodo por la mirada de ese hombre.
—Lo escucho —respondió el Jefe Alquimista, entonces el grafólogo agarró los hombros de Albedo y les dio un masaje que no le agradó ni un poco.
—Tus trucos de alquimia no me llaman tanto la atención como... tu lindo rostro —comentó ese hombre, el Jefe Alquimista rodó los ojos, y Diluc abrió la boca consternado.
—El cuerpo humano es efímero, con el dinero en cambio, podría pagar cientos de noches con jóvenes con rostros mejores que el mío —expresó Albedo pretendiendo hacerlo cambiar de opinión, pero el grafólogo bajó las manos desde sus hombros a sus claviculas con un masaje intimo que le puso los pelos de punta.
—Pero no todos los jovenes son de tan buen ver... y ademas... no todos ellos estan desesperados por guardarle un secreto al rey... solo tu.
—Así que esto es una fantasía de poder —murmuró el Jefe Alquimista.
Parecía tranquilo, pero en realidad, tenía mucho miedo de ser obligado a entregarle placer a alguien que no era de su gusto; le hacía sentir remordimiento el hecho de que Kaeya estuviese "acostumbrado" a pagar de esa forma, por eso pensó que quizá, si él hacía ese sacrificio al menos una vez, no sufriría ni la mitad de lo que su amado había sufrido en toda su vida.
—¿Fantasía de poder? ¿Crees que me excita tener poder sobre un conspirador como tú? —le preguntó mientras bajaba las manos por debajo de su camisa, Albedo no soportó ese contacto, y por impulso se levantó de su asiento para evitarlo—. Incluso si te niegas, no tienes más alternativa, porque si no lo haces, ni aunque me pagues un millón de monedas más, voy a encubrirte.
—No entiendo a algunos hombres... ¿Qué clase de bestia irracional disfrutaría de someter a alguien en una posición de vulnerabilidad? —se preguntó el Jefe Alquimista, mientras el Heroe Oscuro se tocaba el pecho por una punzada; de pronto el grafólogo agarró los cabellos rubios de Albedo y lo hizo soltar un quejido que alarmó a Diluc.
—¡No disfruto de someter a alguien vulnerable, disfruto de golpear a putas traicioneras! —le espetó ese hombre al Jefe Alquimista antes de agarrarle el cuello con fuerza—. ¡Disfruto tambien de estrangularlas mientras me las follo!
—Esto no nos llevará a ninguna parte... —susurró Albedo, debatiendose entre asesinar a ese tipo, o cumplir con su misión para saber si Kaeya debía temerle a alguien de su propio bando; era muy difícil tomar una decisión cuando no era su vida la más perjudicada en todo ese problema.
—Cierra la boca —le ordenó el grafólogo apretando más fuerte su garganta.
El Jefe Alquimista se quejó de dolor, y solo aquello bastó para que Diluc apareciera silenciosamente en el salón, llegando a acercarse tanto que nadie se esperó que le diera un puñetazo brutal en la quijada al grafólogo, que lo tiró al suelo y lo alejó de Albedo. El Héroe Oscuro se arrodilló encima de ese tipo, y comenzó a destrozarle la cara a golpes secos, el Jefe Alquimista retrocedió desconcertado, la sangre en la cara de ese hombre no le dejaba saber si tenía la nariz en su lugar, si tenía todos los dientes, o si se le había zafado la quijada; a ese paso no quedaría nada de él para que leyese las cartas.
—¡Espera! —le gritó Albedo a Diluc, este se quedó con el puño levantado mientras veía como lloraba el aterrorizado grafólogo; debido a su máscara, el Jefe Alquimista no podía ver como se le inflaban las fosas nasales por esa explosión de ira—. ¡Si sigues vas a matarlo!
—Mírame... —gruñó el Héroe Oscuro, el grafólogo gimoteó histérico y le enseñó las palmas de las manos en señal de rendición—. Si te atreves a tocarle un solo pelo una vez más... te vas a arrepentir, ¿Oíste? ¡Te vas a arrepentir!
—¡Lo siento! ¡Lo siento! —exclamó llorando ese tipo, entonces Diluc lo agarró de la camisa para mirarlo a los ojos.
