6. Serpiente
Edit: en otra plataforma alguien se sintió confundid@ en el párrafo final, así que considere que debía arreglar la puntuación, mas no el contenido del mismo, ese es el único cambio, simplemente una mejor puntuación en los 4 párrafos finales.
Nota: hi, he vuelto con un par de noticias.
La primera: Encontré una forma facil de poner guión largo en documentos de google, asi que los dialogos estarán escritos un poco mejor.
La segunda: Este capitulo esclarece en gran parte el misterio, vuelve a aparecer Diluc, y aviso de antemano que espero que le gusten los shipeos inusuales, porque este cap tiene uno con bastante relevancia.
La tercera: Siento que me demoré un poco mas con este cap aunque haya sido publicado practicamente en una fecha similar a anteriores, el tema es que estaba en busqueda de beta-reader, probe suerte con un par, y fue... bueno, mas o menos asi:
Asi que me desanime un poco y tuve la sensacion de que me retrase, pero creo que lo mejor será continuar sola, de todos modos he estado organizandome como puedo para continuar con la historia tratando de no perder este ritmo y la coherencia.
Espero que lo disfruten, les amo ❤
Cuatro días atrás...
-Esto... Su serpiente... ¿No muerde? -preguntó Noelle al doctor Baizhu, Changsheng se deslizaba a gusto sobre los brazos, hombros y cuello de su amo, y era imposible para la joven no sentirse incómoda con una criatura así a solo centímetros de su cuerpo.
-No te preocupes querida, Changsheng solo ataca cuando yo se lo pido, es una serpiente muy amigable -respondió el doctor, ambos estaban charlando en uno de los patios interiores del palacio, sentados en una banca alrededor de rosales y camelias, con flores rosadas y rojas.
-Oh... Ya veo, si usted lo dice entonces no tengo nada que temer -la mucama sonrió dulcemente, Baizhu era recíproco con ella, mostrando una sonrisa igual de tranquila y amigable.
-Entiendo que pueda causar algo de temor así que, creo que la dejaré pasear un momento en las ramas -le anunció el doctor Baizhu estirando una mano hacia el pequeño árbol de camelias que tenía a su derecha; como si la serpiente entendiera sus palabras, reptó por su brazo para meterse entre las hojas-. Este lugar me transmite tanta paz, es lo que necesitaba después del largo viaje. Ahora que lo noto ¿Sacaste las flores de tu cabello de este jardín?
-Sí, el rey nos permite cortar flores, mis favoritas son las rosas -dijo la muchacha, Baizhu tocó una camelia del árbol donde había dejado a Changsheng, tenía una mirada nostálgica y triste que despertó la preocupación de Noelle.
-Tengo ciertos recuerdos que salen a la luz con los jardines así... Sobre mi epoca más feliz -comentó él, la mucama se acercó un poco, como pidiéndole con su carita curiosa que le contara más al respecto-. Cuando estaba terminando mis estudios hace 15 años, solía estudiar los pergaminos en un jardín muy similar a este... ¿Sabes algo? Todos me conocen por ser el doctor de la familia del emperador, pero lo cierto es que me faltaron solo algunos meses para obtener el título oficial.
-¿Por qué? ¿Qué ocurrió para que no terminara sus estudios? -cuestionó Noelle interesada en esa historia.
-Esto es algo muy personal querida, tienes que jurarme que no le dirás a nadie -le pidió Baizhu, la mucama se llevó una mano al corazón.
-Juro que no se lo diré a nadie.
-Bien...Antes de terminar mis estudios, el emperador Morax se apareció en la pequeña academia en donde estaba, me miró, y con su profunda voz me dijo "el mayor honor que un emperador puede tener, es que una criatura de excepcional belleza acepte su invitación a beber una taza de té" -relató el doctor, Noelle se cubrió la boca impresionada y ansiosa por oír más.
-¡Eso es tan romántico!
-El problema es que... No acepté -reconoció Baizhu, la muchacha no se esperaba esa continuación a la historia-. Y no acepté ni una, ni otra, ni otra vez, pues el emperador Morax iba día tras día a la academia a proponerme lo mismo... Lo cual trajo consecuencias sobre mi.
-¿Consecuencias?
-¿Alguna vez has estado en una situación así? ¿Cuando alguien con mucho poder te propone algo y te sientes un desconsiderado por no aceptar? En mi caso... El no haberme sentido de esa forma me pasó factura cuando el emperador se sintió ofendido por la deshonra a la cual lo sometí -le explicó el doctor, la chica se llevó un dedo a los labios sin entender del todo a donde quería llegar-. Un día no pude entrar a mis clases cuando un grupo de soldados del ejército de las mil rocas me escoltó rumbo al palacio, donde el emperador Morax me esperaba...
-¿Y qué ocurrió después?
-Él... -en aquel instante la voz del doctor Baizhu se cortó mientras sus ojos se llenaban de lágrimas, Noelle dio un respingo sumamente preocupada por verlo a punto de llorar; rapidamente la joven sacó un pañuelo de su delantal y se lo ofreció al doctor para que limpiase sus párpados-. Gracias querida... Eres la primera persona a quien le cuento esto...
-Por favor no llore doctor Baizhu, no quiero verlo triste... -le dijo la muchacha, Baizhu se limpió las lágrimas mientras ella se le quedaba viendo apenada.
-Ahora no me afecta tanto, pero a veces hago una retrospectiva y me pregunto por qué tenía que pasar eso para convertirme en el doctor de la familia real, me hubiese gustado lograrlo sin haber sido humillado de aquella manera... -se explicó Baizhu, Noelle guardó silencio sin saber cómo ayudar-. A veces lo único que me ayuda a olvidarme de ese sentimiento es beber algo de vino, el de arroz no me basta, suelo beber vino importado de esta nación.
-Ya veo, el vino de Mondstadt es el más delicioso, hay en cada rincón de la ciudad, el rey puede beber más de una botella al día -comentó la joven, cuyos pensamientos a diferencia de años atrás, cuando Barbatos era su mundo entero, se enfocaron en alguien más-. A Sir Kaeya también le gusta el vino...
-No es secreto que al excepcional rey de Mondstadt le fascina el alcohol, el emperador me contó que el rey Barbatos posee una bodega llena de vinos de la mejor calidad, qué envidia...
-No sé mucho de vinos, pero el rey solo bebe los que tiene en su bodega personal, por lo que he escuchado están añejados por más tiempo que su verdadera edad.
-Vaya, esos deben ser muchos años, el emperador también me habló de cierto elixir que el rey Barbatos bebe ¿Tu lo has visto beber eso? Me da muchísima curiosidad.
-Sí, lo he visto varias veces, lo bebe diluido en una botella completa.
-Increíble, es demasiado alcohol para una dosis, puede sufrir daño hepático -dijo el doctor un poco alarmado-. De nada serviría un elixir de juventud si adquiere un daño permanente en los órganos, a menos que ese elixir también regenere el estado de estos... Suena tan interesante.
-El rey se ve muy saludable, tal vez si mejora su salud cuando lo bebe.
-¿Cómo es su rutina con ese elixir? Quiero decir ¿Quién se lo prepara? ¿Donde lo guardan? ¿A qué hora lo bebe? Sé que son muchas preguntas pero, tengo curiosidad por saber si algún otro factor influye en su notable estado de salud -explicó Baizhu, la muchacha se llevó un dedo a los labios mientras recordaba lo que sabía al respecto.
-Normalmente quien lo prepara es la señorita Sucrose, ella lo diluye en una botella de vino de la bodega... Pero no sé donde guardan ese líquido, solo sé que la señorita Sucrose lo deja por la noche en una mesa afuera de la habitación del rey porque a veces el se lo bebe en su cuarto, en la bañera o en el cuarto de Sir Kaeya -detalló Noelle, era lo suficientemente específica para el sonriente doctor Baizhu-. Aunque, ahora que llegó el Jefe Alquimista Albedo de su viaje, puede que algo cambie en todo eso, él sabe mucho más que la señorita Sucrose, seguro que sus elixires son más efectivos.
-Qué interesante -expresó el doctor cuidando no mostrar cuánto le emocionaba saber esa información-. Ojala pudiera tener algo que me rejuveneciera en cuerpo y alma, a veces me gustaría volver a mi época de estudiante, era... bueno, sé que no debo menospreciar la gran oportunidad que me dio el emperador incluso si él me... yo... lo que quiero decir es que...
-Doctor Baizhu... -susurró Noelle para luego tomarle suavemente las manos, pues él parecía algo afligido otra vez-. Calma, todo estará bien...
-No quiero ser un malagradecido, pero... Extraño tanto esos años felices... ¿No te has sentido así? Él es mi señor, es lo más importante de todo Liyue, debería vivir y morir por él pero... -decía Baizhu divagando al llevar sus temblorosas manos a su frente para apartar todos los mechones que tenía en la cara, estaba confundido y a punto de llorar-. Estoy tan cansado de su forma de amar...
-No llore por favor ¿Hay algo que pueda hacer por usted? -preguntó Noelle con preocupación, el doctor secó sus lágrimas con un pañuelo rojo con bordados dorados, y miró a la joven con la misma melancolía de antes.
-El vino es mi alivio en situaciones como estas... Me sentiría mejor si pudiera probar un poco de la reserva personal del rey Barbatos... -le respondió Baizhu, luego sollozó y volvió a secarse las lágrimas, la mucama miró en todas direcciones como si creyera que los guardias la estarían vigilando por el simple hecho de pensar en hacer algo indebido.
-Si eso lo haría sentir mejor... Puedo traerle una de las botellas escondida entre mi ropa... Pero no le diga a los guardias por favor -pidió la muchacha antes de ponerse de pie pensando en ir a la bodega de vinos.
-Por supuesto que no se lo diría a nadie, no quiero que tengas problemas querida -dijo Baizhu con seguridad, mas inmediatamente volvió a mostrarse algo deprimido-. Eres un angelito Noelle... Aprecio tanto que te preocupes por un mal agradecido como yo...
-Usted no es un mal agradecido... No se trate tan duramente por favor -le sugirió la joven, quien después de decir aquello se puso en marcha-. Espere ahí por favor, volveré enseguida.
Una vez que Noelle se fue a buscar una botella del exclusivo vino de Venti a la bodega, el doctor Baizhu extendió su mano hacia el árbol de camelias para que su serpiente regresara con él; a diferencia de cuando estaba hablando con la mucama, se le veía más tranquilo, incluso sonreía mientras Changsheng y él se observaban, escondiendo lo que en verdad pensaba de su nueva amiga. De entre todas las empleadas del lugar, supo escoger a la más inocente y amigable, ciertamente las energías de la gente en ese sitio eran más pesadas que las del Palacio de Jade, al menos los sirvientes de su tierra creían tener nociones morales, los de ese sitio actuaban con una complicidad inquietante y repelente.
Baizhu sabía la razón, porque al igual que Morax, Barbatos cometía aberraciones contra la voluntad de otros, y según las malas lenguas, le gustaban más jóvenes; por esa razón era normal que sus trabajadores compartieran sus nociones de lo que era correcto. Sin embargo, Noelle era distinta, y quizás esa misma ingenuidad la mantenía viva en un sitio como ese, pues si hubiese sido consciente de los comentarios despectivos disfrazados de consejos de sus compañeras, hubiera vivido deprimida durante toda su adolescencia.
Con la ayuda de esa joven sirvienta, el doctor logró conseguir una botella de vino que no se bebió cuando Noelle se la entregó en las manos, pues según las palabras de Baizhu, prefería hacerlo en sus aposentos a escondidas; pero no estaba en sus planes emborracharse para ahogar su profundo rencor, aquella botella era la clave para conseguir algo que le obsesionó desde el momento en que Zhongli se lo dijo: el aqua vitae. La sola idea de poseer una solución alquímica para conseguir una vida prolongada y saludable, hacia que Baizhu se emocionara, no solo deseaba estudiarla para saber si realmente era capaz de curar enfermedades mortales, también la quería para sí mismo con el mismo fin que el rey Barbatos, tener una juventud y belleza eternas.
Por eso al poseer una muestra del vino personal del rey, podría vigilar por las noches la dichosa mesita donde dejaban el aqua vitae del monarca de Mondstadt, hasta encontrar el momento preciso para intercambiarla por la botella que le obsequió la dulce y crédula Noelle; no sería una tarea muy fácil, pues en su primer intento de esa noche, la joven alquimista del rey, Sucrose, llevó el preciado elixir tan solo segundos antes de que Venti apareciera en su torre. Era como si esa chica conociera de sobra la rutina del rey, cronometrando de forma perfecta cuanto tardaba este en terminar de cenar y levantarse para ir a su cuarto, normalmente acompañado de Kaeya, quien a veces se metía a la habitación de Barbatos; eso era un gran contratiempo, pero el doctor no iba a rendirse con facilidad, después de todo, todavía le quedaban varias noches para probar su suerte.
En segundo intento estuvo a punto de acercarse lo suficiente para hacer el intercambio de botellas, sin embargo se vio obligado a esconderse rápidamente cuando Venti llegó caminando a su cuarto en silencio mientras leía una carta, el monarca estaba preocupado y molesto por el contenido de la misma, por eso el doctor Baizhu teorizó que quizá se trataba de rumores sobre Snezhnaya, pero no podía asegurar nada al respecto y Barbatos tampoco le mencionó nada a sus invitados a la mañana siguiente. Tras intentarlo una noche más Baizhu se preguntó si los residuos de la botella que el rey dejaba por las mañanas le servirían para estudiar los componentes de ese elixir, como no perdería nada con intentarlo, se propuso revisar también por las mañanas si lograba llevarse las migajas para comprobar si tendría los suficientes conocimientos para replicar esa intrigante invención de los alquimistas.
Durante la noche anterior al concierto en la iglesia de Favonius, Sucrose estuvo pensando durante varias instancias en el extraño comportamiento de su maestro, quien le preguntó reiteradamente sobre el nivel de vigilancia del palacio, si los huéspedes tenían permitido moverse con libertad a donde quisieran ir, si había empleados nuevos o si alguno podía tener razones para no tenerle aprecio al rey; su alumna respondía a cada una de sus interrogantes, pero no estaba tranquila con las intenciones que tenía Albedo. Aquella noche antes de que el Jefe Alquimista planeara un dia de campo con su madrastra y su hermanita, Sucrose se metió al laboratorio del palacio y registró las estanterías y cajones en busca de lo que imaginaba que adquirió su maestro; como ultima opcion decidió revisar también la bolsa que Albedo dejaba en la mesa con sus artefactos personales, y en ella encontró lo que tanto temía.
