8. Fuego (Primera Parte)
Cumplí mi promesa, subí este capitulo la segunda semana del mes, mantendré este ritmo, eso si, este mes me vi algo más atareada porque comencé a buscar empleo y a tratar de ganar dinero, de todos modos el próximo año quiero estudiar ilustración, pero tener un empleo remoto no es mala idea... ¿O si?
Cuestión, el mes pasado después de subir el cap anterior, publiqué un aviso en el fanfic, estoy empezando a subir leaks de los capítulos y mis propios dibujos, por favor siganme, estoy en instagram y twitter como nightray1997, yo dibujé la nueva portada del fic y planeo seguir dibujando para reemplazar los separadores con mi propio arte.
Eso es todo, disfruten el cap, los amo ❤
Albedo y el Héroe Oscuro ingresaron bien cubiertos a la tienda de "El Yerbatero", el Jefe Alquimista se acercó primero a hablar con el vendedor, diciéndole en voz baja una frase en clave: "percibe tormentas"; dicha frase era un código para pedirle a los dependientes la omisión de su nombre a cambio de una gran suma de dinero, lo cual no representaba problema alguno para Albedo. Mientras tanto Diluc, con su verdadera identidad completamente irreconocible por la máscara y las pinzas y ataduras que usaba para que su cabello rojo no se notase, si fue reconocido con el nombre del "Héroe Oscuro" por todos los delincuentes presentes, quienes se quedaron callados de repente mientras lo observaban con recelo y temor.
Una vez Albedo terminó de decir esa frase, Diluc llegó a su lado y le hizo una seña con la cabeza al vendedor, este con miedo salió del establecimiento para guiarlos a la parte trasera; entonces comenzaron a interrogar al hombre, preguntando por los compradores de arsénico y drogas que aumentaban la fiebre y producían efectos afrodisiacos potentes. El dependiente miró al Jefe Alquimista como pidiendo explicaciones acerca de la intimidante presencia del Héroe Oscuro, Albedo le devolvió una mirada de incomodidad, pues tampoco le estaba agradando tener a ese tipo pegado a él.
De todos modos, el vendedor omitió que el Jefe Alquimista, oculto en esa misma capucha y caminando encorvado, le compró una dosis letal de arsénico blanco unos cuantos días atrás, y solo dijo que hacía dos días un ladrón apodado Fritz había adquirido todas esas cosas de una sola sentada; Albedo y el Héroe Oscuro se miraron, tal vez habían encontrado al mayor sospechoso, sin embargo continuaron preguntando acerca de los compradores de ese tipo de sustancias. Aquel hombre les dio una lista de los compradores, la mayoría utilizaban nombres falsos para presentarse en la tienda, el nombre falso de Albedo era "Durin", sin embargo el vendedor lo omitió de la lista considerando que el Jefe Alquimista si tenía de hecho un gran poder adquisitivo con el cual comprar su silencio frente al Héroe Oscuro.
Esa noche dos de los cuatro compradores de drogas con características similares a las utilizadas como distractores se encontraban visitando la tienda, Albedo pensaba desembolsar dinero para que hablasen, pero Diluc se le adelantó y tomó las camisas de esos delincuentes, arrastrandolos afuera del local mientras el resto salía huyendo, sin tomarse la molestia de enfrentar en conjunto al Héroe Oscuro. El Jefe Alquimista tragó saliva y siguió a Diluc, preocupado a sabiendas de que sus métodos eran muchísimo menos ortodoxos que los suyos; estando afuera del lugar, evitó mirar lo que su nuevo compañero le hacía a los dos delincuentes, solo escuchaba los golpes y llantos de pánico de ambos mientras el Héroe Oscuro les preguntaba con su engrosada voz que era lo que habían comprado y con qué fin lo usaron.
Albedo se cruzó de brazos y apoyó la espalda en la pared, resignado a que ese interrogatorio acabaría muy mal; uno de ellos le dijo que usó una droga que aumentaba la frecuencia cardíaca para causarle la muerte a una anciana que cobraba la renta en su hostal, otro dijo que usó el afrodisíaco en su hermana menor. Diluc se sintió especialmente irritado por eso último, ni él mismo entendía porque despreció tanto a ese delincuente en particular, pero de alguna forma su anécdota se sentía como un ataque personal; entonces el Héroe Oscuro consideró que esos tipos eran de una bajeza mayor de la cual podía tolerar, y retiró un gran cuchillo de su negro pantalón para liberar a Teyvat de ratas como esas.
Antes de que los chillidos aterrados de los delincuentes fueran silenciados por Diluc, el Jefe Alquimista intervino sugiriendole a su compañero que los dejara vivir si respondían una última pregunta; el Héroe Oscuro no estuvo de acuerdo, sin embargo Albedo lo ignoró y les preguntó a ambos si podían probar que efectivamente habían utilizado esas drogas en sus respectivas víctimas. Repletos de nervios ambos afirmaron que si podían probarlo, entonces Diluc y Albedo los condujeron amenazandolos con el arco del Héroe Oscuro hacia los lugares donde se encontraban las víctimas; el que había matado a una anciana los llevó hacia su residencia, donde aún se encontraban reunidos los vecinos velando por la mujer; entonces cumpliendo su promesa le dejaron ir.
El segundo, más tranquilo por ver que el otro interrogado estaba libre del Héroe Oscuro, los llevó a una choza donde él y toda su familia vivían hacinados, la familia en cuestión contaba con un padre y una madre ancianos, 5 hermanos mayores y una hermana menor, de al menos 15 años. El tipo les pidió que lo vigilarán desde afuera mientras él entraba dejando la puerta abierta; Albedo y Diluc se asomaron a mirar, por la forma en que ese delincuente la miraba, y el pudor y miedo que demostraba la chica, ambos compañeros dedujeron que efectivamente había coherencia en el relato de ese hombre.
Luego de un rato, antes de que el alba tiñera de azul claro el cielo estrellado, el delincuente salió de su hogar y vio al Jefe Alquimista y al Héroe Oscuro esperándolo a dos cuadras de distancia, apoyados de brazos cruzados en una pared; él se les acercó confiado en que como los hombres de honor que parecían ser, lo dejarían ir sabiendo que no estaba involucrado en cual fuese el caso que estuvieran investigando. Albedo le dijo a ese hombre que acababan de comprobar que no estaba involucrado en un intento de asesinato contra el rey de Mondstadt, Diluc miró de reojo al Jefe Alquimista, preguntandose por qué decidió hablarle del hecho puntual que los tenía a ambos en ese lugar, tomando en cuenta que debía mantenerse en secreto para que no se difundiera el rumor por toda la ciudad.
Lo comprendió cuando Albedo le devolvió la mirada y susurró en voz baja: "hazlo"; entonces, como si se tratara de una orden de vida o muerte, el Héroe Oscuro se movió rápidamente a espaldas del delincuente, retiró su cuchillo, y de un solo tajo le abrió la garganta, antes de que este pudiera reaccionar y gritar por ayuda. Como era costumbre para Diluc, cargó sobre su hombro el cuerpo de la lacra que había asesinado y se lo llevó hasta una alcantarilla que iba a usar para retirarse, el Jefe Alquimista lo siguió cruzado de brazos, y una vez el Héroe Oscuro abrió la cloaca y tiró el cadáver dentro, Albedo le dijo que debían reunirse otra vez en el mismo lugar para atrapar a los otros dos sospechosos; Diluc solo asintió y se lanzó hacia los túneles subterráneos, desde abajo compartió otra mirada de complicidad con el alquimista, y este último fue quien colocó la tapa de la alcantarilla.
Desde lo ocurrido con el veneno Kaeya tenía el sueño más ligero que de costumbre, esa mañana abrió el ojo apenas alguien entró por la puerta, mas fingió seguir dormido para no tener que interactuar con alguna persona desagradable como las sirvientas del palacio, o peor aún, con Barbatos o Zhongli; sin embargo con los párpados entreabiertos descubrió que sólo se trataba de Noelle, que comenzó a asear su habitación silenciosamente para no importunar su sueño. El príncipe sonrió, la mejor persona a quien toparse primero por la mañana era esa hermosa chica, así que fingió seguir dormido para espiar las acciones de Noelle, predispuesto a que esta se le acercara en algún momento; ella de vez en cuando se giraba para mirarlo, aliviada de que al menos estuviera "teniendo un sueño feliz" que lo hacía sonreír.
Luego de limpiar bien su cuarto, Noelle se acercó a la cama de Kaeya y se arrodilló a su lado para observarlo más de cerca, sus ojos olivo brillaban con dulzura y preocupación por su adorado príncipe Alberich, quien la dejó acercar su mano callosa a su rostro, ella lo tocaba repasandole con la yema de sus dedos los pómulos y labios, Kaeya era incluso más hermoso desde esa corta distancia, Noelle siempre pensó que lo era, pero desde lo que hicieron juntos en el cuarto de baño, su atracción por él se fortaleció más que nunca. Al principe de Khaenri'ah le parecía un encanto, aunque sintiera deseo y hasta amor por otras dos personas, él no podía negarse a los deseos de esa adorable muchacha, y al no tener una pareja oficial, consideraba que no estaba mal satisfacerla; por eso cuando ella tocó otra vez sus labios, él acercó su mano y le tomó la muñeca, sujetándola con delicadeza para besarle la palma de la mano.
—Sir Kaeya... —susurró Noelle, el príncipe abrió los párpados y la miró provocativo, la sirvienta se mordió el labio inferior, fantaseando con darle lo mejor de sí para hacerlo sentir placer.
—Buenos días preciosa —dijo el príncipe besando los dedos de la mucama, quien luego se acercó un poco más a él, apoyando los pechos sobre los hombros de Kaeya.
—Sir Kaeya, estaba tan asustada... —Los ojos de Noelle brillaron con tristeza, el príncipe Alberich le acarició las mejillas con los pulgares, ella a diferencia de otros dentro del palacio era tan transparente, tan fácil de comprender—. ¿Se siente bien? ¿No es doloroso?
—Me duele un poco el estómago, pero no importa, lo malo ya pasó mi amor... Todo está bien ahora —le aseguró Kaeya, Noelle suspiró encantada con su forma de hablarle, él siempre tuvo un tono de voz y un uso de las palabras que le parecía encantador.
—Sir... —susurró la sirvienta deslizando con delicadeza su mano sobre el pecho del príncipe, quería tocarlo más y montarse sobre él para comerselo a besos, pero era consciente de que no estaba en el mejor estado, quizá si se dejaba llevar iba a lastimarlo—. ¿Podría...?
—Tu puedes hacer lo que quieras, mi hermosa musa...
—Pero... No quiero lastimarlo... usted está muy delicado —respondió ella, entonces Kaeya le acarició los labios con un dedo, repasandolos mientras se adentraba cuidadosamente hacia el interior, Noelle se estremeció y cerró los ojos mientras lo dejaba entrar sin oponer ninguna resistencia.
—Tu no lastimarías a nadie preciosa, tus manos son más delicadas que este pequeño inconveniente —dijo el príncipe, la muchacha lamió su dedo moviendo la lengua y la cabeza, su manera de hacerlo empezaba a emocionar al príncipe, quien no pretendía ocultar su erección y su forma de observar a la chica como si quisiera devorarla; entonces Noelle se detuvo y lo miró ruborizada.
—Quiero... Es decir, ¿Puedo besarlo, Sir Kaeya?
—No lo dudes... Puedes hacerlo cuantas veces quieras.
Ambos hicieron contacto visual, acercando sus labios sin demora para sentirse igual de felices que aquella vez en que compartieron un breve pero delicioso momento de lujuria; la lengua de Noelle se movía desbordando una pasión reprimida, Kaeya sabía que ese tipo de besos buscaban más que una tierna manera de demostrar amor, por eso se atrevió a tantear suavemente uno de los blandos senos de la joven. La sirvienta gimió sin soltar los labios del príncipe Alberich y levantó el pecho para invitarlo a tocar mucho más, a Kaeya le encantaba Noelle por su honestidad, ella no temía verse como alguien "fácil" si lo que deseaba era placer, por eso el principe de Khaenri'ah se sentía algo identificado con ese aspecto, ya que poder escoger cuando sentir placer era un privilegio que no siempre podía darse.
Kaeya sonrió disfrutando los besos de la mucama, y dando pequeños apretones y masajes en los dos pechos de Noelle, quien dejó salir más gemidos y acarició el cuerpo del príncipe desde las clavículas hasta el pene, sin reparos en meter la mano debajo de los calzoncillos de Kaeya para masturbarlo. El príncipe Alberich quería levantarse y tomar las caderas de Noelle para descargar sus bajos instintos, sin embargo mientras se tocaban y besaban, una gran preocupación invadió la mente de Kaeya, pues a diferencia de su relación con Rosaria, él no podía proteger de Barbatos a la sirvienta si los tres vivían prácticamente bajo el mismo techo.
—Espera mi musa —pidió Kaeya, Noelle dejó de besarlo, pero siguió sobando su polla con la mano abierta—. Barbatos puede entrar por esa puerta, no sería bueno para los dos que eso ocurriera.
—El rey no está en el palacio —le aclaró la mucama, a Kaeya le resultó curioso que Venti no estuviera presente, encargándose del resto de los interrogatorios.
—¿Ah sí? ¿Y Morax?
—Se fue con el rey y su hijo mayor.
—¿Dijeron a dónde irían?
—Escuché que el rey Barbatos mencionó que irían a los dominios de la familia Lorenz —comentó Noelle sin recordar muy bien la pronunciación de ese apellido, Kaeya alzó las cejas con curiosidad.
—¿Te refieres a los Lawrence? —preguntó el príncipe mientras la sirvienta le bajaba el pantalón de pijama para poder masturbarlo mejor.
—Sí, creo que eso dijo... —murmuró Noelle arreglando un mechón de su cabello detrás de la oreja, por su forma de mirar el pene de Kaeya, estaba ansiosa por hacer más cosas con él.
—Ya veo... —susurró el príncipe Alberich acercando una mano a las tetas de la mucama, trató de desabotonar su blusa sin moverse de su sitio, pero ella terminó ayudándolo a destapar por completo sus blandos y redondos senos, a él le fascinaba la idea de chuparlos—. Antes de... ¿Dijeron algo más al respecto? ¿Sabes por qué fueron a verlos?
—No lo sé... —respondió ella mordiéndose un nudillo excitada, pues Kaeya estaba apretandole los pezones, girandolos suavemente con sus dedos, causando que se levantaran un poco más.
—¿Podrías hacerme un favor mi amor? —Preguntó el príncipe usando sus dos pares de dedos índices y pulgares para agarrar las tetillas de Noelle, moviéndolas hacia los lados, el resto de sus pechos también se movían por la menor sutileza de Kaeya.
