4. Preludio
Nota: ¿Recuerdan las advertencias donde puse que este fanfic es un Kaeya x All, y que tambien habrá lemon chico x chico, chico x chica y chica x chica? ¿Se acuerdan tambien de que Kaeya es bisexual? ¿Y de que este fanfic toca temas muy duros y no aptos para sensibles?
Creo que necesito reiterarlo antes de que lean el capitulo, se que llegado este punto ya deben saber bien de que va esto, pero nunca está de más decir que si no les agradan ese tipo de cosas, es preferible no leer a disgustarse.
Si de todos modos no les molesta ese contenido, les invito a leer, l@s quiero mucho.
9 años después...
Tras la última batalla con Snezhnaya en la que el enfrentamiento con cañones transportables causó bajas importantes en ambos bandos, la zarina propuso cesar las hostilidades por un tiempo reabriendo una mesa de diálogo; como era de esperarse Barbatos se había negado a negociar, lo que él quería no era detenerse, él siempre buscaba aplastar sin piedad a sus enemigos, por esa razón quienes quisieron optar por ser la cara de las negociaciones fueron mandame Ninnguang de Liyue y el Gran Maestro Varka de Mondstadt. Mientras ellos se dedicaban a hablar en territorio enemigo, Venti había vuelto hacía un par de meses al palacio, dejando una invitación abierta a Morax para pasar algunos meses juntos, este le envió una carta aceptando su propuesta, con la única condición de que lo dejara quedarse con todos sus hijos.
Un día más en un Mondstadt en tregua pero con un optimismo de victoria, un día más en el que Kaeya trataba de distraerse de sus pensamientos, deseando disfrutar de las pequeñas cosas que lo hacían sentir un poco más tranquilo; era un tanto difícil conseguir la paz a sabiendas de que Zhongli volvería para hacer su vida el doble de miserable, pero no le quedaba de otra más que cerrar los ojos y sentir el agua que lo cubría hasta la boca del estómago, sentado en el estanque de la misma habitación donde fue desvirgado por sus dos pesadillas. No ayudaba mucho percibir la presencia de Noelle, una joven mucama del castillo, que le había traído toallas pero que seguía parada cerca de la bañera, observando detenidamente el rostro, el cuello y el pecho del príncipe, mordiéndose un dedo y suspirando al fantasear con esa belleza difícil de creer.
Kaeya miró por la ventana de piedra, Mondstadt estaba radiante, la ciudad seguía alejada de la zona de conflicto principal, en la frontera de Snezhnaya, y era un tanto desesperanzador para el príncipe que el país aliado de su padre, y del que era oriunda su madre, estuviera debilitándose con el paso de los años, simplemente resistiendo, como él. Lo único que le quedaba para distraer su mente era darle un poco de atención a Noelle, que estando quieta fantaseaba mil cosas, Kaeya se preguntaba si la muchacha lo hacía para incomodarlo o simplemente tenía la cabeza en las nubes y no se daba cuenta de lo que hacía.
-Noelle ¿Trajiste lo que te pedí? - preguntó Kaeya sin mirarla, no necesitaba hacerlo para saber que estaba siendo observado por ella.
-¿Hm? ¡Ah cierto! ¡Aquí está! - exclamó la muchacha volviendo a la realidad, luego se acercó con las toallas y una bata para el príncipe, quedando de pie cerca de su hombro por fuera del estanque.
-Muchas gracias, déjalas justo donde estás parada - le pidió Kaeya para decirle de algún modo indirecto que no estuviera tan cerca vigilandolo, sin embargo la mucama no captó su intención y solo dio un paso hacia el lado, dejando las toallas en el sitio indicado y quedándose parada y en silencio mientras seguía al pendiente del príncipe como si no encontrara nada reprochable en su actuar, Kaeya suspiró resignado.
-¿Necesita que haga algo más por usted? - le preguntó Noelle muy servicial y amable, mirando fijamente el pecho del príncipe desde su posición; él aprovechó esa oferta para tener un par de minutos de soledad.
-Pensandolo bien, me gustaría vestirme en este cuarto ¿Puedes traer algo de ropa para mi? Por favor -le pidió Kaeya, la chica sonrió dulce y asintió.
-A sus órdenes Sir Kaeya - dijo Noelle dando la vuelta para traer rápidamente algún atuendo especial para el príncipe; Kaeya se quedó mirando la ciudad desde la ventana, ese era todo el mundo que conocía, al menos desde esa ventana no había barrotes como en la de su cuarto que obstaculizaban su visión.
-¡Volvimos! - le anunció Noelle.
-¿"Volvimos"? - cuestionó Kaeya al girar la cabeza, viendo como la chica venía junto a Barbatos caminando agarrados del brazo, el príncipe miró al cielo tremendamente agobiado por su presencia.
-¿Aún no sales de la bañera? Ya queda muy poco para que Morax y sus vástagos lleguen a la ciudad ¿No querrás quedarles mal? - pronunció el rey viéndose tan joven como siempre, con el paso de los años Kaeya había crecido varios centímetros más que él, pero Venti seguía tratándolo como si fuera el mismo niño de 15 años que encerró un día en su castillo para nunca más dejarlo ir - vamos, sal de allí, trajimos varios conjuntos para que te los pruebes.
-Quisiera por favor algo de privacidad para decidir - murmuró el príncipe sabiendo que sería inutil sacarselo de encima, una y mil veces confirmó que ninguna excusa funcionaba para alejarlo de él cuando el monarca quería usarlo para su propio deleite.
-Vamos, no seas tímido, no tienes nada que no haya visto antes - dijo Barbatos sonriendo y tomando con firmeza el brazo de Kaeya para levantarlo del estanque, instintivamente el príncipe tapó sus genitales con la otra mano mientras Noelle giraba la cabeza e interponía su palma para no mirarlo - y Noelle tiene un criterio confiable para vestir ¿No es así?
-Yo... No creo dominar demasiado el tema y... - titubeó la joven escondiendo la mirada, abochornada por el hecho de que el rey estuviese presente junto a ella y el príncipe desnudo.
-No necesitas ser modesta preciosa, puedes mirar todo lo que quieras, estamos en confianza - dijo el rey tirando del brazo a Kaeya para sacarlo del estanque, disimuladamente Noelle lo miró, Venti estaba forzando sus brazos para que ya no cubriese su entrepierna, dejándolo completamente expuesto ante ella - ¿No te parece un encanto?
-Sí... es bastante guapo... - reconoció la mucama en voz baja, el príncipe cerró los ojos, mentalizandose para no dejar ver sus verdaderos sentimientos, cuando eso pasaba la humillación era aun peor.
-¿Cierto? ¿Qué color crees que resaltaría más su belleza en este día tan especial? - preguntó el rey haciéndole una seña a la muchacha para que le acercara las camisas que él escogió para Kaeya, todas tenían un pronunciado escote, la única instancia en la que le permitía al príncipe cubrir más su cuerpo era en invierno, aunque este creyera en los primeros días de su estancia en el palacio que esconder su figura le ayudaría en algo.
-Me gusta la de color azul... - dijo Noelle con el rostro rojo de la vergüenza por estar mirando a Kaeya sin nada más que unas camisas por delante, que el rey sostenía como si estuviera por vestir a un maniquí.
-Si, es una buena opcion ¿Pero que tal esta de color rojo? - preguntó el rey acercando la camisa que al príncipe no le gustaba demasiado - un color apasionado, digno para recibir a un amante y que todo el mundo lo sepa.
-¿Quién necesita discreción?... - murmuró Kaeya sarcástico y melancólico, Venti sonreía, divertido con el hecho de tener tanto poder sobre cualquier decisión del príncipe.
-Tal vez sea cierto, no queremos gritarlo a los cuatro vientos ¿Verdad mi pequeño monstruo? - pronunció Barbatos parándose en la punta de los pies para hablar cerca de los labios del príncipe, que solo se quedó inmovil sin responder - debemos usar algo discreto para no escandalizar al pueblo... - dijo el monarca colocando las manos en las costillas de Kaeya, para luego usar sus pulgares con los que le acarició los pezones - ya bastante hace este cuerpo para llamar la atención...
-Yo... - susurró Noelle ruborizada y respirando con agitación, estaba en medio de un momento demasiado íntimo para todos - creo que no estoy aportando demasiado...
-No digas eso mi vida - pronunció Venti sin siquiera mirarla, estaba demasiado entretenido jugando con el pecho del príncipe mientras este solo podía mirar hacia otro lado, entonces el rey le hizo otra seña a la muchacha para que le entregara otra camisa - tu criterio es muy valioso...
-Está bien, mi rey - respondió ella entregandole las camisas, Barbatos las analizó, había una que le gustaba para Kaeya.
-La de color negro es una pesima opción, no vamos a ningun funeral - comentó el monarca.
-Me siento como en uno se te soy sincero - dijo Kaeya con la mirada apartada para no tener que recordar que Noelle, al igual que ese monstruo, lo estaba viendo completamente desnudo.
-Muy gracioso.
-Me gusta la camisa azul, además es su color favorito - comentó Noelle, el príncipe agradeció que alguien allí considerase sus gustos personales.
-Sí, le queda muy bien, pero... - murmuró Venti escogiendo al fin una camisa para el príncipe - el blanco es perfecto para él... junto con unos pantalones del mismo color se verá bastante angelical y puro... - agregó aguantando la risa.
-Me gusta también, le queda muy bien ese color - dijo Noelle mordiendo su dedo índice, menos cohibida mientras miraba a Kaeya.
-Sería un desperdicio no usarlo para resaltar esa hermosa piel - pronunció el rey, Kaeya se preguntó si acaso él empezaría a tocarlo frente a la chica, obligándola a ver algo tan lamentable.
-Bien... ya que superaste tu indecisión ¿Podrían dejarme a solas para poder vestirme? - pidió el príncipe, mas Barbatos rió en voz baja.
-Como usted ordene, Sir Kaeya - dijo Noelle inclinando la cabeza, planeaba irse cuando el rey colocó una mano en su espalda.
-No te vayas preciosa, aún podemos ayudar al principito - pronunció el monarca, la mucama asintió en silencio y se quedó en su sitio, pues las órdenes de Venti eran más relevantes que las de Kaeya - vamos mi pequeño monstruo, seca tu cuerpo y vístete, Noelle te peinara cuando estés listo.
El príncipe tomó una gran bocanada de aire, su semblante parecía indiferente, pero las manos le temblaban por la incertidumbre de si Barbatos se atrevería a violarlo delante de Noelle, o peor aún, si la haría partícipe de ello; conocía muy bien lo que el rey quería, para evitar que él mismo secase su cuerpo con la toalla, tenía que actuar algo sugerente, exhibir su cuerpo, pasar lentamente la tela absorbente por sus formas, por su piel morena y suave gracias a los cuidados que el propio Venti le obligaba a tener con lociones y aceites. La muchacha miraba hacia atrás, con el contradictorio sentimiento de querer irse por la incómoda situación, y quedarse para ver la obra de arte que era el cuerpo de Kaeya; Venti se colocó a sus espaldas y le sujetó los hombros, incitandola a mirar como el príncipe terminaba de secarse; a esas alturas, Noelle ya lo había visto todo de él.
Posteriormente Kaeya comenzó a vestirse, quiso darle la espalda a las dos personas presentes mientras se colocaba la camisa, pero Barbatos le ordenó que los mirara de frente, y obedeció porque no le convenía hacer lo contrario; durante sus primeros días de cautiverio, cuando el monarca lo veía mientras se colocaba la ropa, le daba las instrucciones estrictas de que comenzara a abotonar sus prendas desde abajo, para tener más tiempo para mirarle el pecho, así que el príncipe ya tenía la costumbre de empezar desde allí. Con los pantalones era todo lo contrario, Venti tosió para recordarle que al momento de ponerselos se diera la vuelta para darle una vista trasera de sus atributos, Noelle se cubrió la boca cuando Kaeya tuvo que agacharse un poco para comenzar a subir los pantalones blancos y estar cubierto de una vez por todas.
Una vez listo, Barbatos se le acercó para comprobar cómo lucía, vestía por completo de blanco a excepción de un cinturón y unos zapatos de cuero marron, el rey tenía en su bolsillo una gargantilla de encaje del mismo color de su atuendo, que él mismo le colocó al principe de Khaenri'ah, el ultimo toque fue abotonarle un botón de la camisa, pues según sus reglas, Kaeya sólo podía enseñar el escote, no más abajo del esternón. Posteriormente Venti le dijo al príncipe que se sentara en uno de los bancos de piedra del cuarto de baño, y le ordenó a Noelle que le cepillase el cabello dejándolo suelto, pues Kaeya le parecía más atractivo de esa forma, a pesar de que este siempre prefirió llevarlo en una cola de caballo.
La joven tomó un peine y lo pasó entre las largas y delgadas hebras azuladas del príncipe, mientras el rey se colocaba de pie delante de él, con la camisa abotonada de ese modo era realmente fácil para Barbatos meter sus manos para sentirle los pechos, por lo que sin tapujos por la presencia de Noelle, se dispuso a deslizar la palma por los pezones de Kaeya, frotandolos con lentitud.
La mucama se quedó quieta, ya no disfrutaba del todo mirar al príncipe, ese tipo de cosas le parecían demasiado íntimas como para presenciarlas, sin embargo su soberano volvió a ordenarle que cepillara el pelo del príncipe hasta que él le indicara cuándo parar, Kaeya no quiso mirarla para no derrumbarse juntos ante esa situación tan incómoda en la cual ninguno de los dos quería estar. Tratándose de las ordenes del rey, Noelle continuó sin hablar ni cuestionar nada, mientras Venti se bajaba los pantalones para revelar sus genitales y ponerlos delante de la línea de visión del príncipe; Kaeya no los miraba, tampoco giró la cabeza, ni vio a los ojos a Barbatos, ni volteó a ver a Noelle, tenía la vista fija en el estómago del monarca con una expresión en blanco, pensando que era inutil sentirse mal, pues de todos modos, esa solo era la primera del dia.
Las fanfarrias comenzaron a sonar desde la entrada de Mondstadt una vez fue divisado el carruaje del emperador de Liyue y su caballería de escolta, Kaeya las escuchó mientras esperaba en la primera planta del palacio, ignorando la mirada de los guardias que lo observaban con la misma lascivia que el rey, frente a ellos el príncipe mantenía siempre una actitud orgullosa y firme, pues no podían lastimarlo a diestra y siniestra como lo hacían Barbatos y Morax, y aquello era algo que Kaeya aprovechaba para recordarles. Cuando Venti se vistió con su más lujoso conjunto de hilos de oro y esmeraldas, llegó al recibidor y tomó la mano de Kaeya como si fuese una doncella, para ir juntos hacia el exterior, donde los esperaba la carroza real para llevarlos a la plaza pública de Mondstadt.
Mientras iban rumbo a la plaza, el príncipe se mentalizaba para volver a ver a su otro enemigo, seguro que además de Zhongli, Alatus estaría presente, y eso también era un problema para él, se avecinaban muchos malos momentos y tendría que estar preparado para afrontarlos sin importar que tan cansado estuviese de hacerlo. Por otro lado, la princesa Ganyu estaría con ellos, eso era alentador, esa chiquilla era todo lo contrario a su padre, dulce, inocente, encantadora y amable, pasar tiempo con ella era agradable y le daba cierta protección a Kaeya, Ganyu no era consciente de eso, pero mientras ella estaba cerca del príncipe, ni su padre ni su hermano mayor se atrevían a acercarse a él con malas intenciones, o al menos Alatus no lo hacía a menos que en su retorcida imaginación Kaeya estuviese intentando hacerle daño a su hermana.
Al llegar a la plaza el príncipe siguió a Barbatos hasta su lujosa silla, tenian una para él y todos los rostros importantes de Mondstadt, entre ellos su amiga Jean, Gran Maestra Intendente de los caballeros de Favonius; Kaeya tenía un asiento reservado junto a Venti, la gente se preguntaba a veces quién era, algunos rumoreaban que era un pariente lejano del rey, otros que era su amante oficial, había muchas teorías con respecto a su relación con Barbatos, tantas como las que el pueblo tenía sobre su longevidad sin envejecer. Venti los dejaba esparcir todo tipo de rumores acerca de Kaeya, pero siempre estaba pendiente de los rumores sobre si mismo, disfrutando aquellos que lo asociaban con una divinidad, y callando aquellos que se acercaban a su pasado.
Antes de que los visitantes de Liyue llegaran a la plaza para la ceremonia de bienvenida, el rey se levantó para ir a servir dos copas de vino en un gesto "caballeroso" con el principe de Khaenri'ah, o al menos eso creía la gente, pues mientras le daba la espalda al público Barbatos escupió en el vino de Kaeya, y se lo entregó con una sonrisa dulce; el joven se quedó mirando a los presentes, las chicas cuchicheaban diciendo que sin duda alguna ese joven era amante del rey y que era un detalle muy lindo que este le sirviera las bebidas sin ayuda de nadie, incluso siendo el hombre más importante de Mondstadt. No obstante Kaeya era consciente de lo que contenía su bebida, pues Venti aprovechaba cada oportunidad de servirle una copa para verter algún fluido de su procedencia junto al vino, ya fuera saliva, orina o su favorito, semen; encontraba satisfacción en manchar al príncipe desde adentro de su cuerpo con algo que fuera suyo.
No estaba seguro de si lo hacía para guardar las apariencias o porque simplemente ya no le importaba, pero Kaeya bebió de la copa olvidando lo que contenía en verdad, y Barbatos sonrió satisfecho, no era tan ingenuo como para creer que su pequeño monstruo no se daba cuenta de lo que ponía en su bebida, pero le hacía feliz que voluntariamente aceptara su esencia dentro de él. El príncipe amaba el vino, pero se bebía de un solo trago las copas que Venti le servía para no hacer más molesta la experiencia; mientras la última gota se deslizaba por su garganta, Venti con aparente disimulo apoyó su mano sobre uno de los muslos de Kaeya, apretandolo con sus garras para sentir su carne que aún se mantenía fresca a sus 24 años; el príncipe se preguntaba a veces si esos toqueteos eran por un inacabable apetito sexual, o si eran una forma de recordarle constantemente a quien pertenecía en verdad.
De pronto vieron acercarse a la caravana del país vecino, entonces Barbatos y el príncipe se acomodaron en sus sillas para mostrarse respetuosos, Kaeya estaba muy serio, tendría que verle la cara una vez más a Morax y a su insoportable hijo mayor, por suerte el emperador había aumentado su prole la última vez que los visitó, según recordaba tenía 4 hijos de tres madres diferentes, no era tan difícil adivinar quienes eran los hermanos que salieron de la misma progenitora. El primero en salir del carruaje fue Zhongli, quien ayudó a sus niñas a salir del vehículo tomandoles la mano con gentileza; Ganyu apareció, había dado un estirón, cosa normal porque ya tenía 17 años, seguía tan linda y dulce como siempre, y le sonrió con un cariño sincero en cuanto lo vio.
La segunda en salir tomando gustosamente la mano de su padre fue la princesa Keqing, de 15 años, su extenso cabello lila estaba atado en dos coletas y llevaba un vestido morado lleno de detalles ostentosos pero recatados, la niña tenía la cabeza en alto, con una postura recta y solemne, como si supiese de memoria todo el protocolo diplomático que debía seguir aunque ni su padre lo hiciera del todo. Hubo una tercera hija que Kaeya jamás había visto, y su rostro mostró algo de inquietud y preocupación en cuanto la vio, pues no se esperaba que ese degenerado plantase más niños en ese mundo; se trataba de la pequeña princesa Qiqi, no debía tener más de 4 años, Morax la tomó en sus brazos y la niña miró todo con confusión y extrañeza, preguntándole a su padre en donde estaban; Zhongli extendió la mano una vez más, y una persona movió las suyas con nerviosismo tratando de rechazarlo amablemente, el emperador devolvió su mano rápidamente a su lugar e inclinó la cabeza para disculparse, pues había olvidado que no le correspondía tomar la mano de alguien que no era realmente una niña.
Por el otro lado del carruaje Alatus había salido, ayudando a salir del carruaje a una hermosa mujer con un largo cabello plateado y ojos grises, se llamaba Shenhe, sacerdotisa de la orden de los Adeptus y hermana de la concubina que había engendrado a Ganyu y a Chongyun, el cuarto hijo nacido justo después de Keqing con algunos meses de diferencia, teniendo 14 años. Aquel niño salió por delante, tenía un cabello muy similar al de su hermana Ganyu y unos destellantes ojos azul celeste, justo después de él salió otro niño que volvió a poner nervioso a Kaeya por no esperar que la familia de su enemigo se hiciera más grande de lo esperado; ese niño era Xingqiu, mejor amigo del príncipe Chongyun, tenía un particular cabello verdoso y oscuro en corte de tazón, y su apariencia en general era confusa por parecer tanto un chico como una chica.
Cuando todos los miembros de la realeza salieron de la carroza, comenzaron a ir en fila hacia Barbatos para recibir un saludo, el primero fue Morax llevando a su hija Qiqi en brazos, él y el rey de Mondstadt se saludaron según el protocolo inclinando sus cabezas, pero una vez dentro del palacio podrían darse la bienvenida de la forma que les gustaba; Kaeya también inclinó la cabeza, pero Venti le dio un codazo, pues según sus normas, el príncipe debía entregar su mano para recibir un beso en el dorso, algo comúnmente exclusivo para las damas de la realeza, y él no era ninguna dama. De todos modos tuvo que seguir las órdenes del rey y levantar delicadamente la mano para que Zhongli la tomase, depositando un beso extenso mientras hacía contacto visual con él, pensando en todas las cosas que le haría luego de tantos años sin verse.
Kaeya miró a Jean para ignorar al emperador, su amiga aparentaba seriedad, pero sudaba cada vez que el príncipe le prestaba atención, con un nudo en el estómago por la culpa de saber que su padre Seamus Pegg jamás tuvo a Kaeya en su custodia, y porque incluso ella misma justificaba que su amigo siguiera cautivo en beneficio de Mondstadt; el siguiente en acercarse según el protocolo a entregar sus respetos fue Alatus, que reverenció a Venti con los ojos cerrados, el rey le sonrió, amaba recibir honores del príncipe heredero como si fuese su lacayo en vez de su igual. Entonces el principe de Liyue abrió sus ojos ámbar y miro fijamente al monarca de Mondstadt, este se quedó pasmado por el sentimiento que le causaba la apariencia de Alatus, rasgos y cabello similares a los suyos, pero más fuertes y desaliñados como en las batallas en las que lo vio pelear, una estatura baja pero con unos músculos marcados como el guerrero que era, una piel joven y los ojos amarillos intensos de Morax; era todo lo que deseaba en alguien, y no podía tenerlo por tratarse del hijo de su mayor aliado.
Ni a Alatus ni a Kaeya les agradaba la idea de saludarse, pero Barbatos tuvo que recordarle nuevamente que tenía que extender la mano y recibir un beso, así que el principe de Khaenri'ah de mala gana entregó su mano al de Liyue, quien a regañadientes la tomó mientras ambos se miraban serios e irritados, Kaeya no disimulaba su expresión de repudio hacia Alatus, quería que supiera que lo detestaba al igual que a su padre y a Venti. El príncipe de Liyue acercó bruscamente la mano de Kaeya hacia sus labios, fingiendo besarla aunque ni siquiera la rozó con los labios, luego siguió a su padre para al fin salir de esa situación incómoda y molesta.