Cuando escuchó que su maestro se acercaba, la muchacha dejó todo en su lugar y corrió a una estantería para fingir que estaba buscando un material en específico, el Jefe Alquimista revisó sus cosas y suspiró aliviado porque el arsénico seguía en el mismo sitio, entonces, le le propuso a su alumna la idea de ir al Valle Estelar para que aprovechase su dia libre, pues él estaba con Alice y Klee. Por un momento Sucrose pensó en la idea de confrontarlo por estar ocultando algo tan sospechoso como un veneno, pero se sintió muy insegura al respecto y las palabras que quería decir salieron de forma entrecortada, por lo que no se dió a entender.
Albedo le preguntó si estaba bien, ella le dió vueltas al asunto en su cabeza por el nerviosismo, así que tomó la decisión no decir nada al respecto, y en cambio, le dijo la mentira de que aquella propuesta le parecía una buena idea para aprovechar el día en algo productivo. La realidad era que, si no se sentía capaz de increpar al Jefe Alquimista por estar planeando un grave crimen, no le quedaba otra opción que interferir de otra manera en los planes de su maestro, por su bien y el bien de todo Mondstadt, al menos a su juicio.
Al amanecer Sucrose se despidió de Albedo saliendo por la puerta de la cocina, y supuestamente emprendió la marcha rumbo al Valle Estelar, no obstante cuando el Jefe Alquimista se dio la vuelta para volver a preparar la botella de vino con aqua vitae para el rey, su alumna rápidamente rodeó el palacio para meterse por el frontis, esperando en uno de los cuartos a que Albedo se fuera luego de dejar la botella envenenada sobre la mesa afuera del cuarto del rey Barbatos. Cuando se asomó por el pequeño espacio abierto de la puerta y vio salir a su maestro por la gran puerta principal, Sucrose salió de inmediato rumbo a la torre del rey, lista para evitar una catástrofe.
Aquel día Baizhu rechazó la invitación de asistir al evento y con disimulo se fue a la torre del rey, pues al levantarse había chequeado aquella área para ver si quedaba algún pequeño residuo de vino en la botella de Barbatos, descubriendo de esa forma que el Jefe Alquimista dejó excepcionalmente temprano una nueva botella con aqua vitae cerca del cuarto del rey; esa oportunidad era la que el doctor estaba esperando para concretar su plan, y debía aprovecharla a como diera lugar. Al llegar a ese sitio con su propio vino, el doctor Baizhu se apegó a la pared y dejó bajar a Changsheng por su pierna, esta se movilizó en medio del pasillo mientras su dueño oía atentamente las señales, pues si este escuchaba alguna exaltación o grito de las sirvientas, sabría que no era oportuno aparecer allí para robarse el aqua vitae.
Cuando determinó que no había nadie cerca, corrió allí e hizo el rápido intercambio de botellas, en ese momento Sucrose llegó a la misma velocidad, no logró descubrirlo en el acto, pero escuchó el sonido de la base de vidrio tambaleando ligeramente mientras el doctor se llevaba las manos a la espalda para ocultar algo; la alquimista se disculpó por alguna razón, Baizhu con amabilidad le hizo la pregunta de por qué le estaba pidiendo perdón, ella respondió balbuceando que era por importunarlo en su paseo. Ambos sospecharon de sus respectivas actitudes, sin embargo se despidieron dando pasos atrás hasta que Sucrose se dio la vuelta primero.
La alquimista apoyó la espalda en la muralla y dedujo sin demora lo que había hecho el doctor, por eso su corazón empezó a acelerarse con miedo de que aquel visitante se bebiera el veneno, ella pudo haberlo increpado con firmeza además de quitarle el vino alegando que pertenecía al rey, sin embargo Sucrose no estaba pensando con claridad y se imaginó erróneamente que si ella hacía eso, el doctor Baizhu iba a llegar a la conclusión de que la botella contenía algo más que aqua vitae, y definitivamente Sucrose no deseaba ser acusada y mucho menos quería incriminar a Albedo. Por eso siguió luego de un rato a Baizhu y descubrió que había dejado el vino en el cuarto que compartía con la princesa Qiqi; la alquimista echó un vistazo y supo que el doctor no pensaba beberse todavía ese liquido, así que aún tenía algo de tiempo para pensar en una manera de evitar su muerte.
Sucrose se movía inquieta e histérica, consciente de que no era capaz de acercarse a él y exigirle que le devolviera esa botella, pues sabía que como siempre iba a tartamudear, que no le saldrían las palabras, o que iba a llorar y a decirle la verdad dominada por el pánico; por esa razón se llevó las manos a la cabeza mientras sollozaba imaginando el peor escenario para el doctor Baizhu y para su querido maestro, pensando también en que todo era su culpa por no tener la suficiente seguridad para hablar. La alquimista tuvo que dejar salir su llanto silencioso para poder calmarse y pensar con la mente despejada, debía encontrar la manera de entrar a ese cuarto y llevarse el veneno sin ser vista por Baizhu, no estaría tranquila hasta deshacerse de ese arma mortal con sus propias manos.
Entonces la joven tomó aire y fue en busca de una de las empleadas, a la cual le informó que la pequeña princesa Qiqi "quería beber algo de leche"; aquella mujer se apresuró en ir a la cocina para traer un litro de leche fresca de vaca con un par de vasos; Sucrose se ocultó esperando a que la sirvienta entrase al cuarto del doctor Baizhu y Qiqi, quienes estaban adentro jugando con la gran cantidad de juguetes de la princesa. Cuando la empleada llegó con la leche, Baizhu le preguntó por qué la traía, a lo que la mujer le respondió que fue informada de que la princesa Qiqi pidió algo de leche para beber; por su enfermedad, era normal que la niña no recordara haber pedido algo así, por eso el doctor no cuestionó nada y le sirvió un vaso a la pequeña.
Alrededor del mundo corría el rumor de que un gran porcentaje de la población de Liyue e Inazuma era intolerante a la lactosa, y Sucrose lo había comprobado hacía un par de días cuando las princesas Ganyu y Keqing tuvieron problemas estomacales por beber leche en el desayuno, así que era cuestión de tiempo para que Qiqi presentase las mismas molestias. Pasaron 10 minutos y el doctor Baizhu tuvo que sacar rápidamente a la pequeña princesa de la habitación para llevarla al baño ya que la niña estaba sufriendo retortijones; de inmediato Sucrose ingresó al cuarto y buscó sin parar la botella de vino, la cual encontró detrás de la cama.
Nunca en su vida actuó tan veloz en tomar un objeto y ordenar de forma superficial lo que había movido, aunque tuviera tiempo de sobra por los malestares de la niña, pues los nervios sobrepasaban a la alquimista; entonces salió corriendo de la habitación con la botella envenenada, dirigiéndose a la cocina, no fue consciente de cómo se le pasó la mañana gracias a su colapso emocional, así que al llegar a la cocina se dio cuenta de que era mediodía y que al interior las cocineras iban de un lado a otro para preparar todo lo necesario para el almuerzo del rey y los visitantes de Liyue, que llegarían hambrientos después de la sinfonía en la iglesia. De inmediato Sucrose dio la vuelta y se alejó nerviosa de las miradas, luego subió las escaleras de piedra para no ser descubierta por unos guardias, y se le ocurrió asomarse por una ventana; el hecho de que pudieran verla con una botella de la reserva personal del rey puso tan paranoica a Sucrose, que sin pensarlo decidió tirarla desde el segundo piso hacia los adoquines, justo detrás de varias cajas de madera.
Las únicas testigos del ruido fueron las cocineras, que asumieron que una de ellas había tirado un plato, como comprobaron que no había vidrios, pensaron que tal vez alguna movió una de las alacenas y causó que algo se rompiera dentro, o que la vajilla se hubiese golpeado sin romperse. Sucrose volvió entonces al primer piso y deambuló asustada de un allá para acá, pensando que si saliese al patio por una ventana sería muy sospechoso, pero que tampoco podía cruzar la cocina con tantas personas, por lo que decidió irse hasta una salida diferente para ir a comprobar que los vidrios no estuvieran a simple vista.
Incluso recoger vidrios del suelo le parecía sospechoso a la alquimista, estaba demasiado paranoica, después de todo, se sentía cómplice de un crimen, o del intento de uno; con disimulo observó la zona y vio los vidrios rotos detrás de las cajas, los guardias estaban algo lejos, así que la joven decidió arriesgarse y recoger los trozos más grandes de vidrio para limpiar la evidencia. No contó con que el príncipe Alberich iba a llegar de improviso al patio trasero y la encontraría afuera de la cocina, Sucrose rápidamente se enderezó y escondió los pedazos de la botella a sus espaldas mientras Kaeya la saludaba; de pronto escucharon que algo tiró unos barriles y cajas de ese sitio, y de milagro la alquimista no soltó un grito por aquel ruido que le crispó los nervios.
Los guardias que fueron a revisar llegaron a la conclusión de que había sido un gato el que tiró esas cosas dado el tamaño que debía tener para cruzar detrás de esa pila de objetos, Sucrose suspiró aliviada, pero también le preocupó el hecho de que un gato estuviera cerca del palacio, debido a que el rey Barbatos era alérgico; cuando la alquimista se volteó para ver al príncipe Alberich, este ya había desaparecido dejándola sola. Por un lado era bueno que ya no siguiera viéndola mientras ella desechaba los vidrios lejos del castillo, pero Sucrose a veces se molestaba por algunas actitudes que tenía Kaeya con ella, como ignorarla para hablar con alguien más del grupo de amigos que compartían, dejarla hablando sola, comentar indirectas sobre cómo debería vestir o actuar para ser más llamativa, entre otras sugerencias que a ella no le resultaban relevantes porque era una alquimista, no una doncella.
Tras deshacerse de los vidrios lejos del palacio, la alquimista volvió corriendo al patio trasero y se metió por la cocina, iba tan rápido que no notó una silueta pequeña e inmovil que se quedó junto a una estantería, ni siquiera se detuvo a comprobar que era la sombra que vio por el rabillo del ojo, pues en su cabeza solo se encontraba el objetivo de llegar al laboratorio y preparar una pequeña dosis de aqua vitae para suplir la que esa noche pondría en el vino del rey. En ese cuarto ella y Albedo guardaban bajo llave botellas en miniatura con aquel elixir para que Barbatos pudiese consumirlo incluso si ellos se ausentaban por mucho tiempo, era costumbre de ambos mantener llena esa pequeña bodega, así que Sucrose se dispuso a preparar los químicos necesarios.
Mientras tanto el doctor Baizhu registraba toda la habitación de la princesa Qiqi, buscando la botella que había robado; de pronto entró en pánico creyendo que Qiqi pudo haberla tomado, y de nada le hubiese servido preguntarle porque la niña perdía la memoria debido a su enfermedad. Sin embargo, llegó a su mente el recuerdo de ver a la joven alquimista del rey muy cerca de la mesa donde dejaban el vino con el aqua vitae, y de cómo ambos se miraron con nerviosismo cuando él hizo el intercambio; no le fue difícil entender que Sucrose le había quitado el elixir aprovechando que él y la princesa salieron de la habitación durante la mañana.
En el laboratorio la alquimista terminaba de formular el aqua vitae mientras su mente le repetía preocupaciones con respecto a su maestro, era consciente de que Albedo volvería a atentar contra la vida del rey si fallaba esa noche, y eso la hacía sentir frustrada, pues incluso si Barbatos moría, ningún soldado iba a descansar hasta atrapar al responsable, asesinar al rey era una sentencia de muerte para el Jefe Alquimista y Sucrose no podía entender porque a él no le importaba su valiosa vida. Desde el primer momento en que su maestro pisó Mondstadt, unos 4 años atrás, Kaeya y él habían conectado, primero con sus cultas conversaciones, luego con algo más, algo que siempre le dio mala espina a Sucrose, pues su abuelo, el anterior alquimista del rey, le advirtió durante toda su vida que no debía cuestionar a Venti sin importar lo que escuchara de él, e involucrarse con el príncipe Alberich era sinónimo de verdades incómodas sobre Barbatos.
Vivir atada de manos era algo que la alquimista era capaz de tolerar por su bienestar y el de sus conocidos, pero Albedo no solo era diferente a ella, sino que, para pesar de Sucrose, este se había enamorado de Kaeya, y eso hacía imposible que se quedara tranquilo al ver su situación. La alquimista escuchó un par de veces unos rumores muy grotescos acerca del rey, pero jamás quiso indagar, para ella, la única verdad era que Barbatos a veces golpeaba y torturaba al príncipe por incumplir sus estrictas reglas, todo lo demás, prefería evitarlo.
Considerando que su maestro estaba muy involucrado con el príncipe y que podría volver a conseguir veneno para el rey, Sucrose consideró oportuno ponerse a preparar un antídoto anticipadamente, porque de cualquier forma tenía lo necesario en su laboratorio para hacer uno, en caso de requerirlo. Mientras se ponía manos a la obra, la joven pensaba en el hipotético caso de que el rey fuese envenenado, ella consideraba un deber el tener que inventar alguna excusa para salvar a Albedo, lo más sencillo era decir que los responsables eran espías enemigos que buscaban llevarse al príncipe Alberich, nadie dudaría de aquello, sin embargo, desde hacía muchos años que ningun extranjero proveniente de Khaenri'ah era atrapado por los caballeros de Favonius, lo que indicaba que por el bien de esa nación, el rey Surya Alberich desistió de enviar más rescatistas.
