7. Impostor
IMPORTANTE, PORFIS LEAN:
1- Ya vi que mi tiempo de actualización casi siempre coincide con la segunda semana de cada mes, asi que les quiero avisar que desde hoy dejo establecido de forma inamovible que las actualizaciones seran la segunda semana de cada mes con la compensacion de que los capitulos seran de entre 15k y 30k ¿Les parece bien?
2- ESTE CAP REVELA QUIEN ES EL MALANDRO QUE QUISO MATAR A KAEYA, basicamente ustedes como lectores lo sabrán con anticipacion, pero los demas personajes no, aún.
3- Puede que alguna persona si capte inmediatamente cierto misterio sobre la identidad de un personaje, pero si alguien no guardó en su memoria cierta información que solté en uno de los primeros caps y no quiere perderse en la trama, les recomiendo leer las partes relacionadas a dialogos con Rhinedottir y Kaeya leyendo el libro que le regaló, esto ocurre en el cap: 2. Alquimista (Primera Parte).
4- Del mismo modo, comprendo si hay gente que se pierde o se siente confundida con algunas cosas, por eso, no duden en preguntar con confianza si tienen dudas sobre algo de la trama que ya se ha mostrado (o sea, no spoilers).
5- La trama ya estaba planeada, sin embargo, los agregados canonicos más recientes como la aparición de los 11 heraldos enriquecian lo que ya estaba planeado en vez de entorpecerlo, asi que si, apareceran algunos de esos personajes nuevos en este fic, pero eso no significa que lo este creando sobre la marcha, las ideas centrales ya están.
Ahora si, disfruten, los quiero muchisimo
3 años atrás...
Desde el secuestro del pequeño Kaeya Alberich III, Dainsleif empezó a escribir cartas año a año para el rey Surya Alberich, sin ocultar sus carroñeras intenciones de negociar un rescate a cambio de aquello que los eruditos de la alquimia lamentaban en sus clases en la Akademiya, o en los libros de la historia de su adorada ciencia. Todos los que poseían algo de respeto por el valor cultural, añoraban Khaenri'ah y sus monumentos, sus reliquias en exhibición y todo el conocimiento escondido y enterrado bajo sus calles, a la espera de ser descubierto una vez más, a la espera del resurgimiento de lo que alguna vez fue la gran capital de la alquimia antes de Sumeru.
A pesar del sentimiento colectivo de anhelo, Dain podía contar con los dedos de una sola mano a aquellos que intentaron ir hasta Mondstadt en busca del heredero al trono de Khaenri'ah; el primero que lo intentó se presentó directamente frente a Surya Alberich para negociar y terminó obteniendo una merecida ejecución por su imprudencia, el segundo alguna vez se metió a Mondstadt para probar suerte y terminó siendo un bulto más en una fosa común donde Barbatos tiraba a sus enemigos "anónimos". La tercera y la que más destacó de entre todos los demás, fue Rhinedottir, la habían visto por última vez en la ciudad de Sumeru preparándose junto a su estudiante para atender el llamado del rey de Mondstadt, y lo último que se supo de ella fue que casi logró salir del territorio junto al joven Alberich antes de ser atrapada y luego asesinada en la plaza pública de la capital.
Su muerte trajo severas consecuencias alrededor del mundo, era una de las alquimistas más reconocidas del gremio, y estos respetaron su último deseo, uno que llegó a sus oídos gracias a la mejor amiga de Rhinedottir, una aventurera que la ayudó durante toda su estadía en Mondstadt. Tras leer la carta que contenía la petición de esa gran maestra de la alquimia, el gremio dio el permiso oficial a sus integrantes para que viajasen hasta Snezhnaya, Fontaine, Inazuma, Natlan, Liyue y Mondstadt a ofrecer un nuevo servicio desconocido para esas naciones, pero bastante popular desde hacía décadas para los alquimistas: el uso de la pólvora para crear armamento explosivo.
Dainsleif sonrió resignado mientras pensaba en las repercusiones catastróficas que podía traer para el mundo entero una simple muerte, él lo sabía mejor que nadie, pues el desastre de Khaenri'ah tambien fue producto del deceso de una mujer, una llamada Kali Alberich. Despues de Rhinedottir el juego de la guerra cambió, ya no solo se trataba del coraje de enfrentar al enemigo cuerpo a cuerpo, ahora implicaba saber usar los recursos, las bombas y cañones, saber protegerse de ellos y gestionar aún más minuciosamente las estrategias militares.
Y por extraño que pareciera, incluso con esa sensación de urgencia alrededor de Teyvat, era como si el príncipe Alberich hubiese sido olvidado por su padre y la zarina, pues durante unos años los intentos de rescate fueron pausados. Dain tenía la teoría de que la situación económica durante las treguas imposibilitaba pagar rescates, y como nadie era lo suficientemente patriota para arriesgar su vida sin nada a cambio, el joven secuestrado pasaba a segundo plano dentro de las prioridades.
Creyó que habían desistido definitivamente de sacarlo de Mondstadt, hasta que una carta llegó a su hospedaje en Sumeru; sus manos temblaron cuando vio que el sobre estaba sellado con cera de vela timbrada con el emblema de los Alberich. Entonces leyó su contenido, era el puño y letra de Surya Alberich, no le había pedido a ningún sirviente que redactase la carta por él; esto era tan personal que Dainsleif sonrió victorioso, por tener la certeza de que el padre del joven rehén estaba desesperado por una última esperanza, viniera de donde viniera.
El mismísimo rey de Khaenri'ah lo estaba invitando a venir a su morada para poder negociar algo con respecto a su heredero, le pidió también llegar con discreción y sin ningún elemento que le permitiera hacer su devastadora "brujería" en su territorio, si es que quería salir vivo; le ordenó además que no le dijera a ningún ciudadano de Khaenri'ah su razón para estar allí, ni siquiera a los guardias de su palacio, porque todo debía ser un asunto entre ellos dos. Dain no esperó más y se levantó de la silla de su escritorio para empacar lo necesario, si bien no podía llevar compuestos quimicos ni nada que le permitiese hacer alquimia dentro de ese territorio, si pensaba llevar algo que siempre le fue de utilidad, o más bien, llevar a alguien.
Por eso bajó hasta el primer piso de esa casa de barro seco cercana a un pueblo del desierto, y abrió una pequeña puerta cuadrada de madera que estaba en el suelo, luego bajó por unas escaleras de mano y llegó al sotano donde tenía su laboratorio, junto a las estanterias había una cama muy pequeña donde se hallaba durmiendo profundamente una niña; esa pequeña medía menos de un metro de estatura, su cabello era una melena lacia con algunas capas en punta, de color blanco. Dainsleif la tenía en un estado de letargo con ayuda de un somnífero que le aplicaba todos los días; para mantenerla con vida sin sufrir de desnutrición o deshidratación, a diario también dejaba caer una gota de panacea en su lengua, que revitalizaba por completo su estado de salud, y además la volteaba o sentaba en su cama para evitar la formación de escaras por presión.
Dain empacó los objetos personajes de esa niña y la tomó en sus brazos, a partir de ese día dejaría de administrarle el somnífero, la necesitaba despierta para que durante su viaje consiguiera dinero e información valiosa escuchando a los tripulantes de la embarcación que los llevaría hasta Khaenri'ah. Para eso la había creado, para que le fuese completamente util y leal, la llamó Paimon, pues la mitología de ese nombre lo describía como un fiel demonio que imparte conocimientos secretos, esos conocimientos que a él le resultaban fascinantes; con ella había roto todas las reglas del gremio de alquimistas, pero eso a él lo traía sin cuidado, porque frente a las personas comunes fingía seguir las ordenes de esa agrupación, mientras que en la comodidad de sus guaridas era capaz de muchas cosas, y si lo atrapaban, simplemente tendría que deshacerse de la evidencia y huir para esperar pacientemente otra vida que vivir.
Paimon despertó de su profundo sueño cuando Dainsleif iba sobre un camello rumbo a la capital de la región, un lugar donde el desierto desaparecía y la selva verde se entrelazaba con las edificaciones; la pequeña criatura iba oculta en la capa negra de su creador, tenía fiebre y los ojos cristalinos luego de su letargo, y hablaba atontada y confundida, preguntandole a Dain en que año se encontraban ahora. Él puso una gota de panacea en su boca para prevenir peores repercusiones en el cuerpo de Paimon, y le dijo que la necesitaba, pues el momento había llegado, junto con una nueva oportunidad.
La "niña" era consciente de que en realidad era un homúnculo, y poseía los conocimientos de un adulto de avanzada edad, sin embargo su modo de ver las cosas era bastante inocente, hablaba además en tercera persona y tenía charlas condescendientes con su creador, lo que causaba que Dain a veces subestimara sus capacidades cognitivas. Tras pasar por la selva de Sumeru llegaron a la capital, la cual atravesaron por separado para llegar al muelle principal del río Devadaha; su diminuta creación pasó inadvertida entre las multitudes del mercado, jugueteando con algunas cosas y robando comida antes de trepar por los pilares de viviendas y cruzar por los tejados, colgándose de vez en cuando de vigas de madera con la habilidad de un mono en las ramas de los árboles.
Dainsleif entrenó durante muchos años a Paimon para que esta se escabullera en cada rincón, su pequeña estatura era perfecta para esconderse de la vista de los demás, así que lo que tuvo que trabajar en ella fue su agilidad, dado a que los homúnculos al igual que los humanos, envejecían, y él necesitaba que ella mantuviera su cuerpo de entre 3 y 4 años para tener un tamaño casi indetectable. Por esa razón le dio de beber panacea, para estancar su crecimiento y no tener que preocuparse de administrarle día a día aqua vitae gastando recursos innecesariamente.
Al llegar al muelle del río Devadaha el alquimista pagó a un barquero para que lo transportase hasta la costa, donde conseguiría abordar un barco de carga más grande que lo llevara directamente hasta Khaenri'ah; Paimon subió al barco a gran velocidad y se escondió detrás de la capa de su creador, por un momento los tripulantes creyeron ver algo moviéndose, pero en cuestión de segundos volvieron a sus quehaceres sin indagar más allá. La pequeña homúnculo rió cubriéndose la boca con las dos manos, en situaciones así era divertido engañar a los demás haciéndoles creer que ella no estaba ahí, pero de haber sido otro el escenario, Dain se habría enojado muchísimo con ella por no ser lo suficientemente precavida.
Fue en el navío carguero donde Paimon se vio forzada a ser lo más sigilosa posible, su amo le ordenó no dejarse ver por nadie, y escuchar cualquier conversación que tuvieran los tripulantes; para ella era un juego muy divertido oír los "chismes" que hombres y mujeres contaban, Paimon prestaba atención hasta que la charla se volvió aburrida, y entonces iba corriendo a buscar a Dainsleif para contarle lo que escuchó. Ella creía que su creador era un tanto amargado, no le interesaban en lo más mínimo los enredos amorosos, las historias de terrores marinos y las proezas de los navegantes, a él le interesaba saber las noticias sobre el mundo, la parte menos interesante de las conversaciones, según Paimon.
Con su ayuda Dain supo que Khaenri'ah se sustentaba actualmente del comercio de lapislazuli, carbón y azufre, siendo sus compradores Fontaine y Sumeru, sin embargo debido a su posición desafortunada ante los bloqueos comerciales de Mondstadt y Liyue en altamar, no podía intercambiar recursos con el resto de naciones de Teyvat, lo que los obligó a potenciar una economía interna, capaz de sustentar a los suyos, pero alejándolos de muchas maravillas modernas que algunos marineros lamentaban no poder experimentar en ese territorio. Cualquiera estaría cansado de estar siempre bajo el yugo de sus enemigos, siendo extorsionados y limitados en todas sus actividades porque la vida del heredero al trono dependía de ello; esas condiciones hicieron posible que alguien tan rígido y autoritario como Surya Alberich considerara la idea de negociar con un alquimista, alguien que su estirpe consideraba una plaga.
Dainsleif también se enteró por medio de Paimon que llegarían en una fecha con una festividad muy reciente: "el día en que una estrella se apagó", así le llamaban al aniversario de la muerte de la reina Zenya I de Khaenri'ah, cuyo apellido de soltera era Kozlova. Los tripulantes según la pequeña homúnculo se escuchaban muy molestos cuando hablaron de ese día, pues no solo iban a desembarcar en una tierra aburrida y atrasada en un par de décadas, sino que lo harían cuando todos se estuvieran lamentando en un luto que no parecía tener fin.
Al llegar a las costas de Khaenri'ah, Dainsleif escondió a Paimon con su gran capa, ella estaba acostumbrada a caminar a sus espaldas siempre detrás de esa gran pieza de tela, y cuando evaluaba que no había peligro, de un brinco se aferraba a una de las piernas de su creador para que este caminase por ella; para su fortuna Dain no se enojaba cuando hacía eso, a menos que ella decidiera hacerlo en un momento tenso e inoportuno, como huir del gremio de alquimistas. Tal y como lo habían descrito, Khaenri'ah ya no brillaba, y mucho menos en esa conmemoración anual, el ocaso de toques salmon era lo unico que coloreaba sus edificios grisaceos e imponentes con algo de color y vida, pues desde que ya no existía una reina que apaciguara el caracter del rey, las circunstancias se volvieron inciertas incluso para el propio pueblo.
El alquimista observaba de reojo las paredes de piedra maciza y los adoquines practicamente negros de las calles, si bien no podía decir que "recordaba" algo de esa nación, el hecho de verla, de estar allí una vez más, lo hacía "sentir" ese recuerdo perdido, sentir la esencia de algo lugubre y familiar, algo frivolo y a la vez, acogedor. No siempre tenía la capacidad de sentir algo en su alma desgastada, cada vez que un sentimiento como ese brotaba en su interior, le parecía doloroso y molesto, como si algo hirviente tratara de derretir el permahielo; así que cuando cayó la noche y el color se desvaneció, ese ardor lo hizo tambalear y apoyar el codo en una pared para sostenerse, mientras se tocaba el entrecejo rabiosamente con la otra mano, soportando la horrible experiencia de estar sintiendo algo.
Para su desgracia, la ceremonia del "día en que una estrella se apagó" se realizaba por la noche, y poco a poco fueron saliendo familias enteras de sus hogares, vestidos de negro y con las cabezas gachas, las madres tomaban las manos de los niños y los padres cargaban un candelabro o en su defecto dos velas; juntos comulgaron rumbo al centro de la ciudad en completo silencio, Dain pasaba inadvertido entre ellos por vestir de negro tambien, por lo que para mimetizarse mejor, agachó la mirada y juntó las manos por delante de su cuerpo para unirse al luto. Por curiosidad Paimon asomó los ojos entre la pierna de su amo y la capa, él nerviosamente le tocó la parte superior de la cabeza, poniendo atención a su alrededor para ocultar a su homúnculo si lo requería.
Ella preocupada miró a los ciudadanos, algunos en verdad estaban llorando desamparados, Paimon sentía lo mismo que ellos, si bien no era conocedora de la razón para llorar, se imaginaba que era por algo importante y que les producía mucho dolor y nostalgia; esa era una ocasión "oportuna" para abrazar la pierna de Dainsleif con manos y pies, mientras ella sollozaba sin saber el porqué. Dain miró al cielo y resignado avanzó con su pequeña creacion pegada a la pierna, ya se encontraban en la plaza central cuando las personas se aglomeraron frente a la estatua de una mujer cargando un bebé, se dió cuenta entonces que solo una de las dos velas por familia estaba encendida, eran de color azul con una cinta negra; las velas que estaban apagadas, en cambio, eran de color dorado y llevaban una cinta blanca atada. Poco a poco la gente se acercó a la estatua y depositó la pareja de velas o los candelabros junto a ella, el alquimista se quedó alli por pura curiosidad, y vio entonces que cuando las familias colocaron sus velas, empezaron a encender las de color dorado.
Una respiración profunda llenó los pulmones de Dainsleif, de un momento a otro la estatua y la plaza se habían iluminado por completo gracias a las velas, el reflejo dorado daba un aspecto plácido y esperanzador a la melancólica ceremonia, no importaba que la luz viniera desde abajo, pues la cantidad de flamas era tan grande que los detalles en los rostros del monumento se hicieron claros. Los ojos de los ciudadanos poseían el brillo del oro, todos echaron la cabeza hacia atrás para mirar la cara de la reina y del pequeño príncipe perdido, a quien le sonrieron con ternura como si estuvieran viendo a un auténtico bebé; ese bebé ya debía tener unos 20 años y seguía bajo custodia en un lugar lejano, pero daba igual el paso del tiempo y la distancia entre él y su pueblo, pues ellos siempre irían hasta ese sitio, y lo esperarían así tuviesen que soportar otro par de décadas más.
Ya no iba a seguir perdiendo su tiempo con sus emociones y las de los demás, lo estaban enfermando, por eso decidió dar la vuelta e ir de una vez rumbo al castillo de Surya Alberich, con su gran muralla y pináculos intimidantes en sus tejados; de pronto tuvo un pequeño vistazo a su recuerdo deteriorado de ese sitio, antes de pertenecer a los Alberich los pináculos no existían, en cambio había enormes cúpulas de oro, las cuales el padre fundador de la dinastía, Edel Alberich, derribó para alimentar a su pueblo y pagar las deudas que no necesitaban ser saldadas con sangre. Poco quedaba de esa antigua maravilla, pero de cualquier forma le resultaba muy familiar a Dainsleif, no era igual que hacía mil años, pero si igual que hacía cien.
Como le había indicado el rey en su carta, saludó a los guardias diciéndoles su nombre, y que era un mensajero del hermano del rey; por haber sido avisados con anterioridad sobre esa visita, los guardias dejaron ingresar a Dain, sin embargo lo escoltaron hacia el trono cerrándole todas las salidas, y ninguno de ellos se dignaba a mirarlo, porque se mantenían firmes y estoicos, tanto que el alquimista se sintió nervioso por la enorme desventaja en la cual él y su homúnculo se encontraban, no tenían armas, no tenían ninguna piedra filosofal a mano, ningun compuesto quimico ni bombas de humo, simplemente iban a su suerte. Entonces llegaron al recibidor espacioso, vacío y oscuro frente al trono, Dainsleif solía estar muy calmado, dominando cualquier situación, no obstante admitió en sus adentros que la imagen del fornido y alto rey, de quijada fuerte, piel morena, largas canas blancas donde alguna vez hubo un cabello azabache, y una dura y aterradora mirada azul violácea, lo hacía sentir, despues de decadas y decadas de vida, como alguien indefenso.
Aunque a Tartaglia le causaba una fascinación desenfrenada participar en un campo de batalla, no se sentía cómodo en las campañas que implicaban viajar hasta Snezhnaya e invadir sus territorios limítrofes; Zhongli se lo pedía para probar su lealtad y amistad, sin embargo Childe, aún cumpliendo las peticiones del emperador, tomaba el cargo de estratega en vez de su preciado rol en primera línea de batalla. E incluso formulando las mejores estrategias, se negaba a participar en las negociaciones entre los altos mandos de Liyue y su natal Snezhnaya, pues se le hubiese caído la cara de vergüenza por haber traicionado a los suyos, a su adorada zarina, solo por tomar la mano que le tendió su actual mejor amigo en el momento más angustiante de su vida.
Aquella noche mientras deambulaba un par de kilómetros alrededor del campamento de batalla, percibió movimientos de algo que se acercaba lenta e inseguramente entre las rocosas y gélidas laderas en las que se encontraba, no se oía como si aquella presencia quisiera esconderse, así que él desenfundó su espada y caminó hacia las rocas, moviéndose detrás de ellas para acechar a la sombra que atravesaba el camino. La niebla helada volvía borrosa la vista, no obstante le permitía ver que se trataba de un niño, algo que no lo sorprendió, pues en su país era normal reclutar infantes, sobre todo huérfanos a los cuales entrenaban despiadadamente para volverlos una letal carne de cañón para la guerra; Childe no era huérfano, pero exigió que se le entrenara como uno, pues siempre quiso ser el mejor, y para él, los niños sin hogar eran los más fieros del campo de batalla, totalmente diferentes a los hijitos de papi con apellidos destacables en la milicia.