La siguiente en venir fue Ganyu, en esa ocasión ella fue quien recibio un beso en el dorso de la mano, uno de Barbatos y uno del principe de Khaenri'ah, quien se notaba más feliz de verla a diferencia de como se mostró ante Alatus; luego Keqing se acercó inclinándose con gracia y respeto, recibiendo inmediatamente después su saludo; Chongyun y Xingqiu caminaron juntos hacia el rey y Kaeya, Xingqiu parecía algo incómodo por ir a la par con el verdadero príncipe, pero Chongyun había insistido en que estuvieran juntos al momento de presentarse. Venti no podía meterse con los hijos de Morax, por lo que trató de no fijarse tanto en lo hermoso y puro que lucía Chongyun, y en cambio clavó los ojos en Xingqiu sin disimulo, como si quisiera seducirlo; automaticamente el principe de Khaenri'ah posó su mano sobre la de Barbatos y la apretó con fuerza, ambos se miraron tensos y desafiantes, normalmente Kaeya hubiese sentido miedo, pero en casos como esos, ni el castigo más repugnante le asustaba.
A pesar de su molestia el príncipe continuó siguiendo la regla de saludar entregando su mano, Chongyun se confundió por tener que hacer eso con un hombre, pero reaccionó e hizo lo que Kaeya parecía pedirle, lo mismo hizo Xingqiu sonriendo agraciado por ello, pues lo hacía sentirse identificado el hecho de que el principe de Khaenri'ah se separara de lo que se suponía que estaba escrito para los hombres, y que en cambio optase por una apariencia y actitud más femenina. Ese niño y la pequeña Qiqi seguían haciendo sentir contrariado a Kaeya, pues desde que supo que Zhongli viajaría con sus hijos, estuvo buscando regalos para todos ellos, y no estaba preparado para ver que su enemigo había engendrado a dos vastagos más, después de todo, creía que Xingqiu era otro de sus herederos legítimos y no el simple mejor amigo del príncipe Chongyun.
Luego de saludar a los príncipes, aparecieron otros tres acompañantes que venían en el carruaje, la sacerdotisa Shenhe, el médico y cuidador personal de la princesa Qiqi, un tipo de largo cabello verdoso, que se acercó a Venti y a Kaeya para rendirles respeto, inclinándose mientras del cuello de su camisa emergia una serpiente blanca que hizo esconder la mano al principe de Khaenri'ah; aquel tipo, quien se presentó como Baizhu, se rió de su reacción y le dijo que su mascota Changsheng no mordía a nadie a menos que el se lo pidiera. Kaeya con recelo volvió a extender la mano para recibir su beso, y entonces, vio al tercer acompañante, a quien se quedó mirando con confusión, haciendo memoria de algo ocurrido en su adolescencia, antes de que Barbatos lo tomara oficialmente como su prisionero "especial", antes de que su amado padre falleciera en misteriosas circunstancias, antes de que su amado hermano lo abandonase.
Podía reconocer su cabello cobrizo, lucía casi tan alto como él y tenía músculos más grandes que en la adolescencia, pero lo que realmente era un rasgo inconfundible eran sus ojos azules, carentes de todo brillo, contrastando con su sonrisa amigable que, bajo el contexto en el que se vieron por primera vez, le parecía realmente inquietante. Aquel joven lo miraba directamente a los ojos, Kaeya sudó frío recordando el cadáver destripado del centinela en las montañas de Espinadragón, incluso tratándose de alguien de Snezhnaya posiblemente infiltrado en la familia real de Liyue, le seguía pareciendo aterrador hasta el punto de no querer verlo a la cara.
El joven extranjero olvidó todo protocolo y se dispuso a tomar en primera instancia la mano de Kaeya, besándola sin dejar de hacer contacto visual con él, como si quisiera incomodarlo, o intimidarlo; Venti tosió para llamar su atención, como una forma de decirle que lo correcto era saludar primero al rey y luego a sus acompañantes. Fue todavía más hilarante cuando el tipo pelirrojo saludó a Venti tomándole la mano para besarla de la misma forma que besó la de Kaeya, aparentemente confundido por no saber la forma correcta de dirigirse al rey; Chongyun y Xingqiu se rieron en voz baja y Keqing se golpeó la frente por esa falta de respeto hacia el soberano de Mondstadt.
Luego de ese momento la familia real de Liyue se sentó en el escenario en sus asientos reservados, los tres "no invitados" se quedaron de pie detrás de los príncipes, y Ganyu, Keqing y Chongyun se sentaron más juntos para dejar un espacio para Xingqiu entre las sillas pegadas las unas a las otras; lo que seguiría a esa ceremonia de bienvenida era un espectáculo de la orquesta de Mondstadt y un circo ambulante para entretener a los hijos de Morax. Kaeya miró con nostalgia a sus antiguos compañeros de clase que eran partícipes de la orquesta, estos estaban felices de verlo otra vez, bajo su percepción él había abandonado la academia de Bellas Artes a los 15 años, por un momento habían creído que algo malo le ocurrió, pero les parecía increíble que Kaeya se las hubiese arreglado con su gran ingenio para convertirse en "la mano derecha del rey".
No había nada más alejado de la realidad, de todos los rumores acerca de él, ese era el más doloroso, que personas que lo conocieron pensaran que había conseguido una posición política, que lo viesen con orgullo cuando se lo topaban, y si era sincero, realmente prefería por sobre esa versión a aquellos rumores que decían que él era la puta de Barbatos, porque significaba que aún quedaba gente perspicaz en esa ciudad. Mientras todos disfrutaban del espectáculo, Kaeya divisó a la distancia a tres personas montadas en corceles, las hebras de una dorada melena y la camisa azul debajo de un abrigo blanco lo hicieron descifrar fácilmente de quien se trataba, lo que provocó que su corazón se acelerara de la impresión, ya que no creía que volvería a ver a aquella persona nunca más. Ignorando cualquier peligro de ser castigado, el príncipe se levantó de su asiento y salió por la parte trasera del escenario, Barbatos se giró para mirarlo alejarse, curioso por saber porque su pequeño monstruo había decidido irse tan de repente.
Kaeya se abrió paso hasta salir del tumulto y se metió por una calle solitaria hasta llegar a una bodega, donde las tres personas se instalaron para comenzar a desmontar y amarrar a sus caballos, antes de entrar el príncipe se escondió apegándose a una pared y respiró profundamente, luego estiró las pequeñas arrugas de su camisa blanca y arregló su cabello, preparándose para presentarse ante la persona a quien quería ver por sobre el resto de ese grupo. No tenía mucho interés en saludar a Sucrose, nieta del alquimista retirado de Barbatos que lo sustituyó un tiempo a pesar de ser demasiado joven e inexperta, ni tampoco al tercer hombre completamente desconocido para él, que era el único que permanecía sobre el corcel, Kaeya solo estaba ahí para ver a uno de ellos.
-Jefe Alquimista Albedo, que inesperado es verlo de vuelta en Mondstadt - pronunció Kaeya entrando en la bodega, el mencionado se quedó quieto de improviso, dándole la espalda al príncipe pues se había dispuesto a darle de beber a su caballo con un balde de madera lleno de agua; Sucrose observó nerviosa al príncipe y a Albedo, preocupada por lo que podría traer consigo ese reencuentro.
-Buenos días Sir Kaeya... creí que estaría en la ceremonia de bienvenida... - comentó timidamente la muchacha, tenía un lenguaje corporal inseguro, un vestido azul con mangas voluminosas, largas y de color blanco, un cabello verdoso que aparentaba ser una melena en capas pero que por detras escondía una delgada cola de caballo, y unos ojos ambar que adornaba con unas grandes gafas, a Kaeya le parecía potencial desperdiciado.
-Cumplí mi tarea de saludar a la progenie de Morax el Rex Lapis, una tarea titánica considerando cuantos hijos parece plantar con cada año que pasa, si te soy sincero, prefiero saludar a gente más interesante - comentó el príncipe acariciando la mejilla de Sucrose con el nudillo, ella consternada balbuceó, le descolocaba que Kaeya hiciese algo como eso de repente - Así que ¿Cómo estás Albedo? ¿Disfrutaste tu tiempo de introspección en Sumeru?
-¿Quién es? - le preguntó el hombre montado a caballo a Albedo, en voz muy baja para que el príncipe no lo oyera, Sucrose agachó la cabeza preguntándose si acaso Kaeya se había burlado de ella al ignorarla luego de decir que saludaría a alguien más interesante que el emperador, Albedo por su parte seguía mudo, sin contestar a la pregunta del príncipe.
-¿Qué pasa Albedo? ¿No me contarás como te fue en tu viaje? - lo presionó Kaeya tocándose la quijada con la yema del dedo índice, su postura era segura y tenía un brazo justo por debajo de los pechos, para realzarlos y darle una buena vista al Jefe Alquimista en cuanto se diera la vuelta.
-Fue provechoso - respondió Albedo sin agregar más, negándose a darse la vuelta para contemplar cómo lucía Kaeya luego de dos años sin verlo.
-¿Klee y Alice están bien? - preguntó el príncipe, el Jefe Alquimista apretó la mandíbula cuando Kaeya las mencionó.
-Si lo están. Afortunadamente - comentó mirando de reojo al príncipe, encontrándose brevemente con su hermoso rostro una vez más.
-También están de vuelta en Mondstadt - agregó Sucrose, Albedo tosió para llamarle la atención a su asistente, ella se movió nerviosa por haber revelado aquello - quiero decir, lo están, pero...
-Entiendo entiendo, me alegro de que estén bien, seguro que Klee ganó unos centímetros más en su tiempo allí - dijo Kaeya respirando con alivio, Albedo no se veía muy cómodo hablando de ese tema con el príncipe, pero se sintió incluso más incómodo cuando su tercer acompañante bajó del caballo para unirse a la conversación. Kaeya se quedó mirando asombrado a ese sujeto, por estar montado en el equino no podía adivinar que su estatura era tan grande, quizá poco más de dos metros.
-Buenos días... - saludó el príncipe todavía sorprendido por la estatura de ese tipo, apenas se estaba fijando bien en sus rasgos, los ojos azules, intensos, el cabello rubio, una mascara que le cubría la mitad de la cara, de la cual inevitablemente sobresalía una gran quemadura amorfa ya cicatrizada; aquel hombre se le acercó un poco más, Kaeya jugó con un mechón de su cabello, su actitud coqueta parecía involuntaria y natural para todos, excepto para Albedo, quien se había dado la vuelta por fin ante el primer encuentro de su amigo y el principe de Khaenri'ah.
-Buenos días - respondió el acompañante de Albedo, su voz era algo profunda, pero no tanto como la de Morax, lo suficientemente elegante y misteriosa como para que el príncipe se sintiera complacido de oírla.
-Soy Kaeya, es un placer conocerlo - comentó haciendo una reverencia, Albedo empezó a sentirse inquieto, conocía el tono de voz atrayente de Kaeya, y lo difícil que era para muchos no sentir interés por él y su labia.
-Mi nombre es Dainsleif, también es un placer conocerlo - respondió respetuosamente, el príncipe sonrió, la postura de su cuerpo siguió siendo igual de sugerente, realzando las partes que solían llamar más la atención de los hombres, el Jefe Alquimista vigilaba a Dainsleif y a Kaeya, esperando una más que posible atracción entre ambos.
-¿Es usted otro alquimista? - preguntó el príncipe con interés, el amigo de Albedo solo asintió como respuesta, mirando con disimulo a Kaeya de la cabeza a los pies - me lo suponía, no suele relacionarse tanto con personas comunes. Adivinos, intelectuales, astrólogas, príncipes... un círculo social cuanto menos interesante.
-Nada de eso me sorprende, salvo por los adivinos, solo he conocido farsantes de ese tipo - comentó Dainsleif, el príncipe rió antes de responderle.
-Nunca dije que fueran auténticos adivinos... aunque ciertamente una astróloga amiga nuestra parece una adivina a veces, me pregunto si habrá podido predecir nuestro encuentro con antelación, podría preguntarle - comentó Kaeya mirando a los ojos a ese hombre, Albedo estaba tenso, sabía que al príncipe le gustaba mantener contacto visual con sus conquistas, no conocía a alguien que no hubiese quedado encantado de alguna forma con él, ya fuera por interés sexual o una simple curiosidad platónica.
-No estoy interesado en saberlo, no suelo involucrarme con nadie que asegure ver el futuro de alguna forma - respondió Dainsleif, Albedo pensó que tal vez él era una excepción que no quería seguirle el juego al príncipe.
-Vaya, comprendo eso, vivir el presente le parecerá más agradable a otros, me alegro de que su vida sea tan simple como para no preocuparse por el futuro ¿Disfruta su presente? - preguntó Kaeya, el Jefe Alquimista agachó la mirada, conocía muy bien al príncipe y sabía a dónde llevaría esa conversación, cosa que no le agradaba demasiado.
-No puedo quejarme, es mi pasado el problema - respondió Dainsleif con un ápice de sinceridad, Sucrose se acercó a Albedo para comentarle algo en voz baja.
-Maestro... ¿Deberíamos dejarlos solos?... - preguntó ella, pero en el fondo estaba sugiriendolo.
-No - respondió rotundamente el Jefe Alquimista.
-Curioso, cada persona tiene un periodo de vida favorito... es un poco difícil de decir, pero a pesar de todos los altibajos, el pasado es lo que más anhelo, no tengo algo mejor con lo que compararlo. Por eso me interesa tanto saber del futuro - comentó Kaeya, Dainsleif sintió intriga por aquella frase, no había hecho tanto énfasis en decir porque prefería el pasado por sobre el presente, pero si notaba un dejo de melancolía en su voz, que le causó algo de preocupación.
-¿Lo has conseguido con esa amiga tuya? - preguntó Dainsleif por pura curiosidad, el príncipe sonrió.
-Me dijo que mi constelación indica que estoy destinado a la grandeza - dijo Kaeya para luego reír con aparente incredulidad, Albedo ya había escuchado esa aparente profecía, en ella también se hablaba de cómo el príncipe también estaba predispuesto a esconder sus falsedades detrás de una máscara atractiva, pero conociéndole, omitiría esa parte - suena tan alentador, pero me gustaría saber más, la grandeza puede venir en muchas formas.
-Aspirar a demasiado termina mal, bien lo sabemos los alquimistas, si lo quisieramos podriamos tener todo el oro del mundo, y sin embargo nos conformamos con lo que necesitamos, y el simple placer de investigar - pronunció Dainsleif, Sucrose sonrió sintiéndose identificada con las palabras de su otro maestro, pero Kaeya rió en voz baja sin poder tragarse del todo esas palabras.
-Me encanta ese cinismo de desligarse de la inutil búsqueda de la grandeza, colgandose de las faldas de los ricos que la buscan, como el rey Barbatos - comentó el príncipe, a Dainsleif le sorprendió ser contradecido de esa forma, y Sucrose agachó la cabeza apenada.
-Debo admitir, que sin las facilidades que me entrega el rey... no podría hacer mis avances en cualquier investigación que me proponga... - reconoció la muchacha, Albedo tocó su espalda para hacerla sentir un poco mejor.
-No tiene que avergonzarte eso, piensa en los resultados - le sugirió su maestro, Kaeya se abrió de manos como si quisiera desligarse de responsabilidades.
-Todos tenemos ambiciones, he conocido a un par de los tuyos, todos quieren algo, quizá menos obscenamente grande como la vida eterna, pero si, podemos hablar de recursos para perfeccionar su ciencia, propiedades, ser dueños de organizaciones - decía el príncipe mientras se acercaba de forma insinuante a Dainsleif, tocandole debajo de la barbilla con sus dedos - alcohol, drogas, placer, la promesa de cumplir un sueño... o de obtener la tierra prometida...
-¿La tierra prometida...? - se preguntó Dainsleif mirando el ojo violeta de Kaeya con atención - cuéntame más...
-Si te interesa... yo podría dártela... - susurró el príncipe moviendo sus sensuales labios cerca de la boca de Dainsleif - pero por un precio...
-Creo que ya fue suficiente por hoy - pronunció Albedo en voz alta, Kaeya sonrió ladino y confiado - debo presentar a Dain ante el rey y enseñarle algunos lugares de la ciudad, no es el momento para charlas sobre ambiciones.
-¿Te gusta beber? Sé de una buena cantina que Albedo podría mostrarte, la taberna "Cola de Gato" - propuso el príncipe, el Jefe Alquimista quería intervenir para decirle que no irían a ningún sitio para beber, pero Dainsleif lo interrumpió.
-Me encantaría ¿A qué hora puedo verte? - preguntó Dain, Kaeya volvió a acariciar la barbilla del alquimista con coquetería.
-A las 5 de la tarde estaré desocupado, debo hacer algunas compras primero - le explicó el príncipe, entonces Albedo se sintió sumamente preocupado y tenso.
-¿"Compras"?
-Sí, olvidé mencionarlo, pero debo hacerle unos regalos a los principes recien llegados, y Morax tuvo la sutileza de engendrar otros dos de los cuales no estaba informado, así que conseguiré unos de emergencia en lo que queda de día - pronunció Kaeya, entonces el Jefe Alquimista abrió una bolsa atada a su caballo y retiró un pequeño saco con monedas de oro adentro.
-Te daré dinero para que puedas comprarles algo - le ofreció Albedo extendiendo la mano para darle la bolsa, sin embargo el príncipe no la tomó.
-No gracias Jefe Alquimista Albedo, eres muy amable, pero tengo suficiente para obtener algo por cuenta propia - lo rechazó Kaeya, con nerviosismo Albedo siguió ofreciendo su dinero al príncipe.
-No te pregunté si lo quieres, tómalo.
-Insisto, no quiero contraer una deuda tan grande contigo, así que usaré mis propias monedas para comprar los regalos - reafirmó Kaeya dando media vuelta para retirarse, a Dainsleif y a Sucrose ya comenzaba a parecerles extraña la actitud del Jefe Alquimista.
-No te cobraré nada si lo usas, yo no lo necesito - dijo Albedo, pero el príncipe se alejaba decidido a no aceptar su oferta.
-Nos vemos a las 5 en la taberna Cola de Gato - se despidió Kaeya dejando al Jefe Alquimista con la mano extendida.
-Maldición... - susurró Albedo frustrado, Sucrose se le acercó para ver si estaba bien.
-Esto... maestro ¿Pasa algo?
-No es nada - le respondió, pero era claro por su expresión que algo le ocurría y que le causaba mucho remordimiento.
-Ese joven habló de Morax el Rex Lapis y sus hijos ¿Es acaso un miembro de la corte? - preguntó Dainsleif, Sucrose jugó con sus manos algo incómoda por la pregunta.
-Sir Kaeya es... algo así como otro miembro de la realeza... - murmuró ella, Albedo suspiró, pronto llegaría el momento en que tendrían que explicarle a Dain la verdadera identidad de Kaeya, de seguro le parecería tan terrible como les pareció a ellos cuando lo supieron por primera vez.
-Un miembro de la realeza... - susurró Dainsleif mirándolo alejarse - ¿Es soltero?
-Es complicado - respondió Albedo cortante y molesto - si estás buscando una aventura con él, no te lo recomiendo, puede traerte problemas.
-¿Por qué?
-Te lo explicaré después, tenemos cosas que hacer.
Kaeya caminó hacia un pequeño grupo de caballeros de Favonius que estaban en una de las calles cercanas a la plaza, y llamó a uno de ellos para decirle que necesitaba ayuda con uno de los regalos que debía comprar para los príncipes de Liyue; quien atendió su llamado con rapidez fue Lawrence, un soldado joven de cabello rubio, que lo siguió desde atrás para poder estar mirando a gusto los glúteos del príncipe, contoneándose con cada paso que daba, y resaltados por los pantalones blancos ceñidos que vestía. La primera parada que haría Kaeya era en la herrería de Schulz, no conocía al "príncipe" Xingqiu, pero sabía que un regalo que lo sacaría del apuro era una espada costosa con detalles de diseño característicos de Mondstadt, grabados en algún metal precioso como plata, oro, y si tenía mucha suerte, platino.
Al llegar Kaeya le pidió a Lawrence que lo esperase afuera unos 45 minutos mientras el realizaba la "transacción", el caballero frunció el ceño, sabía ciertas cosas del príncipe y lo enjuiciaba con su mirada, a Kaeya no le parecía relevante lo que un soldado creyera de él, no tenían ninguna relevancia para su persona y solo existían para interponerse en su camino o por el contrario para cargar sus cosas. Entonces el príncipe ingresó a la forja y cerró la puerta, allí vio al herrero, Wagner, un hombre maduro de grandes músculos, cabello castaño oscuro, bigote y barba, que estaba concentrado martillando una espada calentada al rojo vivo para moldearla; Kaeya tosió para llamar su atención, el hombre se quedó mirándolo y rapidamente sumergió la espada en un barril con agua, para dejarla de lado un momento y atenderlo.
-Kaeya... que raro verte por aquí - comentó, se notaba algo serio, pero considerando la velocidad con la que dejó de trabajar para hablar con él, el príncipe supo que lo tenía comiendo de su mano.
-No estilo usar armamento, comprenderás que una herrería no es el lugar idóneo para alguien como yo - respondió Kaeya, disponiéndose a sacar su bolsa de monedas de plata y oro.
-También forjo anillos, cubiertos y decoraciones, por si te interesa - dijo Wagner, caminando para ir hacia las armas caras que ya tenía para la venta - ¿Qué buscas esta vez? ¿Otra lanza? ¿Un mandoble?
-Una espada digna de un príncipe, puntos extra por lo pomposa que pueda ser la decoración - especificó Kaeya, Wagner lo miró de reojo algo ofendido.
-Pomposa no es la mejor palabra para describir mis artesanías - dijo tomando cuatro espadas, dos en cada mano - estas son las más lujosas ¿Cuál te gusta más?
-¿Esos son zafiros? - preguntó el príncipe apuntando una de las espadas de plata, con decoraciones en tonos azules y dos piedras preciosas incrustadas entre el mango y la hoja.
-Si, por eso te la enseñé, no soy idiota - respondio Wagner, Kaeya miró ese bello sable, si hubiese tenido permiso para usar armas, sin duda se habria quedado con esa.
-¿Cuál es su costo?
-4.000 - dijo el herrero, el príncipe vacío sus monedas sobre la mesa y las contó para saber si podría costear algo así.
-Me temo que no podré quedarme con esa, puedo pagar la mitad, todavía debo comprar algo más que no conseguiría aquí, a menos que hagas espaditas para niñas de 4 años - comentó Kaeya, Wagner se cruzó de brazos para pensar un momento, luego miró la puerta de entrada algo ansioso por hacer un trato con el príncipe.
-¿Quieres negociar? - le propuso el herrero, Kaeya sonrió mirando su dinero disperso sobre la mesa.
-Me apena un poco regatear ¿No te importa dejarmela a mitad de su precio? - preguntó el príncipe, Wagner aprovechó que no lo estaba viendo para frotarse las manos con júbilo.
-Puedo hacerte un descuento del 50%, pero... - respondió el herrero volviendo a mirar la puerta - ya sabes.
-Y tu sabes que no me importa pagar el porcentaje restante con, ese método - pronunció el príncipe dándose la vuelta, sentado sobre la mesa con los brazos apoyados hacia atrás, enseñando el pecho con su escote pronunciado.
-Tengo otros productos para tu propio uso ¿Te gustaría venir mañana o pasado a echarles un vistazo? También puedo hacerte descuentos por ello - agregó Wagner mientras caminaba rápido hasta la puerta para poner el pestillo y colocar el cartel de cerrado por la ventanilla.
-Oh, por supuesto que me interesa, tus pomposos anillos siempre han llamado mi atención - dijo el príncipe deslizando su mano para desabotonar su camisa blanca, el herrero llegó hasta él con igual rapidez que al cerrar la puerta, y lo acorraló con sus fuertes brazos, mirándolo fijamente a los ojos.