En cuanto terminó todos sus quehaceres en el laboratorio, Sucrose salió con una pequeña botella de vidrio que contenía el líquido transparente del aqua vitae, planeaba ponerlo esa misma tarde en la botella que el doctor Baizhu dejó sobre la mesa de la torre del rey, por suerte él le había ahorrado la tarea de ir a buscar una a la bodega cuando reemplazó el vino de su maestro por uno sin el elixir. Por alguna razon se sentía muy observada mientras iba por el pasillo, escuchaba pasos ligeros, casi inaudibles, pero era evidente que algo hacía un ruido que se mezcló con sus propias pisadas; al girarse a ver, no devisó nadie atrás, solo muebles donde ningún adulto podría ocultarse.
La alquimista se quedó quieta un momento, pensando que tal vez solo había sido su imaginación, sin embargo percibió algo todavía más extraño que la hizo temblar asustada, algo que se deslizaba por su pie, enrollandose con lentitud en su tobillo, y que se sentía ligeramente escamoso y frío; Sucrose gritó horrorizada al ver que Changsheng estaba subiendo por su pierna, ella se llevó las manos cerca de la cara mientras la histeria le hacía perder la compostura. Comprendió entonces que moverse solo empeoraría las cosas, quizás esa serpiente iba a morderla si se echaba a correr, por lo que solo se quedó en su sitio gimoteando mientras Baizhu se acercaba desde el frente, caminando tranquilo pero con una mirada inquietante.
-No te preocupes pequeña, Changsheng no muerde, solo quiere jugar contigo -le explicó el doctor con un tono algo burlón-. ¿Quieres que la aparte de ti?
-Por favor... -suplicó la alquimista llorando agitada, mas el doctor Baizhu se quedó quieto, mirándola detenidamente de los pies a la cabeza, como si disfrutara verla atemorizada-. Por favor llevesela...
-Sabes algo amiga alquimista, la mejor forma de superar un miedo, es enfrentarlo -pareció sugerir Baizhu sin moverse para ayudar a Sucrose, quien lloraba inmovilizada mientras Chansheng se enrollaba alrededor de su muslo-. Tu temor a las serpientes puede ser superado si por cuenta propia la tomas en tus manos y me la entregas.
-Va a morderme, por favor, quítela... -rogó la muchacha con voz temblorosa, el doctor volvió a analizarla de arriba a abajo, y sin prisa acercó su mano a los muslos de Sucrose, rozando las yemas de sus dedos hacia el interior; ella abrió los ojos desconcertada por ese extraño contacto entre sus piernas.
-Con calma... no entres en pánico -le pidió Baizhu, la alquimista abrió los labios como si quisiera increparlo, pero ni un solo sonido salió de su boca; entonces miró abajo para presenciar como la serpiente blanca subía al brazo del doctor Baizhu, creyó que la dejaría en paz, sin embargo Changsheng se dio la vuelta y se enrolló en la muñeca de su amo, con la cabeza apuntando hacia el cuerpo de Sucrose.
-¿Es venenosa? -preguntó la joven con temor, el doctor rió en voz baja deslizando los dedos hacia arriba, apenas rozando la punta de las uñas sobre las medias de Sucrose, no la estaba tocando, pero estaba tan cerca que a la alquimista le dio la impresión de que en cualquier momento le pondría las manos encima.
-Oh, por supuesto que lo es -respondió él, Sucrose tembló asustada mientras el doctor subía los dedos a solo un centímetro de distancia de su ropa, con la serpiente mirándola tan de cerca que ella sintió que se desmayaría-. Aunque, es completamente inofensiva, jamás ha atacado a un ser humano, sin mi permiso.
-Se lo suplico, por favor aléjela de mí -le pidió la alquimista, Baizhu se detuvo y la apartó solo unos centímetros, mirando directamente a los ojos a la muchacha.
-¿Cual era tu nombre pequeño?
-Sucrose...
-Sucrose... Interesante nombre ¿Tu eres la que le prepara ese elixir al rey? -preguntó él sin preocuparse de ocultar sus intenciones, la alquimista de pronto estaba más seria.
-Si, yo suelo preparar el aqua vitae para el rey Barbatos -respondió ella sin su temor inicial, observando los ojos ámbar del doctor, con una seguridad obtenida por la molestia que le causaba el descaro de ese tipo; por su parte él sostuvo la mirada, queriendo reprimir las ganas de insultarla por frustrar sus planes.
-Vaya, una persona tan joven dueña de un conocimiento tan... fascinante... Debes sentirte orgullosa de ti misma por ese don -la halagó Baizhu, ella miró hacia abajo un poco apenada por recibir un cumplido.
-Mis conocimientos no son nada comparados con los de Dainsleif y el señor Albedo... -murmuró la alquimista, entonces el doctor volvió a subir su mano un tanto más apartada del cuerpo de Sucrose, dejándola a la altura de su rostro para que la muchacha se encontrara de frente con Changsheng.
-No seas modesta, deberías estar feliz por ser capaz de crear algo tan mágico como ese elixir... -dijo él, la joven cerró los ojos con temor mientras Baizhu aprovechaba aquello para llevar la mano hacia su costado, de esa manera la serpiente bajó por su pierna y se deslizó por el suelo para alejarse un momento-. Hay algo en ti que me resulta conocido ¿Puedes abrir los ojos para verlos mejor?
-Yo no... -susurró Sucrose temblando, el doctor le tocó la quijada y de esa forma llamó su atención, la muchacha abrió los ojos y se dio cuenta de que la serpiente ya no estaba sobre el cuerpo de Baizhu, eso la hubiera aliviado de no ser por la cercanía de ese hombre, que estaba invadiendo su espacio personal más de lo que ella toleraba normalmente.
-Tus ojos y tu cabello se parecen a los míos, es curioso... O tenemos algún tipo de parentesco genético o es una interesante coincidencia.
-Toda mi familia es de Mondstadt...
-Bueno, toda la mía es de Sumeru, tal vez esto es solo un pequeño juego del destino ¿No lo crees? -bromeó él, pero la muchacha lo observaba seriamente, perdiendo parte de esa sumisión que a él tanto le gustaba-. ¿Por qué me miras así? ¿Estás enojada conmigo?
-¿Qué es lo que quiere de mí? -preguntó ella sin rodeos, el doctor soltó el suave rostro de Sucrose y le sonrió cínico.
-¿Puedo preguntar lo que hiciste en la mañana? No es nada personal, simplemente algo desapareció de mi cuarto y quiero descartar posibles ladrones.
-¿Ladrones dice? -comentó ella irónica pero insegura, mirando hacia abajo, de pronto Baizhu posó su mano al costado del cuello de la alquimista, no era muy intimidante, pero sí incómodo, de algún modo buscaba mostrar dominancia sobre la joven sin volverse violento.
-¿Sabes algo al respecto? -cuestionó él mirándola fijamente, Sucrose ganó valentía irguiéndose y levantando el pecho para decírselo cara a cara.
-Creo que tal vez yo fui esa ladrona -reconoció ella con firmeza, el doctor Baizhu se quedó callado, quería agarrar ese delgado cuello blanco y apretarlo para desquitarse con la alquimista por frustrar sus planes, pero no era lo correcto considerando que esa muchacha era la responsable del elixir, él debía asumir la culpa.
-Ya veo... -dijo apartando su mano del cuello de Sucrose-. ¿Sería muy desvergonzado de mi parte preguntar cuando colocarás ese elixir en el vino del rey?
-A partir de hoy, solo en las noches, frente al mismo rey -respondió Sucrose, normalmente tartamudeaba hablando con extraños, pero estaba molesta y aquello la hacía estar más segura de sí misma.
-Chica lista... Me gustaría preguntarte cuanto cobras por fabricar un elixir como ese, pero sé que de todos modos escapa de mis posibilidades -murmuró Baizhu fingiendo estar muy triste-. Soy solo un pobre doctor que tenía curiosidad por un milagro como ese...
-Creo que ya respondí sus dudas así que si me disculpa... -dijo Sucrose pretendiendo irse para ya no tener que enfrentarse a ese tipo; el doctor Baizhu bufó por la indiferencia de esa muchacha y le tomó el brazo para retenerla por más tiempo-. Suélteme por favor...
-¿Hay otras formas de pagarte ese elixir? Podría darte algo que quieras... algo que necesites... -sugirió Baizhu al tomar los hombros de la joven y empezar a recorrer la forma de su cuerpo de arriba a abajo, con caricias íntimas que paralizaron a Sucrose-. Luces como alguien que no ha experimentado los placeres de esta vida...
En ese momento las palabras del doctor fueron dolorosamente interrumpidas por una fuerte bofetada de la alquimista, él se quedó estupefacto, tocándose la mejilla sin poder creer que ella hubiera hecho algo como eso; después de defenderse Sucrose se dio media vuelta y salió corriendo mientras lloraba enrabiada por esa experiencia tan desagradable, Baizhu reaccionó cuando ella ya se había ido muy lejos de su alcance. Por alguna razón se sintió como un completo perdedor, aquello no fue ni siquiera un buen intento de obtener aqua vitae, y tampoco había conseguido llamar la atención de esa muchacha, porque de todos modos, no tenía idea de como atraer a una mujer.
Derrotado se dio la vuelta y escuchó un pequeño chillido, como el de una niña, que venía de uno de los cuartos aledaños; en voz alta preguntó quién andaba allí mientras su serpiente salió del mismo cuarto donde había escuchado el grito. En silencio se metió a investigar ese salon, registró los muebles y las mesas, agachándose para mirar debajo; no vio nada en especial, pero Changsheng a diferencia de él si tenía un mejor oído, y reptó en una dirección para indicarle que quien haya hecho ese ruido, se las ingenió para salir del cuarto mientras él lo estaba revisando; Baizhu se levantó y miró hacia la puerta, no había escuchado nada extraño, seguía teniendo la extraña sensación de haber escuchado a alguien, pero asumió que era imposible que fuera Qiqi porque una niña como ella no sería tan ágil para eludirlo de esa forma, así que se conformó con pensar que solo fue su imaginación.
La tarde transcurrió con extraña tranquilidad, el doctor notó la ausencia de algunos guardias, cosa que le resultaba un tanto inusual; él estaba en su cuarto sobre la cama, pensando que la alquimista podría delatarlo si volvía a intentar robarse el aqua vitae del rey, le frustraba haber fallado, tanto como lo frustraba tener que estar casi todo el dia al pendiente de la princesa Qiqi salvo cuando su padre o alguna de sus hermanas decidían pasar tiempo con ella. La niña se acercó a él y Baizhu tuvo que cambiar la expresión dura de su rostro por una sonrisa tranquila, de seguro ella le preguntaría cosas sobre sí misma, por su enfermedad a veces no recordaba donde estaba o qué estaba haciendo hacía algunos minutos, lo que ella nunca sería capaz de olvidar su nombre y los nombres de quienes la rodeaban, y eso lo incluía a él.
Ya era la hora de la cena, como todo el tiempo el doctor tenía que vestir a la princesa Qiqi y llevarla en sus brazos al comedor, hacía tanto tiempo que Zhongli le dio aquellas órdenes para con su cuidado, que ya las cumplía por pura costumbre, al principio lo detestaba, después, no le pareció tan denigrante porque si algo bueno tenía esa niña, era que jamás molestaba ni hacía ruidos fuertes. Cuando le cambió el atuendo a la pequeña princesa, Baizhu la tomó en sus brazos y salió de la habitación rumbo al comedor; de pronto escuchó su nombre pronunciado por una voz conocida que lo llamaba a gritos.
Rápidamente dejó a Qiqi en el piso y siguió la voz angustiada de Xingqiu, cuyos llamados le indicaban que era un asunto de suma urgencia; el joven mejor amigo del príncipe Chongyun siguió buscándolo hasta que fue divisado, ambos corrieron hacia la torre del rey, el corazón del doctor se aceleró tanto como el del muchacho cuando este le dijo que algo muy malo le estaba pasando al príncipe Alberich. Al llegar al cuarto de Kaeya, el Jefe Alquimista Albedo se encontraba parado debajo del marco de la puerta, estorbandole el paso, por lo que sin consideraciones lo empujó para socorrer al principe de Khaenri'ah, que convulsionaba en el piso junto a un charco de su propio vómito, con Chongyun llorando desconsoladamente a su lado.
Esos eran sintomas de envenenamiento por arsénico, así que el doctor Baizhu velozmente se arrodilló y colocó la cabeza de Kaeya en su regazo para que no se ahogara al vomitar, y le gritó autoritariamente al joven Xingqiu que fuese a buscar agua y sal para hacerle un lavado de estómago al príncipe Alberich; al conmocionado Albedo Kreideprinz también le ordenó que se moviera para que fabricase un antídoto, pues Baizhu entendía que era cuestión de vida o muerte para todos los habitantes de Mondstadt y Liyue que ese joven sobreviviera. El Jefe Alquimista reaccionó de una buena vez y se fue inmediatamente a la primera planta para hacer un antídoto, entonces el joven Xingqiu llegó con lo pedido por el doctor, quien le abrió la boca al principe de Khaenri'ah y lo sujetó, indicandole al adolescente que le vertiera con cuidado el agua salada en la boca.
El procedimiento de limpieza podía resultar completamente desagradable, pero era necesario porque aún no tenían un antídoto a su disposición; para alivio del doctor Baizhu, de una forma increíblemente conveniente la alquimista del rey llegó con un gotero de dimercaprol, algo tan veloz y oportuno que Baizhu se quedó pensativo mientras él y Sucrose le salvaban la vida a Kaeya. La joven respiró con alivio cuando el príncipe Alberich dejó de convulsionar, en ese momento llegaron los demás huéspedes a ver qué había pasado mientras el doctor comprobaba los signos vitales de Kaeya.
Sucrose abrazó al conmocionado Jefe Alquimista y Zhongli hizo lo mismo con su hijo menor, que lloraba traumatizado entre sus brazos, pues nunca en su vida había sido expuesto a una experiencia tan extrema como aquella; Baizhu ayudó a los empleados a levantar al principe de Khaenri'ah, debían limpiarlo y recostarlo sobre la cama, no despertaría en un buen rato, pero al menos ya estaba fuera de riesgo vital. El doctor observó entonces al rey Barbatos, quien desde la puerta era testigo de una de sus peores pesadillas, una en la que ya no tenía su herramienta favorita para coartar a sus enemigos; incluso el mismo Morax lucía en extremo preocupado mientras acomodaba a Chongyun sobre su regazo para arrullarlo.