Por la forma en que caminaba ese niño entre la niebla, no podía tratarse de un huérfano, Tartaglia le hubiese plantado cara sin dudarlo si ese fuera el caso, pero su forma de moverse era tímida y temerosa, así que, tuvo que tomar una decisión, tal vez debía matarlo instantáneamente para probarse a sí mismo que su espada ya no pertenecía a nadie más que a Morax, o simplemente aparecersele por el frente y esperar su reacción, si el niño era un soldado de verdad, se enfrentaría a él dándole una muerte con honor, si no lo era, lo dejaría escapar. Optó entonces por la segunda, saltando desde una roca para caer justo frente al pequeño, quien se quedó inmovil mirando hacia arriba; esa forma de actuar contaba como "huir" para Tartaglia, pues se notaba que la criatura no tendría el valor de atacarlo.
Sin embargo, no se esperó que en vez de dar la vuelta o desenvainar su sable de entrenamiento, el niño se le quedara mirando con detención, sus ojos eran azules y redondos, centelleantes como si estuvieran llenos de admiración, llevaba una gorra con orejeras, clásica de los barrios de clase media y baja de Snezhnaya, que cubría sus hebras onduladas de cabello pelirrojo, era la viva imagen de Childe cuando pequeño. Tartaglia se quedó paralizado con la boca entreabierta y los ojos fijos en ese niño, y su espada elevada de forma amenazante, comenzó a temblar gracias a sus manos indecisas y conmocionadas; el niño tenía miedo, pero no iba a salir corriendo, solo tenía levemente girado el cuerpo y una mano hacia adelante protegiendo de forma inútil su cabecita, pues según lo que le dijeron, Childe no le haría daño, ninguno de los dos estaba allí para hacerse daño.
Poco a poco Tartaglia bajó el arma y el pequeño dejó de protegerse, luego este jugó con sus dedos índices, chocandolos mientras se balanceaba tímidamente; Childe cayó de rodillas delante de ese niño y le tomó los hombros, contemplando con el corazón desbocado lo extremadamente parecido que era a él. Los ojos del niño brillaban húmedos, ilusionados, pues lo que le habían dicho era que conocería a alguien con quien llevaba compartiendo cartas toda su vida, Tartaglia por su lado le acarició las mejillas, reconociendo a aquel pequeño aunque jamás lo hubiera visto en persona.
—Hola... Mi nombre es Teucer... —dijo el niño tocando sus dedos, Childe exhaló derrumbado, porque lo que creyó una simple corazonada, parecía una total realidad—. ¿Tu eres mi hermano?
—Teucer... —Tartaglia apartó sus temblorosas manos de las mejillas del pequeño, y lo abrazó de súbito, como le hubiese gustado abrazarlo en todos esos años de ausencia en su corta vida—. Sí... lo soy...
Teucer se sorprendió cuando su hermano mayor le dio un abrazo, pero no tardó mucho en sonreír con dicha y aferrarse a su cuello, riendo; Childe le sostuvo la espalda y la nuca con sus manos casi tan grandes como la cara de su hermanito menor, llegó a creer durante ese momento que estaba alucinando, que por fin se había vuelto completamente loco de hipotermia o por su ya inestable cerebro. Sin embargo todo era real, sentía la gorra y el cabello de Teucer entre sus dedos, su suave abrigo de pelo, su respiración, oyendo esa risa angelical tan cerca como nunca lo estuvo; por fin después de años pensando que no volvería jamás a ver a sangre de su sangre, sintió el calor del hogar en ese pequeño que según sus cartas no sobrepasaba los 4 años.
Tartaglia se sentó en el suelo de piedra y pasto seco por el frío, y acomodó a Teucer sobre uno de sus muslos para seguir abrazandolo, el niño olía a leche y vainilla, eso le sacó una sonrisa a Childe, pues le indicaba que su familia no estaba pasando hambre en los momentos difíciles del país, y que incluso se podría decir que su hermanito recibía meriendas dulces de su agrado. No pudo evitar besarle las mejillas y la frente como un loco, Teucer reía lleno de vida, pues su hermano mayor era tan genial y cariñoso como en las cartas que le leía padre a él y a sus otros dos hermanos.
Entonces Tartaglia pensó que tal vez si se trataba de un delirio, pero incluso si fuera el caso, disfrutaría de ese delirio hasta el máximo con tal de probar el amor de su familia, que le hizo falta por tanto tiempo. De pronto algo interrumpió la ternura y calidez del momento, y Childe silenciosamente arrimó a Teucer contra su torso para luego tomar su espada, preparándose en caso de que la persona que se estaba acercando decidiera emboscarlos; con un brusco movimiento se irguió con su hermano menor sentado en su antebrazo, entonces un viejo enano levantó los brazos y dio un paso atrás.
—Tranquilo mi muchacho, soy yo —dijo el hombre con sobresalto, Tartaglia de inmediato reconoció el sombrero de copa azul, los anteojos redondos y por sobre todo la gran nariz de ese anciano.
—¿Señor Pulcinella...? —susurró Childe confuso—. ¿Por qué están aquí?
—Teucer quería conocerte...
—No, usted sabe a lo que me refiero —Tartaglia lucía fiero y no se molestó en guardar su arma, como si no estuviera frente a un amigo de toda la vida—. ¿Por qué lo trajo tan cerca del enemigo?
—Ajax...Es algo difícil de explicar, primero necesito que te calmes —le pidió Pulcinella, Teucer miraba la expresión de su hermano y el filo de su sable, lo cual empezaba a asustarlo.
—Hermano... No te enfades con el abuelo...
Childe nunca dudaba cuando se trataba de atacar, pero ese caso era diferente, no solo porque él y el señor Pulcinella fueron cercanos antes de su deserción, sino porque su hermano menor podría verlo actuar de forma brutal con alguien a quien llamaba "abuelo", cosa que él no iba a perdonarse jamás. Por esa razón Tartaglia no tuvo más remedio que guardar su espada en la funda y usar sus dos brazos para sostener a Teucer, el niño sonreía, porque aunque era la primera vez que veía en persona a su hermano mayor, estaba muy seguro y cómodo a su lado.
—Tonia y Anthon también querían venir, Ajax... —comentó Pulcinella, de pronto los ojos opacos de Tartaglia reflejaron incertidumbre y dolor.
—¿Qué hay de los mayores? —preguntó, entonces el anciano agachó la mirada con pesar.
—Desde que enviaste tu primera carta luego de instalarte en Liyue, decidieron desligarse por completo de la familia... Ahora cada uno ha armado su vida en otros pueblos...
—¿Ni siquiera hablan con padre?
—Ni siquiera con él...
—Mierda... —murmuró Childe, el señor Pulcinella tosió un poco molesto.
—Ajax ¿Puedes bajar a tu hermano? No quiero que escuche tan de cerca tu mal vocabulario —le pidió, Childe dejó lentamente al pequeño en el suelo, entonces el niño corrió a los brazos del "abuelo", muy feliz por la oportunidad que le dio de conocer a su hermano mayor.
—Señor Pulcinella, agradecería mucho que ya no me llamara Ajax, ahora uso Childe para presentarme.
—¿Por qué reniegas de tu verdadero nombre, muchacho?
—Dejé de ser Ajax cuando toqué fondo en esa montaña... Cuando me di cuenta de que fallar esa misión era fallar en todo lo demás.
—Hijo... Nunca debiste alejarte de tu escuadrón, yo sé que ellos...
—Se equivoca, sabían que lo solté para salvar mi propio pellejo, de haber vuelto me habrían ejecutado.
—No exageres...
—Se sintió como si eso fuese a ocurrir, por eso no dejé de correr hasta que ya no supe donde estaba —le explicó Tartaglia, tocandose la cara por el horrible recuerdo de haber tenido que sobrevivir alimentándose hasta de aves crudas, solo y en medio de las gélidas montañas de Espinadragon.
—Muchacho escucha... aún hay esperanza para ti, para que vuelvas a casa como el soldado que siempre quisiste ser —el anciano dejó de abrazar a Teucer para acercarse cuidadosamente a Tartaglia, mas este estaba reacio a estrechar la distancia entre él y Pulcinella.
—No la hay... Morax me entregó su confianza, no quiero volver a traicionar a alguien y... Por desgracia, es el único que me ayudó cuando todo parecía perdido, le debo lealtad...
—Temí que dijeras eso hijo mío...
El señor Pulcinella agachó su gran cabeza lamentándose por lo que ocurriría en ese momento, de pronto Childe escuchó los pasos de un grupo de personas que caminaban por las laderas, rápidamente desenfundó su espada otra vez y los esperó con una mirada frívola e indiferente, como si el hecho de estar en inferioridad numérica no le causara ni una pizca de miedo. No obstante cuando los vio aparecer, se dio cuenta de que todos esos hombres estaban desarmados, o en su defecto sus sables seguían dentro de la vaina; le pareció extraño, sus códigos no le permitían asesinar despiadadamente a gente desarmada o que no se estaba metiendo personalmente con él, porque no se trataría de una batalla real, así que solo se quedó expectante mientras los dejaba mostrar la cara.
Todos esos soldados se quedaron quietos, vigilandolo como cientos de búhos en la oscuridad, Tartaglia solo esperó, si arremetían en su contra, iban a saber de lo que estaba hecho, y ese tipo de momentos eran tan estimulantes para él que en el fondo esperaba con ansias que se abalanzaran sobre él. No obstante, por estar al pendiente de todos esos tipos, se dio cuenta muy tarde de que su pequeño hermano ya no estaba junto a Pulcinella, y que en cambio, una mujer alta con elegante abrigo de pelo negro y rojo lo tomó en sus brazos; Childe jamas la había visto, sus rasgos le hubiesen parecido atractivos a cualquier hombre interesado en las damas, extenso cabello platinado, pomulos marcados, mandibula suave, un labial rojo brillante dandole color a sus labios, y un solo ojo de color azul, el otro estaba cubierto por una ornamentada mascara de encaje negro; a él no le llamaba la atención en ningún sentido.
—¿Qué tenemos aquí pequeño Teucer? —preguntó la mujer al niño, a quien no dejó responder para seguir hablando sin tomarlo en cuenta, o siquiera mirarlo—. Una rata traidora.
—Tienes 5 segundos para dejarlo ir —dijo Tartaglia sonriendo calmado, como reprimiendo momentáneamente a la bestia en la cual era capaz de convertirse.
—Una insolencia menor de la que me esperaba de un muerto de hambre que se vendió a Morax el Rex Lapis, eres una vergüenza. —Aquella mujer sonrió segura y pedante, Teucer por otro lado se encogió asustado y triste, porque comprendía que ella estaba regañando a su hermano.
—5... 4... —murmuraba Childe caminando poco a poco hacia la mujer, Pulcinella se movió nervioso.
—Ajax, no lo hagas, tu hermano está mirándote.
—3... 2...
—Tia Rosalyne... —Teucer sollozó abrazando el cuello de esa dama, Childe se detuvo un momento al ver eso.
—¿"Tia"?
—Tia Rosalyne ¿Por qué mi hermano está...? —le preguntó el pequeño llorando, pues no dejaba de mirar como Tartaglia se les iba acercando a ambos con su arma en guardia, aunque no solo se trataba de eso, porque la mirada sin emociones de Childe también lo hizo sentir inquietud; Tartaglia sabía muy bien que aunque un niño no conociese el concepto de "matar", era perfectamente capaz de distinguir el peligro.
—¿Lo ves? Lo estás asustando —lo regañó el señor Pulcinella, Childe miró su espada con muchas dudas, mientras la tal Rosalyne acariciaba a su hermanito sin dejar de mirarlo a él con una sonrisa petulante.
—Porque tu hermano es una bestia que no sabe razonar —respondió ella, Teucer hizo un puchero, a Tartaglia le partió el corazón ver tanto dolor y decepción en sus ojos.
—¿Es verdad lo que dijo Tonia? ¿Mi hermano nos dejó? —cuestionó el niño, Childe negó con la cabeza ofendido.
—¡Eso no es cierto!
—Corrección, tu hermano dejó a Snezhnaya —dijo Rosalyne dándole suaves caricias maternales a Teucer—. Lo cual, es mucho peor, significa que nos dejó a todos.
—Si no cierras la boca, yo te la cerraré. —Tartaglia levantó la cabeza con desprecio, estaba a punto de estallar.
—Ajax escucha de una vez, guarda la espada y todo saldrá bien —le pidió Pulcinella, pero el joven hizo caso omiso.
—Perra.
—Antes de que nacieras, él dejó esta tierra como una rata cobarde... —le susurró Rosalyne al niño, Childe ya estaba a un par de pasos de ella, levantando el sable por encima de su cabeza para poder partirla a la mitad, ignorando por completo como su hermano menor temblaba aterrado.
—¡Ajax! —le gritó enfurecido el señor Pulcinella, él lo miró de reojo, desbordando odio—. Teucer es uno de los pocos niños que no ha sido expuesto a la violencia ¿No querrás ser tú el que arruine su inocencia, verdad?
—A su edad yo ya...
—¡No me mientas! —Pulcinella se alteró hasta el punto de avanzar con decisión hacia Tartaglia, sin importarle su propia vida—. Te conozco desde que tienes memoria, tu interés por ser un soldado surgió a los 7 años, querías proteger a tu familia, querías servir a tu país, querías la gloria ¿Por qué ahora amenazas a la confidente de tu zarina?
—¡Déjame en paz...! —chilló el joven tirando su espada sobre las piedras, luego se agarró de los cabellos mientras los delirios de su mente le llamaban un sucio traidor—. Callense todos...
—Hijo...
Acercandose por completo a él, Pulcinella lo abrazó, apenas alcanzaba sus muslos debido a su baja estatura, pero hacía lo que estaba a su alcance con tal de ser de ayuda para él; Childe derramó lagrimas mientra se arrancaba algunos cabellos, era una tortura escuchar voces en su cabeza que lo castigaban tanto o más que la lengua venenosa de algunas personas. En un momento miró al cielo resignado y perdido en un mar de remordimientos que a pesar de todo, no lograban nublar la familiar sensación de ser amado por alguien que siempre consideró parte de él.
Por eso se dejó caer de rodillas sobre las piedras, no le importó sentir dolor, pues al menos eso significaba que seguía estando consciente de su entorno; entonces pudo abrazar también al señor Pulcinella, llorando a mares contra su hombrera de plumas negras, tal y como cuando era un niño muy pequeño y sus padres se iban a trabajar, dejándolo a cargo de ese amigo de la familia que por tener un trabajo administrativo en el barrio, podía darse el tiempo de acompañar a los solitarios niños como él y sus otros 3 hermanos mayores. El anciano también lloró en silencio, apoyando su gran nariz sobre los cabellos desaliñados de su niño; además le acarició la cabeza mientras lo arrullaba, era reconfortante para ambos revivir los viejos tiempos donde en medio de la incertidumbre y el frío, Pulcinella se las arreglaba para traer cristales de azúcar de remolacha para los más pequeños del barrio, para luego leerles cuentos que sus padres sin saber les repetían por las noches.
—Mi pequeño Ajax... todo lo que quiero es que recuperes tu sueño, que vuelvas a casa sin miedo, como el héroe que siempre quisiste ser... —susurraba el señor Pulcinella con su cálida voz paternal, Childe sollozó restregando el rostro sobre el hombro de su viejo amigo, las voces que oía comenzaban a apaciguarse, pero el sentimiento de angustia y arrepentimiento persistió en su pecho.
—Lo siento tanto... —lloró Tartaglia, tenía muchas razones para disculparse, por su mal comportamiento frente a su hermano, por ser agresivo con Pulcinella, por faltarle el respeto a una amiga de la zarina, y también, por fallarle a todo su país; los soldados en silencio se acercaron a su alrededor, encerrandolos a él, a Rosalyne y a Pulcinella.
—Necesito que estés calmado para explicarte... —le pidió el señor Pulcinella, entonces Childe levantó la cabeza y se dio cuenta de que no había salida, estaba desarmado y acorralado por ese grupo, e incluso, se sintió atrapado por su propio amigo—. Tenemos una propuesta para ti.
El rey Surya Alberich hizo un gesto con la cabeza, e inmediatamente todos los guardias se retiraron en silencio, dejando a Dainsleif solo en medio de la sala, espaciosa tanto hacia los lados como hacia arriba, lo cual conllevaba a que fuese muy fría y los pasos cautelosos de Dain hicieran eco alrededor; el rey lo esperaba sentado en su trono, observandolo desde una posición elevada con repudio, como si lo considerase lo más bajo que podía existir. Los músculos del alquimista estaban duros, su cuello rígido lo obligaba a mantener el contacto visual con el soberano de Khaenri'ah, pero en el fondo Dainsleif maldijo ese dia, que sin lugar a dudas había sido uno de los más molestos en décadas, pues estaba sintiendo emociones por doquier, y una de ellas, era terrorífica, pues era una combinación de incertidumbre, miedo, desprecio, y culpa.
—Su majestad... —susurró Dain respetuosamente, reverenciando a Surya Alberich con el torso y la cabeza, para no inclinarse por completo sobre una rodilla y dejar en evidencia a Paimon escondida en su capa.
—Lo que sea que estés ocultando a tus espaldas, no te servirá —dijo el monarca levantándose más firme e imponente que una montaña, para luego desenfundar una espada larga de acero oscuro; Dainsleif retrocedió, su homúnculo lo hizo también para no chocar con sus piernas, en momentos así la pequeña se cubría la boca con las dos manos para no dejar salir sus gritos nerviosos.
—Escuche su alteza, yo no estoy aquí para... —trató de excusarse el alquimista mientras Surya bajaba las escaleras de su trono hasta el cuarto escalón, para apuntarlo con su sable directamente a la cara, tenían una estatura similar así que el rey necesitaba mantenerse en un lugar un tanto más alto para intimidarlo.
—Dile que se muestre ante mí —le ordenó Surya Alberich, Dain aguantó la respiración, él y Paimon no habían sido lo suficientemente cuidadosos, ahora estaban en la boca del lobo y si trataban de fingir demencia, todo sería peor para ellos.
—Paimon, haz lo que dice —murmuró Dainsleif.
Su creación tembló asustada porque él jamás le había dado permiso de ser vista por alguien más, y siempre que accidentalmente alguien la veía, su amo tenía que hacer que ese alguien no hablara; a Paimon no le gustaba para nada que eso ocurriese. La pequeña homúnculo se dejó ver un momento, tocando la pierna de su creador de forma insegura; entonces el monarca acercó la punta de su espada a la cabeza de Paimon, y esta chilló asustada, Dain volvió a ocultarla detrás de sus piernas y miró desafiante al rey Alberich.
—Es mi hija —le dijo Dainsleif con un tono firme y asertivo, Surya se quedó en la misma posición, mirando escéptico a Paimon.
—No es cierto. Si fuera una simple niña, la habrías cargado hasta aquí para darme lástima —afirmó el rey con la espada apuntando amenazante a Paimon—. Esta cosa no es humana.
—¿Quiere decir que cree que soy capaz de crear vida? —preguntó Dain, entonces el arma del rey fue colocada justo al lado de su cuello, tan cerca que por un momento el alquimista se preguntó si había sido herido y estaba simplemente viviendo los últimos segundos de una inutil e insatisfactoria vida.
—No lo creo, lo sé.
Claramente un Alberich lo sabría tan bien como él, los alquimistas creaban vida y disponían de ella; Dainsleif tuvo rápidas memorias confusas y distantes que se mezclaban las unas con las otras, recuerdos de bestias horribles y deformes que aterrorizaban a centenares de personas en calles y páramos de una nación teñida de rojo por el color de la sangre y las llamas.