—Todos los que quiera, Sir Kaeya... —dijo la joven con una voz lasciva, acercando el pecho para facilitar el disfrute del príncipe de Khaenri'ah, mientras ella devotamente le daba atención tanto a su pene como al escroto.
—¿Puedes tratar de oír las conversaciones que tengan que ver con los Lawrence? ¿O revisar la correspondencia de Barbatos para saber si hay algo relacionado a ellos? —le pidió Kaeya a sabiendas de que ella no lo cuestionaría.
—Eso haré Sir Kaeya... —susurró Noelle lamiéndose los labios mientras le daba un masaje que le terminó de levantar por completo la erección—. Haré todo lo que me pida...
—Eres tan hermosa... —El príncipe entrecerró los párpados mientras Noelle se le acercaba para besarlo otra vez, desde esa distancia Kaeya podía besar su boca y al mismo tiempo amasar sin reparos sus tetas suaves y pálidas.
—Quiero... Quiero ser suya, Sir Kaeya —susurró la sirvienta mientras el príncipe Alberich le besaba el cuello.
—Tu puedes ser mía y de quien quieras —respondió él, la muchacha se lamió los labios y miró la verga de Kaeya saboreandose los labios, él tuvo que interrumpirla nuevamente por precaución—. Espera preciosa ¿Puedes echarle llave a la puerta? No quisiera que alguien nos descubriera.
—Está bien, no tardaré, volveré enseguida para... —dijo ella al levantarse, entonces se mordió un dedo mirando fijamente la polla del príncipe, ansiosa por empezar a lamerla.
Noelle corrió hacia la puerta con sus senos rebotando, sin tardar le puso el cerrojo y colocó las llaves sobre uno de los muebles; entonces, antes de volver a acercarse, decidió llevar las manos hacia su espalda para desatar el corset de su uniforme, Kaeya la observó, y aprovechando que ella podría tardar un par de minutos en quitarse toda la ropa, se sentó en la cama tratando de levantar el cuerpo lentamente, aún sentía dolor de estómago e incomodidad, pero por su musa estaba dispuesto a aguantar eso. La mucama tiró el corset a un lado y se quitó el vestido dejándolo caer, luego se quitó la falda blanca que llevaba debajo y que le daba volumen a la parte inferior del vestido, y se quitó el resto de la ropa, incluyendo también sus medias blancas y las rosas de su cabello.
El principe de Khaenri'ah se abrió la camisa y se bajó los pantalones de la pijama hasta los tobillos, el hecho de tener que estirarse para quitarselos hizo presión en su sensible estómago, así que después de dejarlos a un lado volvió a poner la espalda sobre la cama, para descansar y aliviar ese dolor. Noelle regresó, sentándose a su lado, Kaeya sonreía mirando su cuerpo desnudo, la musculatura de sus brazos y abdominales estaba acentuada, sus piernas eran gruesas y su espalda un tanto más ancha que la de una mujer promedio, lo cual no dejaba de parecerle atractivo al príncipe.
Kaeya tocó los grandes gluteos de la sirvienta y le pidió que se sentara sobre su boca, ella no contestó, solo sonreía mientras comenzaba a masturbarlo otra vez, para luego gatear traviesamente hasta quedar entre las piernas del principe Alberich, agachada y lista para darle una mamada; a Kaeya le incomodaba un poco estar algo incapacitado y ser, bajo su percepción, el unico que iba a recibir mayor placer, trató entonces de convencer a Noelle de que hicieran lo mismo que hicieron en el cuarto de baño, pero la joven estaba determinada. La sirvienta abrió la mandíbula y de un solo bocado aprisionó el pene del príncipe dentro de su boca, esforzándose por llevarlo hasta la garganta; Kaeya se tapó la boca con una mano, viendo con mucha atención como Noelle movía la cabeza de adelante hacia atrás. De algún modo su manera de dar placer sin quejarse mientras le hacía un oral, practicamente sin poder respirar, enérgica y sonriente, le recordó mucho a sí mismo, y sintió remordimiento por creer que al igual que él con otros hombres, su musa estaba fingiendo disfrutarlo.
Por eso le pidió un tiempo fuera a la mucama, ella se detuvo y con lentitud retiró la empapada polla del príncipe de su boca; Noelle preguntó si había hecho algo mal, Kaeya con vergüenza le preguntó si ella se sentía bien haciendo eso, y Noelle respondió que lo adoraba, y que hacerlo con él era muchísimo más placentero que hacerlo con el rey Barbatos. Luego de eso la chica volvió a chupar el pene de Kaeya, esta vez con la cabeza de lado, el glande formaba un bulto en su mejilla, y Noelle gemía saboreandolo mientras masturbaba la base con una de sus manos; el príncipe de Khaenri'ah siguió preguntándose si realmente era capaz de hacer algo por ella, porque tal vez si le metía en la cabeza que escapar de Venti era una opción, y que lo que le hizo a ambos era aberrante, ella sufriría enterrando su ingenua forma de ver la realidad.
Tras chupar la punta antes de sacarla bruscamente de su boca, la sirvienta tomó sus pálidos pechos con sus palmas y los agitó contra el pene de Kaeya, a él le parecían preciosos, en el fondo solo deseaba curarse pronto de las secuelas del envenenamiento, para levantarse y abalanzarse sobre ellos para morderlos; después de ese placer visual, Noelle usó sus tetas para envolver la verga del príncipe, moviéndolas de arriba a abajo, apretando tanto como podía para estimular a Kaeya. La desventaja de sus senos era su blandura y suavidad, el nivel de fricción no era el mismo que obtenía usando sus manos y boca, así que pronto ella se cansó de hacer eso y volvió a masturbar al príncipe Alberich mirándolo a los ojos ardiente y ansiosa.
Kaeya respiró profundamente, se sentía acalorado y lleno de libido, pero también sentía culpa por creer que no estaba siendo de utilidad para su musa, al no poder moverse demasiado no era capaz de ponerse sobre ella para tocarla por todos lados, así que con algo de frustración le pidió que se detuviera un momento, ella lo hizo y se le quedó mirando sonriente y juguetona; el principe de Khaneri'ah pensó que esa mañana estaba siendo muy aguafiestas, y para compensarlo, llamó a Noelle para que se acercarse más a él. La sirvienta se acercó y con sus brazos fibrosos dejó acorralado a Kaeya contra las sábanas, el príncipe le acarició los omoplatos, susurrando que deseaba abrazarla; la mucama suspiró amorosamente y se recostó sobre el torso de Kaeya mientras se unían en un apasionado abrazo.
Sus bocas se encontraron una vez más, Noelle gemía frotando su zona genital sobre la polla del príncipe Alberich, él le acariciaba la espalda mientras sus lenguas se movían traviesas, hasta que decidió separar un momento sus labios para agarrar uno de los senos de la sirvienta, acercándose a chuparlo a la par que usaba la otra mano para apretar los glúteos de la chica; ella no resistía más ese aumento de calor, por lo que llevó las manos hacia atrás para tomar el pene, introduciendolo cuidadosamente en su vagina. Kaeya apretó incluso más las nalgas de Noelle, lamiendo sus pezones mientras hacía el esfuerzo de mover las caderas para penetrarla, incluso sintiendo malestar no dejaría que ningún inconveniente le impidiera satisfacer a su amante.
Noelle abrazó la cabeza del príncipe hundiendola en sus pechos, y para evitar que él se sintiera mal por su dolor abdominal, fue ella quien comenzó a mover de arriba a abajo el culo, chocandolo contra los muslos de Kaeya con una fuerza superior a la suya; el príncipe lo percibió como un desafío para saber cual de los dos iba a complacer más al otro, y si bien él no solamente estaba convaleciente, sino que también era más débil, de todos modos hizo uso de lo que si le era más efectivo con las damas: sus manos. Dejó entonces que la mucama rebotara sobre su dura polla, para concentrarse en pellizcar sus pezones con los dedos y masajear el clítoris con la otra mano, ella miró al cielo, gimiendo alto sin preocuparse por nada más que disfrutar, el príncipe Alberich se puso nervioso por lo fuerte que estaba gritando, y la besó de repente para evitar que alguien los escuchase follar mientras aprovechaban la ausencia del rey.
Por fuera de la habitación iba caminando el doctor Baizhu, cargando a Qiqi en sus brazos como de costumbre, de pronto escuchó un ruido extraño, como un quejido que lo hizo detenerse a dos metros del cuarto de Kaeya; para ir a indagar, dejó a la pequeña princesa de pie en el piso y regresó sobre sus pasos, quedándose parado frente a la puerta. El sonido le había resultado tan sospechoso, que para sacarse las dudas apoyó su oreja en la madera, el príncipe de Khaenri'ah seguía besando como un loco a Noelle, dejándola sacar solo algunos gemidos y quejidos; de todos modos Baizhu supo que algo indecoroso estaba ocurriendo allí dentro entre Kaeya y alguna mujer, pero no sabía identificar de qué mujer se trataba.
La sirvienta se separó del príncipe, dándose la vuelta para cabalgarlo enseñándole la espalda y sus tonificados glúteos, Kaeya disfrutó muchisimo palmearlos mientras ella los movía, su vagina estaba muy húmeda y eso hizo más sencillo que su polla entrara por completo sin doblarse dolorosamente; Baizhu los escuchaba con mayor claridad, pero todavía no era capaz de distinguir la voz de la chica, así que como último recurso, tomó a Changsheng y la envió por debajo de la puerta. La serpiente se arrastró atravesando el cuarto, Noelle por su lado agitaba las nalgas gimiendo como si el pene del príncipe Alberich fuese la mejor fuente de placer, Kaeya las apretó, él sonreía mirándola moverse, su amante era tan fogosa y despampanante que agradeció al cielo por poder tenerla ahí en su cama, sin que el malnacido del rey pudiera descubrirlos.
La serpiente no pudo arrastrar el delantal de Noelle con su pequeña mandibula, sin embargo, llamaron su atención un par de rosas de color rojo tiradas en piso, las cuales si pudo morder; el príncipe de Khaenri'ah apretó las sabanas con las manos, ya no aguantaba más, los calidos fluidos de la mucama hacían que su pene ardiera, cosa que iba a ser un problema si se corría dentro de Noelle. Rápidamente Kaeya le avisó a su musa que iba a eyacular, ella no hizo caso a la advertencia y siguió gozando, por lo que el príncipe tuvo que sentarse e intervenir él mismo, sacando su polla a tiempo para esparcir su semen sobre los glúteos de la sirvienta.
Changsheng reptó de vuelta por debajo de la puerta, llevando en su boca un petalo rojo, el cual tomó el doctor Baizhu, observandolo detenidamente mientras una sonrisa aparecía en su rostro; dentro del cuarto el cansado príncipe giró a Noelle para que esta se recostase boca arriba sobre la cama, ella le pidió que no se esforzara porque no estaba bien de salud, pero él no iba a obedecerla, pues consideraba una falta a su honor no ocuparse de que sus amantes llegasen al orgasmo también. Por eso presionó sus dedos contra el clítoris de la mucama, moviéndolos sin parar como si estuviesen vibrando, Noelle se cubrió la boca, sus piernas se movían reaccionando a lo que le hacía Kaeya, que además de masturbarla, también aprovechó el momento para chuparle los senos, dejando varias marcas y mordisqueando sus pezones.
La sirvienta ya no le vio sentido a reprimir su voz, el príncipe Alberich era tan bueno tocandola, que ella solo podía actuar en consecuencia gimiendo desesperada, agitándose y moviendo brazos y piernas mientras Kaeya pellizcaba sus pezones y le metía dos dedos, presionandole el clítoris con el pulgar; Noelle cerró los ojos, diciendo entre cada gemido que amaba profundamente al príncipe, que lo amó desde el momento en que cruzaron palabras. Kaeya suspiró, ella le parecía una ternura, pero también le daba lástima pensar que ninguno de los dos podía ser libre para vivir las fantasías de Noelle, pues dos víctimas difícilmente iban a salvarse la una a la otra.
Luego de unos minutos haciéndola temblar de placer, el principe de Khaenri'ah acercó los labios a la oreja de su amante, susurrandole lo maravillosa, dulce y hermosa que era, Noelle lloraba de felicidad, sus gemidos resonaban en toda la habitación, y a Kaeya ya no le importó guardar las apariencias, porque en esos momentos solo le interesaba hacerla sentir bien. La mucama tensó su musculatura y se aferró a las sábanas con los dedos de las manos y los pies, liberando un fuerte orgasmo que empapó de un líquido viscoso los dedos del príncipe Alberich, después de medio minuto Noelle se relajó, tomando aire muy cansada; Kaeya gateó hacia ella y la besó con pasión, su musa abrió sus brillantes y húmedos ojos, y lo abrazó dándole afectuosas caricias en la espalda, quizá su confesión de amor había sido opacada por el pecaminoso momento, por lo cual decidió repetirla luego de ese beso, para que el príncipe fuese consciente de que ese "te amo" era genuino.
Barbatos iba por delante de la caballería, a su lado derecho se encontraba Alatus y al izquierdo estaba Morax, ambos en corceles de su propia escolta, y por detras los seguía Jean Gunnhildr liderando a sus caballeros; al príncipe de Liyue le parecía preocupante que el rey de Mondstadt estuviese tan serio, normalmente sonreía ante cualquier situación, pero no en una como esa. Venti encaminó al grupo en dirección al territorio de los Lawrence, afuera de la ciudad y del Lago de Sidra, Jean estaba muy nerviosa, pues por la forma de actuar que tenía su rey en esos momentos, se encontraba predispuesta a una masacre indiscriminada; de cierta forma eso la asustó, su honor le impedía acabar con todo un clan en desventaja numérica, pero su sentido del deber iba a chocar con esas convicciones e imponerse sobre ellas si Barbatos le ordenaba atacar.
Al llegar, descubrieron desconcertados que una formación de soldados igual de numerosa que la suya estaba custodiando los alrededores de la mansión Lawrence, el monarca aceleró el trote de su caballo y pasó por delante de esos hombres, preguntando por qué razón se hallaban ahí; el caballero Huffman Schmidt se paró delante del soberano y respondió con respeto y firmeza que por órdenes de la Capitana de la compañía de reconocimiento debían mantenerse en ese sitio hasta nuevo aviso. Alatus miró de reojo a Barbatos, el rey lucía serio, pero lo vio tragar saliva sudando con nerviosismo, lo que estaba ocurriendo era inaudito para el príncipe de Liyue, mas para Venti resultó predecible, pero problemático, como si uno de sus peores temores se estuviera cumpliendo.
Jean observó a la caballería del lado de los Lawrence, aquellos soldados que alguna vez le juraron lealtad al monarca de Mondstadt y que él creyó haber formado como hombres de honor, se hallaban inamovibles y serenos, vigilandolos. No actuaban de forma intimidante, pero la Gran Maestra Intendente y el rey vieron aquello como el inicio de una sublevación, y como si en cualquier momento por las órdenes de una persona en concreto, esos "leales" soldados se voltearían en contra de la corona.