—Lee esas cartas ¡Ahora! —le ordenó el Héroe Oscuro, Albedo se puso tenso, no podía estar pasando que su compañero provisional supiera algo tan comprometedor; el grafólogo hiperventiló aterrado mientras Diluc le quitaba el sobre de las manos al Jefe Alquimista y se lo entregaba bruscamente.
—"Tu nombre ya no valdrá nada, tu nación ya no te amará, y tus palabras se desvanecerán sin que nadie más pueda oírlas. A partir de hoy disfruta lo que tanto amas, porque eso se acabará" Eula Lawrence —recitó el grafólogo, tenía los ojos hinchados por los golpes, pero podía reconocer la letra—. Tengo un registro de las escrituras de esa familia, la letra de Eula es muy prolija y elegante, pero es una persona tan intensa que deja marcas de la pluma al reverso de la hoja.
—¿Qué hay de la otra? —preguntó el Héroe Oscuro, Albedo se sintió tenso, no solo porque su compañero estaba enterándose de información que quería reservarse, sino porque pronto él sabría si los Lawrence tuvieron algo que ver con el envenenamiento de Kaeya, o si su amado estaba siendo víctima de su propia facción, fuera Snezhnaya o Khaenri'ah.
—"Empieza a decirle adiós a tus planes a partir de hoy, porque con un simple movimiento, te quedarás sin piezas para usar en este tablero". —El grafólogo leyó aquello en voz alta, Diluc se sintió algo confundido, podía entender a qué se referían con "las piezas de un tablero", pero no entendía porque los Lawrence amenazarían con estropear los planes de guerra de Barbatos, después de todo, ellos también eran ciudadanos de Mondstadt—. Esta letra es practicamente idéntica a la de Eula Lawrence, salvo por un detalle en la corrección de algunas letras, que son las únicas que se marcan ligeramente al reverso de la hoja; el puño de la señorita Lawrence es tan fuerte que marca todas las letras de forma visible, este trazo es más confiado.
—Eso quiere decir que alguien falsificó su letra... ¿Para qué? —se preguntó el Héroe Oscuro; el Jefe Alquimista miró hacia abajo, escuchar esas palabras se sintió como un golpe de realidad, y lamentaba tener que darle esa mala noticia a Kaeya; no quería imaginar cómo se sentiría su amado cuando supiera que no estaba a salvo de la zarina o de su propio padre.
—No cabe duda de que es una falsificación, que puede engañar a otros, pero no a mi —comentó el grafólogo, entonces Diluc volvió a agarrarle la camisa, y este chilló asustado—. ¡Por favor no me mate! ¡Haré lo que sea!
—Toma el dinero de esa bolsa, y si alguien te pregunta algo sobre estas cartas, no menciones nada, ni siquiera al rey. De lo contrario, la próxima vez que te haga una visita será para convertir tu cara en carne picada ¿Entendiste?
—Sí señor...
Tras ese acuerdo, el Héroe Oscuro y Albedo salieron por la parte trasera de esa morada, y caminaron en silencio con rumbo a los barrios bajos, donde solían estar para charlar más cómodos; pero el Jefe Alquimista no estaba dispuesto a hablar, sus preocupaciones le inundaron por completo la cabeza, porque luego de esa situación, tenía dos adicionales. No sabía qué hacer, porque si su compañero comenzaba a hacerle preguntas, si le contaba la verdad, si le decía que alguien deliberadamente había atentado contra la vida de un rehén político y no contra la del rey, si le pedía más detalles al respecto, quizás iba a poner en riesgo a Kaeya.
Si malpensaba acerca del Héroe Oscuro, era alguien bastante peligroso para la integridad del príncipe, un justiciero que por las noches combatía a delincuentes, que protegía a Mondstadt del mal, que se presentó ante él como alguien que quería cooperar en la investigación de un supuesto "complot contra el rey"; no podía ser alguien de fiar. Albedo se planteó un escenario donde tuviera que contarle toda la verdad a esa persona, y se preguntó qué haría con esa información; lo único que llegaba a su mente, era que el Héroe Oscuro le comunicara la verdad al rey, porque bajo su perspectiva, Mondstadt valía más que un rehén politico "inservible".