-No me provoques... - susurró Wagner respirando como un toro alterado, Kaeya rió y le acarició la barba, era tan sensual que el herrero estaba cada vez más ansioso por ponerle las manos encima.
-Yo nací para provocar... - pronunció el príncipe acercando los labios al rostro de Wagner, quien tomó su camisa y dio un fuerte tirón que mandó a volar varios botones - Oh vaya ¿Como voy a explicarle al rey?
-Te pagaré la visita al sastre, pero por favor no dilatemos más esto, ya no aguanto más - dijo el herrero deslizando las manos por el torso de Kaeya, delicadamente, como si estuviese tocando un tesoro.
-Quiero verlo... - susurró el príncipe, Wagner no se hizo de rogar y se bajó los pantalones, su polla colgaba entre sus piernas, aún no estaba del todo dura y tenía un tamaño promedio, sin embargo lo que destacaba de ella era su gran grosor y las venas sobresalientes, eso le sumaba puntos a Kaeya, pues no podía decir que disfrutaba de todos los penes que solían darle de probar.
-Levanta las caderas - le dijo el herrero, el príncipe siguió su petición y Wagner le agarró los pantalones con brusquedad, quitandoselos rápido para poder ver toda su zona genital.
-Aún no se ve tan contento, pero te entiendo, ya no eres tan joven - comentó Kaeya burlón, el herrero le apretó uno de los pectorales con sus toscos dedos.
-No me insultes, no soy un viejo de mierda, ya te lo he demostrado - replicó Wagner jugando con los pezones del príncipe, retorciéndolos y apretando sus pectorales con fuerza, Kaeya hizo una mueca de dolor y placer, sacando más pecho y abriendo las piernas por completo, dejando la planta de los pies sobre la mesa, había aprendido a comportarse así para satisfacer a los hombres, aquello implicaba estimular cada uno de sus sentidos, en ese caso, estaba enfocado en darle una buena vista a su esporadico amante.
-¿Quieres que lo ayude un poco? - preguntó el príncipe mordiéndose el dedo, el herrero bufó con entusiasmo, ese gesto de Kaeya le indicaba que haría algo en lo que era todo un profesional.
-Por favor - le pidió Wagner sin disimular su desespero, el príncipe sonrió y agarró la verga del herrero con una mano, masajeando el glande y la uretra en círculos - no pares...
-Vaya, me acabo de dar cuenta que tengo que bajar de la mesa para darle un beso - comentó Kaeya tocándose los labios con la yema del dedo índice, actuando como si estuviese indeciso - no estoy seguro, estoy demasiado cómodo aquí.
-Por favor, hazlo como sea, pero hazlo - pareció rogar el herrero, al príncipe le gustaba mucho saber hasta qué límite era deseado por algunas personas.
-Tal vez no sea posible hoy... - comentó Kaeya jugando con la paciencia de Wagner, quien pareció decepcionado por un momento - o tal vez... si hay una forma... - susurró con su sensual voz, el herrero lo miró ilusionado, al príncipe le dio algo de ternura.
Entonces Kaeya decidió complacer los deseos de Wagner sin bajar de la mesa, cualquier otra persona lo habría hecho para darle placer oral a un macho tan intimidante y fuerte como él, pero el príncipe era más creativo, y en cambio se recostó boca arriba sobre la mesa, con la cabeza colgando por uno de los extremos y sus manos acomodando los pliegues de la camisa abierta para enseñar los hombros, el ombligo y los pechos, que desde esa perspectiva eran todavía más voluptuosos; sus rodillas estaban dobladas y los muslos un poco abiertos, para que Wagner también pudiera apreciar su pene que descansaba sobre la pelvis, suave todavía, pues Kaeya no le prestaba tanta atención a sus propias erecciones como si lo hacía con las de los demás. El ansioso herrero agarró su polla con una mano y sin esperar se acomodó para comenzar a introducirlo en la boca abierta del príncipe, quien cerró los ojos para sentirlo entrar, no estaba ni muy duro ni muy flácido, a medio camino, pero con toda la intención de ereccionarse por completo; Kaeya presionaba las venas con la lengua y chupaba haciendo ruidos sensuales con su voz y su saliva, si disfrutaba "contentar" a Wagner de esa forma, pero exageraba sus gemidos para aumentar el ego de su amante, haciéndole creer que le extasiaba su verga como si fuera un manjar de los dioses.
Los gemidos del herrero si eran completamente auténticos, desde esa posición más alta que la de Kaeya, veía con lujo de detalle sus atributos sexuales, todo dispuesto sobre la mesa, todo para él; poco a poco empezó a mover las caderas hacia adelante, golpeando el paladar del príncipe con el glande mientras sus manos velludas y fuertes le manoseaban los pezones con pellizcos y masajes, le resultaba el doble de estimulante tocarlo sin parar al mismo tiempo que le follaba la boca. La temperatura iba en aumento y eso no le permitía a Wagner pensar con total claridad, por eso aumentó la velocidad de su pene mientras usaba las uñas llenas de residuos de metal para pellizcar los pechos de Kaeya hasta dejar marcas rojas, el príncipe apartó un momento la cabeza y escupió al suelo la saliva algo sucia por la verga del herrero, a quien no quería juzgar por no ser demasiado higiénico debido a su trabajo tan pesado.
Antes de proseguir con la mamada, Kaeya aprovechó para respirar mientras masturbaba a Wagner y le chupaba los testículos sin afeitar, no le daba tanta importancia a los vellos en su lengua, pues como en cada "negocio" que hacía, su objetivo era complacer a su conquista a cualquier costo. El herrero por su parte siguió pellizcando con sus uñas los pezones de Kaeya, eso hacía que el príncipe gimiera agudo, una reacción que a Wagner le fascinaba, interpretandolo como que hacerle eso lo volvía loco; luego, mientras Kaeya volvía a meterse el pene a la boca, el herrero se estiró hacia adelante para alcanzar la verga del príncipe y ayudarlo a estar duro también, sin darse cuenta de que al hacer eso involuntariamente su polla llegó más profundo dentro de la garganta de Kaeya.
En situaciones así, el príncipe mantenía el control y aguantaba la respiración para no atragantarse o toser, pudo estar más tranquilo cuando Wagner volvió a mover las caderas, cada vez con mayor velocidad, moviéndose como un animal en época de apareamiento dentro de la boca de Kaeya, llegando muy profundo; el escroto golpeaba la nariz y los pómulos del príncipe, que seguía dejando salir la saliva espesa de su boca por los residuos de sebo y sudor del pene de su amante. De pronto el herrero se detuvo y se apartó, Kaeya miró su polla, ya estaba gorda y dura como una roca, parecía palpitar por lo excitada que estaba, roja, húmeda y reluciente por esa limpieza gratis que le hizo; Wagner tenía las caderas echadas hacia adelante para enseñar su virilidad, el príncipe no dejó de mirarle el pene hasta que recobró la compostura y pudo volver a sentarse sobre la mesa, dándose la vuelta para verlo de frente.
Kaeya respiraba agitado, tenía saliva en el rostro, líneas rojas que ardían en sus pechos, las piernas abiertas para enseñarlo todo, y el ojo lloroso por la falta de oxígeno y el frenesí que había recibido en su garganta; el herrero se abalanzó sobre él y lo besó como un bruto, buscando desesperadamente meterle la polla para comenzar a penetrarlo de una buena vez. Quizás era por sus instintos más primitivos que los suyos, pero Wagner no lo dilató ni un poco al momento de empezar a meter su pene en su cavidad rectal, lo único que lo ayudaba a deslizarse era la propia saliva de Kaeya, que había recubierto cada rincón de su verga.
El herrero apoyó las manos contra la mesa, ejerciendo presión entre los gluteos del príncipe para terminar de introducir su polla, Kaeya cerró los ojos soportando esa sensación poco grata, y agarró los biceps de Wagner, pudo respirar más tranquilo una vez lo tuvo completamente adentro, era capaz de soportar ser follado con brusquedad como le gustaba al herrero, pero siempre el inicio era lo más difícil cuando su cuerpo no era preparado; al menos podía asegurar que Wagner no lo hacía con mala intención, a diferencia de Barbatos que disfrutaba verlo sufrir cuando le introducía el suyo, u otras cosas. Con solo pensar en Venti, el principe comenzó a temblar, no le servía recordarlo si planeaba disfrutar el sexo con alguien más; el herrero notó que Kaeya no estaba demasiado comodo, así que disminuyó el ritmo y lo abrazó echandose hacia adelante para tenerlo contra la mesa mientras lo besaba.
El príncipe respiró profundamente, recibiendo gustoso ese abrazo y ese beso, eso era mucho más relajante para él que un masaje erotico, a veces Wagner si podía sacar un lado tierno cuando no lo veía disfrutar; sus piernas abiertas se movían al recibir el empuje constante de la pelvis del herrero, por mera inercia y necesidad de afecto Kaeya lo abrazaba y le acariciaba el cabello, también sucio como el resto de su cuerpo. De pronto ambos se miraron a los ojos, el principe le sonrió, apreciaba mucho a Wagner, era de esos pocos hombres que si podia considerar un amante, dado que, por alguna razon, las personas de sexo masculino solían forzarlo a darles sexo incluso si tenían que golpearlo para obedecer, con las mujeres eso no le ocurría.
Y como apreciaba tanto al herrero, Kaeya se propuso a darle lo mejor de sí mismo, la mejor vista, la mejor disposición, los mejores gemidos; por ello le pidió detenerse un momento, Wagner lo hizo retirando su verga completamente erecta para darle un poco de espacio, eso también le gustaba al príncipe, que le hiciera caso cuando pedía parar. Entonces Kaeya se dio la vuelta, recostandose boca abajo, con las piernas flexionadas y pegadas a la madera, enseñando el culo casi al borde de la mesa y mirando hacia atrás al herrero, sabía lo mucho que le gustaba a los hombres tener una vista trasera, y lo notaba en su mirada excitada y en la manera en que Wagner se lamió los labios antes de tomarle una nalga, acercando el pulgar a su ano para sentirlo antes de proseguir.
El príncipe tomó una nueva bocanada de aire antes de recibir el pene de su amante una vez más, conocía muy bien al herrero, y cuando lo provocaba de esa forma, se tornaba animalesco, le agarraba las caderas y lo penetraba con salvajismo hasta eyacular; se preparó entonces agarrando el otro extremo de la mesa con las manos para sujetarse, y gimió fuerte cuando esa verga gruesa lo embistió. Wagner usó su descomunal fuerza para impulsarse, chocando su pelvis y su saco escrotal contra los genitales de Kaeya, el sonido de esos golpes llenaba la habitación junto a los gemidos honestos del príncipe, ya no lo podía llamar dolor, pero tampoco lujuria, era más bien una reacción natural, instinto puro, como si se volviera una hembra en celo.
Dominado por su brutalidad, el herrero se echó hacia adelante colocando su peso sobre Kaeya, agarrandole las manos mientras metía y sacaba la polla a una velocidad insana, el príncipe chillaba con los párpados apretados, sus gritos eran tan altos que su parte consciente se preocupó de poder estar siendo oído desde el exterior de la herrería, todo era tan frenético y desesperado que él estaba perdiendo el control, elevando más la cadera, corriendose a pequeños chorros uno detrás de otro, moviendo la cabeza hacia los lados y gimiendo escandalosamente. No sabía cuantos minutos habían pasado, pero de pronto el paso del tiempo se reanudó para él cuando Wagner dio una embestida final y se quedó quieto sobre el príncipe, gimiendo ronco y alto mientras descargaba su semen adentro, manteniéndose temblorosamente así hasta que soltó hasta la última gota.
Les tomó un rato separarse, el cansancio y la sensibilidad en sus genitales los hizo quedarse pegados hasta que el herrero se movió lentamente, su pene provocó un ruido húmedo cuando lo sacó, Kaeya temblaba sufriendo micro orgasmos, fue Wagner quien tuvo que ayudarlo a voltearse; sus cuerpos estaban cubiertos de sudor, el del príncipe tenía más fluidos encima, saliva y lágrimas en el rostro, su propio semen esparcido en gotas sobre su estómago, y él de Wagner sobresaliendo tímidamente por su ano. El herrero aprovechó que su erección empezaba a bajar poco a poco para ir a buscar un paño con el cual limpiar a Kaeya, comparándolo con cómo lucía cuando llegó, en ese momento el príncipe estaba hecho todo un desastre.
Primero pasó el trapo por su rostro, luego limpió parte de la saliva que había caído a su pecho, después limpió su estómago, y por último le pidió abrir más las piernas, Kaeya lo hizo, y aquel movimiento le ayudó a expulsar gran parte del esperma de Wagner de su interior, el cual también fue limpiado por el mismo paño. Una vez listo, el herrero tomó los brazos del príncipe y lo ayudó a bajar las piernas de la mesa, le estaba dando una mano para que pudiera levantarse, pero las piernas de Kaeya temblaron y perdió el equilibrio, cayendo en brazos del herrero, quien lo abrazó y lo besó apasionadamente, sujetándolo para no dejarlo caer por el cansancio.
La piel del príncipe se erizó, dejándose llevar por Wagner hasta que se recuperó parcialmente, entonces el herrero le entregó sus pantalones y lo ayudó en todo momento para que pudiera ponerselos otra vez; tras un rato volviendo a la normalidad, ambos tosieron y se agradecieron mutuamente por ese "negocio provechoso" que habían concretado. Kaeya le pidió una última cosa a su amante antes de despedirse, y fue que cargase la espada por él solo hasta la salida, al herrero le pareció una petición algo extraña, pero por él estaba dispuesto a seguir sus caprichos, no sin antes aprovechar los últimos segundos que tenían dentro del negocio para besarlo una vez más, dándole una dulce impresión al príncipe.
Afuera Lawrence esperaba de brazos cruzados al lado de la puerta, en cuanto lo vio, el príncipe le pidió a Wagner que le entregase el arma al caballero de Favonius porque él la llevaría hasta el palacio en su nombre; cuando entregó la espada el herrero saludó aguantando la risa frente al joven, Lawrence arrugó las cejas y tomó el sable y luego el brazo de Kaeya para salir pronto de allí, entonces Wagner los siguió unos metros y los detuvo para entregarle algunas monedas al príncipe para que repararan su camisa en una sastrería. Kaeya se lo agradeció coqueto, aunque sí se preguntó porque Wagner simplemente no le había cobrado poco menos de los 2000 pactados para compensar el haber roto los botones de la camisa; después de esa interrupción Lawrence arrastró al príncipe del brazo sin considerar que podía estar causándole dolor.
-Hey Lawrence, ya salimos de allí ¿Puedes soltarme? - le pidió Kaeya, el caballero lo soltó y echó una rápida mirada a su pecho, todavía más expuesto por el gran escote formado por la ausencia de botones, se notaba que Wagner lo había manoseado hasta con las uñas.
-¿Ese tipo te folló duro? - se burló Lawrence, el príncipe sonrió actuando como si eso no fuera un insulto.
-Oh, por supuesto, tú debiste ser testigo ¿Grité mucho?
-Como una puta.
-Técnicamente lo soy, esa belleza que traes en la mano me costó la mitad de lo que vale, Wagner es tan generoso con sus descuentos - comentó Kaeya sonriendo, el caballero miró los zafiros de la espada, concluyendo algo acerca del herrero.
-Así que no sólo es débil al alcohol, sino que también a las putas más caras.
-Por la forma en la que hablas de él, no parece caerte muy bien.
-Más o menos, por su culpa y la de mi padre llevo un nombre no muy bien visto por aquí.
-¿El clan Lawrence? Oh, qué injusto, pero por ellos - comentó Kaeya, Lawrence lo miró fastidiado - quiero decir, cualquier persona que no se lleve bien con Barbatos tiene mi respeto y comprensión.
-Tienen fama de conspiradores, supongo que para ti, siendo el enemigo, son gente de interés - dijo el soldado, el príncipe se rió en voz baja con melancolía.
-Seguro tienen razones igual de válidas que las mías para desearle la muerte.
-No digas eso en mi presencia.
-¿Quieres que mienta? - preguntó Kaeya, Lawrence sólo se quedó callado - de todos modos ¿Por qué Wagner es el causante de tu "terrible" nombre?
-Mi padre y él hicieron una apuesta por ver quién bebía más, si mi padre perdía tendría que llamarme "Lawrence", ya sabrás el resultado - le explicó, el príncipe tocó su barbilla pensando en ese detalle acerca de Wagner.
-Así que le gusta beber, qué interesante sería competir con él, incluso si perdiera, sé que mi castigo sería mucho mejor que el de tu padre - comentó el príncipe mordiéndose el dedo índice sin temor a verse aún más promiscuo, Lawrence lo miró de los pies a la cabeza, él y varios de sus compañeros hablaban a veces de cómo se lo follarían si tuviesen más oportunidades de encontrarselo a solas, justo como en ese momento.
-¿Todavía te falta comprar el regalo de la princesa Qiqi? - preguntó Lawrence escondiendo sus intenciones.
-Sí, pasaré a la juguetería luego de visitar al sastre y a su esposa, no necesitaré tu ayuda con ello así que, puedes ir al castillo con esa espada - le sugirió Kaeya, pero el caballero tenía algo en mente, y en vez de alejarse, se acercó mucho más a él.
-Si tienes que ir a que reparen tu ropa, puede que te falte dinero para comprar un juguete para la princesa - le susurró al oído, agarrándolo de los hombros; el príncipe se quedó quieto, tenso y serio.
-No te preocupes por eso, tengo suficiente para ambos lugares - le respondió, pero Lawrence le apretó más los hombros, sus nudillos se veían blancos por la presión que ejercía para sujetar a Kaeya.
-Te puedo prestar dinero para que no tengas problemas si no aceptan follarte como pago - le ofreció, pero el príncipe se movió esquivo para que lo soltara.
-No gracias, eres muy amable, pero no me falta el dinero para conseguir lo que busco - le respondió acelerando el paso para alejarse, pero el caballero lo agarró del brazo dolorosamente y lo arrastró de vuelta hasta él.
-No todo el mundo cae en tus encantos, si te falta el dinero y no puedes entregar el culo, no podrás conseguir el regalo de la princesa Qiqi, o no arreglarán tu ropa y vas a presentarte ante los principes así como luces ahora - insistió Lawrence apretándole el brazo, Kaeya quiso moverse para seguir su camino, pero el soldado era muchisimo mas fuerte y no pudo dar más de un paso.
-En serio, no tienes que molestarte - respondió el príncipe antes de empezar a ser arrastrado por Lawrence - te lo juro, no es necesario que...
-Cállate - le ordenó el caballero tirando de su brazo, Kaeya parecía un animal a punto de caer en las garras de un depredador, su expresión paulatinamente mostraba miedo y angustia.
-Lawrence, estoy bien de dinero - reiteró el príncipe mientras el soldado abría de una sola patada la puerta de una bodega, Kaeya tembló y se esforzó inútilmente para no entrar allí - Lawrence en serio, si me falta el dinero recurriré a ti, pero no... - trató de decir el príncipe mientras lo obligaban a meterse en esa oscura habitación.
-¡Dije que te callaras! - exclamó el caballero de Favonius tirando a Kaeya contra el piso, justo detrás de unos barriles que los cubrirían de la vista de los dueños de la bodega o de los transeúntes que vieran abierta la puerta; el corazón del príncipe se agitó, nada podía hacer contra alguien más fuerte que se bajaba el pantalón para someterlo, como cuando un venado solo tenía la alternativa de quedarse quieto cuando un lobo le mordía el cuello.
Tras unos minutos Lawrence se levantó, abotonó su pantalón y tiró encima del cuerpo de Kaeya las monedas de bronce que traía, entonces se retiró sin decir nada y dejó que el príncipe posara una mano sobre uno de los barriles, temblando por el shock y el terrorífico momento que acababa de vivir; luego puso la otra mano sobre el barril y se impulsó torpemente para asomarse, lo peor de ese tipo de episodios era que aunque quisiese mantener la cabeza fría, su cuerpo sufría las consecuencias del dolor y el pulso acelerado, no era algo que pudiera controlar. Entonces, en vez de levantarse, se quedó arrodillado en el piso de la bodega, en silencio, procesando esa situación humillante en la que estaba sucio, adolorido, temblando y sollozando en el suelo polvoriento, rodeado de monedas que no eran ni de plata ni de oro; y sin embargo, se consideraba tan patético y débil que con sus manos temblorosas quiso recoger todas las monedas que no habían quedado atrapadas bajo los barriles.
Luego de llenar su monedero, el principe se levantó lentamente, con dolor entre las piernas y el interior de su estomago, no entendía porque aquello lo hacía sentir peor que haberlo hecho con Wagner, quien era por naturaleza más rudo que Lawrence; lo mismo le ocurría con Venti, incluso cuando simplemente lo follaba sin ningun tipo de castigo corporal, se sentia mil veces más doloroso que tener sexo con Wagner y otros amantes con los que hacía negocios. Era un malestar emocional, no había más explicación para que hasta sus propias venas lo hicieran sentir incómodo, que su pecho se sintiera vacío, que sintiera frío sin ser invierno, que le costara caminar cuando según su cabeza "no había sido para tanto".
Antes de salir de la bodega, trató de sacudirse todo el polvo que podía, se arregló el cabello y notó que había perdido el resto de los botones de su camisa, por lo que salió de allí agarrando la tela para cubrirse, era obvio que quería esconder su torso, pero esa era la única manera de caminar por las calles sin ser acusado de indecencia pública. Mientras iba rumbo a la sastrería donde Barbatos le había comprado varios de sus conjuntos, el príncipe se repetía en la mente que "aquello no fue la gran cosa", buscando de algún modo dejar de temblar y ahogar sus ganas de llorar, pues iba a presentarse ante la pareja que atendía ese sitio, y no quería que le hicieran demasiadas preguntas, o que al menos no le hicieran preguntas que revelaran su verdad.
Antes de tocar la puerta, se arregló el cabello una vez más y sacudió inútilmente su ropa blanca llena de manchas de polvo, mentalizandose para entrar seguro de sí mismo, fingiendo que nada había pasado y repitiendo una y otra vez que "no sentía miedo"; una vez listo, llamó para que le abrieran, la costurera lo recibió, verlo cubrirse con las telas de su camisa sin botones la hizo sentir confundida, si no lo hubiera reconocido como el muchacho que siempre acompañaba al rey, le habría cerrado la puerta en la cara al confundirlo con alguien de una clase social diferente a la que acostumbraban atender. La mujer tenía unos 45 años, llevaba un vestido marrón muy sobrio y fino, sin embargo funcional para cumplir su oficio de coser y bordar; ella llevó a Kaeya hacia el interior del taller, por suerte no había más clientes dentro del lugar, por lo que el príncipe se sintió cómodo para pedirle el favor que quería pedirle.
El sastre, marido de aquella mujer, llegó hasta la habitación donde él estaba esperando, y lo miró despectivamente de arriba a abajo, como si creyera que era poco más que un vagabundo; entonces con disimulo el sastre se acercó a su esposa para preguntarle quién era ese joven, y ella le respondió que era el acompañante del rey, al que a veces veían en los eventos de alta alcurnia o en celebraciones públicas, siempre a su lado. Kaeya se sentó a esperarlos, mirando los trajes ya fabricados y expuestos en maniquíes, sonreía pensando en lo mucho que le gustaban los detalles ostentosos; la sobriedad y el minimalismo sin duda no eran lo suyo.
-¿Se le ofrece algo? - preguntó el sastre mientras su esposa preparaba la máquina de coser, el príncipe se levantó y los reverenció a ambos.