Minutos más tarde Baizhu y las princesas se sentaron a la mesa, sin embargo la única capaz de terminar su plato fue Qiqi, que no estaba enterada de lo que pasó ni era oportuno explicarle; sus hermanas mayores intentaron cenar, pero solo consiguieron comer dos cucharadas de sopa de verduras para luego dejar de lado los cubiertos. El doctor miraba a la distancia donde divisó las siluetas de Venti y Zhongli mientras estos discutían, Alatus estaba cerca de ambos tratando de escuchar lo que había ocurrido; los unicos que no se encontraban cerca del comedor eran los alquimistas, el príncipe Chongyun, Xingqiu y Shenhe, que se instalaron afuera del cuarto de Kaeya para enterarse de su estado cuando los empleados salieran por la puerta.
Baizhu reflexionó acerca de ese preocupante suceso, tal vez se trataba de un enemigo personal del rey como los Lawrence queriendo arruinar sus estrategias, o por el contrario, podían ser los enemigos que Mondstadt y Liyue compartían, como una forma de decirle que ya no iba a serle de utilidad conservar con vida al príncipe Alberich; esa última opción era un completo problema, el doctor Baizhu rogó en su mente que no se tratara de una conspiración como esa, pues hasta él mismo le tenía miedo a la intervencion de Khaenri'ah en la guerra. Sin embargo, había algo más que lo perturbaba un poco, y era que Sucrose, la linda alquimista que lo abofeteó y le quitó el aqua vitae ese mismo día, llegó con el antídoto con suma rapidez a la escena, con demasiada rapidez; para colmo, ella ni siquiera estaba presente para saber lo que ocurrió con el príncipe, era como si supiese con mucha antelación que algo así podía pasar.
Ese detalle era demasiado curioso para el doctor Baizhu, de repente sus teorías no se inclinaban hacia una conspiración de los Lawrence o los enemigos de Mondstadt y Liyue, sino a algo más personal que todos, excepto Sucrose, desconocían; con una sonrisa astuta el doctor se levantó para ir rumbo al cuarto de Kaeya, donde Zhongli y Venti se habían desplazado para verlo despertar e interrogarlo. Baizhu se escondió bajo el marco de la puerta de uno de los cuartos cercanos, y escuchó al rey Barbatos informarle al príncipe Chongyun que el príncipe Alberich había despertado; fue sumamente interesante para el doctor ver cómo el monarca apuntaba al Jefe Alquimista Albedo ordenando su arresto.
Entonces Baizhu escuchó llorar a la joven Sucrose diciendo cosas como "podemos explicarlo", "llevenme a mi en su lugar", y más palabras que expresaban lo mucho que temía que su maestro fuese torturado. Sigilosamente Baizhu se movió para seguirla a ella y a Xingqiu, que juntos trataban de intervenir; y en cuanto la vio sola, le tomó con fuerza el brazo y la obligó a meterse dentro de una habitación, allí la colocó contra la pared y la encerró con sus brazos poniendo las dos manos en el papel tapiz.
-Te atrapé -susurró el doctor mirando de forma inquietante a la alquimista, ella se paralizó asustada de que realmente Baizhu hubiese descubierto todo.
-Yo...Yo no... -tartamudeó Sucrose, aquel visitante de Liyue la estaba mirando una vez más de los pies a la cabeza, se sentía sumamente indefensa frente a alguien como él.
-Tu tienes que explicar algunas cosas, pequeña -dijo el doctor Baizhu mientras Changsheng se deslizaba desde su cuello hasta el hombro de la alquimista, quien horrorizada se cubrió el rostro con las dos manos-. Llegaste demasiado rápido a la habitación del príncipe Alberich ¿Acaso sabías que podía ser envenenado?
Cuando el doctor cuestionó aquello, Sucrose se puso pálida y empezó a tartamudear incluso más, esa reacción hizo que Baizhu sonriera completamente seguro de su teoría, era imposible que ella no supiera algo, no si la tenía llorando incapaz de explicarse, o quizá también influyó que su serpiente se estuviera enredando en el delgado y suave cuello de esa muchacha.
-¿Será que... estás encubriendo a tu maestro? -preguntó el doctor, inmediatamente la joven se alteró y abrió los ojos sin importarle más que Changsheng estuviera rodeando su garganta.
-¡No! -exclamó ella entre asustada y molesta, estaba derramando lágrimas, pero actuaba con más coraje -¡El señor Albedo no tiene nada que ver en esto!
-Entonces, estás asumiendo tu responsabilidad -comentó ladino el doctor Baizhu, ella lloró, volviendo a ser la misma chica insegura que él podía controlar.
-Yo... yo no lo... -la voz de Sucrose temblaba, verla así era exquisito para Baizhu, acorralada y a su merced, si a eso se le añadían sus rasgos suaves e inocentes, se convertía en la presa perfecta para él-. Yo no lo hice... no sé de qué está hablando, lo juro...
-Quién diría que detrás de esta hermosa carita hay una asesina, o la cómplice de un asesino -comentó el doctor acariciando delicadamente la mejilla de la alquimista, ella se sobresaltó, pues nunca ningún hombre la acarició, y el doctor Baizhu ya lo había hecho un par de veces en el mismo dia.
Luego él movió su pulgar hacia la comisura de los labios de Sucrose, y esta abrió ligeramente la boca, quizá la intimidó con su comportamiento y por eso ella no sabía salir del shock, dejándolo introducirle ese dedo en la boca; Baizhu se estaba sintiendo emocionado, la tenía en la palma de su mano, sumisa a sus órdenes con tal de no ser delatada. Changsheng los miró, y luego al entender que la actitud de su amo ya no era del todo hostil, decidió bajar por las clavículas de la alquimista, paseando por debajo de su ropa, entre sus pechos y el estómago.
El doctor en el fondo estaba entusiasmado tanto con la idea de controlarla como con poder tocar a una chica, pues por motivos de fuerza mayor nunca en su vida pudo experimentar el placer con una, él había pertenecido a un solo hombre y ni siquiera era algo que hubiese deseado, así que la idea de dominar siempre estuvo dentro de su cabeza como un anhelo imposible de cumplir. Sucrose temblaba, pero no hacía movimientos bruscos porque una serpiente venenosa estaba recorriendole el cuerpo mientras Baizhu la contemplaba como si quisiera clavarle su propio veneno en el cuello.
La situación era realmente extraña para ella, tenía miedo, pero también mucha curiosidad por el hecho de que un hombre la mirase así; por eso no lo agredió cuando él colocó sus dos manos en sus caderas y se arrimó todavía más. Sucrose arqueó la espalda hacia atrás, pero el doctor se inclinó hacia adelante para seguir invadiendo su espacio, después de todo, ella ya no podría negarse a él.
-¿Qué es lo que quiere de mí?... -preguntó la alquimista, sentía la respiración de Baizhu muy cerca de su piel, jamás tuvo un contacto tan estrecho con alguien, por esa razón estaba más nerviosa que asustada en ese momento.
-No voy a delatarte si a eso te refieres, solo... quiero negociar algo contigo -le aclaró él, acariciando las caderas de la joven; Sucrose apretó las piernas, cuestionandose si acaso ese tipo querría aprovecharse de ella de la forma que imaginaba.
-Ya le dije que no tengo nada que ver... -respondió ella, entonces el doctor colocó una mano entre los omoplatos de la alquimista, usando la otra para acariciar su abdomen, ese movimiento hizo que Changsheng bajase hasta las piernas de Sucrose para seguir enrollándose en su cuerpo.
-No mientas pequeña, no puedes engañarme a mí -le susurró al oído, la muchacha se estremeció y apoyó las manos en el esternón de Baizhu, ejerciendo algo de presión para que no siguiera arrinconandola demasiado, un tanto indecisa entre dejarlo seguir o empujarlo-. Ya no puedes seguir ocultando lo que hiciste... así que... tendrás que cooperar...
-¿Qué va a hacerme?... -preguntó Sucrose con su suave y asustadiza voz, a Baizhu lo volvía loco sentirla temblar, era tan satisfactorio tener poder sobre ella, que no solo era una lindura, sino que era una alquimista llena de conocimientos fascinantes que él podía aprovechar.
-Si Albedo confiesa, entonces tu eres su cómplice, si no confiesa, lo soltarán hasta encontrar más pruebas... lo que significaría que tu eres la autora material de lo que ocurrió con el príncipe... -susurraba el doctor cerca del oído de la alquimista, cuya espalda se estremeció con todos los poros de su piel erizados-. Sea cual sea el resultado, yo gano.
-¿Qué piensa ganar? -cuestionó ella, entonces el doctor Baizhu la miró fijamente y le sostuvo la barbilla, lucía más serio, por lo que Sucrose tragó saliva, preocupada por el precio que debía pagar por su silencio.
-Quiero todos los servicios que como alquimista puedas darme -dijo él sin rodeos, la expresión de la muchacha mostraba muchísima inquietud, la alquimia tenía varias disciplinas, y ella aún no dominaba algunas-. Por supuesto, sin pagar.
-Yo... -murmuró Sucrose con nerviosismo, ya no sabía cómo evitar algo tan peligroso como ese acuerdo-. Yo y mi maestro no tuvimos nada que ver...
-Ay mi pequeña asesina ¿De verdad crees que engañas a alguien? -se burló Baizhu, la alquimista hizo un puchero afligida-. Pero ya lo veremos, cuando terminen de torturar a Albedo, sabré lo que pasó... ¿Prefieres decir la verdad y morir, o cooperar conmigo y extender tu tiempo de vida? Yo sé que eres inteligente y sabrás que decisión tomar.
Cuando el doctor Baizhu dejó ir a Sucrose, esta se alejó caminando con lentitud, confundida y sin saber cómo proceder, tenía la incertidumbre de que Albedo fuese encontrado culpable y condenado a muerte, y sin embargo, por alguna razón mientras Baizhu la interrogaba, no había pensado ni un segundo en esa situación, y se sentía como una completa egoísta. La alquimista se debatía entre fingir que ella era la culpable, condenandose a sí misma a la muerte, o esperar a que su amado maestro fuese soltado o en el peor de los casos, encerrado hasta el dia de su ejecución; al final llegó a la conclusión de que no podía precipitarse, por lo que simplemente vagó sin rumbo por el palacio, bajando de vez en cuando al subterráneo para preguntarle a los guardias sobre Albedo y el rey.
Ya estaba amaneciendo cuando en su quinta visita le dijeron que Barbatos soltó al Jefe Alquimista por falta de pruebas, ella suspiró profundamente aliviada, pero a la vez, volvió a pensar con angustia en el doctor Baizhu, que había logrado dar muy fácilmente con la respuesta a diferencia del rey. No le quedó más opción que encerrarse en su laboratorio para reflexionar como saldría de ese gran problema sin perjudicar a Albedo más de lo que debía estar en esos momentos tras la tortura.
Al igual que ella, Baizhu no logró dormir en toda la noche, y en cambio se quedó en vigilia junto a Shenhe, el príncipe Chongyun y Xingqiu, ellos parecían esperar noticias sobre quién había sido el culpable, el doctor ya manejaba esa información, pero iba a disimular su entusiasmo quedándose con ellos a esperar la presencia de Venti o Morax para que les aclarasen las dudas. Fue el emperador quien se hizo presente cuando el Jefe Alquimista fue liberado, entonces les explicó que al parecer, alguien puso el veneno para asesinar a Barbatos, y que Kaeya se había llevado la botella de vino de este, bebiendo accidentalmente el veneno para el rey, contó además que encontraron el cuerpo de una sirvienta que pudo ser la única testigo.
El doctor Baizhu se tocó la barbilla, eso era muy interesante para él, aquello dejaba dos alternativas a su teoría, o realmente Sucrose o Albedo quisieron envenenar a Venti y Kaeya se robó la botella, o el príncipe Alberich, consciente de que ser envenenado por su propio padre o la zarina de Snezhnaya podría significarle dejar de ser útil, mintió para salvar su propio pellejo; una tercera vía conectada a esa teoría era que Sucrose, que se había comportado cariñosa con el Jefe Alquimista, deliberadamente quiso asesinar al príncipe por celos, pues Baizhu vio a Albedo con el corazón destrozado por su envenenamiento. Sin embargo aquello dejó de tener sentido cuando el doctor recordó que Sucrose no tuvo ningún problema en darle el antídoto al príncipe, por lo que, por mero descarte, hacía que la versión del príncipe robandose el aqua vitae del rey fuera la más verosímil, por muy extraña que fuese aquella coincidencia para Baizhu.
Con dos posibles culpables, independientemente de quien fuese el responsable directo, ambos sospechosos eran igual de útiles para los planes del doctor, así que este muy sonriente se fue a la primera planta rumbo al laboratorio de la alquimista para esperar a encontrarsela una vez más. Sucrose había estado pensando en todas las posibles salidas a su problema, pero no lograba conectar bien las ideas por el temor, todo era cuestión de vida o muerte para ella y su querido Albedo, por esa razón, salió de ese cuarto insegura a enfrentar las consecuencias de su mentira; fue entonces cuando se encontró al doctor Baizhu de pie en una de las paredes del pasillo, ella se quedó quieta mientras Changsheng subía por su pierna, algo más acostumbrada a sentir sus escamas en la piel.
-¿Ya podemos negociar? -preguntó él cuando su serpiente se enrolló alrededor del cuello de la alquimista, esta se quedó muda mirando hacia la nada, en el fondo quería llorar, y a la vez, también quería gritarle a él por sus intenciones intrigantes-. Supe lo de Albedo, fue soltado porque no estuvo presente en todo el día, lo cual lo hace inocente de haber envenenado al príncipe y de... asesinar a una empleada ¿Curioso no?
-¿Algo como eso es "curioso"? -cuestionó Sucrose tratando de no verse aterrorizada, pero sin poder controlar su cuerpo tembloroso.
-No te hagas la inocente, ahora sé que eres una completa asesina -dijo el doctor sonriendole, tenía los brazos cruzados y una actitud segura, todo estaba saliendo como él quería-. ¿Albedo te pidió que envenenaras al rey? ¿O lo hiciste por cuenta propia? Sea como sea alguien del personal te vio actuando sospechosamente, y la asesinaste.