Porque eso era Kaeya para los demás, alguien prescindible, cuyo valor dependía de que sus aliados lo considerasen importante, quienes lo veían como un ser humano eran ignorantes de su verdadera identidad; por eso el Jefe Alquimista se cuestionaba si lo seguiría viendo con el mismo respeto por su vida, si no se hubiese enamorado perdidamente de él. Esa pregunta lo torturaba, porque no podía juzgar a otros por no proteger a Kaeya, si él, habiendo vivido una situación diferente, no hubiese sentido el mismo amor que seguía sintiendo por su antiguo amante.
Pero lo importante en ese minuto no eran sus sentimientos, debía tomar una rápida decisión, por proteger al príncipe, por proteger a su madre, a su hermanita y a su aprendiz, a quienes había arrastrado con él en su red de mentiras; por toda esa gente, debía sacrificar por primera vez y con sus propias manos, a una buena persona. Sin decir palabra alguna, Albedo comenzó a retirar su cuchillo de la vaina, imaginando que por haber omitido el tema, el Héroe Oscuro no sospecharía nada.
Era la primera vez que mataría a traición a una persona que actuaba en el nombre del bienestar colectivo, era de lejos lo más bajo que había caído, pero no iba a detenerse estando enterrado hasta el cuello. Entonces se giró de golpe empuñando la navaja con la intención de elevarla, para clavarsela justo debajo de la costilla, sin embargo, no pudo hacer ni un movimiento más, al sentir la punta de una flecha rozandole la frente; Diluc le estaba apuntando con su arco a una distancia tan corta, que si soltaba la flecha, sin lugar a dudas le atravesaría los sesos y saldría intacta a sus espaldas; lo había anticipado todo.
—Quieto —le ordenó el Héroe Oscuro, Albedo se quedó paralizado, con la presión baja y sintiendo vergüenza de sí mismo por haber sido descubierto—. Tira el arma.
—Está bien... —respondió el Jefe Alquimista, luego dejó caer el cuchillo y levantó las manos, con la mirada sombría y la cabeza gacha; sentía como si todo estuviese a punto de perecer por su culpa.
—Basta de secretos, tendrás que explicármelo todo.
—Prefiero morir... —murmuró Albedo, Diluc siguió apuntandole al centro de la frente.
—Estoy cansado de esta mierda, dime que es lo que estás escondiendonos a mi y a los caballeros de Favonius, ahora —le ordenó el Héroe Oscuro, el Jefe Alquimista exhaló, si le contaba la verdad, él podría delatar a Kaeya por el bien de Mondstadt, pero si se negaba a hablar, su compañero lo arrastraría al Ordo Favonius para que lo interrogasen, y el resultado sería el mismo.
—Dispara —le pidió Albedo, Diluc arrugó el entrecejo, en el fondo entendía muy bien que ese alquimista prefiriera morir para proteger a quien él también quería proteger.
—¿Por qué? ¿Por qué no estas pidiendo por tu vida? ¿Por qué no hablas? ¿Por qué... no te importa seguir viviendo? —preguntaba el Héroe Oscuro, Albedo suspiró soltando vapor de su boca, algo se había roto dentro de él, ya no se sentía estable, ni fuerte, ya no tenía el control de su propia vida.
—Prefiero morir antes que decirte la verdad... prefiero que me uses, que me chantajees para no hablarle de esto a los caballeros y al rey... incluso prefiero que me violes para comprar tu silencio, pero... yo no puedo decirte nada de esto... —dijo el Jefe Alquimista mientras se le caían las lágrimas una a una, pensando en su amado, en su familia, en Sucrose, que estaba tan expuesta al peligro, todo por su culpa.
—¿Cómo puedes decir eso? ¿Por qué estás dispuesto a tanto?
—No puedo decirtelo... —repitió Albedo con un llanto silencioso; Diluc se sintió muy mal al verlo llorar, él tampoco podía hablarle sobre su verdadera identidad, y tampoco podía decirle que ambos estaban investigando por la misma razón, lo de proteger a Mondstadt y al rey era una simple excusa para esconder que en el fondo, solo quería hacer pagar a quien envenenó a Kaeya.