-Mil perdones por meterlos en esta bochornosa situación, pero acabo de tener un imprevisto que dañó la ropa que llevo puesta, fue fabricada en este lugar así que, supongo que ustedes pueden repararla con el mismo set de botones - les explicó Kaeya enseñando el interior de su bolsa de monedas, donde había una variedad de monedas de plata, oro y bronce, a modo de hacerles entender que él pertenecía a su misma clase social.
-¿Un imprevisto hizo que perdiera todos los botones? - cuestionó la costurera, ella ponía en duda que sus costuras fueran tan débiles como para que cualquier cosa las dañara, en su mente que nunca había sido manchada con las injusticias de la vida, imaginaba que un niño pequeño había tomado unas tijeras para romper los hilos con los que cosió los botones.
-Bueno... es algo muy poco ortodoxo de admitir pero... - decía Kaeya mientras bajaba lentamente los hombros de la camisa para entregarsela, el sastre y su mujer se escandalizaron al ver las marcas indecentes en su piel morena - no es el tipo de imprevisto apto para todo público...
-¿Es en serio? - dijo el sastre sin pensar, su esposa tosió para recordarle que no debía ser grosero con los clientes - ¿Acaso usted es... un trabajador sexual?
-Algo así, no trabajo en el barrio rojo, todos mis clientes son de la alta sociedad - mintió para no tener que dar una explicación que revelara lo débil y "sucio" que era en verdad.
-Eso quiere decir que... - murmuró la costurera mientras enhebraba una aguja - ¿Usted no es el sobrino del rey?
-Válgame, no, eso sería bastante inmoral - respondió el príncipe, la mujer se cubrió la boca mirando a su marido, quien también estaba sorprendido.
-¿Cuál es su relación con el rey? - preguntó el hombre, Kaeya enseñó su mejor sonrisa astuta para ocultar lo dolorosa que sería esa nueva mentira.
-Soy su favorito... el rumor de "su sobrino" no fue inventado por él, de seguro otro de mis clientes casados que había sido visto conmigo, difundió esa teoría para que, en vez de que su esposa creyera que estaba paseando con un trabajador sexual, estaba haciéndolo con un miembro de la realeza - relató el príncipe, hasta él mismo parecía convencido con esa historia, la pareja se miraba con asombro.
-No creí que el rey... - murmuró la mujer, Kaeya rió, apoyando sus codos en una de las estanterías, exhibiendo su torso desnudo con su actitud provocativa.
-El rey sigue siendo un hombre, un hombre merece recibir placer... Eso no lo convierte en un monstruo - comentó el príncipe queriendo morderse la lengua para no decir que sí que era un monstruo, pero por otras razones.
-No queremos meternos en la privacidad del rey - dijo el sastre recibiendo en sus manos la camisa sin botones de Kaeya, entonces este caminó a su lado, contoneándose para actuar como el prostituto que en teoría era.
-¿Recuerdas haber cosido esto linda? - le preguntó a la costurera enseñándole los detalles de la camisa, los ojos del sastre se desviaron hacia sus nalgas casi por instinto - me gustaría que fueran los mismos botones, el rey me regaló esta camisa y no quiero decirle que la rompí, o más bien, que un cliente la rompió por mi.
-Disculpe... - dijo el sastre para llamar su atención - tiene una mancha de sangre allí... - le avisó, el príncipe se giró para ver que efectivamente tenía una pequeña mancha roja entre las piernas, probablemente cortesía de Lawrence.
-Oh vaya... mi cliente fue muy rudo hoy, esto si me deja en una situación complicada - comentó, la costurera había empezado a seleccionar los botones cuando se fijó en el escultural pecho del joven, podía entender porque había gente de la alta sociedad que contrataba sus servicios.
-También podemos restaurar las telas manchadas, pero, si lo hiciéramos ahora usted no tendría nada con que cubrirse - pronunció el sastre, Kaeya analizó tanto al hombre como a la mujer de esa relación marital, y había deducido que llamó la atención de ambos.
-Eso no es problema, puedo dejarles también los pantalones - dijo sin esperar una respuesta para comenzar a quitarselos, el sastre y su esposa abrieron los ojos al máximo cuando el príncipe quedó en ropa interior delante de ellos - necesito que este conjunto esté como nuevo para esta noche... - les dijo con su sensual voz a ambos, la mujer se ruborizó y el hombre trató de disimular su erección abrochándose la chaqueta.
-Para esta noche sería imposible tener listo el trabajo de limpieza - explicó la costurera, los ojos de su marido se iban por inercia hacia los glúteos de Kaeya, ocultos detrás de unos calzoncillos con la misma mancha de sangre, que obviamente el príncipe no podía quitarse.
-Bueno... me estoy empezando a sentir preocupado... - susurró Kaeya caminando de un lado a otro lentamente, enseñando como siempre sus atributos y hablando con una voz atractiva y melódica - necesito comprarle un regalo a la princesa Qiqi de Liyue, pero también necesito un traje para cenar con ellos... - dijo haciendo un pequeño puchero, moviendo las caderas para hipnotizar al matrimonio - ¿Puedo alquilar un traje y pagarlo mañana?
-Necesitamos un adelanto para alquilarle uno... - murmuró el sastre distraído con la figura joven y esbelta del príncipe, no quería sonar promiscuo, pero la situación había hecho que sonase en doble sentido, su mujer se enfadó, pero a la vez se sintió hipócrita porque ella estaba mirando también.
-¿Podemos negociar los tres? Es que realmente necesito comprarle un lindo juguete a esa princesita - les pidió Kaeya paseándose por los maniquíes, como si ya estuviera escogiendo su conjunto para la cena, el matrimonio tragó saliva, ambos estaban sintiendo curiosidad, pero les costaba admitirlo frente al otro.
-Entendemos su situación pero... - murmuró la costurera mientras su esposo por un simple presentimiento fue hacia la puerta de entrada, colocó el cartel de "cerrado", y le echó llave.
-Por favor cariño... Hoy cenaré con el emperador Morax y todos sus hijos, necesito estar presentable y darles un obsequio a su altura... estoy desesperado... - susurró el príncipe al acercarse a ella, tocando suavemente los labios de esa mujer madura con dos de sus dedos.
-¿Cuánto suele cobrar por sus servicios? - preguntó sin rodeos el sastre, su mujer se sobresaltó tanto por ser atrapada como por el enfado de oírlo preguntar algo así; Kaeya sonrió mirando hacia abajo, esa mentira había ido tan lejos que debía pensar rápidamente un precio para sí mismo.
-Normalmente, 4000 la hora, mis clientes me dicen que soy el mejor en cuanto a la relación "calidad y precio" - respondió recordando el precio de la espada, el hombre intercambió miradas con su esposa, como si tratasen de ponerse de acuerdo.
-Es el valor de nuestros trajes más ostentosos... no sé si la calidad del servicio llegue a costear uno completo - comentó el sastre, su mujer empezó a ponerse celosa, y se levantó para acercarse al príncipe portándose más deshinibida para molestar a su marido.
-¿Usted solo atiende a varones? - le preguntó ella, Kaeya le sostuvo la barbilla, sus bocas estaban separadas por un solo centímetro.
-Eso sería un crimen... - susurró el príncipe, entonces llevó sus propios dedos a sus labios y los lamió lentamente - mi lengua está hecha para el placer masculino y el femenino...
-Ya veo... - murmuró ella abanicándose con la mano, desabotonando los dos primeros botones de su vestido - ¿Hay algún traje que le interese? Tenemos una amplia oferta...
-Vi uno que me agradó - respondió Kaeya volviendo a caminar, esta vez quitandose la ropa interior ante el desconcierto y la creciente curiosidad del matrimonio - este... Me gusta el color azul y los bordados plateados, y no desentonaría en una cena tan importante como la que compartiré con el rey Barbatos y el emperador de Liyue.
-Sir... Aún no terminamos de establecer qué porcentaje del traje pagará, eso sin contar la reparación de su ropa - comentó el sastre, su esposa le dio un codazo por aguafiestas.
-¿Devaluará mis servicios sin probarlos primero? - cuestionó el príncipe dándose la vuelta, la costurera se tocó las mejillas al verle los genitales, y su marido ya no quiso ocultar más la erección que tenía - oh, eso de ahí se ve prometedor.
-No he perdido mi virilidad ¿Verdad? - preguntó el sastre a su mujer, esta movió la mano para indicar que era un 50/50.
-Soy bueno con personas de todas las edades, excepto menores de 19 años, ese es un límite que no cruzo - comentó el príncipe volviendo a caminar hacia ellos sensualmente - sobre el precio... puedo proponerles algo...
-¿Si...? - lo alentó a proseguir la costurera mirando la entrepierna de Kaeya, su esposo se colocó a espaldas del joven y tomó sus caderas, listo para esperar la señal para comenzar.
-Puedo darles mis servicios hoy, si no resulta ser de su agrado, pagaré mañana todo lo que les deba, pero... si les gusta... - susurraba el príncipe colocando suavemente las manos sobre los pechos de la costurera.
-Si nos gusta, te llevas el traje y la reparación sin costo alguno - prometió el sastre, su esposa ya se estaba desabrochando todo el vestido delante de Kaeya, este automáticamente se puso duro, las mujeres le habían dado sus mejores experiencias sexuales, o al menos experiencias donde nunca fue forzado, por eso sus erecciones tardaban más en aparecer cuando lo hacía con hombres.
Complacer a personas mayores de 40 años no era lo mismo que complacer a Barbatos, que a pesar de ser mayor que ellos, seguía conservando la energía de un joven por el consumo de aqua vitae; el sastre y su esposa se desvistieron y volvieron a sus lugares, él detrás de Kaeya, ella por delante, no eran nada despreciables físicamente a pesar de la edad, él no tenía problemas con su erección, ella tenía unos pechos caídos pero grandes al igual que sus caderas, y una cintura de avispa por los corsés que acostumbraba usar. Kaeya se derretía mirándola, como todas las mujeres tenía un encanto irrepetible, pero el hecho de que fuera madura le daba un toque incluso más único, lo mismo pasaba con su esposo, algo de experiencia debían dar los años para saber cómo satisfacer, por eso el sastre masajeaba desde atrás los pechos y el torso del príncipe, y la costurera lo masturbaba mirándolo a los ojos.
Sin embargo Kaeya sabía que la edad de ambos los hacía requerir un cuidado especial, algo suave, pausado, delicado y que estimulase tanto sus mentes como sus cuerpos, por eso se giró ligeramente para colocar una mano en el perineo del hombre, dando un masaje lento que estimulaba la próstata desde afuera, manteniéndolo caliente sin la necesidad de obligarlo a usar su pene como un salvaje. Con la otra mano la estimulaba a ella acariciando zonas erógenas alejadas de los genitales, en general, las mujeres pedían atención a los detalles, ya fueran maduras o jóvenes, él les daba caricias y les susurraba palabras lascivas al oído antes de empezar el aburrido y rápido "mete y saca"; la costurera hacía ruidos de satisfacción escuchándolo decir lo hermosa que era, lo caliente que se sentía su cuerpo de reina, las ganas que tenía de morderle los labios y los pechos.
Kaeya solía pensar con resignación que había nacido para darle placer a los demás, y pensaba también en como hacer para satisfacer a determinadas personas según sus necesidades, la necesidad del sastre era que su erección no bajara, la de su mujer era llegar a un orgasmo real sin llevarse una decepción que le hiciera pensar que ya no quería volver a tener sexo; también estaba el factor de la atrofia ósea y muscular que podían sufrir, así que Kaeya les propuso que se sentaran en el piso alfombrado. Ambos siguieron sus instrucciones, el principe les pidió que no se movieran mucho, estaba en medio de los dos, a ella le abrió las piernas, a él le enseñó su retaguardia en todo su esplendor, dilatandose a si mismo mientras le daba sexo oral a su mujer; el sastre se entusiasmó y lamió sus dedos para ayudar a Kaeya a dilatarse, este estaba concentrado lamiendo la vagina de esa madura, poniendo especial énfasis en el monte de venus.
En ese momento se preguntó porque no era así de considerado con Zhongli, que tenía la edad de esos dos, y llegó a la conclusión de que además de que Morax se conservaba viril por cuenta propia, la realidad era que detestaba verlo disfrutar, y mucho menos iba a preocuparse de si llegaba a ser tan decrépito como para fracturarse la cadera. Continuando con esa pareja de casados, el príncipe movió el culo de arriba a abajo, rozando la polla del hombre entre sus nalgas, luego siguió masajeando los pechos de la mujer y chupándole el coño, percibiendo el momento en el que aquella parte se lubricó tras los minutos de estimulación; el sastre le acarició los glúteos lento y suave, luego se chupó el dedo índice y lo metió para preparar a Kaeya, este se sentía afiebrado, pensando en lo repugnante que era por estar follando para pagar todo lo que quería comprar, a veces cobraba conciencia de lo que era, o en lo que se había convertido.
Entonces agitó la cabeza para ignorar la voz que le decía que él valía menos de 4000, y gateó para ponerse sobre la costurera, besandole las tetas y lamiendola mientras le acariciaba suavemente el clítoris, mojando previamente sus dedos con los fluidos de la mujer; el esposo de la costurera se acercó por detrás del príncipe y siguió usando los dedos para aflojarlo, eso le parecía muy considerado de su parte a Kaeya, quien relajó los músculos y levantó más las nalgas, masturbando a la mujer y lamiendo todo su torso y cuello. Recordó entonces su propia filosofía de estimular todos los sentidos posibles de sus amantes, por eso comenzó a hacer ruidos lujuriosos, disfrutando genuinamente el momento; tras esa pausada y detallista fase preliminar, la pareja se sintió lista para la etapa que más esfuerzo físico requería.
El príncipe comprendió las expresiones de impaciencia de ambos, y se dispuso a acercar las caderas hacia adelante, penetrando poco a poco a la costurera, no fue una tarea difícil pues se aseguró de haberla excitado mucho previamente; el sastre hizo lo suyo introduciendo su pene dentro de Kaeya, quería moverse rápido, pero él mismo príncipe le pidió que se tomara su tiempo, que cerrase los ojos y respirara profundamente, sintiendo cada movimiento, tacto y respiración. Kaeya se movió hacia adelante y hacia atrás, moviendo las manos para masajear sin parar a la mujer, chupando sus pezones y gimiendo calmado y angelical, totalmente enfocado en complacerlos a ambos, en dar y recibir.
El matrimonio se miró mutuamente, no sólo era el hecho de que estuviesen teniendo sexo con un "trabajador sexual" profesional, ambos estaban extasiados por el morbo de verse a sí mismos darle placer a una tercera persona ajena a ellos, el calor era difícil de soportar, y sólo podían descargarlo pidiéndole más y más intensidad al principe, que cumplía sus demandas al pie de la letra, moviendose de forma ondeante entre dos amantes, apretado por detrás y húmedo por delante. El joven cerró los ojos y susurró palabras para expresar lo placentero que se sentía probar los dos sexos al mismo tiempo, las palabras sucias calentaban al matrimonio, quienes también comenzaron a hablar entre ellos, sonreír y reír con dicha por esa experiencia maravillosa y pecaminosa.
De pronto se detuvieron, ella quería moverse más y él quería descansar un momento, así que Kaeya sonrió y rotó de posición, el príncipe recostado boca arriba, el sastre arrodillado a la altura de su cara, y la costurera sentándose sobre la pelvis del joven; ella misma lo encajó una vez más y rebotó sobre él, era hipnótico para Kaeya, él mismo estaba experimentado en ese momento el placer visual que se aseguraba de entregarle a cada persona que lo hacía suyo, con las damas era imposible estar flácido. Volvió a sus casillas cuando vio asomarse la verga del sastre frente a su cara, entonces colocó una mano entre el escroto y el ano para acariciar la zona más sensible de ese hombre, quien ya estaba haciendo muecas que ponían en manifiesto que aguantaba cuanto podía las ganas de eyacular antes de tiempo.
Definitivamente no lo iba a lograr, pues en cuanto el príncipe abrió la boca metiendo el glande hasta la mitad de su cavidad bucal, la corrida del hombre salió disparada, cayendo sobre la lengua de Kaeya; el sastre se disculpó avergonzado, pero el príncipe no se inmutó, y en cambio tragó sin reparos y cerró los ojos mientras tomaba los testículos de ese hombre y le besaba delicadamente los genitales mientras estos se volvían blandos, eso le ayudó a su nuevo amante a estar más relajado y menos molesto consigo mismo. Kaeya le propuso que se sentase a sus espaldas y que lo abrazara desde atrás, mientras él abrazaba a su mujer también y movía las caderas con descontrol, agarrandole las nalgas, redondas, grandes y con algunas estrías; ella gimió a todo pulmón, observando con los ojos brillantes a su esposo, el único momento en el que el príncipe no la oyó gemir fue cuando la pareja comenzó a besarse apasionadamente.
Kaeya pensó en la hora, seguro estaban por dar las tres de la tarde, así que tuvo que darse prisa, penetrando veloz a la costurera y tocando su clítoris con el mismo ímpetu, tan salvaje que en unos minutos ella soltó los labios de su marido para gritar al llegar al clímax, con los ojos abiertos por la sorpresiva ola de calor en la que fue envuelta; el príncipe sostuvo la cabeza de la mujer y la llevó hacia atrás para recostarla, se puso de pie y les dio la espalda terminando de masturbarse él mismo para bajar la erección. Una vez listo, giró la cabeza y vio al matrimonio sentado en la alfombra, tomándose las manos y acariciandose con amor, él sonrió, se dio la vuelta e hizo una reverencia como si hubiera terminado de dar un espectáculo; al salir de la tienda iba vestido con el traje azul con hilos plateados, sin haber pagado ni por el traje completo ni por la reparación de su otro conjunto.
Tenía poco tiempo para realizar su ultima compra antes de ir a conocer mejor a Dainsleif en la taberna, no había almorzado, pero eso era lo de menos para él, alimentarse dejó de ser una prioridad desde que perdió a la persona que más amó, la unica que siempre se preocupaba por su bienestar, por su nutrición y felicidad; recordarlo era una tortura para Kaeya, por eso se esforzaba en reprimir esos recuerdos, aunque lo amase como a nadie más, esas memorias dulces le dolían cuando era consciente de que ya nunca podría vivir algo así otra vez. La mejor manera de sobrellevar su estilo de vida era fingir que nunca estuvo bajo la protección de Crepus Ragnvindr, solo de esa forma podía encontrar algunos momentos de alegría, la pareja con la que había "negociado" le dio una bocanada de aire fresco cuando los vio besarse, amandose luego de haber compartido un momento intimo con él, Wagner también lo había hecho sonreir de verdad cuando lo ayudó luego de haber tenido sexo, gestos como esos eran suficientes para pensar que algo bueno le ocurrió en el día.
Lo que no podía evadir era el tener que beber agua, su estilo de vida le obligaba a mantenerse hidratado para complacer a sus amantes, así que mientras acercaba los labios a un bebedero publico, pensó con incertidumbre en lo que le quedaba de día, lo que ocurriría en la jugueteria no sería la ultima vez del día en que alguien iba a follarselo, si le resultaba todo bien con Dainsleif, podría tener sexo rapido con él antes de la cena, y luego de la misma, no podría librarse ni de Venti ni de Zhongli; se preguntó entonces si tendría energias para ese momento o si solo se quedaría quieto y desmayado cuando esos dos lo devoraran otra vez. Pensamientos como esos no lo dejaban sentir paz, saber que el día no acabaría bien era sumamente angustiante, pero luego de racionalizarlo se convencía a sí mismo de que estaba tan acostumbrado a que lo usaran como un contenedor de esperma, que el hecho de ser penetrado ya no era la gran cosa, ni lo que más le dolía; la parte más dura de sus días era enfrentar otras situaciones que atacaban directamente a su corazón, como por ejemplo, ver al artesano de la juguetería.
Lo recordaba vagamente de aquella epoca en la que estudio en Bellas Artes, él no era popular, pero cuando le regalaba poemas al príncipe, este le respondía acariciando su barbilla provocativo, manteniendo el encanto aunque no tuviese pensado darle una oportunidad; aun sin haber sentido ningún interés por él, Kaeya sentía nostalgia cuando pasaba por fuera de cualquier negocio donde antiguos compañeros suyos trabajaban, todos siguieron algo relacionado a sus intereses, menos él, ese era otro recordatorio de lo que no pudo ser. Debido a la llegada de Morax y sus hijos, todo el pueblo seguía celebrando por fuera en las calles, y los negocios no atendían a muchos clientes, eso era una ventaja para el príncipe, quien se metió en la juguetería y solo encontró a su antiguo compañero sentado y sosteniendo su quijada, aburrido y amargado por la falta de clientela; este se enderezó de golpe cuando Kaeya lo saludó, para él era desconcertante verlo una vez más.
-Hola Heinrich ¿Me recuerdas? - dijo el principe caminando hacia el meson con las manos por detras, sonriendo tan coqueto como cuando ambos estaban en la misma academia - soy Kaeya, estabamos en la clase de arte.
-Sí, me acuerdo de ti - respondió hablando golpeado y serio, el príncipe apoyó las manos en el mesón, seguía actuando amigable y atractivo, pero tenía el presentimiento de que su antiguo compañero no le devolvería la misma amabilidad.
-Ahora te dedicas a fabricar juguetes, son bastante lindos, la escultura y el grabado en madera siempre fueron tu fuerte - comentó Kaeya mirando las estanterías de la parte de arriba, enseñando "accidentalmente" su escote.
-Y mis poemas una mierda - murmuró por lo bajo Heinrich, el príncipe no dijo nada, fingiría no haberlo oído para no entrar en tensión con él - ¿Son ciertos los rumores?
-¿Cuál de todos? Hay muchos rumores acerca de mi - respondió Kaeya haciendo como si no entendiera a que se refería, su antiguo compañero se quedó callado, irritado por la sola idea de mencionarlos - los peores se acercan a la verdad.
-¿Dejaste Bellas Artes para ser la puta del rey? - le preguntó sin rodeos, el príncipe rió resignado, una vez más tendría que encubrir el verdadero crimen de su enemigo.
-Más o menos, pero si es algo cierto, es con quien más comparto el lecho, realmente le gusto - pronunció Kaeya, Heinrich arañó la mesa con sus gruesas uñas, como si le indignase que el príncipe "escogiera" ese destino.
-Entonces, le estuve escribiendo poemas a una puta por tres años de mi vida, que desperdicio - escupió sin sutilezas, Kaeya agachó la vista, no podía culparlo por pensar así de él.
-Bueno, no soy cualquier tipo de trabajador sexual, atiendo a la alta sociedad de Mondstadt, se gana bien - comentó, Heinrich lo miraba como si quisiera golpearlo.
-Incluso si te la meten los ricos, sigues siendo una puta.
-Es cierto, es lo que soy.
-Y aun asi, vas a todos los eventos de mierda de esta ciudad en compañía del rey Barbatos - dijo con rencor, el príncipe hizo un conteo mental del dinero que traía, estaba dispuesto a usar hasta la última moneda de bronce con tal de no negociar más con él - hay muchos de nuestros compañeros que piensan que te volviste su confidente, no tienen idea de que solo le entregas el culo por dinero.
-Examina esa afirmación un momento, puede que reciba dinero, pero también me codeo con las personas más importantes de esta nación, o incluso de Liyue. Así que, no es solo un intercambio de sexo por dinero, es cuestión de prestigio - le dijo aunque fuese una mentira, al menos era una mentira que lo hacía quedar bien.
-¿Qué prestigio puede tener una zorra en medio de tantos magnates?
-No quiero interrumpir este descargo injustificado contra mi persona, pero estoy aquí para comprarle un obsequio a una niña - le aclaró Kaeya mirando las casas de muñecas talladas a mano que estaban en las estanterías detrás del mesón - esas de allí se ven bien ¿Cuál es su costo?