-¿Cómo... cómo está tan seguro de que... de que yo...? -tartamudeó la alquimista, entonces Baizhu comenzó a caminar, rodeándola como un león a punto de abalanzarse sobre ella, la serpiente hizo lo propio volviendo a meterse debajo de su ropa.
-Me atrapaste llevándome la botella, por eso decidiste ser precavida y tener un antídoto listo si el veneno era consumido por alguien que no fuese el rey -la acusó el doctor, Sucrose tragó saliva, pues en parte aquello era verdad, pero ella hubiera usado ese antídoto incluso en Barbatos-. Por eso llegaste tan rápido al cuarto del príncipe Alberich con ese químico preparado para salvarle la vida, porque no querías matarlo a él, querías matar al rey.
-Por favor déjeme explicarle... -susurró Sucrose llorando, pero a decir verdad no pensó en ninguna excusa creíble.
-Albedo estuvo fuera todo el día, por eso la empleada muerta no pudo ser obra suya, tú lo hiciste -continuó Baizhu rodeándola, ya la tenía completamente en jaque, solo faltaba escuchar su confesión-. Pero no puedo descartar a Albedo, porque él pudo pedirte que hicieras todo esto en su ausencia ¿O me equivoco?
-¡Se equivoca! -exclamó Sucrose indignada y llorando-. ¡El señor Albedo no tuvo nada que ver, yo actué sola!
-Ya veo... No te creo -se burló el doctor Baizhu, la joven lloró enfadada y luego secó sus lágrimas con los nudillos-. No actuarías así si él no estuviera involucrado.
-Me siento así porque por mi culpa lo torturaron... -dijo ella sollozando-. Pero yo actué sola...
-¿Ah sí? ¿Y por qué? -cuestionó él, Sucrose agachó la cabeza, para salvar a Albedo de ese tipo, debía hablar como si ella tuviera las mismas razones que su maestro para asesinar al rey, por eso necesitaba meterse en su piel.
-Yo amo... -murmuró la alquimista sollozando, ella sabía lo que se sentía amar a alguien, por eso se le retorció el corazón cuando tuvo que explicar ese sentimiento-. Yo amo al príncipe Alberich...
-¿Oh en serio? A mi me dio la impresión de que amas al Jefe Alquimista Albedo -comentó Baizhu incrédulo, ella sollozó empuñando las manos en su propio pecho.
-Se equivoca... Yo amo al príncipe Alberich... Amo su rostro, amo su forma de hablar, amo... amo como es tan seguro de sí mismo y por sobre todo amo su inteligencia -dijo Sucrose comprimiendo su pecho mientras lloraba a mares, el doctor selló sus labios impresionado, pues la muchacha estaba siendo muy convincente -. Lo amo tanto... que duele...
-Así que amas a alguien hasta el punto de que te produce dolor, creí que por ser una alquimista abrazarías la ciencia y no le prestarías atención a un sentimiento tan corrosivo como el estar enamorado -comentó el doctor Baizhu viéndose algo decepcionado-. En resumidas cuentas, creí que serías más inteligente.
-Sir Kaeya... Él sufre encerrado en Mondstadt, él sufre por culpa del rey y ha sido así desde que era un niño... -dijo Sucrose llorando con los párpados apretados, estaba pensando como lo haría su maestro, y canalizaba su propio amor sobre el nombre de alguien que no era el objeto de ese sentimiento-. Por eso, yo no puedo quedarme de brazos cruzados nunca más...
-Tendrás que hacerlo si quieres vivir -replicó Baizhu estoico, y desilusionado de aquella joven que parecía genuinamente estar llorando por su aparente amor por el príncipe Alberich-. Ahora no tendrás más alternativa que hacer todo lo que te pida, porque si intentas asesinar a alguien una vez más, no te cubriré la espalda.
-¿Qué debo hacer?... -preguntó Sucrose sollozando.
-Hay muchas cosas que me interesan de la alquimia y que me negaron aprender cuando estaba en Sumeru, quiero que tu me las des.
-¿Hay algo que quiera en específico?...
-Panacea -respondió él, la muchacha levantó la cabeza estupefacta.
-Imposible.
-¿Por qué no? Es el auténtico elixir de la eterna juventud, si no puedes darme eso, me conformaré con aqua vitae.
-¿Cómo es que sabe acerca de la panacea?
-Vengo de Sumeru, algunas cosas son secretos a voces allí.
-La panacea es la peor maldición que se le puede dar a alguien, ni aunque lo odiase más me atrevería a darle eso.
-¿"Más"?
-Yo... puedo darle aqua vitae... -respondió la alquimista con mayor timidez por haber sido grosera.
-También quiero oro alquímico -agregó el, Sucrose otra vez resopló desconcertada y casi con indignación.
-Definitivamente no.
-Te estás negando a muchas cosas, pequeña asesina -comentó Baizhu sosteniendo la barbilla de la joven, esta temblaba molesta y asustada.
-Incluso si cometiera la irresponsabilidad de querer darle oro alquímico, no puedo dárselo porque aún no aprendo como hacerlo.
-Esperaré a que aprendas, pero eso y el aqua vitae es lo que más deseo, y tu me lo vas a dar -la amenazó el doctor agarrándole la mandíbula de manera que con sus dedos le apretaba ligeramente las mejillas.
-El oro alquímico causa alteraciones en el poder imposibles de controlar sin la intervención del gremio de alquimistas, solo trae caos, así que por favor, sea racional...
-Planeo usarlo con inteligencia, tengo mis razones para querer eso... Y en cuanto sepas fabricarlo, me lo darás -exigió el doctor Baizhu con autoridad, los ojos de Sucrose se llenaron de lágrimas, pues no podía dimensionar el daño catastrófico que significaría entregarle ese tipo de oro a alguien-. Me conformaré con una sola moneda.
-Por favor no me haga hacer eso... Se lo suplico... -La voz de la alquimista se quebró en llanto cuando Baizhu puso aquella condición, pero el doctor no tendría misericordia con ella solo por verla llorar.
Sin soltar la quijada de Sucrose, el doctor Baizhu rodeó su espalda baja con un brazo, apegando su cuerpo y el de la joven alquimista para mirar fijamente sus ojos ámbar casi idénticos a los suyos; en esos momentos su llanterio compensaba lo muy molesto que se sentía con el hecho de que todas las acciones aberrantes de esa chica fueran en nombre del amor.
-Tu te metiste en este embrollo, ahora atente a las consecuencias -susurró Baizhu moviendo los labios cerca de la boca de Sucrose, ella tembló confundida, con las emociones a flor de piel por la desesperación y el miedo, y a la vez por la extraña sensación de estar siendo depredada, cosa que sin poder explicárselo, no le parecía tan desagradable.
-Si es por él... haré lo que sea... -murmuró en voz baja la alquimista, el doctor le soltó el rostro y pegó su nariz contra la de Sucrose, haciendo contacto visual mientras la rodeaba con sus brazos, eso la ponía muy nerviosa, ni siquiera su maestro la había mirado de esa forma y era el único hombre con el cual tenía mayor confianza.
-¿Puedo hacerte una pregunta?
-Sí...
-¿Es correspondido? -le preguntó Baizhu, la alquimista agachó la mirada, recordando como hacia un par de años descubrió a su maestro en el segundo laboratorio que tenían en la ciudad, dibujando a Kaeya desnudo sobre la cama, solo para dejar de lado todos sus materiales e ir hacia él como atraído por una fuerza más potente que cualquier reacción química, algo que él jamás sentiría por ella.
-No... -respondió Sucrose con la voz afligida, el doctor tenía una expresión en blanco, no toleraba una muestra de debilidad tan grande como darlo todo por un amor no correspondido; entonces la soltó y agarró bruscamente sus hombros echandole la cabeza hacia atras, despues acercó la boca al oído de la muchacha para susurrar unas palabras despiadadas.
-Entonces, tiraste tu vida por la borda, por nada.
Sucrose se alejó llorando de la primera planta, abrazándose a sí misma mientras sollozaba silenciosamente, todo parecía oscuro para ella, pues por proteger a su amado maestro, debía romper las reglas del gremio de alquimistas en pos de los deseos del doctor Baizhu, con una deuda infinita de la cual no podría salir a menos que se supiera toda la verdad. Necesitaba ayuda, la ayuda de Albedo, ella no tenía todos los conocimientos necesarios para complacer a Baizhu, y era un asunto que les competía a ambos; por eso lo buscó primero en la enfermería, y cuando le dijeron que acababa de retirarse, la joven tuvo la corazonada de que iba a encontrarlo en la torre del rey.
Tal y como lo imaginó, cuando asomó un ojo por la cerradura pudo ver al Jefe Alquimista sobre la cama de Kaeya, el príncipe le abrazaba la nuca mientras se besaban con la misma pasión que cuando ella los descubrió amándose años atrás, por breves momentos separaban sus bocas para que Albedo mordiera el cuello de Kaeya, frotando su pelvis contra la del príncipe Alberich. Sucrose escuchó a este ultimo gemir y decirle "te amo" a su maestro, ambos suspiraban ahogados en los deseos que estuvieron reprimiendo por tanto tiempo, actuando como animales a punto de aparearse; la alquimista no solo sintió como su corazón se rompía de nuevo por el inevitable hecho de que Albedo amase a alguien más, sino que también le molestó que fuera tan poco precavido como para besar a Kaeya en esa parte del palacio, arriesgándose a ser descubierto por el rey; por esa razón ella se irguió y golpeó la puerta, causando que ambos amantes se separasen rápidamente para disimular.
-¿Señor Albedo? -llamó Sucrose, el Jefe Alquimista se puso de pie y tosió guardando la compostura; antes de que fuera a abrirle la puerta a su alumna, el príncipe estiró una pierna para poder rozar con su pie la entrepierna de Albedo, mordiéndose provocativamente un nudillo.
-Ya... Ya voy Sucrose -respondió su maestro algo atontado por el contacto físico que estaba teniendo con Kaeya, este lo recorría con la mirada mordiendo su dedo, con un hombro de la camisa caído para enseñar más piel.
-Maestro... Necesito hablar con usted en privado... -dijo Sucrose afligida e impaciente, sabiendo que al otro lado de esa puerta el príncipe Alberich estaría atrapando con sus encantos al Jefe Alquimista con extrema facilidad.
-¿En privado dices...? -murmuró Albedo antes de morder su labio mientras Kaeya le acariciaba los genitales con los dedos del pie.
-No te vayas tan pronto... -le pidió el príncipe en voz baja, deslizando los dos hombros de su camisa para enseñarle hasta su pecho desnudo-. Albedo...
-Esto... -Albedo no sabía cómo proceder, era irracional abalanzarse sobre el príncipe de Khaenri'ah para devorarlo teniendo a Sucrose esperándolo en la puerta, pero era lo que más deseaba en ese momento.
-Señor Albedo por favor, esto es muy importante... -insistió su alumna llorando molesta, Kaeya suspiró al oírla sollozar, así que solo por consideración se abotonó la ropa y dejó de jugar con el Jefe Alquimista.
-Está bien Albedo, puedes ir... Te estaré esperando...
Entonces Albedo se dirigió a la puerta escondiendo su erección entre sus piernas como podía, lo único que fue imposible de disimular para él cuando se encontró con su alumna, fueron las zonas ruborizadas de su cuerpo, como apenas llevaba una chaqueta abierta sobre los hombros, Sucrose podía ver claramente que la temperatura de su maestro le causó enrojecimiento. Ella también se sonrojó al mirar su torso envuelto en vendas, a pesar de ser un hombre ilustrado, Albedo era además sumamente atractivo y se entrenaba con la espada, por lo que tenía los abdominales marcados y en general, un cuerpo muy bien cuidado.
-Esto... Señor Albedo... Necesitamos hablar en otro lugar... -murmuró su alumna respirando agitada por verlo así, sin caer en cuenta todavía que el Jefe Alquimista estaba herido, después de todo, la vista le parecía muy agradable a ella como para fijarse en lo negativo.
-Seguro, vamos -dijo él dando un cuarto de vuelta rumbo a otra habitación cercana a esa torre; cuando encontraron una vacía, Sucrose comprobó que no había nadie alrededor, y cerró la puerta con llave para poder contarle lo ocurrido.
-Maestro... Sé que fue usted -confesó su alumna, Albedo se quedó pasmado, no estaba seguro de cuanto sabía Sucrose con respecto a lo que en verdad había ocurrido, por lo que su mejor opción era quedarse callado hasta encontrar una forma de explicarse -. Sé que usted puso el veneno en ese vino... pero... hay muchísimas cosas que no entiendo todavía, esto no tiene sentido...
-¿Por qué no tiene sentido? -preguntó el Jefe Alquimista tratando de hacerse el desentendido, su alumna se tocó la frente con una mano, haciendo un repaso de todas las cosas que hacían que no encajara del todo la versión oficial de lo ocurrido.
-Usted puso el veneno en la mañana... entonces yo quise quitarlo para evitar que usted cometiera una locura, pero, el doctor Baizhu se llevó esa botella.
-Espera ¿Que? ¿Cómo que se la llevó?
-Lo vi robársela, él está obsesionado con el aqua vitae así que quería robársela al rey, por eso tuve que meterme a su cuarto y tirar el contenido, pero él supo que era yo y de algún modo después... -relataba Sucrose algo dispersa y acelerada, Albedo estaba muy confuso-. Ahora él me está amenazando y si no le doy todo lo que pide le dirá al rey que yo quise envenenarlo, no sé qué hacer señor Albedo, no sé qué hacer...
-Un momento Sucrose, vamos por partes porque no estoy entendiendo -sugirió el Jefe Alquimista aprovechando el tiempo para pensar excusas para decirle-. En primer lugar, ¿No se suponía que pasarías el día en el Valle Estelar?
-Le mentí... en la noche encontré el arsénico entre sus cosas y sabía lo que planeaba, por eso me quedé todo el día en el castillo para tirar el veneno y evitar que el rey se lo bebiera... -le explicó ella, Albedo sudó frío, empezando a entender porque Sucrose cuestionaba la versión oficial que Barbatos le informó a los huéspedes-. Así que atrapé al doctor Baizhu llevándose la botella, me metí a su cuarto y tiré el vino desde el segundo piso...