—Algunos alquimistas consideramos hijos a nuestros homúnculos —le explicó Dainsleif, solo para sentir temor cuando el serio y terrorífico rey de Khaenri'ah le sonrió de repente.
—Así que, desobedeciste una de las órdenes que te di en mi carta.
—No mi señor... dejé todo lo que me permitiría hacer alquimia en mi hogar en Sumeru...
—No habrías ocultado a tu monstruo si la consideraras una hija, la ocultas porque es la única arma que pudiste traer contigo.
—Dain... —susurró Paimon abrazando su pierna, llorando de miedo.
—¿Cómo supo usted que estaba escondida detrás de mí?
—El eco —respondió Surya Alberich, Dainsleif abrió los ojos, había entrenado muy bien a Paimon para que siguiera sus pisadas de forma precisa en lugares con eco, pero un simple retraso de un segundo logró que el monarca se diera cuenta de que había alguien más caminando sobre las baldosas a parte de Dain.
—Mi hija solo actúa en caso de emergencias, no pretendíamos nada más allá de... —se excusó el alquimista, más pronto que tarde hiló una mejor explicación—. Comprenderá usted que estamos en un país donde las personas como nosotros no son admitidos, me sentí algo paranoico pensando que me arrestarían apenas pusiera un pie aquí.
—Estás en mi palacio porque yo te llamé, porque tu, alquimista, quieres algo a cambio por mi heredero legal.
—Lo sé su majestad... le imploro que le perdone la vida a mi hija, ella no tiene la culpa de mi imprudencia —dijo Dainsleif, esta vez poniéndose de rodillas para pedir piedad y satisfacer el deseo de dominancia del rey Alberich, pues lo menos inteligente que podía hacer, era seguir justificando su modo de actuar, lo que iba a ayudarlo a salir con vida era actuar sumisamente.
—No más trucos, toma a esa cosa y no la dejes corretear libre por mi castillo, quiero verle la cara a ambos —ordenó Surya, entonces sin demora Dain tomó a su creación y la abrazó, fingiendo actuar como un padre protector—. Quítate la máscara.
—Pero... —murmuró el alquimista, recibiendo en contestación otra amenaza del monarca, quien esta vez puso la punta afilada del sable en el centro de la garganta de Dain.
—Si vuelvo a escuchar un pero, despídete de todo.
Dainsleif pensó un momento que en definitiva había perdido la práctica, porque ya no era capaz de salir de situaciones como esas con la misma habilidad; quitarse aquella máscara que le cubría la mitad de la cara era una de las acciones más prohibidas en sus códigos, quien viese esa parte de su rostro debía ser de su absoluta confianza, o debía ser eliminado inmediatamente. Sin embargo la situación era muy distinta, estaba frente al rey de Khaenri'ah, y este iba a decidir si lo dejaba vivir al ver su cicatriz, o si lo condenaba a morir en ese mismo sitio.
Pero Dain no podía aceptar que su vida acabara en ese momento, no sin haber hecho algo relevante con ella, no sin lograr que valiese la pena haber vivido por tanto tiempo; por eso, se dijo a sí mismo que si Surya levantaba la espada para asesinarlo, él esquivaría el ataque y le rompería el cuello sin importar las consecuencias. Con incertidumbre el alquimista se quitó la máscara delante del monarca, este analizó la mitad previamente oculta de su rostro, y con seriedad guardó su espada, eso era alentador, mas no lo era el profundo desprecio que había en sus ojos violeta.
—Te niegas a morir sin chuparle la sangre a alguien de mi familia —comentó Surya, Dainsleif volvió a colocarse la máscara por costumbre, y permaneció en silencio, tal y como lo había pensado, ese odioso día lo estaba haciendo padecer demasiadas emociones, y en ese momento, lo que sentía era vergüenza.
—No estoy aquí para perjudicarlo a usted... de verdad, siento muchísimo lo que...
—Cierra la boca. —El rey no necesitó alzar la voz para que su autoridad fuese respetada por Dain, que solo se quedó callado, tragando saliva con nerviosismo, pues sabía con certeza que Surya Alberich estaba en todo su derecho de condenarlo—. Dime que es lo que quieres.
—Quiero que mis compañeros alquimistas puedan volver a Khaenri'ah sin miedo, es lo único que deseo de esta vida, es injusto que todos ellos paguen por...
—Yo decido si es justo o no —dijo el monarca indolente, Dain solo se quedó de rodillas e inclinó la cabeza en señal de obediencia.
—Estoy profundamente arrepentido por todo lo que pasó, pero mi objetivo no es venganza contra usted y su familia, es darle la libertad a los alquimistas de volver a ejercer nuestro oficio en este lugar... Con las necesarias limitaciones... —le explicó Dainsleif para dejarle claro que estaba dispuesto a negociar cuantas prácticas de la alquimia estarían permitidas en Khaenri'ah, comprendiendo que los límites eran necesarios para no causar desastres como la caída de la dinastía Eclipse.
—¿Crees que podría confiar en ti? Eres una infección, la peor de todas las de tu clase —juzgó Surya sonriendo con malicia por estar disfrutando ver a "ese" alquimista rendido a sus pies.
—Juro por todos los dioses, que no causaré más problemas ni a su linaje, ni a su pueblo, ni a los míos... Todo lo que pido, es una última oportunidad para redimir mis pecados, solo así, mi vida tendrá un sentido...
—¿Eso es lo que quieres? ¿Redención? ¿Darle un propósito a esa patética existencia tuya? Tus acciones del pasado parecían indicar algo diferente.
—Siempre he tenido el mismo objetivo, pero antes era más imprudente y estaba dispuesto a pasar sobre cualquiera con tal de conseguirlo. Pero mi señor, ahora he aprendido que si deseo conseguir lo que quiero, no debe ser luchando contra usted, sino sirviendo sus deseos... Dándole aquello que anhela y que nadie ha logrado traerle de vuelta.
—¿Hablas de mi heredero legal?
—Sí, sé cuántas veces sus grupos de rescate no pudieron devolverle al príncipe Kaeya. Pero yo estoy dispuesto a darlo todo... para que él vuelva a casa; no permitiré que me maten antes de sacar a su hijo de Mondstadt y reunirlo con usted de una buena vez —prometió Dain mirándolo a los ojos con firmeza, el monarca lo analizó durante varios segundos, cuestionando si realmente ese bastardo oportunista estaba dispuesto a todo con tal de que derogara la ley anti alquimia.
—Qué difícil es creer en un tipo de tu calaña ¿Tan importante es esa estupida ley para ti?
—Por supuesto que lo es, porque es mi error —respondió haciendo énfasis en el "mi", después el alquimista se levantó con Paimon todavía en sus brazos, mirándolo embelesada porque él la estaba abrazando y cuidando de un señor aterrador—. Vi el sufrimiento de su pueblo, vi la forma en que idolatran al príncipe... Si yo cumplo su deseo, no solo estaría devolviendo lo que le quité a mis compañeros, no solo estaría permitiéndoles presenciar con sus propios ojos este maravilloso país lleno de historia, le estaría devolviendo la sonrisa a esas personas, su esperanza, y... a usted también.
—¿Un mata Alberichs tiene un objetivo tan noble como ese?
—Juro ante usted y todo lo sagrado, que cumpliré con su petición sin dañar a un solo Alberich más.
Entonces, el rey sonrió de oreja a oreja; Dainsleif y Paimon se paralizaron mientras escuchaban unos pasos haciendo eco al ingresar al salón, justo a sus espaldas.
—Es tan irónico... que lo que quiera pedirte sea precisamente eso.
—Tu padre ha muerto —soltó Rosalyne sin importarle cómo reaccionaría Ajax, quien pasmado miró al suelo, sus hombros cayeron y soltó una exhalación, necesitaba un momento para asimilar aquello, porque pasó 6 años compartiendo cartas con su progenitor, pidiéndole que huyera con sus hermanitos a Liyue para poder estar juntos; ahora no solo no podrían vivir en su nuevo país, sino que ni siquiera tuvo la oportunidad de decirle adiós.
—Madame Signora, esa parte debió dejarmela a mí, él necesita tiempo para... —quiso corregirla Pulcinella, pero Rosalyne lo interrumpió.
—No tenemos tiempo, estamos a menos de dos kilómetros del campamento enemigo, no podemos darnos el lujo de tardar más con un traidor llorón como este —dijo ella, los dientes de Childe crujieron y clavó las uñas en sus muslos, rasguñandolos con desprecio por sí mismo, por haber arruinado su vida y no haber podido estar con su padre al final de sus días.
—No todo debe basarse en amenazas y extorsión, Ajax también es un ser humano —dijo el señor Pulcinella, Signora se rió en su cara por la idealista y piadosa forma que tenía de mirar a un desertor.
—Murió hace medio año, desde entonces, tus hermanitos han estado viviendo en el orfanato "Casa de la hoguera" —continuó explicandole Rosalyne, Tartaglia levantó la cabeza bruscamente, la mención de aquel orfanato que creaba a los "valientes soldados" que él decía admirar, en esos momentos les estaba haciendo entrar en pánico por sus hermanos menores.
—¿Y nuestros hermanos mayores? ¿Acaso no pudieron...?
—Perdimos contacto con ellos Ajax, de un momento a otro todo el barrio se llenó de huérfanos, era más de lo que podíamos solventar en la junta, yo no tuvimos más opción que... —se excusó Pulcinella, Childe lo miró de reojo, ya no lucía amenazante, pero sí que lo observaba con desilusión, como si ya no confiase ni un poco en él—. Ajax yo... nunca he dejado de velar por el bienestar de esos niños, les he conseguido nuevas familias a la mayoría de ellos para que no acaben siendo...
—No te creo...
—Te lo juro, no he parado ni un segundo... Es por eso que Teucer está aquí, madame Signora lo adoptó, solo faltan Anthon y Tonia...
—Planeo cuidar de ellos también, si tu aceptas un trato conmigo —comentó Rosalyne, Tartaglia respiraba con cortas inhalaciones, reprimiendo la ira y frustración, aún no podía perdonarse por todo lo que arruinó, pero tampoco podía perdonar a esa tipa y al señor Pulcinella.
—¿Cuidarlos? ¿Cómo sé que no les harás daño? No puedo confiarle la vida de mis hermanos a una arpía como tú.
—No sabes controlar tu lengua, tampoco espero mucho de ti, después de todo, abandonaste a tu familia ¿Verdad Teucer? —Rosalyne miró al niño en sus brazos, Teucer hizo un puchero y su visión se nubló por las lágrimas, sintiendo un dolor punzante en el centro del pecho, porque empezaba a creer que su hermano mayor no era el tipo genial y dulce que se imaginó.
—¡No le hagas caso Teucer! —exclamó Ajax con desespero, pues el llanto de su hermanito iba en aumento, realmente se sentía confundido y angustiado gracias a las palabras de esa mujer—. Escuchame Teucer, yo nunca los abandoné, la historia es demasiado complicada, pero te aseguro por nuestro padre, que yo nunca dejé de pensar en ti, en Tonia o en Anthon...
De un momento a otro Childe había colapsado en lágrimas, no estaba procesando bien lo que Signora y Pulcinella le dijeron, y ver a su hermano menor llorar solo empeoró ese desborde de sentimientos encontrados; sin embargo, aunque las ganas de gritar y llorar pensando en su padre y en las vidas que dejó atrás eran más fuertes que su carácter, se mantuvo observando a Teucer, de rodillas como si estuviera implorando su perdón. Teucer dio un último sollozo cuando lo oyó decir que él y sus demás hermanos siempre estuvieron en sus pensamientos, y comprendió entonces que su hermano mayor, al igual que él mismo, estaba triste por no haber podido pasar más tiempo juntos como familia.
Pulcinella se acercó a Rosalyne y la miró hacia arriba, suplicandole con sus melancólicos y cansados ojos que bajase al pequeño y lo dejara ir con Tartaglia, madame Signora orgullosa no quiso mostrar remordimiento en su expresión, mas con seriedad depositó a Teucer en el suelo, tocando con delicadeza su nuca para incentivarlo a ir hacia Ajax. El niño caminó hasta llegar frente a Childe, y preocupado quiso usar sus pequeños pulgares para limpiarle las lágrimas; de pronto Tartaglia abrazó una vez más a su hermanito, apretandolo un poco contra su cuerpo, ya que todo lo que deseaba en ese momento era demostrarle que realmente lo amaba con todo su corazón.
—Siempre he pensado en ustedes... Incluso si no conocía sus caras, yo siempre los he amado... —susurró Ajax abrazando a Teucer, el niño cerró los ojos, envuelto en una sensación de calidez que le recordaba mucho a su padre, por eso su percepción de su hermano mayor volvía a ser la misma, él era el héroe de sus fantasías, y luego de haberlo conocido en persona, podría ponerle rostro a ese héroe sin problemas.
—Solo falta que le digas lo mismo a Tonia y Anthon —le recordó Rosalyne impaciente por ir al grano de una vez, la extorsión previa a la "negociación" se estaba extendiendo demasiado para ella.
—Te amo Teucer, a ti y a toda la familia —le dijo mirándolo a los ojos, su hermanito acababa de darse cuenta de que la mirada de Childe no brillaba, eso le preocupó un poco, pero no sintió miedo por ello.
El niño tocó los laterales del rostro de Ajax y se paró en cuclillas para darle un largo beso en la frente, Tartaglia se sintió bendecido, pues la ternura que Teucer le estaba entregando no era algo que él creyera merecer. Entonces tomó una de las manitas de su hermano menor y la besó, sonriendo más tranquilo, Teucer dócilmente se dejó tomar en brazos otra vez, para luego ser sentado cómodamente sobre el regazo de Childe, quien lo abrazaba mientras volvía a mirar desafiante a madame Signora y a Pulcinella.
—¿Qué tengo que hacer para que mis hermanos estén a salvo? —preguntó Ajax, Rosalyne sonrió algo menos hostil, pues al fin pudo ir al punto.
—Snezhnaya ya no podrá resistir por más tiempo esta guerra sin la ayuda de un aliado, nuestros soldados son más numerosos que los de Liyue y Mondstadt juntos, pero la calidad no es la mejor, y es aun más dramático si el pueblo pasa hambre y los niños no logran los requisitos para convertirse en guerreros fuertes —relató madame Signora mirando a Teucer, Tartaglia lo abrazó más fuerte, con temor de que su hermanito, al estar mejor alimentado, fuese reclutado por el ejército contra su voluntad.
—No solo eso, el hambre también puede desencadenar problemas internos con los cuales no podríamos lidiar al mismo tiempo que esta guerra, tal y como está pasando en Inazuma —agregó el señor Pulcinella, Childe escuchaba atentamente, eso quizá quería decir que Snezhnaya ya no podría batallar más, y si lo que deseaban era pedirle que hiciese trucos sucios para ganar tiempo, no serviría de nada.
—Cualquier complot que quieran que empiece, no va a desestabilizar a Liyue, Morax sabe muy bien que cartas jugar cuando se trata de negocios, no me permitirá entrometerme en eso.
—No vamos a pedirte "guiar" al emperador en asuntos monetarios, no tienes la cabeza para eso —replicó Rosalyne, sacando de su abrigo una carta con un sello muy similar al que usaba la zarina, pero con ligeras diferencias, como una estrella en el centro—. Estamos hablando de recibir ayuda de Khaenri'ah, ya sea durante la guerra, o en la postguerra.
—Ganemos o perdamos —dijo Pulcinella, ella lo miró tensa, porque en sus planes no estaba perder.
—¿Khaenri'ah?... —murmuró Childe fastidiado, la última vez que su superior dijo esa palabra, no había surgido nada bueno para su vida—. Diganme que no es lo que creo, no quiero volver a verle la cara a ese principito...
—¿Ya lo has visto? —cuestionó madame Signora, el señor Pulcinella le hizo una seña a Ajax moviendo su mano horizontalmente frente a su propia garganta, pidiendole de esa forma que ni se le ocurriera dar detalles de ello.
—Desde la distancia... ¿Tiene que ver con él, verdad?
—Por supuesto, su secuestro no solo imposibilita que Khaenri'ah nos preste refuerzos, también nos priva de su ayuda humanitaria, con Fontaine y Natlan no basta, necesitamos ayuda de verdad, no simples tratados comerciales. —Rosalyne explicó aquello cruzada de brazos, molesta por tener que admitir que Snezhnaya estaba más vulnerable que sus enemigos.
—Increible lo que un debilucho encerrado puede causar —comentó Ajax, despreciando al príncipe Alberich por haberse resistido estúpidamente a su propio rescate en Espinadragon.
—Su majestad la zarina quería firmar la rendición, la persuadí de no hacerlo hasta intentar por última vez sacar a Kaeya Alberich de Mondstadt —dijo madame Signora—. Sin embargo, nuestra excelencia expresó que no puede priorizar gastar recursos en él, cuando su prioridad es el pueblo de Snezhnaya.
—Entonces lo que quieren es que una sola persona, o sea yo, se ensucie las manos salvandole el culo y llevándolo a Khaenri'ah ¿Verdad?
—En primer lugar: no, no queremos que actúes solo, queremos que uses tu posición privilegiada para acercarte lo más posible al príncipe, porque Morax el Rex Lapis visita muy seguido Mondstadt cuando hay treguas ¿O me equivoco?
—Es cierto.
—No te desesperes pequeño cobarde, un grupo de mercenarios te va a ayudar.
—¿Un grupo de mercenarios? ¿No dijiste que la zarina no invertiría nada en el rescate?
—Ese es el segundo punto: quién financia a este grupo, no es Surya Alberich ni su majestad la zarina, es su mano derecha, y el líder del clan Kamisato de Inazuma.
—Un momento ¿Qué pinta Inazuma en todo esto?
—Tampoco lo sabemos, pero el líder del clan Kamisato se ofreció a pagar el rescate del príncipe Alberich, y la mano derecha de nuestra excelencia está pagando el resto de su propio bolsillo —le explicó Pulcinella mientras Rosalyne se acercaba a Tartaglia extendiendole la carta que había sacado de su bolsillo—. ¿Tal vez querrá a cambio del rescate que su hermana menor se una en matrimonio con el príncipe? ¿O él mismo querrá aquello para sí mismo...?
—Y por esa razón, no se trata de que rescaten al príncipe Alberich para llevarlo a Khaenri'ah. Deberás traerlo a Snezhnaya primero —dijo madame Signora mientras Ajax con desconfianza le quitaba el sobre de la mano.
Al voltearse, Dainsleif y Paimon se encontraron con una joven mujer de cabello platinado casi tan blanco como el de la pequeña homúnculo, unos seductores ojos ámbar y semblante serio, vistiendo un vestido blanco con guantes y una capa roja, y una lujosa y pesada gargantilla de oro puro. Aquella mujer sostenía en sus brazos a un niño de 3 años con sus mismas características, quien miraba sumamente desconfiado y temeroso al alquimista y a Paimon, como si jamás en su vida hubiese tenido contacto con alguien más fuera de ese palacio.
—Te presento a mi nueva esposa, Beleth, y a mi hijo menor, Edel XIV —dijo Surya, Dain miró con más detención al niño, no tenía la piel oscura, su cabello era ondulado y no lacio, y ni siquiera tenía los ojos caracteristicos de la dinastia Alberich, de hecho, eran igual de amarillos que los de su madre.
—Es un placer... —Dainsleif reverenció brevemente a la joven Beleth y volvió a prestarle atención a Surya Alberich, le parecía muy extraño que en los rumores que Paimon escuchó en el barco, no se hiciera ni una sola mención de que Khaenri'ah tuviera una nueva reina.
—Si te lo estás preguntando, nadie fuera de este palacio, además de ti, sabe que he vuelto a casarme y que conseguí engendrar un segundo hijo —le explicó el rey para sacarlo de dudas.
—Es muy precavido...