—Si no te importa tu vida, significa que estas protegiendo a alguien más... —El Héroe Oscuro bajó el arma, y Albedo, rendido y desolado, negó con la cabeza como último recurso—. No hay otra razón... ¿Lo haces por amor?
El Jefe Alquimista no respondió, ya no había salida para él, su compañero no aceptaría sobornos, ni habría forma de convencerlo de que cuidase a Kaeya por más que fuera hijo del enemigo. Su mente no estaba al 100%, porque no veía una salida lógica para esa situación, todo era controlado por sus emociones y las que le causaba a los demás, ese día había visto a su alumna llorar colapsada, su amado seguía atrapado y su familia aún no se iba de Mondstadt para estar a salvo; y él una vez más cometió un error a su juicio, imperdonable.
Diluc siguió con la mirada las sigilosas manos de Albedo, vigilando si pensaba atacarlo una vez más; cuando vio una pequeña hoja de afeitar creyó que el Jefe Alquimista lo usaría en su contra, pero una corazonada le dijo que no sacara sus propias armas para defenderse. Entonces Albedo subió la hoja de afeitar hasta su propio cuello, y el Héroe Oscuro se lanzó a detenerle las manos, en pánico, forcejeando para detenerlo y que el filo no consiguiera tocar una arteria o su tráquea.
—¡Detente! —exclamó Diluc desesperado, esforzandose por no dejarlo concretar su suicidio—. ¡Albedo basta por favor! ¡No lo hagas!
—¡Tengo que! —replicó el Jefe Alquimista, hacía un esfuerzo sobrehumano de apartarle las manos, pero el Héroe Oscuro jamas dejaría que hiciera algo tan extremista—. ¡Te lo suplico...!
—¡No! —rugió Diluc usando las dos manos para sujetar violentamente las muñecas de Albedo, apretandolas hasta que por un reflejo involuntario este tuvo que soltar la navaja.
—Por favor... —El Jefe Alquimista rompió en llanto, ya no podía más, solo quería hacer un último esfuerzo para no estorbar a sus seres queridos—. Nunca lo entenderías...
—Albedo... —susurró Diluc preocupado, para luego abrazarlo de improviso con todas sus fuerzas; Albedo no se esperaba algo así, creyó que lo acusaría de traidor y que lo obligaría a confesar toda la verdad por la fuerza, y no sabía qué pensar de él por demostrarle compasión—. Calma... no tienes que hacer esto...
—No quiero... —susurró el Jefe Alquimista derramando lágrimas, después de pasar mucho tiempo fingiendo estar bien y poder él solo con todo lo ocurrido, se dejó ver sin corazas—. No quiero que mis seres queridos sufran...
—Te entiendo... no llores —le pidió el Héroe Oscuro mientras le daba una caricia en la espalda; Albedo lo abrazó también, y sollozó más frágil que nunca—. No voy a hacerte daño...
—No puedo decirtelo...
—Mírame —dijo Diluc, el Jefe Alquimista miró la máscara de pájaro que escondía la verdadera cara de su compañero—. No voy a delatarte, si estás haciendo esto por amor, no haré nada que te perjudique, ni a ti ni a tus seres queridos.
—No puedo ver tu rostro... —murmuró Albedo, el Héroe Oscuro sonrió, al menos eso si podía ser percibido por el Jefe Alquimista.
—Yo también tengo secretos que guardar —comentó Diluc, Albedo agachó la mirada, pues seguía sintiéndose inseguro y desconfiado, por eso su compañero lo abrazó más—. No me mires con esa cara.
—Ni siquiera te miré.
—Bueno, yo tampoco a ti. —El Héroe Oscuro sonrió más jovial, y el Jefe Alquimista le devolvió una sonrisa parecida, pero más discreta—. Si te prometo que no le contaré nada a nadie ¿Me explicarías lo que está pasando?
—Debo pensarlo... No es mi vida la que está en juego.
—Con mayor razón no dire nada ¿Podemos vernos mañana para charlar de esto? —le preguntó Diluc, entonces Albedo miró al horizonte y vio que el alba comenzaba a iluminar el cielo oscuro.
—¿Con mañana te refieres a mañana o en unas horas?
—En unas horas... deberías dormir, tienes unas ojeras terribles.
—Me encantaría poder decir lo mismo...
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