-3000, madera de pino blanco para que resalten los tonos pastel de la pintura, madera de marfil rojo para el tejado, y los detalles estan dibujados con oro liquido - le respondio su antiguo compañero, el principe revisó sus monedas, tenía 2840 en total, pero no pensaba recurrir a su método para conseguir ese juguete en específico, no con alguien que le daba tan mala espina.
-¿Hay alguna un poco menos costosa? Tengo 2800 en el monedero - le explicó Kaeya, entonces Heinrich estiró una mano y le agarró con fuerza uno de sus glúteos, el príncipe no dijo nada al respecto, solo esperó a que respondiera su pregunta.
-¿Te gastaste el resto de tu paga en este modelito? - cuestionó su antiguo compañero sonriendo perversamente, Kaeya no le dijo que lo consiguió sin costo alguno.
-Este conjunto tiene más de un mes, simplemente no traje más dinero porque no creí que una casa de muñecas valdría tanto - comentó el príncipe, luego Heinrich agarró uno de sus pechos, acercando los dientes al rostro de Kaeya, intimidante e impredecible.
-Mi arte vale eso, el arte de una puta como tú nunca valió nada - pronunció con desprecio, el príncipe se quedó quieto, atemorizado nuevamente por alguien con mayor fuerza bruta que él - nunca tuviste talento, Kaeya.
-Lo sé, nunca lo tuve - reconoció el príncipe mientras su antiguo compañero le manoseaba los pectorales furiosamente.
-Y aun así compartes con los poderosos, mientras artistas como yo nos quedamos en el anonimato en esta ciudad de mierda - gruñía Heinrich agarrando la nuca de Kaeya con una de sus manos, el príncipe se mantenía calmado e inmovil, un movimiento en falso gatillaría una agresión todavía peor que no quería recibir.
-Tu arte es muy bueno, no cabe duda, por eso pienso que aspirar a mi tipo de "reconocimiento" no es lo tuyo ¿No querrás cumplir mi oficio o si? - cuestionó Kaeya sarcastico, Heinrich sonrió de lado y lo soltó un momento.
-Tienes razón Kaeya, todos queremos reconocimiento por nuestros talentos - decía su antiguo compañero mientras estiraba el dedo índice delante de los labios del príncipe - el tuyo es chupar y mover el culo a cambio de dinero y bienes ¿Verdad? - preguntó con el dedo extendido, esperando a que Kaeya abriera la boca sumisamente para lamerlo, mas solo lo vio quedarse quieto mientras contemplaba otras casas de muñecas.
-Esas de ahí no tienen detalles en oro ¿Cuánto cuestan? - dijo el príncipe, Heinrich bufó con odio ante esa respuesta "anticlimática".
-4000 - le mintió en la cara, Kaeya miró unas muñecas de porcelana, como si buscase algo que encajara en su presupuesto - esas también valen 4000.
-¿Hay algo que valga menos de 3000? - le preguntó, su antiguo compañero sonrió apretando la mandíbula, a punto de estallar de rabia.
-Para ti, no hay nada más barato que 3000 ¿Qué me propones? - pronunció volviendo a agarrar la nuca del principe para dominarlo, este tenía miedo, pero sabía que decirle un "no" solo lo volvería más agresivo.
-Puedo abonar 2800 hoy y traerte el resto mañana - sugirió, pero Heinrich le agarró el cabello y tiró de él, sacándole un quejido de dolor a Kaeya.
-Paga los 2800, y el resto me lo pagas con una follada ¿Te parece justo? - cuestionó malicioso, desquitandose con el príncipe por no haberle cumplido sus fantasías juveniles en su tiempo; Kaeya no se daba cuenta de que estaba temblando aterrado, fingía mantener el control de la situación, pero en realidad solo era una presa en las garras de otro carnívoro.
-Sí, acepto eso... - susurró el príncipe para evitar tener que ser forzado brutalmente, su antiguo compañero caminó por detrás del mesón y salió para estar justo frente a él, con grandes expectativas de todo lo que pensaba hacerle para descargar la frustración sexual nunca saciada en la adolescencia.
-Desnudate - le ordenó Heinrich, Kaeya usó sus temblorosas manos para quitarse poco a poco su nuevo traje, dejandolo caer al suelo mientras enseñaba su cuerpo a su antiguo pretendiente, que tuvo una erección apenas lo vio sin ropa del cuello para abajo - hace tanto que quería hacer esto... - susurró Heinrich agarrando el cabello del príncipe para mantenerlo quieto mientras le escupía en los dos pechos y le daba una fuerte bofetada en el rostro.
-No hay necesidad de... - murmuró Kaeya sin poder terminar la frase al recibir otra bofetada dolorosa - por favor no hagas eso, haré todo lo que pidas pero no...
-¡Cierra la puta boca! - exclamó Heinrich jalando el cabello del príncipe para arrastrarlo hasta una pared.
-Por favor... - le pidió Kaeya empezando a derramar lágrimas, recordando que había aceptado y que se suponía que no debía sentirse asustado si le dijo que si quería; entonces su antiguo compañero le agarró el cuero cabelludo y le estrelló violentamente la frente contra la pared, el príncipe sollozó y cerró los ojos, pues ya no tenía sentido pedir piedad, sólo debía quedarse quieto y recibir en silencio el cruel trato que le daría.
Luego de algunos minutos Heinrich soltó a Kaeya, dejandolo caer al piso muy cansado y adolorido, tenía magulladuras en todo el cuerpo, una en la mejilla y sangre en la frente debido a los golpes que le dio contra la pared, el artesano lo dejó tirado mientras se arreglaba la ropa y bajaba la casa de muñecas que el príncipe había escogido para la princesa Qiqi. Kaeya sollozó mientras apoyaba las manos en el suelo para tratar de reincorporarse, su antiguo compañero le miraba con indiferencia, no estaba decepcionado de la experiencia, pero si sentía que algo no lo llenó, en sus fantasías el príncipe le reía las gracias y le rogaba de rodillas que siguiera follandolo, pero la realidad no había sido así, por lo que no tenía el valor de burlarse mientras este se arrastraba para poder vestirse.
Ninguno de los dos emitía palabra, Heinrich incluso se sintió incómodo, debido a su ego no dejaba que su consciencia le dijera que había hecho algo incorrecto, sin embargo era inevitable no pensar que Kaeya se veía completamente destrozado y patético; para no tener que pedir disculpas, le dio la espalda mientras el príncipe se colocaba la ropa con movimientos torpes y debilitados por el cansancio y el dolor. Cuando se puso de pie, su antiguo compañero le entregó la casa de muñecas, Kaeya la tomó en silencio y caminó lentamente hacia la salida, por suerte los pantalones no eran blancos como su primer conjunto, si tenía sangre entre las piernas, ya no sería tan evidente una mancha allí; le dolía como si la tuviera.
Cuando ese tipo de cosas ocurrían, le costaba procesarlo por un largo rato, una cosa era ser abusado por Barbatos, otra muy diferente era cuando otros hombres de manera furtiva lograban atraparlo, de pronto todo se volvía más aterrador, violento, angustiante, sofocante y doloroso; pasar de un momento a otro a ser golpeado y sometido, luego de haber intentado dialogar y conseguir lo que buscaba con su propio dinero, sin trucos, era algo injusto desde cualquier ángulo. El príncipe había deducido hacía mucho tiempo que no existían los ángeles de la guarda, ni los espíritus de seres queridos, que no existía ningún dios, porque si todo eso hubiese existido, no ocurrirían ese tipo de cosas en el mundo, débiles como él no estarían desprotegidos ante cualquier predador, valiéndose únicamente de sus palabras, si es que llegaban a ser efectivas.
Y una vez más, no era su cuerpo el que estaba tan absurdamente herido que le costaba caminar, eran su mente, y su alma, que de algún modo lograban hacer que todo lo demás se volviera pesado y doloroso, él siempre estaba diciéndose que "no era para tanto", que "no lo habían herido demasiado", pero llegaba un punto en el que se detenía mientras su mente callaba esas frases de aliento para decirle "estoy tan cansado", "ya no puedo más", "solo quiero descansar". Llegó entonces a los pies de una fuente de agua en la que dejó la casa de muñecas, se arrodilló y echó los brazos sobre la orilla de piedra y recostó su cabeza sobre ellos, llorando con desasosiego, rendido por el cansancio y la impotencia de no poder hacer nada para salvarse a sí mismo de los monstruos.
Lloraría los minutos necesarios hasta que ya no tuviera más lágrimas, solo así conseguiría estar presentable durante la cena con sus dos enemigos y los príncipes de Liyue, tenía mucho que esconder ese día, golpes, marcas, sangre, córneas rojas, arrugas en su ropa; por experiencia sabía esconder la mayoría. De pronto, mientras descargaba su llanto, sintió una mano suave y delicada en su hombro, pausadamente miró de reojo la silueta de la persona que había llegado a su lado, la conocía, era una adolescente de cabello castaño y ojos marrones, vestía de rojo y adornaba su cabello con una diadema con una cinta alta en el centro, se llamaba Amber, la nieta de un veterano de los caballeros de Favonius, Kaeya no lo recordaba a él, por lo que asumía que jamás lo tocó contra su voluntad como otros de ellos.
Amber le preguntó si estaba bien, el príncipe no contestó, solo la miró abatido y resignado a verse patético frente a una niña, frente a un prodigio de la academia militar que posiblemente ya estaba por convertirse en parte del Ordo Favonius, en su enemiga; sin embargo, no le respondería mal, su gesto de amabilidad le podía ser útil a futuro, o al menos lo ayudaría a reponerse. Ella se arrodilló junto a él y sacó un pañuelo de su bolsillo, eso le hizo recordar a Kaeya aquel momento en el que Alatus tuvo el mismo detalle con él, solo para volverse el perro faldero de Barbatos de la noche a la mañana, lo mismo podía pasar con esa adolescente; el príncipe cerró los ojos evitando ilusionarse demasiado, mientras ella pasaba con suavidad el pañuelo por sus párpados y mejilla para limpiar las lágrimas.
Kaeya volvió a mirarla, ella era tan joven, y no el tipo de joven que él y su hermano fueron, Amber parecía inocente, alejada del odio y de las cosas feas de la vida, era una lástima que al volverse parte de los caballeros, conocería lo que era corromperse y abandonar todo idealismo; la niña le preguntó si necesitaba ayuda, le ofreció también agua y una caja de galletas que traía entre sus pertenencias, el príncipe salivó, el hecho de que le mencionaran un alimento le hizo recordar que no había comido nada, el hambre permanecía callada hasta que él pensaba en ello. Aceptó modesto comer algunas galletas, Amber se sentó y abrió la caja, Kaeya fue retirando las galletas una por una, sin notar que comenzó a comer compulsivamente; la joven le entregó toda la caja para que comiera a gusto, él sentía culpa por no dejarle nada, pero Amber lo comprendía, se notaba que no se había alimentado en todo el día, por el simple hecho de no tener fuerzas para moverse de su posición.
Al terminar, el príncipe apoyó su cabeza sobre el hombro de la muchacha, agradeciéndole el haberlo ayudado y alimentado, ella sonrió cariñosa y le dijo que era lo mínimo que podía hacer cuando alguien no se sentía bien; Kaeya suspiró, estaba un poco mejor, pero aún debía arreglarse antes de ir a charlar con Dainsleif y Albedo, así que para que Amber no se fijara demasiado en la herida en su frente, él le pidió un favor muy importante: que llevase la casa de muñecas al palacio y que le dijera a los guardias que la transportaran a la sala donde el príncipe Alberich había dejado escondidos los regalos para todos los príncipes de Liyue. La joven se levantó entusiasmada y aceptó sin más su encomienda, considerándolo una misión muy importante por involucrar a tantos miembros de la realeza; cuando ella se alejó cargando en sus brazos el lujoso juguete, Kaeya se giró otra vez frente a la fuente, se quitó un momento el parche que cubría su ojo de vidrio, y se lavó la cara con el agua de la fuente para limpiar los residuos de lágrimas y la sangre de su frente, las córneas irritadas mejorarían solas con el paso de los minutos, por lo que solo le quedaba levantarse, peinar su cabello con las manos, y acomodar las prendas de su traje para no verse desaliñado.
Luego de estar lo más arreglado posible, caminó a la taberna Cola de Gato, no estaba lejos así que llevaba buen tiempo, o así habría sido si al ingresar por la puerta se hubiera encontrado a Dainsleif y a Albedo, pero echó un vistazo desde la puerta a todas las mesas, y no los encontró; antes de que la gente de la taberna lo reconociera y le invitase una copa, el príncipe se retiró rápidamente y supo de inmediato que Albedo no quería que charlase más en profundidad con Dain, por lo cual, seguro estarían en un lugar que él jamás frecuentaría. Entonces, ganando valor se dirigió a otro bar llamado "El obsequio del Ángel", a 5 cuadras de la taberna Cola de Gato; no tenía nada que temer a menos que Albedo y Dainsleif hubiesen decidido sentarse en la barra de bebidas y no en una mesa común.
Lastimosamente para él, Dain, Albedo y Sucrose estaban en la barra, charlando a gusto mientras el cantinero de rojo y largo cabello les daba la espalda por estar limpiando vasos; Kaeya sintió ansiedad, la última vez que vio a su hermano fue en la celebración dedicada a Jean cuando fue ascendida a Intendente de los caballeros de Favonius tres años atrás, las veces que se lo cruzó por la calle o lo vio entre el público en los festivales no contaban para él, pues Diluc simplemente lo ignoraba, y él no tenía el valor de detenerse para exigirle que se detuviera para charlar. De todos modos, no estaba allí para verlo a él, y el Jefe Alquimista no lograría alejarlo de su objetivo solo con ponerlo en una situación incómoda, por lo que se acercó a la barra de bebidas con seguridad, sin importar que el miedo le pidiera salir de allí inmediatamente.
-¡Hola Jefe! - saludó el príncipe a Albedo, este y el Maestro Diluc se quedaron inmóviles al escuchar esa voz tan familiar - hola Sucrose ¿Qué estás bebiendo?
-Jugo de uva...
-Una bebida para gente aburrida ¿Quieres que te invite algo mejor? - preguntó Kaeya, Diluc miró al cielo fastidiado con su odiosa presencia, mientras el príncipe sacaba su monedero, solo para darse cuenta de que había gastado todo en la juguetería - oh...
-Es muy amable, pero... Mi mente no funciona al 100% cuando bebo una bebida alcohólica, la necesito para seguir experimentando esta noche... - le explicó la muchacha mientras el príncipe se acercaba a uno de los clientes sentados en la barra justo al lado de Dainsleif.
-Quinn cariño ¿Podrías cederme tu asiento? Había quedado con unos amigos y ya no hay más asientos en este sitio - le pidió al hombre que estaba en evidente estado de ebriedad.
-Todo por ti... Sir Kaeya... - balbuceó el borracho levantándose tambaleante, el príncipe lo ayudó a llegar hasta otra mesa mientras Albedo se cambiaba de lugar al otro lado de Dain, haciéndole señas a Sucrose para que ella también cambiase de asiento, pero la joven se quedó dubitativa y nerviosa, sin querer darle razones para enfadarse a Kaeya.
-Muchas gracias guapo, te devolveré el favor mañana - le dijo el principe guiñando un ojo y enviándole un beso.
-No me voy a acordar de todos modos... - respondió Quinn estampando la cara contra la mesa, entonces Kaeya se dio la vuelta y caminó sonriente hasta el asiento libre que había quedado entre Dainsleif y Sucrose.
-¿Me esperaron mucho? - preguntó el príncipe obviando el hecho de que Albedo los había conducido a la competencia de la taberna Cola de Gato para alejarlo de ellos.
-Creímos que no llegarías, por lo de la cena con el emperador Morax - comentó el Jefe Alquimista, Kaeya sonrió hipócrita.
-Solo tenía que conseguirle regalos a dos de los príncipes de Liyue, compré el de la pequeña princesa Qiqi a las 4 de la tarde así que voy con muy buen tiempo - explicó el príncipe, Diluc rió en voz baja completamente incrédulo de que Kaeya quisiera regalarle cosas a niños pequeños - lo malo es que gasté mis últimas monedas en una casa de muñecas.
-¿En serio?... - murmuró el joven Ragnvindr a bajo volumen, todavía menos convencido de que el príncipe dijera la verdad.
-Te invitaré una bebida - le ofreció Dainsleif, Albedo se descolocó, Dain no cooperaba cuando intentaba mantenerlo alejado de las manipulaciones de Kaeya.
-Te lo agradezco tanto - respondió el príncipe colocando suavemente una mano en la espalda de Dainsleif, Diluc miró de reojo a Kaeya, seguía siendo tan bello como siempre, e igual de desinhibido cuando miraba y tocaba a ese alquimista, si hubiese estado bajo su guarda, él jamás lo habría dejado llevar escotes como los que llevaba.
-¿Qué quieres beber? - preguntó Dain, el príncipe no dudó ni un segundo.
-"Muerte después del medio día", es mi favorito - contestó el príncipe, a Dainsleif le pareció un nombre curioso; Diluc se dispuso a preparar el trago con un espumante y un vino amargo, luego se lo entregó a Kaeya sin hacer contacto visual - gracias Maestro Diluc.
-Sir Kaeya... - comentó Sucrose fijandose en los mechones de su flequillo, el príncipe giró la cabeza para verla con una sonrisa de atención - ¿Qué le pasó en la frente? - preguntó la muchacha, Kaeya se quedó callado, buscando una excusa rápida para dar, evaluando si sería mejor mentir deliberadamente o decir una ambigua verdad a medias.
-¿Qué tiene su frente? - cuestionó Dainsleif, Kaeya y Albedo se miraron preocupados, no era bueno que las personas notaran esa clase de marcas en él.
-¿Te refieres a esta herida? - preguntó el príncipe haciendose el tonto para ganar tiempo.
-Sí... ¿Está bien? Traigo curaciones por si... - murmuró Sucrose encogiéndose, como arrepentida por hacer una pregunta incómoda para Kaeya.
-Oh, no te molestes cariño, no es nada nada grave, solo un rasmillón - comentó el príncipe, Diluc ya se había volteado por completo, escuchando atentamente todo lo que decían, desde esa perspectiva podía notar mejor que Kaeya tenía una herida en su frente, y un moratón y chupones que sobresalían levemente por su escote; el joven Ragnvindr contuvo la respiración por el remordimiento.
-¿Cómo te hiciste un rasmillón en la frente? - cuestionó Dain, Albedo cerró los ojos con pesar mientras el príncipe se decidía por una de las excusas que había pensado, algo que no fuera novedad para Diluc, y así evitarse tener que dar más explicaciones.
-Bueno, a veces hay días buenos y días malos - pronunció Kaeya divagando, sus acompañantes y Diluc estaban esperando que agregara más - mis días dependen de mi comportamiento, si sigo las reglas todo estará bien, hoy decidí no seguirlas.
-¿De que reglas estás hablando? - preguntó Dainsleif confundido, Sucrose agachó la cabeza muy apenada, y como el príncipe no ahondó en detalles, ella decidió responder en su lugar.
-Sir Kaeya es... - susurró la joven alquimista, le dolía el estómago por la presión de tener que decir la verdad ante los demás, su timidez la hizo tartamudear antes de terminar la frase - es un... prisionero político... - terminó de decir bajando paulatinamente la voz.
-¿Un prisionero político? - dijo Dain consternado, el príncipe suspiró y bebió otro trago, eso no era suficiente para explicar los chupones en su piel, pero a Diluc le daba demasiado miedo preguntar por eso, así que solo se giró para continuar limpiando vasos.
-El ejército de Snezhnaya es muy grande como para que se le sumen aliados, el rey Barbatos evitó que la nación de Khaenri'ah apoyase a la zarina, trayendo a sus dominios al heredero del rey Surya Alberich - explicó el Jefe Alquimista de la forma más eufemística posible, Kaeya sonrió con dolor, pensando que Albedo como Jean o el mismo Diluc justificaban que él estuviera allí.
-Un brindis por nuestro inteligente rey y su forma de mantener libre a Mondstadt - dijo el príncipe levantando su copa, esperando a que Sucrose chocase su vaso de jugo de uva, ella lo obedeció para no entrar en conflicto.
-¿Te llamas Kaeya Alberich? - preguntó Dainsleif, Kaeya asintió sonriendo respetuoso - el hijo de Surya Alberich desapareció a los 4 años ¿Has estado aquí todo este tiempo?
-Sí, bueno ¿Contesté todo lo que quieren saber? Es que realmente quiero beber mi trago así que... ya saben.
-¿Quién te hizo eso? - lo ignoró Dain apuntando a su frente seriamente, como si realmente estuviese preocupado por él, Kaeya cerró los ojos hastiado y se preparó para seguir mintiendo.
-Como principe de Khaenri'ah, debo cumplir ciertas normas de comportamiento: no tomar objetos cortopunzantes, no recibir ni observar entrenamiento militar - empezó a enumerar el príncipe antes de mirar de reojo a Diluc - mantener mis uñas cortas, estar junto al rey hasta el final de todo evento social, llegar al palacio antes del anochecer - continuaba diciendo ante la incomodidad y molestia de Diluc, entonces se fijó en Dainsleif y extendió su mano enseñando el dorso - recibir el saludo que recibiría una mujer.
-¿En serio? - murmuró el alquimista, entonces Kaeya rascó delicadamente la barbilla de Dain, sosteniendo su propia cabeza con una mano, pues su codo estaba apoyado en la barra; se veía bastante atractivo.
-Vestirme similar a una... tal vez actuar como una... - susurraba el príncipe acariciando el mentón del alquimista, Diluc y Albedo tosieron para hacerle entender que no estaba en un lugar privado - el caso es, que debo seguir muchas reglas, y hoy, por motivos de fuerza mayor, me ausenté de la ceremonia de bienvenida para comprar los regalos para los príncipes de Liyue, y eso cuenta como romper una regla.
-Pero, es una razón válida para romper una regla, no es motivo para... - comentó Sucrose, Kaeya rió resignado, era tan bueno mintiendo.
-Bueno, la verdad es que Barbatos me dijo que los comprara con anticipación... - dijo Kaeya siendo interrumpido por un comentario algo sarcástico del joven Ragnvindr.
-Ah, con razón... - murmuró Diluc, el príncipe sonreía soportando las ganas de decirle toda la verdad para que se retorciera de la culpa.
-Resulta que tenía listos los regalos para los príncipes, pero durante la ceremonia me di cuenta de que el emperador engendró dos más que yo no conocía - explicó Kaeya, automáticamente la sonrisa del maestro Diluc se borró.
-Entonces, el rey Barbatos te golpeó... - susurró Dainsleif mirando su vaso de cerveza sin dar crédito a esa historia, el príncipe se preparó para decir otra mentira con base a una verdad.
-No precisamente, un caballero me golpeó en su nombre - dijo Kaeya recordando a Lawrence arrastrándolo hacia la bodega, de pronto tembló por el recuerdo - bueno, técnicamente si me lo busqué, debí preguntar cuántos hijos tenía el emperador actualmente.
-Suena muy abusivo... - comentó Dain, Diluc frunció el ceño, siempre se sentía muy incómodo y atacado cuando alguien le hablaba de la vida de Kaeya, de cuanto debía estar sufriendo, o de los rumores sobre su persona.
-Tan abusivo que le entrega dinero para comprar regalos y otros de sus caprichos - pronunció Diluc de repente, Albedo se le quedó mirando con repudio.
-Por eso le agradezco mucho al rey Barbatos, cualquiera en su lugar ya me habría estrangulado hace tiempo - le respondió el príncipe ladino, haciendo que el joven Ragnvindr sintiera culpa y rabia.