Antes de que Jean ordenara el ingreso por la fuerza dentro de la residencia, alguien abrió la puerta principal, era la mismísima Eula Lawrence saliendo tranquilamente de su morada, ninguno de sus parientes la acompañaba, a la Gran Maestra Intendente le pareció cobarde de parte del resto de los Lawrence no dar la cara junto a una de las miembros más jóvenes del clan. Eula saludó amablemente a los caballeros de su lado, y Huffman le acercó un caballo, el cual ella montó de inmediato, avanzando el resto del tramo sobre el para poder mirar a Barbatos desde la misma altura, porque bajó ningún motivo iba a permitir que este la viese como alguien pequeña, nunca más.
—Eula... —dijo Venti sonriendo ladino, ella estaba seria, con la frente en alto y mirándolo directamente a los ojos, como si su forma de hablar y sus miradas predatorias ya no la asustaran como cuando era una niña—. Recibí tus cartas... Un gesto muy romántico de tu parte.
—No se suponía que transmitiera esa sensación, pero, al parecer dieron resultado, puedo ver el miedo que hay debajo de tu máscara —respondió ella, el rey mantuvo su hipócrita sonrisa, pero Alatus gruñó expresando la misma rabia que escondía Barbatos.
—Espero sus órdenes... —le susurró el príncipe de Liyue a Venti, preparado para tomar su lanza y arrojarla hacia esa mujer si él se lo pedía.
—No interfieras —Morax le dirigió la palabra a su hijo severamente, Alatus inclinó la cabeza con respeto, a pesar de que le molestaba no tomar una participación activa en favor de Barbatos.
—Estás arrestada, querida —le dijo el monarca de Mondstadt a Eula Lawrence, esta fingió sorpresa.
—¿Por qué motivo? Es mi derecho saberlo.
—Sí sí lo que digas. —Barbatos se giró entonces hacia Jean para darle una orden—. Gran Maestra Intendente, por favor aprese a esta mujer.
Al escuchar las palabras de su rey, Jean Gunnhildr hizo avanzar a su caballo para posicionarse junto a Eula con unos grilletes que pretendía colocarle, sin embargo, dos caballeros del lado de los Lawrence se interpusieron sobre sus monturas a los costados de Eula, guardando la compostura a pesar del miedo a las represalias.
—¿Qué significa esto? —preguntó Venti sin la necesidad de alzar la voz, Huffman infló el pecho para demostrar su valentía al responder su duda.
—El protocolo de juicio contra un alto mando de los caballeros de Favonius impide que se encarcele al Maestro acusado, sin conocer los motivos del arresto ni tener pruebas contundentes para el mismo —expresó Huffman, Jean y Zhongli miraron con desconcierto a Barbatos, no podían creer que un soldado cualquiera estuviera diciéndole al rey cómo debía llevarse a cabo un procedimiento como ese.
—Arrestenla —reiteró Barbatos sin dejarse alterar, otros caballeros cabalgaron hacia Eula, pero los que estaban de su lado avanzaron hasta encontrarse cara a cara con ellos.
Las pupilas de Alatus se hicieron más pequeñas, quienes protegían a esa tipa eran tan numerosos como la propia caballería del rey, por eso el príncipe llevó una mano a su espalda, empuñando el mango de su lanza, a la espera de una orden para atacar. Sin embargo Jean y Venti no podían dar aquella orden, la situación era desventajosa para ellos, porque iniciar un ataque, tomando en cuenta las lealtades de los caballeros presentes, iba a desatar no solo un enfrentamiento mortal en ese sitio, sino también, el inicio de una posible guerra civil, pues no era coincidencia que Eula tuviese de su parte a un gran número de soldados.
—El motivo de este arresto es un intento de asesinato contra el rey Barbatos —habló el emperador de Liyue con su profunda voz, los soldados de parte de Eula tenían mucho miedo, pero lo enfrentaban guardando la calma, listos para el desenlace de esa situación, fuera cual fuera—. Para fortuna del mismo, fue un catador quien bebió el veneno por él.
—Con todo respeto su excelencia ¿Qué pruebas hay que incriminen a la Capitana? —preguntó Huffman, Barbatos estaba callado, con la mirada al frente, pero sintiéndose incapaz de responder sin explotar por la ira.
—Cartas de amenaza firmadas por ella —respondió Zhongli, Alatus bufaba, pensando que solo perdían el tiempo con palabrerías.
—¿Traen consigo esas cartas? ¿Fueron presentadas ante la Gran Maestra Intendente? —cuestionó Huffman, Barbatos clavó las uñas en sus propios muslos, sintiendo la mirada de reproche de Morax sobre él.
—No consideré necesario llevarlas conmigo, no es pan de cada día que mis propios soldados cuestionen mi autoridad... —comentó el monarca bajando la voz al final por sentirse humillado y traicionado.
—Su majestad, el código establece que la acusación a un alto mando debe ser presentada con pruebas contundentes ante la Gran Maestra Intendente, y que el alto mando acusado debe permanecer recluso dentro del cuartel general con un trato digno hasta que empiece su juicio donde se determine la veracidad de las pruebas en su contra —recitó Huffman sin el afán de verse insolente, no obstante incluso con esa precaución Venti emanaba odio al notar que era el "vocero" de los Lawrence—. Si usted o la Gran Maestra Intendente tienen esas pruebas a su disposición, estamos listos para escoltar a la Capitana rumbo al cuartel general, yo mismo me encargaré de guiarla hasta allá.
—Ella reconoció haberlas enviado ¿Eso no te basta? —cuestionó Barbatos arañandose las piernas, el emperador de Liyue se tocó la frente avergonzado por la forma que tenía Venti de llevar a cabo ese arresto.
—No estoy al tanto de tal confesión.
—¡Lo dijo hace unos minutos!
—¿Alguien fue testigo? —preguntó Huffman girándose hacía sus caballeros, quienes negaron con la cabeza.
—¡Yo soy testigo! —exclamó el príncipe Alatus con fiereza, Barbatos lo miró de arriba a abajo, sonriendo feliz por su apoyo—. Incluso llegué a leer esas cartas por mí mismo.
—De todos modos, reitero que esta caballería está dispuesta a entregar a la Capitana si la Gran Maestra Intendente posee las pruebas en su contra y emite por sí misma una orden de arresto.
—¡El rey está en todas sus facultades de ordenar el encarcelamiento de quien quiera! —exclamó el caballero Lawrence, quien a pesar de llevar el nombre que llevaba, le debía absoluta lealtad al monarca de Mondstadt.
—Sin pruebas sólidas el encarcelamiento contra un alto mando es una decisión arbitraria que el resto de Maestros, Generales y Capitanes desaprobarán —contestó Huffman siendo el único capaz de sobrellevar el conflicto mientras Eula Lawrence sonreía con seguridad—. Así que quisiera preguntarle a la Gran Maestra Intendente ¿Tiene en su poder las supuestas cartas que incriminan a la Capitana Eula?
—No... —dijo Jean preocupada por lo que estaba ocurriendo, los soldados del lado de los Lawrence tenían unas claras intenciones de rebeldía, pero por la forma de hablar de Huffman Schmidt, estaban aferrándose a procesos legales y hasta excesivamente burocráticos para salvarle el pellejo a Eula.
—Su majestad, nos mantendremos en esta residencia hasta que vuelvan con las pruebas y la orden de arresto, entonces escoltaremos nosotros mismos a la Capitana Eula hasta el cuartel general —expresó Huffman inclinando la cabeza como si realmente estuviera bajo las órdenes del rey.
Hubo un largo silencio entre ambas partes, el emperador de Liyue vigilaba de brazos cruzados a Venti, presionandolo para que no tomase una decisión impulsiva y estúpida como atacar, porque si bien todos estaban listos para combatir, iniciar un conflicto interno era algo completamente desventajoso para el contexto de la guerra, y la postguerra. El rey Barbatos no quiso sacar la voz, por lo que solo se limitó a darle una seña con la cabeza a la Gran Maestra Intendente, y esta dio la orden de retirada a los demás caballeros.
Mientras iban de vuelta por el camino arbolado, nadie se atrevió a mencionarle ese tema al monarca, los soldados hablaban entre ellos sacando teorías sobre como una Lawrence consiguió comprar a tantos caballeros, pero la realidad que Jean y Zhongli conocían de sobra, era que la Capitana de la compañía de reconocimiento Eula Lawrence, se había ganado con su propio esfuerzo la lealtad de esas personas. Morax y la Gran Maestra Intendente comenzaron a charlar entre ellos en voz baja, juntando a sus caballos para estar en mayor cercanía, Jean le dijo que en el campo de batalla un buen soldado obtenía los corazones de sus hombres, y que por desgracia, Eula a diferencia del rey no se escondía hasta el final de las filas, ella avanzaba hasta la primera línea y lideraba la batalla impidiendo que el pánico decidiera el destino final aunque estuvieran en inferioridad numérica.
El emperador comentó intrigado que si esa mujer había conseguido obtener la lealtad de importantes miembros de la milicia, nada le impedía obtenerla también de aristócratas, jueces y banqueros, lo cual significaba el inicio del fin para Barbatos si no era capaz de controlar la situación. Mientras ellos hablaban de sus preocupaciones, el príncipe Alatus iba codo a codo con Venti, quien con la mirada hacia adelante y expresión seria ignoraba a todos a su alrededor.
—Esto es injusto... —murmuró Alatus agachando la cabeza, Barbatos no lo miró, pero hizo una pequeña mueca con los labios que mostraba su aflicción—. Si usted me lo hubiera pedido, los habría acabado a todos.
—Fue una declaración de intenciones —intervino el emperador, su hijo se quedó callado, tragando saliva con nerviosismo por anticipar un regaño de su padre—. Haber atacado hubiera sido una decisión completamente impulsiva y estúpida, con esto nos dejaron claras algunas cosas...
—Están al tanto de los movimientos del rey —dijo Jean.
—Los Lawrence no están solos ante el conflicto —agregó Zhongli.
—Y están asesorados legalmente —finiquitó la Gran Maestra Intendente, Venti guardó sus ganas de llorar de frustración, pues ya bastante tenía con verse como alguien inferior incluso por causa de su amante y Jean Gunnhildr.
—Entonces solo nos queda... —murmuró el rey Barbatos, pero hasta tener que admitir eso en voz alta le resultaba una completa humillación—. Les ganaremos incluso siguiendo sus reglas, así de patéticos son.
—No, no lo son —lo contradijo Morax, Venti lo miró pasmado y ofendido—. Menoscabar a los miembros de esa casa no te hará ver más grande, debes asumir tu error y hacer lo que tengas que hacer para mantener la estabilidad en Mondstadt, aunque eso pisotee tu orgullo.
—Vamos Morax ¿De que error me hablas? Yo no recuerdo haber cometido un error que causara que mis propios soldados se fueran en mi contra, ellos son pura excelencia ¿No es así? —le preguntó Barbatos a sus caballeros, ellos respondieron un enérgico "sí" y lo adularon sin parar mientras el emperador de Liyue miraba con absoluta desaprobación a su amante.
—Cuando eres un individuo ladino, conspirar contra un rey es una decision facil de tomar, pero, si todo un escuadron decide desafiar la autoridad de un rey, no es cuestión de ladinería, es cuestión de convicciones —dijo Zhongli logrando que Venti sellara la sonrisa de sus labios, mirando hacia los lados para saber qué reacción tendrían sus hombres al ver como Morax dudaba de su liderazgo—. Sea lo que sea que haya pasado con esa mujer, arreglalo por las buenas, por la seguridad de tu pueblo.
—Los Lawrence me escupieron en la cara cuando los ayudé con una mala situación financiera ¿Acaso mi error fue ser compasivo con ellos?
—Suficientes excusas —respondió Morax, Venti agachó la mirada, cada vez más abochornado por no quedar bien ante sus soldados—. Buscar formas de justificarte solo aumenta tu mediocridad, si no pudiste controlar esto antes de que ocurriera, no finjas que puedes hacerlo ahora que se salió de control.
—Padre, yo... —susurró Alatus inseguro, el emperador le dedicó una breve mirada expectante, y su hijo se sintió acorralado, contradecirlo sería una insolencia, pero agachar la cabeza lo convertiría en un cobarde—. Pienso que el rey Barbatos es más que capaz de mantener bajo control una ofensa como esa, le doy mi voto de fe.
—Entonces que lo demuestre —comentó Morax poniendo en marcha a su caballo para avanzar por delante de Venti, haciéndolo sentir aún más inferior a él—. Veamos si no desperdicias ese voto de fe, viniendo de ti, es uno con un gran valor.
—Sé que no será el caso —respondió Alatus sin dudarlo, su padre le sonrió, valoraba que su primogénito aprendiera a ser tanto respetuoso como firme.
Zhongli avanzó por delante de toda la caballería, algunos soldados tenían el deseo de increparlo para defender a su rey, pero su sola presencia les hacía inclinar la cabeza como un montón de perros frente a un alfa; Alatus en cambio cabalgó justo al lado de Venti, cuyos labios temblaban por la necesidad reprimida de llorar, el príncipe era conciente de que tocarlo o expresar afecto por él en ese momento solo empeoraría las cosas, porque Barbatos no deseaba verse vulnerable y débil, no quería la lástima de nadie. Por eso el príncipe alzó la cabeza y le susurró unas palabras para no tener que tomarle la mano o palparle la espalda condescendientemente.
—Usted puede lograr cualquier cosa —susurró el príncipe de Liyue, Venti lo miró de reojo suspirando afligido—. Nunca lo dude, como yo no dudo de usted.
—Tus palabras son tan precisas... —murmuró el monarca, ambos se miraban con preocupación, hasta que por el paso de los segundos se concentraron en la belleza del otro, Alatus veía a un ángel de piel clara y suave, Barbatos a un apuesto guerrero, que reunía las características que amaba de Morax y las que más le gustaban de sí mismo, era perfecto.
—Mi lanza está con usted, hasta el final de los tiempos —le juró el príncipe de Liyue, Venti lo observaba detenidamente, ya no se negó a la tentación de sus músculos y su piel joven, quería tocarlo, repasar cada fibra de su cuerpo con sus uñas afiladas y dejar marcas en zonas que su padre nunca podría ver.
—Alatus... —El monarca suspiró el nombre de su fiel guardián, quien tenía sus ojos puestos en él con el mismo deseo, era algo completamente mutuo.
—Barbatos... —susurró de vuelta el príncipe de Liyue, Venti empezaba a parecerle cada vez más sensual, sus iris aguamarina ya no reflejaban dolor, en cambio le estaban mostrando complicidad, ansias, libido, lo cual quedó en evidencia cuando el rey de Mondstadt llevó esa brillante mirada hacia la entrepierna de Alatus, dejándole claro que era lo que en verdad deseaba de él cuando lo veía de esa forma.