-Mierda... -murmuró el Jefe Alquimista poniendo a carburar su cerebro, tuvo que decidir rápidamente entre confesar toda la verdad, exponiendo la seguridad de Kaeya si Sucrose difundía que el veneno era para el príncipe Alberich y no para el rey, o hacer más y más grande su mentira.
-Entonces el doctor Baizhu me atrapó y le dije que no pondría el aqua vitae en la nueva botella del rey hasta el anochecer, para evitar que volviera a robársela, pero antes hice el antídoto.
-Aguarda ¿Cuando hiciste el antídoto?
-Cuando tiré el veneno, creí que sería mejor ser precavida porque usted podría volver a intentar asesinar al rey, y si el doctor Baizhu volvía a robarse el aqua vitae, también pudo haber resultado envenenado, por eso me desesperé y...
-Por eso llegaste tan rápido con el dimercaprol...
-Y eso mismo hizo que el doctor Baizhu sospechara de mi, por eso ahora me está chantajeando con decirle al rey que intenté matarlo cuando no es así -se explicaba Sucrose llorando asustada, Albedo seguía conectando algunos puntos para darle una explicación a su alumna-. Pero no lo entiendo... Si tiré el veneno, y el príncipe Alberich supuestamente se robó la botella del rey por la misma razón que el doctor Baizhu... Entonces... ¿Qué fue lo que pasó en verdad?
-¿A qué te refieres? -cuestionó el Jefe Alquimista ganando tiempo, Sucrose comenzó a pasearse de un lado a otro tratando de resolver aquella incógnita.
-Quiero decir que... Si tiré el veneno que usted puso, y aun así el príncipe Alberich fue envenenado... Podría ser que... ¿El príncipe esté mintiendo?... -La muchacha se agarró la barbilla pensativa mientras Albedo rodaba los ojos queriendo que se lo tragara la tierra, esa situación era completamente estresante para él y muy peligrosa para Kaeya, lo cual lo hacía sentir pánico por su vida-. O que usted llegó por la noche, puso otra dosis de veneno para el rey y mató a la empleada que fue testigo... Lo cual es horrible, pero... ¿A qué hora desapareció ella? No me calzan los tiempos.
-Sucrose, necesito silencio para poder explicarte todo -le pidió su maestro tratando de no dejar cabos sueltos en su discurso mental, aunque le pareciera extremadamente rebuscado.
-Está bien señor Albedo, explíquese -dijo la joven al quedarse quieta, esos eran los últimos segundos para que Albedo decidiera que decirle, teniendo que determinar si ella era de su absoluta confianza o si debía ser precavido por la vida de Kaeya.
-Por increíble que parezca... el veneno que se bebió Kaeya no lo puse yo -confesó, aquello era una verdad irrefutable, pero lo siguiente no lo sería-. Todo esto es una coincidencia terrible en la que alguien además de mi también planeó asesinar al rey, creo que fueron espías de Khaenri'ah, que accidentalmente casi acaban con la vida del príncipe a quien querían rescatar.
-¿Eso cree? Quiero decir... Son demasiadas coincidencias en un solo día, dos venenos y dos personas tratando de robar el aqua vitae... ¿No es algo... extraño? -se preguntó Sucrose, y Albedo maldijo su cerebro.
-Sí, son muchas coincidencias, pero como bien dices, la hora de desaparición de esa empleada no coincide con mi hora de llegada, y tu tiraste mi arsénico, así que no pude ser yo -le explicó el Jefe Alquimista, su alumna se llevó un dedo al labio inferior, teorizando sin parar, Albedo sabía que sus sospechas iban dirigidas a Kaeya, por lo que tenía que hacer todo lo posible por no delatarlo-. Pero Kaeya me juró que se llevó el vino de Barbatos, es más, me confesó que no es la primera vez que lo hace.
-¿De verdad? ¿Él se ha estado robando más muestras de aqua vitae?
-Sí, me dijo que no lo hace tan seguido para que Barbatos no se de cuenta de que tiene muestras de un leve envejecimiento -inventó Albedo para hacer un poco más creíble esa versión.
-¿En serio? Dios santo... Entonces... ¿Dice usted que pudieron ser enviados de Khaenri'ah? Bueno tiene sentido pero... ¿No habría sido mejor para ellos crear un plan de escape en vez de matar al rey? O tal vez quisieron matarlo para desestabilizar a Mondstadt, lo cual también deja abierta la hipótesis de que los Lawrence estén involucrados. Hay tantas posibilidades que quisiera ponerme a investigarlas todas.
-Sucrose, creo que en estos momentos tenemos problemas más graves en los cuales enfocarnos -dijo el Jefe Alquimista de brazos cruzados-. Me acabas de informar que el doctor Baizhu te está chantajeando porque cree que tu intentaste poner el veneno, eso es enorme contratiempo ¿Qué es lo que te está pidiendo? Si es algo que dañe tu integridad...
-Me pidió... aqua vitae y... Oro alquímico...
-Bien, debemos deshacernos de él -dijo sin rodeos Albedo, Sucrose se sobresaltó horrorizada al escucharlo hablar de matar a alguien con una actitud tan fría.
-Maestro por favor, no recurramos a eso, de verdad que no quiero ser complice de un asesinato... -le rogó su alumna tocándose el pecho, tenía los ojos húmedos, pues las últimas horas fueron completamente angustiantes para ella, y el Jefe Alquimista no le estaba ayudando a calmarse.
-No podemos darle oro alquímico, tu sabes lo que hay que hacer con quienes lo posean sin fines investigativos.
-Pero... él me dijo que por el momento se conformaba con el aqua vitae, todavía puedo convencerlo de que el oro alquímico solo traería destrucción...
-Tipos como esos no tienen escrúpulos, si no nos deshacemos de él, seguirá siendo un obstáculo.
-Oh no... -lloró Sucrose al borde de un colapso nervioso, Albedo suspiró desganado, su alumna no estaba para nada cómoda con sus medidas radicales.
-¿Crees que puedas lidiar con esto? Me estás encubriendo a mi, si tu no puedes sobrellevarlo, dile la verdad a ese tipo, y entonces yo veré lo que hago con él.
-No no, escúcheme, no... no me molesta fingir que fui yo la responsable así que... lo único que le pido es que me ayude con las peticiones del doctor que yo no pueda fabricar... En serio es lo único que necesito...
-Mientras sea algo que podamos darle, te ayudaré en todo lo que necesites -prometió el Jefe Alquimista, Sucrose al fin pudo respirar más tranquila con esas palabras-. Dos cosas más, Sucrose.
-¿Dígame?
-Probablemente el rey quiera interrogar a todos los que estuvieron en este palacio, tu explícale donde estuviste, incluso si eso implica decir que te cruzaste a charlar con el doctor Baizhu en un par de ocasiones. Solo debes evitar decirles que interactuaste de algún modo con la botella de vino.
-¿Pero si entro en panico? ¿Y si digo más de lo que debería? ¿Y si me preguntan de qué hablé con el doctor Baizhu? ¿O que estaba haciendo en mi laboratorio? Ay no... se que voy a tartamudear y a verme sospechosa, estoy perdida...
-Calmate, no tienes que mentirles, solo debes omitir los detalles comprometedores.
-¿Cómo?...
-Si te preguntan de qué hablabas con el doctor Baizhu, hablale del tema menos problemático del que hayan hablado -sugirió Albedo, su alumna se llevó un dedo a la comisura de los labios, haciendo memoria de lo que habló con Baizhu.
-Él me dijo que viene de Sumeru... y también hablamos un poco de su serpiente.
-Bien, focalizate en eso, en nada más, y todo saldrá bien -la alentó su maestro, Sucrose tomó aire para controlar cualquier muestra de nerviosismo.
-¿Y qué les digo si me preguntan qué estaba haciendo en el laboratorio?
-¿Solo te dedicaste a formular el antídoto?
-No, también hice más muestras de aqua vitae.
-Entonces diles eso.
-Está bien señor Albedo... haré mi mejor esfuerzo para no decir nada incriminante.
-Ahora, sobre lo otro que quería sugerirte...
-¿Sí? -dijo la joven, el Jefe Alquimista la miró seriamente, preocupado de que su seguridad estuviera en riesgo, por su actitud pasiva ante alguien que la estuviera chantajeando.
-Sucrose, si ese tipo trata de propasarse contigo, por favor no te quedes callada, avisame y yo me encargaré del problema -le pidió Albedo, su alumna se quedó en silencio, recordando como el doctor Baizhu la había tocado, no estaba segura de si aquello contaba como "propasarse" o si ese hombre solo estaba queriendo ponerla incomoda, por esa razón, decidió no contarle ese detalle a su maestro en ese instante.
El Jefe Alquimista esperó a que Sucrose se alejara rumbo al laboratorio, ella quería refugiarse allí hasta que la llamasen para interrogarla, si es que aquello llegaba a ocurrir; en cuanto ella desapareció de la vista de Albedo, este caminó rápidamente de vuelta a la torre del rey, tenía que hablar con Kaeya para mantenerlo informado, era impensable dejarlo a la deriva y continuar él solo su investigación, pues ambos deben mantener coherentes sus declaraciones y trabajar juntos para resolver ese gran problema. Cuando abrió la puerta de la habitación del príncipe, este le sonrió seductor y dulce al mismo tiempo, volviendo a abrir unos botones de su camisa para invitarlo a tocar cuanto quisiera.
-Albedo... -susurró el príncipe de Khaenri'ah mordiéndose el dedo índice, el Jefe Alquimista sudaba excitado, no obstante tosió para no tener que seguirle el juego-. ¿Qué pasa cariño? No seas tímido y ven a mi lado...
-Kaeya, tengo información muy importante que darte, no es el momento para... eso -le explicó, el príncipe se enserió, arregló su ropa y se acomodó para oírlo con mayor atención-. Sucrose me dijo algo que complica más las cosas para nosotros.
-¿Todavía más?
-Ella sabía lo que planeaba y fue quien quitó el veneno de la botella del rey... Antes de que preguntes, no, ella no lo puso en la tuya, me dijo que lo tiró por una ventana -relató el Jefe Alquimista, Kaeya lo oía en silencio preguntándose muchas cosas.
-¿Dijo algo más?
-Sí. Me contó que el doctor Baizhu sospechó de ella en el momento en que apareció con el antídoto, porque supo que lo había preparado con mucha anticipación -agregó, y el príncipe Alberich abrió los párpados desconcertado-. Ahora ella se echó la culpa de lo ocurrido para encubrirme.
-¡¿Qué?! ¡Maldición Albedo! -exclamó Kaeya furioso, creyendo que la alquimista había sido arrestada injustamente-. Bien, se fue todo a la mierda, ahora mismo voy a decirle toda la verdad a Barbatos, que me jodan supongo.
-Kaeya, dejame terminar -pidió Albedo con paciencia, estirando sus manos para impedir que el príncipe se levantara de su cama-. Sucrose está bien, de momento no corre peligro de que el rey se entere, porque el doctor Baizhu no la ha delatado.
-Y no podemos permitir que lo haga, si no lo eliminas tu, soy capaz de seducirlo y hacer que su propia serpiente lo muerda.
-Sí, no dudo que sea verdad -comentó el Jefe Alquimista con un dejo de rencor-. Pero el doctor Baizhu no piensa decir nada, la está chantajeando para obtener algo a cambio por ello.
-Oh vaya ¿Y se supone que eso es alentador? ¿No te has puesto a pensar en lo que podría hacerle a esa pobre niña?
-Ya lo sé Kaeya, pero lo que él pidió, fue aqua vitae de forma gratuita, eso es algo que podemos darle.
-Claro, y después de eso pedirá más y más hasta que lo que pida sea la inocencia de Sucrose.
-Le dije que me avisara si ese tipo intentaba algo así con ella.
-Y el resto lo dejarás a su suerte como el maestro del año -dijo Kaeya cruzado de brazos y mirando hacia el lado, como si sintiera desprecio por Albedo por no estar completamente focalizado en ayudar a su alumna a salir de las garras de un posible depredador.
-Calmate Kaeya, créeme que haré todo lo posible por ayudar a Sucrose con este problema en el que yo la metí, no dejaré que ese tipo le haga algo, y si ella no tiene los suficientes conocimientos para cumplir sus demandas, yo lo haré por ella -tuvo que explicar el Jefe Alquimista, el príncipe de Khaenri'ah seguía evitando su cara, pero su expresión se relajó un poco al escuchar eso.
-Más vale que sea así.
-El punto es... que Sucrose se dio cuenta de que hubo alguien involucrado en lo que te pasó, porque ella tiró el veneno por la mañana -continuó explicándole Albedo, Kaeya giró bruscamente la cabeza algo asustado por ese detalle.
-¿Le dijiste que quisieron envenenarme a mi?
-Por supuesto que no, le dije que podía tratarse de agentes de Khaenri'ah y que tu "te robaste la botella". No voy a contarle de esto a nadie, ni siquiera a Sucrose.
-¿De verdad...? ¿No confías en ella?
-Sucrose es mi alumna y es una excelente persona, pero, si ella decidió evitar la muerte de Barbatos, no sería bueno decirle lo que en verdad pasó, porque sé que entraría en pánico y le avisaría al rey que...
-Que los de mi propio bando me consideran una piedra en el zapato...
-Es demasiado leal a Mondstadt como para confiarle algo tan delicado -finiquitó el Jefe Alquimista, entonces escuchó a Kaeya reir dolorosamente, negando con la cabeza mientras sonreía con los ojos húmedos.
-Vaya dia... me aterra pensar que fue mi padre el que quiso hacerme esto ¿Tan inutil cree que soy?
-No pienses en eso por ahora, debemos empezar a movernos para saber quién fue el verdadero responsable... Y también, tenemos que pensar en lo que diremos si nos interrogan otra vez.
-¿Averiguaste algo más?
-Sí, mientras me interrogaban, me dijeron que una de las sirvientas desapareció aproximadamente a las tres de la tarde, y que apareció muerta esta madrugada -reveló Albedo, el príncipe se sobresaltó.
-¿Cuál era su nombre?