-No le sirves muerto - replicó Diluc sin saber como defenderse, el Jefe Alquimista bufó irritado por su intervención.
-Le hablaremos cuando queramos otra bebida, Maestro Diluc - le espetó Albedo desafiante.
-Pero hablo en serio cuando digo que le agradezco el dinero que me da, compensa a la perfección cada tortura que he recibido - comentó Kaeya poniendo incómodos a Diluc y al Jefe Alquimista, Dainsleif y Sucrose por su parte, se estremecieron.
-Eso suena horrible - murmuró Dain, Diluc miró al cielo con fastidio, cada comentario como ese lo hacía darse por aludido.
-Solo lo dice para que sientas lástima por él, Kaeya es así - dijo el joven Ragnvindr dirigiéndose a Dainsleif, Albedo agachó la cabeza, pues en parte compartía la misma opinión que él - siempre creele la mitad de lo que te diga.
-¿En que minuto he dicho algo falso? - cuestionó el príncipe.
-Eso solo pasaba cuando eras más joven, ahora aprendiste que nada malo ocurrirá si sigues las reglas.
-Así que cuando pasa ahora que soy adulto ¿Es porque me lo estaba buscando?
-Tu sabes perfectamente todo lo que tienes que hacer - respondió Diluc, Kaeya sonrió melancólico, guardandose lo que quería decirle en verdad, pues revelarle que lo que "tenía que hacer" implicaba abrirse de piernas para el rey, seguro que desencadenaría un ataque de ira de su hermano.
-Es mi naturaleza no seguir todas las reglas, es lo que pasa cuando creces sin figura paterna - pronunció el príncipe, en cuestión de un segundo el maestro Diluc lo había agarrado violentamente de la camisa empuñando su otra mano, pero se quedó quieto, pues con igual rapidez Albedo había interpuesto su espada poniéndola en el cuello del joven Ragnvindr, pasándola cerca de la línea de visión de Dain, quien sudó tenso por esa situación tan inesperada; todos en la taberna se quedaron callados mirando la escena.
-Si no lo sueltas en este momento, te asesinaré - lo amenazó el Jefe Alquimista, serio y frío, sin un ápice de duda en el rostro, Diluc actuaba de la misma forma, sin miedo, pero sumamente serio, ya no parecía estar dominado por el odio, solo observaba a Kaeya, quien sonreía, al joven Ragnvindr le parecía que se estaba burlando, porque había dejado hacía mucho tiempo la costumbre de leer los verdaderos sentimientos del príncipe, quien en esos instantes estaba resignado a que su hermano lo odiaría por siempre.
-De acuerdo - dijo Diluc soltando a Kaeya - lamento mucho haber perdido el control, sé muy bien que no debo exponer a alguien tan importante para los planes del rey - se disculpó el maestro Diluc, el príncipe bebió todo su trago de golpe y se levantó de su asiento.
-Y yo lamento mucho haber provocado esta agresión, fue mi culpa y lo asumo - respondió Kaeya haciendo una reverencia solemne, dándole a entender con ese gesto al resto de los clientes que él había sido el detonante de todo y que el joven Ragnvindr solo había actuado en consecuencia.
Luego de disculparse, el príncipe se retiró del lugar saliendo por la puerta principal, todo había sido un chasco, en parte por Sucrose por preguntar por su herida, por Diluc que se entrometió en su conversación, pero tal vez, todo había sido por Albedo, por haberlos llevado allí, por haberlo forzado a enfrentar a su hermano a sabiendas de que eso nunca acababa bien. Mas luego de pensarlo un momento, se dio cuenta que no podía culparlo por estar tan paranoico con sus intenciones con Dainsleif, haría todo lo que estuviera a su alcance con tal de que Kaeya no lo manipulara, así que, el príncipe concluyó que él había sido el culpable, por no saber llevar esa situación y provocar la reacción de su hermano.
Dain puso bruscamente las monedas sobre la barra y se levantó sin despedirse, saliendo de la taberna para seguir a Kaeya, Albedo hizo lo mismo, no sin antes mirar desafiante a Diluc, sin la necesidad de hablar para reiterarle que lo mataría si le hacía daño al príncipe; Sucrose quedó en su lugar, incómoda y nerviosa por no saber qué hacer en esa situación. Dainsleif siguió a Kaeya, que caminaba respirando profundamente para controlar los deseos de llorar, el alquimista lo alcanzó rápidamente y tomó su brazo, el príncipe giró la cabeza para mirarlo, su ojo se veía húmedo e irritado, ni siquiera controlando el llanto podía esconder su estado de ánimo; Dain entonces le tomó la mano y lo guió hacia una calle vacía, la luz anaranjada del atardecer cubría las calles, y le indicaba a Kaeya que ya no tenía mucho tiempo de "libertad".
-¿Estás bien? - preguntó Dainsleif, el principe cerró los ojos, tan cansado que ya ni siquiera tenía ganas de jugar con el alquimista.
-Siento mucho que eso ocurriera, ahora entiendes porque prefería la otra taberna - dijo Kaeya, Dain le sostuvo los hombros, sin saber que hacer para ayudarlo.
-¿Por qué intentó golpearte? ¿Quién se cree que es? - se preguntaba el alquimista, el príncipe sentía mucho dolor pensando en Diluc, en su hermano del alma.
-Cuando... Cuando me trajeron a Mondstadt, fui cuidado por Crepus Ragnvindr, el padre de Diluc, él y yo nos criamos como hermanos, pero, un día mi verdadero padre envió a unos espías a rescatarme, y asesinaron al padre de Diluc... - relató Kaeya contando la verdad "oficial", una en la cual él no creía, pero su hermano sí - es por eso que el maestro Diluc no siente especial simpatía por mi persona.
-Lo lamento - pronunció Dainsleif, el príncipe ya no sabía si quería comenzar a usarlo en su favor, o si realmente estaba buscando su afecto, pero lo que hizo a continuación fue apoyar la frente en el pecho de Dain, colocando sus manos en su torso, tan apegados que el alquimista no pudo negarle un abrazo - tranquilo, todo está bien.
-Soy el rehen más privilegiado del mundo - dijo Kaeya, Dainsleif le sostuvo la nuca con una mano, abrazándolo con la otra.
-¿Por qué dices eso?
-Es lo que piensa el maestro Diluc, y él siempre tiene razón - respondió el príncipe, acurrucado en el pecho del alquimista.
-Nada de lo que contaste me suena a un privilegio.
-¿Esta es la vida digna de un príncipe? Yo no lo sé, no tengo recuerdos de mi vida en Khaenri'ah... bueno, solo tengo uno.
-¿Cuál es?
-El de mi madre, la reina, luchando con mi secuestradora - le explicó Kaeya, Dain lo escuchó atentamente - y muriendo mientras intentaba defenderme.
-Lo siento.
-La mayoría de los recuerdos de mi vida se borraron, pero ese no quiere irse, es frustrante olvidar todo lo demás y que lo peor se quede en tu mente...
-Sé lo que sientes, he olvidado casi toda mi vida, excepto lo peor de ella - dijo Dainsleif, el príncipe lo miró a los ojos, sintiendo que al menos tenían algo en común.
-¿Qué te gustaría olvidar?
-Mis propios errores... - reconoció el alquimista, Kaeya apoyó su oído en el lado izquierdo del pecho de Dain, escuchando su corazón.
-Yo quiero olvidarme de todo...
-¿De verdad no hay ningún recuerdo que quieras conservar?
-Ni uno solo, incluso los lindos - dijo el príncipe, entonces el alquimista prolongó el abrazo dándole suaves caricias.
-Años atras probé una solución alquímica para borrar la memoria, pero sus efectos duraron solo unos días, puse mis esfuerzos en perfeccionar la fórmula, hasta que llegué a la hipótesis de que sería imposible conseguir el olvido total sin olvidar también conocimientos básicos, o hasta la capacidad de hablar.
-Eso no es muy alentador... ¿Qué edad tienes? - le preguntó Kaeya, Dainsleif pensó un momento su respuesta antes de revelarselo.
-36 años - respondió el alquimista, el príncipe llevó sus brazos detrás del cuello de Dain y lo miró a los ojos seductoramente.
-Luces más joven, yo tengo 24 años - le dijo Kaeya, Dainsleif le sonrió agraciado por su actitud más segura, y le abrazó la cintura con un tacto cálido y delicado.
-Soy bastante mayor que tú.
-Bueno, me he acostado con personas de hasta 80 años, 36 es lo de menos - comentó el príncipe, Dain soltó una risa por los nervios y la incredulidad.
-¿80 años? ¿De verdad?
-De verdad... - reconoció Kaeya agachando la mirada, Dainsleif sostuvo el mentón del príncipe y lo guió lentamente para acercar sus bocas.
-¿Puedo preguntar porqué? - cuestionó, Kaeya desvío un momento la vista, sin saber si debía abrirse tanto con él.
-Es una pregunta un poco íntima...
-¿Es por lo que yo creo?
-Probablemente...
-Lo siento tanto... ¿Hay algo que pueda hacer por ti? - preguntó Dain, Kaeya lo soltó y se separó de él, abrazándose a sí mismo con fragilidad.
-Muy pocas personas han querido hacer algo para mejorar mi situación, y no los culpo, es bastante peligroso.
-Soy un alquimista, no una persona común y corriente.
-Pero, nadie se arriesga, sin obtener algo a cambio - agregó el príncipe acariciando la quijada de Dainsleif - estando en Mondstadt, yo no poseo bienes ni dinero, lo único que puedo ofrecer es...
-¿Qué puedes ofrecer?... - preguntó el alquimista con una voz tranquila y profunda, mientras Kaeya tomaba su mano y la guiaba lentamente por debajo de su escote, haciendo que sintiera uno de sus pechos, rozando los dedos y la palma sobre el pezón - es tentador pero...
-Si no es lo que buscas... puedo ofrecer más de lo que poseo en Mondstadt... si alguien me lleva a Khaenri'ah... - le susurró el príncipe al oído, Dain soltó su pecho y volvió a poner sus manos en la cintura de Kaeya.
-¿Qué puedes ofrecer que no pueda obtener por mi mismo? - cuestionó Dainsleif, el príncipe volvió a abrazar su cuello, hablando tan cerca de su oído que su respiración lo hacía temblar.
-Tierras... bienes... puestos de poder... o tal vez... aquello que buscaba una alquimista que intentó rescatarme... - le susurraba Kaeya, Dainsleif lo abrazó con pasión, oliendo su extenso cabello azulado.
-Cuentame más...
-La tierra prometida que te mencioné... el patrimonio perdido... el derecho de existir en mi nación... - decía el príncipe besando a Dain detrás de la oreja, este cerró los ojos, su corazón se agitaba al oír esas palabras tan dulces, dichas con un tono tan sensual y deleitante.
-Amo como suena... - murmuró Dainsleif al momento de atrapar los labios de Kaeya con los suyos, este se dejó llevar, relajado y sumiso cuando el alquimista lo tomó de las piernas para arrimarlo contra la pared; después de un rato Dain mordió su cuello, el príncipe gimió suavemente, acariciándole el cabello, con las piernas entrelazadas en su espalda baja.
-¿Eso es lo que buscas mi amor?... Yo puedo dartelo... - susurraba Kaeya con una voz similar a sus gemidos, era tan melódico y relajante que Dainsleif no se resistió a besarlo por segunda vez.
-Príncipe Alberich... diga eso otra vez por favor... - le pidió Dain haciendo un movimiento ondulante con su cuerpo mientras arrimaba a Kaeya contra la pared, este gemía, era su voz lo que más le gustaba al alquimista.
-¿Cual de todas las cosas que dije...?
-Ese apodo, por favor repítalo... - especificó Dainsleif besándole el cuello, el príncipe sentía el corazón desbocado, lleno de ilusión, no podía creer que estuviese siendo tan sencillo.
-Por favor mi amor... no pares... - susurró Kaeya, eso parecía volver loco al alquimista, quien lo besó profundamente mientras él miraba al cielo, rogando que esta vez si funcionara ese intento de escape.
-¿Ya terminaron? - preguntó Albedo con los brazos cruzados, mirándolos desde la entrada a esa calle; Dain se quedó quieto por la sorpresa, el príncipe en cambio agachó la cabeza, molesto por haber sido atrapado con las manos en la masa.
-Albedo, yo... - balbuceó Dainsleif mientras su amigo se acercaba a ambos, rapidamente dejó a Kaeya de pie sobre los adoquines y se separó de él.
-Necesito hablar a solas con Kaeya, retírate - pareció ordenar Albedo, era increíble como alguien de 1.62 metros podía intimidar a alguien de 2.
-Está bien - dijo Dain sin discutir, entonces volteó a mirar al príncipe, que se tocaba un brazo avergonzado - nos vemos pronto, príncipe Alberich.
-Ve - le ordenó nuevamente el Jefe Alquimista, Dainsleif se retiró en silencio para dejarlos solos, entonces Albedo se acercó mas a Kaeya para increparlo con acertividad - ¿Estás haciendo lo que creo que planeas con Dain?
-¿Acostarme con él? Tal vez - dijo el príncipe haciéndose el desentendido, el Jefe Alquimista parecía más enojado con él por esa respuesta.
-Di la verdad ¿Quieres usarlo para que te lleve a Khaenri'ah? - preguntó Albedo sin rodeos, Kaeya se cruzó de brazos, evitando encontrar la mirada acusatoria del Jefe Alquimista.
-"Usarlo" suena muy mal, prefiero llamarlo "hacer negocios".
-Te escuché ¿Le estabas proponiendo entregarle Khaenri'ah como pago? - cuestionó Albedo, el príncipe se quedó callado, incómodo por verse atrapado por alguien a quien no podía juzgar por dudar de él - Kaeya ¿Sabes lo que implicaría entregarle Khaenri'ah a alguien más? Es tu gente, es tu linaje, son tus tierras ¿Realmente valdría la pena echar todo eso por la borda solo para salir de Mondstadt?
-Nunca dije nada sobre entregar mi nación, simplemente le propuse derogar la ley anti alquimia y devolver todos sus sitios patrimoniales.
-¿Y crees que un alquimista moderno arriesgaría su vida por eso? No eres tan ingenuo, sabes que si haces tratos con uno de nosotros, la deuda será infinita.
-¿Tú me habrías pedido más? - preguntó Kaeya seriamente, Albedo siguió firme en su postura.
-No, pero ya sabemos como terminaron las cosas.
-¿Y no confías en tu propio amigo?
-Eres un príncipe, el poder que podrías darle a uno de nosotros estando en Khaenri'ah, corrompería hasta a alguien como Sucrose - replicó el Jefe Alquimista, Kaeya bufó.
-¿Y a ti también te habría corrompido? - cuestionó de nuevo, Albedo suspiró con desgano.
-No, no lo habría hecho, y tu sabes la razón.
-Entonces lo que me estas diciendo es que cualquier alquimista va a pedirme más y más hasta destruir mi tierra natal por segunda vez, y que el único incorruptible no me prestará su ayuda de nuevo ¿A eso te refieres?
-No puedo volver a confiar en ti, no después de experimentar en carne propia lo inescrupuloso que puedes ser - respondió el Jefe Alquimista enjuiciandolo, el príncipe arrugó la nariz, se sentía culpable, pero a la vez, completamente incomprendido.
-¡¿Qué otra opción tenía?! Tu no quisiste cooperar, tenía que recurrir a otra cosa para no haber perdido tanto tiempo planeando mi escape - le dijo, causando que Albedo se alterase y se acercara bruscamente a él.
-¡Te equivocas, si quisiste usar a Klee no fue por una medida desesperada! - exclamó apuntandolo con el dedo, luego se apuntó a sí mismo - ¡Lo hiciste para castigarme a mi!
-¡Esa no era mi intención! Yo solo quería salir de aquí... - decía, quebrándose poco a poco hasta llorar, limpiándose las lágrimas con los nudillos - yo solo quería salir de aquí... - repitió sollozando, el Jefe Alquimista tenía el mismo dolor en sus ojos azules, no era lo suficientemente fuerte como para verlo llorar, así que retiró un pañuelo de su bolsillo y le limpió las lágrimas.
-Después de lo que pasó... ya no se cuándo tus lágrimas son reales... y cuándo es solo una mentira... - se lamentó Albedo, Kaeya sollozaba, pero de pronto apartó de un manotazo la mano del Jefe Alquimista con rabia.
-¿Te parece que esta mierda es una mentira?... - cuestionó llorando de rabia, Albedo se quedó cabizbajo escuchandolo - ¡¿Tengo razones falsas para llorar?!
-Calmate...
-¡Tú sabes muy bien...! - exclamó ahogado con sus sollozos, el Jefe Alquimista ya no era capaz de mirarlo - tú sabes... perfectamente porqué quiero salir de aquí...
-Yo entiendo tus razones, lo que no puedo entender, son tus métodos - le explicó Albedo, el príncipe se cubrió la cara con las manos, llorando mientras furiosamente clavaba sus cortas uñas en su frente - es por eso que no puedo dejar que manipules a Dain para tus propios fines, él es mi amigo, y no voy a quedarme de brazos cruzados mientras le haces creer que sientes algo que en verdad no sientes.
-No tengo porqué recurrir a eso con él... - respondió Kaeya, Albedo le dio la espalda planeando retirarse.
-¿Pero conmigo sí? - cuestionó el Jefe Alquimista con rencor, el príncipe suspiró con tristeza, ni siquiera quería ver como lo abandonaba ahí.
-¿No lo sentía...? - murmuró Kaeya, ya no lloraba, pero seguía sollozando; Albedo se quedó parado, volteando la cabeza para verlo desconcertado y dolido - ¿No fue real...? - le preguntó el príncipe contemplándolo con su triste ojo azul violáceo, el Jefe Alquimista tenía una expresión de duda y dolor.
-No lo sé... - le respondió, Kaeya levantó la cabeza, tratando de dejar atrás ese momento de debilidad.
-Si tienes miedo por tu amigo... díselo, cuéntale todo, dile sobre la persona horrible que soy - lo desafió el príncipe, Albedo no contestó, escuchar eso de él le hacía tener un nudo en el estómago - ve y dile que no confíe en mí.
-Kaeya...
-Eso es lo que haría un amigo, adviertele que no se meta conmigo, dile como he intentado escapar, háblale de las vidas que expuse - insistió Kaeya, el Jefe Alquimista hiperventilaba consumido por el remordimiento - ¿Por qué no lo harás?
-Porque... quiero creer que sabrás controlarte solo... - balbuceó Albedo, el príncipe rió en voz baja con tristeza.
-No crees en tu propia excusa... yo pienso, que no quieres advertirselo, porque tendrías que explicar mis razones para querer salir desesperadamente de este lugar... - pronunció Kaeya con tristeza y malicia, el Jefe Alquimista apretó los párpados y los puños con ganas de llorar - te dolería la conciencia por tener que decirles porque busco la libertad que tanto prometen en esta ciudad... y sabes que a ellos también .
-Lo siento... - susurró Albedo con lástima, pero el príncipe no quería su lástima.
-¿Te sentirías culpable de frustrar los planes de alguien como yo? ¿Aun después de ser tan "inescrupuloso"? - cuestionaba Kaeya burlón y sombrío, el Jefe Alquimista agachó la cabeza.
-Yo no te deseo el mal... jamás he querido que...
-Pero aun así, sabes que ocurre, una y otra y otra vez, día tras día, todos los días de mi vida... cada noche antes de irme a dormir, religiosamente, debe ocurrir para que Barbatos sea feliz... - decía el príncipe haciendo que Albedo temblara por el remordimiento y la impotencia.
-Yo...
-Y esta noche, volverá a pasar, ahora que Morax está aquí, será aún peor, y no hay nada que podamos hacer para evitarlo - pronunció Kaeya cínico y roto por dentro, el Jefe Alquimista tenía las manos temblorosas - pero, es el castigo que merezco por exponer a una niña al peligro, es lo único de lo cual me arrepiento.
-Si solo dijeras la verdad... más de alguna persona se habría preocupado por sacarte de Mondstadt, no tenías que...
-Te equivocas Jefe Alquimista Albedo, claro que he hablado con la verdad, y que gente con buena voluntad ha tratado de ayudarme, pero estos años de intentos de escape me han enseñado un par de cosas al respecto - lo interrumpió inmediatamente Kaeya, preparado para enumerar las enseñanzas que le dejó la vida - no debo pedir ayuda a personas comunes y corrientes, los aniquilarán como a moscas; no debo confesarle la verdad a antiguos conocidos, porque podrían increpar directamente al rey y terminar muertos; no debo bajo ninguna circunstancia, involucrar niños; y además, no debo escapar por cuenta propia, porque el castigo que recibiré será tan horrible que no podré levantarme en días por el dolor entre mis piernas.
-Kaeya, yo...
-Sea como sea, te agradecería mucho que le contaras todo lo que sabes a Dainsleif y que él mismo decida si quiere ayudarme o no. No finjas que te importa mi gente, mi reino o mi familia, si quiero ofrecer lo que es mío, entonces no estaría jugando con el corazón de nadie ¿Verdad?
-Tu ya sabes lo que le ocurrió a Khaenri'ah cuando estuvo en manos de los alquimistas.
-Y fueron los mismos alquimistas quienes condenaron al que lo hizo, tu gremio se autorregula.
-Por favor, sé racional, no debes exponer a tantas personas por...
-Si tu estuvieras en mi posición ¿Qué harías? ¿Recurrirías a la alquimia? Imposible, porque eres un rehén y un rehén no puede aprender disciplinas tan peligrosas como esa. ¿Usarías tu espada? Qué mal por ti, eres un rehén y no recibiste jamás entrenamiento para el combate de ningún tipo ¿Qué nos queda Albedo?
-No lo sé... Realmente no sé encontrar esa respuesta... - susurró el Jefe Alquimista frustrado y desdichado, pero Kaeya no tenía piedad, pues tampoco tenía piedad consigo mismo en ese momento.
-¿Intentarías escapar tú solo? Si te encuentran te violarán en grupo, y no precisamente uno por uno, hasta que se acalambren todos tus músculos superficiales, y se desgarren los internos.
-Basta...
-¿Usarías tus palabras para conseguir lo que quieres? ¿Venderías tu cuerpo? ¿O aceptarías sumisamente estar a la merced de tus captores? - le preguntaba el príncipe con insistencia, Albedo cerró los ojos y apretó los labios para no dejar salir el llanto - o tal vez... eres de los que preferiría quitarse la vida... - susurró Kaeya cabizbajo, súbitamente el Jefe Alquimista volvió a mirarlo aterrado.
-¡No!
-Es el último recurso, aquel al que ni tú ni yo queremos recurrir jamás... yo no quiero rendirme, increíblemente, no quiero llegar a ese punto... nunca...
-No lo hagas... por favor... - le suplicó Albedo temblando, el príncipe miró hacia el lado, ya no estaba siendo frívolo, todo lo que salía de su boca era la verdad, y la verdad siempre dolía.
-Tranquilo, no lo haré... aún puedo resistir... - dijo Kaeya dándose la vuelta, el Jefe Alquimista volteó todo el cuerpo hacia él, por alguna razón estaba asustado.
-¿A dónde vas? - le preguntó Albedo un tanto agitado y nervioso, el príncipe lo miró por encima del hombro, su ojo húmedo contemplaba al Jefe Alquimista con vergüenza de sí mismo por haberlo hecho sentir mal, Albedo no lo merecía.