Kaeya continuó durmiendo con una sonrisa en los labios luego de haber desayunado una sopa ligera, la misma Noelle después ayudarlo a vestirse fue en busca de una bandeja para alimentarlo, su compañía estaba haciendo que sus mañanas en el palacio fueran muchísimo más agradables, aunque también influía en ello el hecho de que al estar convaleciente, Barbatos y Morax le dieron su espacio para recuperarse de sus lesiones internas. Mientras el príncipe dormía, otras personas dentro del palacio estaban en constante movimiento, Sucrose caminaba de un lado a otro dentro del laboratorio, repasando mentalmente lo que le diría a los guardias cuando la interrogaran dentro de algunos minutos, el doctor Baizhu cuchicheaba con las criadas, escuchando rumores y chismes baratos, no iba a hacer distinción entre la información verídica y la falsa, pues todo lo que necesitaba era conocer varios detalles sobre una persona en particular.
Albedo regresó al palacio con la cabeza en alto, los soldados sudaron al verlo de vuelta, pues luego de que se lo declarara inocente despues de su tortura, era un tanto incómodo sentir la dureza de su caracter, juzgandolos como incompetentes. En sus planes estaba darle sus reportes a Kaeya, no había sido tan fructífero haber estado investigando la noche entera, y la presencia del Héroe Oscura le parecía tanto provechosa como poco conveniente; al llegar al cuarto del príncipe, se detuvo silenciosamente en la puerta, pues mientras Kaeya dormía profundamente, alguien lo estaba mirando fijo junto a su cama como un buitre.
Ajax tenía sus opacos ojos sobre las delicadas facciones del príncipe Alberich, su expresión seria le resultó inquietante al Jefe Alquimista, era indescifrable y a la vez, parecía guardar rencor en ella; pero Albedo jamás habría podido comprender todo lo que estaba pasando por la cabeza de Childe en ese momento, y cómo aquello se le clavaba en el alma como cuchillos de culpa y desprecio. Las voces de su cabeza se contradecían las unas a las otras, algunas le dijeron que si hubiera actuado antes, sin seguir las recomendaciones de cautela que le dio Scaramouche, el príncipe no se habría bebido ese veneno, otras voces le decían que Kaeya era un imbecil que por robarse el vino del rey por poco tira por la borda toda la misión, estas últimas palabras se replicaban sin parar alimentadas por sus temores, sobre como un error del estúpido principe pondría en riesgo la seguridad de sus hermanos y el indulto de la traición a su patria, sobre como él mismo tenía la responsabilidad de salvarlo y el deber de dejar atrás a Zhongli, por quien había estado llorando a escondidas durante las noches de su estadía en Mondstadt.
Albedo comenzó a acercarse con pasos ligeros, vigilando a Tartaglia sin que este lo notase; Ajax hizo una mueca de desprecio observando al principe de Khaenri'ah, sus voces de odio y la realidad de ese momento se entrelazaban con el recuerdo de Scaramouche apuntandolo con el dedo durante la reunión con el grupo mercenario de los Fatui, preguntandole acusatoriamente si él había intentado envenenar al rey Barbatos en un impulso de acelerar el rescate del príncipe. Childe no daba crédito a la cantidad de problemas que podía darle un simple afeminado con el solo hecho de existir, mientras lo miraba dormir veía en su cara la memoria del líder del escuadrón mercenario sonriéndole con sus afilados dientes, Ajax no tuvo miedo en ese momento y desinteresadamente le dijo a Scaramouche que él no había tenido nada que ver con ese envenenamiento, y que por tanto no podían culparlo de casi asesinar por accidente al propio príncipe Alberich.
De pronto Tartaglia se sentó en la cama de Kaeya, con la mirada ensombrecida por los delirios chirriantes que le gritaban que el príncipe era el culpable de sus propias desgracias y que no era digno de un rescate, mientras que otras voces le decían que era como un niño en el cuerpo de un adulto, que por ende no era consciente de nada y él debía protegerlo a toda costa. Albedo caminó con la mano posada en la empuñadura de su espada, la cual permanecía guardada en la funda, al pendiente de las dudosas intenciones de ese tipo tan raro, quien poco a poco iba acercando las dos manos hacia Kaeya, cosa que alertó a Albedo, pues o bien ese extranjero deseaba tocarle el pecho o bien quería rodearle el cuello con los dedos para estrangularlo; ninguna de esas posibilidades le agradó al Jefe Alquimista.
—Lárgate. —Tartaglia se levantó de un salto al escuchar esa voz, fijándose luego en el joven de baja estatura que con tanta autoridad le había ordenado irse.
—¿Y tú quién eres? —preguntó Ajax con más seguridad al ver el aspecto de Albedo.
—Albedo Kreideprinz, Jefe Alquimista del rey Barbatos. Retírate ahora mismo, tengo que hablar con el príncipe Alberich —reiteró, Childe dejó salir una discreta risa, pues según su parecer el Jefe Alquimista era un pelele que pensaba que lo intimidaría diciendo en voz alta su rango.
—¿Y si yo tengo algo más importante que decirle? Mejor espera tu turno —respondió Tartaglia, Albedo no dijo nada al respecto, simplemente lo miró directo a los ojos mientras se acercaba a él con pisadas lentas y firmes, Ajax frunció en ceño y colocó la mano sobre una de las dagas que llevaba en el pantalón, no porque sintiera miedo, sino porque era consciente de que ese alquimista tampoco lo sentía.
—Entonces, despiertalo.
—Despiertalo tu ¿No ves lo bien que está durmiendo? No quisiera interrumpir sus sueños.
—Al rey le gustará saber que te sentaste a su lado e intentaste tocarlo con ambas manos, está buscando un culpable y eso le vendría de maravilla.
—Si te atreves a...
—¿Tienes miedo? Bueno, puedo olvidar esto si te largas de una vez y me dejas a solas con él.
—No estaba intentando nada de lo que crees... En serio, si dices una sola palabra sobre esto voy a...
—Cierra la boca. No está en mis planes echarle la culpa al primer necio que me encuentre por la mañana, pero si vuelves a acercartele a Kaeya de la forma en que lo estabas haciendo, no lo dudes, voy a matarte —dijo el Jefe Alquimista, Childe se hubiera reído si lo hubiese considerado alguien inferior.
—¿Me estás desafiando? ¿Quieres saber quien de los dos es mejor con la espada? —preguntó Tartaglia sonriendo con entusiasmo y tensión, sin embargo Albedo no se alteró.
—No busco medirme en combate contigo, simplemente dije que te mataré si vuelves a intentar algo sospechoso que lo ponga en riesgo.
—Para matarme primero debes enfrentarte a mí, así funciona —le dijo Tartaglia, sintiendo de un momento a otro dos dedos del Jefe Alquimista clavandose fuertemente contra sus costillas, lo cual lo hizo toser un poco ahogado.
—¿Sentiste eso? Es el tiempo que necesito para clavarte un cuchillo, justo debajo de las costillas para desangrar tu corazón; cuestión de segundos.
—De acuerdo, si fue rápido... pero si no lo harás limpiamente entonces no vale la pena como guerrero.
—Es porque no soy un guerrero. No tengo que jugar limpiamente, solo tengo que cuidar la vida del príncipe sin importar el método.
—Qué curioso, yo tambien quiero hacer lo mismo —comentó Childe, en ese momento Kaeya se quejó mientras despertaba de su siesta, Ajax se puso tenso, al igual que el mismo príncipe al abrir los ojos y darse cuenta de que estaba ahí; la expresión de Kaeya le dejó claro a Albedo que la presencia de ese tipo no era grata para él.
—Bien, ya despertó ¿Querías decirle algo? —cuestionó el Jefe Alquimista, el príncipe de Khaenri'ah abrio la boca asustado, pues la última vez que estuvo cerca de Childe, este había empleado un cuchillo para intimidarlo; automáticamente el subconsciente de Kaeya empezó a decirle que ese tipo pudo haber intentado envenenarlo.
—Yo no... —murmuró Tartaglia, por la forma en que lo miraba el príncipe, seguro estaba pensando que tenía malas intenciones con él—. Tal vez si nos dejaras en privado...
—No —contestó Kaeya tajantemente, Ajax se rascó la cabeza nervioso—. Vete.
—Ya lo oíste, fuera de aquí.
—Pero yo solo quería saber como estaba —se excusó Childe, y el príncipe Alberich echó la cabeza hacia atrás consternado.
—¿En serio? —dijo Kaeya, tenía el cuerpo totalmente tenso, su ritmo cardíaco aumentó por el miedo de estar cerca de un maníaco como ese.
—Hey... ¿Cómo estás ahora? Me preguntaba si habías salido bien parado de eso porque... —balbuceó Tartaglia, tanto Kaeya como Albedo se quedaron callados vigilandolo, era realmente incómodo para él—. Creo que me retiraré por ahora, volveré mañana o cuando pueda para verte ¿Está bien?
No hubo respuesta a su pregunta, solo un prolongado silencio que le causaba tanta angustia que decidió salir de la habitación caminando rápido. Cuando se fue, el príncipe y el Jefe Alquimista escucharon un fuerte golpe en una pared y un chillido de frustración.
—¿Quién es ese fenómeno? —preguntó Albedo, Kaeya miró sus sábanas, agarrándolas con los puños mientras su paranoia se imponía por sobre el resto de su raciocinio.
—¿Qué estaba haciendo aquí?
—Se sentó en tu cama a observarte, y luego intentó acercar sus dos manos ¿Vas a decirme que tiene que ver este tipo contigo? —volvió a preguntar el Jefe Alquimista, el príncipe Alberich se tocó el cuello respirando con agitación.
—Ese tipo... —susurró Kaeya asustado, Albedo se sentó junto a él y le tomó las manos.
—Calma... explicame a tu ritmo.
—Cuando... cuando era más joven y vivía con Diluc y su padre, ese tipo quiso rescatarme, pero...
—¿Pero?
—Me trató tan mal durante ese intento de rescate, que creí que quería hacerme daño, así que grite por ayuda y... Ahora me odia...
—¿Es de Snezhnaya verdad? Oí un par de cosas con respecto a los huéspedes que trajo Morax, dicen que traicionó a su patria para servir a Liyue.
—Sí, está de parte de Liyue porque por mi culpa desertó del ejército de Snezhnaya...
—¿De qué forma eso sería tu culpa?
—No pudo rescatarme así que... iban a culparlo por dejarme ir.
—Eso no es tu responsabilidad... —quiso tranquilizarlo Albedo, entonces el príncipe lo miró muy preocupado—. ¿Hay algo más verdad?
—Hace poco él me encerró en una habitación para decirme que traicionó a su país por mi culpa, y... Estaba usando un cuchillo para ponerlo en mi cuello... —le contó Kaeya, el Jefe Alquimista se quedó serio, sombrío, como si estuviera pensando en matar a ese tipo.
—Te amenazó.
—Quisiera decirte que fue para que me quedara callado, pero... Realmente creí que él perdería el control y que terminaría matandome... Porque no es que él esté bien de la cabeza precisamente.
—Así que hay un desquiciado peligroso que te tiene rencor, suelto en este castillo...
—¿Tal vez él quiso envenenarme?
—Tiene una razón para hacerte daño, una estúpida, pero una razón al fin y al cabo. Sin embargo, hay algo que me hace dudar de que haya sido el que puso ese veneno en tu vino.
—Sé a qué te refieres, pero... Estoy tan asustado que no dejo de pensar que él fue...
—Parece el tipo de persona que te atacará de frente, me desafió a una pelea y dijo que "no sería un digno guerrero si no lo mato en un combate". Su mente parece demasiado pequeña como para haber seguido mis pasos y... —Albedo fue bajando paulatinamente la voz, confundido por sus pensamientos—. Pero si Sucrose tiró mi veneno y otro nuevo apareció en tu botella ¿Realmente alguien me vio y quiso usarme de chivo expiatorio? ¿O es solo una coincidencia que dos personas decidieramos...? Pero si es una coincidencia ¿Por que cuando compre esa cosa...? Oh esto es duro —finalizó el Jefe Alquimista apretandose el entrecejo.
—¿Qué te hace dudar de que sea una coincidencia fatal?
—La noche en que compré el veneno, me sentí observado por alguien mientras regresaba a casa después de obtenerlo.
—¿No viste nada?
—Nada... De todos modos al llegar a mi hogar ya no percibí a nadie cerca de mi, simplemente esa sensación duró unos minutos nada más.
—Si nadie te siguió a casa, pero afirmas con tanta seguridad que por un momento te estaban mirando ¿Crees que alguien de ese barrio te haya reconocido?
—No lo creo, jamás me quité el disfraz ni enseñé mi cara —dijo Albedo hasta que cerró la boca levantando la cabeza, había recordado algo que lo hizo tocar su sable, para luego mirar el mango con preocupación—. Pero. Saqué mi espada.
—¿Le enseñaste tu espada a los malvivientes de ese barrio? ¿Me estás jodiendo?
—Tuve que hacerlo, llamé la atención de algunos de ellos por mi compra y quisieron atracarme.
—Esa espada tiene detalles en la empuñadura que no cualquier persona posee, si alguien se fijó en eso, pueden haberte investigado ¿Sabes lo que eso significa?
—Oh no, no me digas que piensas hacer...
—Es necesario, debo ir con Wagner para saber si alguien le preguntó por tu espada, él es quien las forja y si alguien quiso averiguar quién eres, debió recurrir a Wagner.
—Si querias una excusa para ir a verlo, bueno, ya la tienes, disfrutalo —dijo Albedo sin darse cuenta de lo idiota que estaba sonando para Kaeya.
—No tendría esa "excusa" si no hubieras cometido ese descuido.
—Claro, yo soy el culpable, lo acepto, así que si alguien va a visitar a Wagner seré yo, puedo pagarle para que hable después de todo —sugirió el Jefe Alquimista cruzado de brazos, el príncipe Alberich le sonrió con picardía.
—¿Qué pasa amado mío? ¿Estás celoso?
—No lo estoy, ya no tenemos nada así que puedes hacer lo que quieras, solo te estoy diciendo que, como fue mi error, no pienso dejar que tu cargues con eso —se excusó, entonces Kaeya colocó sus dedos en la parte baja del abdomen de Albedo, actuando seductoramente.
—¿Seguro que ese es tu problema? ¿Acaso no te gustaría...? —insinuó el príncipe acariciando traviesamente el abdomen y el inicio de la pelvis, el Jefe Alquimista se puso tenso por la innegable tentación.
—Hace mucho que terminamos lo nuestro, lo que hagas con tu cuerpo y otros hombres ya no es asunto mío.
—Hombres y mujeres —lo corrigió Kaeya, Albedo bufó con molestia—. Estás tan celoso... me gusta, quiere decir que sigues...