—Por supuesto, Edel debe permanecer en el anonimato hasta que pueda aplastar a Mondstadt y a Liyue de una vez por todas, no como Kaeya, que acabó como acabó —expresó Surya, el alquimista se preguntó porque estaba hablando de su primogénito en pasado.
—Comprendo... Es lo más sensato para protegerlo.
—Ya no hay nada que podamos hacer por el mayor, los rescates ya no funcionaron, solo hemos perdido fuerzas y recursos a lo largo de estos años. Bueno, no solo eso, estamos bloqueados, viviendo aplastados bajo la bota de Barbatos, eso no es digno para nuestro legado, si el padre de la dinastía Alberich nos estuviera viendo, desaprobaría por completo que aceptemos vivir bajo imposiciones de un degenerado como ese.
—Lo sé de sobra... —murmuró Dain con lo que podía ser considerado un "recuerdo" en su mente, no obstante esa difusa imagen y el sentimiento de miedo y respeto, le hacía saber que Edel Alberich sin lugar a dudas habría ido en persona hasta Mondstadt para llevarse a su descendiente, matando a quien tuviera que matar.
—Y de todos modos, mi primogénito ya fue deshonrado hace mucho tiempo, solo y encerrado en Mondstadt, sin nadie que le enseñase a ser un guerrero, un diplomático, o un príncipe... Él no puede ser considerado un Alberich, un Alberich de verdad habría luchado con uñas y dientes antes de dejar que un enano asqueroso lo sodomizara a placer.
—No creo que haya podido hacer mucho al respecto... —murmuró Dainsleif por lo bajo, el rey lo escuchó claramente y con severidad lo miró, haciéndolo sentirse como un gusano.
—La hermana de nuestro fundador tuvo más honor al quitarse la vida antes de ser deshonrada —dijo Surya con desdén contra el alquimista; aquel recuerdo atenuado por el paso de los siglos le dio una fuerte punzada a Dain, no necesitaba recordar vívidamente lo ocurrido para entender que ese era uno de sus más profundos arrepentimientos.
—Pero Kaeya era solo un niño, un cachorro no puede defenderse si no le enseñan a cazar primero —se atrevió a decir Dainsleif mirando fijamente al rey, este bufó despreciandolo todavía más por esa insolencia.
—Por eso dejó de ser un Alberich en el momento en que se lo llevaron de aquí.
«Cuando usted dejó que se lo llevaran» pensó Dain, decir aquello en voz alta le habría significado perder la cabeza ahí mismo.
—Así que, tiene un nuevo hijo, y habla del príncipe Kaeya como si no fuera su actual heredero ¿Estoy en lo correcto en sospechar que es lo que quiere pedirme?
—Lo estás.
—¿Por qué no le confía esto a alguien de su ejército? —cuestionó Dainsleif sonriendo astuto, Surya se arregló el cuello de la camisa, incómodo.
—Tu estuviste allá afuera hace un momento, el pueblo de Khaenri'ah idolatra a ese...—respondió el rey Alberich tragándose un insulto hacia su primogénito—. Incluso si supieran que es un amanerado incapaz de tomar un simple puñal para defenderse, seguirían rezando en el centro de la ciudad para verlo regresar algún día —agregó, su nueva esposa sonrió discretamente, lo que siempre venía después de una frase como esa era su parte favorita—. Por más que les duela, es por su propio bien que ese despojo no se convierta en un rey ¿Qué clase de futuro le depararía a Khaenri'ah si gobernase alguien así de débil?
—Entonces el pueblo no puede enterarse de que quiere a su hijo mayor bajo tierra, porque... eso sería suficiente motivo para levantarse en su contra ¿O me equivoco? —preguntó el alquimista con lo que parecía ser un rastro de entusiasmo en su mirada, al rey le pareció sospechoso, así que decidió volver a poner una mano en la empuñadura de su espada.
—Te ves muy feliz por eso, es raro tratándose de alguien que supuestamente solo quiere que elimine la prohibición de la alquimia.
—Solo me parece curioso que me pida asesinar a su propio hijo, y no a Barbatos o a Morax en su lugar —comentó Dainsleif, entonces el rey se echó a reír a carcajadas, a Dain le perturbaba que alguien tan serio e intimidante de repente riera así.
—¿Tú en solitario? ¿Matando a los reyes de Mondstadt y Liyue?
—En mi defensa ya he matado reyes en el pasado... —dijo para sí mismo el alquimista en voz muy baja, a sabiendas de que si Surya lo escuchaba, podría hasta matarlo, teniendo razones de sobra para ello.
—Incluso si mataras a Barbatos, la ley de Mondstadt establece que si no hay un heredero directo, el regente será el Gran Maestro de los caballeros de Favonius, y así el puesto podría pasar al Gran Maestro Intendente, hasta que no quede nadie ¿Serías capaz de matar a todos esos, con tal de no ensuciarte con la sangre de mi estirpe otra vez?
—Sin dudas suena a una tarea mucho más difícil, y ni hablar de Morax el Rex Lapis y todos sus herederos.
—En retrospectiva a alguien como tu no le debería ser difícil matar niños —comentó maliciosamente el rey Alberich, Dainsleif se enserió ante esa insinuación.
—No maté a...
—No me interesa tu versión, solo estoy diciendote que lo menos suicida que puedes hacer, es acabar con mi despojo de manera que parezca un accidente o una muerte natural. —Surya estaba abandonando la seriedad, de repente su estado de ánimo comenzó a hacerse más impetuoso, como si estuviera dejando salir una enorme frustración reprimida por años—. ¡Así, mi pueblo no sabría que yo desee esto, y se levantarán con toda su furia contra Mondstadt y Liyue de una vez por todas!
—Eso es lo que quiere usted... Luchar, no le interesa ganar la guerra por otros medios, quiere combatir y ganarla por su propio puño.
—¿Lo entiendes? —preguntó el rey sorprendido de que, en vez de juzgarlo, Dain lo haya leído como un libro; Dainsleif pasó decadas y decadas observando el comportamiento humano, por supuesto que era capaz de entender porqué algunos se comportaban de cierta forma, pero no por ello compartía sus valores.
—Lo entiendo, usted no busca enviar asesinos a sueldo tras sus enemigos, no quiere desestabilizarlos desde adentro ni elaborar sucios complots, usted quiere ganar con sus propias manos, vengar a su primera esposa y el honor que irreparablemente ya perdió su primogénito, como Edel Alberich le legó a todas sus generaciones.
—Increíble... —susurró Surya Alberich asombrado por la manera en que ese inmundo alquimista podía saber exactamente como pensaba—. Si mi despojo hubiera resistido, si no fuera un juguete para su captor, si podría tratarlo como mi hijo...
—Lo comprendo su majestad, a usted le preocupa mantener el legado de los Alberich, y su hijo mayor no solo ya perdió todo lo que lo convertía en uno, sino que también, lo está arrastrando a usted al camino de los débiles.
El rey abrió la boca, se esperaba ser juzgado bajo los estándares morales de otras partes del mundo, pero nunca se hubiese imaginado que alguien entendería su manera de pensar; el alquimista no lo enjuiciaba precisamente, pero sí le produjo desgano saber que no importaba la generación, los Alberich jamás cambiaban sus rígidos estándares del honor. Tampoco tenía interés en la vida de Kaeya Alberich, si la única forma de conseguir que se eliminara la ley anti alquimia en Khaenri'ah y que sus errores fueran perdonados, era matando a ese joven, lo haría sin dudarlo ni un segundo.
—Si tu aceptas quitarme este yugo sin dejar rastros ni sospechas de que sea un crimen premeditado, eliminaré la prohibición —expresó el rey, sin embargo a Dain aquello no le bastaba para creer en sus palabras.
—Aceptaré, si seguimos ciertos protocolos para firmar este acuerdo —dijo el alquimista, Surya se quedó callado y molesto, creyendo que además de la derogación de la ley, le pediría también otras cosas a cambio—. No me malentienda, no quiero nada más que lo que ya pedí, pero necesito establecer por escrito algunas condiciones.
—Aquí la única lealtad de dudosa legitimidad es la tuya, yo soy un rey, solo mi palabra debería bastarte.
—Entonces, jurelo por su nombre y el padre fundador —insistió Dainsleif asertivamente, el rey de Khaenri'ah bufó, y luego se llevó una mano al corazón, erguido y firme.
—Juro por Edel y toda la casa Alberich, que cumpliré mi palabra si tu cumples mi deseo.
De todas maneras, al finalizar la conversación, Surya Alberich y Dainsleif salieron del salón para encerrarse en una oficina, donde empezaron a redactar un contrato para establecer las condiciones, el rey de Khaenri'ah tendría que eliminar la ley anti alquimia limitando su uso bajo los prescriptos del gremio de alquimistas de Sumeru, sin mayores prohibiciones, en un plazo máximo de 30 años, además, si llegaba a morir en ese periodo, su nuevo heredero, Edel XIV, tendría que hacer valer la cláusula en su nombre. Por su parte, Dainsleif debería cumplir su cometido de asesinar al primogénito de Surya Alberich con métodos discretos como accidentes o el uso de sustancias para simular enfermedades mortales, que no comprometiesen la reputación del rey de Khaenri'ah ante su pueblo y sus aliados de Snezhnaya.
Además de esa condición, Dainsleif tenía prohibido traicionar al rey Alberich o cooperar en favor de Mondstadt, de Liyue o en beneficio de la vida del príncipe Kaeya Alberich, pues de ser el caso y si decidía apoyar a los enemigos de Surya o a quien consideraba un estorbo para sus planes en la guerra, el rey no solo enviaría a sus tropas a darle caza al alquimista, sino que se contactaría con el gremio de alquimistas y todas las naciones para alertarles sobre él y su verdadera identidad. Una bastante peligrosa que debía ser erradicada de Teyvat como una peste.
«Para el muchacho desertor...
Los sabios de nuestra majestad nos han recomendado la rendición, en los códigos de honor de mi familia aquello sería imperdonable, pero las personas de Snezhnaya no comparten esa visión. En el tiempo que he pasado aquí, poco más de 20 años, aprendí que "rendirse" no es el fin de la guerra, no es el "jaque mate" en este tablero de ajedrez.
Esperar a recuperarnos para atacar a futuro es algo que puedo comprender, e incluso estoy de acuerdo, porque para ganar este juego, cada peón cuenta, y en momentos como este, ni la reina está en las condiciones para atacar.
Pero...
Hay una pieza que... desde lo más profundo de mi alma, me niego a perder...
A veces pienso en ello con la cabeza fría, descartando que tengo relación con él, y considero que perderlo soltaría las cadenas de Khaenri'ah y desataría su furia orgullosa hasta entregarnos el triunfo que tanto anhelamos. Desde ese punto de vista, su muerte significaría un beneficio para Snezhnaya, un movimiento eficaz, un peón que liberaría a todo un ejército detrás de él.
Pero él no es una pieza de ajedrez.
Él no es un objeto.
Él no eligió ser utilizado en este juego.
Él es un ser humano.
Él tiene un nombre.
Él es Kaeya.
Un Alberich.
Si pudiera verlo como veo a los demás, como alguien a quien puedo usar y desechar, las cosas serían mucho más fáciles para mi. Pero no lo son, no puedo dejar de verlo como lo que es para mi.
Como lo que yo sé que en verdad es para mi.
Si su majestad negocia nuestra rendición antes de que él sea rescatado, el destino de Kaeya será incierto, dispondrán de él como lo han hecho durante sus años de cautiverio, solo que esta vez... Quizás él ya no pueda ver la luz del día una vez más.
El alcalde Pulcinella me habló de ti, me convenció de que entenderías lo que es separar los asuntos de la guerra de tu familia.
Creí que me conocía, que lo más importante para mi sería el bien mayor por sobre todo lo demás.
Pero si me vieras ahora, flaqueando mientras intento no deshacerme en lágrimas, vendiendo todo mi patrimonio para no tener que recurrir a un préstamo del Banco del Norte.
Conservando únicamente mi puesto y mi nombre...
Tal vez en el fondo tú y yo nos parecemos...
¿Dejarías que tu familia pereciera por esta guerra?
Porque yo no.
Por eso, desde el fondo de mi corazón, como un humano antes del estratega que soy, antes del consejero que soy.
Te pido...
Traélo con vida.
Cordialmente
Pierro A.»
Al terminar de leer la carta, Ajax miró a Pulcinella seriamente, a pesar de que odiaba estar siendo obligado a unirse a ese rescate, empezaba a entender porque su viejo amigo había movido los hilos de esa forma, para que él y la mano derecha de la zarina tuvieran ese indirecto contacto, y supieran así que ambos tenían prioridades más grandes que la lucha y el poder, unas prioridades que los hacían conectar. Después de doblar la carta por la mitad, volvió a meterla en el sobre y se la entregó con menor altivez a Rosalyne, pues ya no le convendría estar enemistado con su nuevo bando.
—De acuerdo, acepto, bajo la condición de que no lastimen a mis hermanos, y que los mantengan en un lugar seguro —dijo Childe erguido con Teucer entre sus brazos, madame Signora sonrió victoriosa.
—Sus futuros estarán asegurados mientras cumplas tu palabra, de lo contrario, no podemos dar nada por sentado —aquellas palabras no significaron nada para el pequeño Teucer, pero Tartaglia leía entre líneas una amenaza hacia sus hermanitos, por eso miró con firmeza y desprecio a esa mujer.
—No te preocupes, esta vez no voy a fallarle a Snezhnaya.
—Ya lo veremos.
—Quisiera darme una atribución, madame Signora —los interrumpió Pulcinella—. Propongo que además de asegurar el bienestar de los niños, se le otorgue el perdón oficial del ejército a Ajax, y se le permita habitar nuevamente en su país sin represalias por su deserción.
—Debe estar bromeando. Esta rata no sólo desertó, también ha trabajado con el ejército de Liyue, eso no es digno del perdón de su majestad.
—Su opinión es válida, pero usted no es la zarina, ni es su mano derecha aunque tengan amistad —respondió el señor Pulcinella haciendo resoplar ofendida a la mujer—. Pero para sacarnos de dudas, yo podría volver a comunicarme con el señor Pierro para preguntar sobre los beneficios que Ajax conseguiría con su cooperación, tal vez acepte perdonarlo y recibirlo nuevamente en Snezhnaya como un ciudadano más.
—Oh, no se preocupe, yo misma le hablaré de este desertor y le informaré a usted de su decisión final —dijo Rosalyne, sin embargo Pulcinella no iba a conformarse sólo con su palabra.
—Qué amable es madame Rosalyne, pero yo puedo comunicarme con él, de todos modos ya entablamos una amistad así que pensaba escribirle de todos modos.
—¿Un insignificante alcalde siendo amigo del consejero de su alteza? Permítame dudarlo.
—Se sorprendería... Aspiro a ser más que un insignificante alcalde, madame Rosalyne, y si todo sale bien, le recomendaría empezar a cuidar las palabras para referirse a mi o a Ajax, porque quién sabe, quizás Ajax pasé de ser un desertor a un capitán en el ejército de Snezhnaya —comentó el señor Pulcinella, Childe lo observaba con la boca abierta, su amigo parecía tenerlo todo planeado no sólo para que él volviese a casa, sino para que lo hiciera con honores—. Claro, solo si es él quien personalmente lo da todo para rescatar al príncipe Alberich.
Tartaglia comprendió su indirecta, para asegurar la supervivencia de sus hermanos, obtener el perdón de su nación, regresar con condecoraciones y ser tratado como un héroe, debía ser él quien sacara a ese principito de Mondstadt, sin dejar que nadie más del grupo mercenario lo opacase o se llevará todo el crédito del rescate. Mientras Rosalyne se llevaba a su hermanito y todos sus acompañantes se retiraron, él regresó al campamento de Liyue, los centinelas que resguardaban el perímetro más cercano le preguntaron dónde se había metido, él solo respondió que quería vigilar los alrededores más lejanos para cerciorarse de que ningún grupo reducido los emboscaría mientras el batallón descansaba; aquella sería la primera de tantas mentiras que iba a tener que decirle a Morax y a su ejército.
Días antes de que el príncipe Alberich fuera envenenado...
Ajax iba montado a caballo junto al resto de los escoltas de Morax y sus hijos, marcharon rumbo a la ciudad de Mondstadt en una suerte de relajadas vacaciones familiares, pues sin duda su amigo y Barbatos ya consideraban ganada la guerra por la ventaja que tenían en cuanto a estabilidad económica. Childe reflexionó durante todo el camino en lo que tendría que hacer una vez se instalara en ese lugar, debido a que durante tres años no dejó de comunicarse con los miembros del grupo mercenario contratado para liberar al príncipe Alberich de Mondstadt.
Aquel grupo se hacía llamar "Fatui", Tartaglia compartió cartas con uno de sus altos mandos más jóvenes, al cual se le apodaba "el baladista", mas aquel muchacho se presentó formalmente en su tercera carta como "Scaramouche"; en la última de ellas ese joven le especificó que debían reunirse en los barrios bajos de la ciudad durante la primera noche en que Childe pisara Mondstadt. Ese fue el primer fastidio de la misión, tener que reunirse con Scaramouche casi inmediatamente después de su llegada, sin la posibilidad de descansar.
No obstante había algo peor que angustió a Ajax durante esos tres años, y eran las implicancias que tendría para Morax y sus descendientes que él los traicionara de esa forma; aún recordaba el primer encuentro que tuvo con el emperador de Liyue, Tartaglia había pasado meses perdido en la montaña antes de llegar a la aldea Mingyun, donde en su estado desnutrido y con algunos signos de intoxicación por ingesta de alimentos en mal estado, trató de robar algo de comida para sobrevivir. Zhongli iba de regreso al puerto de Liyue en compañía de sus guardias cuando vió a Childe correr con el humilde botín, sus soldados lo reconocieron como un extranjero enemigo, y se dispusieron a acribillarlo con flechas.
Ajax tenía fiebre y su cuerpo estaba sumamente débil, sin embargo se las ingenió para esquivar ese ataque, a excepción de una flecha que se clavó entre su hombro y espalda; a pesar de eso el joven de Snezhnaya no se quedó quieto, y con un trozo de roca afilado corrió hacia los guardias de Morax, dispuesto a enfrentarlos con sus últimas fuerzas y tener una muerte digna. Pero antes de recibir una flecha desde el frente que pudo haber acabado con su vida, el muchacho se desplomó de cansancio delante del emperador y sus hombres, quienes se rieron de lo patético que estaba siendo; el orgullo de Tartaglia le impidía quedarse así, por lo que con sus manos trató de erguirse, su cabeza le pesaba y no reconocía sus delgados brazos, que hacía solo un tiempo presumía por tener músculos a su corta edad.
De pronto empezó a temblar, le dolía el estómago y la fiebre comenzaba a causarle alucinaciones, hasta que en un momento no pudo soportarlo más, y vomitó lo poco que pudo comer en esos días, restos de carne cruda, hierbas y bayas; las risas se detuvieron y los soldados asqueados sintieron lástima por él, uno de ellos propuso acabar con su sufrimiento cortándole la garganta, mientras los otros sugerían apresarlo y darle agua. Sin embargo Childe consiguió levantarse y empuñar su improvisado cuchillo, ganando fuerzas para correr hacia el emperador, como si hubiese querido darle un significado a sus últimos momentos de vida asesinando a la persona más importante de todo Liyue.
Serenamente Zhongli paró su ataque golpeando la palma de su mano contra la boca del estómago del chico, y usando la otra para apretarle la muñeca, cosa que lo obligó a soltar ese trozo de roca; Ajax gritó de dolor y cayó hacia adelante, siendo sujetado solo por las firmes manos de Morax, entonces, asumiendose derrotado y humillado, cerró los ojos casi inconsciente, y sollozó como el niño de 12 años que en verdad era. El emperador estaba impresionado por ese joven, lucía completamente demacrado y delgado, tenía una flecha clavada en la espalda y vómito en los labios, e incluso así, en una evidente desventaja, tuvo el coraje de atacarlo a él y a su grupo de soldados; Zhongli sentía muchísimo aprecio por ese tipo de cualidades, así que dudó un momento entre matarlo por piedad, o dejarlo vivir para que luchasen como iguales, para darle la muerte honorable que merecía.