-Al palacio... ya está anocheciendo, no tengo permitido llegar tarde - respondió Kaeya dejándolo atrás, el Jefe Alquimista se quedó de pie, viendo cómo se alejaba, él no quería que el príncipe volviera a su realidad, pero no sabía que hacer por él, estaba atado de manos sabiendo todo lo que vivía, conociéndolo mejor que nadie en Mondstadt; la desesperante angustia lo hizo caer de rodillas, sollozando sin control con espasmos moviendole el pecho y lágrimas mojandole el rostro.
Ya había caído la noche cuando Kaeya ingresó al palacio acelerado y tenso, Barbatos a veces era permisivo con sus llegadas, pero ese día era especial, tenía que haber llegado con buen tiempo a la cena, con todos los regalos preparados, sin haberse ausentado por tantas horas y sobre todo sin salir en medio de la ceremonia de bienvenida; su conteo de faltas lo estaba poniendo nervioso, esa noche sería castigado duramente en el lecho del rey, sin embargo no sabía determinar la intensidad del castigo ni las prácticas que le realizarían, Venti no era arbitrario en ese sentido, planeaba bien sus acciones según la gravedad de la falta. Mientras el príncipe se sacudía el traje y estiraba las arrugas del mismo, le ordenaba a los guardias que fueran a la bodega donde tenía guardados los regalos, estos lo obedecieron sin cuestionar lo que debían hacer a continuación, cada uno tenía que cargar un arma para los hijos del emperador, y uno debía llevar los regalos de las hijas, luego se quedarían esperando afuera del comedor hasta que Kaeya los llamara para que entregasen los regalos uno por uno, según el orden de nacimiento de cada príncipe.
Kaeya caminó rápidamente hacia el comedor, peinándose el cabello, seguía suelto tal y como le gustaba a Barbatos, en cierto modo le agradecía esa elección por ser más fácil de arreglar que un peinado más elaborado; con suavidad abrió la puerta, abrirla de golpe habría interrumpido la charla que estaban teniendo los príncipes, sin embargo a pesar de su silencio, Venti puso sus ojos en él, sonreía ante los hijos de Morax, pero el principe de Khaenri'ah notaba la tensión en su cuello producto de su ira reprimida. Además de la familia real, los tres invitados de Zhongli también estaban sentados, juntos y apartados del monarca de Mondstadt, Shenhe no hablaba a diferencia de Baizhu que participaba de la conversación con los herederos,él tenía sentada a Qiqi en sus piernas mientras Morax, que estaba a su lado, le daba de comer a su pequeña, de vez en cuando Baizhu también lo hacía, pero más por mantener las apariencias que por deseo propio, pues su interés estaba en otra cosa.
El príncipe Chongyun tenía su propia conversación personal con su amigo Yingqiu, quien comía una sopa caliente a la cual le ponía muchos chiles encurtidos, a diferencia de Chongyun que solo tocaba el puré de patatas tibio de su plato y varios tipos de ensalada; Ganyu tambien solo comía ensaladas, mirando incomoda el filete de su plato, su hermano mayor, Alatus, notó que no se veía muy feliz con la carne y los jugos de la misma manchando sus verduras, por lo que en un movimiento rápido quitó el filete y los vegetales que estuvieron en contacto para ponerlos en su plato, y los intercambió por su propia porción de ensalada para que su hermana pudiera comer a gusto. Alatus por su parte no probaba un solo bocado, estaba serio y cruzado de brazos, Morax le sugirió comer algo, pero él solo tomó una cucharada de puré, lo llevó a su boca, y al tragar se retorció un momento por el dolor de estómago, causado por una úlcera que se quedó en su interior luego de una herida externa que recibió en batalla.
Kaeya avanzaba lentamente sin hacer ruido para sentarse en su sitio junto a Barbatos, por suerte nadie más que el rey había notado su presencia, o eso creyó, pues al evaluar mejor el entorno, se dio cuenta de que el pelirrojo extranjero lo estaba siguiendo con sus ojos azul opaco, vigilandolo en todo segundo con una sonrisa disimulada, pero inquietante. Ese tipo era de Snezhnaya, no cabía duda de ello, sin embargo el príncipe no sabía sus intenciones, le tenía mucho miedo por lo que era capaz de hacer, pero si lo delataba y este estaba allí en calidad de infiltrado para rescatarlo, sencillamente no podría perdonarselo nunca; pensaba en eso mientras tomaba asiento, fue entonces cuando todos los demás supieron que había llegado y se le quedaron viendo, los únicos que le sonreían sin miedo eran el tipo de Snezhnaya, la princesa Ganyu y el príncipe Chongyun.
-Buenas noches Sir Kaeya, me alegro mucho de que haya llegado a cenar con nosotros - lo saludó Ganyu, Alatus analizaba la dulce y amable actitud de su hermana, preocupado por su inocencia, por esa confianza inmerecida que le entregaba al príncipe de Khaenri'ah.
-Buenas noches princesa, lamento mucho la demora, tuve un pequeño imprevisto que me hizo tener que ir de un lugar a otro en la ciudad, por suerte conseguí todo lo que me faltaba. Eso y este modelito para la cena - le explicó Kaeya luciendose con su traje nuevo, Barbatos sonrió de lado al oirlo, de inmediato el príncipe de Khaenri'ah se arrepintió de haber dicho eso último.
-Le queda muy bien - comentó la muchacha, Alatus se fijó en el escote de Kaeya, le parecía bastante vulgar por esa razón, no había necesidad de mostrar piel en cada ocasión del día, simplemente no podía entender su afán de mostrarse "atrayente" para que cualquier debil mental se fijara en él.
-¿Un conjunto nuevo eh? Nuestro querido príncipe Alberich nunca cambia, una buena oferta capta su atención y distrae su cabecita de cualquier otro asunto - pronunció Venti jovial y agradable, sin embargo Kaeya sabía identificar sus verdaderas intenciones con solo ver su lenguaje corporal, estaba jugando con su copa de vino, dándole golpecitos con sus largas uñas, como si estuviera furioso e impaciente.
-¿Incluso de asuntos protocolares? - cuestionó seriamente la princesa Keqing, el rey se sintió feliz de que fuera esa bella joven la que dijera lo que él pensaba - no creo que algo tan trivial haya hecho que el príncipe Alberich se ausentara casi todo el día ¿Estoy en lo correcto?
-Por supuesto, tiene usted toda la razón, no me ausenté solo por ir a una sastrería, hice más compras, para usted y todos sus hermanos - le respondió Kaeya, Ganyu sonrió modesta, Chongyun enderezó la espalda.
-¿Regalos? ¿De verdad se tomó esa molestia? No tenía que hacerlo, pero al mismo tiempo es tan halagador ¿Podemos verlos? - decía Chongyun casi sin pausas, su tía Shenhe que estaba a su lado colocó una mano en su espalda y lo palpó para que recuperara la compostura, el príncipe solía exaltarse de más cuando sentía una emoción fuerte y repentina.
-Tranquilo - susurró ella, Chongyun tomó aire y bebió un vaso de agua fría para calmar sus ánimos.
-Lo siento mucho, fui muy impaciente - se disculpó el príncipe, Xingqiu miraba a Kaeya con curiosidad, seguía pensando que su estilo era interesante por todos los elementos femeninos que llevaba.
-No se preocupe príncipe Chongyun, no está siendo impaciente, con el permiso del rey Barbatos, me gustaría hacerles entrega de los presentes que preparé para cada uno de ustedes - dijo el principe de Khaenri'ah esperando la respuesta de Venti, este le hizo una seña con la mano para indicarle que era libre de hacer lo que quisiera.
-Por favor príncipe Alberich, deleitenos con su atención a los detalles - le dijo el monarca, entonces Kaeya se levantó rápidamente y fue hacia la puerta para darle la señal a los guardias que tenían en sus manos los regalos, quien cargaba los regalos para las chicas era el más atareado de todos.
-En primer lugar, un obsequio para el primogénito - pronunció el principe de Khaenri'ah caminando por delante del guardia que llevaba una gran lanza de jade y oro con seis piedras semipreciosas talladas en punta, adornando los laterales bajo el filo, y una en el extremo de la vara de jade; Alatus miró sorprendido ese regalo, debía admitir que le gustaba - se lo bueno que es con la lanza en las batallas, le pedí al herrero que la fabricase para ser tanto bella como funcional y ligera.
-Gracias... - murmuró Alatus tragándose su orgullo, no iba a ser altivo con él si se había tomado la molestia de darle algo de su agrado; pero algo en sus ojos cambió cuando se dio cuenta de que Kaeya había amarrado un objeto entre la vara de jade y el filo, era un pañuelo con bordados dorados de motivos que eran oriundos de Liyue; sin decir nada Alatus desató el pañuelo y miró con desconcierto al príncipe de Khaenri'ah.
-La siguiente es nuestra querida princesa Ganyu - dijo Kaeya volviendo a la puerta donde el guardia que cargaba los regalos femeninos le entregó una caja, el principe de Khaenri'ah la tomó por sí mismo y la llevó hasta la princesa, se inclinó sobre una de sus rodillas y apoyó el paquete sobre su muslo para quitarle el lazo y enseñar su contenido; Ganyu observaba maravillada lo que había dentro - lo primero es un ornamento para su cabello ¿Le gustan los brillantes?
-Me gusta mucho... - susurró Ganyu, en realidad no le estaba prestando atención a las cadenas de plata y diamantes que adornarían sus peinados, porque miraba fijamente su otro obsequio con ilusión.
-Y algo más personal - dijo Kaeya metiendo las dos manos dentro de la caja para sacar un rechoncho y adorable muñeco de felpa de un carnero - este amiguito la acompañará en sus siestas.
-Es tan lindo... - pronunció Ganyu emocionada y con los ojos brillantes, luego tomó aquel peluche y lo puso delante de su vista para contemplarlo mejor; el príncipe de Khaenri'ah estaba muy feliz de que le gustara tanto algo tan económico; Alatus, a pesar de querer mucho a su hermana, no podía estar feliz por como ella reaccionaba a los gestos caballerosos de alguien tan poco fiable como Kaeya.
-Ahora... - murmuró el príncipe de Khaenri'ah yendo a buscar otra de las cajas para una de las princesas - un presente para la princesa Keqing - agregó llevando el paquete en sus manos, manteniéndose de pie mientras le quitaba la cinta, para luego dejar la caja sobre la mesa, enseñando una más pequeña y lujosa que venía dentro - ¿Son de su agrado las perlas doradas?
-Por supuesto, es un color muy adecuado - respondió ella aguantando la emoción, entonces Kaeya abrió esa cajita, revelando un conjunto de joyería de oro y perlas de mar doradas, una diadema, pendientes, y un collar que él mismo le colocó a la joven princesa.
-Espero que sean dignos de una emperatriz - comentó haciendo sentir todavía más halagada a la princesa, esta se colocó los pendientes y la diadema, con tanta ilusión que lo reflejaba perfectamente en su dulce mirada púrpura.
-Se lo agradezco muchísimo, príncipe Alberich - dijo solemnemente la muchacha para no dejar ver su emoción, entonces Kaeya hizo un ademán con la mano para indicarle que mirase el interior de la caja más grande.
-Agregué también libros de política y arquitectura, ediciones legibles y con algunas ilustraciones hechas a mano, o eso es lo que me contó la bibliotecaria, pues no los he leído yo mismo, me fio de su criterio - comentó Kaeya, Keqing y Xingqiu abrieron la boca maravillados, Zhongli asintió aprobando con una sonrisa lo atento que estaba siendo el principe de Khaenri'ah con su progenie, amaba que recordara lo que hacía feliz a los demás.
-Se lo agradezco todavía más, príncipe... - dijo la adolescente, tanto ella como Ganyu contemplaban a Kaeya encantadas y con un ligero rubor en las mejillas.
-Es el turno de nuestro querido príncipe Chongyun - dijo el príncipe de Khaenri'ah en voz alta, indicándole de esa forma a uno de los guardias que trajese consigo un reluciente mandoble de plata con aplicaciones de lapislázuli y zafiros, el joven se agitó, pero su tía le acarició la espalda para mantenerlo calmado.
-Un mandoble... - murmuró Chongyun extendiendo sus manos para recibirlo, el guardia se lo entregó para que pudiera verlo mejor - ¿Cómo supiste que es el arma que suelo usar para entrenar?
-¿No lo recuerda? Usted ya estuvo aquí cuatro años atrás.
-Sí, recuerdo que estuve aquí, pero... no recuerdo haberle hablado de mis armas de entrenamiento.
-De casualidad escuché una conversación suya y de su hermano, él le sugirió un arma más ligera por su pequeña estatura, pero usted insistió en que quería usar mandobles.
-Me acuerdo de eso, no puedo creer que usted haya guardado eso en su memoria durante cuatro años - le dijo el príncipe Chongyun sonriendo, Morax lo hacía también, observando detenidamente a Kaeya de forma casi amorosa.
-También recuerdo que le gustaba el conocimiento sobrenatural, por desgracia no logré conseguir documentación de ese tipo, a menos que usted quisiera novelas.
-No no, no se moleste más, con el mandoble basta y sobra, de verdad estoy muy agradecido por este gran detalle - respondió Chongyun, el príncipe de Khaenri'ah le tocó la cabeza y revolvió su cabello, el niño se veía muy feliz y agradecido, sus ojos azul celeste brillaban cristalinos, era adorable.
-Es el turno del príncipe Xingqiu - dijo Kaeya, Zhongli se atragantó y el aludido se quedó con la boca abierta, balbuceando nervioso y extrañado, por su lado Baizhu sonrió con incomodidad mientras que el joven de Snezhnaya y Venti aguantaban la risa; entonces el guardia que cargaba la espada llegó, tan incómodo como el resto de los presentes - aquí tiene, escogí esta solo por gusto personal, pero confío en la habilidad del herrero.
-Esto... yo no... - titubeaba Xingqiu sin saber cómo reaccionar, entonces Keqing se aclaró la garganta para explicar la situación.
-Lamento que esté mal informado príncipe Alberich, pero Xingqiu no es nuestro hermano, es solo un muy buen amigo de la familia - le aclaró la chica.
Aquello sólo sirvió para que Barbatos soltara una gran carcajada, los guardias también rieron con él, se les unió el joven de Snezhnaya, luego Morax y Alatus, cuyas risas eran incómodas y poco naturales, pues no les nacía realmente reirse; por la presión Baizhu y Keqing rieron para condescender, pero a Ganyu, Chongyun y Shenhe no se les movió ni un músculo, pues veían lo avergonzados que estaban Xingqiu y Kaeya, así que no se unieron a ese espectáculo tan lamentable. El príncipe de Khaenri'ah permaneció serio, humillado, pensando que había sido inutil vender su cuerpo por esa arma, que pudo haberse evitado un par de cosas en ese día tan pesado; sin embargo, al ver la expresión abochornada del pobre niño, incumplió la regla de no tomar armas, agarrando el filo mientras se inclinaba sobre una de sus rodillas, ofreciéndole el regalo con la cabeza agachada como si fuese un tributo; de pronto las risas cesaron cuando vieron que Kaeya estaba reverenciando al mejor amigo del príncipe Chongyun a pesar de todas las burlas que había recibido.
-Por favor joven Xingqiu, acepte este presente que he comprado para usted - pronunció el príncipe de Khaenri'ah, Zhongli recuperó la compostura avergonzado de su comportamiento, y tosió para aligerar el incómodo ambiente; Ganyu no miraba a sus hermanos, pero si se notaba su desaprobación, ella jamás aceptaría algo tan injusto como una burla hacia alguien con buenas intenciones.
-Príncipe Alberich... yo no soy un miembro de la realeza, no puedo aceptar que usted se incline ante mi de esta forma - dijo el joven pensando en lo inaceptable que era eso, el rey arañó la mesa, irritado porque Kaeya estaba tomando un arma, pero a la vez, fascinado porque se rebajaba a un nivel inferior al hijo de un mercader.
-Insisto, este obsequio lo compré pensando en usted, lo merece por caminar codo a codo con el príncipe Chongyun, eso ya es lo suficientemente importante - pronunció el príncipe de Khaenri'ah, Xingqiu tomó su espada inseguro, después de que la analizara Kaeya se le acercó para decirle algo al oído - además, aquí entre nos, no me sentiría muy bien con el hecho de que usted fuera el único niño en no recibir un regalo.
-Me siento realmente halagado por su obsequio, prometo darle buen uso - dijo Xingqiu inclinando la cabeza con respeto, Keqing agachó la mirada tan avergonzada como los adultos, si Xingqiu estaba feliz con su regalo, no debieron reírse en primer lugar - se lo agradezco de todo corazón.
-Debo disculparme por mi forma de actuar, una buena intención nunca debe ser motivo de burla, me disculpo además en nombre de los presentes. Cuando una figura de autoridad ríe, el resto creerá que también debe reír para seguir su ejemplo - pronunció Morax con su profunda voz, Venti se dio por aludido, por lo cual en el fondo se enfureció todavía más con el príncipe de Khaenri'ah.
-Bueno, no es necesario seguir sacando el tema, aún nos falta nuestra pequeña princesa Qiqi - comentó Kaeya yendo a buscar rápidamente la gran casa de muñecas, luego se acercó cargandola con sus propias manos para enseñarsela a la niña, que se chupaba un dedo ladeando la cabeza mientras veía con cara de sueño ese juguete - ¿Te gusta?
-Qiqi, esa casa de muñecas es para ti ¿Es linda verdad? - le dijo Baizhu, la pequeña seguía algo confundida, pero extendió sus manos para tocar su obsequio; el príncipe de Khaenri'ah tembló nervioso cuando notó que la serpiente del doctor Baizhu estaba con él, muy cerca de esa niña.
-Es linda... - dijo la princesa pasando sus pequeñas manos sobre la madera pintada a mano - ¿Puedo verla más tiempo?
-Por supuesto cariño, es tuya - le respondió Kaeya, Zhongli aprovechó que estaba a su lado para pasar su mano por las pantorrillas del príncipe, subiendo entre los muslos hasta donde la mesa podía cubrir sus acciones de la vista de sus hijos.
-¿Mia...?
-Toda tuya, quizás es algo pesada para que la tomes tu sola ¿Quieres que la lleven a tu cuarto? - preguntó Kaeya, la niña se miraba confusa e indecisa, al príncipe de Khaenri'ah le parecía un tanto extraña.
-Por favor ¿Podrían llevar el juguete a la habitación de la princesa Qiqi? - pide Baizhu a los guardias dándose la atribución de responder por la princesa, Kaeya no comprendió porque no la dejó decidir por cuenta propia - es usted muy amable príncipe Alberich, pero es mejor no hacerle muchas preguntas a la princesa, la pobre nació con el síndrome de Sanfilippo, no puede retener información por mucho tiempo, la olvida en cuestión de segundos, en cuanto vea la casa de muñecas en su cuarto sabrá que es suya.
-Ya veo... - murmuró el príncipe de Khaenri'ah sin saber que decir en un caso como ese.
-Vuelve a tu asiento por favor, Kaeya - le pidió Venti, Kaeya lo obedeció, al fin podría sentarse tranquilo para comer algo, los demás ya habían terminado a diferencia de él, no le importaba tanto que el rey estuviese enojado y quisiera castigarlo cruelmente luego de cenar, necesitaba alimentarse después de solo haber tomado un modesto desayuno y unas galletas.
-¿No hay algún regalo para mi también? - preguntó el pelirrojo de Snezhnaya, Kaeya no le respondió, todavía le perturbaba un poco su presencia - ¿Pasa algo?
-Disculpe, estaba masticando ¿Cuál es su nombre caballero? - preguntó el príncipe de Khaenri'ah cortesmente.
-Tartaglia, puedes llamarme Childe - dijo el joven, Kaeya seguía un poco incómodo y se cuestionaba las intenciones de esa persona - ¿Esto de los regalos es solo para los príncipes?
-Para los niños - respondió el príncipe de Khaenri'ah sonriendo, Alatus bufó irritado, pues él ya era considerado todo un adulto con 21 años; Tartaglia se rió.
-Ya entiendo, será para la próxima entonces - comentó Childe, Venti analizaba a ese joven, había algo en él que no le causaba buena espina, algo en su apariencia que no le parecía ni originaria de Mondstadt, ni de Liyue, Sumeru, Natlan o Inazuma.
-¿De dónde es usted Sir Tartaglia? - preguntó el rey Barbatos, Zhongli suspiró y detuvo a Childe cuando trató de explicarle por su cuenta de donde provenía.
-Childe es un desertor del ejército de Snezhnaya - respondió el emperador, Venti abrió los ojos escandalizado, pidiéndole explicaciones a Morax sin la necesidad de hablar - lleva 9 años viviendo en Liyue, separado completamente de Snezhnaya tras su decisión de abandonar la milicia.
-Un desertor... - murmuró en voz baja Barbatos, Kaeya agachó la vista, decepcionado de aquella noticia, si Zhongli era consciente del origen de ese tipo y llevaban 9 años conociéndose, definitivamente no se trataba de un espia puesto allí para rescatarlo en nombre de los aliados de su padre; de hecho, hasta parecía ser de mucha confianza para Morax.
-Deserté del ejército a los 12 años, durante la batalla de Espinadragón - agregó Tartaglia, el principe Alberich se sorprendió, recordaba que ese joven tenía la misma complexión de Diluc al momento de su intento de rescate en Espinadragón, en ese tiempo le calculó unos 16 años.
-¿12 años?... - susurró Kaeya confundido, ese tipo le sonreía, había algo de malicia en sus ojos sin brillo, solo él y el príncipe de Khaenri'ah eran conscientes de lo que había ocurrido en ese lugar.
-Muchos soldados murieron en esa batalla, también un par de civiles ¿Usted fue partícipe? - preguntó sin rodeos el monarca de Mondstadt, volviendo tenso el ambiente, Childe intentó responder, pero Zhongli insistía en no dejarlo hablar, pues no se fiaba de que dijera una mentira para no enfurecer a Venti, si quería mantener las cosas bajo control, debía evitar que su amante se enterara de que su confidente, un traidor de Snezhnaya, había asesinado a ciudadanos de Mondstadt.
-Childe era demasiado joven, no tenía la suficiente experiencia para matar - respondió Morax, Tartaglia se sintió ofendido por esa mentira, mientras que Kaeya recordaba la masacre de los centinelas aunque no quisiera tener eso en su cabeza; claramente ese desertor era más que capaz de asesinar sin piedad.
-Ya veo, sería una pena que haya tenido una participación activa en una tragedia como esa - comentó Barbatos.
-El paso del tiempo me ha demostrado que es una persona de fiar.
-He pasado 9 años sin ningún tipo de contacto con gente de mi tierra natal, si volviera a pisar Snezhnaya, estaría un paso más cerca de la horca, es lo que le hacen a los desertores allí o en cualquier sitio ¿Verdad rey Barbatos? - dijo Childe, Venti rió rascándose la cabeza, tener que decir frente a los jóvenes príncipes que en Mondstadt también se ejecutaban a los desertores era un tanto incómodo, y lo que más le interesaba era mantener una buena imagen.
-Jeje... les va peor a los traidores si le soy honesto - comentó el monarca de Mondstadt, la forma en la que dijo aquello no alarmó a los niños, pero Alatus y Zhongli sí captaron aquella indirecta hacia Tartaglia.
-Mientras sea leal a Liyue, tiene un espacio en mi corte - pronunció Morax, Kaeya y Barbatos se miraron con cinismo, en situaciones así compaginaban al pensar que alguien que ya había traicionado a su país tenía una lealtad cuestionable.
-¿Y cuál es su rol, Sir Tartaglia? - preguntó Venti.
-Me encargo de recaudar impuestos para el Banco del Reino del Norte, no es un trabajo difícil, o pagan o... ya se imaginarán; desde que estoy en el rubro los deudores han disminuido y los ingresos de la funeraria aumentado - relataba Childe, Barbatos rió, pero al príncipe Alberich le dieron escalofríos.