—No —respondio bruscamente el Jefe Alquimista, el príncipe de Khaenri'ah se cruzó de brazos desilusionado—. No voy a perdonarte tan fácilmente por usar a mi hermana en uno de tus intentos de escape, no conseguirás ese perdón seduciéndome otra vez, no eres irresistible, Kaeya.
Albedo lucía frívolo e inquebrantable, Kaeya desvió la mirada para que no viera su ojo lloroso, no estaba buscando ser perdonado, solo quería que el Jefe Alquimista volviera a tocarlo y besarlo; entonces orgullosamente levantó la cabeza para responder.
—¿Y de qué forma si obtendría tu valioso perdón? ¿Quieres que me incline? ¿Que repita una y otra vez que soy una basura sin escrúpulos? ¿Me quieres ver humillado? Porque siguiendo tu narrativa chupartela no servirá de nada.
—No quiero nada de eso, solo quiero saber si de verdad cambiaste y ya no usarás a ningún inocente para tus propios fines, pero por la forma en que te estás comportando, sé que no has cambiado ni un poco.
—Ya te lo dije, no volveré a usar a ningún niño para salir de aquí, tampoco a alguien de bajos recursos, ni nadie que...
—¿Usarás a Dain? —le preguntó Albedo sin rodeos, Kaeya cerró la boca, porque si no podía responder con la verdad, prefería quedarse callado, al menos tratándose de su ex amante—. ¿Lo usarás como usaste a Thomas?
—Dainsleif y Thomas son dos hombres con poder, tienen dinero, saben luchar... No son almas inocentes e indefensas, así que ¿Qué tiene de malo que yo...?
—Thomas era todo eso, hasta que decidió meterse contigo y se autoexilió de Mondstadt para no morir —replicó el Jefe Alquimista, lo cual hizo que el príncipe agachara la mirada sintiéndose juzgado—. ¿No sientes nada cuando piensas en eso? Thomas tenía una vida aquí, esta era su nación, tenía una familia a la cual deshonró ¿Y tu sabes lo que pasa con las familias deshonradas? O huyen a otro sitio o se quedan para caer en decadencia como los Lawrence.
—Nunca forcé a Thomas para que me ayudase, él sabía las consecuencias...
—Lo enamoraste, igual como lo hiciste conmigo, él iba a hacer todo por liberarte, y lo más triste es que no le correspondiste, ni siquiera cuando tuvo que irse... —Albedo miró a Kaeya enjuiciandolo con algo de melancolía, el príncipe Alberich rezongó con el ojo lloroso por el remordimiento.
—Incluso arrepintiéndome de eso, no cambia nada, ya no puedo disculparme con él y ni siquiera sé si volveré a verlo, no tiene sentido vivir sintiendome culpable de algo.
—No busco que te tortures por esto, quiero que reflexiones y aprendas de ese tipo de errores, para no repetirlos con Dain... El es mi amigo, Kaeya —expresó el Jefe Alquimista mirándolo a los ojos, Kaeya no pudo sostener la mirada por lo incómodo y frustrante que era ser bombardeado con esos recuerdos que no deseaba revivir.
—Si es más importante para ti ese tipo que lo que me pase a mi, está bien, no le pediré nada ni voy a hablarle de amor... Pero si Dainsleif me ofrece algo por cuenta propia, no dudes que aceptaré —replicó el principe de Khaenri'ah, Albedo se sintió culpable y a la vez decepcionado, una vez más Kaeya le recordó su dura realidad interponiendola por sobre los sentimientos de los demás, y cada vez que lo hacía, el Jefe Alquimista se volvía consciente de que, aunque Kaeya fuese egoísta, solo actuaba por desesperación.
—No estaríamos teniendo esta discusión si yo no hubiera fallado en mi plan... —murmuró el Jefe Alquimista, el príncipe evitó verle la cara con una actitud prepotente, pero derramó una lágrima de cansancio y amargura.
—Eso no importa, debemos concentrarnos en resolver este misterio, iré con Wagner mañana —le dijo con determinación, Albedo suspiró resignado.
—Si es lo que quieres...
—Por supuesto, no tengo problemas con hacer lo que ya hago con tal de suplir tu ausencia —dijo Kaeya con un dejo de rencor, mirando de reojo a su ex amante, como si quisiera que lo interpretase como que hacer el amor con él era más satisfactorio que hacerlo con los demás hombres.
—No te preocupes, yo tampoco tengo problemas con suplir la tuya —respondió Albedo igual de frío y soberbio; el príncipe Alberich ocultó su molestia con silencio, hasta que decidió retomar lo importante de esa conversación.
—¿Y bien?
—¿Qué?
—¿No vas a decirme como te fue esta noche? ¿Averiguaste algo en ese lugar?
—Cierto... —murmuró el Jefe Alquimista armándose de valor para explicarle el otro problema que tenían—. Vas a querer matarme.
—¿Qué hiciste...?
—El Héroe Oscuro me siguió —le reveló Albedo, Kaeya se llevó las manos a la frente, metiendo los dedos por debajo de los mechones de su cabello.
—Estamos muertos...
—Calma, fue productivo a su modo.
—¿"Productivo"?
—Me dijo que un contacto suyo de los caballeros de Favonius le dijo que "alguien intentó envenenar al rey", entonces él me vio salir del palacio, y me siguió hasta la tienda para averiguar si estaba metido en todo eso, tuve que decirle que un amigo mío había sido el catador del rey y que por eso me encontraba ahí.
—¿Te creyó?
—Al parecer si, estuvimos toda la noche interrogando a un par de delincuentes, en retrospectiva si fue fructífero, no tuve que gastar ni una moneda para que hablaran.
—Sigue siendo un arma de doble filo, si se pone a averiguar por cuenta propia, puede dar contigo, un loco justiciero como ese no se tomaría la molestia de denunciarte ante los caballeros de Favonius, te mataría él mismo.
—Entonces hay que evitar que lo averigüe, ya le di una buena paga al vendedor para que no me mencionase entre los compradores, solo nos queda mantener alejado al Héroe Oscuro del asunto de mi espada... de todos modos hoy volveremos a la tienda para ver si atrapamos a otro par de sospechosos, si cooperamos, estaré cambiando su encuadre y me considerará más un aliado que un sospechoso.
—De cualquier manera... Cuídate mucho de él... —le pidió Kaeya, Albedo sonrió por lo bajo, le era inevitable no sentir algo cuando el príncipe mostraba preocupación por él.
—Descuida, si las cosas se salen de control, sabemos que él no alertará a los caballeros de Favonius, el hecho de que quiera encargarse de todo por cuenta propia puede ser su caída.
—Espero que tengas razón, amado mío. —Kaeya volvió a mirar al Jefe alquimista con lascivia, este se ruborizó y tosió para quitarle importancia a su reacción involuntaria.
—Te dejo solo, debo cumplir mis deberes en el laboratorio —dijo Albedo, el príncipe Alberich le sonreía, como sintiéndose más confiado en sus propios encantos.
—Ten un buen día, cariño.
El doctor Baizhu estaba en una carrera contra el tiempo, tratando de hacer averiguaciones con respecto a una de las empleadas del palacio, y con ello formular una coartada interesante, no para encubrir sus acciones, sino para las de alguien más; una vez terminó la charla con el soldado que entrenaba a Noelle junto a otros miembros de la guardia, Baizhu regresó apresurado rumbo a los calabozos, pues no quedaba mucho tiempo para el interrogatorio de Sucrose, y él quería estar presente. La joven se hallaba apoyada en la pared de piedra junto a otra fila de empleados, pronto sería su turno, y sus manos temblaban mientras iba repasando mentalmente lo que iba a decir, sin embargo mientras más lo pensaba, más nerviosa y acorralada se sentía, como si supiera que ni recitando de memoria sus respuestas iba a conseguir salir airosa.
Cuando uno de los guardias le tomó el brazo a la muchacha, el doctor Baizhu llegó corriendo y le dijo a ese tipo que iba a acompañar a Sucrose, pues su deber como hombre era tomar la responsabilidad de sus actos en cuanto a "lo que había hecho junto a ella"; la alquimista se sintió descolocada, creyendo que Baizhu confesaría que la vio haciendo algo sospechoso. Ya no hubo vuelta atrás cuando ambos fueron empujados dentro del calabozo, la joven tembló y sollozó aterrada, y el doctor la abrazó con calidez mientras la guiaba para avanzar hacia el capitán de la guardia.
Ella y el capitán se sintieron extrañados, pero este último a la vez consideraba muy curioso que uno de los huéspedes del rey Barbatos haya decidido entrar junto a Sucrose; cuando le preguntó el motivo, el doctor Baizhu le respondió que debía responsabilizarse de algo que hizo con Sucrose, y que de haberla dejado sola, la habría hecho ver sospechosa, pues él y todos eran conscientes de lo nerviosa que se ponía, al punto de tartamudear. El capitán se quedó intrigado y le pidió detalles al respecto, entonces Baizhu le comentó que tanto él como la alquimista habían compartido un momento "demasiado íntimo" el día en que el príncipe Alberich se envenenó accidentalmente, pero que Sucrose no se sentía lista para decirle a alguien que ella había pasado gran parte del día con un hombre.
La muchacha se ruborizó, ahora entendía la treta del doctor para encubrirla, se estaba aprovechando de sus reacciones nerviosas para inventar una historia poco ortodoxa, que lograra hacerla sudar y tartamudear, haciendo más verosímil la mentira. Sucrose se cubrió el rostro por la vergüenza, por lo que Baizhu la abrazó afectuosamente diciendole que todo estaba bien, que entendía que "para una chica con una fachada inocente, haberse entregado a un hombre que apenas conocía era algo que destrozaba su reputación por completo"; por la manera en la que la joven sobrellevaba esa situación, esa gran mentira del doctor Baizhu le pareció una realidad al capitán, así que no quiso ahondar en más detalles para no hacerla sentir incluso más abochornada.
Baizhu acarició la espalda de la alquimista, abrazándola de forma tan apasionada y ardiente, que para el capitán no cabía duda de que ambos se hicieron demasiado "íntimos" en esos días; sin embargo, para fingir que quería colaborar con la investigación, el doctor Baizhu relató las cosas que hizo durante ese día, omitiendo aquellos momentos en los que supuestamente había estado encerrado en su cuarto con Sucrose. Ella no se metió en la conversación, el carisma del doctor mantenía ocupado al capitán de la guardia, pues Baizhu le estaba contando sobre las personas que conoció durante esos días de hospedaje, le habló de Noelle y de cómo desde que comenzaron a hablar, decidieron reunirse a diario en uno de los jardines, pero que al doctor le parecía curioso que el día en que el príncipe fue envenenado, ella no apareciera en el punto de reunión.
El capitán le preguntó si sospechaba de ella, y el doctor Baizhu le respondió que le parecía una chica demasiado dulce a simple vista, así que no estaba seguro de que fuera sospechosa; mas agregó de repente que las empleadas ese día estuvieron muy ajetreadas por la desaparición de una de sus compañeras y el desmayo de otra, y que tal vez se sentían tan confundidas que no se fijaron en la presencia de Noelle. Entonces el capitán de la guardia lo miró seriamente, y cuestionó en voz alta el porque acababa de mencionar que "no se fijaron en la presencia de Noelle", y si es que acaso sabía algo que no le había dicho; Baizhu fingió nerviosismo y le dijo que de corazón no buscaba perjudicar a su nueva amiga, pero que al hablar con otra de las empleadas esta le dijo que "no vio a Noelle desde las 4 de la tarde hasta las 6".
Con esa información, el capitán se tocó la barbilla maquinando algunas teorías, el doctor actuaba inseguro mientras aparentemente defendía a Noelle diciendo lo cariñosa y cortés que era; a pesar de esos "esfuerzos", les pidieron que se retiraran porque el interrogatorio ya había terminado para ellos, Sucrose salió por delante del doctor, un tanto más tranquila porque al igual que el capitán, ella también había creído en las palabras de Baizhu. Sin embargo, este sonreía a espaldas de la muchacha, valorando sus propias tácticas, si seguía en esa línea todo saldría como deseaba, y su pequeña alquimista ya no iba a ser interrogada otra vez, con su intervención logró salvarla y eso significaba que ella tendría que saldar su deuda dándole todo lo que él le pidiera.
Mientras caminaban por el subterráneo, el doctor Baizhu colocó su mano entre los omóplatos de Sucrose, ella miró de reojo, algo tensa, pero no asustada; ni siquiera se preocupó cuando él la guió más lejos de la salida y del grupo que sería interrogado, ambos simplemente iban sin rumbo adentrándose en ese sitio oscuro. De pronto Baizhu se detuvo y dio un cuarto de vuelta enseñándole una cínica y relajada sonrisa a la joven, ella se quedó quieta en su sitio sin voltear a mirarlo a los ojos, por eso él le tomó los hombros y la volteó por sí mismo, guiandola lentamente para que apoyara su espalda en la pared de piedra ennegrecida por los años de ausencia de luz.
—¿Te gustó lo que le dije? Quedaste como una pequeña pervertida —comentó Baizhu, entonces su serpiente salió de su bufanda y se deslizó por el brazo de su amo, durante todo el interrogatorio había estado allí sin que nadie la notara—. Lamento eso, pero quedó convencido de que ese día no estabas envenenando a nadie, sino que estabas revolcándote conmigo ¿Cómo te sientes al respecto, Sucrose?
—Me siento... —susurró la muchacha mirando a los ojos a la serpiente, que tras reptar por el brazo de su amo, se deslizó por el pecho de la alquimista para meterse debajo de su blusa; ya no le preocupaba sentirla recorriendo su piel desnuda—. Algo liberada...
—¿Liberada? ¿Esa es tu elección de palabras? —cuestionó agraciado antes de bajar suavemente las manos desde los hombros hasta los codos de Sucrose, su mirada era burlona y atrayente, lo que hacía que la joven se sintiera indefensa—. Te estás descuidando otra vez, esto no es el fin de tus problemas.
—Lo sé... Todavía tengo que cumplir con mi parte... —respondió Sucrose agachando la cabeza, Baizhu movió los dedos sobre sus brazos, con impaciencia.
—No me refería solo a mi petición, podrían volver a considerarte una sospechosa si no encuentran a un culpable, así que mi trabajo aún está incompleto —dijo él mirando fijamente el escote de la muchacha, Changsheng asomaba la cabeza entre sus pechos, y esa vista solo conseguía poner más ansioso al doctor—. Cuando tengan a su culpable, solo entonces me deberás tu vida entera.
—¿Qué piensa hacer?... —le preguntó ella angustiada, Baizhu le agarró la barbilla, sonriendo y mirandola hacia abajo como quien miraría a un insecto antes de aplastarlo.
—¿Te refieres a que pienso hacer para salvarte el pellejo? ¿O que pienso hacerte a ti?
—Ambas...
—Les daré un culpable, así de simple.
—¿Usted va a...?