No obstante Tartaglia se desmayó cuando Morax se disponía a pedir una daga con la cual quitarle la vida, causando que este se detuviera para observarlo; la única razón por la que ese soldado de Snezhnaya no seguía luchando era por su precario estado de salud, cosa que no dejaba de parecerle increíble a Zhongli. Entonces lo volteó y recostó su pelirroja cabeza sobre el pasto, el muchacho temblaba de una manera tan intensa que parecía estar convulsionando, y todo su cuerpo sudaba enrojecido por la fiebre; y sin embargo seguía aferrado a la vida, respirando con grandes bocanadas que no lo dejaban exhalar todo el aire.
Los guardias miraron al emperador esperando a que este acabara con el sufrimiento del adolescente, pero Morax no dejaba de mirarlo, tendido en el suelo, débil y enfermo, pero luchando con todas sus fuerzas por seguir con vida; no pudo evitar imaginarse a Alatus en su misma situación, tenían el mismo carácter aguerrido, la misma determinación, la misma terquedad, e incluso, podía jurar que ese extranjero y su primogénito tenían exactamente la misma edad. Por eso Zhongli no se atrevió a clavarle el puñal en el corazón, y en cambio tomó a Ajax en sus brazos y le ordenó a sus hombres que buscasen al médico del pueblo para atender inmediatamente al niño; los hombres se sintieron confundidos, mas no cuestionarían la voluntad de su emperador bajo ningúna excusa.
Varias horas más tarde Childe abrió débilmente los párpados, el olor a incienso lo había sacado de su prolongado desmayo, y se dió cuenta de que ya era de noche, y que estaba dentro de una gran tienda de campaña; su borrosa vista trató de enfocarse en el hombre que le colocaba compresas de agua fría sobre la frente, por un momento creyó que había vuelto a Snezhnaya y que su padre lo estaba cuidando, pero la realidad lo hizo jadear asustado al descubrir que quien lo tenía encerrado en esa tienda era el mismísimo emperador de Liyue. Morax retiró un momento el paño de su frente para volver a sumergirlo en un cuenco de agua, Tartaglia estaba confundido, creyó que se había vuelto loco y que todo se trataba de un delirio, porque era imposible que un tipo como aquel lo estuviera ayudando.
De repente dejó de lado sus códigos de honor y llevó las manos al cuello de Zhongli para estrangularlo, todavía pensando que lo mejor que podía hacer era asesinar a su mayor enemigo antes de sucumbir por su terrible estado de salud; sin embargo el emperador se quedó quieto, mirándolo impasible mientras las delgadas manos del joven trataban de apretar su garganta sin una pizca de la fuerza bruta que tenía hasta hacía un tiempo. Entonces Ajax rodó los ojos y se dejó caer otra vez, sintiéndose tan patético y estúpido que en voz baja le pidió a Morax que lo matase; pero el emperador no estaba molesto con su forma de actuar, ni pensaba quitarle la vida, porque mientras ese niño mantenía desviada la vista con vergüenza de sí mismo, Zhongli sólo podía ver el rostro de su hijo mayor en él, lo cual lo enterneció a pesar de todo, porque si su Alatus hubiese estado en el lugar de ese muchacho, también habría intentado acabar con su enemigo a costa de quedarse sin vitalidad en el proceso.
En silencio Morax colocó el trapo sobre la frente de Childe, el niño no quiso mirarlo, porque se sentía muy extraño y desconfiado, como si creyera que ese trato tan agradable en realidad fuera el preámbulo para torturarlo hasta morir, como una especie de diversión sadista que tenía el objetivo de hacerlo bajar la guardia. Pero Zhongli no iba a lastimarlo, pues sus paternales manos sostuvieron la nuca de Tartaglia para levantar un poco su cabeza, mientras el emperador tomaba un cuenco de agua más pequeño para acercarlo a la boca del adolescente y darle de beber; Ajax seguía tenso, respirando con algo de pánico mientras dejaba que el líquido bajara por su garganta, y mirando a Morax como si estuviera esperando lo peor de él.
Sin embargo su mente le dio una fugaz imagen que ocupó el rostro de Zhongli por menos de un segundo, era la cara de su padre, quien lo cuidaba de esa misma manera cuando era muy pequeño y contraía algún resfriado por jugar mucho tiempo en la nieve. Childe apretó los párpados y volvió a ver como lucía en verdad el emperador, su cabello lacio estaba suelto y llevaba una bata blanca y pulcra, y la seriedad en su expresión le transmitió más tranquilidad que miedo; Tartaglia lo miró directo a sus ojos ámbar, queriendo borrar sus delirios de anhelo al reconocerlo como alguien diferente a su padre, sin embargo luego de un minuto la fantasía consumió nuevamente la realidad, y él terminó sonriendo como un pequeño mimado por creer que estaba reunido otra vez con su familia.
Morax se sorprendió al notarlo más docil y amigable, empezaba a preocuparse por la decisión que había tomado al dejarlo vivir, pero hizo una retrospectiva y se convenció de que, siendo el emperador, nadie podría cuestionarlo por tener misericordia con un niño del bando enemigo, porque su voluntad pesaba tanto como la de un dios. Ajax cerró los ojos, sonriendo mientras su mente le hacía revivir un recuerdo de los días de pesca en hielo que tenía con su padre, no necesitaban hablarse o tener mucho contacto físico para que esos largos momentos contemplativos tuvieran un significado profundo para él.
Zhongli tomó la mano del adolescente y le acarició el rostro, entonces Childe volvió a mirarlo, adecuándose al presente, confundido pero más vulnerable, sin hostilidad; ese momento fue demasiado inusual para ambos, no obstante ya no había vuelta atrás, ambos estaban tocando sus manos, interactuando como si nunca hubiesen sido enemigos. El emperador por fin hizo una expresión diferente al sonreírle con ternura, los delirios de Tartaglia lo hacían ver a su familia en ese hombre, y el instinto paternal de Morax le hacía asociar a ese joven con sus hijos.
Ahora que habían pasado tantos años desde ese encuentro, Ajax reflexionaba, oyendo las voces de su cabeza inquietas pero no agresivas, pues debía aparentar que no las escuchaba, después de todo, poco antes de avistar el Lago de Sidra se detuvieron para desayunar en la hierba, y todos los príncipes estaban presentes, por lo que él definitivamente no deseaba que se dieran cuenta de cómo discutía consigo mismo. Zhongli se sentó a su lado, lo cual no lo ayudó demasiado a controlar las alucinaciones que le decían que era un traidor, que no solo le falló a su patria, sino que también tenía que fallarle a Morax para proteger a sus amados hermanitos menores, era una tortura; el emperador notó que estaba teniendo una de sus crisis, y le palpó la espalda para distraerlo un momento, al menos eso ayudaba un poco, pero a Tartaglia le preocupó que las silenciosas voces se transformaran en gritos en el peor momento posible.
Después de comer los príncipes volvieron al carruaje, Childe montó su caballo junto al resto de escoltas, con las manos temblorosas en las riendas cuando desde las colinas vieron el Lago de Sidra y escucharon las fanfarrias que los recibían melódicamente, a partir de ese punto, ya no iba a tener más tiempo para pausar su decisión final; la sangre pesaba más que su aprecio por el emperador de Liyue, esa era la única verdad que lo mantenía firme. No le sorprendió ni un poco ver tanta gente reunida alrededor de las calles de Mondstadt para recibirlos con ese molesto espíritu festivo que los de ese lugar tenían, Ajax los ignoró para llegar sin pausas hasta la plaza, donde los recibiría el rey Barbatos, en compañía de aquel principito, protagonista de sus peores delirios.
Porque eso era Kaeya Alberich para Tartaglia, una tortura, una madeja de incognitas que lo hacían preguntarse por qué acabó perdido en Espinadragon, por qué sintió tanto pánico de fallar en su misión que prefirió huir sin rumbo, y por qué ese principito había gritado y se había resistido a su propio rescate. Al llegar el carruaje frente al rey de Mondstadt, Ajax se fijó en las micro expresiones de Zhongli, claramente algo lo emocionaba, seguro era por ver a Venti, pero Childe tenía sus dudas, porque el emperador no solo estaba mirando al monarca, también se concentraba demasiado en el príncipe Alberich.
Cuando el doctor Baizhu saludó al rey y a Kaeya, Tartaglia tuvo la oportunidad de mirar con mayor detalle a esos dos, tratando de averiguar qué atractivo veía Morax en ellos; Barbatos le pareció tan aburrido que ni se molestó en prestarle mucha atención, sin embargo, el príncipe de Khaenri'ah si le daba material para formarse una opinión más contundente. Era tal y como se lo imaginaba después de años sin haberlo visto, alto, esbelto, con el cabello suelto y largo, un escote profundo que revelaba gran parte de sus pechos, vistiendo un delicado traje blanco con un corset de cintura; todo eso le desagradaba a Childe, no comprendía a los hombres que supuestamente gustaban de otros hombres, y que terminaban enrollados con afeminados como Kaeya Alberich, que no tenía nada de masculino en su apariencia.
A Ajax le gustaban los hombres fuertes, de grandes músculos, que se notara que entrenaban sus cuerpos y se pulían en batalla, pero podía entender que Zhongli quisiera cogerse a los dos afeminados de sangre noble que estaban sentados esperando recibir su saludo especial, porque después de todo, y a diferencia de él, a Morax le gustaban tanto los hombres como las mujeres. Como una forma de molestar al repelente soberano de esa nación, Tartaglia se acercó a saludar primero al príncipe de Khaenri'ah, ver su cara de sorpresa y miedo le sacó una sonrisa, porque tal y como se lo esperaba, ese chico no había olvidado lo que pasó en Espinadragon.
Considerando que en esos momentos Kaeya estaba incluso más limitado que cuando se lo encontró en las montañas, dada la presencia de guardias y su actitud incómoda y melancólica, Childe sabía de antemano que no sería delatado, seguramente el principito estaba sufriendo un conflicto interno entre hacerle caso a su instinto de supervivencia, o quedarse callado por la esperanza de que Tartaglia estuviera ahí para liberarlo. Ciertamente a eso venía, pero los delirios de Ajax le decían en ese instante que Kaeya Alberich no era digno de un rescate, que debía sufrir un poco más hasta que él tuviera que ensuciarse las manos para sacarlo de Mondstadt en compañía de los Fatui.
Mientras Childe besaba la mano del principe de Khaenri'ah, lo miraba directamente a los ojos, podía sentir su miedo, la incertidumbre de estar frente a la persona a quien le arruinó la vida, era placentero ser el único que se daba cuenta de lo que estaba pasando por la mente de Kaeya Alberich. Para relajar un poco los ánimos del "estupido principe", Tartaglia saludó al "afeminado rey Barbatos" besándole la mano de la misma forma que había besado la de Kaeya, todos creyeron que solo fue un estupido error por desconocer los protocolos, pero en realidad, también quería disfrutar viendo humillado a Venti; tal vez esa era la parte divertida del trabajo, saber que rescatando al príncipe obtendría el perdón de su patria, la seguridad de su familia, y por sobre todas las cosas, la satisfacción de aplastarle la cabeza a Mondstadt y al príncipe Alberich, obligándolo a contraer una deuda permanente con él por salvarle la vida.
Su longeva vida le había enseñado a Dainsleif que el tiempo era lo de menos, Surya Alberich podía esperar un par de años para desatar su hambre de guerra, después de todo no estaba en una posición tan desfavorable como la de Snezhnaya, así que durante esos tres años, Dain se dedicó a fortalecer una relación de amistad que ya tenía con un joven maestro alquimista, llamado Albedo Kreideprinz. El muchacho era un completo prodigio para sus casi 21 años, la marchita memoria de Dainsleif no le permitía recordar su propia juventud, pero ese chico le transmitía un sentimiento que le hizo pensar en más de una oportunidad que Albedo era tan o incluso más habilidoso que él a su edad.
Pero no era la empatía lo que incentivaba a Dain a volverse más cercano a Albedo; tiempo antes de que el muchacho se tomara unas vacaciones de 2 años en Sumeru, Dainsleif ya había hablado con él, era solo un niño muy formal para su edad, que barrió el piso con los alumnos de alquimia en la Akademiya con tan solo 10 años al graduarse de todos los niveles existentes. En aquel tiempo Albedo Kreideprinz se dedicó a trabajar en el gremio de alquimistas, y Dain, fingiendo no ser un sucio irresponsable que usaba esa disciplina sin limitaciones, comenzó a charlar con él; ese muchacho solo hablaba de sus vivencias en la Akademiya, como si al igual que Dainsleif, no pudiese recordar nada antes de cierto periodo del tiempo.
Por mera curiosidad, y una fuerte corazonada que le indicaba que no era la primera vez que veía la cara de ese jovencito, Dainsleif decidió también entablar amistad con la madre adoptiva del mismo, Alice. No le hizo falta saber mucho de ella para hacer las conexiones entre aquella aventurera de Mondstadt y un suceso que marcó el curso del mundo, lo cual, volvía incluso más interesante al desmemoriado niño prodigio.
Terminó de confirmarlo cuando años más tarde Albedo demostró interés en un anuncio envíado por Barbatos, quien buscaba un alquimista para que le enseñase en profundidad esa ciencia a una niña que le fabricaba aqua vitae un tanto deficiente. Alice se negó rotundamente a que su hijo mayor aceptara esa labor, pero Albedo ya no dependía de ella, así que con terquedad empacó sus cosas para ir a Mondstadt, por lo que su madre no tuvo más opción que ir con él, a pesar de que ella se dedicaba a explorar el mundo; una actitud particularmente sospechosa para el cínico Dainsleif.
Y por esa razón, Albedo era sumamente útil para su plan de asesinar a Kaeya Alberich, porque había sido ascendido a Jefe Alquimista, siendo supuestamente alguien cercano al rey Barbatos; debido a esa conveniencia, Dain estuvo tres años siendo el confidente de ese muchacho, volviéndose tan cercanos que el joven lo invitó a volver a Mondstadt con él para que fuese contratado como un tercer alquimista para Venti. Eso lo acercaba tanto al joven príncipe que le parecía pan comido la misión de quitarle la vida, pero de todos modos, le pidió a Paimon que viajase en paralelo a ellos, su creación iría sola para que Albedo y su familia no supieran que él escondía una "hija" del resto de las personas, pues Paimon debía ser un absoluto secreto.
No obstante su homúnculo cometió una "imprudencia" durante el viaje, pues Klee, la hija biológica de Alice, mencionó que por las noches jugaba de vez en cuando con otra niña pequeña de cabello blanco. Albedo y su madre pensaron que simplemente se trataba de un amigo imaginario, pero aquella noche Dainsleif se alejó un momento del campamento, y regañó como nunca a Paimon por no seguir sus órdenes.
Su pequeña creación se disculpó llorando y le explicó que había decidido acercarse a Klee porque era consciente de que por ser una niña, nadie iba a creer que estaba jugando con alguien real; Paimon si era un tanto inteligente para asumir correctamente algo así, pero a Dain le molestaba que ella se dejase llevar por sus sentimientos en varias ocasiones, eso podía ser un problema a futuro. Fuera como fuese, al parecer Klee siguió imaginando a Paimon incluso después de que esta dejara de acercarsele, así que la homunculo aprovechó aquello para volver a aparecer nuevamente frente a la pequeña, con menor frecuencia, porque de esa forma su amo no sospecharía nada y ella iba a mantener controlado el sentimiento de soledad.
La llegada de su grupo a Mondstadt coincidió con la del emperador de Liyue y toda su prole; Sucrose había recibido una carta de su maestro y los estaba esperando sobre su propio corcel justo afuera de la ciudad, al encontrarse con ella e ingresar por el puente principal, Alice y Klee se separaron de los alquimistas para ir a su hogar, mientras estos iban rumbo a la plaza a una propiedad de Albedo para dejar a sus caballos antes de presentarse ante al rey. Mientras desmontaban en ese sitio, Dainsleif y el Jefe Alquimista oyeron la seductora voz de alguien, Albedo se quedó quieto asimilando su presencia, con miedo a caer a sus encantos como ya lo había hecho antes, pero para Dain, la sensación fue un tanto diferente.
Llegaba siglos sin experimentar algo así, después de haber conocido a tantos miembros de la familia Alberich, solo dos habían conseguido que él tuviera una sensación tan fuerte en su pecho; ambos Alberich eran dueños de unos misteriosos y sensuales ojos azul violáceo, una sonrisa coqueta y astuta, el cuello esbelto, la cintura de avispa, piernas largas, la piel morena y calida, el cabello lacio y largo. Pero la primera que conoció era hostil y orgullosa como pocas en su tiempo, en cambio Kaeya tenía algo diferente, algo completamente atrayente, como si jamás se negara a recibir las caricias de alguien, como si en cualquier momento sus labios se movieran para pedirle que se quedara con él toda la noche; como si estuviese hipnotizando a una presa para comerse su corazón.
Dainsleif le preguntó a sus compañeros quién era ese joven, pero él claramente lo sabía, reconoció sus hermosos rasgos apenas lo vió, y se maldijo sin parar por la misma razón; Kaeya era por lejos y con absoluta certeza, su tipo. Casi por inercia se había bajado del caballo para mirarlo directo a los ojos, el príncipe por fin se fijó en él, y lo contempló de la misma manera que Dain se había esperado que lo hiciera, coqueto, ardiente, magnético como si en vez de quererlo lejos de él, lo estuviese invitando a invadir todo su espacio personal para decirle al oído: "sígueme".
Entonces comenzaron a hablar para conocerse un poco más, el alquimista sentía la mirada atenta de Albedo, como "amigo" no era correcto que lo pusiera celoso, pero algo que mantuvo enterrado por años se estaba apoderando de sus acciones, obligándolo a centrarse exclusivamente en ese Alberich y todo el conjunto de características preciosas que lo convertían en la obra de arte que era. De algún modo la charla había derivado en esoterismo, ambiciones y aspiraciones, en cuestión de minutos una conversación tocó temas más profundos que los de cualquier primer encuentro, y eso era fascinante para Dainsleif.
Pero, al final de su conversación, Dain vio las verdaderas intenciones de ese joven, como un Alberich digno de su nombre, usaría las palabras a su favor para obtener lo que quería, porque los dueños de ese apellido poseían una dualidad curiosa entre un rígido concepto del honor, y una filosofía donde el fin justificaba los medios; tratándose de alguien naturalmente seductor como Kaeya, el fin era ser rescatado, y el medio era usar su cuerpo. El príncipe empezó a hablarle a Dain sobre "la tierra prometida", aquello como metáfora era una clara referencia a Khaenri'ah, lo cual significaba que el joven Alberich era consciente de parte de la historia de su tierra con los alquimistas, y sabía que algunos de ellos estarían interesados en recuperarla; ese ofrecimiento era arriesgado, impulsivo, pero muy astuto.
Dainsleif consideró que era una lástima no haberse presentado primero ante Kaeya Alberich en vez de Surya Alberich, ambos le habrían ofrecido lo mismo, pero Kaeya no iba a obligarlo a asesinar a alguien que no lo mereciera, y de hecho, pudo haberle ofrecido Khaenri'ah y la posibilidad de disponer de su cuerpo como se le antojara. Pero ya no habia marcha atras para el alquimista, su trato con el rey Alberich ya estaba firmado, y solo le quedaba obedecer; además, sus años de vida le hicieron cambiar su percepción sobre el sexo, ya no lo consideraba ni un poco esencial para su vida, pero se sentía curioso por la posibilidad de que alguien despertase lo que llevaba dormido por decadas.