-De las decisiones más brillantes que ha tenido Morax - comentó el rey, una vez más pareció decirlo sin malas intenciones, pero quienes lo conocían en verdad identificaban sus expresiones de sarcasmo.
Al finalizar la cena los príncipes fueron hacia el sector del castillo donde estaban sus habitaciones, no tenían planeado irse a dormir todavía, querían leer libros y jugar ajedrez y otros juegos de mesa así que pasarían su tiempo en una sala de estar cerca de sus cuartos, Zhongli no podía "divertirse" con alguno de sus amantes mientras sus hijos estuvieran en pie, por lo que los acompañaría en sus juegos y lectura hasta lograr convencerlos de que fueran a sus alcobas; Alatus quiso seguir a Barbatos y a Kaeya, tenía algo importante que decirles a ambos, pero estaba indeciso e inseguro, pues con cada uno de ellos tenía que hablar en privado y por separado. De todos modos intentó seguirlos y pedirles un momento de su tiempo, ellos iban caminando hacia sus habitaciones a paso rápido, Venti tocaba la espalda del principe de Khaenri'ah como presionandolo a avanzar más rápido, y Alatus no comprendía porque llevaban tanta prisa; de pronto Morax tomó el brazo de su hijo mayor y le dijo que el rey estaba muy cansado, y que si tenía algo que decirle, que lo hiciera al día siguiente.
El príncipe heredero obedeció a su padre sin cuestionar, y este lo guió hacia su lugar en el castillo, consciente de lo que planeaba hacer Barbatos con el príncipe Alberich luego de su ausencia durante casi todo el día, no podía dejar que sus hijos vieran algo así; cuando el rey de Mondstadt y Kaeya llegaron a la planta alta donde estaban sus habitaciones y el cuarto de baño, Venti jaló la camisa del traje del príncipe para que este se agachara y escuchase atentamente lo que le diría al oído: "ve y toma un baño rapido, te estaré esperando". Kaeya no respondió, solo caminó resignado hacia el cuarto del gran estanque y se quitó la ropa antes de meterse al agua fría, no le importaba la temperatura ni tener toallas, lo único que tenía que hacer era limpiarse muy bien sin perder el tiempo, salir y tomar una bata sin preocuparse por recoger su ropa, pues alguna de las mucamas la llevaría a su cuarto en cuanto la vieran tirada.
Luego de bañarse se cubrió con la bata y caminó hacia el cuarto de Barbatos, la puerta estaba abierta a pesar de que el rey se encontraba desnudo, parado frente a un mueble y bebiendo vino mezclado con aqua vitae directo desde la botella; el príncipe cerró la puerta y se quitó la bata, desde hacía mucho tiempo que había adquirido esa costumbre de no perder el tiempo, el mismo Venti le había enseñado cómo quería que se comportara con él estando en su habitación, aprendiendo con ello que no hacerlo solo empeoraría su castigo nocturno. Al quedar desnudo, Kaeya se recostó sobre la cama del monarca y cerró los ojos, esperando a que empezara de una vez, no sería como en otras noches, en esa ocasión había cometido dos faltas en el dia, una mucho más grave que la otra, por lo que se esperaba recibir mucho dolor; abrió los ojos cuando Barbatos se sentó a su lado a orillas de la cama, bebiendose la última gota de vino.
-¿Estás listo? - le preguntó Venti, el príncipe asintió en silencio, esperando su ración de dolor y miedo de la noche - hubiera perdonado tu falta de salir de la ceremonia para comprarle un regalo a los príncipes de Liyue, después de todo, fuiste muy atento con ellos.
-Gracias, un regalo no tiene sentido si solo piensas en tus gustos y no en los de los demás - comentó Kaeya recordando sus "regalos" de cumpleaños que Venti le dio, solían ser experiencias muy asfixiantes que involucraban a los guardias del palacio y a Barbatos observando todo para su propio deleite.
-Qué detallista eres mi pequeño monstruo, pero, eso no te salvará hoy, hiciste algo mucho más grave que irte de un evento importante - pronunció el rey acorralando al príncipe contra las sábanas, sonriendo mientras pensaba en cómo castigaría ese cuerpo tan hermoso y seductor.
-Sí, lo sé... - murmuró Kaeya cerrando los ojos, a la espera de lo que recibiría por haber cometido ese error.
-Tomar una espada frente a mí... ¿Qué te hizo hacer algo tan estupido? - le preguntó el monarca, el príncipe permaneció callado, estaba demasiado asustado para responder, sin embargo eso siempre hacía enojar más a Venti, quien terminó por agarrarle la quijada clavando sus largas uñas en las mejillas de Kaeya - respondeme puta ¿Por qué hiciste eso? ¿Fue tu orgullo de mierda el que te llevó a desobedecerme frente a mi cara?
-Sí... fue mi orgullo... - reconoció el príncipe con la voz temblorosa, recibiendo en contestación repetidas bofetadas en los pechos mientras Barbatos clavaba las uñas en su cara despiadadamente, hasta hacerlo respirar agitado por el terror.
-Tu orgullo hace todo más difícil para ti ¿Sabes? - dijo Venti sonriendo sádico, disfrutando el tenerlo bajo él - ¿Qué pasa si meto mi puño completo? ¿Llorarás? No lo creo, porque tu estupido orgullo no te deja llorar frente a mi, te ahorrarías tanto si me suplicaras llorando que me detenga.
-Eso no funciona... - murmuró Kaeya, lo cual hizo que Barbatos le soltara la mandíbula para poder agarrarle el cabello mientras lo abofeteaba una y otra vez en la cara; el príncipe tembló, aguantando el deseo de llorar.
-¡¿Acaso es lo que quieres?! ¡¿Que te viole con todo mi puto brazo?! ¡Parece que eso es lo que pides puta! - exclamó Venti furioso, sin embargo también sonreía, disfrutando mucho infligirle dolor.
-Haz lo que quieras... - susurró Kaeya con un hilo de voz, entonces Barbatos colocó un mano en el costado de la cara del príncipe, aplastándola de lado contra el colchón mientras se entretenía maltratando el resto de su cuerpo.
-Si lloras, no te romperé con mis manos... - le dijo el rey al oído, Kaeya se retorcía de dolor, aterrorizado y angustiado - si lloras, no tendremos que llamar a un médico para que te cure el culo; si lloras, tu castigo será mucho menor... - siguió sugiriendole, el pecho del príncipe saltaba con desesperación por el miedo, le costaba mucho llorar delante de Venti, pero era consciente de que hacer todo lo que pidiera mejoraría su situación.
-Lo intento... - pronunció en voz baja Kaeya con aflicción, Barbatos continuó con lo que le estaba haciendo todavía más insistente y violento, hasta hacerlo sollozar de dolor - por favor...
-¡Llora! - le gritó el monarca; para el príncipe, lo único que nunca fallaba para estar triste en cualquier situación, era recordar a su padre, Crepus Ragnvindr, no en su dia de muerte, no es sus peleas, sino en cada momento de felicidad y dulzura que le regaló, no existía nada más descorazonador y efectivo para hacerlo llorar, que recordar su rostro sonriendo mientras le decía "mi estrellita", porque sabía que nunca más podría verlo otra vez - eso es mi pequeño monstruo... amo ver tus lágrimas...
-Lo siento... - susurró Kaeya llorando a mares mientras recordaba como Crepus lo abrazaba cuando no se sentía bien, si se estaba disculpando con alguien, era con él por haber causado que perdiera la vida.
-Dilo otra vez lindurita, di cuanto sientes el haber desobedecido - le ordenó Venti, el príncipe sollozó, debía seguirle el juego si no quería sufrir desgarros esa noche.
-Lo siento tanto... - dijo Kaeya entre gimoteos, Barbatos lo soltó un momento.
-Buen chico... ¿Harás lo que yo diga verdad Kaeya? - le preguntó acercando la cara para intimidarlo, el príncipe seguía llorando desconsoladamente.
-Sí... Lord Barbatos... - susurró Kaeya, para luego recibir una fuerte bofetada en la cara.
-No soy ningún "Lord" puta, respondeme otra vez ¿Harás todo lo que yo te diga con tal de no romperte?
-Sí... rey Barbatos... - contestó Kaeya, ya no lloraba, pero su respiración seguía agitada por los sollozos y por sus tapadas fosas nasales; Venti lo abofeteó y sujetó su quijada apretándole las mejillas.
-Dilo mejor... - ordenó Barbatos, el príncipe cerró los ojos, se sentía humillado cuando lo obligaba a decir esas cosas que él no sentía.
-Sí... mi amado rey Barbatos... - volvió a responder Kaeya, el rey sonrió fascinado.
-Bien Kaeya... así me gusta. Ahora, abre la boca - dijo Venti sin soltarle la cara, el príncipe cerró los ojos y abrió la boca - saca tu lengua - agregó Barbatos, Kaeya siguió sus instrucciones mientras el monarca abría la suya, dejando caer su saliva sobre la lengua del príncipe - saboreala bien ¿Te gusta como sabe?
-Sí mi señor... - susurró Kaeya escondiendo su repulsión, Venti repite el proceso, obligandolo de nuevo a probar su asquerosa saliva con hedor a vino.
-Bien hecho mi pequeño monstruo, estás aprendiendo - comentó el rey para luego soltarlo y separarse un momento, sentándose a los pies de la cama para masturbarse mientras lo miraba - ahora, abre tus piernas.
-Está bien mi señor... - respondió el príncipe abriendo las piernas, Barbatos no parecía complacido, la seriedad en su rostro que nunca mostraba habitualmente le parecía aterradora a Kaeya.
-Abrelas más - le ordenó frívolo, el príncipe tomó sus piernas con las manos, abriéndolas gradualmente - abrelas más, quiero verlo todo - reiteró el monarca, Kaeya seguía abriendo las piernas con ayuda de sus manos, llegando a abrazarlas, con las rodillas pegadas a la cama; Venti se masturbaba salvajemente mirando esa belleza en todo su esplendor - ¿Cuántas pollas te metiste hoy? Cuéntame.
-Creo que cuatro... - murmuró el príncipe incómodo por esa posición, el rey seguía disfrutando la vista, le daba placer verlo a su merced.
-¿Cómo te follaron? ¿Lo hicieron mejor que yo? - preguntaba Barbatos agitando la mano sobre su pene, Kaeya estaba en la obligación de mentirle para no arruinar su propio estado de salud.
-No... no lo hicieron mejor - le respondió el príncipe desganado, Venti sonreía enseñando los dientes, ya casi estaba listo para comenzar la verdadera diversión.
-Di que amas mi polla - le ordenó el monarca, Kaeya miró hacia el lado, le enojaba demasiado tener que decir esas cosas tan condescendientes y estúpidas.
-Amo su polla, mi señor - contestó el príncipe, rápidamente Barbatos gateó hacia él, poniéndose por encima, casi recostado sobre él, para al fin empezar con lo que quería hacer.
-No dejes de sujetar tus piernas...
Cada vez que Venti le hacía eso, la mente de Kaeya se separaba de su cuerpo, era como estar inconsciente, lejos del momento y de lo que le estaba ocurriendo, mirando alrededor apático y displicente; a veces pensaba que algo como eso no podía ser real, que no podía estar pasándole a un príncipe, cuando se trataba de Barbatos, su modo de anestesiar el dolor era repetirse que eso no estaba ocurriendo en realidad, que era solo una ilusión. Para su suerte, al estar en ese estado olvidaba sus sensaciones corporales, olvidaba sus reacciones y ruidos involuntarios, olvidaba también el rostro del rey, quien era el único feliz en una situación así.
Pensar en el pasado no le ayudaba a sobrellevar experiencias como esas, solo lo hacía peor, pensar en el futuro era todavía más desesperante, pues su expectativa de vida dependía de la guerra, si Snezhnaya ganaba y asesinaban a Venti de una vez por todas, él sería libre, pero si Mondstadt y Liyue ganaban, todo se volvía incierto, pues nunca nadie más que el Gran Maestro Varka le aseguró que lo llevarían de vuelta a su verdadero hogar. En el hipotético caso de que llegara el día de la victoria de Mondstadt, había tres destinos posibles para Kaeya, o sería libre en brazos de su verdadero padre, la opción más improbable, o permanecería cautivo hasta el dia de su muerte, violado todos los días, o iba a perder su utilidad para Barbatos y este lo asesinaría a sangre fría con sus flechas; por esa razón, pensar en el futuro para olvidar el presente era tortuoso.
Pensar en Albedo tampoco ayudaba, imaginar su rostro sobre el de Venti solo le causaba más angustia, el Jefe Alquimista jamás lo tocaría de esa forma, él no era como Barbatos, al príncipe le parecía hasta indignante la idea de pensar en él para fingir que estaba en el lugar del rey en esos momentos, porque a diferencia de muchos tipos, Albedo no era un degenerado, no buscaba herir por herir, él era un verdadero hombre. En ese instante Kaeya se preguntó con cuantos hombres de verdad se había acostado voluntariamente en su vida, no eran muchos, y todos tenían nombre, y si no recordaba sus nombres, era porque simplemente había negociado con ellos; de todos modos, apreciaba muchisimo a los hombres que no lo forzaban a tener sexo, por un momento hasta consideró el buscar a cada uno de ellos para premiarlos por no haberlo violado.
Gracias a su mente ausente y a los temas complejos en los cuales pensar cuando no lo estaba, el paso del tiempo se hizo difuso para Kaeya, y lo que fue una hora de perversiones lo sintió como minutos; de pronto el sabor en su boca se tornó amargo y nauseabundo de un segundo a otro, Barbatos bufaba riendo con las rodillas a la altura de los hombros del príncipe, si algo bueno podía sacar de eso, era que al menos había terminado. Después de un minuto así, Venti se levantó para tomar un paño con el cual limpiar su pene, el príncipe se giró respirando con agitación, le costó volver a ponerse de pie, pero en parte también quería hacerlo lo más pronto posible, para tomar la bata del piso, envolverse en ella e ir a su cuarto para descansar de una buena vez.
Kaeya caminó hacia su habitación, tambaleándose por el cansancio, realmente ya no quería otra polla dentro de él, al menos en lo que restaba de noche, esa clase de vida era tan agotadora y horrible, por tener que estar preocupado todo el tiempo de provocarle orgasmos a cualquier hombre, sin tomar en cuenta su propio placer; era la acción menos egoísta que podía tener, y a la vez la más denigrante. Al llegar a su cama se tendió boca arriba sin quitarse la bata, con el cuerpo rendido y la mente inquieta, diciéndole cosas horribles como que era un cerdo asqueroso por llevar esa vida, y cosas angustiantes como que estaba demasiado cansado, cansado hasta de respirar.
Esos pensamientos intrusivos no lo dejaban en paz incluso mientras se quedaba dormido, el más recurrente le hablaba sobre lo agotado que se sentía, sobre lo mucho que quería descansar y no despertar jamás, ya no era capaz de sostenerse para levantarse y ponerse una pijama, o para volver a limpiar los fluidos desperdigados en su cuerpo, su cabeza daba vueltas a la par que su conciencia iba apagándose intermitentemente, sin llegar a estar completamente entregado a los sueños. De repente pestañeó en ese momento de casi inconsciencia, y se encontró con Zhongli, desnudo y sobre él, contemplandolo detenidamente con sus ojos ámbar; de algún modo Kaeya había estado tan al borde del sueño profundo, que el emperador tuvo tiempo de entrar, cerrar la puerta con llave, y quitarse toda la ropa sin que él se diera cuenta.
-¿Vienes a comerte las sobras? - le preguntó con fastidio el príncipe, Morax no contestó, estaba completamente enfocado en mirarle el rostro detalle a detalle.
-¿Cómo es posible? - cuestionó el emperador, Kaeya entrecerraba los ojos, cansado y desganado, sin interés en entender de qué estaba hablando - cuando miro a algunos hombres y a algunas mujeres, siempre me hago la misma pregunta ¿Cómo es posible que existan seres dueños de tanta perfección?
-Tuve un día demasiado agotador, por favor haz lo que viniste a hacer rapido - le pidió el príncipe, Zhongli acarició su cuello y mejilla, para luego darle un profundo beso que Kaeya no pudo negarle, pues era muy peligroso resistirse o decirle que no a Morax.
-Por favor, no me trates con esa frialdad. Han sido 4 años, 4 largos años sin poder tenerte en mis brazos, es una tortura esperar más teniendote tan cerca en estos momentos - le susurraba rozando sus labios sobre los del príncipe, volviendo a besarlo varias veces mientras le acariciaba los pechos con una mano.
-Entonces, hazlo de una vez... - le pidió Kaeya afligido, casi al borde de las lágrimas - tengo tanto sueño y estoy tan cansado... - pronunció visiblemente entristecido, a sabiendas de que Zhongli tenía cierto instinto paternal que no tenía Barbatos; el emperador besó la frente de Kaeya y lo acomodó de costado, para ponerse a sus espaldas de la misma manera.
-Te entiendo, pero... ya no puedo soportarlo más, necesito tocarte, necesito sentir tu cuerpo y tener tu belleza en mis manos... - le susurraba al oído con su profunda voz mientras le abría la bata para descubrir su pecho y uno de sus hombros, y de esa forma poder besarlo con pasión; el príncipe suspiró resignado, Morax tenía más consideración que Venti si le seguía la corriente, pero si se negaba, despertaría a la bestia despiadada que era en verdad; por su propia seguridad, se quedó quieto y lo dejó actuar.
-Haz lo que desees... - murmuró Kaeya rindiéndose, Zhongli le besó la nuca mientras levantaba la parte inferior de la bata, destapándolo de la cintura para abajo.
-Relájate... Si estás muy cansado, déjame hacer todo el trabajo por ti.
Todo el cuerpo del príncipe se movía de forma pausada a la par que su mente se apagaba, aunque Morax hacía básicamente lo mismo que Barbatos, al menos se aseguraba de no lastimarlo tanto, siendo menos molesto que el rey de Mondstadt en ese sentido; no podía decir que se lo agradecía, pero Zhongli estaba siendo más "atento", lo cual le permitía dormir. A ratos Kaeya abría los ojos descubriéndose a sí mismo en nuevas posiciones, viendo los abdominales marcados del emperador, sus brazos quemados abrazandole el pecho o sujetando sus piernas en el aire; cada vez que pestañeaba lo veía de forma diferente, pero no era capaz de sentir nada.
Durante unos minutos de sueño más profundo, soñó con la presencia de Diluc delante de la cama, mirando lo que le estaban haciendo; el príncipe tuvo un sinnúmero de emociones al ver a su hermano, por un lado tenía miedo de que al enterarse, Diluc tomase su mandoble y decapitara al emperador, siendo condenado por Barbatos a la ejecución pública; por otro lado, quería extender su mano y pedirle ayuda, ser salvado por él y su gran fuerza para luego subirse a sus brazos y salir juntos de Mondstadt. También sintió felicidad al verlo, como si su presencia lo tranquilizara en un momento como ese; pero, algo que lo hizo sentir confuso y aterrorizado, fue imaginar a Diluc en el mismo sitio delante de la cama, mirando detenidamente lo que Morax la estaba haciendo, sin hacer absolutamente nada más que masturbarse frente a ellos.
Kaeya agitó la cabeza para salir de ese grotesco sueño, y descubrió que Zhongli ya había terminado, y que tenía sujetados sus dos tobillos en forma vertical mientras usaba un paño para limpiarlo; el príncipe no quiso seguir mirando aquello, de cierta forma le molestaba esa actitud "paternal" de Morax, ni los mejores cuidados que pudiera darle quitaban el hecho de que lo había desvirgado despiadadamente a los 15 años. Luego de limpiar todo el cuerpo de Kaeya, quien fingió seguir dormido, Zhongli posó sus labios sobre los del príncipe y se despidió con un "buenas noches", saliendo posteriormente de la habitación; entonces Kaeya abrió sus brazos, respiró profundamente y dio una última exhalación antes de por fin poder descansar de verdad.
En medio de la luminosa noche de Mondstadt, Albedo se sumergió en el barrio más oscuro y solitario, aquel alejado de las fachadas pacíficas y festivas de la ciudad para albergar prostitutas, vagabundos y criminales; el Jefe Alquimista vestia ropas más oscuras que las que solía usar, y se cubría con una capucha negra, llevando la cabeza agachada en todo momento para no ser reconocido de alguna forma. Él a veces frecuentaba ese sector sin la necesidad de ocultar su identidad, pues había un mercado negro donde él y Sucrose solían conseguir algunos de sus materiales peligrosos para algunos experimentos, pero en ese caso, no era buena idea que alguien supiese que estaba alli para comprar un elemento muy especifico.
Al ingresar a la tienda del "yerbatero", agravó su voz y jorobó su espalda, para así pedir algo que no era precisamente una planta medicinal; dentro de esa tienda había otras personas igual de cubiertas que Albedo, esperando a que el comerciante terminase de preparar sus pedidos, o sencillamente charlando entre ellos en voz muy baja; el Jefe Alquimista esperó unos minutos hasta que fue atendido por el vendedor, quien le preguntó qué era lo que buscaba en su negocio. Albedo fue directo al grano, pidiendo una dosis letal de arsénico blanco fabricado en Sumeru, el hombre no se inmutó por esa petición y fue hacia el interior de su bodega, trayendo una pequeña bolsa con el polvo de arsénico, advirtiendole al Jefe Alquimista que tuviera mucho cuidado al manipularlo.
El resto de compradores tampoco parecían sorprendidos por la compra de Albedo, fueran quienes fueran, debían estar acostumbrados a asesinar a traición; lo que si les pareció curioso fue que el Jefe Alquimista pagó sin problemas la suma indicada, no era común que asesinos que empleaban arsénico pagaran la dosis letal de una sola vez, ellos compraban en pequeñas dosis porque era más económico y causaba una muerte más indetectable por simular una enfermedad gastrointestinal, asumieron entonces que esa persona era rica y muy impaciente. Lejos de ser impaciente, Albedo estaba desesperado, no pensaba con claridad ni tenía una idea clara de cómo debía proceder, lo que sí podía asegurar era que su conciencia no estaría tranquila sabiendo que Kaeya estaba en manos de un monstruo, y que eso no iba a cambiar si él se quedaba de brazos cruzados.
Cuando la bolsa le fue entregada al Jefe Alquimista, este se retiró con rapidez del lugar, cuidando no enseñar su rostro en ningún momento; sin embargo, algunos de los compradores de la tienda salieron sigilosos detrás de él, no lo notó hasta varias cuadras después, creyó que por haber pagado sin problemas, había llamado la atención de esos criminales, y que estos querían asaltarlo. Por su seguridad llevó una mano hacia su espada, una que le había sido regalada por el Ordo Favonius, y desenfundó; el solo ruido del filo saliendo de la vaina hizo que algunas de esas personas se escondieran de inmediato, sin embargo un par de ellos desenfundaron también, y Albedo tuvo que correr rápidamente entre varias calles, siendo perseguido por esos bandidos.
En cuanto tuvo la oportunidad, el Jefe Alquimista saltó hacia una de las ventanas de un segundo piso, aferrándose para impulsarse veloz y subir al borde; quienes lo perseguían se quedaron abajo, mirando hacia los lados confundidos por su desaparición. Cuando se alejaron, Albedo respiró aliviado y siguió trepando para ir de techo en techo sigiloso; a pesar de que aparentemente ya nadie podía seguirlo, el Jefe Alquimista se sentía observado, lo cual era muy poco probable, pues estaba en lo más alto y el hecho de que alguien lo estuviera siguiendo desde abajo sin que pudiera identificarlo era imposible, o al menos eso creía.
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