—¿A quién debería entregarle a los lobos para que dejen de cazar? Estaba pensando que tu maestro es una buena opción —sugirió el doctor Baizhu, Sucrose tembló de impotencia y rabia, y le agarró las ropas mientras lo miraba hacia arriba suplicante.
—No lo haga por favor, ya le dije que el señor Albedo no tiene nada que ver en todo esto, no quiero que...
—Mmmm... ¿Por qué te ves tan desesperada? —El doctor observó a la chica disfrutando de su carita afligida y dulce, la alquimista lloró por verse acorralada otra vez—. ¿Acaso no era el príncipe Alberich quien te gustaba?
—El señor Albedo... es mi maestro, mi mejor amigo... es casi de mi familia ¿Cómo espera que...? —se excusó Sucrose derrumbándose en llanto, Baizhu la abrazó sosteniendole la cabeza con una mano, la sensación de dominar sus emociones era deliciosa.
—Es por tu propio bien querida, un pequeño sacrificio...
—No por favor... no lo haga... Haré lo que sea. —Al oírla decir aquello, el doctor Baizhu sonrió de oreja a oreja, casi podía saborear a esa hermosa joven entre sus fauces, entonces volvió a mover sus impacientes dedos sobre la espalda de Sucrose, aguantando la tentación de ir más rápido.
—¿De verdad estás dispuesta a cualquier cosa con tal de no perjudicar a tus seres queridos?
—Eso es un hecho...
—Ya veo, tu debilidad sigue siendo ese corazoncito frágil que tienes... Es un desperdicio —comentó Baizhu antes de volver a agarrarle los brazos con menor sutileza—. Te ahorrarías muchos problemas si no te importara nadie. —Sucrose dejó de llorar mientras reflexionaba esas palabras, odiando tener que verse humillada frente a ese tipo; por eso dejó salir un pensamiento sin medir las consecuencias.
—Tal vez porque yo no soy un monstruo —replicó la alquimista; de pronto el doctor Baizhu colocó su mano sobre la boca de la muchacha, apretándole las mejillas con la yema de los dedos mientras se acercaba para hablarle directo a la cara.
—No uses esa dulce boquita para decir cosas tan horribles —susurró él, Sucrose no quería doblegarse, pero tampoco podía volver a ser insolente, su única alternativa era el silencio—. ¿O es que quieres que inculpe a tu maestro?
—No quiero eso...
—Entonces, obedeceme —le dijo al oído, la joven se estremeció, tenía la serpiente enrollada alrededor de su cuerpo, y a Baizhu agarrandole la quijada, sin mayor espacio entre él y la pared; por alguna razón, sus miedos e incertidumbre le causaron cosquillas y calor, y ella no entendía porque reaccionaba de tal manera cuando la voz del doctor chocaba contra su piel—. Sé una buena niña...
—Está bien...
—Dilo.
—Seré una buena niña... —respondió Sucrose, entonces el doctor Baizhu deslizó las manos por el cuello y los hombros de la muchacha, respirando ansioso al observar su escote, saboreando el estar por sobre alguien más por primera vez.
—¿Quién es tu rey ahora?
Baizhu continuó acariciando las clavículas y hombros de la alquimista, su respiración hacía temblar a la chica, ese tipo de cercanía con un hombre la hacía sentir muy rara, de pronto apretó los muslos y los frotó, estaba sonrojada y sofocada entre el cuerpo del doctor y la pared de roca, en un lugar tan oscuro donde apenas había un pequeño tragaluz por el cual entraba un rayo de sol.
—Usted es... —respondió Sucrose, Baizhu contuvo el deseo de abalanzarse sobre ella para someterla, eso habría sido irracional, por más que le tentaba muchísimo ejercer su total voluntad sobre ese delicado y joven cuerpo.
—¿Qué hacen los súbditos cuando están frente a su rey? —cuestionó él, la alquimista se tocó el pecho, y con la cabeza gacha pensó su respuesta, asustada y a la vez anticipándose a lo que vendría para ella.
—¿Se arrodillan?
—Exacto. Arrodíllate Sucrose, demuéstrame que estás a mi servicio.
La joven tembló mirando hacia el lado, por varios motivos no quería negarse a su exigencia, pero tampoco quería que él pensara que era una chica tan facil, que en el fondo tenía una inmensa curiosidad por ver lo que iba a pasar; poco a poco Sucrose empezó a descender encerrada entre Baizhu y la pared, hasta quedar de rodillas frente al pantalón azul del doctor en el cual distinguía un gran bulto. Ella se abochornó, imaginando lo que era ser tomada por primera vez ¿Debía sentir miedo? ¿Iba a ser doloroso? ¿Era incorrecto que no se sintiera mal con esa idea? Mientras se sugestionaba, posó las palmas sobre los muslos del doctor Baizhu, con su nerviosa y melódica respiración bucal muy cerca de su entrepierna.
«No te pedí que me tocaras» dijo el doctor sonriendo malicioso.
Sucrose retiró las manos y se quedó de rodillas, con miedo y a la vez decepcionada de que él solo se estuviera burlando de nuevo.
«Tu postura está mal, déjame guiarte» agregó el, la alquimista enderezó la espalda, dispuesta a seguir instrucciones.
«Curva un poco más la espalda y levanta el pecho».
La muchacha obedeció dejando los brazos quietos a sus costados, alzando las caderas y el busto con los hombros hacia atrás, Changsheng se le enredó entre los dos senos, sacando la lengua y siseando para llamar la atención de su amo, quien no iba a dársela teniendo a un bombón como ese exhibiendo sus curvas sin tener que quitarse la ropa.
«Hermosa... Ahora cierra los ojos».
Sucrose cerró los ojos, y la serpiente bajó desde su pecho hasta el área pélvica, asomándose debajo de su falda mientras se enrollaba en uno de sus muslos, Baizhu estaba volviéndose loco por el deseo de dominar a esa alquimista.
«Muy bien, ahora abre la boquita».
Ella dudó por unos instantes, no era tan inocente como para no saber porqué un hombre le pediría eso a una mujer, en ese contexto; sin embargo, había jurado seguir sus órdenes a cualquier costo, y eso valía más que su propio miedo. Entonces abrió ligeramente los labios, preguntándose porque no estaba llorando desamparada en una situación así, sentía más enfado consigo misma por no comportarse como lo haría una mujer "digna", que con el propio doctor Baizhu.
«Un poco más».
La muchacha siguió las indicaciones de Baizhu, abriendo más la boca, de pronto sintió que el doctor colocaba su mano atrás de su cabeza, lo cual la hizo temblar nerviosa, con el corazón acelerado y las manos agarrándose la falda, él la estaba observando detenidamente mientras sus dedos le quitaban la cinta del pelo, hasta desatar su cola de caballo.
«Eres aún más bella con el cabello suelto» comentó Baizhu.
El doctor sostuvo la nuca de Sucrose, ella mantenía abiertos sus labios, los cuales él tocó con la yema del dedo pulgar; tras ponerla un poco más ansiosa, el doctor Baizhu retiró algo de su bolsillo para colocarlo cuidadosamente sobre la lengua de la joven. Ella se sintió extrañada al notar algo duro y de pequeño tamaño sobre su lengua, quiso cerrar la boca un momento, pero Baizhu tenía su pulgar adentro y no se lo permitió, entonces ella comenzó a salivar por la dulzura de ese caramelo derritiéndose lentamente con el calor de su interior.
—¿Qué es...? —preguntó la alquimista, el doctor Baizhu rió en voz baja.
—Un caramelo de jengibre ¿Qué esperabas que pusiera en tu boca? —se burló él, deslizando el dedo pulgar por toda la dentadura de Sucrose, quien estuvo a punto de abrir los ojos—. No te he dicho todavía que puedes mirar.
—Pero... —la voz de la joven sonaba extraña por tener la boca ocupada, cosa que le hacía mucha gracia a Baizhu.
—Yo te diré cuando abrirlos, ahora, saborealo —le ordenó, la muchacha temía atragantarse con el caramelo, así que tuvo que chuparlo cuidadosamente junto al pulgar del doctor—. Sí... sigue así ¿Te gusta chuparlo? —El tono de voz del doctor Baizhu se escuchó libidinoso, lo cual ruborizó a Sucrose.
—Me... me gusta... el sabor dulce... —respondió ella, sin poder ver como el doctor se mordía el labio inferior, contemplándola con perversión.
—Chupa más —dijo él, tras ellos apareció caminando lento el capitán de la guardia, quien se quedó quieto en su lugar incómodo y sorprendido, pues desde su perspectiva en la que sólo veía al doctor de espaldas, él y Sucrose estaban haciendo algo muy indecoroso—. No te oigo saborearlo, sé más vocal... Quiero ver como lo disfrutas.
—Esto es muy... —susurró la joven temblando avergonzada, Baizhu presionó su dedo en el interior de la boca de la alquimista, quien no se quejó más y emitió sonidos de disfrute mientras el caramelo se deshacía en su paladar.
—Buena niña... Chupalo todo...
El capitán se cubrió la boca con una mano y se apegó a la pared del pasillo para seguir espiandolos, la voz de Sucrose formaba un sutil eco lujurioso, y el mirón se lamentó por no poder verlos desde el costado y aún más cerca. De pronto el doctor Baizhu tomó los hombros de la muchacha y la levantó de su sitio, aplastándola contra la pared al acercar su cuerpo hasta que no hubo más espacio entre ambos.
—Pequeña pervertida... ¿Qué creíste que te haría? ¿Esperabas algo diferente verdad? —le susurró Baizhu al oído, abrazando su delgada cintura con un brazo, y usando su mano derecha para tocarle el costado del muslo; Sucrose estaba agitada, de algún modo estaba disfrutando que el doctor le hiciera esas cosas.
—No lo sé... —respondió ella ardiendo y estremeciéndose, sus suaves y pequeños senos estaban aplastados contra el pecho de Baizhu; si bien no habían cruzado la línea, Sucrose pensó que era lo único que faltaba para poder quitarse la incertidumbre.
—Estás tan sonrojada... No eres tan inocente como crees, tu mente es tan sucia... —el doctor susurró aquellas palabras en el oído de Sucrose, Changsheng hacía un rato los había dejado, deslizándose por el suelo, cosa que permitió que la serpiente se fijara en el capitán de la guardia, escondido para mirar a la pareja en ese momento de intimidad.
—No soy... —replicó la chica mientras Baizhu besaba su quijada justo por debajo del lóbulo de la oreja, eso la hizo sacar un repentino gemido que satisfacía el libido del doctor Baizhu, y le incentivaba a presionar más su cuerpo contra ella.
—Lo eres, y yo también lo soy... no somos diferentes, Sucrose.
Los labios del doctor estaban tan cerca del cuello de la muchacha, que esta lo sentía como un roce placentero, al igual que las caricias que le estaba dando en el costado del muslo; el hecho de que eso no le molestara, que considerase agradable sentir cómo su falda era levantada, la hacía sentir temor de sí misma. Antes de que ambos olvidaran por completo los escrúpulos, Changsheng se arrastró apareciendo frente al capitán de la guardia, este saltó hacia atrás gritando por la sorpresa, entonces Baizhu giró la cabeza, descubriendo así al abochornado hombre.
—Yo... —murmuró el capitán, Sucrose y el doctor Baizhu se quedaron paralizados—. Lamento la intromisión, pero este no es lugar para...
—Capitán —dijo el doctor soltando a la alquimista, para luego darse la vuelta nervioso—. Mis disculpas por esto, sé que fue muy imprudente, pero hago un mea culpa, yo incentivé a Sucrose para que viniesemos hasta aquí, es mi responsabilidad.
—Lo entiendo, pero por favor que no se repita. Este lugar es exclusivo para la guardia real y prisioneros políticos, no es para... eso.
—No volverá a ocurrir —afirmó Baizhu abrazando a una humillada Sucrose, que imaginaba que el Capitán de la guardia en el fondo la juzgaría como una mujer promiscua; el doctor Baizhu por otra parte consideró satisfactorio que accidentalmente su coartada se haya reafirmado cuando el capitán fue testigo de su amorío con la alquimista.
Noelle aseó la habitación del rey Barbatos tarareando dulcemente una canción que él tocaba con su arpa, mientras sacudía el mueble más cercano a la cabecera de su cama, recordó la petición del príncipe Alberich, y sonriendo sin preocupación por lo que iba a hacer, se agachó a un costado del catre, metiendo la mano por debajo del colchón. Pasar tantas noches con el monarca en su lecho le sirvió para aprender donde guardaba un juego de llaves, para abrir algunas habitaciones y cajones que siempre permanecían cerrados.
Luego de tomarlas, la mucama regresó silbando alegre hasta el mueble, y usó una de las llaves para abrir la cerradura del cajón; el rey guardaba muchos papeles ahí, algunas cartas tenían de remitentes nombres como "Ei", "Murata" y "Varka", también había un diario de vida con los pensamientos del rey. Por tratarse de información muy privada, Noelle no tocó aquel diario, pero sí abrió unos sobres para leer los nombres, hasta llegar a uno que contenía dos cartas muy cortas, uno sin nombre, otro firmado por "Eula".
La joven recordó que cada vez que escuchaba a las personas a su alrededor hablando de la familia Lawrence, el nombre de Eula siempre salía a la palestra, así que supo que se trataba de lo que Kaeya le había comentado, a pesar de que esa mujer no había firmado con su apellido. Entonces Noelle guardó el sobre entre sus pechos y regresó todo a su lugar, lo que incluía esconder las llaves debajo de la cama.
En el subterráneo Paimon había aprovechado la oscuridad para estar desde la madrugada en el calabozo de interrogatorios, Dainsleif la esperaba en el laboratorio de alquimia, Sucrose estaba a su lado, mezclando fórmulas para potenciar el crecimiento de cultivos; se veía muy distraída, sus ojos miraban un punto fijo mientras un pensamiento mantenía ocupada su mente. Dain la llamó para evitar que vertiera un químico en la probeta sin estar mirándolo siquiera, ella regresó en sí y se disculpó por tener la cabeza en las nubes, el alquimista le explicó que para conseguir un buen fertilizante sintético debía estar pendiente de las cantidades, porque de no hacerlo, los mataría a ambos por envenenamiento gaseoso.
Sucrose se disculpó una vez más y dejó a un lado el tubo de ensayo, necesitaba descansar su mente un momento, se sentía muy extraña, como si su cuerpo estuviera más sensible; contrario a lo que había imaginado tiempo atrás, no lo describía como sentirse sucia, o culpable, mas si le preocupaba no haber reaccionado en legítima defensa contra el doctor Baizhu, después de todo, él se merecía otra bofetada. Tras un receso en el interrogatorio por la llegada del rey, Paimon se escabulló para llegar al laboratorio, e imitó el sonido de un pájaro para llamar la atención de su amo; Dainsleif entendió la señal y salió con la excusa de ir a almorzar, entonces se reencontró con su homúnculo en otra habitación, y esta comenzó a contarle detalles de lo que la gente había visto ese día, para suerte de ambos no hubo nada que los incriminara.