De todos modos se sintió estupido por haber caído momentáneamente en los encantos de ese muchacho, en la fantasía imposible de poseer a un Alberich, de dominarlo y hacerlo arrodillarse ante él; a partir de ese momento iba a pensar en Kaeya como un maniquí, un objeto al cual podía y debía destruir. Luego de esa charla Albedo lo llevó ante el rey Barbatos y lo presentó como un segundo asistente, Dain estaba algo distraído durante su encuentro con Venti, el monarca de casi 90 años en un cuerpo de 18, adicto al aqua vitae por un incesante miedo a la muerte, lo recibió con los brazos abiertos y una alegría que pudo haber sido contagiosa para Dainsleif, si este no hubiera vivido tanto para darse cuenta de engaños como esa clase de personalidad.
Lo que lo mantenía un tanto perdido en sus pensamientos era el principe de Khaenri'ah, el alquimista estaba pensando en formas de matarlo de forma indetectable, y a la vez indolora, pues le pareció tan bello, culto y elocuente en su primer encuentro, que no lo creía merecedor del sufrimiento que pudiese traerle una muerte "accidental". Luego de hablar con el rey, el Jefe Alquimista Albedo condujo a Dain y a Sucrose hasta la taberna "El obsequio del ángel", lo cual le resultaba muy interesante a Dainsleif, pues Kaeya lo había invitado a un bar diferente y Albedo simplemente quiso sabotear un segundo encuentro entre ambos.
De todos modos el príncipe Alberich llegó hasta allí para volver a poner su hermosa mirada sobre Dain, una vez más el alquimista empezó a sentirse inquieto, pero esta vez no por el increíble atractivo de Kaeya, sino por algo que Sucrose notó, una herida en la frente del príncipe, como si alguien lo hubiera golpeado.
Kaeya respondió con una media verdad, insinuando que el rey de Mondstadt lo maltrataba por no seguir ciertas reglas; en ese momento el cantinero de la taberna comenzó a discutir con el principe de Khaenri'ah hasta que casi le dió un puñetazo; si no hubiese sido por la intervención de Albedo, aquel tipo pelirrojo lo habría agredido frente a todos los presentes. El príncipe con aparente afán de evitar un problema y crear un escándalo mayor, se disculpó con el cantinero a pesar de no haber sido precisamente la persona violenta en esa discusión, y se retiró muy tenso del bar.
Dainsleif de inmediato pensó que aquello podía ser una oportunidad en sus planes para asesinar a Kaeya de forma más rápida, si alguien de esa ciudad le guardaba algún tipo de rencor personal al príncipe, el alquimista tenía la chance de dejar a un lado los venenos y los accidentes fatales para centrarse en muertes más directas, para luego incriminar a aquel pelirrojo y hacer pasar todo como un crimen pasional sin relación alguna con razones políticas. Para poder hacer aquello debía averiguar el contexto de la relación del príncipe Alberich con ese cantinero, por eso, fingió ofenderse por el mal trato que había recibido Kaeya, y se retiró para seguirlo y permitirle abrir su corazón con él.
Al encontrarlo en una calle lo detuvo y le preguntó si estaba bien, no fue dificil llevar la conversación hacia una dirección que revelara quién era ese muchacho pelirrojo para el príncipe, una especie de "hermano" adoptivo que lo culpaba de la muerte de su padre en manos de un grupo de rescate de Khaenri'ah. El príncipe siguió revelando sus sentimientos y Dain actuaba como si los comprendiera, cuando en realidad simplemente se la pasó imaginando un modo de incriminar a Diluc Ragnvindr en el futuro asesinato de Kaeya Alberich; tal vez enviandole cartas falsas a Kaeya con la letra de ese tipo conseguiría crear un escenario donde Diluc a los ojos del rey y los caballeros de Favonius, tendría razones suficientes para quitarle la vida a Kaeya.
Sin embargo, una vez más Dainsleif estaba dejandose llevar por la conversación, revelando tambien parte de su sentir, tanto él como el principe estaban exponiendo sus sentimientos ocultos, incluso Kaeya pareció confesar que Barbatos había tenido sexo con él, cosa que no sorprendía a Dain, pues considerando que el principe de Khaenri'ah era un rehén en manos de un psicopata edonista, era casi una realidad que había sido abusado miles de veces en su corta vida. Tras decirle aquello, Kaeya volvió a tentar a Dainsleif con la idea de entregarle algo de su tierra, ya fuesen bienes, poder, o lo que él de verdad buscaba: poder permitirle a los alquimistas regresar a la verdadera capital de su ciencia.
La idea era sumamente tentadora para él, tan tentadora como los labios del hermoso príncipe, la idea de tenerlo todo siempre estuvo oculta en el ambicioso corazón del Dainsleif original, ese que el Dainsleif moldeado por la experiencia de siglos mantenía bajo llave, por ser una fuente inagotable de problemas para él y para todo el mundo. Pero ahí estaba otra vez, liberándose como su enterrado y marchito libido contra la boca de Kaeya; la satisfacción no estaba solo en la necesidad de sentir estimulados sus puntos erógenos, estaba en la idea de obtener lo que más deseaba, en volver a tener el poder sobre un Alberich, en escuchar su hermosa voz diciéndole palabras cálidas y reconfortantes que él en el fondo, quería más que cualquier otra cosa; escuchar la voz pura y dulce de la devoción.
Por desgracia Albedo interrumpió su descontrol, debió haberselo agradecido, pero Dain quería más, muchisimo más de ese príncipe, y eso era realmente peligroso; el Jefe Alquimista le ordenó retirarse para charlar a solas con Kaeya, Dainsleif aparentemente hizo caso a su orden, pero él estaba allí para averiguar cosas sobre ese Alberich y usarlas a su favor, así que se ocultó no muy lejos para escucharlos. Esa fuerte discusión llena de una carga emocional, rencores y angustia, le hizo saber lo muy involucrado que estaba Albedo con el príncipe; aquello era demasiado provechoso, pues implicaba que, como imaginó, el Jefe Alquimista y Kaeya tuvieron una relación romántica, llena de pasión y confianza.
Por ese motivo Dain ya tenía dos candidatos a los cuales culpar de un "crimen pasional" que no manchase el nombre de Surya Alberich y la zarina de Snezhnaya, sin embargo, la poca moral que le quedaba le dijo que no sería buena idea condenar a Albedo, que la mejor opción era inculpar a Diluc Ragnvindr para no sacrificar su amistad con el niño prodigio. De todos modos, esa noche Dainsleif le ordenó a Paimon que siguiese a Albedo hasta los barrios bajos y vigilara lo que pretendía hacer en ese lugar, pues el comportamiento de las personas era tan predecible, que Dain supo de inmediato como su amigo actuaría estúpidamente en nombre del amor.
Esa noche Tartaglia salió del palacio, los guardias, recelosos por su apariencia extranjera, le preguntaron a dónde se dirigía, claramente no era de su incumbencia, pero Childe les sonrió y puso la excusa de que deseaba saber qué tan divertida era la vida nocturna de Mondstadt tomando en cuenta la cantidad de alcohol que sus ciudadanos bebían durante el día. Luego de ese breve interrogatorio, Ajax se dirigió a los barrios bajos, a una tienda a la cual llamaban "el yerbatero", supuestamente ahí se conseguían hierbas medicinales para todo tipo de infusiones, pero a Tartaglia no le sorprendió ni un poco que apenas al poner un pie allí, alguien empezara a ofrecerle sustancias con diferentes efectos; en ese momento él pensó que ya tenía suficiente con sus propias voces como para adicionarles otros delirios por voluntad propia.
De pronto alguien le jaló el brazo con fuerza haciendolo inclinarse hacia adelante, entonces su mirada se encontró con la de alguien mucho más bajo que él, que estaba oculto tras una capucha de color morado muy oscuro, los ojos de ese joven tambien eran morados, y su cabello corto en forma de tazon era negro, llevando ademas un flequillo de cortina algo desordenado, salvo por dos mechones rectos en los laterales. Ese joven le entregó bruscamente una capa golpeándole el estómago, Childe entendió la indirecta y se dispuso a colocarse esa prenda con rapidez.
—Qué gusano imprudente, viniste sin una propia —comentó ese tipo, a Ajax le había quedado clarísimo que se trataba de su "amigo por correspondencia", Scaramouche—. Este sitio es frecuentado por delincuentes, por eso algunos oficiales se infiltran para reconocer sus caras; si hay uno entre nosotros y te vió entrar, puede que estés jodido.
—No sabía eso, gracias por avisarme con anticipación amigo.
—Eres tan tonto como para creer que podemos reunirnos en un lugar común.
—¿Lo preguntas, o lo afirmas?
—Es un hecho, por cuestión de lógica debías anticiparte a tener que proteger tu identidad.
—Sea como sea ¿Cuándo empezamos? ¿Ya hay un plan? Me quiero sacar este asunto de encima cuanto antes.
—Apenas nos instalamos hace un mes y ya quieres un plan, si fuera por ti ya habrías hecho algo sin pensar, como matar al rey y luego llevarte sobre los hombros al bastardo de Khaenri'ah en medio de oleadas de enemigos ¿Me equivoco?
—Esto... ¿Si?
—Pff, como sea, así van las cosas de momento: hay túneles de agua abajo de esta ciudad, la mayoría de ellos no son transitados, pero en ciertas zonas estratégicas hay guardias para vigilar que nadie traspase más allá, aunque claro, hay ciertos puntos ciegos.
—¿Sabes cuáles son esas zonas estratégicas?
—A cada extremo de la ciudad hay al menos tres salidas de agua que desembocan en el Lago de Sidra, hacia el noreste las tres salidas están igual de vigiladas, en cambio las del lado sur no lo están porque mucho antes de llegar al lago se conectan en el mismo punto, un cuello de botella donde se instalan los guardias. También hay algunos vigilando el subterráneo de la sede de los caballeros de Favoinus, en la iglesia de Favonius, y muchos rodeando el palacio.
—Así que si yo quisiera bajar a investigar ¿Tendría que matar a todos esos para recorrer los túneles? No hay ningún problema, con gusto lo haré.
—No seas imbécil, no podemos matar a nadie en los acueductos, todavía.
—¿Entonces ustedes simplemente se metieron allí, los saludaron y volvieron así como si nada? Si quieren ser discretos no deben dejar testigos.
—"No dejar testigos" alertaría de inmediato al resto de caballeros, y se darían cuenta de que hay alguien dentro de la ciudad que está planeando llevarse al susodicho.
—¿Y cómo fue que supiste donde estaban los guardias? —preguntó Tartaglia, entonces Scaramouche señaló a sus espaldas, Ajax apenas caía en cuenta de que había una tercera persona involucrada en la conversación, una especialmente bajita, poco más que Scaramouche.
—Esta cosa se escabulló, no sé como se llama —dijo el mercenario, la niña a sus espaldas refunfuñó, Childe notó que sobresalían algunos mechones de cabello verde a través de su capucha marrón, y que su delgado cuerpo estaba lleno de vendas.
—Mi nombre es Collei... —murmuró la niña con fastidio.
—Il Dottore la trajo para que se metiera en los túneles, los niños son más rápidos y pequeños y por eso tenemos un par explorando esas zonas, de esa forma los guardias no se han dado cuenta de nada —le explicó Scaramouche—. Y si se dieran cuenta, no es raro que los niños sin hogar se metan a los túneles, además si les hacen algo, tampoco es que sea una gran pérdida.
—En primer lugar: hola pequeña Collei, es un placer conocerte, mi nombre es Tartaglia, nombre clave "Childe", seguro nos llevaremos muy bien —la saludó Ajax con una sonrisa segura y agradable, la niña se puso tensa por esa muestra de respeto y amabilidad, no era algo a lo que estuviera acostumbrada.
—Uh... Hola...
—En segundo lugar ¿Cuándo piensan actuar de verdad? Estoy ansioso por tirar todo a la mierda de una vez y enfrentarme a los caballeros de Favonius —dijo Ajax aunque en verdad estuviera muy inquieto por tener que traicionar a Morax, al menos si lo hacían pronto se quitaría ese gran peso de encima.
—Antes de hacer cualquier movimiento, lo primero que tienes que hacer es ganarte la confianza del bastado de Khaenri'ah.
—¿Para qué? Ese tipo es un dolor de culo, además, dudo que sea fácil que confíe en mí por...
—Porque ya lo conocías, recuerdo que me lo contaste, querías sacarlo por Espinadragon y él se resistió, pero esa mierda fue culpa tuya —replicó Scaramouche, Tartaglia abrió la boca desconcertado y ofendido—. No tienes el sentido común para entender que si eres un completo desconocido para alguien, no puedes simplemente arrastrarlo a la fuerza.
—¡Estaba ahí para rescatarlo!
—Pero él no tenía idea así que te viste como un psicópata, si es que no lo eres, deja de mirarme así o te saco los ojos —dijo el "baladista" sin siquiera verlo, pues con solo escuchar su respiración sabía lo muy molesto que estaba Childe—. Aunque sea difícil, ese es tu único deber por ahora, porque solo tú estás lo suficientemente cerca de él para decirle a lo que venimos, antes de que vuelva a reaccionar de la misma manera que cuando desertaste en Espinadragon.
—Esto es una...
—No te quejes, y calla —le ordenó Scaramouche apuntando con la mano algo escondida entre su ropa hacia un tipo encorvado, que se metió a la tienda y sacó una gran cantidad de dinero para comprar una sustancia—. Atento a eso, cuando alguien compra algún tipo de polvo con esa cantidad de dinero, significa que está comprando un veneno, a juzgar por el precio, debe ser para causar una muerte rápida.
—Odio los venenos, qué forma más aburrida y cobarde de matar a alguien.
—No es eso lo importante, lo que importa es que si este tipo tiene dinero para comprar algo así, su víctima tendrá el mismo nivel económico ¿Sabes lo que eso significa?
—No.
—Alguien importante morirá en estos días, puede ser un banquero, un caballero, alguien de la aristocracia, pero el punto es qué ocurrirá algo que creará confusión y caos entre los caballeros, y el caos es algo que los mios saben aprovechar.
—No sé a qué quieres llegar.
—Ugh, no trates de pensar, solo espera y nos verás, cualquier cosa que desestabilice a Mondstadt, es beneficioso para nuestros planes. Solo imagina que eso sea para asesinar a la Gran Maestra Intendente, que deliciosa fatalidad, y que débiles se quedarán los caballeros si eso ocurriera.
—Si algo así nos beneficia... —murmuró la pequeña Collei, Scaramouche la miró de reojo tenso y amenazante.
—No la mires así, déjala terminar.
—Solo quería ofrecerme a... —susurró Collei asustada, el baladista sonrió de lado.
—No, por ahora. Si nosotros nos ensuciamos las manos, podemos dejar huellas, ustedes solo observen bien a su alrededor y aprovechen todo lo que escuchen o vean...Bueno, tal vez sea demasiado para sus cerebros.
—Entonces... ¿Seguimos a ese tipo? —preguntó la niña, luego Scaramouche dio un paso adelante, Childe iba a seguirlo junto a Collei, pero el mercenario lo detuvo golpeándole el pecho con el dorso de su mano.
—Quédate aquí y esconde bien tu cara.
El baladista y Collei siguieron a la persona que había comprado una gran dosis de arsénico al igual que otros delincuentes que se encontraban dentro del recinto, solo que ellos tenían la intención de asaltarlo por haber visto cuánto dinero llevaba encima, y Scaramouche simplemente iba a observar; una vez afuera, el tipo desenfundó al sentirse perseguido, el mercenario y su pequeña acompañante se apegaron a las paredes, entonces Scaramouche posó su mirada en la espada del comprador de veneno, memorizando cada detalle de la misma. El tipo salió corriendo al verse en desventaja numérica, y el baladista le ordenó a Collei que lo siguiera discretamente, la niña obedeció corriendo tras el grupo de delincuentes, poniendo atención a la persona a quien perseguían, tratando de ver algo que le fuese de utilidad a los Fatui.
Los delincuentes le entorpecieron en varias oportunidades el paso a Collei, por lo que ella prefirió rodear las casas siguiendo la ruta del objetivo, eso le permitió ver como este, al perder al grupo, subió ágilmente por el borde de una ventana de un segundo piso, para huir por sobre los techos. La niña corrió y dio un salto para subir tras él, pero de pronto, algo pasó por su lado trepando como una araña, algo tan rápido que Collei solo pudo distinguir algo blanco por el rabillo de su ojo.
Collei cayó nuevamente al piso y miró hacia arriba, quedándose justo al borde de las casas, algo consternada por la cosa que pasó por su lado, por esa razón caminó lentamente, siguiendo ese algo que se ocultaba a la perfección en la sombra que se formaba debajo de las canaletas y vigas de los tejados, era sorprendentemente ágil y se las había ingeniado para seguir desde esa posición y con la cabeza colgando por la gravedad al comprador de veneno. Lo que pudo distinguir Collei la asustó un poco, la silueta de la sombra que perseguía de forma indetectable a ese tipo era incluso más pequeña que ella misma, y en breves momentos, algunos mechones de pelo blanco se dejaban ver entre las sombras del tejado; aquello le dio bastante miedo a la niña, por lo que decidió quedarse quieta y luego volver con Scaramouche para contarle lo que vió, arriesgándose a recibir una paliza de su parte por no seguir por más tiempo al objetivo.
Paimon llegó junto a Dainsleif por la madrugada, contándole que Albedo había comprado algo sospechoso, una gran dosis de arsénico blanco; Dain suspiró molesto, tal parecía que no iba a servir de nada intentar proteger al Jefe Alquimista por su amistad, porque si pensaba como él, eran claras sus intenciones, envenenaría a alguien, posiblemente a Barbatos para vengarse por las cosas que le hizo a Kaeya durante años, y huiría con él haciendo uso de todos sus conocimientos para deshacerse de los caballeros de Favonius. En líneas generales, Albedo estaba dispuesto a sacrificar su propia vida, y su seguridad al romper las reglas del gremio de alquimistas si lo creía necesario, por amor.
El primer pensamiento de Dainsleif fue que debía evitar a toda costa que el Jefe Alquimista concretara su plan, no por su aprecio, sino porque si fallaba, iba a llamar demasiado la atención y todos los caballeros estarían más alerta alrededor del príncipe Alberich. Pero luego hizo una retrospectiva, y se dio cuenta de que lo que en verdad le molestaba, era que Albedo, un alquimista, rescatara a Kaeya Alberich y lo llevase con exito a Khaenri'ah, y lo que eso significaba, era que Albedo Kreideprinz sería reconocido en esa nación con honores por arriesgar su vida por el heredero legal, y que Surya Alberich a regañadientes tendría que eliminar la ley anti alquimia.
En otras palabras, lo que realmente odiaba Dain de ese plan, era que alguien más se llevara el credito de devolverle Khaenri'ah a los alquimistas, porque eso reduciría su longeva existencia a algo inutil, algo vacío e innecesario, porque su condena a la eternidad carecería de significado si le arrebataban su mayor aspiración, lo único que lo mantenía vivo sin enloquecer. Dainsleif fue consciente de lo egoísta que era, de su propia bajeza, y de que lo único que le interesaba no era el bien común para los alquimistas ni hacer un acto de piedad por Kaeya, sino que simplemente quería su propia redención antes de poder quitarse la vida sabiendo que valió la pena vivirla; a pesar de entender lo repugnante que era, no cesó de pensar en como detener al Jefe Alquimista antes de que cometiera esa "locura".
Ya tenía demasiada experiencia como para probar otras cosas que intentasen llenar su vacío, y ninguna le resultaba útil y satisfactoria, su única obsesión durante cientos de años, fue y sería arreglar su error primigenio a cualquier costo; nada más tenía importancia, incluso habiendo probado el amor, la contemplación y la caridad, todo le resultaba efímero y le hacía sentir más dolor por las pérdidas incontables que debía sufrir una y otra vez por ser incapaz de morir. Por eso, su plan era detener a Albedo y obligarlo a actuar como si nunca hubiera comprado el veneno ¿Pero por cuánto tiempo podría mantenerse así un joven enamorado? A Dainsleif le contrariaba que incluso si le arrebataba esa letal compra, Albedo volviera a intentar otras cosas.