-Gisela -respondio el Jefe Alquimista, Kaeya se sintió aliviado, no quería ser grosero ni irrespetuoso, pero solo había una empleada cuya vida le importaba.
-Así que alguien fue asesinada ayer...
-Sonará cruel, pero ese hecho me salvó la vida, porque ocurrió mientras yo no estaba en la ciudad.
-Sonará cruel también que, me alegro de que no haya sido Noelle.
-¿Noelle? ¿La mucama que entrena con un mandoble?
-¿Ah hace eso? No lo sabía.
-Sí, entrena con los guardias usando esa arma tan pesada... ¿Qué tipo de relación tienes con ella? -preguntó Albedo estoico, el príncipe Alberich se rió en voz baja de forma insinuante.
-¿Tú qué crees...?
-Mierda...
-No te pongas celoso, me conoces muy bien.
-No estoy celoso.
-¿Seguro?
-Bueno basta, centrémonos en lo que estábamos hablando. El punto es, que si te preguntan a qué hora "te robaste la botella", diles que fue después de las tres de la tarde, solo así no vas a contradecir la versión oficial.
-Tomo nota... pero aún debemos averiguar más, así que, creo que me levantaré de la cama.
-Ni lo pienses. Tu estómago está muy delicado, todavía necesitas descansar para reponerte.
-Lo mismo puedo decir de tu espalda.
-No tengo problemas con estas heridas, puedo moverme para ir a investigar con otros testigos -insistió Albedo, Kaeya lucía pensativo, el Jefe Alquimista asumió que se trataba de su miedo a ser considerado un estorbo por su padre-. Kaeya, por favor trata de pensar en otra cosa, haré todo lo que pueda para descubrir quién hizo esto.
-Albedo ¿Puedes hacerme un favor?
-Todos los que quieras -dijo Albedo tomando la mano del príncipe, entonces este lo miró a los ojos con preocupación.
-Por favor, cuida al joven Xingqiu en mi ausencia.
-¿A Xingqiu? ¿Acaso crees que el rey...?
-Definitivamente es lo que quiere, por favor, protégelo...
-Lo haré, no lo dudes -le prometió el Jefe Alquimista apoyando su frente contra la de Kaeya, los ojos de ambos brillaban con ternura, y antes de separarse otra vez, el principe de Khaenri'ah le dio un rapido beso en los labios a su antiguo amante, dejándolo marchar con un buen sabor de boca.
Eran las 11 de la mañana cuando la Gran Maestra Intendente, Jean Gunnhildr, llegó a "El obsequio del angel", la taberna estaba casi vacía, pues apenas unos tres clientes se hallaban repartidos en sus mesas; alguna vez Kaeya le dijo a Jean que aconsejara a Diluc en su nombre para que pusiera bocadillos en la cantina, esa idea aún no era implementada por el joven Ragnvindr, lo cual explicaba que la mayoría de su clientela llegara despues de media tarde, pues allí no podían beber y almorzar en el mismo sitio. Diluc como siempre estaba de espaldas a la barra de bebidas, limpiando vasos meticulosamente; su mejor amiga se acercó a él sin tomar asiento, manteniéndose de pie solemnemente mientras tosía para llamar su atención.
-Es raro verte por aquí a esta hora ¿Te sirvo algo? -le ofreció el joven Ragnvindr antes de siquiera voltearse para verla.
-Kaeya fue envenenado -reveló Jean sin sutilezas, Diluc se giró en seco, ni con todo el odio que aparentaba sentir por su antiguo hermanastro podía ocultar el shock en su mirada.
-Tiene que ser una broma -dijo el joven Ragnvindr sobresaltado, pero la seriedad de la Gran Maestra Intendente solo lo hizo sentirse más preocupado.
-No es ninguna broma, Diluc. Kaeya casi muere ayer por la noche -explicó Jean, Diluc tuvo que dejar el vaso que estaba limpiando para apoyar las dos manos sobre la barra, con la cabeza gacha y los ojos muy abiertos de la impresión.
-¿Casi...? ¿O sea sigue vivo...?
-Milagrosamente... -respondió la Gran Maestra, su amigo se llevó una mano a la boca, no se veía nada bien.
-¿Cómo pasó?
-Me dijeron que el veneno estaba en el vino del rey, y que Kaeya lo robó y se envenenó por accidente -respondió Jean, el maestro Diluc se dio una palmada en la frente.
-Ese idiota... Esto es lo que pasa cuando hace algo que no debería en primer lugar.
-¿Estás preocupado? -la Gran Maestra Intendente le prestó atención a los movimientos del joven Ragnvindr, quien solo evitó que esta lo mirara a los ojos, para no delatar sus sentimientos-. Puedo ayudarte a visitarlo al palacio, Lisa también quiere ir, así que, aprovecha...
-No, no iré -dijo con terquedad, Jean lo miró severa.
-Deja el orgullo de lado por un momento, sabes que se pondrá mejor al verte.
-Te equivocas, él no se sentirá mejor si voy a verlo, solo lo empeoraría más.
-Diluc, mirate. -La Gran Maestra intendente apuntó a su amigo, completamente segura de lo que diría-. Estás desesperado por saber cómo se encuentra, lo extrañas, y él te extraña a ti.
-Estás equivocada, él me odia, si voy allá, sería como un insulto para él... O conociéndolo me sacaría en cara muchas cosas y discutiremos.
-Kaeya no te odia, he hablado con él y siempre me pregunta por ti, me pide que te envíe recados sobre cuidar tu salud y cosas como esas... ¿Crees que él haría eso si te odiara?
-Seguro es su forma de recalcarme lo que le hice...
-¿De qué estás hablando? Diluc lo digo en serio, iremos a ver a Kaeya cuando se encuentre un poco mejor ¿Te apuntas o no?
Diluc arañó la madera con sus uñas mientras recordaba todo lo que había vivido con el príncipe poco antes de su separación, sentía ira al pensar en sus acciones manipuladoras, en las veces que se negó a aceptar su amor, en sus insultos hacia él y su padre; pero también recordaba lo que él mismo le hizo a Kaeya, los golpes, el como lo tocaba en contra de su voluntad, la vez que lo estranguló y cuando quiso asesinarlo en el velorio de su padre. No solo le dolía pensar en todo el daño que le hizo, también lo asustaba que el príncipe Alberich tuviera un profundo rencor hacia él por abandonarlo, por dejarlo en las manos de Barbatos; ese sin duda, era su mayor pecado.
-No -respondió tajantemente, Jean se sintió decepcionada de él, aunque no era la primera vez-. No iré, solo empeoraría su estado, la última vez que nos vimos intenté golpearlo, así que lo mejor para él, es estar lejos de mi.
-Esta podría ser tu oportunidad para disculparte por agredirlo, deberías aprovecharla, porque sé que él está esperando por ti.
-No digas estupideces... ¿Por qué me estaría esperando? No tiene sentido. -A la mente de Diluc vino un recuerdo, de la primera vez que vio a Kaeya en público después de la muerte de su padre, estaba junto al rey en un acto en la plaza de Mondstadt, pálido y viendo hacia la nada con la mirada carente de brillo, sin siquiera percatarse de que Diluc se encontraba en primera fila; en ese momento él se preguntó por qué el príncipe estaba con Barbatos y no con Seamus Pegg, pero no quiso acercarse a resolver su duda-. No tiene ni un solo sentido...
-Diluc... -susurró Jean tomándole la mano-. Kaeya aún te adora... si tu te acercaras a él, estoy segura de que te recibirá con los brazos abiertos...
-No lo hará... yo no lo haría... -dijo Diluc mirando la tabla de madera, no quería levantar la cabeza porque Jean iba a ver sus lágrimas.
-Si cambias de opinión, ve a buscarme a mi oficina ¿Está bien? -sugirió la Gran Maestra con una voz más comprensiva, Diluc solo asintió sin mirar.
Entonces Jean salió de la taberna en silencio, el joven Ragnvindr siguió mirando sus manos apoyadas en la barra de bebidas, dos lágrimas cayeron en la madera mientras él reflexionaba sobre la imposible reconciliación que su mejor amiga le propuso tener con Kaeya; a veces Diluc creía que el príncipe Alberich había sido una fuente de sufrimiento para su padre, que solo les trajo desgracias y que el padre de Kaeya fue quien asesinó al suyo. Sin embargo siempre terminaba contradiciendo ese odio, diciendose a sí mismo que Crepus amaba con todas sus fuerzas al príncipe, que este se comportó como un idiota por todos sus problemas con el rey, y que no tenía la culpa de lo que había pasado con su padre, pues desde su posición no era capaz de controlar lo que hiciese la gente de Khaenri'ah.
A pesar de racionalizar esos hechos, a Diluc le dolía demasiado pensar en sus propios errores, porque se sentía como lo más bajo del mundo; el solo imaginar a Kaeya maltratado y abandonado le revolvía el estómago, le parecía imposible obtener su perdón algún día, de hecho, solo se esperaba que el príncipe Alberich lo detestase hasta el punto de planear una elaborada venganza para destruirlo. Siempre tenía emociones que se contraponían las unas con las otras, odio, anhelo, obsesión, culpa, amor, ira, resentimiento, y un profundo miedo a que todas las consecuencias de sus actos cayeran de golpe sobre él justo cuando intentara mejorar su relación con Kaeya.
No obstante, soñaba con la idea de volver a protegerlo, de ser su ángel de la guarda y recuperar lo que alguna vez tuvieron cuando niños; a veces también venía a su mente una fantasía: volverlo a conocer, en otro tiempo y lugar, para así tener algo más intenso con él, un amor lleno de romance y pasión, lejos del peligro, lejos de rencores y del pasado. Sea como fuese, en ese preciso instante Kaeya debía estar tendido en una cama del palacio, recuperándose de un envenenamiento, expuesto al peligro; y Diluc se culpaba por ello, por no haber estado allí para evitarlo.
Por eso el joven Ragnvindr fue a la parte trasera de su bar, específicamente dentro del cuarto en el cual dormía, allí quitó varias cajas que estaban debajo de una estantería, detrás de estas había un baúl de madera cerrado con llave, un arco, varios cuchillos y su mandoble favorito. Con una llave que llevaba colgando en un collar, abrió el cofre y tomó con cuidado las prendas negras que contenía, no hacía mucho se las probó y le quedaban bastante bien; además de esa ropa oscura, había también una máscara con un pico en la nariz, evocando la forma del rostro de un búho; el maestro Diluc la contempló un momento en sus manos, le producía un sentimiento de nostalgia y coraje volver a desempolvarla después de un par de años en desuso.
Albedo iba de pasillo en pasillo por el palacio, gran parte del personal estaba siendo interrogado ese dia por el jefe de la guardia, después si no faltaba tiempo, los huéspedes de Liyue, Sucrose y el mismo Kaeya serían interrogados también; considerando la cantidad de gente que había en el palacio, probablemente estos últimos tendrán su turno al dia siguiente, cosa que tranquilizaba al Jefe Alquimista, pues su alumna estaba a salvo, de momento. Entonces se quedó un rato cerca del subterráneo, esperando a que soltaran uno a uno a los empleados, él los seguía y los interceptaba para preguntarles exactamente lo mismo que los guardias les preguntaron, tratando no ser tan rudo e intimidante como ellos.
Lo que pudo averiguar fue un discurso que en general se repetía en los sirvientes: ruidos extraños y ligeros, distracciones pequeñas como "un gato" tirando objetos en el patio trasero, una empleada desmayada sufriendo una ola de calor y dos guardias abandonando su puesto por un "irracional deseo inoportuno"; a la mujer que se desmayó la retuvieron por más tiempo, acusandola de haber fingido esos malestares, sus compañeras intervinieron en su favor al confirmar que efectivamente tuvo síntomas claros de fiebre. En cuanto a los guardias distraídos, se los destituyó de su puesto permanentemente a pesar de que estos alegaban no haber podido controlarse, como si una fuerza mayor que ellos los hubiese impulsado a dejar sus deberes a un lado.
El Jefe Alquimista reflexionó sobre ello con una mano en la cintura y otra sobre la boca, todo lo que le contaban tenía una explicación y no se trataba de ninguna coincidencia; si alguien lo vio en el "yerbatero" y quiso aprovecharse de su plan para poder asesinar a Kaeya, también existía la posibilidad de que dicha persona comprase otro tipo de sustancias con efecto tópico en el mismo sitio. Conocía algunas que provocaban fiebre y mareos al hacer contacto con la piel, hasta causar desmayos o incluso en el peor de los casos, ataques cardíacos en personas de la tercera edad; también sabía de un potente afrodisiaco que ocasionaba unos insanos impulsos de aparearse en el mismo sitio en el que se encontrara la persona afectada, muchos lo utilizaban más allá de fines eróticos, lo hacían para destruir relaciones cuando la administración del afrodisiaco era unilateral.
Solo esas distracciones bastaron para despejarle el camino al responsable, y ahora que Albedo tenía conocimiento de esos detalles, podría irse esa noche al "yerbatero" para preguntar acerca de los compradores de ese tipo de sustancias; entonces decidió salir de esa zona del castillo, recordando lo que le había pedido Kaeya antes de que él saliera de su cuarto. La primera impresión que le dio Xingqiu al Jefe Alquimista fue la de un joven muy culto e ilustrado, adicto a charlar sobre libros y conocimientos variados, por lo que su primera opción para encontrarlo fue la biblioteca del palacio.
Cuando llegó a la biblioteca sintió alivio al verlo junto al príncipe Chongyun, quien lo tenía sentado sobre sus hombros para auparlo, ayudandole así a tomar un libro que estaba en una parte inaccesible para ambos; sin embargo, Albedo notó que el rey Barbatos se encontraba oculto detrás de una estantería, observando a los adolescentes que desde esa perspectiva le daban la espalda. Venti los miraba detenidamente, le gustaba la vista, pero a la vez se sentía molesto con Chongyun por estar ahí presente, su "entrometimiento" lo hacía refunfuñar por no poder acercarse más íntimamente al joven Xingqiu.