Mientras Paimon le contaba sus averiguaciones a Dain, Noelle regresó al cuarto del príncipe Alberich, diciéndole alegremente que encontró algo que tenía relación con lo que le pidió, Kaeya la felicitó, preguntándole qué había averiguado; la sirvienta se subió a la cama, gateando mientras sus pechos se contoneaban. El príncipe se dio cuenta de que tenía guardado un sobre entre los pechos, y con picardía tomó uno y retiró el sobre lentamente, dándole un suave masaje en el seno; al dejar las cartas a su lado, Kaeya besó a Noelle riendo cariñoso y juguetón, ella también se sentía muy feliz, tanto que lo abrazó, montándose sobre su pelvis y haciendo movimientos de roce para excitarlo una vez más.
No obstante, cuando las trompetas sonaron anunciando el regreso del rey, el príncipe de Khaenri'ah abrió los parpados y separó a la chica de él, pidiéndole que se retirara pronto para que el rey no los descubrirse juntos; cuando ella se fue, rápidamente Kaeya escondió el sobre en el espaldar de su cama, tomando sus propias manos para disimular que nada había pasado. Dain también oyó las trompetas, y le pidió a Paimon que fuese a averiguar lo que había pasado en la residencia Lawrence; la pequeña homúnculo salió rápidamente a cumplir las órdenes de su amo, al llegar al enorme recibidor se instaló a escuchar la conversación entre el emperador Morax el Rex Lapis y el capitán de la guardia, pues el rey se fue caminando rápido como si estuviera al borde de las lágrimas, siendo seguido por el príncipe Alatus.
Venti corrió a su cuarto, balbuceando que si solo podían encerrar a los Lawrence con pruebas, él les mostraría una prueba: las cartas que recibió de Eula; Alatus se quedó en la puerta, preocupado mientras lo veía abrir el cajón de sus cartas con una llave, revolviendo cada papel en búsqueda del sobre. Paulatinamente el rey fue entrando en desesperación, no encontró absolutamente nada relacionado a Eula dentro de ese cajón, incluso tiró el contenido al suelo para buscar como un loco esas malditas cartas, sin tener éxito.
Entonces Barbatos se agarró los cabellos gritando y llorando de frustración, el príncipe de Liyue se acercó con cuidado para arrodillarse a su lado, el rey movía violentamente los mechones de su cabello, maldiciendo a Eula y a toda su familia por ese "deshonesto complot". Con mucho cuidado Alatus lo abrazó, sosteniendo su cabeza a la par que el monarca lloraba desconsolado, había perdido el control de todo, y sabía que cuando le contara a Zhongli lo que acababa de pasar, este iba a juzgarlo como el peor rey que haya visto.
El príncipe de Liyue no sabía que decir, por eso se limitó a abrazarlo y besar su cabello de forma cariñosa y devota, Venti temblaba de rabia e incertidumbre, y parte de esos sentimientos también se debían a que Alatus era tan, pero tan perfecto para él, que se lamentaba que su padre fuese el emperador de Liyue y no el mismo Alatus. En las fantasías de Barbatos imaginaba una historia diferente, donde el hermoso y fuerte emperador de Liyue se arrodillaba ante él, jurandole lealtad y fidelidad hasta el fin del mundo, en una realidad donde ninguno de los dos envejecería, donde podrían entregarse a los deseos carnales con la misma vitalidad de un joven, cada vez que lo desearan.
Venti levantó la cabeza para ver de cerca los ojos de Alatus, los cuales brillaban obnubilados por la belleza del rey, el príncipe temía que esa frágil mirada aguamarina lo incitase a hacer algo irrespetuoso e imprudente, pero no se resistía a estar tan cerca de él y tocar sus mejillas enrojecidas con sus manos, secandole las lágrimas con los pulgares. Barbatos ya no estaba pensando de forma estratégica, lo único que realmente quería en ese momento era que el príncipe de Liyue le agarrara las muñecas, le rasgara la ropa y lo dominara en ese mismo sitio, profanando los recuerdos que guardaba en su diario y en algunas de esas cartas desperdigadas.
Fue el mismo monarca quien no resistió más la tentación y súbitamente le besó los labios a Alatus, el joven abrió los ojos perplejo, pero a la vez bendecido por sentir la suavidad de esa boca, de pronto era como si todos los sentimientos que guardó por años emergieran como un volcán en erupción, que lo impulsó a tomar el cuerpo de Venti entre sus brazos, apretandolo mientras le devoraba la boca con pasión y descontrol. Barbatos miró al cielo con los ojos algo desorbitados por la lascivia, el príncipe de Liyue se dejó caer encima de él, agarrándole las manos tal y como en su fantasía, mientras lo besaba, lamiendo luego su quijada y su cuello; Venti le pidió al oído que por favor lo follara hasta hacerlo llorar, porque necesitaba sentirlo dentro de él, incluso si eso lo rompía y si destrozaba sus alianzas.
Al oír aquello, Alatus volvió en sí y se separó de repente, disculpándose por faltarle el respeto a él y a su padre; Barbatos se sentó apoyando los codos en el piso, actuaba seductoramente, atrayendo al príncipe de Liyue mientras se desabrochaba la camisa para enseñarle el pecho y los hombros. Alatus tomó aire, resistiendo el impulso de volver a tocar al rey, quiso explicarle que no era lo correcto hacer lo que acababan de hacer, pero lo único que salió de su boca fue una disculpa cuando inclinó su cabeza con arrepentimiento, y luego dio media vuelta para retirarse lo más rápido que podía.
Dainsleif iba de un lado a otro en esa habitación, pensando que algo no me encajaba del todo con lo que había averiguado Paimon, todos los interrogatorios y conversaciones entre Morax y Barbatos apuntaban a que la versión oficial de los hechos era que alguien había intentado envenenar al rey, y que el príncipe Alberich se había bebido el veneno por él. Eso no le hacía sentido, él había tratado de inculpar a Eula Lawrence de haber puesto veneno exclusivamente para el príncipe ¿Así que por qué el asunto se había tergiversado tanto? ¿Por qué no simplemente arrestaban al clan Lawrence por conspirar contra la vida del príncipe Alberich? ¿Cómo se había enredado tanto ese misterio causando que todos dentro del palacio fueran interrogados como sospechosos?
Incluso él había tenido su turno, y le dijo a los guardias que pasó todo el día en la taberna Cola de Gato para socializar con las personas y beber; como necesitaban pruebas, él los guió hasta el bar atendido por una pequeña niña de cabello rosa llamada Diona, a la cual por tratarse de una menor no quisieron interrogar. La buena noticia para Dain fue que la mayoría de los alcohólicos allí lo habían visto durante diferentes horas del día, y que la mayoría se habían ido antes que él, por esa razón, sus relatos hacían parecer que el alquimista había estado todo el día allí, aunque en realidad hubiera salido por una hora para meterse al palacio, asesinar a la mujer que vio a Paimon, y comprar un nuevo veneno.
En el fondo Dainsleif estaba rogando para que no entrevistasen a Diona, la única persona sobria que estuvo en la cantina durante todo el día; afortunadamente para él, Mondstadt "protegía la integridad de sus niños" y no los consideraban testigos vitales en casos criminales; a Dain le pareció muy irónico que quisieran proteger a esa niña, y que al mismo tiempo esta tuviera que trabajar atendiendo a borrachos como si eso fuera normal para alguien de su edad. Tras considerar que Dainsleif estaba limpio, los guardias se retiraron dejándolo seguir con sus quehaceres, el alquimista pretendía irse, hasta que la pequeña Diona se paró frente a él con el ceño fruncido, como siempre la había visto desde que pisó Mondstadt.
Después de ese intercambio de miradas, la niña extendió su mano hacia adelante, Dain no lo entendió hasta que ella movió los dedos con impaciencia; por un instante se sintió completamente atrapado por alguien diminuta, y rápidamente palpó sus bolsillos, entregándole todas las bolsas de monedas de oro y plata que llevaba consigo. Ella las recibió y murmuró "yo no he visto nada"; aquello no alentaba a Dainsleif ¿Acaso esa niña lo chantajearía por el resto de su estadía en Mondstadt? ¿O simplemente estaba acostumbrada a encubrir a sus clientes ante la ley?
Sea como fuera, la idea de matarla se le cruzó por la mente, pero hacerlo también atraería las sospechas hacia él si los guardias se enteraban, no sabía qué hacer, si debía dar un salto de fe o derramar sangre una vez más. Lo traía sin cuidado qué tan inmoral pudiera ser matar a esa niña, pero por simple curiosidad, haría que Paimon la vigilase para saber si ella estaba habituada a mentir por una pequeña suma de dinero, o si él había sido una excepción.
Le estuvo dando vueltas a ese asunto durante el resto del día, había empezado muy mal con su misión, él y Paimon estaban siendo descuidados, pero recurrir a más asesinatos solo complicaría más las cosas, así que aunque se sintiera desesperado, debía mantener su temple y ser paciente. Entonces recordó la maraña de mentiras que se había formado, y supo que no se trataba sólo de él y de Paimon, alguien más se propuso a manejar los hilos de ese misterio, y él tenía la certeza de que se trataba del mismísimo Kaeya Alberich.
Por ello se dispuso a salir de ese cuarto de la primera planta del palacio, e ir rumbo al del príncipe, porque no solo necesitaba comprobar su hipótesis, también le ardía por dentro saber cómo se sentía luego de casi morir asesinado por él; era una curiosidad morbosa ¿Seguiría estando igual de vital y seductor que cuando se vieron por primera vez? ¿Haber estado al borde de la muerte era suficiente para apagar su fuego? Algo le decía a Dainsleif que no, que iba a tener que intentarlo más de una vez, para por fin detener su corazón y ponerle fin al tormento de ambos.
Kaeya estaba atento a la puerta, esperando ver a Venti entrar como un loco para preguntarle por las cartas de Eula, no tenía forma de saber que él las tenía a menos que la misma Noelle se lo dijera, pero era inevitable sentirse paranoico. El príncipe dio un respingo cuando el que abrió la puerta resultó ser Dain, quien velozmente se acercó a él, luciendo como si estuviese muy preocupado por su estado de salud.
—¡Príncipe Alberich! —exclamó Dainsleif arrodillándose a un lado de la cama, después tomó las manos de Kaeya y le enseñó una expresión de temor y tristeza—. ¿Se encuentra bien?
—No te preocupes mi amor, estoy mejor ahora —respondió el príncipe de Khaenri'ah disimulando sus emociones, si bien le interesaba ese alquimista, también debía ser muy cauteloso en caso de que resultara ser un sospechoso.
—¿Qué fue lo que pasó? He escuchado a algunas personas, Albedo no ha mencionado nada al respecto, solo sé que resultó herido tras su interrogatorio...
—Bueno... supongo que tú también tuviste el tuyo ¿No? —cuestionó Kaeya, Dain guardó la calma para no tropezar y mantener su fachada.
—Sí, pero simplemente me preguntaron qué hice durante todo el día, yo les dije que estuve en un bar, y ellos fueron a interrogar a testigos y comprobaron que estuve allí todo el día.
—Ya veo... entonces, no sirve de nada ocultartelo —comentó el príncipe, Dainsleif contuvo la ansiedad, estaba a punto de comprobar si Kaeya sospechaba algo, o si le tenía la suficiente confianza para decirle la auténtica verdad—. Durante varios años he intercambiado mi botella de vino por la del rey Barbatos, como no lo hago a menudo, él no ha notado cambios en su apariencia.
—¿Qué? —dijo Dain confuso, hasta que luego de unos segundos, comprendió que era lo que había pasado en realidad—. Quieres decir que... ¿Le robas el aqua vitae?
—Sí, si te soy sincero... no es que necesite ese elixir para verme más joven, pero sé que tiene efectos curativos, y desde que lo hice por primera vez... por alguna razón, sentí como si fuese a vivir para siempre —expresó el príncipe Alberich con una voz suave de ensoñación, Dainsleif estaba asombrado por su forma tan convincente de mentir.
—Es solo un efecto placebo, no deberías beber aqua vitae si no la necesitas —fingió regañarlo el alquimista, Kaeya soltó una risa suave y resignada, realmente lucía como si estuviera diciendo la verdad.
—¿Quieres saber algo curioso? A veces no sé si sencillamente tengo miedo a morir sin encontrar un propósito para haber nacido, o si... En el fondo, quería robarle ese elixir al rey por la sensación de joderlo como él me ha jodido a mi.
—Entiendo como te sientes... yo también tengo miedo de haber nacido sin hacer nada de valor.
—A simplemente...
—Nacer para sufrir.
De algún modo ambos estaban compenetrados, Dain se quedó mirando el iris violeta de Kaeya; era muy extraño, un Alberich que se sentía cómodo entre alquimistas, que había sido deshonrado y que a pesar de ello, se aferraba a la vida; y lo más surrealista, era que Dainsleif estaba amando como le mentía en la cara sin remordimientos.
—Por favor, no vuelvas a poner tu vida en riesgo —le pidió el alquimista acariciandole las manos, el principe de Khaenri'ah le sonrió con dulzura, a Dain le resultaba aún más atractiva su hipocresía, no eran muy diferentes entre sí.
—Aprendi la lección... por las malas —comentó Kaeya, Dainsleif río bajó y le besó las manos, se sentía estupido gracias a los encantos del príncipe, pues según su perspectiva, debería haber estado furioso porque su plan empezaba a complicarse.
—¿Interrumpo algo? —dijo Albedo apareciendo de la nada por la puerta, Dain se giró con la boca cerrada, y Kaeya bufó molesto por el sermón que se llevaría nuevamente.
—Albedo... Terminaré en un segundo ¿Podrías esperar afuera? —le pidió inútilmente Dainsleif, pues sabía que convencer al Jefe Alquimista era una tarea imposible en ese contexto, lo comprobó cuando este empezó a acercarse a él con su carácter inquebrantable.
Por un momento Dain rememoró a varias personas que a lo largo de sus siglos de vida le demostraron que tenían una presencia intimidante, no distinguía bien sus caras, pero si veía claramente la de Surya Alberich y la de Albedo, a quien jamás subestimó por su tamaño. El Jefe Alquimista llegó frente a él guardando silencio, Dainsleif se quedó mudo mientras corrían los eternos segundos, Kaeya tampoco decía nada, pero observaba a Albedo con interés, esa faceta suya le parecía cuanto menos estimulante.
—¿Terminaste tu proyecto de fuego químico? —Albedo rompió el silencio mirando a Dain a los ojos, este se tragó su orgullo, estando subordinado al Jefe Alquimista debía fingir que sus habilidades eran inferiores a las suyas, aunque ese experimento ya fuera pan comido para él.