En ese sentido, tal vez lo mejor simplemente era dejar que descubrieran al Jefe Alquimista y lo ejecutaran por traición, pero Dain se preguntó si tendría el estomago para sacrificarlo de esa forma; desde su punto de vista maquiavelico, si Albedo moría, el príncipe Alberich iba a sufrir por la perdida de su gran amor, y Dainsleif podría probar un metodo diferente que no expusiera las intenciones de Surya Alberich: inducir al principe de Khaerni'ah, a un suicidio. Aprovechar eso era una gran oportunidad, pero a la vez, le hizo ver lo repugnante que seguía siendo, que una y otra vez, sin cambiar ni un poco, seguía causando desgracias a su alrededor.
Esa mañana el Jefe Alquimista invitó a Dain y a Sucrose a la biblioteca de Mondstadt, en ese lugar tranquilo Dainsleif tendría la oportunidad de reflexionar sobre lo que iba a hacer con Albedo y el príncipe; mientras le daba vueltas al asunto, Kaeya apareció en la oficina de la bibliotecaria en compañía de dos niños, el príncipe Chongyun de Liyue y su amigo Xingqiu. Era sorprendente la vida que le traía al lugar la sola presencia del príncipe Alberich, Dain no dejaba de mirarlo, sintiéndose embelesado cuando él le devolvía la mirada con evidentes afanes de seducción; era tan peligroso y adictivo a la vez.
De repente Kaeya mencionó que debía ensayar con su violín, para participar en la orquesta de la iglesia de Favonius dentro de unos días; entonces Dainsleif supo que aquella instancia, donde tanto el rey como sus huéspedes estarían fuera por la mañana, era la oportunidad que estaba esperando Albedo para actuar. Básicamente, Dainsleif tenía unos cuantos días para tomar su decisión, y de momento, solo le diría a Paimon que vigilase las acciones del Jefe Alquimista y que le avisara cuando este colocara el arsénico, para delatarlo en caso de ser necesario.
Dain creyó que su mente se había despejado, pero, cuando vio al principe salir de la oficina para ir a ensayar al subterráneo aislado de sonidos, el alquimista sintió el impulso de seguirlo, de estar más cerca de él para satisfacer su curiosidad; por el camino un caballero de Favonius quiso propasarse con Kaeya, lo cual parecía ser pan de cada día para él. En ese momento Dainsleif apareció frente a él para espantar a ese acosador, logrando que el príncipe Alberich lo mirase con gratitud y deseo; la sensación de captar su interés, a diferencia de la aparición de otros sentimientos, no lo hacía experimentar dolor y repudio, era de hecho, algo que estaba disfrutando mucho.
Luego de eso ambos se encerraron en un cuarto del subterraneo, el principe de Khaenri'ah comenzó a hacer musica con su violín, Dain sentía esas vibraciones melancólicas metiéndose por sus oídos, era realmente hermoso presenciar una melodía que a pesar de la tristeza inherente, era elegante y delicada. Por un momento su obsesión con ver el rostro de Kaeya Alberich se manchó de esos pensamientos que Dainsleif detestaba, pero que eran imposibles de reprimir en su subconsciente, pues en esos instantes, le estaban diciendo que esa preciosa criatura no era simplemente dueña de un linaje avasallador y orgulloso, ni de un cuerpo y rostro deleitantes, ni de una boca dulce que podía tejer mentiras y manipulaciones; era un ser humano, dueño de sueños y aspiraciones.
Kaeya empezó a llorar con una sonrisa en los labios, sintiendo que flotaba por su propia música en un mundo de fantasía idílico; el corazón de Dain se apretó del remordimiento, entendiendo que ese joven no escogió ser un Alberich, ni ser secuestrado, ni ser violado y maltratado, no había decidido que su vida dependiera de que tan útil fuera en los planes de su padre o sus enemigos. Entonces el príncipe dejó de hacer sonar su violín y se quedó quieto, avergonzado por ser vulnerable ante Dainsleif, quien se acercó a él para acariciarle las mejillas; ambos se miraron a los ojos, si las cosas hubiesen sido diferentes, ese habría sido el inicio de un romance mayor que cualquier otro que pudo tener el alquimista.
Pero el destino de ese joven estaba sellado, y era Dain el que debía ser el verdugo que destruyera sus sueños imposibles, su anhelo de libertad y de amor verdadero; mientras se unían en un abrazo, Dainsleif luchaba contra sus ideas que se contraponían ¿Debía matarlo de forma indolora para acabar con sus penurias? ¿Sería capaz de traicionar su amistad con Albedo por sus propios fines egoístas? ¿La mejor opción era incentivar a que el príncipe se quitara la vida? ¿Era siquiera correcto sentir simpatía por él en vez de romperle el cuello para no seguir cayendo en sus encantos?
Porque eso es lo que estaba ocurriendo, mientras se abrazaban, Dain, quien creía haber quedado impotente por el desgaste de los años, comenzó a sentir libido, pero no un libido gatillado por el burdo deseo de estimular su cuerpo como un animal, no, eyacular no era el objetivo, su libido estaba siendo causado por la necesidad de intimar. Lo que él consideraba intimar era compartir una conexión, no se trataba de desnudarlo, él quería sentirlo por completo, oírlo suspirar por él, verlo rendido a sus pies con devoción y completa entrega, escuchar palabras dulces en su oído como un "te amo", "soy tuyo", "quédate a mi lado", "nunca más estaremos solos".
¿Y si esa era la clave para que dejara de ser una contradicción andante? ¿Esperar hasta intimar con Kaeya y conducirlos a ambos al camino del suicidio? En sus retorcidos pensamientos esa era una excelente manera de darle un fin a su caótica existencia, cumplir su misión, enmendar su error, obtener a una persona especial con la cual pasar sus últimos momentos, y morir juntos. Ese razonamiento se quedó callado cuando el principe Chongyun y su amigo llegaron al sotano, entonces Kaeya y Dainsleif dejaron de abrazarse para disimular, y ese ensayo continuó mientras Dainsleif se convencía de que debía tener paciencia para hacer movimientos, por más asustado que estuviera de su deseo reprimido.
Cuando los huéspedes que fueron a dar un paseo regresaron al palacio, el príncipe Chongyun propuso entrenar con las nuevas armas que les había regalado el príncipe de Khaenri'ah, Ajax sin duda no se perdería una pelea, pero recordando lo que le había dicho Scaramouche, tuvo que encontrar un rato libre para separarse del grupo y buscar por el palacio a Kaeya Alberich, en teoría para volverse más cercano a él. Sin embargo, mientras lo buscaba en cada uno de los pasillos, Tartaglia fue bombardeado por voces que le gritaron desde todos los ángulos que ese principito había sido el responsable de su desgracia, que no era posible ser su amigo porque con solo acercarse un poco sentiría ganas de romperle todos los huesos.
Childe hizo callar esos sonidos alzando su propia voz, asustando a un grupo de empleadas que estaban cerca de él, situaciones así siempre lo avergonzaban, pero a veces era inevitable perder los estribos cuando sus delirios se hacían más fuertes que un simple cuchicheo. Nuevamente culpó al príncipe de Khaenri'ah por eso, pues si bien cuando Ajax era pequeño ya tenía ciertas ideas desorganizadas y un lenguaje incoherente de vez en cuando, todo eso empeoró cuando se perdió en Espinadragon; con solo recordar eso sentía escalofríos y ganas de patear y romper objetos.
Las sirvientas salieron corriendo cuando le dió un fuerte puñetazo a la pared del pasillo y caminó acelerado, buscando con un afán psicótico al príncipe para "hacerse más cercano a él"; apenas lo encontró puso su mano sobre los labios de Kaeya y lo encerró en un cuarto, en ese arranque no le interesó verlo aterrado, porque tenía la idea fija y obsesiva de preguntarle cosas acerca del maldito día de su deserción. Ajax no estaba cayendo en cuenta de cómo lo amenazaba con un cuchillo, era como si no estuviera hablando de forma consciente, sólo quería verlo temblar y sacarle explicaciones a la fuerza.
Algo de lo que dijo Kaeya Alberich se quedó en su mente y lo hizo reír en su interior de forma histérica, el principito se le estaba insinuando para que lo "dejara vivir", eso le pareció patético a Tartaglia ¿Qué tan bajo debía caer una persona para preferir entregar el culo a morir? Su parte oscura se reía de Kaeya por su debilidad, era alguien tan fácil e inmundo que no parecía un príncipe de verdad, solo una puta dispuesta a cumplir sus más grotescas fantasías para sobrevivir; de todos modos le aclaró que no iba a matarlo, que sólo estaba en busca de respuestas, así que trató de formular una pregunta: "¿Por qué gritaste?".
Pero decirla en voz alta disparó las voces de odio y le causó ira, suficiente ira como para imaginarse decapitando al príncipe mientras reiteraba la pregunta y le sacaba en cara lo estúpido que había sido; afortunadamente no lo estaba matando, pero si sacó de su pecho todo el rencor que guardaba, el odio que le tenía por haberlo conducido a traicionar a su patria, abandonar a su familia, decepcionar a sus hermanos mayores y perderse parte de la infancia de los menores. Para él, todo era culpa de Kaeya Alberich, hasta que lo oyó explicarse, decirle que era solo un niño que vivió creyendo una mentira, criado por un padre adoptivo, ignorante de su origen y de que había todo un escuadrón de Snezhnaya con instrucciones de sacarlo de Mondstadt si lo veían.
Childe trató de procesar aquello, era tal y como se lo había dicho el baladista, Kaeya tuvo sus razones para tenerle miedo y no dejarse rescatar por él, porque él quiso llevárselo a la fuerza, y no importaban sus intenciones, pues todo se reducía a que era su culpa, a que él era el único arquitecto de sus desgracias; debía aceptarlo, pero mientras le daba vueltas al asunto, ponía entre la espada y la pared al pobre e indefenso príncipe, asustandolo y enterrando el puñal en el papel tapiz de las paredes. Kaeya lloraba, pero a pesar de sentirse acorralado y en peligro, insistió en decirle a Tartaglia que ninguno de los dos había tenido la culpa de lo ocurrido en Espinadragon; Ajax no creyó esa mentira, eso lo decía el principe por pura compasión, una inmerecida comprensión que él no podía aceptar, porque él era una bestia sin control, un completo demente peligroso para un joven débil y delicado como el príncipe Alberich.
Por eso decidió dejarlo en paz de una vez, no controló su estúpida lengua y lo intimidó durante toda esa conversación, así que lo mejor era no prolongarla, pues de haberlo hecho, la ira dirigida contra sí mismo habría explotado contra Kaeya de forma fatal; ya no existía salvación para Childe, en ese estado no controlaba ni sus propios pensamientos, ese intento de diálogo fue catastrófico, y en vez de acercarlo más al príncipe y darle mayor confianza, terminó por extinguir cualquier posibilidad de mejorar su relación. Mientras se alejaba por el pasillo rumbo a su cuarto de huéspedes, dejó salir un desesperado llanto de remordimiento, todo era su culpa, su deserción, la pérdida de su padre, la relación rota con sus hermanos, tener que traicionar a Zhongli; no era Kaeya Alberich el responsable de toda la mierda que le estaba ocurriendo, el príncipe era una víctima que él había tratado mal y que había culpado por años para sentirse mejor consigo mismo.
Al llegar a su cuarto cerró la puerta de su habitación con un portazo, y se sentó a los pies de la cama llorando y agarrándose la cabeza con las dos manos, en momentos así se arrancaba los cabellos a montones y se retorcía de dolor; en las batallas al menos el dolor era más gratificante, y la adrenalina era una excelente droga para hacerlo sentir feliz, pero el dolor que sentía al llorar era sumamente insoportable, por lo que necesitaba calmarlo de alguna forma, usando aquella navaja que ya había usado para amenazar al príncipe como un maníaco. Un rato más tarde Zhongli llevó de la mano a Venti para meterlo a su cuarto, sin embargo, escuchó un suave sollozo que captó su atención, y se detuvo pidiéndole a Barbatos que lo esperara un rato dentro de sus aposentos.
Entonces Morax entró corriendo a la habitación de Ajax y se encontró con un escenario horrible que ocurría muy pocas veces en su propio palacio; Childe sollozaba en posición fetal sobre las sábanas manchadas de sangre, al igual que sus brazos y el cuchillo que observaba con los ojos húmedos. Zhongli miró al cielo con la vista nublada por las lágrimas, y silenciosamente se recostó a espaldas de Tartaglia, agarrando sus muñecas para detener el sangrado, y arrullandolo como a un bebé mientras le pedía que fueran juntos a la enfermería; Ajax se sintió como una basura al primer contacto con el emperador, pero su corazón pedía calma y calidez, así que separó delicadamente las manos de Morax de sus muñecas y las tomó con las suyas, dando unos últimos y pequeños sollozos de angustia antes de besarle los nudillos.
Paimon se la pasó recorriendo el palacio por dentro, le divertía mucho esconderse y trepar estructuras como las de ese tipo de lugares, nadie jamás se daba cuenta de que ella estaba ahí, y por eso podía escuchar todo tipo de conversaciones y ver toda clase de dramas; lo único que no le gustó de aquella experiencia fue pasar por las noches afuera de las habitaciones de la torre del rey, porque los sonidos y llantos que se escuchaban al otro lado de las puertas la deprimían y asustaban. Durante esa tarde Paimon trepó por los grabados en mármol de las vigas y barrotes del segundo piso, específicamente en una zona abierta donde había un jardín de rosas y camelias; desde arriba veía al doctor Baizhu y a una criada charlando amenamente sentados en una banca, aquel hombre no le daba buena espina a la homúnculo, en general porque nadie que jugara con serpientes le parecía buena persona, por eso prefería evitarlo.
Al día siguiente continuó su labor de espionaje, aún no había señales de que Albedo quisiera usar el veneno así que se daba la libertad de vigilar a los demás, particularmente le gustaba meterse al cuarto de la princesa Qiqi y tomar sus juguetes; notó entonces que detrás de la cama el doctor Baizhu escondió una botella de vino algo pomposa, que le recordaba a las que vio en la bodega personal del rey, ese detalle seguro le interesaría a su amo aunque a ella no le importara demasiado. Cuando cayó la noche Paimon siguió a Baizhu para ver si averiguaba más cosas sospechosas de él, y ambos vieron al rey pasando por el pasillo mientras leía muy asustado una carta; Dainsleif le enseñó lo suficientemente bien a su homúnculo como para que esta comprendiera que era mucho más importante saber el contenido de esa carta, que seguir su corazonada con respecto al doctor Baizhu.
Luego de seguir a Barbatos y aprovechando que este empezó a discutir con el emperador de Liyue, Paimon se metió a la habitación del rey y guardó la carta ya abierta en su bolsillo, saliendo por una ventana para bajar por las enredaderas de la muralla a toda velocidad; entonces estando a unas cuadras del palacio, abrió una alcantarilla, se metió dentro, colocó bien la tapa en su lugar y se dejó caer para salir corriendo rumbo a uno de los túneles del lado sur, no fue difícil para ella distraer un momento a los guardias tirando una piedra, pues era tan rápida que la confundían fácilmente con una rata. Apenas llegaron a Mondstadt Dain la envió a recorrer los acueductos en busca de alguna salida no custodiada, en uno de los tres túneles del lado sur , aquellos donde solo había soldados en la unión de los mismos, la homúnculo encontró una vieja salida de madera casi a orillas del Lago de Sidra, que le serviría a su creador para meterse directamente en la desembocadura de ese túnel desde afuera, sin toparse con los guardias, ella misma se había encargado de quitar la tierra que mantenía la salida bloqueada, aunque Dainsleif la cubrió después con una piedra.
El final de ese túnel era la guarida de ambos, el alquimista guardó allí sus pertenencias más comprometedoras, como libros que le servían para mantener viva la memoria de su verdadera identidad y su propósito en la vida, uno de ellos era el libro de la historia antigua de la alquimia que repartían en la Akademiya, otro era una edición "perdida" de la historia de Khaenri'ah antes de que el primogénito de Edel Alberich I mandase a quemar algunos libros de las bibliotecas de su nación, otro era una copia del libro escrito por la gran maestra alquimista Rhinedottir que contaba algo de ambos libros de forma resumida, y un cuarto libro era el diario de Dain donde escribió sus pensamientos y vivencias a lo largo de sus años de vida. Dainsleif de hecho estaba escribiendo un nuevo pasaje en ese diario, en el cual describió a detalle cada sensación que le transmitía estar cerca de Kaeya Alberich, y lo deliciosamente peligrosos que le resultaban esos sentimientos de obsesión y libido.
—¡Dain, Paimon encontró algo interesante! —exclamó su pequeña creación, el alquimista dejó a un lado la pluma y la tinta negra para prestarle atención sin levantarse.
—Cuéntame.
—El rey recibió una carta rara ¡Aquí está! —dijo ella levantando el sobre, Dainsleif la miró preocupado.
—Paimon, si el rey descubre que esa carta no está en su sitio, moverá cielo mar y tierra por encontrar a quien se la llevó, debes devolverla apenas la leamos.
—Eso es lo que tenía pensado Paimon... Pero tal vez a Dain le interese quedarsela por algún rato más.
—¿Por qué?
—"Tu nombre ya no valdrá nada, tu nación ya no te amará, y tus palabras se desvanecerán sin que nadie más pueda oírlas. A partir de hoy disfruta lo que tanto amas, porque eso se acabará" —leyó Paimon en voz alta, Dainsleif giró todo el cuerpo sobre la caja de madera en la cual estaba sentado—. Está firmada por una tal "Eula Lawrence".
—Lawrence... creería haber escuchado algo sobre ellos antes. No tienen una buena reputación en la capital, los consideran desleales y rastreros, supongo que realmente están muy enemistados con Barbatos, eso es muy interesante.
—Paimon ha escuchado muchas cosas sobre ellos, aunque no han sido completamente malas.
—¿Ah sí?
—Paimon oyó que los Lawrence son malos y que fueron mal agradecidos cuando el rey los ayudó en un problema de dinero, pero también ha escuchado de algunos soldados y visitantes de pueblos lejanos a la ciudad, que la señorita Eula es digna de respeto y admiración ¿A quien le crees Dain?
—A nadie, pero esto es una excelente noticia, Paimon —respondió Dainsleif, su homúnculo ladeó la cabeza confundida.
—¿Por qué es una buena noticia?
—Teníamos que planear el deceso del príncipe Kaeya Alberich con métodos discretos ¿Verdad?
—Sí... A Paimon le da lástima el príncipe, llora mucho... —comentó la homúnculo, Dain estiró las manos para envolver las de Paimon, eran mucho más pequeñas que las suyas.
—Por esa misma razón debemos hacerlo, él nunca será feliz, por eso descansar en paz es lo único que lo salvará de ese dolor ¿Lo entiendes verdad?
—Paimon lo entiende...
—Al principio quería simular una enfermedad poniéndole algunas sustancias en la comida, o quería ir a la iglesia de Favonius para hacer que una de las piezas del escenario se soltara... Y posiblemente lo más horrible que se me ocurrió, fue decirle al propio príncipe que se quitara la vida por mí —relató el alquimista, Paimon dio un paso atrás con las manos empuñadas por delante del esternón, oír algunos relatos de Dain le daba un poco de miedo.
—¿El príncipe le haría caso a Dain?...
—Sí, bajo ciertas condiciones... Pero lo importante es que ahora, con la existencia de esta carta, no necesitamos recurrir a nada de eso.
—¿Por qué no?
—Porque oficialmente los Lawrence han jurado venganza contra Barbatos, esa era una carta de amenaza, así que el rey estará paranoico y creerá que cualquier evento desafortunado será culpa de esa familia.