El Jefe Alquimista paso lentamente por el lado del rey, mirándolo de reojo con altivez para dejarle claro que al igual que Kaeya, no iba a permitir que le tocase un solo pelo a ese niño; Barbatos no dijo nada al respecto, como siempre ocultó su desprecio hacia quienes se interponían entre él y sus objetivos, y se dio media vuelta para retirarse. Entonces Albedo llegó junto a esos jóvenes y buscó algún libro al azar de la estantería; Xingqiu miró hacia abajo, y movió los pies golpeando sin mucha fuerza las costillas del príncipe para que este lo bajara.
-Señor Kreideprinz, ya terminó de hablar con el príncipe Alberich ¿Cómo se encuentra usted ahora? -preguntó Xingqiu al bajar de los hombros de Chongyun.
-Estoy bien, no puedo dejar que unas simples heridas me detengan en mis quehaceres habituales. -Albedo fingió ojear un libro desinteresadamente, solo estaba allí para vigilar que el rey no se acercara; por su parte el príncipe Chongyun se acercó inseguro a él para preguntarle algo.
-¿Cómo está el príncipe Alberich?
-Se ve mucho mejor, lo dejé para que descansara tranquilamente.
-Ya veo... entonces esperaré un rato más para ir a verlo.
-Sí, es mejor dejarlo descansar, aún debe sentir algo de dolor ¿Usted no va a descansar señor Kreideprinz? -dijo el joven Xingqiu, el Jefe Alquimista negó con la cabeza.
-No creo que sea el momento de descansar para mi, de hecho, he dedicado todo el día a investigar sobre lo que pasó con el príncipe Alberich -reconoció Albedo, los dos adolescentes se miraron curiosos.
-¿Qué ha averiguado? ¿Tiene alguna sospecha en específico? -le preguntó Xingqiu con entusiasmo, el príncipe Chongyun juntó las yemas de sus dedos nerviosamente, aquel tema de conversación también le interesaba, pero a la vez tenía ansiedad al respecto.
-Claramente una persona desconocida ingresó al palacio ayer, los ruidos comenzaron a ser percibidos después del mediodía, varios testigos informaron lo mismo.
-¿Qué clase de ruidos? -cuestionó Chongyun, Albedo guardó su libro y se giró para mirarlos mejor, las mejillas del joven Xingqiu se ruborizaron porque el Jefe Alquimista seguía con el torso semi desnudo por su vendaje.
-Pasos, pequeñas cosas cayéndose, soplidos. En general, sonidos de bajo volumen que no pudieron ser producidos por alguien de mayor tamaño.
-Nosotros también escuchamos algo similar justo antes de encontrar al príncipe Alberich -le informó Chongyun antes de explayarse-. Eran pasos de alguien pequeño, Xingqiu me dijo que podía ser mi hermana menor, pero recuerdo que ella estaba con el doctor Baizhu en todo momento.
-Bien, coincide con lo que me contaron otros testigos, lo más probable es que el autor intelectual de esto haya enviado a alguien muy pequeño a infiltrarse al palacio, ya fuese un niño no mayor de 7 años, o un enano. Pero quien haya producido ese ruido debió ser alguien capaz de esconderse en cualquier recoveco del palacio sin problema ninguno.
-¿Un niño? Tendría sentido, pero es algo macabro imaginarse a alguien tan menor intentando asesinar a un adulto -comentó Xingqiu, haciendo que las memorias ocultas de Albedo se removieran un poco, dandole una sensacion de ansiedad sobre algo que se mantenía reprimido desde su infancia.
-Sí... suena terrible...
-¿Por qué está investigando esto por su cuenta? -Chongyun miró con seriedad al Jefe Alquimista, como si tuviera sospechas contra él-. El rey y mi padre ya se están encargando de descubrir al culpable, así que no veo la necesidad de que usted lo haga en paralelo.
-El rey me torturó -respondió Albedo sin procurar no herir susceptibilidades, por lo que el príncipe de Liyue se rascó la cabeza incómodo-. No cooperaré con alguien que me vio como el principal sospechoso sin razones, además, Kaeya es mi amigo y tengo que saber quien puso en riesgo su vida, incluso si su objetivo inicial no era herirlo a él.
-¿Considera esto algo personal? -murmuró Xingqiu escondiendo la boca detrás de su libro abierto, insinuando que podía haber algo más entre esos dos.
-Por supuesto, por mi integridad y la de un amigo, es algo personal.
-Ya veo... ¿Podemos ayudarlo con esto? -se ofreció el joven Xingqiu entusiasmado.
-No, pero gracias, sus testimonios me fueron de mucha ayuda -dijo Albedo, los niños se sintieron decepcionados por aquel rechazo, por eso el Jefe Alquimista decidió distraerlos tomando otro libro de la estantería-. Por cierto ¿Ya leyeron este?
Cuando la noche cubrió Mondstadt y los huéspedes se fueron a sus aposentos, Albedo se vistió aunque la ropa irritara las heridas de su espalda, el vendaje no lo protegía del todo de ese roce de las telas pesadas que usaba para camuflarse en la noche, pero estaba obligado a soportar ese dolor para no perder tiempo en sus averiguaciones. Cuando salió por la cocina, fue detenido por los guardias, quienes le preguntaron a dónde se dirigía a esas horas; el Jefe Alquimista mitió con algo a lo que siempre recurría en esos casos, pues la persona en cuestión siempre lo encubrió cuando llegaban a preguntarle por el; entonces Albedo dijo que iba a pasar la noche con su amiga, Mona Megistus.
Normalmente los soldados jamás ponían en duda aquello, desde antes de la partida de Albedo a Sumeru, este desaparecía por las noches informándoles que iría a ver a esa mujer, muchos sacaban la conclusión de que ambos eran amantes recurrentes, y el Jefe Alquimista no iba a contradecir esas conjeturas. Una vez lo dejaron salir, Albedo caminó por los adoquines de la ciudad rumbo a los barrios bajos y poco iluminados; el yerbatero estaba cerca, sin embargo, él se quedó parado de golpe en cuanto sintió algo puntiagudo en su cuello, entonces miró hacia adelante guardando la calma a pesar de que lo creía todo perdido.
Quien le estaba apuntando con una flecha era un tipo alto, vestido con ropas completamente negras y una capucha amarrada por delante, que formaba parte de una capa rasgada; el tipo en cuestion tenía atado el cabello hacia atras, incluso se habia colocado horquillas en los mechones delanteros de la cabeza, pues era consciente de que el color de su cabello era el sello más distintivo de su verdadera identidad. El Jefe Alquimista lo miró de reojo, reconocía la máscara con un pico y detalles en los ojos, realmente era como un búho gigante que lo amenazaba con una flecha; años atrás, antes de su partida, se hablaba entre los caballeros de Favonius de un enmascarado que recorría los barrios bajos en busca de contrabandistas que traficaban con gente de bajos recursos, no era especialmente popular entre quienes aparentemente hacían cumplir las reglas, pero a él no le resultaba desagradable el concepto de un justiciero nocturno.
-¿"El Héroe Oscuro"? -murmuró Albedo mirando hacia el lado, ese hombre no bajó la flecha y le hizo una seña con la cabeza al Jefe Alquimista para que se metiera al callejón con él.
-¿Eres tu Albedo Kreideprinz? -preguntó el enmascarado, Albedo asintió-. Me llegó el rumor de que alguien intentó asesinar al rey ¿Qué sabes al respecto?
-Solo algunas pistas inconclusas ¿Por qué te interesa? -El Jefe Alquimista sonrió seguro de sí mismo, entonces el Héroe Oscuro apuntó la flecha hacia su frente-. ¿Y por qué esta hostilidad?
-Dime lo que sabes -le ordenó ese tipo, Albedo permaneció tranquilo, sabiendo que ese justiciero no acabaría con su vida sin tener pruebas sólidas en su contra.
-No es que no quiera cooperar contigo, pero saliste de la nada y no puedo confiar del todo en tus intenciones ¿Qué es lo que te interesa de este caso en particular?
-Intentaron matar al rey, eso traería consecuencias para toda la gente de Mondstadt -replicó el Héroe Oscuro, el Jefe Alquimista se tocó la barbilla con curiosidad.
-¿Cómo te enteraste de esto? -le preguntó Albedo, entonces ese hombre acercó más la flecha a su frente para presionarlo-. Si se puede saber.
-Tengo un informante en los caballeros de Favonius, me dijo que intentaron envenenar al rey Barbatos y que una persona inocente lo bebió en vez de él, eso hace que este caso me parezca incluso más importante.
-Ya veo... Todavía hay gente honorable entre los caballeros, eso es alentador.
-¿Ya vas a hablar?
-Por supuesto, me encantaría cooperar contigo pero... -Albedo miró hacia arriba con los ojos fijos en la flecha que el justiciero apuntaba a su frente, este comprendió el mensaje y la bajó momentáneamente para no incomodarlo-. Hoy hablé con varios empleados al respecto, puedo contarte todo lo que pude deducir hasta el momento.
-Solo hazlo.
-Está bien, no debes exaltarte -pidió Albedo, debía omitir su propia versión de los hechos y solo centrarse en lo que ya se hablaba entre los habitantes del palacio-. Cronológicamente comenzaron a escucharse ruidos extraños adentro desde el mediodía, a eso de las tres de la tarde desapareció una de las sirvientas que fue encontrada en un compartimiento de la bodega de alimentos esta madrugada. El resto de cosas que ocurrieron solo son especulaciones mías, pero, dos guardias fueron presas de una "pasión desenfrenada" de forma inoportuna, y una mucama se desmayó por una repentina fiebre.
-¿Pasión desenfrenada? ¿Podrían ese par de guardias ser cómplices del verdadero responsable?
-Lo dudo, ellos lo describieron como un instinto desesperado e insaciable, y adicionalmente, la mujer víctima de ese extraño bochorno también lo describió como algo totalmente imprevisto.
-¿Qué insinuas?
-Esto es solo una teoría, pero, esos efectos pueden ser conseguidos con sustancias que se consiguen en este barrio. Quien haya intentado matar al rey, de seguro vino aquí para conseguir todo lo que utilizaría para envenenarlo y crear distracciones dentro del palacio -le explicó Albedo; el Héroe Oscuro agachó la mirada para pensar, y decidió luego guardar tanto su flecha como su arco, el cual colgó en su espalda.
-Ya veo... Creí que por encontrarte en un lugar como este, estarías involucrado en ese complot contra el rey Barbatos. Mis disculpas por esto.
-No te preocupes. Mi intención es averiguar quién hizo esto, pues él que resultó envenenado fue un muy buen amigo mío -dijo Albedo, el enmascarado miró hacia abajo, porque en el fondo, ambos estaban allí por la misma razón.
-Te comprendo ¿Tu amigo logró sobrevivir? Mi informante no me dio detalles sobre la persona que resultó afectada.
-Está vivo, afortunadamente...
-Me alegro... -susurró el Héroe Oscuro, hubo un silencio incómodo entre él y el Jefe Alquimista Albedo, que miraba hacia la salida del callejón deseando salir de allí para seguir en lo que estaba-. ¿Sabes algo más?
-Sí... sobre los ruidos del palacio, la mayoría los describe como pisadas de alguien pequeño y ligero, y si consiguió escabullirse sin ser visto en ningún momento, no puede tratarse simplemente de un adulto de baja estatura.
-¿Crees que usaron niños para envenenar al rey?
-Estoy casi un 100% seguro de que el que se metió al palacio fue un niño, o alguien con el cuerpo de uno.
-¿Es así...? Entonces, si no te importa, te acompañaré en tu investigación.
-El problema es que si me importa... -murmuró Albedo incómodo, el Héroe Oscuro levantó una ceja, aunque su máscara la cubría de manera que el Jefe Alquimista no pudiera ver sus expresiones.
-¿Por qué? ¿Tienes algo que ocultar? -insinuó el justiciero, Albedo se sintió fastidiado con su actitud, si iba a tenerlo pegado el resto de la noche, debía cuidar sus palabras frente al yerbatero, pero si se negaba a aceptar su ayuda, ese tipo investigaría por cuenta propia e iba a saber que él tuvo en parte la responsabilidad de lo ocurrido.
-No tengo nada que ocultar.
-¿Entonces?
-Bien... Podría aceptar tu ayuda, con una única condición.
-¿Qué condición?
-No vuelvas a apuntarme con esa cosa.
-Oh... lo siento, no volverá a pasar.
Tras llegar a un acuerdo, Albedo y el Héroe Oscuro fueron rumbo al yerbatero entre las ensombrecidas y sucias calles de los barrios bajos.
En otro sector del mismo barrio, especificamente en un sotano abierto de un edificio residencial, Tartaglia bajaba por una escalerilla caminando codo a codo con un hombre más bajo que él, que llevaba un sombrero grande de color rojo y negro, del cual colgaban ornamientos y un velo caracteristicos de la cultura de Inazuma. Dentro de ese pasillo lo esperaban un grupo de personas, liderados por un hombre alto de cabello gris azulado, que llevaba una máscara que le cubría toda la cara a excepción de la mitad derecha de la boca y sus ojos rojos; al lado de él se encontraba sentada una niña pequeña de cabello verde y aspecto enfermizo, con vendas repartidas en todo su cuerpo.
Lejos en las afueras del barrio y dentro de uno de los acueductos que desembocaban en el Lago de Sidra, Dainsleif recorría la extensión del canal pisando el agua sin importarle que estuviera mojando sus zapatos y pantalones; luego se detuvo frente a los barrotes en la salida redonda del agua y se sentó a un lado para mirar la luna, junto a él iba una niña muy pequeña de melena blanca y ojos azules y profundos. Ella se balanceaba sobre la punta de sus pies con las manos atrás de la espalda, esperando a que el alquimista le dijera algo, sin embargo Dain se tomaba su tiempo para hablarle, pues, al lado de esa salida de agua en las baldosas donde estaba sentado, tenía unos cuantos cajones donde guardaba algunos objetos personales, uno de ellos estaba lleno de libros que él siempre se detenía a leer por las noches, justo como en ese momento.
Unos eran de reconocidas editoriales de Fontaine y Sumeru, otros fueron alguna vez notas personales de antiguos alquimistas, y uno de ellos, fue escrito por el mismo. Lo que todos tenían como único factor en común, era que contaban exactamente la misma historia; su historia.
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