—Aún necesito terminar de escribir la fórmula y perfeccionarla...
—Entonces. Vuelve al laboratorio. Ahora —ordenó Albedo tomando las debidas pausas para no alterarse, de todos modos su voz se oía más grave, y Dain sólo pudo asentir y mirar al príncipe algo afligido.
—Volveré pronto príncipe Alberich, por favor recuperese —se despidió Dainsleif para luego salir caminando acelerado y tenso.
—¿Cuánto tardaste en faltar a tu palabra? —preguntó el Jefe Alquimista mirando seriamente a Kaeya, este se cruzó de brazos y levantó la cabeza por encima del hombro con orgullo.
—Ja, ni siquiera hubo un beso, relájate cariño.
—¿Habría ocurrido si yo no hubiera aparecido?
—Quién sabe... pero si te soy franco, no estuvo mal para solo haber sido una pequeña charla—comentó Kaeya, Albedo lucía muy fastidiado—. ¿Qué pasa amado mío? ¿Quieres ser el único que me mueva el piso? ¿El único que pueda besar mis labios?
—No voy a gastar saliva en esto —dijo el Jefe Alquimista dando media vuelta para irse.
—¡Espera Albedo! —lo llamó el príncipe Alberich, su ex amante giró la cabeza para prestarle atención—. Necesito que hagas algo por mi.
—¿De qué se trata?
—Por favor acércate...
—No caeré en ese truco Kaeya.
—No es lo que piensas, esto es de vital importancia —le aclaró el príncipe, Albedo suspiró resignado y volvió a su lado, entonces Kaeya sacó el sobre con las cartas de Eula Lawrence y las metió por debajo de la chaqueta del Jefe Alquimista—. Esconde esto en alguna parte fuera del palacio, en un rato más Barbatos pondrá de cabeza este lugar buscándolas, necesito que las guardes hasta mañana, porque además de visitar a Wagner, también tendré que ir con un grafólogo.
—¿Qué es esto?
—Ya las leí, son cartas de amenaza, necesito comprobar si efectivamente ambas fueron escritas por Eula Lawrence.
—Entiendo, mañana cuando te las devuelva te entregaré una bolsa de dinero y los títulos de algunas propiedades que poseo, necesitas comprar el silencio del grafólogo si no quieres que te delate si lo interrogan.
—Me ofendes amado mío ¿Crees que no basta con mis encantos?
—En este caso, no, no bastará con eso.
—Qué incrédulo... Está bien, acepto tu ayuda, pero de preferencia sin los títulos, eso podría exponerte ¿No queremos que eso pase, verdad mi amor? —preguntó Kaeya con su expresión coqueta, Albedo tosió para serenarse.
—Es un buen punto, pero si no hay alternativa, estoy dispuesto a tomar ese riesgo —expresó su ex amante, entonces el príncipe Alberich apoyó las dos palmas de sus manos en el colchón, y se impulsó para alcanzar los labios del Jefe Alquimista, besándolos apasionadamente con los ojos cerrados.
—Por supuesto que lo estás, eres todo un hombre... —susurró Kaeya hablando con una voz melódica y lujuriosa, Albedo cerró los ojos cuando el príncipe lo besó una segunda vez, aceptando que lo disfrutaba.
—Kaeya... Será mejor que paremos, es arriesgado —le recordó el Jefe Alquimista tocando delicadamente el cuello del príncipe de Khaenri'ah.
—Está bien mi amado... nos vemos mañana... —Al despedirse los dos se quedaron mirando con deseo, olvidando lo sencillo que era para ellos pasar de las discusiones a esas muestras de afecto, las cuales demostraban que aún había fuego entre ambos.
Cuando la noche cayó, Paimon y Dainsleif se reunieron, ella le contó todo lo que había escuchado sobre el fallido intento de encerrar a los Lawrence, Dain estuvo a punto de comentar lo interesante que le parecía que esa familia tuviera más poder del imaginado, pero su homúnculo, con mucho temor, le reveló algo más que había escuchado del propio rey. El alquimista abrió la boca cuando Paimon le dijo que Barbatos ordenó a sus guardias que buscasen por todo el castillo un sobre con unas cartas que necesitaba con urgencia, y mandó a uno de sus soldados a que espiara a una de las empleadas, no pretendía interrogarla, pues necesitaba comprobar de primera mano que ella trabajaba con los Lawrence.
Dainsleif entrenó en pánico y le ordenó a Paimon que fuese inmediatamente a la habitación del príncipe Alberich para averiguar si él tenía ocultas esas cartas, en un principio su pequeña creación no entendió que tenía que ver el principe con esa desaparición, hasta que ella misma se respondió, entendiendo que Kaeya sabía acerca del complot en su contra. El hecho de que Kaeya tuviera las cartas tal vez no incriminaría directamente a Dain, pero si el príncipe comparaba las letras, y se daba cuenta de que una de esas cartas solo buscaba imitar la letra de Eula Lawrence para dejarla como la mayor sospechosa, sabría de inmediato que alguien de su bando, ya fuera Snezhnaya o Khaenri'ah, buscaban deshacerse de él.
Mientras la homunculo buscaba ese sobre por cada rincón de la habitación del príncipe, Albedo removía un ladrillo de la pared exterior de una de sus propiedades, un edificio que el ponía a la renta y que estaba ocupado por contadores, para esconder ahí el sobre de las cartas; aquello era más precavido que dejarlas en su hogar, además, si su hermanita las encontraba quizá no quedarían en un buen estado. Luego de esconderlas bien, el Jefe Alquimista se retiró para volver a los barrios bajos a la tienda del yerbatero, no tardó mucho en percibir a sus espaldas la presencia del Héroe Oscuro, quien sin decir nada comenzó a caminar codo a codo con él.
Esa noche había mayor actividad allí, aquel tipo que ya habían interrogado los observó aterrorizado, mientras que el resto una vez más guardó silencio; Albedo revisó la lista de compradores, solo les faltaba un tal "Fritz" y alguien apodado "Glaciar", por ello se acercó al vendedor para consultar si esos dos estaban presentes ese día, él le respondió de Fritz seguía desaparecido, pero que Glaciar estaba arrinconado en una de las paredes. El Jefe Alquimista y Diluc se miraron, entonces se separaron un momento para investigar acerca de sus dos sospechosos restantes; el Héroe Oscuro se quedó con el dependiente, interrogándolo sobre la identidad de "Fritz", él le respondió que no conocía su verdadero nombre, pero que solían verlo deambular en una de las salidas de agua en la muralla que rodeaba la ciudad, no estaba muy lejos de ese sector empobrecido, así que podía ir a investigar.
Lo último que le pidió Diluc antes de irse fue una descripción de la apariencia de ese tipo, entonces se retiró del lugar y las voces volvieron a escucharse dentro de ese sitio, algunos miraban a Albedo con rencor, pero este no les estaba prestando atención ni tampoco notó que su compañero se fue del lugar, simplemente se dispuso a acercarse a "Glaciar", un tipo igual de disfrazado que el resto de los presentes, pero que estaba rodeado de algunos hombres que le hacían guardia. El Jefe Alquimista apoyó la espalda justo al lado de esos guardaespaldas, y tomó un delgado papel al cual le colocó una mezcla triturada de jazmines y citronelas secas, semillas de cardamomo y arañas de madera, conocidas por consumir celulosa, bayas venenosas y hongos alucinógenos; luego de enrollar ese cigarrillo, Albedo se lo llevó a la boca y miró entre esos guardias, distinguiendo apenas un par de detalles de "Glaciar".
—¿Tienes fuego? —preguntó el Jefe Alquimista, uno de los guardaespaldas palpó sus bolsillos, pero el mismo "Glaciar" con hastío terminó entregandole un mechero a Albedo—. Muchas gracias.
—No hay de qué —respondió Glaciar con educación, por su manera de hablar, el Jefe Alquimista confirmó que se trataba de un miembro de la aristocracia.
—Estás bien vigilado ¿Manejas algún negocio interesante por estos sitios? —le preguntó mientras encendía su cigarro dando una gran aspirada inicial, automáticamente sus sentidos se aligeraron por esa mezcla de tan dulce aroma.
—No, mis negocios están fuera de este lugar de mala muerte.
Albedo miró de reojo el espacio entre cada guardia, y notó que ese aristócrata tenía una espada guardada a su costado, por un momento el Jefe Alquimista se arrepintió de haber tomado la decisión de fumar, a sabiendas de que podía olvidar los detalles de la empuñadura, por esa razón sacó un pequeño cuaderno de notas y un carboncillo para bocetar lo que vio sin detener esa conversación.
—Ya veo... de todos modos, vengamos de donde vengamos todos tenemos un vicio que podemos satisfacer aquí... —dijo Albedo muy relajado, terminando de dibujar la empuñadura y apuntando el color de los materiales en el costado inferior de la hoja, pues reconocía que el color del metal era más claro y brillante que el hierro y la plata, y las incrustaciones de joyas podían tratarse de topacios celestes y calcedonias.
—Te sugeriría que fueras a disfrutar el tuyo lejos de aquí.
—No lo haré, porque aún tengo algo que decirte... —expresó el Jefe Alquimista antes de guardar su libreta y dar una bocanada de humo mirando el techo—. A unos amigos míos les aplicaron unas drogas raras hace poco... en esta tienda me dijeron que tu compraste algunas similares días atrás...
—¿Me estás acusando de algo? —cuestionó Glaciar, sus guardias se dispusieron a plantarle cara a Albedo, pero su patrón le tomó el hombro a uno de ellos, pues quería comprobar algo según la respuesta del Jefe Alquimista.
—No lo llamaría acusar... solo quiero descartar ¿Para que usas esas drogas?
—¿Qué clase de drogas?
—Unas que aumentan la presión arterial, otra que es un afrodisíaco... no es que me quiera meter en tu intimidad o algo pero... ya sabes —expresó Albedo sintiendo que su mente flotaba un poco.
—Ah, ese tipo... Las compré para mi familia, mi abuela tiene bajones de presión, y bueno... la otra es para mi esposa.
—Oh vaya, entonces no me tengo que preocupar... ¿Conoces a un tal Fritz? Es el otro que compró ese tipo de sustancias ilícitas.
—¿Fritz? No lo encontrarás aquí —murmuró Glaciar, el Jefe Alquimista no estaba tan ido como para no darse cuenta de lo que le decían, pero de todos modos para asegurarse de no meter más la pata, tiró su cigarrillo al suelo y lo aplastó con el pie.
—¿Por qué no?
—Porque lleva desaparecido algunos días, de todos modos no sé porque sigues interrogándome, no es de tu incumbencia.
—Oh bueno, claro que lo es... —comentó Albedo mirando de reojo a Glaciar con una sonrisa de lado, ese aristócrata sintió algo de miedo, si ese joven consiguió que el vendedor le revelara quienes habían comprado esas drogas, significaba que era alguien con poder, ya fuera algún caballero de Favonius, un político, o simplemente alguien con mucho dinero.
—De todos modos, no pueden acusarnos sin pruebas —replicó Glaciar, al Jefe Alquimista le pareció curioso que hablara en plural, solo necesitaba averiguar quienes habían adquirido una espada como la suya, para confirmar que se trataba de alguien del clan Lawrence.
—Eso es cierto... Bueno, te dejo —dijo Albedo retirándose, entonces cayó en cuenta de que el Héroe Oscuro ya no estaba dentro de la tienda, y tragó saliva sintiendo las miradas de repudio sobre él, sin ese justiciero a su lado se sentía incluso más estupido por haber tomado la decisión de fumar y relajarse antes de tiempo.
Diluc llegó a la desembocadura, el lugar estaba muy sucio y apestaba a orines, en los alrededores de ese sitio había muchos vagabundos recostados en los pocos adoquines de las calles, las cuales estaban tan maltratadas que tenían zanjas de tierra y charcos de agua estancada; contrario a su actitud con los delincuentes, el Héroe Oscuro se acercó tranquilamente a un vagabundo anciano, lo despertó y le preguntó por un joven de mediana edad, delgado y de cabello muy corto y castaño. Ese vagabundo se rascó la cabeza y le habló en voz baja al que dormía a su lado para despertarlo, Diluc con paciencia reiteró su pregunta, y el vagabundo que acababa de despertar de malas, le respondió algo muy contundente.
«Si vienes a cobrarle deudas pierdes tu tiempo, está muerto».
Al Héroe Oscuro no le sorprendió, pero de manera educada les pidió que lo llevaran a ver el cuerpo; ambos vagabundos se levantaron, uno cruzado de brazos con enfado y sueño, el otro con la cabeza gacha, pues todavía lamentaba la perdida de ese muchacho. Entonces guiaron a Diluc hacia una de las esquinas de la ciudad, era un sitio muy deprimente que despedía una pestilencia aun peor que la zona de los vagabundos, y el Héroe Oscuro se dio cuenta inmediatamente de la razón.
Ese sitio estaba lleno de agujeros, fosas comunes repletas de cadáveres en estado de descomposición; Diluc se asomó para mirar hacia el interior, los huesos de los fallecidos hacía años sostenían los cuerpos carcomidos por las moscas y los gusanos blancos, y en la parte superior, yacía "Fritz", menos deteriorado que sus compañeros de fosa, pero igual de pálido e hinchado. El vagabundo somnoliento se quitó su sombrero roñoso y lo colocó en su corazón, el otro juntó las manos por delante de su cuerpo y agachó la cabeza con pesar, susurrando unas palabras para explicarle lo ocurrido al Héroe Oscuro: "le trituraron todo el cuello".
Diluc tocó el hombro de ese vagabundo y les dio su pesar, disculpándose por haberlos importunado; luego de eso se retiraron para volver a sus respectivos sitios, el Héroe Oscuro caminó rápido para volver a la tienda y reunirse con Albedo adentro, una vez allí abrió la puerta de golpe y se hizo el silencio una vez más. Luego de echar un vistazo desde la puerta, el vendedor le gritó que si buscaba a su compañero, había salido huyendo hacía algunos minutos; sin decir nada Diluc cerró la puerta y miró desorientado las calles que rodeaban la tienda, preguntandose qué dirección tomó el Jefe Alquimista.
De pronto una pequeña piedrita chocó contra su cabeza, el Héroe Oscuro se tocó el área golpeada con dolor, luego recibió otra en la frente, y se puso de malas; entonces miró hacia arriba y vio que Albedo estaba de pecho sobre uno de los tejados, lanzandole piedrecillas para llamar su atención. Bufando molesto Diluc trepó para llegar a ese techo, y se sentó junto al Jefe Alquimista, este solo le dijo "no preguntes", y le enseñó su libreta donde tenía dibujada la empuñadura, que según sus suposiciones, pertenecía a los Lawrence, enemigos jurados del rey Barbatos; el Héroe Oscuro por su parte le contó lo ocurrido con Fritz, cuya forma de morir no les parecía coincidencia.
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