—Paimon también pensó en eso... Por eso le trajo la carta a Dain ¿Quieres copiar la letra? —Ahí estaba otra vez la muestra de que su creación no era tan tonta como Dainsleif creía a veces, ella había comprendido que la amenaza de Eula Lawrence sería una excelente coartada para sus planes de matar al príncipe, pero Paimon no tenía la suficiente confianza en sí misma para proponer esa treta.
—Bien hecho Paimon, aprendiendo su forma de escribir podremos darle una carta falsa al rey, y así él creerá que los Lawrence son los que quieren atentar contra la vida del príncipe Alberich.
—Entonces... ¿Dain quiere que usemos el veneno de Albedo?
—Muy bien Paimon, estás actuando brillante hoy —dijo él acariciando la cabeza de su homúnculo, quien sonrió muy feliz de recibir su aprobación—. Si lo pensamos bien, es una oportunidad perfecta, si inculpamos a los Lawrence y usamos el veneno que Albedo compró, él no se verá comprometido de ninguna forma y podremos ser tan amigos como siempre, el príncipe morirá, y por el mundo se esparcirá la noticia de que la casa Lawrence, enemigos del rey de Mondstadt, asesinaron al príncipe de Khaenri'ah.
—Y así las manos del rey Surya estarán limpias y ninguna persona de Khaenri'ah sospecharía nada —agregó Paimon balanceándose sobre sus talones con las manos atrás de su espalda, entonces Dainsleif se levantó y la tomó en sus brazos como si fuera su propia hija, cosa que la hizo sonreír llena de felicidad.
—Es perfecto, así no tendremos que armar métodos lentos y rebuscados, y el sufrimiento del príncipe acabará de forma mucho más rápida. —Dain sonreía orgulloso de su creación, Paimon estaba tan contenta con sus gestos de cariño que le tomó la cara con las dos manos y apegó su propia frente contra los labios de su amo, quien por complacerla le dio un rápido beso—. Y también... De paso dejaré de engañarme a mí mismo...
Después de esa conversación, Dainsleif se dedicó a imitar sobre hojas de papel la letra de Eula Lawrence, tenía mucha experiencia haciendo ese tipo de engaños, y si necesitaba más tiempo para acostumbrarse a replicar de forma exacta ese tipo de escritura, solo tendría que pedirle a Paimon que le trajera cada noche la misma carta, pues la idea era devolverla a su sitio para que el rey Barbatos no se diera cuenta de su ausencia. Durante esos días también tendrían que averiguar mejor la historia de Venti con la familia Lawrence, pues sabiendo mejor el contexto de esa enemistad, Dain iba a escribir algo verosímil en su carta falsa, que no dejase dudas de que los Lawrence supuestamente estarían dispuestos incluso a matar a Kaeya, la herramienta de extorción contra Khaenri'ah.
Cuando el día del concierto en la iglesia de Favonius llegó, Dainsleif y Paimon se dividieron, la homúnculo tendría que vigilar a Albedo y estar al pendiente en caso de que usara el veneno en algún sitio, si las sospechas de Dain eran correctas, ese arsénico sería puesto en el vino o en la comida de Barbatos, y ella debía estar lista para intercambiarlo por algo que fuese a consumir Kaeya Alberich. Por su lado, Dainsleif siguió de lejos al carruaje del rey y sus huéspedes, pues aprovecharía aquel día en que Venti estaría muy cerca de grandes multitudes, para meterle en el bolsillo su carta de amenaza que imitaba la letra de Eula Lawrence.
A él le fue muchísimo mejor de lo que esperaba, pues la líder de la familia Lawrence hizo acto de presencia dentro de la iglesia para "disfrutar el espectáculo" y poner muy nervioso al rey y sus adherentes, pues de algún modo, ya nadie se atrevía a escupir el piso por donde ella y su familia pasaban, y en cambio mantenían las cabezas gachas ante la presencia firme de aquella mujer alta, de melena azulada y lacia en un corte androgino, e intimidantes ojos ambar similares a los del emperador de Liyue y su hijo mayor. Eula miraba desafiante a Barbatos, su ausencia de miedo puso tenso al monarca, sabía que algo se traía entre manos, y Dain estaba dispuesto a aprovechar esas sospechas en su propio favor.
Por eso cuando la misa terminó y la orquesta dejó de acompañar la dulce voz de Barbara Pegg, el alquimista encorvado y cubierto por un tejido de lana para aparentar ser un anciano, se acercó al rey entre la muchedumbre que lo rodeaba para saludarlo, y le metió un papel en el bolsillo. Al ver más desalojada la iglesia y luego de empezar a buscar al desaparecido príncipe Alberich tras bambalinas, Venti metió una mano en su bolsillo, y leyó atónito lo que presuntamente había escrito Eula.
«Empieza a decirle adiós a tus planes a partir de hoy, porque con un simple movimiento, te quedarás sin piezas para usar en este tablero».
Las manos de Venti temblaron de la ira y comenzó a buscar como un loco a Kaeya por los pisos superiores de la iglesia, Dainsleif se estaba alejando por el frontis cuando lo vio salir corriendo para decirle algo al oído a dos soldados; quizás estaba tan paranoico que mandó a los caballeros a custodiar la ciudad, de forma discreta y silenciosa, en caso de que el príncipe fuese "secuestrado" por un grupo de rescate contratado por los Lawrence. El alquimista se fue sonriendo rumbo al bar Cola de Gato, planeaba pasar toda la tarde ahí para aprovechar su día libre oyendo rumores e historias que los borrachos pudieran contar en ese sitio.
Sin embargo, a Paimon no le había ido nada bien dentro del palacio, pues por la madrugada cuando Albedo colocó el veneno en la botella del rey Barbatos, la homúnculo no contó con que tanto Sucrose como Baizhu tendrían intenciones de llevarse el vino, el doctor por motivos que Paimon desconocía, y Sucrose tal vez por saber qué era lo que tramaba su maestro. Nerviosamente la pequeña homúnculo estuvo siguiendo a la joven alquimista toda la mañana, pero no logró evitar que Sucrose distrajera a Baizhu, se metiera a su cuarto y se llevara la botella que él ya se había robado; el hecho de que Dain la hubiese entrenado para no ser detectada, era un obstáculo que no le permitía detener a Sucrose, así que Paimon reprimió un grito cuando vio que la alquimista dejó caer el vino envenenado desde el segundo piso, echando literalmente por la borda todo el plan de su amo.
La homunculo salió disparada del palacio tirando sin querer algunas cosas del patio trasero, para ir a ver a su creador, porque sabía muy bien que estaba en la taberna de una niña con el ceño fruncido; al llegar allá lo unico dificil fue captar su atención al escabullirse dentro del lugar. Dainsleif dejó a medias su bebida y miró su pierna, la cual Paimon abrazaba con lágrimas en los ojos; el alquimista tosió y le dijo a la pequeña cantinera, una niña de cabello rosa llamada Diona, que se ausentaría un momento; de inmediato esa niña estiró su mano exigiendole que pagara lo que bebió, Dain no se negó, pero consideraba eso un retraso, por lo que salió aun más rápido de la taberna con Paimon trepando por su espalda, oculta en su capa.
—Dain... Paimon cometió un error... —confesó la homúnculo mientras Dainsleif se escondía detrás del bar para poder hablar con ella sin ser vistos.
—¿Qué pasó?
—Sucrose sabía que la botella tenía veneno, y la tiró por la ventana... —dijo Paimon sollozando, el alquimista sintió inquietud, porque si alguien del palacio había visto a Sucrose actuando sospechosamente, o peor aún, si vieron a Paimon tratar de perseguirla, podrían haber problemas.
—Paimon ¿Alguien te vió? —preguntó Dain, su creación se quedó callada, había entrado el pánico cuando la alquimista se llevó el veneno y no estuvo tan pendiente de cuantas personas estaban en los alrededores.
—Esto... Paimon no vió a nadie...
—¿Segura?
—No...
—Mierda, fuiste demasiado descuidada ¿Sabes lo que te pasaría si te ven?
—El gremio de alquimistas cazaría a Paimon...
—Esto es grave —expresó Dainsleif tocándose el entrecejo—. Vuelve al palacio y escóndete bien, debes escuchar si alguien menciona que te vio, yo iré a conseguir unas cosas, nos reuniremos en la parte trasera del palacio.
—¿Qué cosas irá a buscar Dain?
—No voy a dejar pasar esta oportunidad... —gruñó Dainsleif apretandose con fuerza, pensando en Kaeya, y en sus ideas retorcidas sobre volverlo suyo—. Mi mente me está traicionando, no puedo esperar un día más o me dejaré llevar por estos impulsos...
—Pero Dain...
—¿Qué estás esperando? —cuestionó el alquimista mirándola despectivamente, Paimon agachó la cabeza y se fue corriendo al castillo para no importunarlo más.
La homúnculo llegó lo más pronto que pudo a la cocina del palacio, pero de repente entró Sucrose hecha un manojo de nervios por la puerta, Paimon se quedó paralizada, sudando con miedo de que la alquimista se diera cuenta de que ella estaba allí, sin embargo Sucrose pasó de largo y la dejó respirar tranquila. Luego de ese susto la pequeña homúnculo volvió a escabullirse con cuidado de no ser vista por nadie más, conocía ya varios atajos, incluso algunos espacios entre las paredes que no todo el mundo sabía que estaban ahí.
Al llegar junto a un grupo de empleadas, una de ellas estaba quieta y sentada, tocándose la cabeza con confusión mientras le contaba a sus compañeras que creía estar alucinando por haber visto a un "duende fantasmal"; una de las mucamas le preguntó si realmente lucía como un duende, a lo que la confusa mujer le dijo que no, que simplemente vio pasar algo muy rápido de un extremo a otro del pasillo y que no distinguió nada más que una forma similar a la de un niño. Las demás le hicieron preguntas sobre cómo se veía ese algo, pero ella no pudo responder porque lo que había visto fue como una aparición fantasmal, cosa que asustó al resto de las mujeres; Paimon se mordió los dedos, tenía mucho miedo de la reacción que tendría Dainsleif cuando ella le dijera que una de las sirvientas si la vio pasar por un segundo, porque la homúnculo odiaba mucho que su creador la "protegiera" si alguien la veía.
Dain llegó a los barrios bajos escondiendo su cara con el mismo telar de lana que usó en la iglesia, la tienda del yerbatero estaba operando pero como la aparente "botánica" que era de día; para resguardar su identidad, agarró el brazo de un delincuente que frecuentaba esa tienda, y le dio una gran bolsa de dinero mientras además le enseñaba el mango de su espada. Entonces le susurró a ese tipo que le comprara ciertas sustancias y que podía quedarse el resto del dinero de la bolsa si le cumplía ese favor, pero que de lo contrario, le rebanaría la garganta en menos de lo que cantaba un gallo; aquel hombre asintió asustado y se metió a la tienda para conseguir las drogas que le pidió Dainsleif y una dosis letal de arsénico idéntica a la que compró Albedo días atrás.
Cuando obtuvo esas cosas, el alquimista regresó a las cercanías del patio trasero del palacio, allí lo esperaba Paimon con la noticia de que una empleada llamada Gisela la había confundido con un fantasma, su pequeña creación le pidió a Dain que no le hiciera nada, porque lo mejor era dejarla creer que solo se trató de una aparición espectral. Pero Dainsleif miró severamente a Paimon, y le dijo que si bien podía dejar vivir a esa sirvienta, era su deber como su creador darle un escarmiento por ser descuidada; la homúnculo le suplicó de rodillas a Dain que no hiciera aquello, pero el alquimista con firmeza le ordenó que creara distracciones con las drogas que compró, y que vigilara bien que nadie lo viese entrar al palacio.
Llorando Paimon acató las órdenes de su creador, lo primero que hizo fue lanzar piedras para distraer a los guardias del patio trasero con los ruidos de un "gato" entre las cajas y barriles, al cual tenían que buscar para que no afectara la alergia del rey, cosa que Dainsleif aprovechó para meterse por una ventana. Entonces la homúnculo lo siguió, se colocó unos guantes, y al pasar gateando por el lado de un grupo de mucamas, tomó un polvo que provocaba bochornos y subida de la presión arterial para que una de ellas se desmayara; eso le dejó el camino libre a Dain para buscar a la mujer que había visto a Paimon.
Su pequeña creación se cubrió los ojos llorando cuando él encontró a la empleada, Paimon solo pudo escuchar el "crack" de su cuello y el golpe seco de su cuerpo cayendo al piso; entonces su amo le pidio que siguiera distrayendo a los demas para esconder el cadaver, porque de todos modos, si era util que ocurriese un asesinato el día en que el príncipe "fuera envenenado por los Lawrence", porque eso aumentaría la gravedad del crimen y todos los platos rotos iban a ser pagados por esos chivos expiatorios. Aguantando los sollozos, la homúnculo colocó una droga tópica con efecto afrodisíaco sobre los empeines de una pareja de guardias, quienes perdieron el control y abandonaron su puesto por unos minutos.
Mientras Dainsleif ocultaba el cuerpo en una de las bodegas, Paimon lo esperaba vigilando con los ojos llenos de lágrimas, entonces su amo volvió con ella y le entregó la bolsa de arsénico para que lo colocara en el vino de Kaeya Alberich esa misma noche; la pequeña solo asintió, sintiéndose muy culpable por la muerte de esa persona. Luego de asegurarse de que Dain saliera sin ser visto para volver a la taberna Cola de Gato, Paimon deambuló un rato por el palacio, llorando silenciosamente por haber sido una inutil que hizo que mataran a una mujer inocente.
De pronto vio que Sucrose y el doctor Baizhu se encontraron en el pasillo, y supo que este de alguna forma la estaba increpando por el asunto de la botella, al parecer ese tipo quería probar el aqua vitae; la conversación estaba volviendose muy interesante para Paimon por los tintes de pasión que Baizhu demostró hacia la joven alquimista, esa clase de situaciones le fascinaban a la homúnculo, y le servían para olvidar por un momento sus penas. Para su mala suerte, estar tan cerca del doctor significaba también estar cerca de su aterradora serpiente, quien la hizo dar un gritito cuando se deslizó entre sus pies; aquello captó la atención de Baizhu, quien se metió a la habitación donde Paimon se había escondido.
La pequeña homúnculo se fue con rapidez sin llegar a ser vista por él, pero por el camino, iba llorando mientras se repetía a sí misma que no podía decirle a Dainsleif que alguien la escuchó, porque ella no deseaba cargar con otra muerte, siempre detestó que su amo hiciera esas cosas para que nadie se enterase de su existencia prohibida. Por eso decidió centrarse y marchar al cuarto del príncipe Alberich, donde encontró una botella de vino en la cual rápidamente disolvió el arsénico, luego se escondió bajo la cama, y se quedó ahí descansando los ojos un rato para relajarse luego de tanto llanto.
Paimon se despertó cuando Kaeya se metió a su habitación, ella esperó a que él se acercara a servirse el vino, y aprovechó ese momento para salir de ahí para no verlo sufrir por esa sustancia intoxicando su cuerpo; no contó con que sus rápidas pisadas atraerían la atención del principe Chongyun y Xingqiu, quienes horrorizados encontraron al príncipe Alberich convulsionando en el piso. Paimon se ocultó en uno de los recovecos de las paredes, oyendo el pánico de todos los que estaban al otro lado; aunque le doliera demasiado haber causado eso, debía quedarse allí para saber si el plan de su amo se concretó correctamente.
Luego de unas horas, confirmó que el principe de Khaenri'ah estaba vivo, y que lo más frustrante para ella y su amo, fue que Sucrose le salvó la vida por haber estado casi toda la tarde fabricando un antídoto; además de eso, Paimon escuchó al rey decir una frase que fue una luz para ese oscuro panorama: "siteen los terrenos de los Lawrence". Al menos eso significaba que la coartada de Dain dió resultado, Barbatos creía que Eula Lawrence conspiró para matar a Kaeya Alberich, pero a la vez, le hacía sentir muy mal saber que con eso también estaban perjudicando a alguien que no tenía nada que ver con los planes de Dainsleif y Surya Alberich; antes del amanecer, la homúnculo caminó cabizbaja cerca del bar Cola de Gato, Dain la estaba esperando afuera con los brazos cruzados, deseando que le diera buenas noticias.
—¿Y bien? —preguntó el alquimista, Paimon cerró la boca aterrada de su posible reacción—. ¿Está muerto?
—No...
—Maldición... ¿Por qué no te aseguraste de que no le dieran atención médica? ¿Qué fue lo que pasó? —Dain miró fijamente a su homúnculo mientras esta divagaba con los ojos llorosos—. Paimon ¿Qué fue lo que pasó?
—Sucrose... hizo un antídoto... —respondió Paimon insegura; de repente toda la expresión calmada de Dainsleif se deformó a una de odio y decepción.
—¿Un antídoto dices?... ¿Por qué la dejaste hacer un antídoto? ¡Tuviste toda la tarde para quitarselo!
—Paimon se quedó... —iba a decir que se quedó dormida debajo de la cama de Kaeya, pero eso solo habría hecho que Dain creyera que era una completa inutil—. Paimon se quedó vigilando el veneno del príncipe...
—Si hubieses sido un poco más lista, habrías previsto que Sucrose estaría en el laboratorio haciendo un antídoto... ¿Cómo pudiste fallar en algo tan importante?
—¡Lo siento Dain! —lloró la homunculo desconsoladamente—. ¡Lo siento tanto!
—¿Sabes lo que significa esto? ¿Sabes lo que pasará si nos descubren? Todo se ira a la mierda y tendremos que esperar otro puto siglo para hacer lo que tenemos que hacer —dijo Dain agarrandose la cara con odio, entonces la miró de reojo y Paimon se estremeció aterrorizada—. ¿Sabes lo que te pasará a ti si fallamos?
—Pa...Paimon no quiere... no quiere... morir...
—Es lo que pasará si se dan cuenta que alguien que no es Eula Lawrence quiere deshacerse de Kaeya, todo se irá por el caño... —susurró el alquimista mirando enfurecido a su creación.
—Pero... El rey... —dijo Paimon nerviosa hasta que articuló mejor la frase con entusiasmo—. ¡El rey cree que fueron los Lawrence! ¡Paimon lo escuchó! Eso quiere decir que Paimon puede seguir viviendo ¿Verdad...? —le preguntó Paimon llorando de nervios, entonces Dainsleif tomó aire y se irguió mientras despejaba su mente.
—Puede que eso nos dé algo de tiempo... —comentó él, entonces la homúnculo sonrió con esperanza, y él la miró serio, molesto por verla tan tranquila después de los errores que ambos cometieron—. Pero no te duermas en los laureles, vuelve al palacio y avisame de todo lo que hablen, porque si nos descubren de alguna forma... Ya sabes lo que te pasará...
Paimon asintió temblando de miedo y se dio la vuelta para volver al castillo, por su parte Dain aprovechó la poca oscuridad que aún quedaba en la ciudad para volver a los barrios bajos; si alguien se ponía a investigar en las cercanías de la tienda del yerbatero, su participación en ese intento de asesinato quedaría expuesta si no se encargaba de borrar la evidencia que lo incriminaba. Y con ello, se refería al tipo al cual le dio dinero para que realizara una compra en ese lugar, no iba a dejar vivir a ningún testigo que lo hubiera visto, incluso si se presentó ante él estando disfrazado.
Poco antes de que el alba esclareciera las paredes de la ciudad, el alquimista acechó al delincuente entre los callejones como un gato siguiendo a un canario sin hacer ni un solo ruido, hasta abalanzarse sobre él y agarrarle la cabeza con las dos manos, girándola hasta que las vértebras de su cuello se trituraron, matandolo instantaneamente. Entonces se retiró en silencio mientras los rayos de luz comenzaban a iluminar su cabeza; incluso habiéndose deshecho de ese testigo, Dain no podía estar tranquilo consigo mismo, pues era consciente de que por su estúpida impulsividad, las cosas serían mucho más difíciles a partir de ese momento.
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